felicidad

Inteligencia para ser feliz

La felicidad depende en gran medida de la inteligencia. No de la lógico-matemática y la lingüística, de la de los grandes deportistas, bailarines, pintores y músicos. La felicidad depende de la inteligencia emocional, la que nos permite estar en contacto con las propias necesidades y posibilidades y con el otro, lo que nos da empatía.

Hay gente a la que le sale naturalmente pero los demás tenemos que aprender y entrenarnos.

Muchos de los problemas que veo en la convivencia cotidiana se deben a la falta de inteligencia para vivir en pareja. Esta carencia se asienta sobre algunos supuestos irreales y absurdos. Por ejemplo el de creer que el amor todo lo puede abonado por un romanticismo tonto y engañoso que nos hace esperar que las cosas sucederán por sí solas, mágicamente, que si hay que hacer algún esfuezo quiere decir que el amor no es suficiente. 

Otro supuesto absurdo es la convicción de que eso que no nos gusta del otro lo cambiará nuestro amor. Ni el amor más poderoso hará que el solitario se vuelva sociable o que la que habla mucho se transforme en silenciosa. Uno es como es y seguirá siéndolo con amor o sin amor. 

Otro supuesto trágico es esperar que el otro nos adivine todo el tiempo, al tener que explicar o pedir sentimos que no nos quiere bastante, que no le importamos. Y no somos adivinos, esperar que adivine nos asegura la frustración porque no va a pasar. El inteligente emocionalmente no espera que lo adivinen,  pide lo que necesita. 

¿Y cuando creemos que todo lo que nos hace es a propósito, para dañarnos? ¿Es que creemos que somos el centro de su mundo y que no tiene otra cosa en qué pensar que en nosotros?

Si no recibimos las evidencias de que importamos, de que somos el centro de su vida nos sentimos malqueridos. 

Todas estas cosas indican un pobre desarrollo de la inteligencia para vivir en pareja. Si tengo que resumirlo, la cosa es bien simple: en una pareja hay dos personas. 

Parece obvio pero no lo es. Creemos que el otro es una extensión de nosotros mismos, con similares expectativas, gustos, anhelos, modelos de conducta y formas de ver el mundo. Cuesta ver  que es otro, que a veces no sabe lo que necesitamos o estamos esperando, que no está dentro de nosotros, no nos adivina, no somos lo único que hay en su vida, es otro, está afuera de nosotros y es diferente. 

Creemos absurdamente que nuestro otro no es otro, que es como uno y que sabe lo que tiene que hacer o cómo tiene que ser para hacernos felices. Suele combinarse con que al otro le pasa lo mismo, también cree que vemos y sabemos lo que tenemos que hacer o ser para hacerle feliz sin que nos lo tenga que decir o pedir.

La inteligencia para vivir en pareja empieza con el reconocimiento de que somos dos. Dos diferentes, dos que no tienen el don de la adivinación. Cada uno precisa diferentes calzados para caminar con más comodidad y se resistirá, como es lógico, a forzar a que sus pies se metan en los zapatos del otro que no solo no le serán cómodos sino que le lastimarán e impedirán caminar.

La inteligencia emocional se puede aprender, desarrollar y entrenar, es una nueva habilidad que nos hará más fácil la vida. Permitirá que encaremos los problemas que hay y que habrán de modo constructivo con un diálogo franco y sincero, claro y directo y que no ataque al otro. Diferentes y necesitados de aceptación, los dos. Nos escuchará mejor si reconocemos y agradecemos, si somos empáticos con el otro que, igual que nosotros, hace lo que puede. 

A no desesperar que se puede. Construimos la felicidad con lo posible, con lo que hay, con lo que es. Lo dijo Guerrita, aquel famoso torero andaluz iletrado pero con una inteligencia emocional natural, fue hace más de un siglo en una charla con el filósofo Ortega y Gasset. Guerrita dijo:"ca' uno e' ca' uno y ca' cual e' ca' cual" y "lo que no pue' ze' no pue' ze' y adema' e' impozible".

 

Pagar matrícula para "Vivir en pareja"

Columna del 11 de marzo de 2022 para el espacio “Vivir en pareja” de Le doy mi palabra programa de radio Mitre conducido por Alfredo Leuco en Radio Mitre.

¡Listo! ¡Te enamoraste! Encontraste tu media naranja y deciden vivir juntos esperando que será siempre un jardín florido, el clima eternamente templado, sin tormentas y si las hay van a ser pasajeras, cada mañana será un nuevo renacer y en cada noche arderán en deseos y amor pasional. 

Ponele unos violines de fondo, claro. 

¿Sabes qué? No nacimos el uno para el otro, no somos la media naranja de nadie. ¡Cuánto daño nos hicieron estos mitos irreales y tramposos! Nos engañaron con lo de la felicidad eterna y no nos dijeron que había que pagar una matrícula para convivir con un otro que nunca es exactamente como nos gustaría y ahí empiezan los problemas y las penurias. 

En lugar de jurarnos amor y fidelidad eternos, habríamos podido anticipar todo pagando la matrícula de la convivencia. 

Son tres promesas: 

Va la primera: NO INTENTARÉ QUE CAMBIES. Si tu otro no es exactamente como querés seguro que ya trataste de que sea diferente. El otro también intentó cambiarte para que seas como necesita. Y ninguno de los dos pudo, ¿no es cierto? Es que obligar a alguien a no ser como es es un juego dañino, irrespetuoso que produce frustración, porque ese cambio no sucede. Uno y otro, los dos, ven que no pueden cambiar al otro, el resentimiento crece, la convivencia se corroe y la va volviendo un infierno.

La mala noticia que tengo es que nadie puede cambiar a nadie. El solitario ama la soledad y no se siente cómodo entre mucha gente. El sociable ama estar con otros y evita la soledad. Pedirle a un solitario que quiera estar con gente o a un sociable que quiera estar solo, es pedirles algo que difícilmente puedan hacer porque contraría sus naturalezas. Y así con todas las cosas. La primera es entonces: no intentaré que cambies.

La segunda promesa es: NO CREERÉ QUE ME LO HACÉS A MI. Cada uno es como es, hace lo que puede, incluso me atrevo  a decir que hace lo más que puede. Si tu otro no domina el arte de la conversación, es silencioso y poco elocuente, esperar que hable, es esperar algo que difícilmente sucederá. Y no te lo hace a vos. Es así. No le sale hablar, no está cómodo hablando, no es que no quiere hablar con vos, es que el momento de hablar puede serle angustiante porque no está entrenado en hacerlo. Creés que te lo hace a propósito, por pura maldad, que no le importás, que ya no te quiere. Y las más de las veces, no es así. Es que hablar no es lo suyo y difícilmente cambie. Le estás pidiendo peras al olmo, y ningún olmo da peras. No te lo hace a vos. Es así. No es contra vos, por eso es tan importante tu promesa en el pago del peaje de no creer que te lo hace a vos, que lo aceptás cómo es. 

Ver que no se lo hace a uno es liberador, lo saca a uno de la queja, del reclamo, de la acusación porque se deja de esperar lo que el otro no tiene o no puede. La segunda promesa es entonces: no voy a creer que me lo hace a mí.

Y la tercera promesa es: NO ESPERARÉ A QUE ADIVINES. Si necesitás algo, pedilo. Los adivinos y videntes adivinan, las personas comunes no. El otro está igual que uno, tampoco pide, también espera ser adivinado. Cada uno en su propia burbuja, creyendo que el otro sabe qué necesitamos, qué estamos esperando y cuando no sucede, vienen el dolor, la queja, la acusación de “¿Cómo que no sabe? ¡tiene que saber! lo que pasa es que no me ve, no le importo”. No, lo que pasa es que no adivina, si no decimos claramente lo que queremos, no lo sabe. Si no nos dice claramente lo que necesita no lo sabemos. Esperar que adivine es una perversa prueba de amor que no prueba amor sino la incapacidad del otro de adivinar. Es más realista, económico y efectivo pedir. La tercera promesa es no esperaré a que adivines.

Somos vulnerables, frágiles e imperfectos, esperamos ser reconocidos y satisfechos y perdemos de vista que al otro le pasa exactamente lo mismo, también espera ser reconocido y satisfecho. Y ojo que la matrícula no es opcional, es tan obligatoria como el cinturón de seguridad, nos protege de los accidentes de la vida y permite un viaje juntos amable, respetuoso y amoroso.

Y si no pagaste la matrícula al principio, siempre estamos a tiempo, capaz que es eso que creías que ya no funcionaba se reaviva con esta proposición tuya. Va de nuevo: 

me comprometo a 

  • no intentar cambiar al otro 

  • no creer que todo “me lo hace a mí” 

  • no esperar que adivine, pedir lo que necesito

El amor y la felicidad. En "Vivir en pareja".

4 de marzo de 2022. Primer columna en el programa Le doy mi palabra conducido por Alfredo Leuco.

Voy a empezar a hablar, como carátula de la columna, del amor y la felicidad.

Mirá lo que me dijo María Marta: “No soy feliz. No tengo ganas de nada, mi marido no me habla, no me pregunta cómo estoy ni me cuenta nada, soy como un mueble para él, algo que está en la casa pero es transparente, siento que no le importo, que no existo ya como mujer ... ¿será que ya no me quiere? encima yo también dudo, no sé si lo quiero …”. Su voz, su gesto, eran de una desilusión y una tristeza infinitos. En su trabajo estaba bien, con sus hijos también, su infelicidad venía porque no se sentía amada por su marido.

Es que el amor y la felicidad vienen en un mismo paquete y la felicidad, pero de un solo tipo de amor, el de pareja, el que pone brillo en los ojos y te hace creer que todo es posible, que seremos felices eternamente. 

Pero resulta que no es eterno, es como las estrellitas que encendíamos en las noches de navidad y año nuevo y que mirábamos embelesados haciéndolas bailar pero que se apagaban demasiado rápido. María Marta, como tantos de nosotros, tenía esa estrellita en la mano ya sin luz y se preguntaba qué pasó, ¿dónde fue esa luz? ¿por qué se apagó si le habían prometido que estaría encendida siempre?

Un día conocés a alguien, se miran y les gusta lo que ven. Vemos a un otro que nos gusta y al mismo tiempo nos gusta ver que nos mira como nos gusta que nos vean. El amor se despierta en ese juego de seducción y conquista que promete un oasis de placer eterno. Se enciende la pasión que ahora es todo el cuerpo, estamos enamorados y ese otro es la llave de nuestra felicidad.

Y nos tomamos del brazo para caminar juntos, compartir la mesa y la cama, los desayunos y las cenas, el lavarropas y la heladera. Vamos tomados del brazo, construyendo, la vista al frente, uno al lado del otro y sin darnos cuenta, dejamos de mirarnos. Y un día, como dice la canción de la apertura de la columna, nos damos cuenta de que nos dejamos de ver ¿qué nos pasó? ¿No era que si vivíamos juntos seríamos felices? ¿y por qué no somos felices? 

Vivir en pareja es un desafío cotidiano. Creíamos que el amor lo podía todo, que si hay amor todo lo demás se arregla y que la estrellita seguirá brillando siempre. Tanto bolero y novela romántica nos metió en la cabeza que el amor basta. Pero vivir juntos es una empresa que necesita acuerdos como cualquier empresa, pero más acá porque su producto es que sus dos socios sean felices.

¿Y cuáles son los ingredientes de la felicidad? Reconocimiento y aceptación, estímulo y valoración, seguridad y paz. Fijate que no digo sexo o pasión no porque no importe, buen sexo importa pero sentirse bien necesita del diálogo franco, los modos amables, la escucha abierta. El amor no basta, hay que ponerle ganas porque, y lo digo de nuevo, los caminos que llevan a la felicidad son el reconocimiento y la aceptación, el estímulo y la valoración, la seguridad y la paz. 

Por eso voy a hablar del amor. Pero no de esa cajita mágica con mariposas de colores y estrellitas brillantes que tiene una vida breve y nos deja frustrados y desilusionados creyendo que quedó vacía. ¿Sabés qué? no es así. Hay más, mucho más y junto con Maria Marta la abrimos de nuevo a ver qué otras cosas había. Te lo digo yo que lloré tantas veces creyendo que la cajita estaba vacía enceguecida por una idea del amor que lo reduce a los primeros momentos de sexo y pasión. Cuando empecé a abrir con otros ojos la cajita romántica vi que había mucho más… esto es lo que quiero contarle a tu audiencia. 




María Marta enuncia una carencia que es muy común en las parejas convivientes después de un tiempo. Siempre digo que después de algunos años de vivir juntos todo matrimonio se convierte en incesto. Ese otro del que nos habíamos enamorado pasa a ser parte de nuestra familia, alguien querido, conocido, previsible, habitual, que siempre está ahí, que suele decir las mismas cosas, ubicarse en los mismos lugares, tener las mismas actitudes e intereses y todo aquello que nos enamoró parece haberse evaporado. ¿Dónde quedó? ¿Cómo es posible que la misma persona de la que nos enamoramos, que siguió siendo igual, nos desenamoró?

Y se abren una pila de preguntas. ¿Qué es el amor? ¿Es solo la pasión del comienzo? ¿El enamoramiento que te llena la panza de mariposas se gasta, las mariposas se cansan y se van? ¿Es verdad que la rutina mata al amor? ¿Es mala la rutina? ¿Y la felicidad? ¿Por qué parece escaparnos de las manos? ¿Es algo que hicimos nosotros o la culpa la tiene ese otro con quien convivimos que no nos quiere como queremos que nos quiera, que no nos mira como queremos que nos mire, que no nos dice lo que queremos que nos diga ni nos da lo que queremos que nos de? ¿Y nosotros? ¿Lo queremos como necesita que lo queramos, lo miramos como necesita ser mirado, le damos lo que necesita que le demos? 

Ya sé que en la pareja la culpa siempre la tiene el otro. Nunca nosotros. Ese otro pérfido y cruel que disfruta haciéndonos daño y negándonos justo eso que necesitamos y que sabe que tanta falta nos hace. Lo hace a propósito. 

La queja de María Marta es la queja de muchos que creían que la pareja iba a ser un oasis eterno y descubren defraudados que no es un camino liso, asfaltado y con indicaciones claras sino a veces un lugar con accidentes, que requiere trabajo, cuidado y atención, que no florece todo el año sino de a ratitos y lleno de trampitas que no sabemos como desactivar. Vivir en pareja nos desafía con todas estas cuestiones porque hemos sido educados con la ilusión de que el amor todo lo puede y que si no se está pudiendo es que ya no hay amor. Y no es así. 

Te amaré eternamente.... y otros mitos

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Nos arrojamos a las relaciones de pareja ilusionados y convencidos de que el amor y el deseo durarán por siempre. Pero esa sensación de mariposas en la panza, que algunos llaman infatuación, no es eterna. Con suerte, cuando el fuego se va apagando, queda el rescoldo tibio y amable de una buena relación, confianza, lazos familiares y expectativas a futuro.

Nos hemos formado en una cultura que lee todo lo anterior como un pobre consuelo ante la falta del fuego sublime de la pasión desatada. Y pasado un tiempo, descubrimos que tenemos poco en común con el otro, que las peleas son una constante y que no coincidimos en casi nada.

Con la extensión de la vida y el cambio de paradigma de este siglo, la pareja de larga data tambalea, aunque el tema ha recibido poca atención en nuestra sociedad. ¿Cómo hacemos para sostener un proyecto de a dos en un mundo donde la idea de enamorarse para siempre ya no tiene tanta fuerza?

La psicóloga Diana Wang, con casi cinco décadas de ejercicio como terapeuta de parejas, recaba algunas observaciones, consejos y lecciones que fue aprendiendo tanto de sus pacientes como de su experiencia personal. Con humor, calidez y realismo, aborda temas como el dinero, el sexo, la monogamia, la fidelidad, los hijos, los nietos, los suegros, el espacio personal, los secretos, los divorcios, las nuevas parejas y las familias ensambladas. Este libro extraordinario es una lectura imprescindible para todos los que quieren seguir apostando a la misteriosa aventura de compartir la vida con otra persona.

Diana Wang se casó dos veces. Su primer matrimonio duró dos años. El segundo cumplió 44 en 2019. Ambas experiencias, sumadas a su ejercicio profesional, le han enseñado todo lo que escribió en este libro: alegrías y desdichas, frustraciones y logros, aburrimientos y despertares.

Nacida en Polonia a poco de terminada la Segunda Guerra Mundial, Diana reside en Buenos Aires desde los dos años. Sus padres tuvieron la suerte de sobrevivir a la ignominia nazi y llegaron a la Argentina en 1947. Enamoradiza y entusiasta, la autora recibió a los doce años su primer beso en un atardecer de verano. La parábola de la vida en pareja comenzó muy temprano. Cuando su mamá supo de aquel noviecito al que llamaba "simpatía" la abrazó diciendo: "¿Qué apuro tenés? Se sufre mucho en el amor". Diana se ha empeñado desde entonces en que el amor sea fuente de disfrute y alegría y que la sombra del sufrimiento se mantuviera lejos y a resguardo. No siempre lo ha logrado. Pero lo que sí aprendió es que se puede.

Egresada de la Universidad de Buenos Aires, Diana trabaja en su consultorio privado desde hace casi cincuenta años, especializada en vínculos de pareja. Además, es columnista de La Nación y miembro del Museo del Holocausto. Como autora, publicó De terapias y personas junto con Musia Auspitz (1997), El silencio de los aparecidos (1998), Los niños escondidos: del Holocausto a Buenos Aires (2004), Hijos de la guerra: la segunda generación de sobrevivientes de la Shoá (2007), Volver: crónicas en forma de cartas sobre un viaje de regreso a Polonia y Ucrania (2012), Con una piedra en el zapato (2013) y Surviving Silence (2013). Hoy disfruta de su familia y acompaña a sus cuatro hijos y ocho nietos con las mismas dudas, incertidumbres y fragilidades que ella tuvo en la vida y en el amor.

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Megustaleer

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en Kindle, Amazon

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me lo mandó Aielet

me lo mandó Aielet

Firmando ejemplares para periodistas y medios

Firmando ejemplares para periodistas y medios

Después de la entrevista, en el estudio de Radio Mitre

Después de la entrevista, en el estudio de Radio Mitre

La psicoterapeuta, conferencista y escritora Diana Wang, visitó el estudio de Nacional AM 870 y conversó con Silvina Chediek sobre su nuevo libro “Te amaré eternamente y otros mitos de vivir en pareja”. La obra revisa en su publicación los distintos conflictos que atraviesan las personas en pareja, desde el inicio de una hasta las que tienen muchos años de convivencia. https://bit.ly/2IHR1RI

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De izquierda a derecha: Ariel Hergott cine y series, Daniel Cacioli deportes, Silvia Maruccio locución, Silvina Chediek, Diana Wang, Adriana Balaguer política y actualidad, Damian Dreizik

De izquierda a derecha: Ariel Hergott cine y series, Daniel Cacioli deportes, Silvia Maruccio locución, Silvina Chediek, Diana Wang, Adriana Balaguer política y actualidad, Damian Dreizik

PROMOCION PRESENTACIÓN:

Flyer presentación. Leerán y comentarán: Diana Sperling, Ariel Schapira, Aida Ender, Franco Fiumara y Fanny Mandelbaum.

Flyer presentación. Leerán y comentarán: Diana Sperling, Ariel Schapira, Aida Ender, Franco Fiumara y Fanny Mandelbaum.

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En el estudio de Radio Hermes, con Lena Reingold y Marcelo Della Mora en su programa Programa Radio Psi. Sábado 10 de agosto de 2019.

En el estudio de Radio Hermes, con Lena Reingold y Marcelo Della Mora en su programa Programa Radio Psi. Sábado 10 de agosto de 2019.

Después de la charla, Lena Reingold y Marcelo Della Mora en la sede de Radio Hermes, el emprendimiento cultural de Pablo Duarte.

Después de la charla, Lena Reingold y Marcelo Della Mora en la sede de Radio Hermes, el emprendimiento cultural de Pablo Duarte.

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Algunos de los presentes… por ahí atrás mis nietas Caro y Valu

Algunos de los presentes… por ahí atrás mis nietas Caro y Valu

Vista desde afuera cuando estaba comenzando

Vista desde afuera cuando estaba comenzando

en el camarín de la Televisión Pública, esperando para grabar Cada Noche con Silvina Chediek

en el camarín de la Televisión Pública, esperando para grabar Cada Noche con Silvina Chediek

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Revista VIVA, Clarin, domingo 22 de septiembre 2019

Revista VIVA, Clarin, domingo 22 de septiembre 2019

Mención de Fanny Mandelbaum en La Noche de Mirtha Legrand, 19 de octubre de 2019 (entre los minutos 25.13 y 25.35)

No sabía que no había sido feliz

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Agustín era el segundo de siete hermanos. Vivía en una pobre choza en las afueras de Valle Hermoso, Córdoba, en un paraje escondido en medio de la naturaleza cerca del arroyo Vaquerías. Su papá era el encargado de cuidar, administrar y manejar una tropilla de caballos para uso turístico. Su mamá cocinaba tortas fritas que Agustín y sus hermanos llevaban caminando a La Falda y vendían por la calle o a los pasajeros del tren cuando se detenía en la estación. Llegaban a la escuela caminando, pero cuando el papá debía llevar la tropilla al pueblo iban también a caballo. Bombeaban agua del pozo, no había luz eléctrica y los siete hermanos se acomodaban en las tres camas disponibles.

En el verano hacían correrías con sus alpargatas gastadas y se atiborraban con el piquillín que crecía en las sierras. Se bañaban en el arroyo, hacían sapitos en el agua y después se tiraban en el pasto mirando el baile de las mariposas mientras la tibieza del sol los iba secando. En el invierno las condiciones eran menos benévolas, pero nunca faltaron juegos ni alegrías. Era muy travieso y no siempre lograba esquivar los chancletazos no muy fuertes de su madre llamándolo al orden. Pícaro, sagaz y astuto ya desde chico, era un eximio jugador de truco que los grandes elegían cuando les faltaba el cuarto. Amaba ayudar a su padre a ensillar los caballos, cepillarlos, darles de comer. Eran sus amigos, conocía a cada uno y todas las mañanas corría al establo a darles los buenos días.

Agustín era el mayor de los tres varones y superaba a los más chicos con su mágica habilidad para el fútbol. Corría con esa pelota de trapo hecha por la mamá como si estuviera adherida a los pies, hacía con ella lo que quería, parecía una mascota que lo seguía por donde fuera.

A los 17 años, un entrenador porteño que lo vio jugar le propuso probarlo en el club. Un sueño hecho realidad. Con el consentimiento de sus padres, un día de fines del verano de 1958 se subió al Rayo de Sol rumbo a Buenos Aires, lleno de recomendaciones por los peligros de la gran ciudad.

De Retiro lo llevaron a la pensión en donde se alojaban los llegados del interior. Con los ojos así de abiertos, el miedo de pasar por pajuerano y el asombro ante las cosas que veía, conoció a los otros tres chicos que compartían la pieza. No todos provenían de hogares humildes como el suyo y cada chico le hizo ver que había otras vidas, otras historias, otras experiencias.

Héctor, rosarino, iba los sábados a un cine que daba tres películas de corrido, con número vivo y un señor que pasaba con golosinas y hasta bombones helados. Miguel venía de La Plata y contó que había estado varias veces en Buenos Aires, en el zoológico y en el Parque Retiro, donde había juegos maravillosos, laberintos, espejos raros, una vuelta al mundo. ¿Qué sería eso? Debía ser increíble. A Ricardo le festejaban sus cumpleaños en Malargüe con globos, un mago, regalos.

Agustín escuchaba sorprendido y maravillado. Se acostó esa noche pensando que de chico había tenido mucha suerte porque no se había dado cuenta de que no había sido feliz.

https://goo.gl/BoLo1V