Jugando con Chat GPT

Le pedí una autobiografía. Héla aquí:

Diana Wang – Lo que me trajo hasta acá

Nací en Polonia en 1945, hija de sobrevivientes de la Shoá. En 1947, llegamos a la Argentina: mis padres traían a cuestas el peso de lo irreparable y, al mismo tiempo, la fe en un futuro posible. Esa dualidad —el dolor y la esperanza conviviendo— fue mi cuna. Y con el tiempo, también se volvió mi brújula.

Me crié en Buenos Aires, entre el silencio denso de los adultos, las inclaudicables ganas de vivir y la intuición de que había historias que no se contaban. Estudié Psicología para comprender esos silencios, como convivir con ellos y me especialicé en vínculos y terapia de pareja. Quise entender qué nos pasa con el amor, con los otros, con la necesidad de ser vistos y a la vez protegidos, la sed por ser reconocidos y también el ansia de la soledad.

Tengo casi ochenta años. Y desde esta edad, que me permite mirar con menos miedo y más compasión, puedo decir que la sabiduría no es saberlo todo, sino aceptar la fragilidad humana. Asumir que no todo se logra, que hay sueños que se frustran, que la incertidumbre no se vence: se abraza.

A los cincuenta, algo cambió. El atentado a la AMIA en 1994 me impulsó a dejar de mantener la memoria de la Shoá en el terreno íntimo y hacerla pública y compartida. Junto a otros hijos de sobrevivientes fundé Generaciones de la Shoá en Argentina, impulsé proyectos educativos como los Cuadernos de la Shoá y El Proyecto Aprendiz, y trabajé activamente en el Museo del Holocausto de Buenos Aires. Escribí libros sobre sobrevivientes, acompañé testimonios, y encontré allí una forma de reparación, tanto individual como colectiva.

También publiqué libros sobre relaciones de pareja y vínculos, y desde hace años escribo artículos en medios como Clarín y La Nación, además de compartir reflexiones en mis redes sociales, donde dialogo con miles de personas sobre temas de amor, memoria, identidad y convivencia.

Mi activismo se amplió con el tiempo. Soy parte de FACA (Foro Argentino contra el Antisemitismo), un espacio necesario frente al resurgimiento del odio y la intolerancia. Y puedo decir con certeza que mi identidad judía, que durante muchos años fue un susurro, se convirtió en una afirmación plena. El horror del antisemitismo que seguía vivo me despertó, me interpeló, me llamó a decir “yo también” y “yo estoy”.

En lo personal, me casé dos veces y formé una familia que, como toda familia real, está hecha de amor, enredos y reinvenciones. Mis dos hijos, junto con los dos hijos de mi esposo, me dieron nueve nietos que son mi alegría constante y mi conexión con lo que viene.

Hoy sigo trabajando como terapeuta. Pero también leo policiales, me entrego al placer del dolce far niente sin culpa y tengo una vida activa y estimulante, porque aprendí que no todo es para producir: algunas cosas son solo para habitar.

Soy una mujer hecha de historia, de preguntas, de incertidumbres que fui aprendiendo a mirar más y más cariñosamente. Una mujer que aprendió a hablar desde el corazón, incluso cuando tiembla. Porque si algo sé, después de todos estos años, es que la memoria —como el amor— solo existe cuando se comparte.


1. Versión para solapa de libro (aprox. 80-100 palabras):

Diana Wang es psicóloga, escritora y activista por la memoria. Nacida en Polonia en 1945, hija de sobrevivientes de la Shoá, vive en Buenos Aires desde 1947. Es cofundadora de Generaciones de la Shoá en Argentina y ha impulsado proyectos educativos y de transmisión testimonial. Publicó libros sobre relaciones de pareja, memoria e identidad, y colabora en medios como Clarín y La Nación. Es conferencista TEDx y participa en espacios como FACA y la IHRA. Actualmente continúa su labor como terapeuta y participa activamente en las redes sociales.

2. Versión para redes sociales (bio corta tipo Instagram/Twitter/LinkedIn):

Psicóloga. Escritora. Activista por la memoria. Fundadora de Generaciones de la Shoá. TEDx speaker. Columnista y terapeuta de vínculos. Hablando de amor, identidad y humanidad.

3. Versión para presentaciones públicas o eventos (para que lean al presentarte):

Diana Wang es psicóloga especializada en vínculos y vida en pareja, escritora y activista por la memoria del Holocausto. Nacida en Polonia en 1945 y radicada en Argentina desde 1947, es cofundadora de Generaciones de la Shoá, miembro de FACA e integrante del capítulo argentino de la IHRA. Ha publicado libros, participado en documentales y dado charlas TEDx. Es columnista en medios nacionales sobre temas relativos a derechos humanos y convivencia y sigue trabajando como terapeuta.

Le pedí un perfil exterior:

Diana, tu presencia digital revela una vida profundamente entrelazada con la memoria, la identidad y la transmisión intergeneracional. Como hija de sobrevivientes del Holocausto, nacida en Polonia en 1945 y radicada en Argentina desde 1947, tu historia personal se convierte en un puente entre el pasado y el presente. Eres psicoterapeuta especializada en vínculos familiares, escritora y activista de la memoria, roles que desempeñas con una sensibilidad que trasciende lo profesional para tocar lo existencial.  

Tu energía: una llama serena y persistente

La energía que proyectas es la de una llama que no busca deslumbrar, sino iluminar con constancia. En tus columnas para La Nación, Clarin e Infobae, abordas temas como el antisemitismo, la memoria y la ética y cuestiones relativas a la convivencia en sociedad con una voz que es a la vez firme y compasiva. No escribes desde la indignación pasajera, sino desde una reflexión profunda que invita a la acción consciente. 

Fortalezas: profundidad, coherencia y legado

Tu fortaleza radica en la coherencia entre tu historia personal y tu labor profesional. Has convertido tu experiencia de vida en una fuente de sabiduría que compartes a través de la escritura, la psicoterapia y la participación en organizaciones como el Museo del Holocausto de Buenos Aires y la World Federation of Jewish Child Survivors. Tu capacidad para abordar temas complejos con claridad y empatía te convierte en una figura de referencia en la preservación de la memoria colectiva. 

Debilidades: el peso de la memoria

Sin embargo, esta misma profundidad puede convertirse en una carga. La constante inmersión en el dolor histórico y en las heridas del pasado podría generar un desgaste emocional. El compromiso con la memoria, aunque noble y necesaria, puede dificultar el disfrute pleno del presente lo que te anima, aunque no siempre, a dejar descansar tu misión y abrirte a nuevas experiencias que no estén marcadas por el sufrimiento.

Contradicciones internas: entre el deber y el deseo

Percibo en ti una tensión entre el deber de recordar y el deseo de vivir más allá del pasado. Tu trabajo es un acto de amor hacia quienes te precedieron, pero también podría ser una forma de postergar aspectos de tu propia individualidad. Esta dualidad entre la responsabilidad histórica y la búsqueda personal de sentido es una constante en tu narrativa.

Pasiones ocultas: la belleza en lo cotidiano

Aunque tu enfoque público se centra en la memoria y la ética, intuyo una sensibilidad estética que busca la belleza en lo cotidiano. Quizás encuentres placer en la música, la literatura o el humor, no solo como formas de expresión, sino como refugios que te permiten reconectar con la alegría y la esperanza.

Proyección hacia los demás: guía y espejo

Para quienes te rodean, eres una guía que ofrece no solo conocimiento, sino también contención emocional. Tu capacidad para escuchar y comprender convierte tus interacciones en espacios de transformación. Eres un espejo que refleja tanto las luces como las sombras, invitando a una introspección que enriquece a quienes te conocen.

Reflexión final

Diana, tu vida es un testimonio de resiliencia y compromiso. Has elegido convertir el dolor en aprendizaje y la memoria en acción. Sin embargo, es importante recordar que también mereces espacios de ligereza y disfrute. Permítete, de vez en cuando, soltar el peso del pasado para abrazar la plenitud del presente.


Le pedí un mensaje para dejarle a mi hijos y nietos:

Queridos hijos, queridas nietas y queridos nietos:

Si están leyendo esto, es porque el tiempo sigue su curso y quise dejarles algo que no caduca: un pedazo de mi alma.

Mi historia no empezó conmigo, sino con los que vinieron antes —con el dolor y la esperanza de quienes sobrevivieron para que yo pudiera nacer. Cargué con esa memoria no como una carga, sino como una brújula. La memoria no es mirar hacia atrás: es saber de dónde venimos para poder caminar con sentido.

A ustedes les dejo eso: no una lista de heridas, sino un compromiso con la dignidad. Les dejo la certeza de que incluso en la oscuridad, el ser humano puede elegir la luz. Que la compasión no es debilidad, y que recordar no es quedarse atrapado, sino construir raíces firmes desde donde florecer.

Ojalá que cada uno de ustedes encuentre su propia voz, pero que esa voz siempre sepa escuchar. Que defiendan la verdad incluso cuando duela. Que se animen a amar sin miedo y a soltar cuando sea necesario. Que sean libres, no porque se olvidaron del pasado, sino porque lo honraron y lo transformaron.

Y no se olviden de reír. De celebrar. De bailar. La vida no es solo sobrevivir. Es, también, animarse a vivirla entera.

Con todo mi amor,

Mamá / Babu/ Diana


Le pedí que lo haga más poético:

A mis hijos, a mis nietos, a quienes aún no nacieron pero ya me sueñan:

No nací sola, vine con voces detrás.

Con susurros que cruzaron océanos, con nombres que el viento no quiso olvidar.

Crecí entre sombras y luces, sabiendo que la memoria es un fuego:

quema, pero también alumbra. Y yo elegí alumbrar.

Les dejo eso, no un testamento de cosas,

sino un legado de gestos: la palabra justa,

la escucha atenta, el abrazo que no juzga.

Les dejo mi fe en la dignidad humana,

aunque la haya visto tantas veces herida.

Les dejo mi pasión por la verdad, aunque duela.

Les dejo mi obstinación por la ternura,

aunque el mundo a veces grite lo contrario.

No olviden reír.

No olviden cantar,

ni mirar el cielo como si fuera la primera vez.

Y cuando el dolor venga —porque vendrá—

háganle lugar, pero no le den la casa entera.

Sean quienes vinieron a ser.

Y cuando se pregunten de dónde vienen,

cierren los ojos. Ahí estoy.

—Diana

Mi mamá (la Baba 34 años), mi tía Eda, su marido y mi prima Fela en upa, mi abuela Lina, mi papá (35 años) y yo. Todos sobrevivientes de la Shoá. Foto en Cracovia 1946.

Femalism (*): The Mirror Image of Machismo

In a primary school in Buenos Aires, a group of seventh-grade boys created a WhatsApp chat that excluded the girls. “We’re tired of being labeled as harassers or sexist any time we do something they don’t like,” said one of them. Twelve-year-old boys.

The miniseries Adolescence offers, in four raw and devastating episodes, a stark portrait of the current state of gender relations among teenagers—something we, the adults responsible for them—parents, teachers, and authorities—seem to misunderstand or simply ignore. As a result, we are unsure of how we would even begin to address it.

But the phenomenon is not confined to youth. It is increasingly visible among adults as well. Married men, good fathers with no significant marital strife, speak of feeling imprisoned in their own homes—longing not for divorce, nor to abandon their children or financial responsibilities, but for liberation from the constant scrutiny, judgments, criticism, and expectations from family members which feels suffocating. They want the freedom to come and go without explanation, to maintain their space and habits—neat or messy—as they please, without being held accountable to anyone. Their yearning rarely centers on extramarital affairs, though some might include that in their personal sense of escape. At its core, it’s about the desire for autonomy and peace.

So, what is happening with men—boys, adolescents, and adults alike? What crisis are they experiencing? What has changed?

Masculinity, clearly, is under scrutiny. What it meant to “be a man” no longer holds. The feminist movement—decades in the making—has shifted cultural expectations and perspectives for both sexes. The traditional Western male identity, built on dominance and patriarchy, has lost its legitimacy. And rightly so. Feminist activism has led to a necessary and just cultural reckoning. But in recent years, the discourse has grown increasingly radical, rigid, and adversarial. Everything masculine has been equated with machismo, and as such, it is condemned, vilified, and rejected with such fervor that some have termed it feminazism. I prefer a different word: femalism.

Femalism is the counterpart of machismo—just as authoritarian, oppressive, and aggressive. Its extremism has fueled a backlash, a pendulum swing that has given rise to a growing masculine rebellion, now evident in the digital underworld known as the manosphere. This space channels a form of virulent, reactionary machismo that expresses deep hostility toward women. One offshoot is the incel movement—short for “involuntary celibates”—whose members accuse women of being dismissive, hyper-selective, and discriminatory. Some even justify or promote violence as a response.

Today’s men are expected to feminize their behavior—to be empathetic, emotionally aware, and gentle in their speech. They are urged to understand and respect that female desire operates differently, and to accept that. Most recognize the fairness in these demands and genuinely try to meet them—though doing so often clashes with their own biology, upbringing, or cultural conditioning.

They are also expected to bottle-feed babies, change diapers, attend pediatric appointments and parent-teacher meetings, cook, do laundry, and fully share child-rearing and household duties with their partners. These are entirely reasonable expectations in a world where women pursue careers and contribute to the household economy. Many men are successfully adapting without compromising their sense of masculinity. But for others, it does not come naturally. No matter what they do, it never seems enough. They feel perpetually inadequate. And because they are not women, they will never do things quite the same way. Expecting them to do so is a path toward frustration—for both sexes.

Men and women are not the same. We have the same rights to self-realization, but we arrive at those goals in different ways, shaped by our biology, our upbringing, and our cultures.

It may be time to talk seriously about masculinism. Just as femalism mirrors machismo in its rigidity and intolerance, a thoughtful masculinism could serve as a companion to feminism—a reexamination and positive redefinition of male identity that allows men to embrace their masculinity without shame, guilt, or fear.

The boys who reject interaction with their female classmates may be sending us a message. They are the men of tomorrow, and they are telling us something is broken. This is just a preliminary reflection—one I hope will be enriched and expanded by other voices.

Machismo and femalism both subject, wound, and distort us—men and women, boys and girls alike. Feminism taught us, as women, that we too have a right to the world—that we are not confined to being queens of the home.

This new behavior among men—this desire to live without the weight of constant observation and criticism—may signal the birth of a much-needed masculinism. A movement that would benefit from its own conceptual framework and thought leaders. Where are the male equivalents of Betty Friedan, Simone de Beauvoir, or Virginia Woolf? The time has come to free masculinity from its current cage and allow men to explore and develop their emotional, familial, and social selves—so that being a man, in all its complexity, will not be a struggle and becomes again a source of joy.

Diana Wang, March 2025

(*) Neologism for female supremacism


Hembrismo, la otra cara del machismo

En una escuela primaria de Buenos Aires, los varones de 7° grado armaron un grupo de whatsapp que excluía a las chicas. “Estamos cansados de que ante cualquier cosa que no les guste que hagamos vayan corriendo a la dirección y nos acusen de acosadores y machistas” dijo uno. Chicos de 12 años.

La miniserie “Adolescencia” muestra en 4 capítulos desgarradores una radiografía cruda de un estado de cosas entre varones y mujeres adolescentes, algo que parecemos desconocer sus adultos responsables, maestros, padres y autoridades y, en consecuencia, no sabemos cómo encarar. 

Pero no solo en los jóvenes. También se advierte en el mundo adulto. Hombres casados, buenos padres sin conflictos serios con sus esposas, denuncian sentirse en una especie de prisión de la que anhelan ser “liberados”. No se trata de divorcio, tampoco de perder la relación con sus hijos ni de dejar de proveer a su manutención en caso de que lo hagan. Quieren “liberarse” de la opinión, el juicio, la crítica y las expectativas de los miembros de su familia que les resultan abrumadoras. Quieren entrar y salir sin tener que dar explicación alguna, mantener el orden o el desorden que les gusta sin tener que adaptarse a lo que los demás les exigen, sin exigencias ni testigos. El anhelo no incluye necesariamente aventuras sexuales aunque para algunos puede ser parte del menú en este ansia de no tener que dar cuenta de nada.

Y he aquí la pregunta: ¿Qué está pasando con los hombres, niños, adolescentes y adultos? ¿Cuál es la crisis que están viviendo? ¿Qué cambió?

Obviamente en la actualidad la masculinidad está en cuestión. Aquello que era ya no es más. El movimiento feminista que necesitó casi un siglo para instalarse, cambió la perspectiva cultural y las expectativas de cada sexo. Lo que era “normal” la concepción masculina occidental, el machismo tradicional, caducó y sus características patriarcales de sometimiento y opresión hacia el mundo femenino dejaron de ser aceptadas. No hay dudas de que la lucha feminista hizo un trabajo exitoso en ese sentido pero, en los últimos años, las posturas se fueron extremando y se produjo un deslizamiento hacia un rígido fascismo con proclamas duras, beligerantes y radicales. Todo lo masculino era machista y, como tal, señalado, vilipendiado y despreciado con tanta violencia e intolerancia que algunos la llaman feminazismo. Yo prefiero llamarlo hembrismo

El hembrismo es la contracara del machismo, igualmente  autoritaria, opresiva y violenta. Fueron tan extremas sus posturas y demandas que llevaron, en una reacción pendular, a una rebelión masculina hoy visible en la manosfera. Resume un machismo radical misógino y hostil contra las mujeres. Uno de sus movimientos es el incel (abreviatura de involuntary celibate, "célibe involuntario") que acusa a las mujeres de selectivas, despreciativas y discriminadoras y, en algunos casos, justifican o fomentan la violencia contra ellas. 

A los hombres de hoy se les pide que “feminicen” su conducta, que sean empáticos, que conozcan y controlen sus emociones, que hablen delicadamente, que entiendan que el deseo sexual no se enciende igual en las mujeres y que lo acepten. Entienden y comparten la justicia de lo que se les pide y lo intentan aunque choque contra su biología, su crianza, la cultura mamada, con lo que tienen y pueden. También se espera que críen a sus hijos, les den la mamadera, les cambien los pañales, los lleven al pediatra y vayan a las reuniones de padres de la escuela, que hagan el lavado de la ropa, que cocinen, que compartan todas las tareas de la crianza y del hogar junto a su esposa en igualdad de condiciones. Requerimientos absolutamente lógicos en este mundo en el que las mujeres tenemos nuestros desarrollos personales, estamos incluidas en el mundo laboral y aportamos dinero a la economía familiar. Muchos hombres, están pudiendo hacer estas cosas sin que se resienta su masculinidad pero no siempre les es “natural”. Para algunos, hagan lo que hagan nunca es suficiente, no parece ser lo que se espera de ellos, se sienten permanentemente en falta. Nunca harán las cosas igual que las mujeres porque no lo son, esperarlo conduce inevitablemente a la frustración. Hombres y mujeres no somos iguales. Tenemos los mismos derechos a desarrollarnos en la vida pero no de la misma manera porque somos producto de nuestras biologías, crianzas y cultura. 

Va siendo hora de empezar a pensar en el masculinismo. Así como el hembrismo es la contracara del machismo y se le parece tanto en su rigidez e intolerancia, al feminismo inteligente debería acompañarlo el masculinismo, una relectura y una reivindicación de la condición viril que pueda ser vivida gozosamente, sin culpas ni reproches. 

Los chicos de primaria que no quieren tener nada que ver con sus compañeras son los hombres del futuro que nos están diciendo que esto así no funciona. Esta es una reflexión preliminar que espero sea complementada y aumentada por otras miradas. 

Machismo y hembrismo nos someten, nos violan y nos lastiman. A hombres y a mujeres. A niños y a niñas. A chicas y a chicos. El feminismo nos enseñó a las mujeres que también tenemos derecho al mundo, no somos solo las “reinas del hogar”. 

Esta conducta de los hombres que quieren vivir sin testigos, sin esa mirada acosadora que los culpa, tal vez anuncie que el tan necesario masculinismo está naciendo. Necesita construir y desarrollar un corpus conceptual acorde a los tiempos (¿donde están las Betty Friedan, las Simone de Beauvoir, las Virginia Woolf masculinas?) para liberar a la virilidad de esta especie de prisión que les permita desarrollar sus capacidades y anhelos, no solo en el tradicional área laboral, sino también en lo social y familiar para que ser hombres masculinos sea motivo de plenitud y gozo vital. 

Diana Wang, marzo 2025








Zelensky-Trump: A Difficult Conversation

From a communication perspective, the recent and unfortunate failed conversation between the two leaders highlights what needs to be considered when facing a difficult conversation.

Who are you talking to? What’s their personality like? Do you understand their strengths and weaknesses? What’s their position relative to yours? What’s the history between you? Where’s the meeting taking place? Who will be present? Will it be private or public? What do you need to achieve?

I won’t focus on Trump’s harsh, offensive, and humiliating response, but rather on Zelensky’s approach, since he was the one hoping for a productive conversation. It’s clear that the President of Ukraine walked into the meeting without fully considering or answering these critical questions.

Let’s break it down:

Who are you talking to? The President of the United States.
What’s his personality like? He’s used to giving orders, not taking them. Power is his ultimate goal, and he demands total control.
What are his strengths and weaknesses? He won’t tolerate advice or criticism. Every interaction is a battle for him, and he must come out on top. He’s unpredictable, provocative, and will say anything to feel dominant.
What’s the hierarchical dynamic? Both are presidents, but Trump leads the most powerful country on the planet.
What’s the history between you? The previous year, Zelensky expressed support for Kamala Harris in the U.S. elections, and Trump called him a dictator.
Where’s the meeting taking place? In the Oval Office of the White House, the seat of the U.S. presidency.
Who will be present? The president, the vice president, advisors, and journalists.
Will it be private or public? It will be public, filmed, and almost certainly go viral.
What do you need to achieve? Economic and military support to sustain the fight against the Russian invasion, along with help in planning a peaceful resolution.

In this context of significant vulnerability, Zelensky made the mistake of asking for help in a way that almost felt like a challenge: “You need it too… in times of war, everyone has problems, even you. You might not feel it now, but you will in the future.” He was asking for help, while also giving the U.S. president unsolicited advice! Trump?! How did Zelensky expect someone so arrogant, irritable, omnipotent, and narcissistic to respond? With a “Thank you, dear friend. I hadn’t realized. Thank goodness you’re here to show me why it’s in my best interest to help you”? Knowing Trump’s character, I can only imagine how he heard that: “You think you're above me? You don’t realize you’re not invulnerable? Do you think there won’t be consequences?”

The vice president quickly stepped in to defend Trump, reprimanding Zelensky for his lack of gratitude. We saw Trump’s fury ignite when, pointing his finger at Zelensky, he snapped: “You’re in no position to tell us what we should feel… you don’t have the cards on your side.”

It turned into a humiliating showdown—what looked like a defiant rooster being crushed by a brash, combative bull who put the challenger firmly "in his place."

If Zelensky had paused to answer these critical questions and maybe started with something like, “Thank you for having me and for what your country has already done to help us stop this invasion and keep us afloat. I’m here to ask for your help in ending this war in as dignified a way as possible…” and avoided interrupting Trump multiple times, maybe the conversation could have actually taken place. But in his desperation—and, I suspect, due to inadequate preparation—he walked into the meeting unprepared. And as a result, the clash occurred. Trump later underscored this when he said that “Zelensky didn’t seem like someone who wanted peace.”

Every difficult conversation requires thorough preparation. Without it, you risk turning a discussion into a hostile confrontation, which will derail any chance of reaching an agreement. This is a clear example of what can happen when preparation is neglected, and it offers valuable lessons for our own difficult conversations.

Published in La Nación.

Zelensky-Trump, una conversación difícil

Desde una perspectiva comunicacional, la reciente y lamentable conversación-que-no-fue entre los mandatarios muestra lo que se debe tener en cuenta al enfrentar una conversación difícil.

¿Con quién vas a hablar? ¿Cuál es su personalidad? ¿Conocés sus puntos débiles y sus fortalezas? ¿En qué posición jerárquica está respecto a vos? ¿Cuál es el antecedente entre ustedes? ¿Dónde será el encuentro? ¿Quién estará presente? ¿Será privado o público? ¿Qué es lo que necesitás lograr? 

No encararé la respuesta destemplada, ofensiva y humillante de Trump sino la conducta de Zelensky, el interesado en conversar. Da claramente la impresión de que el presidente de Ucrania se presentó al encuentro sin haber respondido adecuadamente estas preguntas clave. Veamos:

  • ¿Con quién vas a hablar? Con el presidente de los Estados Unidos.

  • ¿Cuál es su personalidad? Está acostumbrado a dar órdenes, nunca a obedecer, el poder es su objetivo fundamental y exige tener todo el control.

  • ¿Cuáles son sus puntos débiles y fortalezas? No tolera consejos ni críticas. Toda interacción es para él una lucha en la que debe prevalecer. Es impredecible y provocador, puede decir cualquier cosa con tal de sentirse dominante.  

  • ¿En qué posición jerárquica están? Ambos son presidentes, pero Trump lidera el país más poderoso del planeta.

  • ¿Cuál es el antecedente entre ambos? En el año anterior, Zelensky había expresado su apoyo a Kamala Harris en las elecciones de Estados Unidos. Trump lo llamó dictador.  

  • ¿Dónde será el encuentro? En el Salón Oval de la Casa Blanca, sede de la presidencia de los EE. UU.

  • ¿Quién estará presente? El presidente, el vicepresidente, asesores y periodistas.

  • ¿Será privado o público? Será público y estará filmado y seguramente viralizado.

  • ¿Qué es lo que necesitás lograr? Apoyo económico y militar para sostener la lucha contra la invasión rusa y ayuda para planificar una paz digna.

En ese contexto de enorme debilidad Zelensky cometió el error de pedir ayuda diciendo: “para ustedes también es necesario…en tiempos de guerra todo el mundo tiene problemas incluso ustedes, no lo sienten ahora pero lo sentirán en el futuro”. ¡Pedía ayuda y desafiaba al norteamericano con un consejo! ¡¿A Trump?! ¿Cómo esperaba que reaccionara alguien altanero, irascible, omnipotente y narcisista como él ? ¿Con un “gracias querido amigo, no me había dado cuenta, menos mal que me venís a decir por qué me conviene ayudarte”? Conociendo sus características puedo suponer que lo que decodificó fue algo así como: “¿Te hacés el que estás más allá? ¿no te das cuenta de que no sos invulnerable? ¿Creés que no vas a sufrir las consecuencias?”. El vice salió presuroso en su defensa y recriminó al osado la falta de agradecimiento. Vimos que se encendía la furia en Trump cuando, abalanzado sobre Zelensky con el dedo enhiesto, le espetó: “No estás en posición de decirnos lo que debemos sentir… no tenés las cartas a tu favor”. 

Fue un enfrentamiento humillante entre lo que parecía un gallito de riña desafiante siendo embestido sin piedad por un toro bravucón y pendenciero que puso al atrevido “en su lugar”. 

Si se hubiera planteado y respondido las preguntas del comienzo y tal vez haber empezado con un “Gracias por recibirme y por lo que tu país hizo hasta ahora por nosotros para que frenemos esta invasión y que nos mantengamos a flote. Vengo ahora a pedir ayuda para terminar con esta guerra de la manera más digna posible …” y si no lo hubiera interrumpido varias veces, quizás habría habido alguna oportunidad de que la conversación tuviera lugar. Pero, preso de su desesperación y, como sospecho, de una preparación insuficiente, fue a la guerra. Y la guerra sucedió. Trump lo subrayó cuando dijo más tarde que “Zelensky no parecía alguien que quería la paz”.

Toda conversación difícil requiere una exhaustiva preparación sin la cual se corre el riesgo de caer en un enfrentamiento hostil que impedirá conversar y tirará por la borda cualquier intento de acuerdo. Es un buen ejemplo de ello que nos puede ser útil para nuestra propias conversaciones difíciles.

Publicado en La Nación

¿Cómo pudieron?¿Cómo pudieron?¿Cómo pudieron?

Ariel y Kfir Bibas fueron estrangulados por sus captores gazatíes. 

¿Cómo pudieron?

En todas las formas de vida la protección de las crías, regulada por mecanismos neurobiológicos, es un imperativo que promueve el cuidado de los más vulnerables. Los animales pueden matar a sus crías por cuestiones de supervivencia, escasez de recursos o selección natural. Algunos humanos, por el contrario, asesinan a los niños por ideologías o por odio, una constante en conflictos bélicos y genocidios. El reflejo genéticamente programado que garantiza la supervivencia de la especie y ante cualquier peligro o el mero llanto de un bebé activa regiones del cerebro asociadas con la empatía y la respuesta urgente se pone en acción en esas circunstancias. El mandato biológico supremo es violado y ese ser frágil y desvalido no llegará a adulto. Asesinar a un niño, a un bebé y, como en el caso de los Bibas, hacerlo con las propias manos, requiere quebrantar y bloquear el reflejo genético que asegura la continuidad de la vida con la protección del indefenso. Para asesinar, la víctima debe ser vista como enemigo. ¿Cómo ver a un bebé, a un niño pequeño, como enemigo a ser aniquilado? En su asesinato se aniquila la humanidad y la empatía, se pierde la conexión con la especie.

En guerras, matanzas y genocidios los más débiles y vulnerables son las víctimas obligadas.  Durante el Holocausto, al exterminio sistemático de los judíos se sumaron actos perpetrados contra los más chicos que, en algunos casos, eran tomados por los pies y arrojados contra una pared "para no desperdiciar una bala". ¿En qué está pensando la mano asesina en ese momento? ¿Cómo justifica ante sí semejante atrocidad? 

Mis padres sobrevivieron a la Shoá ocultados por una familia cristiana en un ático donde debían guardar silencio absoluto para evitar ser denunciados. Pero tenían un hijo de poco más de dos años que pondría en peligro a todos si lloraba, estornudaba o emitía algún sonido. No tuvieron otra salida que confiarlo a otra familia para asegurar que, al menos él, sobreviviera. Libres de la ocupación nazi, corrieron a buscarlo pero les dijeron que había muerto y que no recordaban dónde lo habían enterrado. Igual que lo sucedido con otros chicos dados en custodia, el ser identificados como judíos por la circuncisión ponía a todos en peligro y seguramente lo asesinaron, por eso no querían revelar donde estaba enterrado. Y me saltan las aterradoras preguntas. ¿Cómo lo hicieron? ¿Lo asfixiaron con una almohada? ¿Lo estrangularon con las manos? ¿Quién lo hizo? ¿Lo hicieron de frente? ¿Lo miraron a los ojos? ¿Cómo pudieron? ¿Cómo pudieron?

Formateados para que las vidas de los bebés y los chiquitos sea preservada, para que puedan llegar a adultos y que nuestra especie continúe, el asesinato de bebés y chiquitos por motivos no biológicos -política, ideología, odio- abre esos y otros interrogantes que no encuentro la manera de responder. 

Y de pronto y en medio del espanto desatado por las hordas asesinas de Hamás el 7 de octubre de 2023 en Israel ese viejo archivo mío volvió a la vida y me enfrentó, otra vez, con el horror, con lo impensable, con lo indecible. 

Las mismas preguntas que siempre me hice respecto de ese hermano que nunca conocí se aplican a Ariel y a Kfir. ¿Cómo los mataron? ¿Apretaron sus cuellitos con las manos? ¿Quién lo hizo? ¿Hubo testigos? ¿Fue mirándolos de frente? ¿Cómo pudieron? ¿Cómo pudieron?¿Cómo pudieron?

Publicado en Clarin.

Una nueva sorpresa

Parte de lo dicho en la entrevista:

Cuando los soviéticos se chocaron con Auschwitz y los británicos con Buchenwald su shock fue de una sorpresa inédita al ver el grado del horror al que se había llegado; espanto que generó reacciones generalizadas, entre otras cosas, el mentado “nunca más” y las regulaciones de la UN para prevenir genocidios. Hoy vivimos una nueva sorpresa. Luego de los registros y transmisiones en streaming del ataque de Hamás hecho por ellos mismos, la reacción generalizada fue de negación y justificación, no hubo la repulsa esperada y no parecen haber movimientos hacia este “nunca más”. Por el contrario, se produjo un furibundo rebrote del antisemitismo y movimientos de apoyo explícito al terrorismo. Es una nueva sorpresa que nos ha “regalado” la Humanidad y que nos tiene tan desconcertados y amarmotados como cuando se hicieron públicas las fotos de los campos de exterminio. Dos sorpresas que nos interpelan ante las cuales ninguna respuesta es suficiente.

video:

Audio: