Inteligencia para ser feliz

La felicidad depende en gran medida de la inteligencia. No de la lógico-matemática y la lingüística, de la de los grandes deportistas, bailarines, pintores y músicos. La felicidad depende de la inteligencia emocional, la que nos permite estar en contacto con las propias necesidades y posibilidades y con el otro, lo que nos da empatía.

Hay gente a la que le sale naturalmente pero los demás tenemos que aprender y entrenarnos.

Muchos de los problemas que veo en la convivencia cotidiana se deben a la falta de inteligencia para vivir en pareja. Esta carencia se asienta sobre algunos supuestos irreales y absurdos. Por ejemplo el de creer que el amor todo lo puede abonado por un romanticismo tonto y engañoso que nos hace esperar que las cosas sucederán por sí solas, mágicamente, que si hay que hacer algún esfuezo quiere decir que el amor no es suficiente. 

Otro supuesto absurdo es la convicción de que eso que no nos gusta del otro lo cambiará nuestro amor. Ni el amor más poderoso hará que el solitario se vuelva sociable o que la que habla mucho se transforme en silenciosa. Uno es como es y seguirá siéndolo con amor o sin amor. 

Otro supuesto trágico es esperar que el otro nos adivine todo el tiempo, al tener que explicar o pedir sentimos que no nos quiere bastante, que no le importamos. Y no somos adivinos, esperar que adivine nos asegura la frustración porque no va a pasar. El inteligente emocionalmente no espera que lo adivinen,  pide lo que necesita. 

¿Y cuando creemos que todo lo que nos hace es a propósito, para dañarnos? ¿Es que creemos que somos el centro de su mundo y que no tiene otra cosa en qué pensar que en nosotros?

Si no recibimos las evidencias de que importamos, de que somos el centro de su vida nos sentimos malqueridos. 

Todas estas cosas indican un pobre desarrollo de la inteligencia para vivir en pareja. Si tengo que resumirlo, la cosa es bien simple: en una pareja hay dos personas. 

Parece obvio pero no lo es. Creemos que el otro es una extensión de nosotros mismos, con similares expectativas, gustos, anhelos, modelos de conducta y formas de ver el mundo. Cuesta ver  que es otro, que a veces no sabe lo que necesitamos o estamos esperando, que no está dentro de nosotros, no nos adivina, no somos lo único que hay en su vida, es otro, está afuera de nosotros y es diferente. 

Creemos absurdamente que nuestro otro no es otro, que es como uno y que sabe lo que tiene que hacer o cómo tiene que ser para hacernos felices. Suele combinarse con que al otro le pasa lo mismo, también cree que vemos y sabemos lo que tenemos que hacer o ser para hacerle feliz sin que nos lo tenga que decir o pedir.

La inteligencia para vivir en pareja empieza con el reconocimiento de que somos dos. Dos diferentes, dos que no tienen el don de la adivinación. Cada uno precisa diferentes calzados para caminar con más comodidad y se resistirá, como es lógico, a forzar a que sus pies se metan en los zapatos del otro que no solo no le serán cómodos sino que le lastimarán e impedirán caminar.

La inteligencia emocional se puede aprender, desarrollar y entrenar, es una nueva habilidad que nos hará más fácil la vida. Permitirá que encaremos los problemas que hay y que habrán de modo constructivo con un diálogo franco y sincero, claro y directo y que no ataque al otro. Diferentes y necesitados de aceptación, los dos. Nos escuchará mejor si reconocemos y agradecemos, si somos empáticos con el otro que, igual que nosotros, hace lo que puede. 

A no desesperar que se puede. Construimos la felicidad con lo posible, con lo que hay, con lo que es. Lo dijo Guerrita, aquel famoso torero andaluz iletrado pero con una inteligencia emocional natural, fue hace más de un siglo en una charla con el filósofo Ortega y Gasset. Guerrita dijo:"ca' uno e' ca' uno y ca' cual e' ca' cual" y "lo que no pue' ze' no pue' ze' y adema' e' impozible".

 

¡Ahora los hombres!

Hace más de 50 años que veo gente en mi consulta. Con el paso del tiempo observo cambios en algunas conductas en hombres y en mujeres. 

Antes las mujeres eran las que registraban y denunciaban la infelicidad, jugaban con la idea de separarse. Sus compañeros parecían no darse cuenta, no eran igual de felices que al principio pero ni se les cruzaba la idea de separarse. Hoy, los hijos varones de aquellas parejas que veía hace mucho son lo que hablan de infelicidad. Dicen, como antes las mujeres, “yo también tengo el derecho de ser feliz”. No siempre buscan la separación. A veces es solo dejar de convivir, liberarse del todos-los-días, de la presencia y la mirada que opina y critica, de las explicaciones que hay que dar para sostener espacios propios. 

Además hay poco sexo. Como dice el chiste, después de varios años de convivencia toda pareja se convierte en incesto. Los enamorados que disfrutaban el descubrirse, seducirse y conquistarse, se vuelven buenos amigos, parientes cercanos, la esposa hace de mamá, el marido hace de papá y los dos extrañan cuando no era así. 

Parte del cambio es el nuevo lugar de la mujer. Hoy también aportamos dinero a la economía familiar, a veces más que nuestros maridos, tenemos una actuación externa que era privativa de los hombres. 

Y la extensión de la vida suma otro eje a considerar y que refuerza esa búsqueda del nuevo lugar de los hombres. Ya se casaron. Ya tuvieron hijos. Ya armaron una estructura familiar. Ya cumplieron. Ya está. ¿Cuánto falta? Y las esposas no se lo esperaban y no entienden. ¿No me quiere más? es la pregunta obligada. Y no. No es por ahí. Porque los que hoy tienen 50, si la salud les acompaña, pueden contar con unos 30 años más con vitalidad, proyectos y ganas. ¿Será que se plantean jugar un segundo tiempo, que luego de haber cumplido con el mandato biológico y social quieren sentirse felices sin imposición alguna?

Nunca como ahora fuimos tan bombardeados con el mandato de ser felices, de realizarnos como personas, de respetar nuestras necesidades porque la vida es una sola y no vivimos en borrador. 

Hace varias décadas empezamos las mujeres sacudiéndonos y liberándonos de la estructura patriarcal. Ahora se viene la revolución de los hombres. La nueva masculinidad que en los más jóvenes es compartir la crianza de los hijos y las tareas hogareñas, en los más grandes es entrar y salir cuando quieren, no tener que dar explicaciones, sentir la libertad de tomar decisiones sin tener que negociarlas con nadie. 

Es un nuevo estado de cosas, muy verde todavía y tendremos que aprender todos a convivir con ello. Y se abren nuevas preguntas. 

¿Se terminó el matrimonio para toda la vida? ¿Se terminó el vivir juntos? ¿Cómo será seguir en pareja con cada uno en su casa? ¿Y si alguno se enferma? 

Son preguntas apasionantes en una época privilegiada en este sentido porque hay permiso social de buscar aquello que nos hace bien. Es una búsqueda que vaya uno a saber dónde nos llevará, a qué conformaciones familiares, a qué arreglos en las relaciones, en los planes familiares, en las economías. No hay caminos preestablecidos, estamos haciendo el camino al andar. 

Hoy que las mujeres hemos asumido lugares tradicionalmente de los hombres, ellos pueden correrse de los rígidos mandatos del patriarcado que también los tenía sujetos. Hoy pueden llorar, pueden conectarse con sus emociones, pueden disfrutar de las pequeñas cosas sin necesidad de ser ricos, exitosos y virilmente potentes, hoy pueden aspirar a la felicidad.

¿Cómo serán los nuevos pactos, cómo las estructuras familiares resultantes? ¿Como incidirá en la educación de los hijos? ¿Cómo se reflejará en la vida de los mayores, los madurescentes como yo? 

Los hombres siguen nuestros pasos en la aventura de vivir mejor. Empiezan a animarse a sentirse bien, a ver cómo hacer para asumir sus responsabilidades sin que sea una prisión, cómo decírselo a su compañera sin lastimarla, para que sea algo bueno para los dos. 

La sociedad patriarcal se está empezando a sacudir. Antes las mujeres, hoy los hombres. Aprender a armonizar la vida familiar con la personal. 

¡Momento apasionante el que estamos viviendo!

Cerca del héroe

Y la gente ocupó la ciudad de Buenos Aires. El festejo, la necesidad de compartir la alegría del regreso de la selección triunfante, desbordó las calles y fuimos testigos de esta muestra espontánea de fervor popular. Los drones sobrevolaban la ciudad y registraban esa masa de gente que cubría accesos, avenidas y puentes con una perspectiva que nunca antes habíamos tenido. Fueron imágenes inolvidables de gente que venía caminando mansamente desde muy lejos que nos llenaron de asombro y estupefacción.

Ya desde temprano fue evidente que el desborde de esas millones de personas embriagadas con el triunfo deportivo y sedientas de cercanía con sus héroes iba a ser imposible manejar.

El fervor colectivo fue in crescendo y produjo escenas que, promediando el día, eran inconcebibles, como una especie de carnaval anticipado con su cuota de alegría desenfrenada pero también, como supimos después, teñido de situaciones amenazantes y vandalismos debidos al consumo de alcohol y drogas. 

Estaban también los apropiadores  de lo que ven como si el día festivo, la masividad y el anonimato invitara y justificara robos y saqueos. Se vió a uno que rompía una vidriera y se llevaba una moto mientras nadie de los que pasaban hacía intento alguno por detenerlo. 

Y otras escenas delirantes como la del que llevaba a la rastra un semáforo que vaya uno a saber cómo obtuvo, a modo de trofeo de guerra. 

¿Cómo entender al que se tiró de un puente con el propósito de caer sobre el camión que llevaba a los jugadores con tan mala suerte que rebotó y cayó sobre el asfalto? ¿O a los que rompieron la puerta del Obelisco y se encaramaron en la ventanita de arriba con una bandera? ¿O a los trepados a semáforos, techos endebles, carteles que no soportaban su peso y se desmoronaban arrastrándolos en la caída? Muchos terminaron hospitalizados para reparar tanta rodilla, costilla, columna y cabeza fracturada. ¿Qué los llevó a esas conductas a todas luces suicidas? ¿Es que esos tristes y patéticos Ícaros sin alas se sentían  omnipotentes, protegidos por escudos inviolables? 

Tocar al protagonista. Llevarse en la piel algo de su fama. Estar más cerca. Ver al héroe. Llegar antes que los demás. Ser el primero. Estar más alto. Ganar. También quieren ser ganadores alguna vez, cuando no de un mundial de fútbol, al menos entre su gente. Sobresalir del montón investidos con la cota del gladiador que ha vencido a los leones. Gestos dirigidos tal vez a los héroes deportivos, un “Soy como ustedes, de la misma madera,  también tengo pelotas y me animo a todo, ¿ven? nada me es imposible, nada me da miedo, puedo sentarme a sus mesas, ser su amigo, soy su igual”. 

Esbozo entonces la hipótesis de que esa conducta suicida tal vez encubra la identificación con el héroe, el deseo de emularlo en ese minuto inolvidable en el que vence la gravedad, la resistencia de los materiales, las alturas imposibles y se eleva a un mítico estado de gloria que le abrirá las puertas a la eternidad. ¿Qué importa entonces una fractura o incluso la muerte si esa desmesura es el camino a la eternidad?

El héroe romántico se instaló en la cultura occidental en el siglo XIX. El Werther de Goethe delineó el camino trágico del héroe, los héroes no mueren de viejos, mueren jóvenes luego de la gesta que los inviste de honor y sella su memoria para toda la eternidad.

En “La vida de Galileo” Bertold Brecht le hace decir a Andrea: “¡Pobre el país que no tiene héroes!” a lo que Galileo responde: “No, pobre el país que necesita héroes”.


Januca 2022, milagros y suerte

(Invitada a encender una vela para Amigos de Israel).

Milagros y suerte. Dos cosas en las que pareciera que no tenemos ninguna intervención, que suceden “porque Dios lo quiso” o los astros o el azar. Ante los milagros y la suerte nos sentimos impasibles, sujetos de un destino que nos trasciende y sobre el cual no tenemos ningún control. De ahí las cábalas, los conjuros, las plegarias, los infinitos caminos que rozan la magia, la conquista de la benevolencia de los dioses o del más allá. 

Jacques Monod habla del azar y la necesidad y de cómo ambos coexisten y tantas cosas son imposibles de determinar por anticipado. Esto se ve en la física de las micro partículas pero también se ve en la vida cotidiana. Cuando sucede algo que parecía imposible decimos “es un milagro” o “fue una suerte” y algunas veces es así, pero no siempre.

La suerte y los milagros nos son más benévolos si los ayudamos. Lo acabamos de vivir con el Mundial en el que el trabajo previo, el espíritu de equipo, la confianza en que el esfuerzo tiene sentido, permitió que estos muchachos no claudicaran, superaran el mal momento del comienzo y entraran en cada partido con paso firme. Claro que no fue lo único pero sin eso el milagro no habría sucedido, la suerte no les hubiera acompañado.

Está bueno celebrar los milagros como éste de Jánuca porque nos recuerda que nada es imposible, pero comporta el peligro de creer que sin esfuerzo ni trabajo los milagros sucederán. Leo hoy el milagro de Jánuca desde la lente del triunfo en el Mundial que además del triunfo en sí mismo, permitió esta vivencia insólita de unanimidad que hacía tantos años que no vivíamos, otro milagro. La historia bíblica es un canto a la esperanza, nos convoca a confiar en que lo que parece imposible puede suceder, que como reza nuestro himno partisano, nunca creamos que estamos caminando el último camino. Pero para caminar nuevos caminos, para que lo imposible suceda, hay que estar atento, entrenarse para caminar bien e ir mejorando paso a paso, porque no sale solo y mejor que cuando el milagro suceda nos encuentre preparados para verlo y llevarlo adelante. 

El himno del Mundial

Dice el nuevo himno: “En Argentina nací, tierra de Diego y Lionel, de los pibes de Malvinas que jamás olvidaré, no te lo puedo explicar porque no vas a entender, las finales que perdimos cuántos años las lloré”. Tantos años llorando tanto perdido.

Nuestro himno nacional nos convoca a coronarnos con gloria por la libertad o morir por ella. Ya conquistada, el nuevo himno habla de este presente desgarrado y enuncia el deseo de que renazca la esperanza. Superar controversias agrietadoras, aprender a respetar al que opina diferente, recuperar la ética republicana que sostiene la democracia, la del trabajo dignificador, la educación como camino al futuro, y la de garantizar salud y seguridad para todos. Todo eso esperamos. 

El fútbol pretende unir al mundo. Me basta con que este clima de unanimidad inusual nos contagie y sea una oportunidad para zanjar enemistades, odios y acusaciones (¿optimista? ¿ilusa?). ¿Acaso no estamos todos en la misma? ¿No es de interés común el salir adelante, ganar tantos partidos pendientes en los que vamos perdiendo una y otra vez? Hay entre nosotros, igual que en nuestra selección, gente valiosa y creativa, capaz de dibujar gambetas, atajar penales y hacer goles. ¿Dónde está el Scaloni que tome este revuelto de valores y nos convierta en un equipo que tire para el mismo lado?

El “allons enfants de la patrie” francés es nuestro porteño “¡Muchachos! ahora nos volvimo’ a ilusionar, ¡quiero ganar la tercera, quiero ser campeón mundial!”. Cantado a voz en cuello por los que vivimos acá y por los que emigraron, prendió en cada hincha y se volvió bandera. No es un jingle político, salió de adentro y de abajo, caló hondo porque habla de nosotros que tanto necesitábamos volver a ilusionarnos para protegernos del desaliento, arremangarnos y seguir. 

La ilusión es crucial porque si uno cree que no va a andar, no anda. Aunque creerlo no da garantía pero ponerle una ficha a que es posible nos da un poco de aire. Esta final nos vuelve a dar esa ilusión. La de ganar el Mundial y la de recuperar lo que supimos conseguir y que fuimos perdiendo en tantos mundiales perdidos, tantos goles desperdiciados, tantos directores técnicos que nos han fallado. 

Ganemos o perdamos hoy, ¡qué bueno sería que algo de esta emoción colectiva siga y que asumamos el firme propósito de superar tropiezos, magullones y penurias, bolsillos flacos y esperanzas esmirriadas! La República espera que demos un paso al frente y la hagamos nuestra.

En el nuevo himno no somos ni compañeros ni camaradas, somos “muchachos”, como la selección, un equipo donde nadie pugna por sobresalir, cada ego alineado hacia el objetivo compartido, ¡si hasta corren sonriendo! apasionados en el juego y medidos en las expresiones, tanto que el mayor insulto fue un tierno “bobo”. 

Todas nuestras diferencias siguen y seguirán estando pero hoy las ponemos en stand by, conteniendo el aire, esperando poder gritar el gol del triunfo y abrazarnos con quien esté a nuestro lado. 

Nos ilusiona y enamora esta selección. Si ganamos, cantaremos felices este himno que ya es de todos, símbolo de una esperanza recuperada. Si perdemos, los muchachos lo afrontarán con hidalguía, sin ocultar errores propios ni echar culpas ni acusar a nadie. 

Tengamos su misma altura moral y, terminado el Mundial, ojalá que las muchachas y muchachos que nos representan sepan y escuchen nuestro clamor desesperado: ¡sean el equipo nacional que necesitamos y jueguen de una buena vez en serio y juntos por el triunfo del País!

Publicado en Clarin.

El peligro de espiar

Esperás que llegue. Si entra en el baño o se duerme te abalanzás sobre el celular. Lo abrís -de algún modo conocés la clave- cliqueás afiebradamente whatsapp, mensajes, mails, fotos. Buscás adjetivos sospechosos, saludos demasiado íntimos, citas insólitas, alguien del trabajo, una vieja historia que creías olvidada, o algún nombre nuevo, desconocido, (¿quién es?, ¿cuál es la relación? ¿desde cuándo?) 

Revisás bolsillos, carpetas, bolsos, mochilas a ver si encontrás un papel, un ticket, algún resto documental que pruebe la traición que temés. 

Creés que dejó de amarte, querés encontrar pruebas de su maldad, confirmar tu posición de víctima para acusar y señalar con el dedo: ¡toda la culpa es suya!

Querés pruebas pero ¿pensaste qué hacés si las encontrás? ¿Vas a confrontar? ¿Cómo pensás superar lo que sentís como una traición? ¿ y con la humillación qué? 

Encontrar evidencias no tiene vuelta atrás. Si sos de esas personas que no lo pueden superar te conducirá fatalmente a la separación. Por eso, antes de espiar en el celular o donde sea, decidí si tiene sentido esa búsqueda encendida y si te vas a tirar por ese tobogán que te puede llevar a la ruptura y la soledad. 

Encontrar puede ser un alivio para acusar, reclamar y triunfar sobre el otro pero también puede ser el principio del fin. 

Por ahí no buscaste y te topaste sin querer con la información sorpresiva de que no eran dos, de que hay, o hubo, alguien más. ¡Balde de agua fría! No te lo veías venir. Desengaño. Desconcierto. Desilusión. Desaliento. ¿Otra persona? ¿Desde cuándo? ¿Por qué? ¿qué hago? ¿le digo que lo sé? ¿no le digo? Este hallazgo accidental es más doloroso que el buscado, el golpe inesperado es más artero, te encuentra con las defensas bajas

Descubrir que hay otra persona, es siempre doloroso, toca y hiere sentimientos y emociones, fragilidades y vulnerabilidades que repercutirá en el destino de la pareja. Nada seguirá igual. La afrenta es tan honda que tal vez te sea imposible continuar. Fragmentada en pedazos la confianza, lo construido en familia se desmorona como un castillo de naipes. Lo que parecía sólido y firme se agrieta y uno queda atontado como marmota. 

Pero, aunque duela, aunque no nos guste, aunque tengamos las mejores intenciones, estas cosas pasan. Nadie está exento. El pacto original se rompió ¿Cómo seguir? 

Superado el primer impacto, puede haber  una oportunidad de repactar. La convivencia daba por obvias tantas cosas que puede ser buen momento para desempolvar rincones que se dejaron de visitar, abrir ventanas y dejar entrar un renovador aire fresco, encarar esos temas que nunca se hablaron.

Preguntar cosas como “¿no sos feliz conmigo? ¿pensaste dejarme? ¿es algo que hice yo? ¿es algo que no hice yo?”.  Si se puede hablar se pondrá palabras a ansias y frustraciones, sueños y desánimos de ambos, un ponerse al día, volverse a conocer. “¿Esa otra relación es algo transitorio? ¿Qué te dio que no encontrabas en mi? ¿tiene que ver conmigo o es una necesidad personal y no tengo nada que ver?”.  La crisis habilita estas preguntas. Podemos crecer como persona si entendemos “¿por qué no me di cuenta? ¿dónde estaba yo mientras pasaba esto? ¿cómo no lo vi?”. Se podrán decir y escuchar cosas que sobrevolaban y que no se podía siquiera pensar y construir un nuevo pacto de convivencia más satisfactorio para ambos, más realista, una pareja en la que no sea necesario, para ninguno, mentir, ocultar o espiar. No son conversaciones fáciles pero si la alternativa es el derrumbe, pueden conducir a una mejor convivencia, fundada esta vez en sinceridad, transparencia y posibilidades reales no en ilusiones imposibles.

Somos como somos y podemos lo que podemos. Solo hablando francamente sabremos cuánto de lo que cada uno necesita el otro lo tiene y si lo puede dar. O, si nada de eso se puede, si no quedaron ni las brasas, decidir una separación consensuada y conversada que, si hay hijos, será mucho más saludable que andar acusándose de desamor y traiciones. 

Y como decía el gran Nano: Uno siempre es lo que es / Y anda siempre con lo puesto / Nunca es triste la verdad / Lo que no tiene es remedio.

Los psicólogos y la sentencia

La Asociación de Astrónomos de Berazategui declara que vacunarse no es bueno. La Asociación de Químicos de Esquel dice que la monogamia está perimida. La Asociación de Psicólogos y Psicólogas (y Psicólogues no vaya a ser que me olvide de alguno) de Buenos Aires -APBA-  afirma que la sentencia contra la vicepresidente es una afrenta a la salud mental de la población. La opinión de los astrónomos sobre vacunas es irrelevante, también la de los químicos sobre la conformación de familias y la opinión sobre la justicia de los psicólogos y psicólogas (y psicólogues no vaya a ser que me olvide de alguno). 

Las autoridades de APBA están embanderadas explícitamente con un partido. No todos sus miembros fueron consultados, hay más de uno que no opina igual y que cree que no es objetivo de su asociación expresarse en temas ajenos a su campo de conocimiento y experiencia.

Algunos medios consideraron que esta declaración era avalada por todos los psicólogos argentinos. No es así. APBA no es la única asociación de esta ciudad. Entre otras están la Asociación de Psicólogos del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y la Asociación de Unidades Académicas de Psicología y las muchas del resto del país. La psicología, los psicólogos y las asociaciones profesionales son tres cosas diferentes.

La psicología es una disciplina con variadas escuelas y modelos de investigación y abordaje; el psicoanálisis, de mayor difusión, alberga varias escuelas y modelos de ejercicio. 

Los psicólogos hemos estudiado de manera sistemática nuestros temas específicos, lo que no nos da autoridad para opinar sobre otras cosas. Como los astrónomos y los químicos. Cada uno sabe lo que sabe y es experto en lo que estudió y trabaja. Claro que individualmente, podemos ejercer el derecho de opinar sobre cualquier cosa pero eso no quiere decir que tengamos la autoridad académica de hacerlo. 

Una asociación profesional debería ocuparse de lo atinente a su campo de actividad, investigar, enseñar, capacitar y supervisar colegas, generar foros de reflexión y trabajo. 

Respecto al contenido de la proclama me pregunto cómo conocen sus redactores los fundamentos de la sentencia que todavía no han sido publicados. Incluso si los conocieran, lo que parece no ser posible, deberían haber consultado a abogados y juristas para entender y ponderar los considerandos y las evidencias y basar su opinión en la revisión exhaustiva del monto y pertinencia de las pruebas. 

Hay gente muy mal pensada que ve con sospecha que la declaración es muy parecida a la de la Asociación Argentina de Actores y cree, -teme, imagina-, que les ha sido sugerida desde algún espacio ajeno a su actividad específica.

Me licencié en psicología hace más de 50 años y a medida que pasa el tiempo se me van achicando los temas sobre los que me animo a emitir opinión y tengo más y más cuidado en prestar atención a mis sesgos emocionales e ideológicos que amenazan con desviar mis apreciaciones. Tengo mis puntos de vista sobre política tanto general como partidaria pero, como no tienen relación con mi título académico, si los expreso lo hago como ciudadana común, no como psicóloga ni desde un foro profesional que me de una supuesta y dudosa autoridad. 

En mi barrio, cuando venía alguien de otra cuadra a opinar sin saber le decíamos ¿a quién le ganaste che? y le cantábamos a coro ¡zapatero a tus zapatos! 

Chicos, chicas (y chiques, no vaya a ser que me olvide de alguno) de APBA, sean serios, dediquen la asociación a lo que corresponde.

Publicado en La Nación.

¿Cómo seducir a una mujer?

Mabel, vos sabés que seducir a Rubén es fácil. Solo necesita tres cosas: admiración, sexo a demanda y buena comida. En cualquier orden. 

Pero no pasa lo mismo con nosotras, ¿no Mabel? ¿Qué necesitamos para tener ganas de admirar, entregarnos y dar de comer (en cualquier orden)?

No te apures a criticar diciendo que son estereotipos o prejuicios. Obviamente no todos somos iguales. No todos los hombres se rinden ante la admiración, el sexo y la comida. Ni tampoco todas las mujeres se derriten con las conductas que propondré. Pero sí muchos y muchas y también muches. A eses les hablo, a les que bajo la delgada cáscara de cultura y civilización guardan casi intactas las conductas del tiempo de las cavernas. 

Para las redes neuro-hormonales seguimos siendo mamíferos que a la hora del miedo y la angustia, del cansancio y la ansiedad, de la incertidumbre y el vacío necesitamos el mismo contacto piel a piel, el olor y la tibieza, la gratificación del alimento y el sexo que aquieten las turbulencias con un otro cariñoso que nos apapache.

Rubén sale de cacería para traer la carne a la cueva y alimentar a las mujeres y la cría. Vuelve cansado esperando el aplauso agradecido, el sexo generoso y la comida reconfortante. Mabel se quedó cuidando el fuego, atenta a los peligros, en un brazo el último bebé que amamanta, con el otro revuelve la olla comunal y con varios brazos más atiende a alguna compañera enferma o parturienta y a los niños que corren alrededor. Rubén se focaliza en una sola cosa, la caza, Mabel es multitasking, teje y cuida la red, escucha y oye, recuerda y atiende, se preocupa por todo el entorno y va resolviendo las mil y una cosas de la vida cotidiana. 

¿Cuánto de esta escena primitiva sigue estando vigente? Incluso con la nueva Mabel, la que trabaja fuera de casa y que cuando regresa a casa vuelve a ubicarse como aquel ser primitivo que se ocupaba de la cría, de espantar a los predadores y de mantener el fuego encendido?

El cavernícola quiere aplauso y sexo ¿Qué necesita su mujer para tener ganas de dárselo? Necesita que le asegure que de entre todas las mujeres, ella es su elegida, que no hay otra. Necesita estar convencida de que la ve hermosa, que su perfume lo embriaga y que su presencia ilumina su vida, que es única y que sin ella no puede vivir, como dicen los boleros que entendieron bien de qué se trata. 

Eso es lo que toda Mabel necesita oír, es la llave que abre el cofre del tesoro. 

Si el cavernícola cansado entra y ni la mira ni la ve, se aferra al control remoto y protesta porque no encuentra lo que espera encontrar, la mujer cierra lo que pudiera haber tenido abierto, desanimada, desilusionada, fastidiada, se entristece y se va. Aunque esté ahí, se va. De las ganas con que esperaba solo quedan la soledad y el enojo. Si no se siente buscada, requerida, valorada, apreciada ni necesitada, si es tratada como un mueble que, como siempre está, no hace falta mencionarlo, se transforma en un mueble, se seca, se vacía y se enfría. No hay nada peor que sentirse un elemento cotidiano, sobreentendido, que está ahí porque está y no porque se lo necesita y aprecia. 

Florencio Escardó decía que al lado de una mujer sin deseo hay un hombre que no sabe hacer las cosas. 

Así que Rubén, entrañable y tierno cavernícola, nada se consigue sin trabajo (ya escucho tu “uf”). Si querés aplauso-sexo-y-comida acordate que tu Mabel necesita sentir que te es imprescindible, que se lo digas, que se lo muestres, que te lo creas, que la entronices en el centro de tu vida como si sin ella te fueras a marchitar. 

Para seducir a tu Mabel, sea mujer o quien asuma ese género, hacela sentir una reina. Cada vez que vuelvas de tu cacería traele una flor, decile que de entre todas las mujeres del mundo, es ella con quien querés estar, que la elegís, que la volverías a elegir. Creeme Rubén, si la hacés sentir una reina, serás su rey en la mesa, en la cama y en todas partes. 

Lo que se juega en un mundial

Crecí en Floresta cuando “la máquina” de River era imbatible y Amadeo Carrizo era el “Tarzán argentino”. Y me enamoré. ¿Cómo no ser de River? La vida quiso que me casara con un hincha de Boca, que nuestros hijos y nietos lo siguieran a él y me miraran con cierto desdén, tanto que pensé en hacerme de Boca. No pude. Era como traicionarme, cambiar el nombre, dejar de ser quien era. Nadie cambia de club. Decimos “soy de”, como lugar de nacimiento, lengua materna, documento de identidad.

Cuando juega Argentina, para muchos, se juega quienes somos desde una identidad colectiva que aflora en el mundial. Esto tiene una base material en el cerebro. En los albores de la humanidad, cuando vivíamos en cuevas, los enfrentamientos entre tribus eran determinantes. La perdedora era aniquilada, la ganadora se quedaba con el fuego y el agua, el territorio y las herramientas, seguía viviendo. Ganar o perder era vivir o morir. Esa memoria antigua sigue alojada en nuestro cerebro y nos dispara las mismas reacciones. Aunque esta vez sea simbólico, se nos juega la vida y para nuestro cerebro es de verdad.

El fútbol es una sublimación de las guerras. Derrotar, vencer, abatir, el gol de la muerte, ataque, defensa, seguir viviendo, formulaciones bélicas que no esconden nada. Es matar o morir disparando una pelota en vez de un arma. Levitamos ante cada partido, pendientes, expectantes y apasionados, como si se nos fuera la vida. Es que desde el punto de vista de nuestro cerebro antiguo es así. El temor a perder remite al miedo a morir, y cuando perdemos nos hundimos en un duelo. El clima social se tiñe de uno u otro sentimiento según sean los resultados, cosa que tan bien conocen los políticos.

Hablamos en plural, perdemos, ganamos. Estamos todos y cada uno en la cancha, en cada pase, en cada gambeta, en cada offside. Hasta los más escépticos inventan cábalas y magias como si ese diminuto gesto personal incidiera en el resultado.

Y no es, como suponen algunos, que seamos tontos, incultos o crédulos, que nos dejamos “engañar” cuando nos quieren hacer pasar gato por liebre. El uso político de encubrir o falsear lo que se quiere ocultar es harto conocido. Sabemos también que los mundiales son espectáculos monumentales abonados con sobornos, conductas non sanctas y afanes desmedidos de lucro. Pero a la hora del partido lo ponemos entre paréntesis, No importa si los derechos humanos están en juego o cuántas muertes hubo en la construcción de estadios o si las componendas lesionan la moral más elemental. En ese ratito cada uno de nosotros está en un sube y baja emocional según de qué lado esté la pelota. La ciudad se detiene, las miradas fijas en la pantalla, los músculos tensos anticipando, esperando, añorando, el ansiado gol del triunfo, alentando a los nuestros en un pogo masivo, como monaguillos esperanzados en una ceremonia colectiva y sagrada.

Terminado el partido la ciudad recobra sus sonidos y la gente vuelve a caminar por las calles. Tuvimos la fortuna de ganar y nos ensordecieron las bocinas de los coches con la alegría del triunfo; el temor a perder y morir dejó paso a la alegría porque seguimos viviendo.

Somos mucho menos racionales de lo que suponemos. Nuestras emociones son más determinantes de lo que suponemos. Nuestro cerebro lee este triunfo como el renacer de la vida pero, siempre listo para enfrentar desastres o fiestas y sabiendo que la vida se debe defender a cada paso, se prepara para el partido siguiente en el que nos jugaremos la vida otra vez.

Publicada por Clarin