¡Atención al déficit de atención! De la patología a la neurodiversidad

Hay personas inteligentes, emprendedoras y creativas que se distraen con facilidad, les cuesta focalizar, planificar y hacer cosas que requieren un esfuerzo continuado, que se olvidan las instrucciones más sencillas. No entienden qué les pasa. Se acusan, y los acusan, de dejadez, egoísmo, pereza, desinterés y, aunque traten de adaptarse, disimulando y enmascarando, se descubren, otra vez, pensando en otra cosa, distraídos y procrastinando. Creen que es cosa de ajustar la voluntad y el esfuerzo y, cuando no lo consiguen, la frustración y la vivencia de fracaso los abruma con las consecuencias que uno puede imaginar de malestar, angustia y depresión.

Esto que muchas veces parece un problema de mala voluntad, desinterés, un defecto o una patología, podría ser evidencia de TDAH (trastorno por déficit de atención con hiperactividad, en inglés ADHD Attention-Deficit/Hyperactivity Disorder). 

¿Es un defecto? ¿Es cuestión de esfuerzo? ¿Es una patología?

¿Defecto o condición? Las características de las personas neurodivergentes suelen ser vistas como aspectos defectuosos que deben ser corregidos con esfuerzo y voluntad.

Veamos qué sucede con otra condición. Si sabemos que alguien tiene, por ejemplo,  un déficit auditivo, no lo tomaremos como un defecto ni pensaremos que no se esfuerza lo suficiente, haremos lo necesario para que no resulte un obstáculo en su interacción con otra gente, no le indicaremos que debe prestar más atención porque sabemos que no se trata de eso sino de que no oye bien y le resulta incómodo preguntar una y otra vez ¿qué dijo? con lo cual se queda fuera de muchas conversaciones. La hipoacusia es aceptada como una condición ante la cual debemos adaptarnos, una condición física que no desaparece con buenos consejos.

Lo mismo pasa con una persona con TDAH, un neurodivergente. Esta condición está siendo diagnosticada hace poco tiempo y se estima que la tiene entre el 5 y el 7% de personas en el mundo, 1 de cada 40 adultos. No es voluntario ni es un defecto ni una patología. Percibe el mundo de manera diferente al de los neurotípicos porque su conformación cerebral modifica ciertos aspectos de la percepción y de las conductas. 

¿Qué es la neurodiversidad? Fue descripta por Judy Singer en 1998 (*) y comprende un espectro de condiciones neurológicas que, aunque alejadas parcialmente de la “normalidad” de los neurotípicos, no son un defecto, son una diferencia. Los humanos no somos todos iguales y la neurodiversidad es una de las diversidades que nos diferencia a unos de otros. Integran el espectro de las neurodivergencias los autismos, los TDAH, las dislexias y las dispraxias formuladas en plural porque cada una de estas condiciones se expresa de manera particular en cada una de las personas, no son homogéneas ni comprometen las mismas áreas de la vida. Aunque se las reconoce típicamente en la infancia, persisten enmascaradas en la vida adulta y han permanecido subdiagnosticadas, estigmatizadas e incomprendidas. Comprendidas y bien encaradas permiten una vida plena. 

¿Qué es el TDAH? Entre las neurodivergencias, la más habitual es el TDAH, condición neurobiológica que afecta el funcionamiento del cerebro especialmente en áreas relacionadas a la atención, al control de impulsos, al manejo del tiempo  y a la regulación de las emociones. Las manifestaciones son diferentes en cada persona, varían en calidad, intensidad y frecuencia. El espectro puede incluir hiperactividad o impulsividad, dificultades en la atención y la organización, alteraciones en la percepción de las demandas e instrucciones, memoria errática y ceguera temporal que determina dificultad para terminar las tareas o llevarlas a cabo cuando implican planificación y mucho tiempo. 

Las personas con TDAH no tienen conductas homogéneas pero todos viven presos de la dificultad para enfrentar desafíos en el trabajo, en sus relaciones y en su vida cotidiana. 

Si desconocen su condición creen que se trata de fallas personales y se acusan, y son acusados, de falta de voluntad, pereza, comodidad, egoísmo, reactividad y mala disposición. Acusaciones que resultan en baja autoestima, sensibilidad al rechazo, pensamientos intrusivos, problemas de sueño, procrastinación, alta sensibilidad emocional y sensorial, agotamiento mental y burnout. 

La ceguera temporal, esa dificultad para percibir el tiempo de manera lineal y continua, determina que tengan solo dos percepciones del tiempo: “ahora” (intenso-ya) y “no ahora” (distante-nunca). Por eso les es tan difícil planificar, gestionar el tiempo apropiadamente y cumplir con los plazos correspondientes. 

El enmascaramiento -masking- es el recurso de los adultos con TDAH para ocultar, avergonzados, los síntomas con comportamientos aprendidos: fingir interés por algún tema, mirar fijamente a los ojos como si prestaran atenciòn, copiar alguna conducta social, forzarse a prestar atención pero estar desconectados, ocultar los propios intereses para no hacerse notar, decir que “sí” o “entendí” para no quedar expuestos, aceptar propuestas y olvidarse de haberlo aceptado con lo cual suelen cancelar planes a última hora. Esta necesidad de fingir y la sensación de estar siempre en falta produce gran desgaste emocional y genera serios problemas en las relaciones porque son personas en las que “no se puede confiar porque se olvidan de todo, no les importa nada”.

La TDAH se debe básicamente a la alteración de la función ejecutiva y a una escasez de dopamina. 

La función ejecutiva regida por el lóbulo frontal localizada en el área prefrontal, está alterada por lo cual les es difícil autorregular su conducta, planificar, organizar y hacer tareas que requieren esfuerzo continuado y más cuando son aburridas. Les cuesta establecer metas a largo plazo, priorizar tareas, mantener la atención, recordar información, seguir instrucciones, controlar impulsos. Emprender una tarea poco interesante les es abrumador, pero cuando se ocupan de algo que les gusta es frecuente que hiperfocalicen, se sumerjan totalmente en la tarea y olviden el mundo circundante. 

Dopamina. La dopamina es un neurotransmisor que activa circuitos particulares del cerebro especialmente los de recompensa. La esperada gratificación es el motor cerebral de nuestras conductas y decisiones, especialmente las de largo plazo. Las personas neurotípicas segregan dopamina mientras realizan una actividad placentera y también cuando la anticipan aunque no sea instantánea, se mantiene la motivación inicial relacionada con el placer remoto, la recompensa distante en el tiempo. Con menos dopamina circulando el proceso está alterado en las personas con TDAH, contraído el mundo visual y temporal y debido a su ceguera temporal, el largo plazo no existe. El necesario circuito de la recompensa, motivador de toda acción, cuando es distante debido a que la actividad es rutinaria, repetitiva o poco interesante, diluye rápidamente la atención hasta desaparecer, se pierde el foco y son presos de distractores que les hacen perder el rumbo. Al mismo tiempo, cuando algo les interesa o lo disfrutan, cuando ese placer es la recompensa instantánea, su capacidad de concentración es mayúscula llegando hasta la hiperfocalización y un altísimo grado de eficiencia. 

No todo son malas noticias. El cerebro es neuroplástico, tiene la capacidad de adaptarse y cambiar, las neuronas pueden formar nuevas conexiones, reorganizarse y fortalecerse en respuesta a la experiencia, al aprendizaje y al entorno. Ello permite que las personas neurodivergentes puedan aprender a convivir con su condición,  a manejar los síntomas

con las estrategias adecuadas, a adaptarse y mejorar las funciones cerebrales y las conductas consecuentes. 

Entender el proceso desde el punto de vista de la salud, dejar de verlo como un defecto o una patología, es el camino indicado para enfocar el TDAH, como varias otras neurodivergencias neurológicas divergentes como un aspecto de la diversidad humana. Hace un mundo de diferencia para las personas que conviven diariamente con esta condición que dejarán de sentirse en falta, dejarán de acusarse de pereza o mala voluntad, recuperarán su autoestima, saldrán de la angustia que les ha acompañado toda su vida y aprenderán a manejarse en formas más previsibles y organizadas.

Algunos estudios indican que las personas con TDAH ven aspectos positivos en su condición, tales como creatividad, energía, determinación, hiperfocalización, refocalización veloz, mirada no convencional (pensar out of the box, ven cosas que otros no ven, diferentes perspectivas), percepción de patrones, respuesta veloz cuando es necesaria, curiosidad, disfrute de desafíos, valentía, flexibilidad, empatía, sensibilidad, espontaneidad. Junto a las características divergentes, una persona con TDAH puede ser inteligente, creativa, enérgica, valiente, bondadosa, curiosa, aventurera, amigable, romántica, sincera, apasionada, generosa, empática, divertida, auténtica, positiva, intuitiva, inspiradora, resiliente, desafiante, influyente, humilde, una persona con quien puede dar gusto estar, compartir trabajo y vida social. 

¿Qué hacer? Hay profesionales especializados que conocen la condición y saben cómo ayudar, tanto proveyendo de la medicación adecuada cuando es necesaria como instruyendo técnicas de terapia cognitivo-conductual con estrategias para encontrar el modo en que la condición les sea beneficiosa. Una vez conocida su condición, la persona con TDAH podrá aceptarse, dejar de acusarse, explicar de qué se trata y aprender a controlar lo que le impide hacer lo que quiere o necesita para desplegar  sus valores y características positivas. Una de las personas entrevistadas en el estudio mencionado dijo: “El camino hacia mi diagnóstico de TDAH fue largo y cruel. Si lo hubiera sabido antes, si me hubiera conocido mejor, no habría sufrido ese dolor todos estos años y habría vivido mucho mejor”. 

(*)  Singer J. “NeuroDiversity: the birth of an idea”. Australia.