4 de marzo de 2022. Primer columna en el programa Le doy mi palabra conducido por Alfredo Leuco.
Voy a empezar a hablar, como carátula de la columna, del amor y la felicidad.
Mirá lo que me dijo María Marta: “No soy feliz. No tengo ganas de nada, mi marido no me habla, no me pregunta cómo estoy ni me cuenta nada, soy como un mueble para él, algo que está en la casa pero es transparente, siento que no le importo, que no existo ya como mujer ... ¿será que ya no me quiere? encima yo también dudo, no sé si lo quiero …”. Su voz, su gesto, eran de una desilusión y una tristeza infinitos. En su trabajo estaba bien, con sus hijos también, su infelicidad venía porque no se sentía amada por su marido.
Es que el amor y la felicidad vienen en un mismo paquete y la felicidad, pero de un solo tipo de amor, el de pareja, el que pone brillo en los ojos y te hace creer que todo es posible, que seremos felices eternamente.
Pero resulta que no es eterno, es como las estrellitas que encendíamos en las noches de navidad y año nuevo y que mirábamos embelesados haciéndolas bailar pero que se apagaban demasiado rápido. María Marta, como tantos de nosotros, tenía esa estrellita en la mano ya sin luz y se preguntaba qué pasó, ¿dónde fue esa luz? ¿por qué se apagó si le habían prometido que estaría encendida siempre?
Un día conocés a alguien, se miran y les gusta lo que ven. Vemos a un otro que nos gusta y al mismo tiempo nos gusta ver que nos mira como nos gusta que nos vean. El amor se despierta en ese juego de seducción y conquista que promete un oasis de placer eterno. Se enciende la pasión que ahora es todo el cuerpo, estamos enamorados y ese otro es la llave de nuestra felicidad.
Y nos tomamos del brazo para caminar juntos, compartir la mesa y la cama, los desayunos y las cenas, el lavarropas y la heladera. Vamos tomados del brazo, construyendo, la vista al frente, uno al lado del otro y sin darnos cuenta, dejamos de mirarnos. Y un día, como dice la canción de la apertura de la columna, nos damos cuenta de que nos dejamos de ver ¿qué nos pasó? ¿No era que si vivíamos juntos seríamos felices? ¿y por qué no somos felices?
Vivir en pareja es un desafío cotidiano. Creíamos que el amor lo podía todo, que si hay amor todo lo demás se arregla y que la estrellita seguirá brillando siempre. Tanto bolero y novela romántica nos metió en la cabeza que el amor basta. Pero vivir juntos es una empresa que necesita acuerdos como cualquier empresa, pero más acá porque su producto es que sus dos socios sean felices.
¿Y cuáles son los ingredientes de la felicidad? Reconocimiento y aceptación, estímulo y valoración, seguridad y paz. Fijate que no digo sexo o pasión no porque no importe, buen sexo importa pero sentirse bien necesita del diálogo franco, los modos amables, la escucha abierta. El amor no basta, hay que ponerle ganas porque, y lo digo de nuevo, los caminos que llevan a la felicidad son el reconocimiento y la aceptación, el estímulo y la valoración, la seguridad y la paz.
Por eso voy a hablar del amor. Pero no de esa cajita mágica con mariposas de colores y estrellitas brillantes que tiene una vida breve y nos deja frustrados y desilusionados creyendo que quedó vacía. ¿Sabés qué? no es así. Hay más, mucho más y junto con Maria Marta la abrimos de nuevo a ver qué otras cosas había. Te lo digo yo que lloré tantas veces creyendo que la cajita estaba vacía enceguecida por una idea del amor que lo reduce a los primeros momentos de sexo y pasión. Cuando empecé a abrir con otros ojos la cajita romántica vi que había mucho más… esto es lo que quiero contarle a tu audiencia.
María Marta enuncia una carencia que es muy común en las parejas convivientes después de un tiempo. Siempre digo que después de algunos años de vivir juntos todo matrimonio se convierte en incesto. Ese otro del que nos habíamos enamorado pasa a ser parte de nuestra familia, alguien querido, conocido, previsible, habitual, que siempre está ahí, que suele decir las mismas cosas, ubicarse en los mismos lugares, tener las mismas actitudes e intereses y todo aquello que nos enamoró parece haberse evaporado. ¿Dónde quedó? ¿Cómo es posible que la misma persona de la que nos enamoramos, que siguió siendo igual, nos desenamoró?
Y se abren una pila de preguntas. ¿Qué es el amor? ¿Es solo la pasión del comienzo? ¿El enamoramiento que te llena la panza de mariposas se gasta, las mariposas se cansan y se van? ¿Es verdad que la rutina mata al amor? ¿Es mala la rutina? ¿Y la felicidad? ¿Por qué parece escaparnos de las manos? ¿Es algo que hicimos nosotros o la culpa la tiene ese otro con quien convivimos que no nos quiere como queremos que nos quiera, que no nos mira como queremos que nos mire, que no nos dice lo que queremos que nos diga ni nos da lo que queremos que nos de? ¿Y nosotros? ¿Lo queremos como necesita que lo queramos, lo miramos como necesita ser mirado, le damos lo que necesita que le demos?
Ya sé que en la pareja la culpa siempre la tiene el otro. Nunca nosotros. Ese otro pérfido y cruel que disfruta haciéndonos daño y negándonos justo eso que necesitamos y que sabe que tanta falta nos hace. Lo hace a propósito.
La queja de María Marta es la queja de muchos que creían que la pareja iba a ser un oasis eterno y descubren defraudados que no es un camino liso, asfaltado y con indicaciones claras sino a veces un lugar con accidentes, que requiere trabajo, cuidado y atención, que no florece todo el año sino de a ratitos y lleno de trampitas que no sabemos como desactivar. Vivir en pareja nos desafía con todas estas cuestiones porque hemos sido educados con la ilusión de que el amor todo lo puede y que si no se está pudiendo es que ya no hay amor. Y no es así.