Preguntar y pedir, dos pes mágicas

Columna de Vivir en pareja, en radio Mitre, para el programa Le doy mi palabra de Alfredo Leuco. 22 de abril 2022

Hay dos pes que abren casi cualquier cerradura: preguntar y pedir.

Nos creemos que porque vivimos juntos el otro sabe exactamente lo que queremos, lo que necesitamos, que no lo tenemos que decir porque si nos quiere de verdad lo adivina. Y claro, si no nos adivinó, si no la pegó exactamente con lo que estábamos esperando, es que no nos quiere, que no le importamos, y nos quejamos, nos enojamos, y empieza la rueda que todos conocemos. 

¿Y sabés qué? ni tu pareja ni nadie puede adivinar. Y te digo más. No solo no adivina, sino que no siempre está pensando en nosotros. Y como no venimos con subtítulos, si no adivina, si tiene sus propias preocupaciones, al no tener un subtítulo, la mayor parte de las veces no tiene idea de qué es lo que estamos esperando que haga. Creer que el otro está pendiente de uno, que tiene la capacidad de adivinar lo que nos hace falta, es asegurarse el camino a la frustración. 

Hay otro camino. Pedir. Es mucho más fácil. “Tengo ganas de contarte cómo  resolví ese problema que tenía en el trabajo ¿tenés ganas de oírme?” “Me siento bajoneada, ¿Me acompañás a dar una vuelta?”, “¿ya sabés lo que me vas a regalar para mi cumpleaños? ¿Querés que te diga lo que me gustaría?”. No se nos cae ninguna corona si pedimos. Hasta por ahí le hacemos un favor al otro que, como no adivina, no entiende por qué algo que hace o no hace nos puso mal y se siente mal porque no pega una. Pedir. Pedir lo que necesito, lo que me hace falta, pero pedirlo en serio, no reclamar o quejarte. Pedir.

Y la otra p que abre cualquier cerradura es preguntar. Tampoco nosotros tenemos la capacidad de adivinar pero muchas veces damos por cierta alguna idea que nos hacemos y estamos convencidos de que sabemos por qué hace o no hace lo que debe ese otro empeñado en contradecirnos. No estemos tan seguros. Casi nunca sabemos por qué. Aunque estemos juntos hace años, no demos por sentado que el otro es transparente y que tenemos la bola de cristal y que sabemos perfectamente por qué hace o no hace lo que debe. Y casi siempre creemos que es a propósito, por supuesto. A veces tal vez sí, pero las más de las veces estas suposiciones son cosas nuestras que no tienen nada que ver con el otro. Y reaccionamos ante esas ideas como si fueran la verdad revelada. Pero, como no es seguro que estemos en lo cierto, es más inteligente preguntar antes de sufrir por lo que uno se imaginó. “¿Qué me quisiste decir?” “¿La cosa es conmigo?” “te veo con preocupación ¿pasó algo?” “a ver si entendí bien, ¿lo que me dijiste es tal cosa ?” 

Preguntar antes de reaccionar y pedir antes de sentirnos frustrados. Dos llaves maestras que evitan malos entendidos, penurias, confusiones, atribuciones y  discusiones. Tené a mano las dos p en tu cajita de conductas que te mejoran la vida. Haceme caso: es simple, fácil, económico y funciona: preguntar y pedir.