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Pagar matrícula para "Vivir en pareja"

Columna del 11 de marzo de 2022 para el espacio “Vivir en pareja” de Le doy mi palabra programa de radio Mitre conducido por Alfredo Leuco en Radio Mitre.

¡Listo! ¡Te enamoraste! Encontraste tu media naranja y deciden vivir juntos esperando que será siempre un jardín florido, el clima eternamente templado, sin tormentas y si las hay van a ser pasajeras, cada mañana será un nuevo renacer y en cada noche arderán en deseos y amor pasional. 

Ponele unos violines de fondo, claro. 

¿Sabes qué? No nacimos el uno para el otro, no somos la media naranja de nadie. ¡Cuánto daño nos hicieron estos mitos irreales y tramposos! Nos engañaron con lo de la felicidad eterna y no nos dijeron que había que pagar una matrícula para convivir con un otro que nunca es exactamente como nos gustaría y ahí empiezan los problemas y las penurias. 

En lugar de jurarnos amor y fidelidad eternos, habríamos podido anticipar todo pagando la matrícula de la convivencia. 

Son tres promesas: 

Va la primera: NO INTENTARÉ QUE CAMBIES. Si tu otro no es exactamente como querés seguro que ya trataste de que sea diferente. El otro también intentó cambiarte para que seas como necesita. Y ninguno de los dos pudo, ¿no es cierto? Es que obligar a alguien a no ser como es es un juego dañino, irrespetuoso que produce frustración, porque ese cambio no sucede. Uno y otro, los dos, ven que no pueden cambiar al otro, el resentimiento crece, la convivencia se corroe y la va volviendo un infierno.

La mala noticia que tengo es que nadie puede cambiar a nadie. El solitario ama la soledad y no se siente cómodo entre mucha gente. El sociable ama estar con otros y evita la soledad. Pedirle a un solitario que quiera estar con gente o a un sociable que quiera estar solo, es pedirles algo que difícilmente puedan hacer porque contraría sus naturalezas. Y así con todas las cosas. La primera es entonces: no intentaré que cambies.

La segunda promesa es: NO CREERÉ QUE ME LO HACÉS A MI. Cada uno es como es, hace lo que puede, incluso me atrevo  a decir que hace lo más que puede. Si tu otro no domina el arte de la conversación, es silencioso y poco elocuente, esperar que hable, es esperar algo que difícilmente sucederá. Y no te lo hace a vos. Es así. No le sale hablar, no está cómodo hablando, no es que no quiere hablar con vos, es que el momento de hablar puede serle angustiante porque no está entrenado en hacerlo. Creés que te lo hace a propósito, por pura maldad, que no le importás, que ya no te quiere. Y las más de las veces, no es así. Es que hablar no es lo suyo y difícilmente cambie. Le estás pidiendo peras al olmo, y ningún olmo da peras. No te lo hace a vos. Es así. No es contra vos, por eso es tan importante tu promesa en el pago del peaje de no creer que te lo hace a vos, que lo aceptás cómo es. 

Ver que no se lo hace a uno es liberador, lo saca a uno de la queja, del reclamo, de la acusación porque se deja de esperar lo que el otro no tiene o no puede. La segunda promesa es entonces: no voy a creer que me lo hace a mí.

Y la tercera promesa es: NO ESPERARÉ A QUE ADIVINES. Si necesitás algo, pedilo. Los adivinos y videntes adivinan, las personas comunes no. El otro está igual que uno, tampoco pide, también espera ser adivinado. Cada uno en su propia burbuja, creyendo que el otro sabe qué necesitamos, qué estamos esperando y cuando no sucede, vienen el dolor, la queja, la acusación de “¿Cómo que no sabe? ¡tiene que saber! lo que pasa es que no me ve, no le importo”. No, lo que pasa es que no adivina, si no decimos claramente lo que queremos, no lo sabe. Si no nos dice claramente lo que necesita no lo sabemos. Esperar que adivine es una perversa prueba de amor que no prueba amor sino la incapacidad del otro de adivinar. Es más realista, económico y efectivo pedir. La tercera promesa es no esperaré a que adivines.

Somos vulnerables, frágiles e imperfectos, esperamos ser reconocidos y satisfechos y perdemos de vista que al otro le pasa exactamente lo mismo, también espera ser reconocido y satisfecho. Y ojo que la matrícula no es opcional, es tan obligatoria como el cinturón de seguridad, nos protege de los accidentes de la vida y permite un viaje juntos amable, respetuoso y amoroso.

Y si no pagaste la matrícula al principio, siempre estamos a tiempo, capaz que es eso que creías que ya no funcionaba se reaviva con esta proposición tuya. Va de nuevo: 

me comprometo a 

  • no intentar cambiar al otro 

  • no creer que todo “me lo hace a mí” 

  • no esperar que adivine, pedir lo que necesito