Dice el nuevo himno: “En Argentina nací, tierra de Diego y Lionel, de los pibes de Malvinas que jamás olvidaré, no te lo puedo explicar porque no vas a entender, las finales que perdimos cuántos años las lloré”. Tantos años llorando tanto perdido.
Nuestro himno nacional nos convoca a coronarnos con gloria por la libertad o morir por ella. Ya conquistada, el nuevo himno habla de este presente desgarrado y enuncia el deseo de que renazca la esperanza. Superar controversias agrietadoras, aprender a respetar al que opina diferente, recuperar la ética republicana que sostiene la democracia, la del trabajo dignificador, la educación como camino al futuro, y la de garantizar salud y seguridad para todos. Todo eso esperamos.
El fútbol pretende unir al mundo. Me basta con que este clima de unanimidad inusual nos contagie y sea una oportunidad para zanjar enemistades, odios y acusaciones (¿optimista? ¿ilusa?). ¿Acaso no estamos todos en la misma? ¿No es de interés común el salir adelante, ganar tantos partidos pendientes en los que vamos perdiendo una y otra vez? Hay entre nosotros, igual que en nuestra selección, gente valiosa y creativa, capaz de dibujar gambetas, atajar penales y hacer goles. ¿Dónde está el Scaloni que tome este revuelto de valores y nos convierta en un equipo que tire para el mismo lado?
El “allons enfants de la patrie” francés es nuestro porteño “¡Muchachos! ahora nos volvimo’ a ilusionar, ¡quiero ganar la tercera, quiero ser campeón mundial!”. Cantado a voz en cuello por los que vivimos acá y por los que emigraron, prendió en cada hincha y se volvió bandera. No es un jingle político, salió de adentro y de abajo, caló hondo porque habla de nosotros que tanto necesitábamos volver a ilusionarnos para protegernos del desaliento, arremangarnos y seguir.
La ilusión es crucial porque si uno cree que no va a andar, no anda. Aunque creerlo no da garantía pero ponerle una ficha a que es posible nos da un poco de aire. Esta final nos vuelve a dar esa ilusión. La de ganar el Mundial y la de recuperar lo que supimos conseguir y que fuimos perdiendo en tantos mundiales perdidos, tantos goles desperdiciados, tantos directores técnicos que nos han fallado.
Ganemos o perdamos hoy, ¡qué bueno sería que algo de esta emoción colectiva siga y que asumamos el firme propósito de superar tropiezos, magullones y penurias, bolsillos flacos y esperanzas esmirriadas! La República espera que demos un paso al frente y la hagamos nuestra.
En el nuevo himno no somos ni compañeros ni camaradas, somos “muchachos”, como la selección, un equipo donde nadie pugna por sobresalir, cada ego alineado hacia el objetivo compartido, ¡si hasta corren sonriendo! apasionados en el juego y medidos en las expresiones, tanto que el mayor insulto fue un tierno “bobo”.
Todas nuestras diferencias siguen y seguirán estando pero hoy las ponemos en stand by, conteniendo el aire, esperando poder gritar el gol del triunfo y abrazarnos con quien esté a nuestro lado.
Nos ilusiona y enamora esta selección. Si ganamos, cantaremos felices este himno que ya es de todos, símbolo de una esperanza recuperada. Si perdemos, los muchachos lo afrontarán con hidalguía, sin ocultar errores propios ni echar culpas ni acusar a nadie.
Tengamos su misma altura moral y, terminado el Mundial, ojalá que las muchachas y muchachos que nos representan sepan y escuchen nuestro clamor desesperado: ¡sean el equipo nacional que necesitamos y jueguen de una buena vez en serio y juntos por el triunfo del País!