reacciones

Mamíferos y neandertales.

¿Qué es esa reacción explosiva, ese grito con el que a veces te responden? ¿Qué es ese llanto, esa angustia, ese miedo que a veces te inunda? ¿Que son esas emociones que nos hacen responder así? ¿De dónde vienen? ¿Es odio? ¿Es maldad? ¿Es intolerancia? Puede ser cualquiera de esas cosas pero probablemente lo que las dispara sea la amenaza de exclusión que tiene toda conducta violenta que si tuviera un subtítulo diría: No te aguanto, no te quiero ver más, no te quiero. Lo que es insoportable debido a dos cosas.

Una es que somos mamíferos y la otra que tenemos el mismo sistema nervioso central que los neandertales, los de la época de las cavernas. 

Somos gregarios y sociales como todo mamífero, necesitamos del grupo porque no podemos sobrevivir solos.  

Tenemos la misma estructura cerebral que los neandertales, las mismas hormonas, los mismos conectores neuronales, las mismas respuestas defensivas ante el peligro. 

Para nuestro sistema nervioso seguimos en la cueva protectora y nuestra vida depende del grupo. La cueva nos da reparo, calor y seguridad. La cueva nos asegura que tendremos alimentación suficiente, que estaremos al reparo de las inclemencias del tiempo y de los depredadores, que nuestros hijos llegarán a adultos. No podríamos sobrevivir si nos echaran de la cueva, necesitamos de los demás, no podríamos sobrevivir solos. Necesitamos asegurarnos de que somos aceptados por eso, si nos rechazan, para nuestro cerebro nos echaron de la cueva y quedaremos a la intemperie. 

Hoy la cueva es nuestra familia, nuestro trabajo, nuestros amigos y necesitamos asegurarnos de que seguiremos allí por eso vivimos sedientos de aprobación y reconocimiento.

La crítica, la ira, cualquier ataque, son señales que son amenazas para nuestro cerebro que dispara las reacciones defensivas. El grito, la furia en la mirada, el gesto violento, el golpe, disparan torrentes de adrenalina y de cortisol, la hormona de la angustia, y volvemos a ser neandertales primitivos aterrados ante la idea de ser excluidos y echados de la cueva. Nuestra conducta no es racional sino primaria y emocional, igual que en los comienzos de los tiempos humanos. Si alguien de nuestra cueva, en especial nuestra pareja, nos ataca, es una amenaza de muerte. El destierro era el supremo castigo en la Grecia antigua, peor que la prisión, así, para nuestro cerebro, quedar afuera, ser excluidos, desterrados, echados, nos despierta aquella angustia inscripta en nuestras neuronas. 

Tené presente entonces que cada vez que criticás o atacás, sea con palabras o actitudes, se dispara en el otro esa temida amenaza y responde el mamífero y el neandertal, se defiende, reacciona y contraataca. No lo hace por malo sino porque está aterrado. La amenaza de exclusión derrumba la lógica, un cerebro inundado de adrenalina y cortisol es pura reacción, pura desesperación y ante la amenaza de ser excluidos somos mamífero y neandertales. 

Lo digo para que lo tengamos presente en cada discusión, para que no sea entendida como amenaza de exclusión ni peligro del abandono. No estoy de acuerdo pero seguimos juntos. Así de simple, dando confianza y seguridad de que seguiremos al amparo de la cueva protectora, calentitos y libres de todo mal.

Descartar la primera orina de la mañana

Vivir en pareja, encuentros y desencuentros en “Le doy mi palabra”, radio Mitre, Alfredo Leuco.

Hoy traigo un consejo, útil para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero. Un consejo que nos ahorrará, seguro seguro, peleas y discusiones, sufrimiento y angustia.

Mi consejo de hoy es descartar la primera orina de la mañana. ¿Me dirás qué tiene que ver esto con una pelea matrimonial?

¿Viste cuando tenés que hacerte un análisis de orina de 24 horas, te dicen en el laboratorio que para recolectarla descartes la primera orina de la mañana? Esa que sale como chorro incontenible y que guarda todo lo que se estuvo juntando en la noche. Esa, esa hay que descartarla.

Si lo pasamos a nuestra vida con nuestra pareja, me refiero al momento en el que sentís que el enojo te sube, que te enceguece, que dejaste de ser quien sos y te transformaste en un arma de ataque, apuntás con mirada asesina preparando el disparo para decir eso que sabés que duele, eso que destruye. ¡Ese es el momento clave! cuando sentís que sos un volcán que está por entrar en erupción, acordate de mi consejo que me salvó a mi tantas veces y descartá la primera orina de la mañana, descartá eso que estás por vomitar a borbotones y sin pensar. 

Ya sé como es… que tu pareja te provoca, te irrita, que no entendés qué le pasa ni qué quiere de vos, que te enfurece que no haga nada de lo que querés. Si calla porque calla si habla porque habla. Si no hace nada porque no hace nada si hace mucho porque no se queda inmovil. Hay un momento en la relación en el que sea lo que sea que haga el otro, te enoja y te dispara una reacción que seguro será sin pensar, seguro será violenta. ¿Lo que hizo o no hizo el otro fue un ataque? No sabemos si nos quiso atacar o tal vez si lo entendimos como un ataque. No importa eso para controlar tu reacción. Acordate que somos mamíferos y si nos sentimos atacados ¿qué hacemos? contraatacamos o huímos. Si contraatacaste te sometiste al ataque, haya sido real o supuesto, no elegiste, derramaste tu rabia sin pensar. Y te digo:  siempre podés elegir. 

Cuando te sentís atacado y sabés que tu respuesta violenta está por salir como un vómito imparable, ése es tu momento de elegir:  descartá esa primera reaccción. Es tóxica, como esa primera orina, no es buena, no sirve. Todo lo que digas y lo que el otro te responda si no parás tu reacción no tiene valor comunicacional, es puro ataque. Las palabras dichas en ese momento son armas letales porque después no se olvidan, son corrosivas, oxidan lo que tocan y después es difícil volver de ahí.

Pegá media vuelta, dejá el lugar como haría todo mamífero inteligente que no quiere enroscarse en una pelea, andá al baño y cerrá la puerta o a la cocina y servite un vaso de agua o al dormitorio y cambiate las medias, salí del lugar en donde pasó lo que viviste como un ataque. Pueden ser solo unos segundos o pocos minutos, pero en otro espacio, tomás aire bien profundo y podés frenar el vómito ese que tenías atravesado y podés volver con la cabeza más clara. Haceme caso. Es más fácil de lo que parece y funciona. En lugar de sentirte la víctima, o sea, que el otro manda sobre vos y no te deja pensar, decidís sobre tu conducta, te adueñás de la situación. Cuando contra atacás te estás sometiendo a la propuesta de ataque y pierden los dos. Si elegís descartar la primera orina de la mañana recuperás la capacidad de pensar y elegís el escenario en el que querés vivir.