La matzá también se puede dibujar.

Lushka se despertó temprano. Hacía ya dos años que no veía a su familia, no sabía nada de ellos. Estaba en el orfanato del Padre Boduena, en la parte aria de Varsovia donde la había traído Irena Sendler, la enfermera que venía al gueto con comida y remedios. Se llamaba Libe pero ya se había acostumbrado al nuevo nombre que ocultaba que era judía. 

Como era la más grande colaboraba con las monjas en lo que podía. Ayudó a vestir a los más chicos y consoló a Mietek, de tres años, que siempre lloraba al despertar pidiendo por su mamá. Terminado el desayuno, mientras levantaban la mesa y lavaban los vasos, le dijo a la Hermana Beata que se acercaba el Pésaj. Lo sabía porque había dejado de nevar, hacía menos frío, empezaba la primavera y la luz del día duraba más tiempo. Le contó que en su casa y en todas las casas judías se hacía un séder. Beata nunca había escuchado esa palabra y Lushka le dijo que era una cena que se hacía con la familia, se contaba una historia y se comía matzá. “¿Como la última cena de Jesús?” preguntó la monjita. “¡Claro!” le contestó Lushka, “y mi papá me contó que siempre hacemos dos cenas, la primera y la última porque como los judíos vivimos en distintos lugares y las horas no son las mismas, así estamos seguros de que una de las dos noches estaremos todos haciendo lo mismo”. La explicación le encantó a Beata que siempre había creído que se llamaba última cena porque después lo habían crucificado. Le gustó la idea de festejar esta coincidencia entre judíos y cristianos pero le preocupaba no saber cuándo era la fecha exacta. Lushka la tranquilizó diciendo que no importaba el día sino hacerlo. “Decime qué hace falta” pidió Beata. Le respondió que solo tres cosas, matzá, velas y la keará. ¡Otra palabra que la monja nunca había escuchado! ”Es un plato en el que ponemos cosas para recordar que fuimos esclavos, que un día dejamos de serlo y que deseamos que todos los esclavos puedan hacer lo mismo”. Beata pensó que los pobres chicos que cuidaba eran esclavos de los nazis pero no dijo nada, no quería entristecer a Lushka. Solo dijo que lo único que tenían eran las velas. Y otra vez la sabia chiquita encontró la solución, “no importa” dijo con una ancha sonrisa, “lo podemos dibujar”.

Aparecieron papeles y lápices, incluso algunos de colores, y el triste salón se convirtió en un patio de juegos. Fue una mañana diferente de las mañanas de siempre. Fue una mañana en la que, dibujando, recrearon la historia del éxodo judío y lo hermoso de ser libres. 

Los más chiquitos esbozaron matzot en varias hojas y los más grandes crearon huevos duros, papas hervidas, huesos de pollo, puntitos de sal, perejil y lo que cada uno recordaba que se ponía en la mesa. En el triste comedor de siempre el mantel blanco cubierto con los dibujos de los chicos puso un clima festivo al atardecer de esa primavera incipiente. Las velas hacían brillar los ojitos de los chicos. Los de siete u ocho años se acordaban del Séder en sus casas y del sabor del guefilte fish con jrein. Unos pocos recordaban alguna canción pero fue fácil para Lushka que aprendieran el Jad Gadió que pintó de risas y sonrisas las caritas opacas. Fue una noche diferente a las otras noches en el orfanato. Y cuando todo parecía haber terminado, Beata los sorprendió diciendo que quien encuentre el afikomán (¡había afikomán! ¿cómo se había enterado de eso?) tendría un premio. Salieron corriendo hacia todos los rincones del helado orfanato hasta que se escuchó ¡Lo encontré! y apareció Mariush, de 7 años, que antes de entrar al orfanato se llamaba Moishele, con el dibujo de la matzá como trofeo. Casi sin aliento, esperó expectante recibir el premio prometido. Todos rodeaban a Beata que, como si fuera un mago, sacó del bolsillo de su delantal ¡UNA BANANA!
Mariush no lo podía creer. No se animaba a tocarla. Estiró sus manos con timidez y cuando vio la mirada de los más chicos pidió un cuchillo para darle un poquito a cada uno. Beata lo detuvo y como si tuviera una varita mágica sacó de su bolsillo encantado ¡5 bananas más! ¡Gritos! ¡Alegría! La fiesta fue completa. 

Y Lushka, que en Argentina se llama Luisa, cuenta en cada Séder su hagadá personal, aquel Pésaj en el orfanato con los dibujos y el amor de la hermana Beata. Y siempre que alguien no entiende lo de las bananas, pacientemente responde que era un fruto exótico, un lujo, una golosina deliciosa que todos sabían que existía pero nadie había probado nunca. Y siempre agrega que no importa la fecha ni la comida porque  “lo que importa es estar juntos y recordar lo que fuimos y lo que somos. Pase lo que pase, aunque no tengamos vino o mantel o matzá, siempre lo podemos contar. Cada vez que lo hacemos, enhebramos una perla más en este collar que nos une, nos da sentido y nos dice quienes seguimos siendo”.

Publicado en una nueva hagadá de pesaj: “Un seder posible” de Bianca Guebel, Michelle Gualda y Mica Najmanovich, Edición Balebuste.

 El día en que me convertí. 

¡Perdoname! ¡Perdoname! ¡No sabía! ¡Creía que acá íbamos a estar bien! ¡Creía que era un lugar seguro! ¡Perdoname! ¡Perdoname!” lloraba desgarradoramente mamá por teléfono aquel 18 de julio a las diez y media de la mañana. “¿Qué pasa mamá?” dije angustiada “¿estás mal, pasó algo?” “¿No sabés? ¡prendé la televisión, destruyeron la AMIA! ¡nos quieren matar otra vez!

¿NOS quieren matar? ¿a quién? ¿a nosotros? ¿a mí? y por qué dijo “otra vez” ¿cuándo nos quisieron matar antes? Fueron fracciones de segundos en los me hice esas preguntas y las respuestas casi instantáneas fueron un punto de inflexión en mi vida. “Nos” a nosotros, a los judíos, a mí y “otra vez” era como en la Shoá. Mamá, sobreviviente de aquello, revivió aquel lunes todo el horror, todo el miedo, la incertidumbre y la angustia de sabernos blanco de ataques como entonces.

Hasta ese día, mi vida como judía transcurría sin que ese fuera un tema esencial. Sin educación religiosa ni haber participado en organizaciones comunitarias, ese aspecto de mi identidad no me definía ni me interesaba o preocupaba. El “nos” y el “otra vez” de mamá implosionaron en mi subjetividad y cayó sobre mí, así como los cascotes del derrumbe, la noción concreta de que eso que había pasado me atañía personalmente. 

Conocía la AMIA. Había ido varias veces a conciertos, conferencias, algún trámite pero hasta ese día el edificio no había tenido un significado particular. Todo cambió. No solo cambió en mi que asumí de modo conciente mi identidad judía, por eso digo que ese día me convertí, sino que cambió para todos, judíos y gentiles. La destrucción del edificio derrumbó también una pared que nos separaba de los demás, salimos a la calle, manifestamos, protestamos, reclamamos justicia, nos dimos a conocer. Ya no como israelitas, ahora como judíos. Dejamos de temerle a la palabra y la asumimos con determinación y orgullo. 

Así como el ataque terrorista del 7 de octubre de 2023 cambió el modo en que nos vemos los que vivimos en la diáspora, el atentado a la AMIA el 18 de julio de 1994 con sus muertos, sus heridos y sus secuelas cambió nuestra inserción pública y nuestro lugar como judíos argentinos. Aunque el cambio se había insinuado dos años antes, con la destrucción de la embajada de Israel, hace 30 años nos quitamos un manto pseudo protector, se terminaron el miedo a la exposición, el disimulo ante el antisemitismo, la aceptación de ataques y discriminaciones, nos pusimos de pie para hablar y exigir lo que todo ciudadano tiene derecho a reclamar: respeto, justicia y verdad.

Para el libro en recuerdo de los 30 años del atentado a la AMIA.

Víctimas poco conocidas del nazismo: los Testigos de Jehová.

Un testigo es una persona que da testimonio, que sabe algo, que vivió algo y que lo cuenta. Un testigo da fe sobre una idea o sobre un hecho. 


¿Qué es un testigo? Es la encarnación de lo sucedido y trae la voz de quienes lo vivieron lo que le da a los hechos objetivos potencia emocional y humana. El testigo consigue que su mensaje llegue de modo personal, habla con el cuerpo, crea un espacio en el que la verdad se cuela, penetra y produce una transformación en quien oye, lo que vivió en el pasado es relatado en el presente, permite el diálogo, la pregunta y la repregunta. Ser testigo es un compromiso de por vida. ¿Qué atestiguan los Testigos de Jehová sobre el nazismo?


Los Testigos de Jehová testifican sobre la existencia de Dios y sobre lo que aprenden en su lectura de la Biblia. Pero además, luego de lo vivido durante la Segunda Guerra Mundial, son testigos de eso también.


El nazismo tuvo dos objetivos primordiales simultáneamente. Entronizarse como el poder político universal en lo que llamaron el Reich de los Mil Años e instalar en Alemania primero, en Europa después y, de no haber sido derrotados, en el mundo entero, un único modelo de personas, lo que llamaban los “arios”. 

El régimen autocrático y dictatorial instalado en Alemania y la ocupación de Austria, los Sudetes checos y finalmente Polonia, desencadenaron la II Guerra Mundial con sus decenas de millones de víctimas militares y civiles, más civiles que militares. 

Para lograr ambos objetivos debían borrar toda oposición política, cultural e ideológica que sembrara dudas en la población y no les permitiera concretar sus planes.


La Shoá nombra el proyecto de exterminio del pueblo judío en su totalidad, su desaparición de la faz de la Tierra. Hoy esta intención está replicada en la constitución de Hamás, el grupo terrorista que rige de modo totalitario la vida en Gaza. Ambos, el nazismo y Hamás comparten el objetivo de la desaparición de un los judíos. 


La Shoá es por lejos el genocidio más y mejor documentado de la historia de la Humanidad y las otras víctimas fueron quedando en un segundo plano, no tuvieron la decisión o la posibilidad de darse a conocer, de exponerse como colectivos atacados durante el nazismo. Algunos activistas gitanos han propuesto la palabra “porraimos” que en romaní significa «devoración» pero no ha logrado hasta ahora trascender e incluso ser aceptada por todos. No hay nombre para otros colectivos designados por el nazismo como víctimas: los homosexuales, los masones, los discapacitados, los eslavos -polacos, rusos- los afroalemanes, los antisociales e inconformistas. Todo aquel que amenazara “contaminar” la pretendida pureza “racial” o minar la confianza de la población era un enemigo. 


Las discapacidades congénitas -ceguera, sordera, cardiopatía, síndrome de Down y otras-, las neuro divergencias como llamamos hoy a condiciones como el autismo, la parálisis cerebral y tantas otras, debían ser erradicadas e impedir su reproducción para asegurar la pureza de la “raza”. En esta categoría se incluía a 

judíos, gitanos y homosexuales con la diferencia de que los judíos estaban destinados a su total eliminación mientras que los gitanos y los homosexuales tuvieron distintos tratamientos.


También los opositores, tanto los políticos como los religiosos e ideológicos que, o bien llevaban a cabo acciones concretas de boicot y oposición como los comunistas o el movimiento estudiantil La Rosa Blanca o, como sucedió con los Testigos de Jehová, que por su mera oposición eran tan amenazantes para el consenso que debía ser homogéneo y sin fracturas, que fueron también víctimas a ser acalladas. 

La posición de neutralidad de los Testigos ante las decisiones gubernamentales, la negación a respetar los rituales y la gestualidad como el saludo nazi, la férrea voluntad de no integrar el ejército ni unirse a organizaciones nazis, no podía ser tolerada por la dictadura hitleriana. El pueblo debía ser uno. Las órdenes debían ser obedecidas sin el menor asomo de duda. El objetivo de la Gran Alemania y del Reich planetario debía atravesar a cada uno de los alemanes como un horizonte común. Los Testigos no adherían a las iglesias conocidas, se resistían a convertirse en una manada homogénea, recibían los castigos, el hambre, la prisión, las torturas, sin que su conducta se modificara.  Goebbels, el master mind de la propaganda nazi, sabía del peligro que comportaba ser tolerantes con gente así, la influencia perniciosa de estos objetores de conciencia debía ser impedida a toda costa. 


Hay testimonios de los Testigos de Jehová que me evocan la conducta de los judíos durante la inquisición española, cuando eran quemados en la hoguera por no aceptar la renuncia a su identidad ni la conversión. 

  • Dice Franz Wohlfahrt: Tenía 20 años, me negué a prestar servicios en el ejército alemán y a saludar a la bandera nazi. Me arrestaron y encarcelaron

  • Magdalena Kusserow: estuve en una prisión juvenil hasta los 18 años, me ofrecieron dejarme libre si firmaba una declaración en la que negaba mi fe, me negué y me deportaron a Ravensbrück. 

  • Simone Arnold, tenía 12 años cuando me expulsaron de la escuela porque no quise decir Heil Hitler y me mandaron a un centro de reeducación para niños. 

  • Helene Gotthold fue condenada a muerte con otros 5 por “estudiar la Biblia y debilitar la moral de la nación”. Fue guillotinada. Igual que Wolfgang Kusserow de 20 años, que no quiso integrar el ejército. 


Los judíos no tenían manera de salvarse porque lo suyo era genético, “racial”. Los Testigos de Jehová habrían podido pero casi todos eligieron morir antes que renunciar a sus ideas, obedecer a un régimen político o apoyar la guerra. 


Hablando de ellos un prisionero austríaco dijo: “No van a la guerra. Prefieren que los maten antes que matar a nadie”. 

Son un ejemplo de integridad, dignidad y humanidad.

Diana Wang

3 de abril 2024

Museo del Holocausto



Gentiles (1) sensibles contra el nazismo

Una de las cosas que caracterizan a los judíos es la dificultad de caracterizarnos. Cada judío lo es a su manera. Pero, aunque no somos un grupo homogéneo ni todos tenemos la misma sensibilidad respecto al antisemitismo, todos lo conocemos personalmente. Me sorprendió encontrar esa sensibilidad también en algunos gentiles. 

Te cuento. Fui a ver “Escape Room” (2) luego de un llamado de alguien espantada por la “exhibición de elementos y simbología nazi que no considero necesarios y son una peligrosa apología del nazismo” (sic). Dado que Tomás Rotemberg era el productor, no creí que pusiera una obra nazi, sugerí que tal vez podría ser una cuestión de miradas. “¡No solo me pasó a mi!” respondió, “lo mismo sintieron otros espectadores con los que hablé a la salida”. Me intrigó. 

Obviamente fui a ver la obra. Teatro lleno. Público de entre 20 y 30 años. Risas, momento grato. Efectivamente hay símbolos nazis pero están al servicio de la trama y, claramente, en clave de sátira, al estilo de “El Gran Dictador”, “Los Productores”, “El Tren de la Vida”, La “Vida es Bella”, “Jo Jo Rabbit” y tantos films y textos que toman al nazismo como el paradigma del mal absoluto y confían en la mirada del público. Ni Chaplin ni Mel Brooks ni Mihăileanu ni Benigni ni Waititi fueron acusados de hacer apología alguna del nazismo. ¿Qué pasaba acá? ¿Era la obra o era la sensibilidad de la mirada de algunos espectadores?

“Escape room”, pensada para un público joven, encuentra muy graciosas algunas situaciones y giros temáticos y lingüísticos. Es la típica obra que transcurre en un espacio cerrado y amenazante que fuerza a los participantes a una interacción en la que van cayendo las caretas e hipocresías de una falsa y tramposa corrección política. La simbología nazi es la herramienta que desafía, presiona y asusta y así lo entiende el público asistente.

No encontré nada ofensivo, malévolo, banalizador ni alentador del nazismo. Tampoco lo encontraron espectadores conocidos a quienes les pregunté. Y acá viene lo que me despierta esta reflexión: tanto quien me alertó como los que pensaban igual, no eran judíos, mientras que mis conocidos lo eran. Entonces me pregunto ¿por qué nosotros, los judíos, no lo percibimos como amenaza? ¿Por qué fueron los gentiles quienes se sensibilizaron? ¿Será que temen y repudian la amenaza de ser acusados de antisemitas y están alertas para ver los indicios y expresarse en contra? ¿Como el convertido que para confirmar su conversión debe ser más papista que el Papa? ¿Habrá algo así como una especie de señal de alarma que se enciende ante la sospecha de que podría haber un contenido antisemita y “si no levanto mi voz no vaya a ser que alguien piense que lo soy”? 

Yo creía que esa susceptibilidad era algo que nos pasaba solo a los judíos, no a todos, a muchos. Lo describí como la ABEJA (3) (Alarma Básica y Específica de Judeofobia Ambiente) dispositivo que nos hace prestar una especial atención y a veces exagerar o ver amenazas de antisemitismo hasta donde no las hay. Creía que para algunos judíos la evidencia de la judeofobia era incluso una noticia confirmatoria; subraya ese miedo ancestral que, de una manera misteriosa y si se quiere absurda, nos tranquiliza porque todo está igual, habrá que seguir cuidándose. Y con este episodio descubro que algo parecido podría pasarle a los gentiles especialmente a los que rechazan y desnaturalizan el prejuicio antisemita de la cultura occidental y viven y exhiben esa oposición con compromiso y de manera militante. Como cuando un hombre que ha descubierto las trampas de la cultura patriarcal imbuida de masculinidad tóxica, se propone no actuar con el modo autoritario y violento típico del estereotipo pero, como el patriarcado sigue siendo dominante, debe ponerle freno a su espontaneidad no vaya a ser que se le “escape” alguna conducta que exponga eso que ha decidido no sentir ni mostrar.

¿Le pasará igual al gentil sobre quien pende la acusación histórica de antisemitismo? ¿Sentirá también el peso de tener que validar una y otra vez su compromiso ético ajustando la lente para descubrir cualquier señal que pudiera revelar lo contrario? Si fuera así es para mi una sorpresa, una buena sorpresa, porque me hace pensar que el flagelo del antisemitismo ha dejado de ser un tema exclusivamente judío. Algunos gentiles lo entienden como parte preocupante de la convivencia, lo rechazan y han hecho suya la tarea de su denuncia, dilución y tal vez (pongo las manos en gesto de plegaria), erradicación.

“Escape Room” es una comedia que desenmascara hipocresías. No le veo ninguna amenaza y si ha permitido que descubra a estas personas que se apropiaron de lo que siempre hemos asumido los judíos, ¡chapeau por ellos! ¡Bienvenidos al mundo de la susceptibilidad, del prejuicio, la maledicencia, la oscuridad y la crueldad de los estereotipos cuyo modelo más acabado es el antisemitismo! Ojalá tengan más éxito que nosotros. 

Diana Wang, Febrero 2024

Notas:

(1) Gentil: no judíos, según la traducción al latin de la Biblia (la Vulgata, S IV
(2) Autores Joel Joan y Héctor Claramunt. Dirección Nelson Valente. Teatro Multitabaris.
(3) Ver en http://tinyurl.com/2b9yn2v3

Publicado por Infobae

Ataques de Hamas a Israel: impactante campaña contra el uso de la violencia sexual como arma de guerra

Desde el Foro Argentino Contra el Antisemitismo, Diana Wang sostuvo a Infobae: “En junio de 2015, la Asamblea General de la ONU proclamó al 19 de junio Día Internacional para la Eliminación de la Violencia Sexual en los Conflictos, con el objetivo de concientizar sobre la necesidad de ponerle fin a la violencia sexual. El 7 de octubre de 2023 el grupo terrorista Hamás, entre las atrocidades que perpetró en el estado de Israel no solo violó, torturó y asesinó a mujeres, sino que lo filmó y luego lo hizo público exhibiéndolo como trofeos de guerra. En la historia bélica humana, la violación y el saqueo han sido conductas habituales pero nunca, hasta ahora, el ‘orgulloso botín’ consistió en su regodeo y difusión. El mal hiere el tejido social. El mal entronizado ahora como triunfo en una vuelta de perversión e iniquidad corroe a la civilización misma”.

“Este 8 de marzo, día en que se honra la muerte de más de cien mujeres en aquel trágico incendio de la fábrica Triangle Shirtwaist en Nueva York, en 1919, es fecha propicia para un fuerte tirón de orejas a las organizaciones feministas que dicen proteger a las mujeres y han dejado a las judías a la intemperie. También es momento de reinstalar lo declarado por la convención de la ONU en 2015 para que este organismo internacional se recupere de su ceguera y su mudez y honre su propósito fundacional. Las mujeres judías son tan mujeres como todas las demás, igualmente humanas y dignas de cuidado y consideración. ¿O es que alguien lo pone en duda?”, enfatizó Wang.

Nota completa en Infobae

Anti-Semitism is not a Jewish issue.

I am tired of talking about anti-Semitism. Fed up. Exhausted.

Why do I have to explain anti-Semitism?

Why do I have to find a way to eradicate it?

Why? Because I am Jewish?

Why do Jews assume the task of inventing pedagogical modules, managing the miracle of prejudice dissolution, clarifying, informing, explaining? Why us? I am tired of carrying that burden.

When Jack Fuchs, a survivor, was asked about the Holocaust, he said, "Why ask me? Ask the Nazis...!"

Why do Jews have to explain anti-Semitism? We did not create it; we were - are - its victims. We can give entire seminars on the various ways we have been attacked throughout the centuries, but does that give us the authority to explain it? Is a battered woman asked to explain the personality of her abuser? Is a rape victim asked to explain the pathology of the perpetrator? Is a victim of any crime asked to explain the criminality of the offender?

Why must Jews develop theories and create mechanisms to eradicate anti-Semitism? Perhaps because others do not. I am tired of doing the work that others should do. In truth, not everything we did, although much, was enough. Anti-Semitism is in excellent health.

Maybe we should not be the ones to assume that responsibility. Despite what anti-Semites believe, we do not have the power to influence anyone's opinion, let alone change prejudices.

Furthermore, we are directly affected, and who pays attention to the victim's arguments? It is ridiculous to expect the victim to modify the perpetrator. The perpetrator and their associates have that power. Christianity generated it, fascism spread it, and today radical Islamism and well-intentioned leftists revive it. Since Nostra Aetate in 1965, the Church has undertaken a task to reverse the scourge of anti-Semitism, and some, few at the moment, have realized that it is an issue that concerns the civilized world, far beyond the Jewish realm. Because anti-Semitism is not a Jewish issue. Since Hajj Amin al-Husayni, the Mufti of Jerusalem, supported Nazism and met with Hitler in 1941, the Arab rejection of the land partition and their exodus, Israel's military triumphs in each attack it faced, have made anti-Semitism a banner of radical Islamism. The successful campaign they conducted in the media and on social networks has contaminated the consciences of a left that was seduced by the narrative of Palestinian victims in the hands of the supposed Israeli occupier, "vile, cruel, diabolical" (any resemblance to medieval accusations against Jews is not a coincidence).

I am tired of showing my wounds, tired of searching for whys, tired of fighting against ignorance and prejudice. I am tired of having to justify myself and give reasons to have the same rights as everyone else. I am tired of saying over and over again that "Hath not a Jew eyes? Hath not a Jew hands, organs, dimensions, senses, affections, passions; fed with the same food, hurt with the same weapons, subject to the same diseases, healed by the same means, warmed and cooled by the same winter and summer as a Christian is? If you prick us do we not bleed? If you tickle us do we not laugh? If you poison us do we not die?” (thanks, Shakespeare).

Tired of explaining to the right that I have no horns, that I am not a communist. Tired of explaining to the left that I am neither powerful nor exploitative. Tired of showing feminists their double standard when choosing which women to defend. Tired of UNESCO, the UN, and rhetorical defenders of human rights who only crow good intentions on paper. Tired of that sinister and blinded left, where, surprisingly, there are some Jews who attack themselves.

Tired with an animal, visceral, total weariness. And I say enough! Enough of defending myself for nothing. I did nothing. If I can avoid it, I won't let myself be hit anymore, and if my words, because I am Jewish, are disqualified, it is time to silence what has been said so many times and so little listened to.

The Jewish voice obviously does not have the capacity to dissolve anti-Semitism. Other voices should be screaming for it. The Christian voice, the Muslim voice, the voice of social justice advocates. It seems they do not realize how anti-Semitism corrodes and perverts society and how much it damages the fabric of coexistence. Just as cancer is not an exclusive issue of the affected organ because the whole body is sick, contaminated, and in danger, anti-Semitism is not a Jewish issue. A society that legitimizes and accepts that a small part of its members does not have the same rights legitimizes and accepts the idea that any group can be equally threatened. It is not a safe or reliable society for anyone. Accepting that people can be exterminated just for being born, or that a country can be destroyed because its neighbors are affected by its government's decisions, sets the precedent that this is something that can be done. Today it's "not for me, -the nonJew-," but tomorrow "when they come for me, there will be no one left to speak out" (thanks, Niemöller). 

Anti-Semitism, which cuts across social classes and political partisanship, corrupts the basic social morality that supports possible coexistence. Stopping its growth is in everyone's interest. Can't they see it? No, sadly, I think they do not see it, and, what is worse: they do not see that they do not see it!

Christian brothers, Muslim brothers, right-wing and left-wing brothers, we pass the baton to you! You know perfectly well the resources for the spread and dissemination of ideas and narratives; use them today to combat the anti-Semitism that corrodes humanity's core. Several threats loom over our world. Anti-Semitism is one of them. "Aux armes citoyennes! formez vos bataillons!" reclaim the right to exist for every human being, regardless of their beliefs, appearance, or chosen way of life. The task is monumental because it will have to include all fronts: the military and the media, every church, every mosque, and every school, universities and corporations, the family table and social networks.

With the same conviction with which some of you installed it, face the fight against anti-Semitism. We have not been able to, and I, considering my resounding failure, surrender. Now, it is in your hands because anti-Semitism is not a Jewish issue.

Antisemitismo, no es un tema judío.



Estoy cansada de hablar de antisemitismo. Harta. Agotada. 

¿Por qué tengo que explicar yo el antisemitismo?

¿Por qué tengo que encontrar yo la manera de erradicarlo?

¿Por qué? ¿Porque soy judía?

¿Por qué los judíos asumimos la tarea de inventar módulos pedagógicos, gestionar el milagro de la disolución del prejuicio, esclarecer, informar, explicar? ¿Por qué nosotros? Estoy harta de cargar con ese peso. 

Cuando a Jack Fuchs, sobreviviente, le preguntaban por qué la Shoá, decía: “¿Por qué me pregunta a mi? ¡pregúnteselo a los nazis…!”

¿Por qué los judíos debemos explicar el antisemitismo? No lo hemos creado, fuimos -somos- sus víctimas. Podemos dar seminarios enteros acerca de las variadas maneras en que hemos sido atacados a lo largo de los siglos, pero ¿eso nos da autoridad para explicarlo? ¿Acaso se le pide a la mujer golpeada que explique la personalidad del golpeador? ¿Acaso se le pide a quien fue violado que explique la patología de su violador? ¿Acaso se le pide a la víctima de un delito cualquiera que explique la criminalidad del delincuente?

¿Por qué debemos ser los judíos los que elaboremos teorías y creemos mecanismos para erradicar el antisemitismo? ¿Será tal vez porque otros no lo hacen? Estoy harta de hacer el trabajo que deberían hacer los demás. A decir verdad, tampoco todo lo que hicimos, aunque mucho, fue suficiente. El antisemitismo goza de una excelente salud. 

Tal vez no debiéramos ser nosotros los encargados de asumir esa responsabilidad. A pesar de lo que creen los antisemitas, no tenemos el poder de influir en la opinión de nadie ni menos aún de cambiar prejuicios. 

Además, estamos afectados directamente y ¿quién presta atención a los argumentos de la víctima? raya en lo ridículo pretender que la víctima modifique al victimario. El victimario y sus allegados tienen ese poder. Lo generó la cristiandad, lo regó el fascismo y hoy lo reverdecen el islamismo radical y las izquierdas bienpensantes. La Iglesia, desde Nostra Aetate en 1965 ha emprendido una tarea de reversión de la lacra del antisemitismo y algunos, pocos por el momento, han advertido que es una cuestión que atañe al mundo civilizado, que excede por mucho a lo judío. Es que el antisemitismo no es un tema judío. Ya desde Hajj Amin al-Husayni, el muftí de Jerusalén apoyó al nazismo y sse runió con Hitler en 1941, la no aceptación de la partición de la tierra por parte de los árabes y su éxodo, los triunfos bélicos de Israel en cada uno de los ataques que recibió, generaron que el antisemitismo fuera una de las banderas del islamismo radical. La exitosa campaña que condujeron en los medios y las redes contaminó hoy a las buenas conciencias de una izquierda que se dejó seducir por el relato de las víctimas palestinas en manos del supuesto ocupante israelí, “vil, cruel, diabólico” (todo parecido con las acusaciones medievales contra los judíos no es coincidencia). 

Estoy harta de mostrar mis heridas, harta de buscar porqués, harta de luchar contra la ignorancia y el prejuicio. Estoy harta de tener que justificarme y dar razones para tener los mismos derechos que todos los demás. Estoy harta de decir una y otra vez que “tengo ojos, manos, órganos, alma, sentidos y pasiones igual que todos, me alimento con los mismos manjares, recibo las mismas heridas, padezco las mismas enfermedades y me curo con iguales medicinas, tengo calor en verano y frío en invierno, si me hieren sangro, si me hacen cosquillas río, si me envenenan muero” (gracias Shakespeare) .

Harta de explicarle a la derecha que no tengo cuernos, que no soy comunista. Harta de explicarle a la izquierda que no soy poderosa ni explotadora. Harta de mostrarle a las feministas su doble vara cuando eligen a qué mujeres defender. Harta de la UNESCO y la UN y los defensores retóricos de DDHH que cacarean buenas intenciones solo en los papeles. Harta de esa izquierda siniestra y enceguecida en la que, sorprendentemente, hay algunos judíos que se atacan a sí mismos.

Harta con un hartazgo animal, visceral, total. Y digo ¡basta! Basta de defenderme de nada. No hice nada. Si puedo evitarlo no me dejo pegar más y si mis palabras, porque soy judía, están descalificadas, es hora de callar lo dicho tantas veces y tan pocas escuchado. 

La voz judía obviamente no tiene la capacidad de diluir el antisemitismo. Pide a gritos las otras voces. La cristiana, la musulmana, la de los defensores de la justicia social. Pareciera que no advierten el modo en el que el antisemitismo corroe y pervierte a la sociedad toda y cuánto lastima la trama de la convivencia. Igual que el cáncer no es un tema exclusivo del órgano afectado porque todo el cuerpo está enfermo, contaminado y en peligro, el antisemitismo no es un tema judío. Una sociedad que legitima y admite que una pequeña parte de sus miembros no tiene los mismos derechos legitima y admite la idea de que cualquier grupo puede estar igualmente amenazado. No es una sociedad segura ni confiable para nadie. Aceptar que un pueblo sea exterminado solo por haber nacido, o que un país sea destruido porque a los vecinos les afectan las decisiones de su gobierno, sienta el precedente de que eso es algo que se puede hacer. Hoy “no es por mí” pero “cuando vengan por mí, no quedará nadie que proteste” (gracias Niemöller).

El antisemitismo, que atraviesa clases sociales y partidismos políticos, corrompe la moral social básica que sustenta la convivencia posible. Frenar su crecimiento es por interés de todos. ¿Es que no lo ven? No, tristemente creo que no lo ven y, lo que es peor: ¡no ven que no ven! 

¡Hermanos cristianos, hermanos musulmanes, hermanos de derechas y de izquierdas, les pasamos la posta! Ustedes conocen perfectamente los recursos para la propagación y difusión de ideas y relatos, úsenlos hoy para combatir al antisemitismo que corroe las entrañas de la humanidad. Son varias las amenazan que se ciñen sobre nuestro mundo. El antisemitismo es una de ellas. “¡Aux armes citoyennes! ¡formez vos bataillons!”, reivindiquen el derecho a existir de todo ser humano, crea en lo que crea, se vea como se vea, viva como prefiera vivir. La tarea es ciclópea porque deberá incluir todos los frentes: el bélico y el mediático, cada iglesia, cada mezquita y cada escuela, universidades y corporaciones, la mesa familiar y las redes sociales. 

Con la misma convicción con la que algunos de ustedes lo instalaron, encaren la lucha contra el antisemitismo. Nosotros no hemos podido y yo, visto mi estruendoso fracaso, me rindo. 

Está en vuestras manos porque el antisemitismo no es un tema judío.  

Publicado en La Nación

Holocausto ayer. Yijad hoy. Un clamor en el desierto


Otra conmemoración del día en que el Ejército Rojo se topó con Auschwitz. Las Naciones Unidas eligieron esa fecha para honrar a las víctimas. Fecha que hoy se resignifica de un modo atroz.

El 8 de octubre de 2023 el mundo se topó con el horror. Al día siguiente del ataque terrorista de Hamás, las fotos, los videos, los testimonios de sobrevivientes, de los rescatistas y del cuerpo forense dando cuenta del estado en el que encontraron los restos de las víctimas, fue nuestro Auschwitz. El mundo entero vió con horror escenas similares a las que los rusos encontraron en su ingreso al escenario de aquel espanto.

La sorpresa fue igual. 

La desazón fue igual. 

El golpe en el plexo, igual. 

La pregunta por la condición humana, igual. 

Sorprende nuestra sorpresa. ¿Es que -¿ilusos, ingenuos, estúpidos?- habíamos creido a la Shoá como vacuna eficaz generadora de resistencias e inmunidades en nuestra piel social y en nuestra condición humana? Como los soviéticos que en su avance para derrotar al nazismo se toparon con la podredumbre más maloliente, nos topamos con la noción de que lo que creíamos que había cambiado no solo no cambió sino que empeoró. Entonces, aunque pretendieron ocultarlo, los nazis no tuvieron tiempo para esconder todo. Ahora, con un espanto renovado, vemos que, lejos de pretender ocultarlo, lo filmaron y lo publicaron ¡orgullosos! 

Los negadores del holocausto ponen en duda lo que pasó. Los que apoyan al islamismo radical hacen lo mismo. Las evidencias no les son evidentes. No las quieren ver. Y se convencen de que no están. 

La derrota del nazismo derribó en el siglo XX la idea de un humanismo racional. La respuesta al ataque de Hamás hirió en el siglo XXI la noción de que la educación sobre el holocausto había reducido el antisemitismo. Por el contrario nos explotó como una pústula purulenta y sus esquirlas laceran nuestra piel desnuda, frágil y vulnerable. No solo la piel de los judíos. La de toda la humanidad. Nadie es ajeno al antisemitismo. Lo sufrís, lo generás o creés que no es con vos. Si creés que no es con vos, es hora de que te sientes a pensar y te prepares. Hoy no es con vos. Solo hoy. Es cosa de las ideologías totalitarias con pretensiones universales. El nazismo del “Reich de los mil años” terminaría con los “impuros”, las yihad islámica, si triunfa e instala el califato universal, terminará con  los “infieles”. Nadie está exento. Infieles somos todos los que no somos musulmanes. Es desgarrador advertir que las futuras víctimas no lo ven y, lo que es aterradoramente peor, no ven que no ven. 

Derrotar al nazismo detuvo la masacre. El único camino, hoy, es derrotar el plan hegemónico y terrorista islamico.

Si teníamos alguna ilusión de progreso, ya sabemos que no, que habrá que guardarla hasta que escampe. Hoy como entonces el peligro nos fuerza  a mezclar y dar de nuevo. Hoy como entonces recordemos que no somos los judíos los que debemos dar una respuesta. Somos las víctimas, no los responsables. Hoy como entonces es mandatorio comprender que se trata de la sociedad humana, de nuestro futuro y el del mundo que les dejaremos a nuestros descendientes. 

Si el perpetrador es justificado, admitido y resulta impune, la órbita de sus ataques se extenderá. Si los estados islámicos tiránicos, autocráticos y absolutistas, continúan regando con petrodólares las conciencias de occidente, el jardín de la civilización se cubrirá con malas hierbas. Si no frenamos el avance destructivo y arrasador del terrorismo la tierra nutricia del humanismo se volverá un desierto seco y estéril. 

Claro que si quedara algún judío, probablemente, como ya sucedió con el milagro en Israel, volvería a inventar el riego por goteo para que vuelva a renacer la vida. 

Publicado en Infobae

Antisemitismo, antisionismo y judeofobia.

Primero las definiciones.

Antisemitismo es la demonización y hostilidad contra los judíos y su cultura.

Judeofobia designa directamente el odio a los judíos.

Antisionismo es oponerse a la existencia del estado de Israel.

Después del 7 de octubre las 3 palabras quieren decir lo mismo. Veamos una por una.

La repulsa al pueblo judío tiene una larga historia. Fue históricamente acusado por reyes y emperadores, por curas y pastores, de todos los males. Se los investía de ropajes demoníacos y de ser los causantes de pestes y epidemias, de inundaciones y cataclismos, de guerras y sequías. 

¿Por qué fue necesario construir al pueblo judío como el eterno culpable? 

Durante las distintas invasiones en la antigüedad de lo que hoy es Israel, los judíos mantuvieron sus rituales y creencias y no se sometieron a la voluntad de los conquistadores. Esto fue visto por el poder de turno como una rebelión intolerable. Ese pueblo de zaparrastrosos que se lo pasaban leyendo y orando ¿quiénes se creen que son que no respetan ni a griegos ni a romanos, ni a reyes ni a emperadores e insisten en sus creencias absurdas de que dios es uno solo? 

Jesus fue uno de esos judíos rebeldes que predicaba la existencia de un dios único y como la gente lo seguía del único modo en que el poder romano pudo acallarlo fue crucificándolo como un delincuente junto a dos ladrones. 

Jesus fue un rabino, nunca renegó de su judaísmo, siempre lo respetó y predicó en su nombre. 

¿De dónde viene el cristianismo entonces? Es posterior a su muerte y se lo debemos a Pablo y a Mateo, Marcos, Lucas y Juan, los apóstoles que en el primer siglo de la era común escribieron las crónicas de su vida y lo llamaron  Cristo que era la transcripción griega de la palabra hebrea mesías, el que según la promesa de los profetas sería el redentor enviado por Dios. Si era el mesías era el fin de una era y el comienzo de otra, había que diferenciar a los judíos de los nuevos discípulos. Era una nueva religión, el cristianismo. y comenzó la caracterización del judío como el opuesto. Si Cristo era el bien los judíos eran el mal, si Cristo era la santidad los judíos el demonio. 

El proceso de cristianización del judaísmo y de su demonización culminó en el siglo IV cuando el emperador Constantino declaró a la Iglesia Católica como la religión oficial de lo que quedaba del imperio romano, entronizó y oficializó al cristianismo como la verdadera religión. A partir de entonces se dedicaron a propagar la fe, de ahí la palabra propaganda.

En todas las iglesias y parroquias europeas a partir de entonces las prédicas insistían en la condición maligna de los judíos y los campesinos y el pueblo iletrado tomaba la palabra de curas y prelados como palabra santa. 

En la edad media las acusaciones de la malevolencia judía llevó a que fueran acusados de todo lo malo que sucedía, pestes, hambrunas, inundaciones, reyes y emperadores culpaban de todo a los judíos. Se popularizaron cosas como el libelo de sangre, la acusación de que los judíos secuestraban niños cristianos y los desangraban para sus rituales satánicos, que los judíos tenían los cuernos y una cola de cerdo, que fogoneaban teorías conspirativas por codiciocosos y explotadores. 

Esta judeofobia, este odio a los judíos, fue regada y sostenida durante esos siglos pasando a integrar a la cultura europea, Pero no solo acusaciones. Fueron múltiples las expulsiones de los judíos durante aquellos siglos. Fueron echados de Francia en 1192 y varias veces más en los 1300, de Inglaterra en 1290, de los ducados de Austria, Parma y Milán en los 1400, de Castilla y Aragón  en 1492, Lituania en 1295, Portugal 1496, Navarra 1498 y así lugar por lugar, año tras año, siglo tras siglo sin olvidar los terribles pogromos de la Rusia Zarista en Odessa 1821, Kishinev 1903 y varios otros

Quedan huellas en nuestro idioma de aquellas acusaciones. Por ejemplo la palabra judiada como mala acción, la palabra ladino como astuto, traicionero.

El sonido de la jota de judío se asocia con el sonido de la jota de jodido. Y hay toda una familia de palabras de origen judío y hebreo incorporadas a nuestra habla cotidiana pero invisibilizadas como originadas en la cultura judía: amén, aleluya, barajas, eden, jubileo, cábala, mesías y las que vienen del idish como idishe mame, tujes y tantas otras.

Hasta el siglo XIX en que la judeofobia se transformó en antisemitismo.

Fue a raíz de dos teorías: una la teoría racial y la otra el origen de las lenguas.

Veamos la teoría racial.

Los europeos esclavistas debían explicarse de alguna manera por qué los negros y los indígenas americanos, tenían otro color, otras costumbres, otras lenguas. No eran iguales que ellos, los veían como inferiores, bárbaros, incapaces, más animales que humanos. La teoría racial decía que hay razas superiores e inferiores y que los europeos, por supuesto, eran superiores lo que tranquiliza las almas civilizadas europeas que lucraban  con esta conveniente explicación que justificaba el negocio esclavista.

Al mismo se puso en boga la ciencia lingüística que investigaba los orígenes de los distintos idiomas y se categorizaron familias lingüísticas. Las que  venían del sánscrito, las indoeuropeas tenían raíces arias. Las familias del extremo oriente compartían raíces orientales. Se describieron varias familias.  La afroasiática, la urálica, la esquimo aleutiana, y varias más. Entre ellas, estaba la familia de las lenguas semitas provenientes del medio oriente, como el arameo, el árabe y el hebreo. 

A fines del siglo XIX al político alemán Wilhelm Marr se le ocurrió tomar los orígenes de las lenguas y aplicarlo a la teoría racial, a los orígenes biológicos de las personas. Fundó la organización “Liga antisemita” e introdujo la palabra antisemitismo en la cultura de occidente. Su hipótesis era que los hablaban idiomas arios pertenecían a la raza aria, los que hablaban idiomas semitas a la raza semita. Lo que explica la curiosidad de cómo es posible que judíos y árabes sean ambos semitas. Es que, y ahora lo entendemos, ambos pueblos hablan lenguas semitas pero son distintos pueblos, con historias y culturas diferentes. 

El viejo odio, las viejas acusaciones ahora eran una cuestión racial, biológica. Los judíos eran una raza semita, inferiores, malignos, mentirosos, sucios y conspiradores. Ya no se trataba de una religión o de formas de pensar y vivir sino de algo genético. racial, heredado en la sangre. La conversión al catolicismo como había sido forzoso durante la inquisición dejó de tener sentido. Venía en la sangre, no había forma de cambiar eso. De este modo, la teoría racial sustentó el plan de exterminio nazi. En su delirante proyecto de cambiar al género humano para que solo subsistieran los “puros”, los “arios”, debían hacer desaparecer a todos aquellos pueblos que amenazaban con enlodar su supuesta pureza y superioridad. Empezaron asesinando judíos dado que la judeofobia ya estaba instalada y no había que hacer mucho trabajo para convencer a la gente que venía escuchando acusaciones desde los púlpitos de las iglesias.

Es importante señalar que el plan maestro del nazismo empezaba con el antisemitismo, con el exterminio de los judíos, pero si no hubieran sido derrotados en la guerra habrían seguido con el resto de los “impuros”: latinos y eslavos, orientales,  indígenas de América, Africa, Asia y Oceanía, negros, marrones, amarillos, rojos. Solo se salvarían los que podían probar su pura ascendencia “aria”. Pero ya sabemos que esto de las razas fue una superchería, que la cosa venía de los idiomas que se hablaban. 

La teoría racial es un delirio y una falsedad al que se adscribieron muchos que la dieron por cierta. Incluso hoy está tan enraizada en la cultura occidental que hablamos de racismo, muchos organismos y académicos siguen usando la palabra raza como si tuviera alguna validez y legitimidad científica. 

No existen razas entre los humanos, somos la raza humana, una sola, sin subdivisiones de ninguna especie.

Hay varios textos que difunden el prejuicio antisemita. “Los protocolos de los sabios de Sión” ese panfleto escrito por la policía zarista, “El judío internacional” de Henry Ford, en la Argentina “La Bolsa” de Julián Martel, las notas y tapas de Clarinada en la década del treinta. Sin dejar de mencionar la Circular 11 que desde 1938, un año antes del comienzo de la II guerra, restringía el ingreso de refugiados judíos del nazismo a la Argentina y el supuesto plan andinia que aún se sigue mencionando como real por los antisemitas de turno.  En la Argentina hemos vivido las incursiones de Tacuara de la pasada década del sesenta, los ataques a Graciela Sirota y a Norma Penjerek, el antisemitismo durante la dictadura, los atentados a la embajada de Israel y a la AMIA donde murieron judíos e “inocentes”, ¿se acuerdan? el asesinato del fiscal Nissman.

¿Y por qué decimos que antisionismo es sinónimo de antisemitismo y judeofobia?

Escuchamos con frecuencia la frase “yo no soy antisemita, soy antisionista” dicha incluso hasta por algunos judíos.

El sionismo es un movimiento político nacido a finales del siglo XIX. En la misma época de la invención del concepto de antisemitismo. Como consecuencia del infame juicio al capitán Dreyfus en el que se derramó la judeofobia francesa, Theodor Herzl pensó y soñó con la necesidad de un estado nacional judío, en sitio propio, un hogar,  a salvo del antisemitismo para vivir sin esa constante amenaza. El regreso a la tierra en la que habían vivido durante su origen como pueblo era un anhelo expresado año tras año alrededor de la mesa familiar en todos los hogares judíos. La fiesta del año nuevo, rosh hashaná, termina siempre con la frase “el año que viene en Jerusalém”. Luego de la II guerra, las Naciones Unidas decretaron la partición de la tierra que los ingleses habían llamado Palestina en dos naciones, una judía y otra árabe. Los judíos lo aceptaron, los árabes no. Luego de la retirada británica todos los vecinos árabes atacaron al recién nacido estado y fueron derrotados. Los árabes que vivían en Israel abandonaron sus casas y sus terrenos alentados por los que les decían que sería transitorio hasta que todos los judíos desaparecieran y ello pudieran regresar. Se crearon los campos de refugiados y el desgarrador anhelo de haber perdido su casa, su lugar. Al mismo tiempo más de un millón de judíos fue expulsado de los países árabes. 

A partir de allí se sucedieron los ataques, las guerras, y los atacantes fueron vencidos en todas. La geopolítica y el petróleo cambiaron los apoyos internacionales y hubo una nueva partición del mundo.. El punto de inflexión fue la Guerra de los Seis Días a partir de la cual Israel se convirtió en un enemigo poderoso. La Unión Soviética se alió con los países árabes mientras que los países occidentales lo hicieron con Israel. Ya olvidada la victimización sufrida por los judíos en los campos de exterminio, la imagen del judío víctima se cambió por la del judío vencedor y aguerrido, el que defendería a sangre y fuego su nación y su casa. La OLP liderada por Yaser Arafat regía la vida de los exiliados en los campamentos de refugiados y creó el concepto de pueblo palestino como un modo de aglutinarlos e instalar una bandera de lucha y reivindicación. En lo que hoy se llama pueblo palestino hay árabes y cristianos. Israel comenzó a ser acusado de expulsivos, de colonizadores y hoy como haciendo apartheid. Todas acusaciones infundadas y contradichas por los hechos. 

En esta breve e incompleta crónica debemos señalar que ninguna de las guerras sucedidas fue comenzada por Israel, siempre respondió de manera defensiva. La OLP perdió poder político en manos de Hamás que hoy es amo y señor de los territorios, la franja de Gaza y la ribera oriental de Judea y Samaria. Los israelíes abandonaron Gaza en 2005 y los palestinos destruyeron todos los emprendimientos construidos (granjas, viveros, fabricas). La constitución de Hamás enuncia sin eufemismos que su objetivo es la ocupación de Israel y la erradicación de todos los judíos. El exterminio es un propósito fundante y explícito. El pogrom perpetrado por Hamás el pasado 7 de octubre es la concretización de ese objetivo y anuncia su disposición a seguir haciéndolo hasta que no quede ningún judío. La frase “desde el río hasta el mar” es una clara enunciación del propósito asesino. 

“No soy antisemita, soy antisionista”. En esta formulación se advierte una doble negación. El antisionismo implica la negación de la existencia de Israel, no lo reconoce como legítimo y su consecuencia sería la expulsión de los judíos de allí o, como reza el islamismo radical, el exterminio del pueblo judío de la faz de la tierra. Se acusa a Israel de la muerte de miles de gazatíes. Los mismos que fueron alertados con anticipación de los ataques para que pudieran evacuar los lugar a ser atacados y evitar su muerte y que Hamás los convencía o forzaba a quedarse con lo cual, si eran atacados, conseguían el rédito político de mostrarlos como víctimas de los israelíes. La tragedia del pueblo gazatí es una consecuencia directa de la dictadura de Hamás.

Las acusaciones hacia Israel replican las históricas acusaciones judeófobas travestidas hoy como políticas. Hemos dicho hasta el cansancio que criticar alguna política israelí es legítimo como criticar a cualquier política de cualquier país del mundo. Pero a ningún país del mundo se le niega el derecho a existir. Ningún país es identificado con su gobierno.A ningún país se le exige que sus residentes lo abandonen. Ningún país es acusado de maldad, crueldad, discriminación, racismo -¡qué paradoja! como Israel. Guerras y asesinatos en todas las latitudes son pasados por alto y no registrados como merecedores de repulsa social ni por los medios. Salvo que se trate de Israel. Hay que vender noticias y ya sabemos, jews are news. 

Muchos antisionistas no advierten el antisemitismo involucrado en su posición. Esa es la doble negación en que incurren: No ven que no ven. Reconocerse antisionista hoy es cool, antisemita está mal visto. Los islamistas radicales han hecho un exitoso trabajo de instalación del pueblo palestino como víctima de Israel, están ganando la batalla cultural y hoy se vuelve a demonizar a los judíos y a acusarlos de todo lo malo que sucede. ¡a la hoguera! ¡a las cámaras de gas! ¡a morir, otra vez!

Por todo ello antisionismo es igual que antisemitismo.