Pareja y vinculos

Barriletes y estacas

Uno de los motivos de tantos desencuentros es que esperamos que el otro no sea como es. Después del flash y del incendio de la pasión y el enamoramiento, en la convivencia empezamos a ver al otro con nuevos ojos. Hay cosas que nos molestan, hay conductas que esperamos y que nunca llegan, nos frustramos, nos quejamos, nos enojamos, no nos sentimos queridos. La cosa es bien simple: cada uno es como es. 

Hay gente que nace barrilete y gente que nace estaca. Digo “nace” porque son características que no cambian. 

Los barriletes vienen en diferentes colores, formas y tamaños pero todos aman volar, hacer dibujos en el aire, sentirse libres, sin presiones. Son divertidos, creativos, imaginativos, siempre listos para jugar inventado cosas nuevas. También son inconstantes, impredecibles,  no del todo confiables porque pueden cambiar de opinión muy rápido y pueden olvidarse de compromisos y responsabilidades. Pero son tan lindos.

Los que nacen estacas odian volar, están firmemente clavados en la tierra, derechitos, prolijos y ordenados, son estructurados, excelentes planificadores y observadores. Tienen todo en su lugar, son previsibles y absolutamente confiables. Si una estaca dice que se va a ocupar, se ocupa. Si una estaca dice que tal cosa pasó tal día a tal hora, ponele la firma de que fue así. Claro, son un poco aburridas siempre atentas a mantener todo bajo control.

Barriletes y estacas podrían hacer una buenísima pareja. El barrilete volando libre a su aire mientras su estaca lo mira desde tierra y disfruta de esos dibujos que su barrilete hace en el cielo. La estaca mantiene el fuego encendido, las cosas necesarias a mano lo que tranquiliza al barrilete que cuando se cansa de volar sabe que tiene donde volver y que todo estará donde tiene que estar.

Hay dos secretos. Uno es el piolín que une al barrilete con la estaca, que tiene que tener el largo justo para que el barrilete pueda volar y la estaca no se sienta abandonada. Y el otro es que se vean como complementarios y que no intenten cambiarse. Un barrilete no puede comportarse como una estaca, no se lo pidas, no puede. Una estaca no puede comportarse como un barrilete, no se lo pidas, no puede.

Una familia regida por una pareja de estaca y barrilete tiene lo mejor de los dos mundos siempre y cuando cada uno acepte al otro y pueda ver la maravilla de la compensación en la que viven. Cada uno tiene lo que le falta al otro y si en vez de esperar que cambie nos proponemos dejarnos ser, que el barrilete sea y que la estaca sea, que uno vuele y ponga colores en el cielo y el otro planifique y ordene. Y si sos barrilete mirá con cariño a tu estaca que mantiene todo en su lugar para cuando te canses de volar. Y vos estaca perdonale sus olvidos y distracciones  y disfrutá de su vuelo colorido. Y a los dos, ¡siempre atentos al piolin!

Ser un poco sorda

Columna emitida el 13 de mayo, 2022, radio Mitre.

Cuando era chica en mi barrio decían “Si queré ser felí, no analisí no analisí”  y como en todo dicho popular hay algo de verdad. En armonía con esa sabiduría voy a hablar del peligro de ver todo, de escuchar todo, de registrar todo, ponerlo bajo un microscopio para ver cada una de sus partículas y evaluar, porque de eso se trata, si hay algo que nos ataca o algo que pueda mostrar que no estamos siendo queridos. Y si buscamos, encontramos. Porque hay cosas que son para escuchar y otras para dejar pasar. ¿Cómo darnos cuenta cuáles son las importantes y cuáles las descartables?

Si estás irritado, cansado o enojado, escupís palabras explosivas, descargas sin medida ni control, sin reflexión ni cuidado, pura descarga. Y uno se siente fatal después, ¿por qué lo dije? ¿por qué lo dije así? Y si el otro lo toma literalmente, si se cree que lo que dijimos es lo que sentimos, nuestras palabras pueden ser demoledoras y no hay vuelta ni manera de arreglarlo.

Esas palabras producto del enojo están armadas y si no entendemos que son solo descarga quedan pegoteadas en la piel destilando veneno. También nos hiere esa andanada del otro enojado que descarga su ira con palabras de furia, nos hiere si las tomamos literalmente. 

La convivencia es un desafío, siempre cerca, mirando, opinando. Somos uno testigo del otro y vemos esas cosas que no se muestran afuera, las fragilidades, las cobardías, los miedos, las frustraciones, las ilusiones, la tristeza, la desvalorización. En la convivencia se ve lo que uno se guarda cuando sale a la calle. Nos conocemos de memoria el lado oculto, nuestras debilidades, por eso la convivencia es un desafío constante. 

Si nos ponemos severos, si ponemos todo bajo la lente del microscopio ¿quién se salva?. ¿Quién no tiene esa mancha de caca en la bombacha, ese no sé, no puedo, no me animo  eso que no se quiere mostrar para no ser juzgado ni criticado ni opinado? Irritados, cansados o enojados nos desbocamos, perdemos los controles y los frenos. Nos cubre una ola furiosa que nos revuelca, nos enceguece, nos asfixia y decimos cosas de las que después nos arrepentimos porque casi siempre no era para tanto. Explotamos, vomitamos nuestra descarga que era solo enojo, pero si el otro lo toma literalmente, si cree que eso que dijimos era en serio, la herida puede ser mortal. Lo sabemos muy bien porque si tomamos como verdadero lo que el otro nos dice enojado y desaforado nos destroza porque es una evidencia de que no somos queridos. 

La descarga no es una verdadera comunicación. Escuchemos la música no la letra porque las palabras atronadoras.digan lo que digan, solo dicen ¡enojo enojo enojo! 

Cuando le preguntaron a Ruth Bader Ginzberg, jueza de la Corte Suprema en EEUU, cuál era el secreto de su largo matrimonio, respondió sabiamente “ser un poco sorda”. Creo que mi mamá habría dicho lo mismo. 

Verdad y opinión

“Vivir en pareja. Encuentros y desencuentros”. Columna semanal en Le doy mi palabra, conducido por Alfredo Leuco en radio Mitre.

¿Viste cuando queremos hablar y terminamos peleando? No importa el tema, terminamos peleando y nos preguntamos qué pasó. De entre las varias cosas que pueden haber pasado, una es que solemos hablar con el idioma de LA VERDAD en lugar de hablar con el idioma de una OPINIÓN. 

Como nuestro punto de vista nos resulta indudable y evidente creemos que es LA VERDAD. Y lo decimos con firmeza, porque es LA VERDAD. 

Pero a nuestro otro probablemente le pase igual y esté tan convencido como nosotros de que lo que cree es LA VERDAD. Los dos decimos LA VERDAD, nuestra verdad con tono de es obvio y si no te das cuenta es que no entendés cómo son las cosas, vivís en un taper o tenés un soldadito de menos. Y cuando nos ponemos a contar los soldaditos que tiene cada uno la cosa se desbarranca y se vuelve una lucha de quién sabe más que quién convencido cada uno de tener la data justa y de que el otro no tiene idea. 

¿Y cómo te cae cuando alguien te tira LA VERDAD con cara de ¡escuchame bien porque te voy a decir cómo es la cosa! y te pone en el lugar del que no sabe? No sé a los que están oyendo pero a mi me cae peor que mal. Me enoja, me siento maltratada, me dan ganas de decir ¿quién te creés que sos, a quién le ganaste?

Cuando hablamos enarbolando LA VERDAD generamos un campo de energía negativa con ese ninguneo, producimos el rechazo del otro que corre a enarbolar su propia verdad y ahí ya nos trenzamos en la batalla de quién tiene razón y se desencadenó la pelea, esa pelea que no entendíamos por qué había sucedido.

Podemos decir lo mismo pero como una OPINIÓN y entonces la conversación se vuelve posible. Mirá cómo suena si en lugar de ¡esto es así! digo me da la impresión de que esto podría ser así hasta sale con otro tono y seguro que con otra cara. ¡Esto es así! se dice firme, con la mirada fija y el dedo autoritario en alto, mientras que me da la impresión de que esto podría ser así se dice más blandito, con la mirada y el gesto más amable, con las manos tendidas. 

Una OPINIÓN dice de tu mirada personal e invita al otro a expresar la suya, en iguales condiciones. Al  hablar en el idioma de la OPINIÓN no pretendemos avasallar ni imponernos, ni ganar. Decir una OPINIÓN en lugar de imponerse con LA VERDAD propone otro juego, abre un diálogo amistoso en lugar de cerrarlo en una pelea sin cuartel. Y te cuento un secreto, no se lo digas a nadie y menos a ya sabés quién: la persona que habla desde LA VERDAD suele sentirse tan insegura que necesita hacerlo para darse firmeza mientras que quien habla desde la OPINIÓN siente tal seguridad interna que no necesita derrotar a nadie para sentirse bien. 

Es que finalmente, la cosa pasa por elegir de qué lado de la vida te querés poner, si te morís por ganar la discusión o si preferís vivir en paz. 

La culpa la tiene el otro

En las consultas que recibo, cada miembro de la pareja me pide que cambie al otro. ¿Por qué? Porque la culpa de lo que pasa siempre la tiene el otro. 

¡Que si habla, que si calla, que si se ríe mucho, que si no se ríe nunca, que si le gusta salir, que si solo quiere estar en casa…!

Hace todo mal.

Tiene toda la culpa porque nosotros hacemos todo bien, somos los normales y sanos, los que siempre damos mientras que el otro que nos pone obstáculos, nos discute, no nos deja construir ese mundo perfecto que solo nosotros sabemos cómo es. Hacemos todo bien y si algo llega a salir mal, no es culpa nuestra sino de ese otro egoísta y malévolo que insiste en hacer las cosas a manera, equivocada por supuesto. 

Y si me creo que es el otro el que hace todo mal, me enojo, pongo mala cara, me quejo y acuso. Y eso es el principio,  porque al otro le pasa igual, también cree que la culpa la tenemos nosotros, que hace todo bien pero nosotros nos empeñamos en hacer lo que se nos canta, en no le hacerle caso, encaprichados en seguir haciendo lo que evidentemente, para el otro, hacemos mal. Y se enoja, nos mira con mala cara y nos acusa de ser los culpables. O sea, piensa igual que nosotros, cada uno creyéndose inocente y viendo al otro como el culpable de todo lo que está mal. 

Obviamente ambos somos los responsables y ponemos en la olla de la desdicha nuestra cuota de expectativas imposibles y de desilusión. Pasa porque nos olvidamos de que cada uno es como es. Y, agrego yo por si no lo habían pensado,  que la gente no cambia. Uno es como es desde el primer día hasta el último. El movedizo lo será toda su vida, el silencioso y el charlatán, el distraído y solitario, el enojón y el sociable, siempre seremos así. Y cada uno ve como egoísta al otro porque insiste en seguir siendo como es, como si el ser como es y no como queremos que sea,  implica que no le importamos y que no nos quiere. 

Uno es como es y cree que su manera de ser es la única y la normal. Pero, somos diferentes, el otro es como es y también cree que la suya es la única y normal manera de ser.Y cada uno espera que suceda el milagro. que el otro deje de resistirse a nuestros deseos y sea como “tiene que ser” que es como queremos nosotros que sea. 

Y no. No sucederá. Dejémos de esperarlo. 

El otro tiene otro cuerpo,  otra historia, otra forma de ser, otras capacidades y necesidades. ¿Dónde quedó lo que nos enamoró, lo que te hacía bien? 

Tu otro no es perfecto. Y te digo un secreto: Tampoco vos lo sos. En un mundo de imperfectos, todos tan sedientos de felicidad, esperar lo imposible solo logra irritarte y enojarte porque lo imposible no sucederá. Esperando lo imposible dejas de ver lo posible, lo que está, lo que siempre estuvo pero que dejaste de ver por eso por esperar lo imposible. Tenés dos ojos. En lugar de mirar con el ojo de ver lo que no está, elegí mirar con el ojo bueno porque quizás lo que te enamoró un día sigue ahí. De vos depende encontrarlo. 

Preguntar y pedir, dos pes mágicas

Columna de Vivir en pareja, en radio Mitre, para el programa Le doy mi palabra de Alfredo Leuco. 22 de abril 2022

Hay dos pes que abren casi cualquier cerradura: preguntar y pedir.

Nos creemos que porque vivimos juntos el otro sabe exactamente lo que queremos, lo que necesitamos, que no lo tenemos que decir porque si nos quiere de verdad lo adivina. Y claro, si no nos adivinó, si no la pegó exactamente con lo que estábamos esperando, es que no nos quiere, que no le importamos, y nos quejamos, nos enojamos, y empieza la rueda que todos conocemos. 

¿Y sabés qué? ni tu pareja ni nadie puede adivinar. Y te digo más. No solo no adivina, sino que no siempre está pensando en nosotros. Y como no venimos con subtítulos, si no adivina, si tiene sus propias preocupaciones, al no tener un subtítulo, la mayor parte de las veces no tiene idea de qué es lo que estamos esperando que haga. Creer que el otro está pendiente de uno, que tiene la capacidad de adivinar lo que nos hace falta, es asegurarse el camino a la frustración. 

Hay otro camino. Pedir. Es mucho más fácil. “Tengo ganas de contarte cómo  resolví ese problema que tenía en el trabajo ¿tenés ganas de oírme?” “Me siento bajoneada, ¿Me acompañás a dar una vuelta?”, “¿ya sabés lo que me vas a regalar para mi cumpleaños? ¿Querés que te diga lo que me gustaría?”. No se nos cae ninguna corona si pedimos. Hasta por ahí le hacemos un favor al otro que, como no adivina, no entiende por qué algo que hace o no hace nos puso mal y se siente mal porque no pega una. Pedir. Pedir lo que necesito, lo que me hace falta, pero pedirlo en serio, no reclamar o quejarte. Pedir.

Y la otra p que abre cualquier cerradura es preguntar. Tampoco nosotros tenemos la capacidad de adivinar pero muchas veces damos por cierta alguna idea que nos hacemos y estamos convencidos de que sabemos por qué hace o no hace lo que debe ese otro empeñado en contradecirnos. No estemos tan seguros. Casi nunca sabemos por qué. Aunque estemos juntos hace años, no demos por sentado que el otro es transparente y que tenemos la bola de cristal y que sabemos perfectamente por qué hace o no hace lo que debe. Y casi siempre creemos que es a propósito, por supuesto. A veces tal vez sí, pero las más de las veces estas suposiciones son cosas nuestras que no tienen nada que ver con el otro. Y reaccionamos ante esas ideas como si fueran la verdad revelada. Pero, como no es seguro que estemos en lo cierto, es más inteligente preguntar antes de sufrir por lo que uno se imaginó. “¿Qué me quisiste decir?” “¿La cosa es conmigo?” “te veo con preocupación ¿pasó algo?” “a ver si entendí bien, ¿lo que me dijiste es tal cosa ?” 

Preguntar antes de reaccionar y pedir antes de sentirnos frustrados. Dos llaves maestras que evitan malos entendidos, penurias, confusiones, atribuciones y  discusiones. Tené a mano las dos p en tu cajita de conductas que te mejoran la vida. Haceme caso: es simple, fácil, económico y funciona: preguntar y pedir.

La plantita no crece sola

Vivir en pareja, Columna del 1 de abril de 2022 en Le doy mi palabra, de Alfredo Leuco

Listo, nos casamos y nuestro amor regará la plantita que crecerá lozana y solita. Además como nos dijo Diana Wang acá el otro día, pagamos la matrícula, es decir prometimos aceptar al otro como es, no tratar de cambiarlo y no esperar que nos adivine sino pedir lo que necesitamos. ¿De qué nos vas a hablar hoy? ¿es que hay algo más?  Y sí, la pareja es una plantita muy pedigüeña, no crece sola, crece de a dos, con lo que cada uno trae y es. Si vivís en pareja, ya sabés de qué te hablo pero también sabés que no contabas con formas de ser de cada uno que, según como se combinen, hará que crezca feliz o se ponga mustia rápidamente. Paso a enumerar.

Los ritmos biológicos, el que es búho se despierta a la noche y necesita dormir hasta el mediodía, la alondra cuando baja el sol se cae de sueño y se despierta de madrugada. ¿en qué momento del día cada uno se siente mejor? Si ambos fueran iguales, problema allanado, pero si difieren es preciso hacer acuerdos previos acerca de actividades, horarios y vida cotidiana.

La distancia en la que cada uno se siente cómodo, ¿uno pegadito al otro o a dos metros de distancia? ¿haciendo todo juntos o manteniendo espacios y actividades separados? ¿Cuál es la distancia óptima en la que cada uno se siente cómodo? es imprescindible pactarlo bien para que ninguno se sienta malquerido por la distancia que necesita el otro.

Los rituales cotidianos, ¿comen todos juntos o cada uno se sirve cuando tiene ganas? ¿a qué hora el baño, antes de acostarse o al levantarse? ¿cómo se apreta la pasta dentífrica, por la mitad o prolijamente desde abajo? ¿el asiento del inodoro levantado o bajado? ¿aire acondicionado o ventilador? ¿ventana abierta o ventana cerrada? parecen cosas nímias pero corroen y la plantita sufre.

Las decisiones, de la casa, de las vacaciones, de la educación de los hijos, de las relaciones con parientes políticos y amigos, con los compañeros de trabajo, con las parejas anteriores, con los hijos de las parejas anteriores. ¿Cómo se toman? ¿Cómo se pactan? ¿Qué hacer cuando uno no quiere hacer algo que el otro sí quiere? ¿Se pacta de una vez y para siempre o se va viendo en cada momento? ¿Se van alternando, una vez vos y otra vez yo?

Y no puedo dejar de mencionar los dos temas más espinosos: sexo y dinero. De todo lo anterior, con más o menos dificultad, se puede hablar. Pero tanto de sexo como de dinero la cosa se embarra y complica. 

¿Caja común o cada uno lo suyo? ¿Cuenta de banco compartida? ¿Habrá una caja grande que maneja uno y una caja chica que maneja el otro? ¿Cómo son las decisiones acerca de los gastos, las compras, el ocio? ¿lo arreglaron para que ninguno se resienta?

Cuando la sexualidad encendida del principio se va entibiando y los encuentros sexuales pierden frescura después de haber hablado del service del lavarropas, lo que antes salía solo ahora hay que prepararlo, convenir y reinventar situaciones y contextos, modos de acercamiento que reaviven el erotismo. 

Nos engañaron con esto de creer que crece sola. Si la dejamos sola crece a lo loco, se desmadra y llega a dar mal olor. Hay que remover la tierra, regar todo lo que necesite, podarla cuando sea la época, mirarla para ver qué le está pasando. 

Sí, ya sé. Esta plantita exige muuuucho trabajo pero es la única manera para que crezca, fructifique y nos de la felicidad y la belleza que tanto necesitamos. 

Con las mejores intenciones

Vivir en pareja, encuentros y desencuentros. En “Le doy mi palabra” programa de Alfredo Leuco, Radio Mitre.

Hoy voy a hablar de algo muy común en el mundo de las parejas que es cuando cuando uno hace algo con las mejores  intenciones y no sale bien, el otro lo vive como un ataque y, claro, responde mal. 

A veces uno dice cosas, con la mejor intención, y al otro le caen mal, se ofende, se enoja, contesta mal. ¿Qué pasó? Uno no quiso hacerle daño, ¿por qué el otro lo entendió mal? 

Veamos un ejemplo. Pensás que estoy haciendo algo de modo equivocado, que si lo hago de otra manera sería más fácil o mejor. Me querés ayudar y dar un consejo. Tu intención es buena y me decís: “¡Así no, ¿no te das cuenta de que así no es? lo tenés que hacer de tal otra manera!” lo que, para tu sorpresa me cae mal. ¿Por qué, si lo hacés para ayudarme?. Es que lo hiciste de un modo en que me pasás por encima. Me criticás, me decís que lo que hago está mal, que vos sabés cómo es y que yo no y opinaste sin que te lo pidiera. Con la mejor de las intenciones, me pasaste por encima. Las mejores intenciones se ahogan en la forma en que uno las enuncia y terminan lastimando. Tu deseo de ayudar fracasó porque me lo dijiste de modo desconsiderado y no pude escuchar la ayuda, solo escuché la desconsideración.

Si ves que estoy haciendo algo que te parece mal o que podría mejorarlo, estaría genial que me lo dijeras y me facilitaras la vida pero tenés que tener algunos cuidados para que te pueda escuchar. Son básicamente tres.

Preguntame si te quiero escuchar. No te abalances a aconsejar, ni a tu pareja ni a nadie, si el otro no quiere oírlo. Primero preguntá. “¿Te puedo dar un consejo?” o “Se me ocurre otra manera de hacerlo ¿querés que te la diga?” y si el otro no quiere, pues te callás la boca y no decís nada.

Empatizá conmigo, ponete en mi lugar. En lugar de opinar y criticar, mirá la dificultad o lo que te parece que me es difícil, acercate amablemente y me decís por ejemplo “me da la impresión de que te está costando…” o “mmmm qué difícil parece…” No me digas “está mal lo que hacés” o “yo sé hacerlo mejor”, no me juzgues ni me descalifiques ni me hagas sentir menos.

Hacelo de modo amable, no te impongas ni me mandes, sé mi par -sos mi pareja ¿no es cierto?, somos pares- no me hables desde el lugar de alguien superior que se las sabe todas y que me mira como si yo fuera una inútil. En lugar de decirme “yo te voy a decir cómo se hacen las cosas bien” hacelo más blandito, como “se me ocurre por ahí otra manera de hacerlo, ¿te gustaría probar?” algo que no me suene como que sos el dueño de la verdad y que me deje a mi el derecho a decidir.

Creemos que con las mejores intenciones alcanza pero no es así. Las buenas intenciones son básicas en toda relación pero hay que aprender a decir de modo que no se sientan como descalificaciones o ataques, pensando en cómo las puede recibir el otro.  

Por eso, si querés dar un consejo a tu pareja, preguntale si lo quiere recibir, hacelo sin criticar ni opinar sobre lo que hace y no le hagas sentir incapaz. 

Solo vas a ser escuchado si lo decís con respeto y consideración. Solo así las buenas intenciones llegarán como tales. 

Tenés la mejor de las intenciones, pero cuando quieras opinar, -a tu pareja o a cualquiera- preguntá si te quieren oír, y si te dicen que sí, no te quieras imponer ni critiques, empatizá y sugerí. 

Descartar la primera orina de la mañana

Vivir en pareja, encuentros y desencuentros en “Le doy mi palabra”, radio Mitre, Alfredo Leuco.

Hoy traigo un consejo, útil para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero. Un consejo que nos ahorrará, seguro seguro, peleas y discusiones, sufrimiento y angustia.

Mi consejo de hoy es descartar la primera orina de la mañana. ¿Me dirás qué tiene que ver esto con una pelea matrimonial?

¿Viste cuando tenés que hacerte un análisis de orina de 24 horas, te dicen en el laboratorio que para recolectarla descartes la primera orina de la mañana? Esa que sale como chorro incontenible y que guarda todo lo que se estuvo juntando en la noche. Esa, esa hay que descartarla.

Si lo pasamos a nuestra vida con nuestra pareja, me refiero al momento en el que sentís que el enojo te sube, que te enceguece, que dejaste de ser quien sos y te transformaste en un arma de ataque, apuntás con mirada asesina preparando el disparo para decir eso que sabés que duele, eso que destruye. ¡Ese es el momento clave! cuando sentís que sos un volcán que está por entrar en erupción, acordate de mi consejo que me salvó a mi tantas veces y descartá la primera orina de la mañana, descartá eso que estás por vomitar a borbotones y sin pensar. 

Ya sé como es… que tu pareja te provoca, te irrita, que no entendés qué le pasa ni qué quiere de vos, que te enfurece que no haga nada de lo que querés. Si calla porque calla si habla porque habla. Si no hace nada porque no hace nada si hace mucho porque no se queda inmovil. Hay un momento en la relación en el que sea lo que sea que haga el otro, te enoja y te dispara una reacción que seguro será sin pensar, seguro será violenta. ¿Lo que hizo o no hizo el otro fue un ataque? No sabemos si nos quiso atacar o tal vez si lo entendimos como un ataque. No importa eso para controlar tu reacción. Acordate que somos mamíferos y si nos sentimos atacados ¿qué hacemos? contraatacamos o huímos. Si contraatacaste te sometiste al ataque, haya sido real o supuesto, no elegiste, derramaste tu rabia sin pensar. Y te digo:  siempre podés elegir. 

Cuando te sentís atacado y sabés que tu respuesta violenta está por salir como un vómito imparable, ése es tu momento de elegir:  descartá esa primera reaccción. Es tóxica, como esa primera orina, no es buena, no sirve. Todo lo que digas y lo que el otro te responda si no parás tu reacción no tiene valor comunicacional, es puro ataque. Las palabras dichas en ese momento son armas letales porque después no se olvidan, son corrosivas, oxidan lo que tocan y después es difícil volver de ahí.

Pegá media vuelta, dejá el lugar como haría todo mamífero inteligente que no quiere enroscarse en una pelea, andá al baño y cerrá la puerta o a la cocina y servite un vaso de agua o al dormitorio y cambiate las medias, salí del lugar en donde pasó lo que viviste como un ataque. Pueden ser solo unos segundos o pocos minutos, pero en otro espacio, tomás aire bien profundo y podés frenar el vómito ese que tenías atravesado y podés volver con la cabeza más clara. Haceme caso. Es más fácil de lo que parece y funciona. En lugar de sentirte la víctima, o sea, que el otro manda sobre vos y no te deja pensar, decidís sobre tu conducta, te adueñás de la situación. Cuando contra atacás te estás sometiendo a la propuesta de ataque y pierden los dos. Si elegís descartar la primera orina de la mañana recuperás la capacidad de pensar y elegís el escenario en el que querés vivir.

Pagar matrícula para "Vivir en pareja"

Columna del 11 de marzo de 2022 para el espacio “Vivir en pareja” de Le doy mi palabra programa de radio Mitre conducido por Alfredo Leuco en Radio Mitre.

¡Listo! ¡Te enamoraste! Encontraste tu media naranja y deciden vivir juntos esperando que será siempre un jardín florido, el clima eternamente templado, sin tormentas y si las hay van a ser pasajeras, cada mañana será un nuevo renacer y en cada noche arderán en deseos y amor pasional. 

Ponele unos violines de fondo, claro. 

¿Sabes qué? No nacimos el uno para el otro, no somos la media naranja de nadie. ¡Cuánto daño nos hicieron estos mitos irreales y tramposos! Nos engañaron con lo de la felicidad eterna y no nos dijeron que había que pagar una matrícula para convivir con un otro que nunca es exactamente como nos gustaría y ahí empiezan los problemas y las penurias. 

En lugar de jurarnos amor y fidelidad eternos, habríamos podido anticipar todo pagando la matrícula de la convivencia. 

Son tres promesas: 

Va la primera: NO INTENTARÉ QUE CAMBIES. Si tu otro no es exactamente como querés seguro que ya trataste de que sea diferente. El otro también intentó cambiarte para que seas como necesita. Y ninguno de los dos pudo, ¿no es cierto? Es que obligar a alguien a no ser como es es un juego dañino, irrespetuoso que produce frustración, porque ese cambio no sucede. Uno y otro, los dos, ven que no pueden cambiar al otro, el resentimiento crece, la convivencia se corroe y la va volviendo un infierno.

La mala noticia que tengo es que nadie puede cambiar a nadie. El solitario ama la soledad y no se siente cómodo entre mucha gente. El sociable ama estar con otros y evita la soledad. Pedirle a un solitario que quiera estar con gente o a un sociable que quiera estar solo, es pedirles algo que difícilmente puedan hacer porque contraría sus naturalezas. Y así con todas las cosas. La primera es entonces: no intentaré que cambies.

La segunda promesa es: NO CREERÉ QUE ME LO HACÉS A MI. Cada uno es como es, hace lo que puede, incluso me atrevo  a decir que hace lo más que puede. Si tu otro no domina el arte de la conversación, es silencioso y poco elocuente, esperar que hable, es esperar algo que difícilmente sucederá. Y no te lo hace a vos. Es así. No le sale hablar, no está cómodo hablando, no es que no quiere hablar con vos, es que el momento de hablar puede serle angustiante porque no está entrenado en hacerlo. Creés que te lo hace a propósito, por pura maldad, que no le importás, que ya no te quiere. Y las más de las veces, no es así. Es que hablar no es lo suyo y difícilmente cambie. Le estás pidiendo peras al olmo, y ningún olmo da peras. No te lo hace a vos. Es así. No es contra vos, por eso es tan importante tu promesa en el pago del peaje de no creer que te lo hace a vos, que lo aceptás cómo es. 

Ver que no se lo hace a uno es liberador, lo saca a uno de la queja, del reclamo, de la acusación porque se deja de esperar lo que el otro no tiene o no puede. La segunda promesa es entonces: no voy a creer que me lo hace a mí.

Y la tercera promesa es: NO ESPERARÉ A QUE ADIVINES. Si necesitás algo, pedilo. Los adivinos y videntes adivinan, las personas comunes no. El otro está igual que uno, tampoco pide, también espera ser adivinado. Cada uno en su propia burbuja, creyendo que el otro sabe qué necesitamos, qué estamos esperando y cuando no sucede, vienen el dolor, la queja, la acusación de “¿Cómo que no sabe? ¡tiene que saber! lo que pasa es que no me ve, no le importo”. No, lo que pasa es que no adivina, si no decimos claramente lo que queremos, no lo sabe. Si no nos dice claramente lo que necesita no lo sabemos. Esperar que adivine es una perversa prueba de amor que no prueba amor sino la incapacidad del otro de adivinar. Es más realista, económico y efectivo pedir. La tercera promesa es no esperaré a que adivines.

Somos vulnerables, frágiles e imperfectos, esperamos ser reconocidos y satisfechos y perdemos de vista que al otro le pasa exactamente lo mismo, también espera ser reconocido y satisfecho. Y ojo que la matrícula no es opcional, es tan obligatoria como el cinturón de seguridad, nos protege de los accidentes de la vida y permite un viaje juntos amable, respetuoso y amoroso.

Y si no pagaste la matrícula al principio, siempre estamos a tiempo, capaz que es eso que creías que ya no funcionaba se reaviva con esta proposición tuya. Va de nuevo: 

me comprometo a 

  • no intentar cambiar al otro 

  • no creer que todo “me lo hace a mí” 

  • no esperar que adivine, pedir lo que necesito

El amor y la felicidad. En "Vivir en pareja".

4 de marzo de 2022. Primer columna en el programa Le doy mi palabra conducido por Alfredo Leuco.

Voy a empezar a hablar, como carátula de la columna, del amor y la felicidad.

Mirá lo que me dijo María Marta: “No soy feliz. No tengo ganas de nada, mi marido no me habla, no me pregunta cómo estoy ni me cuenta nada, soy como un mueble para él, algo que está en la casa pero es transparente, siento que no le importo, que no existo ya como mujer ... ¿será que ya no me quiere? encima yo también dudo, no sé si lo quiero …”. Su voz, su gesto, eran de una desilusión y una tristeza infinitos. En su trabajo estaba bien, con sus hijos también, su infelicidad venía porque no se sentía amada por su marido.

Es que el amor y la felicidad vienen en un mismo paquete y la felicidad, pero de un solo tipo de amor, el de pareja, el que pone brillo en los ojos y te hace creer que todo es posible, que seremos felices eternamente. 

Pero resulta que no es eterno, es como las estrellitas que encendíamos en las noches de navidad y año nuevo y que mirábamos embelesados haciéndolas bailar pero que se apagaban demasiado rápido. María Marta, como tantos de nosotros, tenía esa estrellita en la mano ya sin luz y se preguntaba qué pasó, ¿dónde fue esa luz? ¿por qué se apagó si le habían prometido que estaría encendida siempre?

Un día conocés a alguien, se miran y les gusta lo que ven. Vemos a un otro que nos gusta y al mismo tiempo nos gusta ver que nos mira como nos gusta que nos vean. El amor se despierta en ese juego de seducción y conquista que promete un oasis de placer eterno. Se enciende la pasión que ahora es todo el cuerpo, estamos enamorados y ese otro es la llave de nuestra felicidad.

Y nos tomamos del brazo para caminar juntos, compartir la mesa y la cama, los desayunos y las cenas, el lavarropas y la heladera. Vamos tomados del brazo, construyendo, la vista al frente, uno al lado del otro y sin darnos cuenta, dejamos de mirarnos. Y un día, como dice la canción de la apertura de la columna, nos damos cuenta de que nos dejamos de ver ¿qué nos pasó? ¿No era que si vivíamos juntos seríamos felices? ¿y por qué no somos felices? 

Vivir en pareja es un desafío cotidiano. Creíamos que el amor lo podía todo, que si hay amor todo lo demás se arregla y que la estrellita seguirá brillando siempre. Tanto bolero y novela romántica nos metió en la cabeza que el amor basta. Pero vivir juntos es una empresa que necesita acuerdos como cualquier empresa, pero más acá porque su producto es que sus dos socios sean felices.

¿Y cuáles son los ingredientes de la felicidad? Reconocimiento y aceptación, estímulo y valoración, seguridad y paz. Fijate que no digo sexo o pasión no porque no importe, buen sexo importa pero sentirse bien necesita del diálogo franco, los modos amables, la escucha abierta. El amor no basta, hay que ponerle ganas porque, y lo digo de nuevo, los caminos que llevan a la felicidad son el reconocimiento y la aceptación, el estímulo y la valoración, la seguridad y la paz. 

Por eso voy a hablar del amor. Pero no de esa cajita mágica con mariposas de colores y estrellitas brillantes que tiene una vida breve y nos deja frustrados y desilusionados creyendo que quedó vacía. ¿Sabés qué? no es así. Hay más, mucho más y junto con Maria Marta la abrimos de nuevo a ver qué otras cosas había. Te lo digo yo que lloré tantas veces creyendo que la cajita estaba vacía enceguecida por una idea del amor que lo reduce a los primeros momentos de sexo y pasión. Cuando empecé a abrir con otros ojos la cajita romántica vi que había mucho más… esto es lo que quiero contarle a tu audiencia. 




María Marta enuncia una carencia que es muy común en las parejas convivientes después de un tiempo. Siempre digo que después de algunos años de vivir juntos todo matrimonio se convierte en incesto. Ese otro del que nos habíamos enamorado pasa a ser parte de nuestra familia, alguien querido, conocido, previsible, habitual, que siempre está ahí, que suele decir las mismas cosas, ubicarse en los mismos lugares, tener las mismas actitudes e intereses y todo aquello que nos enamoró parece haberse evaporado. ¿Dónde quedó? ¿Cómo es posible que la misma persona de la que nos enamoramos, que siguió siendo igual, nos desenamoró?

Y se abren una pila de preguntas. ¿Qué es el amor? ¿Es solo la pasión del comienzo? ¿El enamoramiento que te llena la panza de mariposas se gasta, las mariposas se cansan y se van? ¿Es verdad que la rutina mata al amor? ¿Es mala la rutina? ¿Y la felicidad? ¿Por qué parece escaparnos de las manos? ¿Es algo que hicimos nosotros o la culpa la tiene ese otro con quien convivimos que no nos quiere como queremos que nos quiera, que no nos mira como queremos que nos mire, que no nos dice lo que queremos que nos diga ni nos da lo que queremos que nos de? ¿Y nosotros? ¿Lo queremos como necesita que lo queramos, lo miramos como necesita ser mirado, le damos lo que necesita que le demos? 

Ya sé que en la pareja la culpa siempre la tiene el otro. Nunca nosotros. Ese otro pérfido y cruel que disfruta haciéndonos daño y negándonos justo eso que necesitamos y que sabe que tanta falta nos hace. Lo hace a propósito. 

La queja de María Marta es la queja de muchos que creían que la pareja iba a ser un oasis eterno y descubren defraudados que no es un camino liso, asfaltado y con indicaciones claras sino a veces un lugar con accidentes, que requiere trabajo, cuidado y atención, que no florece todo el año sino de a ratitos y lleno de trampitas que no sabemos como desactivar. Vivir en pareja nos desafía con todas estas cuestiones porque hemos sido educados con la ilusión de que el amor todo lo puede y que si no se está pudiendo es que ya no hay amor. Y no es así.