¡Atención al déficit de atención! De la patología a la neurodiversidad

Hay personas inteligentes, emprendedoras y creativas que se distraen con facilidad, les cuesta focalizar, planificar y hacer cosas que requieren un esfuerzo continuado, que se olvidan las instrucciones más sencillas. No entienden qué les pasa. Se acusan, y los acusan, de dejadez, egoísmo, pereza, desinterés y, aunque traten de adaptarse, disimulando y enmascarando, se descubren, otra vez, pensando en otra cosa, distraídos y procrastinando. Creen que es cosa de ajustar la voluntad y el esfuerzo y, cuando no lo consiguen, la frustración y la vivencia de fracaso los abruma con las consecuencias que uno puede imaginar de malestar, angustia y depresión.

Esto que muchas veces parece un problema de mala voluntad, desinterés, un defecto o una patología, podría ser evidencia de TDAH (trastorno por déficit de atención con hiperactividad, en inglés ADHD Attention-Deficit/Hyperactivity Disorder). 

¿Es un defecto? ¿Es cuestión de esfuerzo? ¿Es una patología?

¿Defecto o condición? Las características de las personas neurodivergentes suelen ser vistas como aspectos defectuosos que deben ser corregidos con esfuerzo y voluntad.

Veamos qué sucede con otra condición. Si sabemos que alguien tiene, por ejemplo,  un déficit auditivo, no lo tomaremos como un defecto ni pensaremos que no se esfuerza lo suficiente, haremos lo necesario para que no resulte un obstáculo en su interacción con otra gente, no le indicaremos que debe prestar más atención porque sabemos que no se trata de eso sino de que no oye bien y le resulta incómodo preguntar una y otra vez ¿qué dijo? con lo cual se queda fuera de muchas conversaciones. La hipoacusia es aceptada como una condición ante la cual debemos adaptarnos, una condición física que no desaparece con buenos consejos.

Lo mismo pasa con una persona con TDAH, un neurodivergente. Esta condición está siendo diagnosticada hace poco tiempo y se estima que la tiene entre el 5 y el 7% de personas en el mundo, 1 de cada 40 adultos. No es voluntario ni es un defecto ni una patología. Percibe el mundo de manera diferente al de los neurotípicos porque su conformación cerebral modifica ciertos aspectos de la percepción y de las conductas. 

¿Qué es la neurodiversidad? Fue descripta por Judy Singer en 1998 (*) y comprende un espectro de condiciones neurológicas que, aunque alejadas parcialmente de la “normalidad” de los neurotípicos, no son un defecto, son una diferencia. Los humanos no somos todos iguales y la neurodiversidad es una de las diversidades que nos diferencia a unos de otros. Integran el espectro de las neurodivergencias los autismos, los TDAH, las dislexias y las dispraxias formuladas en plural porque cada una de estas condiciones se expresa de manera particular en cada una de las personas, no son homogéneas ni comprometen las mismas áreas de la vida. Aunque se las reconoce típicamente en la infancia, persisten enmascaradas en la vida adulta y han permanecido subdiagnosticadas, estigmatizadas e incomprendidas. Comprendidas y bien encaradas permiten una vida plena. 

¿Qué es el TDAH? Entre las neurodivergencias, la más habitual es el TDAH, condición neurobiológica que afecta el funcionamiento del cerebro especialmente en áreas relacionadas a la atención, al control de impulsos, al manejo del tiempo  y a la regulación de las emociones. Las manifestaciones son diferentes en cada persona, varían en calidad, intensidad y frecuencia. El espectro puede incluir hiperactividad o impulsividad, dificultades en la atención y la organización, alteraciones en la percepción de las demandas e instrucciones, memoria errática y ceguera temporal que determina dificultad para terminar las tareas o llevarlas a cabo cuando implican planificación y mucho tiempo. 

Las personas con TDAH no tienen conductas homogéneas pero todos viven presos de la dificultad para enfrentar desafíos en el trabajo, en sus relaciones y en su vida cotidiana. 

Si desconocen su condición creen que se trata de fallas personales y se acusan, y son acusados, de falta de voluntad, pereza, comodidad, egoísmo, reactividad y mala disposición. Acusaciones que resultan en baja autoestima, sensibilidad al rechazo, pensamientos intrusivos, problemas de sueño, procrastinación, alta sensibilidad emocional y sensorial, agotamiento mental y burnout. 

La ceguera temporal, esa dificultad para percibir el tiempo de manera lineal y continua, determina que tengan solo dos percepciones del tiempo: “ahora” (intenso-ya) y “no ahora” (distante-nunca). Por eso les es tan difícil planificar, gestionar el tiempo apropiadamente y cumplir con los plazos correspondientes. 

El enmascaramiento -masking- es el recurso de los adultos con TDAH para ocultar, avergonzados, los síntomas con comportamientos aprendidos: fingir interés por algún tema, mirar fijamente a los ojos como si prestaran atenciòn, copiar alguna conducta social, forzarse a prestar atención pero estar desconectados, ocultar los propios intereses para no hacerse notar, decir que “sí” o “entendí” para no quedar expuestos, aceptar propuestas y olvidarse de haberlo aceptado con lo cual suelen cancelar planes a última hora. Esta necesidad de fingir y la sensación de estar siempre en falta produce gran desgaste emocional y genera serios problemas en las relaciones porque son personas en las que “no se puede confiar porque se olvidan de todo, no les importa nada”.

La TDAH se debe básicamente a la alteración de la función ejecutiva y a una escasez de dopamina. 

La función ejecutiva regida por el lóbulo frontal localizada en el área prefrontal, está alterada por lo cual les es difícil autorregular su conducta, planificar, organizar y hacer tareas que requieren esfuerzo continuado y más cuando son aburridas. Les cuesta establecer metas a largo plazo, priorizar tareas, mantener la atención, recordar información, seguir instrucciones, controlar impulsos. Emprender una tarea poco interesante les es abrumador, pero cuando se ocupan de algo que les gusta es frecuente que hiperfocalicen, se sumerjan totalmente en la tarea y olviden el mundo circundante. 

Dopamina. La dopamina es un neurotransmisor que activa circuitos particulares del cerebro especialmente los de recompensa. La esperada gratificación es el motor cerebral de nuestras conductas y decisiones, especialmente las de largo plazo. Las personas neurotípicas segregan dopamina mientras realizan una actividad placentera y también cuando la anticipan aunque no sea instantánea, se mantiene la motivación inicial relacionada con el placer remoto, la recompensa distante en el tiempo. Con menos dopamina circulando el proceso está alterado en las personas con TDAH, contraído el mundo visual y temporal y debido a su ceguera temporal, el largo plazo no existe. El necesario circuito de la recompensa, motivador de toda acción, cuando es distante debido a que la actividad es rutinaria, repetitiva o poco interesante, diluye rápidamente la atención hasta desaparecer, se pierde el foco y son presos de distractores que les hacen perder el rumbo. Al mismo tiempo, cuando algo les interesa o lo disfrutan, cuando ese placer es la recompensa instantánea, su capacidad de concentración es mayúscula llegando hasta la hiperfocalización y un altísimo grado de eficiencia. 

No todo son malas noticias. El cerebro es neuroplástico, tiene la capacidad de adaptarse y cambiar, las neuronas pueden formar nuevas conexiones, reorganizarse y fortalecerse en respuesta a la experiencia, al aprendizaje y al entorno. Ello permite que las personas neurodivergentes puedan aprender a convivir con su condición,  a manejar los síntomas

con las estrategias adecuadas, a adaptarse y mejorar las funciones cerebrales y las conductas consecuentes. 

Entender el proceso desde el punto de vista de la salud, dejar de verlo como un defecto o una patología, es el camino indicado para enfocar el TDAH, como varias otras neurodivergencias neurológicas divergentes como un aspecto de la diversidad humana. Hace un mundo de diferencia para las personas que conviven diariamente con esta condición que dejarán de sentirse en falta, dejarán de acusarse de pereza o mala voluntad, recuperarán su autoestima, saldrán de la angustia que les ha acompañado toda su vida y aprenderán a manejarse en formas más previsibles y organizadas.

Algunos estudios indican que las personas con TDAH ven aspectos positivos en su condición, tales como creatividad, energía, determinación, hiperfocalización, refocalización veloz, mirada no convencional (pensar out of the box, ven cosas que otros no ven, diferentes perspectivas), percepción de patrones, respuesta veloz cuando es necesaria, curiosidad, disfrute de desafíos, valentía, flexibilidad, empatía, sensibilidad, espontaneidad. Junto a las características divergentes, una persona con TDAH puede ser inteligente, creativa, enérgica, valiente, bondadosa, curiosa, aventurera, amigable, romántica, sincera, apasionada, generosa, empática, divertida, auténtica, positiva, intuitiva, inspiradora, resiliente, desafiante, influyente, humilde, una persona con quien puede dar gusto estar, compartir trabajo y vida social. 

¿Qué hacer? Hay profesionales especializados que conocen la condición y saben cómo ayudar, tanto proveyendo de la medicación adecuada cuando es necesaria como instruyendo técnicas de terapia cognitivo-conductual con estrategias para encontrar el modo en que la condición les sea beneficiosa. Una vez conocida su condición, la persona con TDAH podrá aceptarse, dejar de acusarse, explicar de qué se trata y aprender a controlar lo que le impide hacer lo que quiere o necesita para desplegar  sus valores y características positivas. Una de las personas entrevistadas en el estudio mencionado dijo: “El camino hacia mi diagnóstico de TDAH fue largo y cruel. Si lo hubiera sabido antes, si me hubiera conocido mejor, no habría sufrido ese dolor todos estos años y habría vivido mucho mejor”. 

(*)  Singer J. “NeuroDiversity: the birth of an idea”. Australia. 

Los feminismos después del 7 de octubre

Ya pasó más de un año del ataque genocida de Hamas al estado de Israel. Mientras escribo estas palabras hay más de cien secuestrados todavía ausentes sin que se sepa quiénes siguen vivos y quiénes fueron asesinados. Cientos de miles de desplazados ven alteradas sus vidas de manera radical en Israel. Familias penan la muerte de padres, madres, hijos, esposas, maridos, amigos. Niños forzados a  procesar las crueles escenas vividas aprendiendo a adaptarse a vivir sin uno de sus progenitores o sin ambos, sin algún hermano o sin todos. Los ataques continúan sobre Israel. Las víctimas no han podido recuperar el aire. Sigue sucediendo. 

Como en las postrimerías de la Shoá cuando no se sabía cómo llamar a lo que había pasado, tampoco tenemos un nombre. Es el 7/10, una fecha, un cuadradito en el almanaque. Necesitaremos que todo pase, que los escombros se reconstruyan, que los muertos sean velados, que los vivos recuperen sus vidas para, recién entonces, como con la Shoá, alguien encuentre la palabra.

Seguimos bajo el shock que ha reformulado nuestra relación como judíos en la diáspora. La ilusión de la seguridad y la garantía se fragmentó en mil pedazos y estamos ante una nueva incertidumbre. Tal vez la misma de siempre pero lo habíamos olvidado. Venimos de un período de florecimiento de la vida judía único en la historia y creímos que el cambio era un hecho, convicción que voló por los aires. No solo eso. Fueron varias las convicciones fragmentadas con este ataque y con la posterior reacción de parte del mundo.

Los derechos humanos, la libertad sexual, la justicia, la lucha por lo que está bien, la democracia, el disenso, se redefinen en revuelto montón y llevan a que los “bienpensantes” defiendan estados terroristas como paradigmas del bien.

Lo mismo ha pasado con la ausencia de respuesta de los movimientos feministas ante el ataque sexual a las mujeres perpetrado por los terroristas de Hamás. Esta arma de guerra no es una novedad bélica, salvo que esta vez fue registrada con las cámaras go pro que registraron las violaciones, torturas y asesinatos sumando un nuevo horror a la historia del horror de la humanidad. La exhibición de esas imágenes, impúdica, gozosa, amoral y el aplauso que concitó en los gazatíes, eran trofeos que los enorgullecían como blasones victoriosos. Los crímenes cometidos en hechos de guerra solían ser ocultados, esta vez no solo se mostraron sino que levantaron aplausos y gritos de júbilo y admiración. Un nuevo peldaño en el desprecio por la vida humana y en la fractura de los valores que creíamos estaban ganando terreno en la humanidad. 

Feminismos y patriarcado

Durante siglos, algunas mujeres expresaron su disconformidad con la inferiorización de la que eran objeto pero el gran cambio se produjo en Inglaterra a comienzos del siglo XX durante la llamada primera ola del feminismo cuando las suffragettes, con vestidos largos y corsets que impedían la respiración, salieron a la calle exigiendo votar para tener los mismos derechos políticos y laborales que los hombres. A partir de allí, los movimientos feministas propugnaron una sociedad más justa e igualitaria superadora del patriarcado androcéntrico y  estructurador de relaciones desiguales de poder.

La segunda ola, a partir de 1960, tuvo como líderes, pensadoras e inspiradoras a Simone de Beauvoir, a Betty Friedan y a Kate Millet entre tantas otras.

En una marea de flujos y reflujos, le siguió una tercera ola en 1990 y ahora estamos viviendo la cuarta

El movimiento feminista floreció en feminismos con diferentes lecturas y propuestas y distintos grados de radicalización, pero sus principios fundantes integran hoy nuestro horizonte cultural común. Su mirada crítica, tanto en el ámbito de lo público, -sobre el poder, la disparidad salarial, la desigualdad de derechos-, como en el ámbito de lo personal -el acoso, la violencia doméstica y sexual, el femicidio, y todo tipo de ataque contra la mujer en tanto mujer- son objetivos que hoy visualizamos, reconocemos e incorporamos a nuestro corpus civilizatorio. Hay acuerdo unánime (creíamos que unánime) en que la violencia hacia la mujer por ser mujer es inaceptable, punible y exigía la atención política, el tratamiento pedagógico y la transformación cultural. 

La lucha de los feminismos es, al menos en este punto, exitosa porque la repulsa a la violencia contra la mujer es indiscutible (creíamos que era indiscutible). La injusticia, la arbitrariedad y la benevolencia con la que se tomaban estos ataques hoy está fuera de cuestión (creíamos que estaba fuera de cuestión). Nadie mirará con cariño ni ligereza a un violador, un torturador de mujeres, un golpeador, un femicida (¿nadie lo mirará con cariño?) y muchos hombres (no todos) están aprendiendo a ver y a pensar su relación con el sexo femenino desde un lugar diferente al del poder, la posesión y la subvaloración. 

El silencio traidor

Hace más de un año desde aquel 7 de octubre de 2023. La falta de reacción de los movimientos feministas organizados respecto de las violaciones, torturas y asesinatos hechos por los terroristas de Hamás a mujeres israelíes ha sido un golpe inesperado a nuestras creencias. Silencio ante las secuestradas que aún siguen prisioneras. Silencio ante las violadas que tal vez estén gestando un bebé cuya recepción, filiación y crianza presenta un dilema desgarrador. Silencio ante las adolescentes que han vivido la orgía de horror en el festival Nova. Tantos años bregando por igualdad y justicia, denunciando ataques y perpetraciones en pos de la recuperación de la dignidad y la legitimidad de las mujeres como sujetos de derecho, y de pronto, al menos para mi sin previo aviso, fueron traicionados, lo que creía que era un logro se derrumbó en pedazos. Fue, es, una traición personal de la que todavía no me puedo reponer. 

A poco de sucedido, aún aturdida por lo que se iba sabiendo, busqué el apoyo explícito de algunas mujeres del colectivo femenino. Contacté a varias conocidas y reconocidas, tanto en la esfera artística como en la académica, mujeres de voces fuertes, mujeres que pelean por sus derechos y demandan atención, respeto, valoración, mujeres hacedoras y ejecutivas a las que miraba con admiración y cuya lucha por la defensa de la igualdad de derechos me resultaba ejemplar. Las respuestas que recibí de varias de ellas, no de todas por suerte, fue el cobarde y artero “sí, pero…”, o,  como dijo Claudine Gay, la infausta presidente de la Universidad de Harvard, “repudiar la repulsa a Israel y el apoyo al terrorismo depende del contexto” o sea que hay contextos en los que no es repudiable. Mujeres que hablan públicamente de la sociedad patriarcal eligieron no pronunciarse contra la barbaridad perpetrada en Israel. Sus discursos y slogans encendidos se fueron borroneando y deslegitimando con un embanderamiento partidario que avala dictaduras y terrorismos y que resiste toda lógica. Mujeres orgullosas de sus militancias progresistas, su moral igualitaria y sus anhelos de justicia, silenciaron esos ideales ante las víctimas israelíes. 

No las acusaré de antisemitas, término que rechazarán con fuerza. El día en que el sesgo militante comience a desdibujarse y vean lo que pasó, recuperarán, espero, la visión binocular y harán un mea culpa en el que les será claro cuántos de sus argumentos eran antisemitas. No hicieron declaraciones empáticas con las víctimas israelíes, su posición respecto al Estado de Israel fue más fuerte que su posición feminista. Entiéndase bien. No se oponían a una determinada política de gobierno sino al país como un todo junto con todos y cada uno de sus habitantes. No podían alzar su voz para defender a las mujeres en Israel (aunque hubo/hay de varias nacionalidades, incluso argentinas), el suelo que pisaban alteró su condición de mujeres y las excluyó de los derechos de cualquier mujer en cualquier otro lugar del mundo, tenga el gobierno que tenga, pelee lo que pelee o cometa genocidios. Ningún país es acusado como país y con todos sus habitantes de lo que sus gobiernos realizan. La prueba que vuelve a todo increíble, contradictorio y hasta bizarro, es que las mismas mujeres que no empatizaron ni se condolieron con las víctimas israelíes defienden y apoyan a países en los que las mujeres carecen de los mismos derechos que declaran defender. 

Una traición personal

No solo me traicionaron a mí personalmente. No solo traicionaron a las mujeres israelíes. No solo traicionaron a las mujeres judías. Traicionaron al movimiento feminista y a todos sus principios. A las sufragistas, a Simone de Beauvoir, a Betty Friedan y a cada una de las mujeres golpeadas o asesinadas, se traicionaron a sí mismas y a su lucha. A partir de ahora, lo que digan o hagan tendrá un valor relativo. Perdieron la autoridad para hablar en nombre de “las mujeres”, han quebrado el colectivo al decidir que no todas son iguales. Las violadas judías, las mutiladas, las torturadas, las asesinadas y exhibidas como trofeos, todas esas mujeres no pertenecen, según estas excluidoras, al universo del feminismo. 

Surge así, en esta cuarta ola feminista sumergida en la cultura woke, un nuevo colectivo  integrado por ideólogos, movimientos y dueños de la moral que traicionan sus principios alegremente. No se salvó ninguno. Ni #metoo ni #niunamenos ni los defensores de los derechos LGBTQ+ ni los pañuelos celestes ni los pañuelos verdes, ni las izquierdas dizque progresistas, ni #blacklivesmatter. Complotados en una mudez atronadora, fingieron demencia haciendo como que no pasó lo que pasó. Relativizaron los ataques y algunos incluso defendieron a los perpetradores y levantaron banderas palestinas clamando por la desaparición del Estado de Israel como si los principios de libertad y justicia que dicen sostener no se contradijeran con los que sostienen los terroristas.  

¡Qué vergüenza! ¡Qué manera flagrante de traicionar y traicionarse! ¡A callar a partir de ahora! ¡A buscar otras luchas que no las enfrenten con este doble standard, con esta contradicción, con esta hipocresía de la que, al menos para mi, no tienen retorno! Hagan de su actual silencio una marca de auto oprobio y dejen de echar consignas vacías de contenido y autoridad. 

¿Justificar un femicidio? ¿Acaso una golpiza a una mujer está justificada porque “lo miró mal”? ¿Acaso una violación es una consecuencia lógica de que mostrara las piernas o llevara ropa ajustada? ¿La culpa es de la víctima? Los movimientos feministas lo han dejado bien claro: ¡ninguna conducta de una mujer merece y justifica la violencia o el ataque, aunque el perpetrador se escude en ello para alegar inocencia! 

Ya es bastante difícil superar el techo de cristal que frena nuestro ascenso a posiciones dirigenciales pero hasta el 7/10 creíamos que compartíamos la misma lucha. Vemos que no. Que si quien reclama, quien sufre, quien ha sido atacada es judía, no merece las mismas declaraciones, ni demandas ni empatía. El supuesto colectivo femenino se convirtió en un destartalado vagón de carga con ingreso condicionado. La decepción es honda.

En consecuencia #yanolescreo será mi hashtag a partir de ahora porque, para mi gran dolor, el feminismo, en sus manifestaciones orgánicas, se ha suicidado. #Yanolescreo responderé cuando aseguren defender los derechos humanos. #Yanolescreo cuando declamen cambiar la sociedad patriarcal para que las mujeres tengamos los mismos derechos.#Yanolescreo cuando agiten pancartas con frases hechas políticamente correctas y se vayan a dormir tranquilas y felices por haber proclamado lo que luego contradicen con su silencio cómplice.

Ideales en fuga, culpas lacerantes

Caídas las ideologías que reinaron en el siglo XX, las élites educadas quedaron sin horizontes de lucha, sin ideales que defender. La ecología, las minorías sexuales, los derechos humanos y el postcolonialismo con el eje opresor-oprimido, son las nuevas banderas de la generación woke, esa policía del pensamiento enredada en la consigna fascista de la corrección política. El macho blanco, el estereotipo masculino de la sociedad patriarcal, es el nuevo enemigo, el modelo de opresor a denunciar y abatir. En la búsqueda de causas los descendientes de europeos y norteamericanos que colonizaron y esclavizaron a tantos no-blancos encontraron tal vez la manera de lavar ese pasado vergonzante. Estamos bajo el imperio de las redes sociales, de los slogans y mensajes breves y atractivos que deben viralizarse en likes y reenvíos que producen desinformación y simplificación. El escenario extremista y maniqueo señala a Israel como un estado “blanco, macho y patriarcal” acusado, en consecuencia, de genocida, apartheid y colonialista, las tres infundadas. Este pequeñito país, enclave occidental en oriente medio, es una isla democrática y liberal rodeada de tiranías y autocracias. Su población, lejos del estereotipo caucásico, es heterogénea y multicolor, las distintas etnias viven libremente y tienen acceso a todos los derechos. Sus guerras han sido siempre defensivas, nunca genocidas. Sin embargo, preso del juego ideológico simplificador y extremista, Israel es ubicado como el perpetrador mientras que en el otro extremo se ve a los palestinos como las víctimas, oprimidos, desvalidos y tratados injustamente. Ciertamente son víctimas, pero no de Israel, viven la tragedia de ser presos de sus mismas autoridades y de los países circundantes que los mantienen como eternos refugiados transitorios para, entre otras cosas, acusar a Israel y recibir dineros que sostengan el poder de los dirigentes. La situación es compleja, la historia es dolorosa, los resentimientos y los intereses horadan los espacios de comprensión y en esta nube tóxica las mujeres israelíes, las mujeres judías, no hemos pasado el filtro de ser reconocidas como mujeres. Solo nosotras. 

Nos dejaron afuera. Otra vez.

Nuestra decepción es honda y dolorosa. Fuimos parte del colectivo femenino con aportes esenciales desde su comienzo. Betty Friedan, judía, formuló las ideas claves en la historia del pensamiento feminista; su libro, “La mística de la femineidad” publicado en 1963 se considera uno de los libros más influyentes del siglo XX. 

Creíamos que éramos parte. Creíamos que estábamos ahí. Nos equivocamos. Fuimos crédulas. Fue un duro golpe pero también un aprendizaje. No pensamos que el ser judías nos diferenciaba de un modo tan visceral y que nos colocaba más allá de las proclamas feministas, más allá de lo humano. Creímos que éramos iguales. 

Y fuimos crédulas como tantas veces en la historia de la humanidad en que los judíos nos creímos parte del universal y recibimos el duro golpe de la exclusión en el mejor de los casos y del genocidio en el peor. 

¿Qué encubre el doloroso “sí, pero…”? El relato tan exitosamente difundido por las usinas de cierta izquierda dizque progresista alineada con los regímenes más brutales, homofóbicos y dictatoriales, ha calado hondo en un occidente que atribuye la culpa del desgarrador conflicto en oriente medio total y exclusivamente a Israel. A diferencia de otros regímenes autocráticos, dictatoriales, genocidas, y he aquí un punto esencial, no se acusa al gobierno como pasa con cualquier opinión sobre países en guerra, sino a toda su población. Sólo con Israel, sólo allí gobierno y población son la misma cosa y las acusaciones a las políticas se derraman sobre todos. Por eso el antisionismo es antisemitismo aunque los síperistas no lo quieran aceptar. Y la consecuencia, en esta lógica demencial, es que, si todos los israelíes son culpables, las mujeres mutiladas, arrastradas, sodomizadas, violadas, torturadas y asesinadas, sus vientres gestantes apuñalados, en tanto israelíes, también son culpables. Y el culpable merece castigo. “Sí, fue terrible…pero” y los dogmas políticamente correctos y las declaraciones se derrumban estrepitosamente y, si alguna no está de acuerdo, ante el temor de quedar afuera del colectivo, elige el silencio acomodaticio, cobarde y traicionero. 

El camino de Rut

El corpus político y militante de los feminismos traicionó al progreso y nos abandonó a una orfandad que, bien lo sabemos, no nos es desconocida a los judíos. La misma orfandad y exclusión de la judeofobia y los antisemitismos que nos ha intentado sumergir en el pantano de la victimización y que concluyó tantas veces en nuestro asesinato. 

Duele como ha dolido siempre pero hemos aprendido a sobrevivir, estamos entrenados en reconocer la mirada esquiva, la sospecha, la dualidad mentirosa de las autopercibidas buenas conciencias que callan ante torturas, violaciones y asesinatos al tiempo que hacen impúdicas declaraciones en defensa de los derechos de las mujeres. 

Cuenta el Tanaj, la Biblia Judía, que Elimelej y Noemí tenían dos hijos. Según las costumbres de la época, cuando moría el padre, la protección de la madre era asumida por sus hijos varones. Los dos hijos de Noemí casados con Rut y Orpá fallecieron antes de haber generado descendencia. Las tres mujeres, sin marido ni hijos varones, quedaron a la intemperie, sin resguardo ni amparo alguno. Noemí, ante el desdichado destino que esperaba a sus nueras sugirió que “vuelva cada una a la casa de su madre”. Orpá lo hizo. Rut no pudo. Se negó a abandonar a su suegra a la soledad, al hambre y a la indigencia: “donde vayas iré, donde vivas viviré, tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios”.

Orpá se fue y Rut, solidaria con el colectivo femenino, acompañó a Noemí en su camino incierto. A Rut, modelo de mujer del que bien deberían aprender los feminismos, nada de lo que sufriera una mujer le era ajeno. Su hashtag sería hoy, y lo hago mío, #tudoloreselmío”.

Los feminismos hoy no defienden a todas las mujeres. Sólo a algunas. Las judías, para ellos, somos más judías que mujeres. Deberemos seguir haciendo lo que aprendimos a lo largo de nuestra historia, a defendernos solas. 

Es lo que hacemos cuando emprendemos profesiones, actividades y proyectos produciendo cultura, viviendo en familia, trabajando en el área corporativa, curando, diseñando, alimentando, protegiendo, reflexionando, mirando hacia adelante. 

Es lo que siempre hicimos. 

Es lo que seguiremos haciendo. 

Es el camino de Rut. 

Lic. Diana Wang

Florida, octubre 2024


Publicado en Infobae.

Video hecho por chicos de ORT

Cada tanto me llaman de alguna escuela porque tienen que hacer un trabajo sobre la Shoá y me hacen preguntas. Siempre accedo, por supuesto, pero no siempre, aunque lo pido, me mandan el trabajo terminado. Esta vez lo hicieron y el resultado me conmovió. Hicieron un video de 10' en el que tomaron mis respuestas a sus preguntas e hicieron una especia de racconto de mi vida, cada parte con la voz de alguno del equipo lo que da un efecto coral, una especie de ramillete multicolor. Lo acompañaron con fotos que no siempre corresponden a la época pero igualmente me enternecieron hondamente.

Secuestrados hace un año

Mis padres estuvieron escondidos en un altillo minúsculo en la Polonia ocupada por los nazis, aislados del mundo durante dos años, viviendo vaya uno a saber qué situaciones cotidianas, presos del terror y la incertidumbre. Lo único seguro era que si los descubrían serían asesinados. 

Los secuestrados hace un año en Gaza saben que pueden ser asesinados en cualquier momento. También están aislados. También presos del terror y la incertidumbre. ¿Qué pasará afuera? ¿Alguien estará haciendo algo por ellos? Mis padres no sabían nada del mundo exterior tampoco. 

Cuando emergieron del horror, como tantos sobrevivientes, se preguntaron donde estaba el mundo mientras ellos languidecían en ese infierno. ¿Se lo preguntarán también los 101 secuestrados que siguen encerrados en Gaza? 

¿Cuántos estarán vivos? ¿Hubo embarazos en las chicas violadas? Si así fue, ¿qué pasó con esos bebés, cómo incorporarlos a la línea filiatoria? 
Recuerdo lo que me contaban mis padres y no dejo de pensar en las atrocidades que puedan estar pasando. ¿Tienen comida suficiente? ¿Están en un espacio en el que puedan ponerse de pie, estirarse, caminar o están sujetos e inmovilizados? Tanto tiempo encerrados ¿y la ropa? ¿siguen con lo que tenían puesto hace un año? 

¿Están en un sitio habitado o en uno aislado? ¿a cargo de quién? ¿cómo los tratan? ¿Cómo se entretienen? ¿cómo pasan el día, la noche, cada hora, cada minuto, cada segundo? ¿Tienen luz o están a oscuras? ¿Y el baño, cómo atienden sus necesidades? ¿Se alivian allí mismo delante de todos? 

Viviendo una vida habitual que dejó de ser normal, me asalta un cierto enojo conmigo misma cuando me preocupo por pequeñeces. Es desgarrador y me sume en la impotencia estar tan lejos y no poder hacer nada. 

A mi alrededor el mundo sigue andando y la huérfana oscuridad en la que están se fue invisibilizando y son otras las cosas que ocupan los titulares de los diarios, el interés de la gente, la preocupación de los gobiernos. 

Lo que está pasando no es igual que la Shoá pero la intención genocida es la misma. Hay muchas diferencias. Los nazis no guardaban secuestrados como prenda de negociación o escudo de protección, los asesinaban rápidamente; ocultaron su política exterminacionista mientras que en la actualidad es explícita y es fuente de vanagloria y orgullo. 

Ayer no había quien nos defendiera, hoy tenemos un estado que nos respalda y que ha liberado a varios secuestrados y los medios de comunicación nos permiten saber casi instantáneamente mucho más de lo que era posible saber entonces. 

Pero la gran diferencia, la corrosiva, la abyecta, es que después de la Shoá la condición de víctima del pueblo judío frenó la judeofobia histórica y el mundo se condolió con nosotros mientras que hoy, el judío que no se deja matar pasó de ser víctima a ser visto como perpetrador. 

El judío que se defiende y lucha para seguir vivo no despierta simpatías. Se quiere solo al judío muerto. 

Hay guerras que se deben encarar cuando el enemigo amenaza con el exterminio. La guerra contra el nazismo estuvo tan justificada como la que hoy emprende Israel. Atacada por  varios frentes simultáneamente, defiende su propio territorio y, si logra terminar con el islamo-nazismo, defiende los valores que hacen posible la continuidad de la vida y la convivencia del mundo entero. 

Los 101 secuestrados aún prisioneros en Gaza desde hace un año están tan lejos del mundo como estaban mis padres. Los sobrevivientes de la Shoá se preguntaban dónde estaba el mundo, dónde la gente que se condolía con ellos, dónde los gobiernos, dónde los defensores de la justicia y del bien. 

Hoy estamos nosotros, judíos y no judíos, concientes y republicanos, democráticos y humanistas, y en este aniversario marcharemos en todas las latitudes y  clamaremos por su liberación.

Iom Kipur en Mishkan, 12/10/24

Mis dos hermanos mayores

Hoy falleció Héctor, mi cuñado.

Se fue, como decía Catita, redepente. 

Pierdo con él a dos hermanos mayores. 

Uno, es el hermano del grupo de hermanos y cuñados con los que festejábamos cada cumpleaños con un almuerzo en el que el cumpleañero no pagaba. No distinguimos entre hermanos biológicos y hermanos políticos, igualmente hermanados en el cariño mutuo, con nuestros hijos y nietos como tesoro compartido y el disfrute de cada una de nuestras alegrías y la pena compartida de todas nuestras tristezas. 

Pero también perdí a otro hermano. Héctor nació un 25 de agosto de 1939 en Argentina, había cumplido 85 años hace unos días. Zenuś, mi hermano perdido, aquel que mis padres entregaron durante el holocausto para asegurar su salvación y que nunca recuperaron, había nacido un 29 de agosto de 1939 en Polonia, cuatro días después que Héctor. Nunca se lo dije pero veía en él a mi hermano perdido. Su vitalidad, su humor, su entusiasmo, sus ganas de vivir y su capacidad infinita de disfrute, pero fundamentalmente su fecha de nacimiento, me hacían imaginar que podría parecérsele. Era el hermano mayor que tenía cerca, al que podía querer, el que me podía enternecer, con quien me podía reír.

Por suerte está mi hermano menor que seguramente comparte mi pena.

Hoy falleció Héctor, mi cuñado.

Perdí con él a dos hermanos mayores.

La inmortalidad en un dispositivo finito

Decía Gabriel García Marquez que cuando viajaba en avión su alma demoraba varios días más en regresar. Nuestro cuerpo está diseñado para el viaje en carro, al paso o al trote de un caballo siguiendo el ritmo de nuestra respiración. El tren, el automóvil, el avión imponen una velocidad que nuestro cuerpo se resiste en reconocer y aceptar. El jet lag, ese tiempo que necesitamos para volver en nosotros, mide ese proceso de adaptación que nuestra modernidad nos impone. 

Aunque soy techno friendly y disfruto de cada avance que nos regala la tecnología, confieso que, ya superada la sorpresa del télex (sí, fui operadora de télex en mi primer trabajo) y el fax,  me siguen resultando milagrosos el teléfono inalámbrico y las aplicaciones y dispositivos que nos abren internet y ahora la inteligencia artificial generativa. Aunque lo entiendo, mi cuerpo no lo entiende del todo. Tiempo y distancia van alejándose cada vez más de lo que era en mi infancia y en la infancia de la humanidad. La pandemia aceleró el proceso de esta vida online que no es igual que la presencial, pero también funciona aunque demanda ese plus de acomodación que, por no encontrar otra manera de entenderlo, nuestro cuerpo está aprendiendo a ejercitar. 

Las computadoras, los teléfonos inteligentes, los ebooks, las aspiradoras autodirigidas, los robots en la industria y en la medicina, los sensores y cámaras que nos rodean por doquier, están siendo un contexto de vida, como si la realidad nos estuviera hablando en otro idioma. El idioma en que nos hemos hecho y que venimos hablando durante miles de años es el  idioma presencial, visual y personal, de interacción in situ, de simultaneidad y contacto y los desarrollos tecnológicos han instalado este otro idioma en el que tiempo y distancia no son determinantes, no es preciso estar para estar, no es preciso compartir un espacio para interactuar, se puede estar y no estar si uno así lo quiere y al mismo tiempo todo lo que uno haga, diga y produzca queda guardado en la nube por toda la eternidad (casi cuántico). El lenguaje presencial es evanescente, no tiene garantías ni puede ser guardado de manera fiel. De ahí los laberintos de la memoria, las distintas versiones de un hecho, la literatura, los recuerdos, las interpretaciones, los doble sentidos, las metáforas, la poesía. El nuevo idioma tiende más a lo literal, a lo chato, a lo conclusivo, definitivo, a lo que no cambia, a lo que no hace falta interpretar porque es lo que es, está ahí y siempre estará, igual a sí mismo, lo dicho quedará así como se dijo, lo hecho quedará así como fue. “Todo queda guardado en la memoria”, en la memoria celestial de la nube. Todo, absolutamente todo. Podemos revisar y revisitar todo nuestro pasado en un click, todo el pasado guardado en la nube, claro, el otro, el exclusivamente humano seguirá su camino de incertidumbres y relecturas, como siempre fue. 

Viví hace unos días una experiencia conmovedora que me llevó a estas reflexiones. Sara Rus, Z’L, sobreviviente de la Shoá y Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora luego de la desaparición de su hijo Daniel, la querida Sarenka ya no está entre nosotros. Falleció a los 97 años, el pasado enero de 2024,  lloramos su pérdida y añoramos su gesto amable, su mirada atenta, sus palabras conciliadoras, su gesto delicado. Toda vez que daba testimonio de su experiencia como sobreviviente de la Shoá primero y como madre huérfana de uno de sus hijos en manos de la dictadura después, dejaba una caricia bienhechora en todos los oyentes. Lo que para otros podría haber sido un regodeo con la victimización, para ella era una oportunidad para hablar de lo que estaba bien. Ella misma estaba todo bien. Y cuando murió eso que generaba su presencia parecía haberse ido con ella. Pero la tecnología vino en nuestro auxilio. 

Poco antes del deterioro que sufrió en los últimos años, su voz, su persona y sus palabras fueron registradas por un dispositivo que permite el testimonio interactivo con un programa de inteligencia artificial que ya está en acción en el Museo del Holocausto. Verla y oírla, frente a mi, en tamaño real, como si la tuviera de verdad sentada, ahí nomás, respondiendo a todas las preguntas con ese parpadeo que le era tan característico, ese gesto que hacía con la lengua al humedecerse los labios, los movimientos de las manos enfatizando una frase, y su voz, mamita querida, ¡su voz!, ¡era ella! ¡es ella! 

Pero ¡¿ES ELLA?! Sí, claro, obviamente, es ella, ella lo registró, son sus palabras, es su voz, pero en serio, ¿es ella? ¿Dónde está? ¿No era que se murió? ¡Maravilla de maravilla!. La tenemos ahí, en ese dispositivo/caja, viva, vibrante, respondiendo, sonriendo, siendo igual a sí misma. Para siempre. ¿Para siempre? ¿¡PARA SIEMPRE!? ¿Cómo es eso? 

Das Umheimliche lo llama Freud, lo que no es familiar, lo que nos es ajeno,  lo ominoso, lo siniestro, la “inquietante extrañeza” como lo llama Julia Kristeva. Y ante lo siniestro, esa otra dimensión, nos encontramos perdidos, desconcertados. Así me sentí al volver a ver a Sara meses después de su muerte, como un fantasma que no solo vuelve a la vida sino que vivirá congelada en esa cosa, las palabras que dijo cuando lo grabó quedarán guardadas por toda la eternidad y serán repetidas una y otra vez de la misma maner. Por fin se hizo realidad la ilusión de que la muerte ha sido superada y la eternidad comienza a instalarse como destino posible. ¿Por fin?

¿Cómo definir la vida sin contar con la muerte? Yuval Harari decía en “De animales a dioses” que en pocas décadas podremos elegir no morir por una enfermedad, frenar el proceso de envejecimiento, cambiar o postergar nuestra muerte. La inmortalidad es un anhelo universal, la derrota definitiva del paso del tiempo. Tal vez de ahí deriven las teorías de la eternidad del alma, de la disociación entre cuerpo y alma, los fantasmas, esos muertos que se resisten a morir y nos acosan, la reencarnación y el karma, todos intentos desesperados de conquistar la eternidad. 

Freud formuló claramente que no podemos tener una representación mental de la muerte. Pensar la nada es imposible porque si se piensa ya es algo, no se puede pensar el vacío, la ausencia. 

Simone de Beauvoir, preocupada como todos nosotros por la muerte que le da sentido a la existencia relató en “Todos los hombres son mortales” la historia del conde Raymond Fosca que se vuelve inmortal en el siglo XIII y vive año tras año hasta llegar al siglo XX luego de haber perdido uno a uno a todos sus seres queridos, sus sucesivos contemporáneos sin haber podido encontrar un sentido a su vida que seguiría y seguiría y seguiría, termina internado en un neuropsiquiátrico en donde el sinsentido es el sentido. 

Unos años antes Jorge Luis Borges publicó “El inmortal”, un relato con distintos relatores y capas de lectura en el que los seres inmortales son los trogloditas que han perdido la palabra, sin sorpresas ni novedades porque los inmortales han vivido todo y lo volverán a vivir, sin sentido ni trascendencia en laberintos cansados y descascotados en los que no hay dónde ni por qué. 

¿Qué sentido tiene mi vida si, a pesar de querer vivir por siempre, no moriré? Desde que nacemos lo que irremediablemente nos espera es la muerte. Es un milagro y al mismo tiempo es siniestro, es un fin no deseado y al mismo tiempo lo que da sentido a toda nuestra trayectoria. 

Ver a Sara guardada en esa especie de cápsula como si estuviera allí pero sabiendo que no está, aunque no, está, está ahí, si la veo, la oigo, contesta lo que le pregunto…. claro que si le pregunto algo parecido me volverá a contestar lo mismo, el mismo gesto, las mismas palabras, el mismo tono, la misma intención. No conseguiré cambiar algo que dice, no conseguiré conmoverla ni repreguntarle sobre algún detalle o confirmar una suposición, tendré que conformarme con lo que registró en vida. Me cuesta integrarlo a mis códigos de vida. Ya había otro testimonio funcionando con el mismo dispositivo, el de Lea Novera, pero, como ella está viva, no produjo en mí el hondo impacto que el de Sarenka, que ya no está.

El Museo del Holocausto cuenta con esta fantástica herramienta educativa y de transmisión de modo que mañana, pasado mañana y el día después de pasado mañana, cualquiera podrá sentarse frente a ella y preguntarle cosas y ella responderá y quien la vea y oiga solo esa vez tendrá la sensación de la presencia, de que está ahí, de que murió pero no murió. 

Gracias a este dispositivo milagroso la historia seguirá siendo contada en primera persona y, aunque no fuera lo que se pretendiera, la eternidad existe. 

Pero para los que siguen vivos. 

No para el que se muere. 

Por suerte.

Publicado en La Nación

More than antisemitism

Although other issues are occupying media interest, the tragedy between Israel and the Palestinian people continues, with hostages still held captive. Anti-Zionism has become a banner of struggle, and several military events are reported with headlines accusing Israel, even though the texts later refute them. Why is Israel held to standards that other countries are not? Why does the Jewish homeland receive so much media attention, while dozens of injustices and arbitrariness elsewhere go unmentioned? Is it only antisemitism?

While antisemitism is undoubtedly a fertile emotional ingredient, it is not sufficient to explain the wave of anti-Israel sentiment that is overwhelming politicians, students, media, and human rights defenders in an explosion of hatred that is spreading instead of diminishing. Many do not see themselves as antisemites, even though they wield traditional Judeophobic accusations of power, supremacy, and malevolence.

As the academic year ended in the northern hemisphere, the protests subsided; students from the expensive North American universities, along with their professors and administrators, went on summer break, taking their tents to the beaches, forests, or mountains. However, the seeds they planted have spread everywhere and have become a cause of struggle worldwide.

Any pro-Israel declaration is viewed with suspicion, and those who make such statements are canceled. The responses of the three infamous deans reflect this clearly; they would firmly repudiate attacks on African Americans or members of various sexualities, yet they remained unmoved by the student clamor for Israel's extermination. The anti-Zionist witch hunt has left many victims, so much so that the number of those dismissed exceeds those who lost their jobs during McCarthyism.

How can we understand people who, with the best intentions, raise the Palestinian flag in a cry for justice? Perhaps, after the fall of the Berlin Wall and the end of the communism-capitalism opposition, we have been left without causes to fight for. Ecology, gender and sexual diversity, feminism, and human rights provide powerful arguments for those who have lost their sense of purpose. And there's more.

The perpetrator/victim axis, born from post-colonial theories, identifies as victims those populations previously subjugated by Europeans and Americans, the "non-whites" who need to be defended and rescued. Feminism denounced the patriarchy and identified the white heterosexual male as a model of authoritarianism and supremacy. From both perspectives, the victim is enshrined as unquestionably innocent. Israel and its Jews, several decades after the Holocaust, defeated one by one the powerful Arab armies and lost their status as eternal victims to become the victors.

Communist countries and the left shifted their support to their oil suppliers, and a new generation of wealthy Islamic elites invested part of their amassed wealth in large department stores, soccer teams, and universities, fortunes that fed American universities and demanded anti-Zionist chairs, professors, and content. 

By uniting these different causes, Israel became, in the academic mindset, the white, exploitative, and patriarchal state that subjugated, oppressed, and victimized the Palestinian people.

This simplistic and Manichean approach hides that the victimization, which indeed exists, is largely the work of Palestinian leaders who keep their population in eternal temporary camps to obtain economic and political support, and in the process, accuse Israel of apartheid, occupation, and genocide. Although 20% of the Arab population lives freely in Israel, decades of indoctrination have convinced academic elites of the intrinsic evil of the Jewish state. This is where antisemitic arguments flourish, even though many activists do not recognize themselves as antisemites. Their anti-Zionism has a rational basis in the oppressor/oppressed axis, but antisemitism is the emotional fuel generating anti-Israel hatred. Because, let's be clear, if their struggle were successful, "from the river to the sea" implies the destruction of the state of Israel. Islamic exterminationist terrorism is strictly religious and does not mince words or hide its anti-Jewish motivation and opposition to all "infidels" who do not revere Allah. This is what today's anti-Zionist militants support.

The struggle of activists in support of victims is commendable, and I believe they are convinced they are doing something good for the world. But in the process, they forget the injustices happening elsewhere, the Russian invasion of Ukraine and its innocent dead, other massacres and genocides with tens of thousands of victims and refugees (in Yemen, Congo, Nigeria, Syria, and the list goes on). They only become outraged when they can accuse Israel. The Israeli victims massacred in an explicit genocidal plan have no place in this narrative. They see the children burned alive, the pregnant women stabbed in their wombs, the heads decapitated and used as soccer balls, the young girls gang-raped and tortured, and the hostages as white, male, heterosexual, and patriarchal oppressors—meaning they deserved what happened to them because they were Israelis, Jews, whites, and victors.

Educated elites promote an orgy of self-hatred. Perhaps they are washing away the guilt of their predatory, genocidal, pirate, colonialist, and slave-owning European ancestors? Is this homage to radical Islamism part of the West's crisis in exonerating a shameful past? Is the only way to compensate for past guilt to undermine the future?

Some speak of the suicide of the West, of the values of democracy, republicanism, and humanism. All of them are in danger, not just the Jews.

That's why I say that anti-Zionism is not only antisemitism. It's more than that.

Published in Spanish in La Nación

Más que antisemitismo

Aunque otras cosas están ocupando el interés mediático, la tragedia entre Israel y el pueblo palestino sigue su curso, los secuestrados continuan prisioneros. El antisionismo es hoy una bandera de lucha y varios hechos bélicos llegan con títulos que acusan a Israel aunque luego el texto lo desmiente. ¿En qué se sustenta que solo a Israel se le exija lo que a otros países no? ¿Por qué solo la patria judía tiene tanto protagonismo mediático mientras decenas de injusticias y arbitrariedades en otros sitios no se mencionan? ¿Es solo antisemitismo? 

Aunque es indudable que es un fértil ingrediente emocional, el antisemitismo no alcanza para comprender esta ola anti israelí que asola a políticos, estudiantes, medios y defensores de DDHH en una explosión de odio que se expande en lugar de decrecer. Muchos no se reconocen como antisemitas aunque esgrimen las tradicionales acusaciones judeófobas de poder, supremacía y maldad.

Terminado el año lectivo en el hemisferio norte, las protestas se aligeraron, los alumnos de las carísimas universidades norteamericanas, sus profesores y autoridades se acogieron al descanso del verano y llevaron sus carpas a las playas, los bosques o las montañas, pero las semillas que plantaron se replicaron en todas partes y son causa de lucha por doquier. 

Cualquier declaración pro israelí es vista como sospechosa y quien la enuncia es cancelado. Las respuestas de las tres infaustas decanas lo reflejan claramente; repudiarían con firmeza ataques a afroamericanos o a miembros de las diversas sexualidades pero se mantuvieron incólumes ante el clamor estudiantil por el exterminio de Israel. La caza de brujas antisionista dejó un tendal de víctimas, tanto que el número de cesanteados supera a los que perdieron sus trabajos durante el macartismo.

¿Cómo entender a quienes, con la mejor intención, enarbolan la bandera palestina en grito de reivindicación? 

Tal vez, caído el muro de Berlín y con él la oposición comunismo-capitalismo, nos hemos quedado sin causas de lucha. La ecología, la diversidad de géneros y sexualidades, el feminismo y los derechos humanos brindan poderosos argumentos a quienes perdieron horizontes de sentido. Y hay más.

El eje perpetrador/oprimido nacido en las teorías post colonialistas señala como víctimas a las poblaciones sometidas ayer por europeos y norteamericanos, los “no-blancos” a los que defender y rescatar. Los feminismos denunciaron al patriarcado e identificaron al macho blanco héterosexual como modelo de autoritarismo y supremacía. Desde ambas vertientes se entroniza a la víctima como inocente sin discusión. Israel y sus judíos, varias décadas después del holocausto, vencieron uno a uno, a los poderosos ejércitos árabes y perdieron su condición de eternas víctimas para ser los triunfadores. 

Los países comunistas y las izquierdas volcaron su apoyo hacia sus proveedores de petróleo y una nueva generación de potentados islámicos invirtió parte de esa riqueza atesorada en grandes tiendas, equipos de fútbol y universidades, fortunas que alimentaron las casas de estudio norteamericanas y demandaron cátedras, docentes y contenidos antisionistas. Uniendo en un ramillete estas distintas causas, Israel pasó a ser, en el imaginario universitario, el estado blanco, explotador y patriarcal que sometía, oprimía y victimizaba al pueblo palestino. 

El planteo, simplificador y maniqueo, oculta que la tal victimización, que efectivamente existe, es obra en gran medida de los dirigentes palestinos que mantienen a su población en eternos campamentos transitorios para obtener apoyos económicos y políticos y, de paso, acusar a Israel de apartheid, ocupación y genocidio. Aunque un 20% de población árabe vive libremente en Israel, decenas de años de adoctrinamiento convencieron a las élites académicas de la maldad intrínseca del estado hebreo. Y ahí es donde los argumentos antisemitas hacen su agosto y florecen aunque muchos activistas no se reconozcan antisemitas. Su antisionismo tiene sustento racional en el eje opresor/oprimido pero el antisemitismo es el alimento emocional generador del odio anti israelí. Porque, digámoslo con todas las letras, si su lucha fuera exitosa, “del río al mar” implica la destrucción del estado de Israel. El terrorismo islámico exterminacionista es estrictamente religioso y no se anda con delicadezas ni disimula su motivación antijudía y opuesta a todos los “infieles”, los que no veneran a Alá. Esto es lo que apoyan los militantes antisionistas hoy.

La lucha de los activistas en apoyo de las víctimas es meritoria y los creo convencidos de estar haciendo algo bueno por el mundo. Claro que en el camino olvidan las iniquidades que suceden en otras partes, la invasión rusa a Ucrania y sus muertos inocentes, las otras matanzas y genocidios con decenas de miles de víctimas y refugiados (en Yemen, Congo, Nigeria, Siria y sigue la lista). Solo se encienden cuando pueden acusar a Israel. Las víctimas israelíes masacradas en un explícito plan genocida no tienen lugar en este escenario. Ven a los niños quemados vivos, las embarazadas apuñaladas en sus vientres, las cabezas decapitadas con las que se jugaba al fútbol, las jovencitas violadas en manada y martirizadas, a los secuestrados, como opresores blancos, machos, heterosexuales y patriarcales, o sea, que merecen lo que le pasó por israelíes, por judíos, por blancos, por triunfadores. 

Las élites educadas promueven una orgía de auto odio. ¿Lavan tal vez las culpas de sus antepasados europeos predadores, genocidas, piratas, colonialistas y esclavistas? ¿Será esta honra al islamismo radical parte de la crisis de occidente en su exoneración de un pasado vergonzante? ¿La única manera de compensar culpas del pasado es minar el futuro?

Hay quienes hablan del suicidio de occidente, esto es de los valores de la democracia, el republicanismo y el humanismo. Todos en peligro, no solo los judíos. 

Por eso digo que el antisionismo no es solo antisemitismo. Es más que eso.

Publicado en La Nación

¿Es posible el “nunca más”?

¿Hace 30 años del ataque a la AMIA, dos años después del realizado contra la embajada de Israel. Los seguimos llorando. Seguimos clamando por justicia. Seguimos anhelando que los perpetradores, el terrorismo islámico, reciban la pena correspondiente. Es interminable la lista de ataques (ver en rip.to/Wktxw) de esta amenaza a la libertad y la civilización. Además de los dos hechos en nuestro país, menciono unos pocos en otros sitios y en orden cronológico: la operación Entebbe (1976), la destrucción de las torres gemelas (2001), el atentado en Atocha (2004), Charlie Hebdo y Bataclan (2015). Fueron muchos más y  sin límites geográficos: en Europa, América, Asia, África, Australia, el brazo armado y odiador del islamismo radical tiene un alcance infinito. Nadie está a salvo.

No es ningún consuelo saber que el nuestro ha sido uno más de entre centenas y nos encuentra en estado de shock luego de lo que empezó el 7 de octubre y que aún continúa. Israel sigue bajo ataque, defendiéndose y luchando contra este enemigo que se ha propuesto su destrucción. 

Pero no se trata solo la destrucción de Israel, así como la bomba contra la AMIA no fue solo contra los judíos. Ambas situaciones, así como cualquier otro hecho terrorista, no solo asesina a las víctimas, hiere de muerte a la democracia, a la civilización occidental y a todos sus valores. Vemos espantados que gente inteligente, educada y con ideales elevados, renuncia de buen grado a la libertad, al respeto y al republicanismo en defensa de un estado terrorista que no oculta su odio asesino y que tiene sometido a su propio pueblo. 

Este 30° aniversario es particularmente doloroso y desesperanzador no solo porque el crimen sigue impune, sino porque lo que está sucediendo en Israel y la amenaza que nos sobrevuela a todos estemos donde estemos, nos sume en una alerta descorazonadora. Venimos de vivir un período de florecimiento de la vida judía y de su interacción con el resto del mundo que nos hizo creer que por fin el anhelado “nunca más” estaba muy cerca. 

Pues no. Evidentemente no es así. Nuestro escudo defensivo, nuestro maguen david, debe mantenerse esgrimido. 

Veo un paralelo entre esa esperanza del “nunca más” y la espera del mesías. Nuestro mesías es una metáfora. No esperamos a un señor que nos venga a salvar de todo mal. La tradición judía nos enseña a esperarlo a sabiendas de que nunca llegará. La perfección, la felicidad, el nirvana, el paraíso o como sea que uno imagine al ideal mesiánico, es una expectativa utópica destinadas a que sostengamos nuestro esfuerzo por merecerlo. Esperar al mesías implica el arduo trabajo de ser mejores, de superar nuestras imperfecciones, de dar cada día un pasito más hacia lo que está bien para la convivencia humana, un trabajo que no tiene fin. Igual sucede, creo yo, con el anhelo del “nunca más”. Aunque lo clamemos y lo enarbolemos en cada discurso, sabemos que la sociedad humana, igual que cada uno de nosotros, está lejos de ser perfecta. Ni lo será. El “nunca más” seguirá siendo “otra vez”.

Sin embargo, y apelando a nuestra jutzpá tan judía, a esa persistencia que nos permite sobrevivir a cataclismos y desgracias, espero que sigamos dirigiendo nuestros pasos hacia el objetivo mesiánico del “nunca más”, los ojos bien abiertos, el pie firme y la cabeza en alto. Sabemos que se aleja a cada paso, como la línea del horizonte. Pero también sabemos, porque lo recibimos de nuestros padres y nuestros abuelos, que caminando de este modo es ¿Es posi?que seguiremos siendo quienes somos y que nuestros hijos y nietos retomarán nuestros pasos porque cada generación seguirá esperando al mesías que nunca llegará pero seguirá trabajando en sí mismo y en su comunidad para merecerlo. 

Publicado en Mundo Israelita. julio 2024