traición

Los feminismos después del 7 de octubre

Ya pasó más de un año del ataque genocida de Hamas al estado de Israel. Mientras escribo estas palabras hay más de cien secuestrados todavía ausentes sin que se sepa quiénes siguen vivos y quiénes fueron asesinados. Cientos de miles de desplazados ven alteradas sus vidas de manera radical en Israel. Familias penan la muerte de padres, madres, hijos, esposas, maridos, amigos. Niños forzados a  procesar las crueles escenas vividas aprendiendo a adaptarse a vivir sin uno de sus progenitores o sin ambos, sin algún hermano o sin todos. Los ataques continúan sobre Israel. Las víctimas no han podido recuperar el aire. Sigue sucediendo. 

Como en las postrimerías de la Shoá cuando no se sabía cómo llamar a lo que había pasado, tampoco tenemos un nombre. Es el 7/10, una fecha, un cuadradito en el almanaque. Necesitaremos que todo pase, que los escombros se reconstruyan, que los muertos sean velados, que los vivos recuperen sus vidas para, recién entonces, como con la Shoá, alguien encuentre la palabra.

Seguimos bajo el shock que ha reformulado nuestra relación como judíos en la diáspora. La ilusión de la seguridad y la garantía se fragmentó en mil pedazos y estamos ante una nueva incertidumbre. Tal vez la misma de siempre pero lo habíamos olvidado. Venimos de un período de florecimiento de la vida judía único en la historia y creímos que el cambio era un hecho, convicción que voló por los aires. No solo eso. Fueron varias las convicciones fragmentadas con este ataque y con la posterior reacción de parte del mundo.

Los derechos humanos, la libertad sexual, la justicia, la lucha por lo que está bien, la democracia, el disenso, se redefinen en revuelto montón y llevan a que los “bienpensantes” defiendan estados terroristas como paradigmas del bien.

Lo mismo ha pasado con la ausencia de respuesta de los movimientos feministas ante el ataque sexual a las mujeres perpetrado por los terroristas de Hamás. Esta arma de guerra no es una novedad bélica, salvo que esta vez fue registrada con las cámaras go pro que registraron las violaciones, torturas y asesinatos sumando un nuevo horror a la historia del horror de la humanidad. La exhibición de esas imágenes, impúdica, gozosa, amoral y el aplauso que concitó en los gazatíes, eran trofeos que los enorgullecían como blasones victoriosos. Los crímenes cometidos en hechos de guerra solían ser ocultados, esta vez no solo se mostraron sino que levantaron aplausos y gritos de júbilo y admiración. Un nuevo peldaño en el desprecio por la vida humana y en la fractura de los valores que creíamos estaban ganando terreno en la humanidad. 

Feminismos y patriarcado

Durante siglos, algunas mujeres expresaron su disconformidad con la inferiorización de la que eran objeto pero el gran cambio se produjo en Inglaterra a comienzos del siglo XX durante la llamada primera ola del feminismo cuando las suffragettes, con vestidos largos y corsets que impedían la respiración, salieron a la calle exigiendo votar para tener los mismos derechos políticos y laborales que los hombres. A partir de allí, los movimientos feministas propugnaron una sociedad más justa e igualitaria superadora del patriarcado androcéntrico y  estructurador de relaciones desiguales de poder.

La segunda ola, a partir de 1960, tuvo como líderes, pensadoras e inspiradoras a Simone de Beauvoir, a Betty Friedan y a Kate Millet entre tantas otras.

En una marea de flujos y reflujos, le siguió una tercera ola en 1990 y ahora estamos viviendo la cuarta

El movimiento feminista floreció en feminismos con diferentes lecturas y propuestas y distintos grados de radicalización, pero sus principios fundantes integran hoy nuestro horizonte cultural común. Su mirada crítica, tanto en el ámbito de lo público, -sobre el poder, la disparidad salarial, la desigualdad de derechos-, como en el ámbito de lo personal -el acoso, la violencia doméstica y sexual, el femicidio, y todo tipo de ataque contra la mujer en tanto mujer- son objetivos que hoy visualizamos, reconocemos e incorporamos a nuestro corpus civilizatorio. Hay acuerdo unánime (creíamos que unánime) en que la violencia hacia la mujer por ser mujer es inaceptable, punible y exigía la atención política, el tratamiento pedagógico y la transformación cultural. 

La lucha de los feminismos es, al menos en este punto, exitosa porque la repulsa a la violencia contra la mujer es indiscutible (creíamos que era indiscutible). La injusticia, la arbitrariedad y la benevolencia con la que se tomaban estos ataques hoy está fuera de cuestión (creíamos que estaba fuera de cuestión). Nadie mirará con cariño ni ligereza a un violador, un torturador de mujeres, un golpeador, un femicida (¿nadie lo mirará con cariño?) y muchos hombres (no todos) están aprendiendo a ver y a pensar su relación con el sexo femenino desde un lugar diferente al del poder, la posesión y la subvaloración. 

El silencio traidor

Hace más de un año desde aquel 7 de octubre de 2023. La falta de reacción de los movimientos feministas organizados respecto de las violaciones, torturas y asesinatos hechos por los terroristas de Hamás a mujeres israelíes ha sido un golpe inesperado a nuestras creencias. Silencio ante las secuestradas que aún siguen prisioneras. Silencio ante las violadas que tal vez estén gestando un bebé cuya recepción, filiación y crianza presenta un dilema desgarrador. Silencio ante las adolescentes que han vivido la orgía de horror en el festival Nova. Tantos años bregando por igualdad y justicia, denunciando ataques y perpetraciones en pos de la recuperación de la dignidad y la legitimidad de las mujeres como sujetos de derecho, y de pronto, al menos para mi sin previo aviso, fueron traicionados, lo que creía que era un logro se derrumbó en pedazos. Fue, es, una traición personal de la que todavía no me puedo reponer. 

A poco de sucedido, aún aturdida por lo que se iba sabiendo, busqué el apoyo explícito de algunas mujeres del colectivo femenino. Contacté a varias conocidas y reconocidas, tanto en la esfera artística como en la académica, mujeres de voces fuertes, mujeres que pelean por sus derechos y demandan atención, respeto, valoración, mujeres hacedoras y ejecutivas a las que miraba con admiración y cuya lucha por la defensa de la igualdad de derechos me resultaba ejemplar. Las respuestas que recibí de varias de ellas, no de todas por suerte, fue el cobarde y artero “sí, pero…”, o,  como dijo Claudine Gay, la infausta presidente de la Universidad de Harvard, “repudiar la repulsa a Israel y el apoyo al terrorismo depende del contexto” o sea que hay contextos en los que no es repudiable. Mujeres que hablan públicamente de la sociedad patriarcal eligieron no pronunciarse contra la barbaridad perpetrada en Israel. Sus discursos y slogans encendidos se fueron borroneando y deslegitimando con un embanderamiento partidario que avala dictaduras y terrorismos y que resiste toda lógica. Mujeres orgullosas de sus militancias progresistas, su moral igualitaria y sus anhelos de justicia, silenciaron esos ideales ante las víctimas israelíes. 

No las acusaré de antisemitas, término que rechazarán con fuerza. El día en que el sesgo militante comience a desdibujarse y vean lo que pasó, recuperarán, espero, la visión binocular y harán un mea culpa en el que les será claro cuántos de sus argumentos eran antisemitas. No hicieron declaraciones empáticas con las víctimas israelíes, su posición respecto al Estado de Israel fue más fuerte que su posición feminista. Entiéndase bien. No se oponían a una determinada política de gobierno sino al país como un todo junto con todos y cada uno de sus habitantes. No podían alzar su voz para defender a las mujeres en Israel (aunque hubo/hay de varias nacionalidades, incluso argentinas), el suelo que pisaban alteró su condición de mujeres y las excluyó de los derechos de cualquier mujer en cualquier otro lugar del mundo, tenga el gobierno que tenga, pelee lo que pelee o cometa genocidios. Ningún país es acusado como país y con todos sus habitantes de lo que sus gobiernos realizan. La prueba que vuelve a todo increíble, contradictorio y hasta bizarro, es que las mismas mujeres que no empatizaron ni se condolieron con las víctimas israelíes defienden y apoyan a países en los que las mujeres carecen de los mismos derechos que declaran defender. 

Una traición personal

No solo me traicionaron a mí personalmente. No solo traicionaron a las mujeres israelíes. No solo traicionaron a las mujeres judías. Traicionaron al movimiento feminista y a todos sus principios. A las sufragistas, a Simone de Beauvoir, a Betty Friedan y a cada una de las mujeres golpeadas o asesinadas, se traicionaron a sí mismas y a su lucha. A partir de ahora, lo que digan o hagan tendrá un valor relativo. Perdieron la autoridad para hablar en nombre de “las mujeres”, han quebrado el colectivo al decidir que no todas son iguales. Las violadas judías, las mutiladas, las torturadas, las asesinadas y exhibidas como trofeos, todas esas mujeres no pertenecen, según estas excluidoras, al universo del feminismo. 

Surge así, en esta cuarta ola feminista sumergida en la cultura woke, un nuevo colectivo  integrado por ideólogos, movimientos y dueños de la moral que traicionan sus principios alegremente. No se salvó ninguno. Ni #metoo ni #niunamenos ni los defensores de los derechos LGBTQ+ ni los pañuelos celestes ni los pañuelos verdes, ni las izquierdas dizque progresistas, ni #blacklivesmatter. Complotados en una mudez atronadora, fingieron demencia haciendo como que no pasó lo que pasó. Relativizaron los ataques y algunos incluso defendieron a los perpetradores y levantaron banderas palestinas clamando por la desaparición del Estado de Israel como si los principios de libertad y justicia que dicen sostener no se contradijeran con los que sostienen los terroristas.  

¡Qué vergüenza! ¡Qué manera flagrante de traicionar y traicionarse! ¡A callar a partir de ahora! ¡A buscar otras luchas que no las enfrenten con este doble standard, con esta contradicción, con esta hipocresía de la que, al menos para mi, no tienen retorno! Hagan de su actual silencio una marca de auto oprobio y dejen de echar consignas vacías de contenido y autoridad. 

¿Justificar un femicidio? ¿Acaso una golpiza a una mujer está justificada porque “lo miró mal”? ¿Acaso una violación es una consecuencia lógica de que mostrara las piernas o llevara ropa ajustada? ¿La culpa es de la víctima? Los movimientos feministas lo han dejado bien claro: ¡ninguna conducta de una mujer merece y justifica la violencia o el ataque, aunque el perpetrador se escude en ello para alegar inocencia! 

Ya es bastante difícil superar el techo de cristal que frena nuestro ascenso a posiciones dirigenciales pero hasta el 7/10 creíamos que compartíamos la misma lucha. Vemos que no. Que si quien reclama, quien sufre, quien ha sido atacada es judía, no merece las mismas declaraciones, ni demandas ni empatía. El supuesto colectivo femenino se convirtió en un destartalado vagón de carga con ingreso condicionado. La decepción es honda.

En consecuencia #yanolescreo será mi hashtag a partir de ahora porque, para mi gran dolor, el feminismo, en sus manifestaciones orgánicas, se ha suicidado. #Yanolescreo responderé cuando aseguren defender los derechos humanos. #Yanolescreo cuando declamen cambiar la sociedad patriarcal para que las mujeres tengamos los mismos derechos.#Yanolescreo cuando agiten pancartas con frases hechas políticamente correctas y se vayan a dormir tranquilas y felices por haber proclamado lo que luego contradicen con su silencio cómplice.

Ideales en fuga, culpas lacerantes

Caídas las ideologías que reinaron en el siglo XX, las élites educadas quedaron sin horizontes de lucha, sin ideales que defender. La ecología, las minorías sexuales, los derechos humanos y el postcolonialismo con el eje opresor-oprimido, son las nuevas banderas de la generación woke, esa policía del pensamiento enredada en la consigna fascista de la corrección política. El macho blanco, el estereotipo masculino de la sociedad patriarcal, es el nuevo enemigo, el modelo de opresor a denunciar y abatir. En la búsqueda de causas los descendientes de europeos y norteamericanos que colonizaron y esclavizaron a tantos no-blancos encontraron tal vez la manera de lavar ese pasado vergonzante. Estamos bajo el imperio de las redes sociales, de los slogans y mensajes breves y atractivos que deben viralizarse en likes y reenvíos que producen desinformación y simplificación. El escenario extremista y maniqueo señala a Israel como un estado “blanco, macho y patriarcal” acusado, en consecuencia, de genocida, apartheid y colonialista, las tres infundadas. Este pequeñito país, enclave occidental en oriente medio, es una isla democrática y liberal rodeada de tiranías y autocracias. Su población, lejos del estereotipo caucásico, es heterogénea y multicolor, las distintas etnias viven libremente y tienen acceso a todos los derechos. Sus guerras han sido siempre defensivas, nunca genocidas. Sin embargo, preso del juego ideológico simplificador y extremista, Israel es ubicado como el perpetrador mientras que en el otro extremo se ve a los palestinos como las víctimas, oprimidos, desvalidos y tratados injustamente. Ciertamente son víctimas, pero no de Israel, viven la tragedia de ser presos de sus mismas autoridades y de los países circundantes que los mantienen como eternos refugiados transitorios para, entre otras cosas, acusar a Israel y recibir dineros que sostengan el poder de los dirigentes. La situación es compleja, la historia es dolorosa, los resentimientos y los intereses horadan los espacios de comprensión y en esta nube tóxica las mujeres israelíes, las mujeres judías, no hemos pasado el filtro de ser reconocidas como mujeres. Solo nosotras. 

Nos dejaron afuera. Otra vez.

Nuestra decepción es honda y dolorosa. Fuimos parte del colectivo femenino con aportes esenciales desde su comienzo. Betty Friedan, judía, formuló las ideas claves en la historia del pensamiento feminista; su libro, “La mística de la femineidad” publicado en 1963 se considera uno de los libros más influyentes del siglo XX. 

Creíamos que éramos parte. Creíamos que estábamos ahí. Nos equivocamos. Fuimos crédulas. Fue un duro golpe pero también un aprendizaje. No pensamos que el ser judías nos diferenciaba de un modo tan visceral y que nos colocaba más allá de las proclamas feministas, más allá de lo humano. Creímos que éramos iguales. 

Y fuimos crédulas como tantas veces en la historia de la humanidad en que los judíos nos creímos parte del universal y recibimos el duro golpe de la exclusión en el mejor de los casos y del genocidio en el peor. 

¿Qué encubre el doloroso “sí, pero…”? El relato tan exitosamente difundido por las usinas de cierta izquierda dizque progresista alineada con los regímenes más brutales, homofóbicos y dictatoriales, ha calado hondo en un occidente que atribuye la culpa del desgarrador conflicto en oriente medio total y exclusivamente a Israel. A diferencia de otros regímenes autocráticos, dictatoriales, genocidas, y he aquí un punto esencial, no se acusa al gobierno como pasa con cualquier opinión sobre países en guerra, sino a toda su población. Sólo con Israel, sólo allí gobierno y población son la misma cosa y las acusaciones a las políticas se derraman sobre todos. Por eso el antisionismo es antisemitismo aunque los síperistas no lo quieran aceptar. Y la consecuencia, en esta lógica demencial, es que, si todos los israelíes son culpables, las mujeres mutiladas, arrastradas, sodomizadas, violadas, torturadas y asesinadas, sus vientres gestantes apuñalados, en tanto israelíes, también son culpables. Y el culpable merece castigo. “Sí, fue terrible…pero” y los dogmas políticamente correctos y las declaraciones se derrumban estrepitosamente y, si alguna no está de acuerdo, ante el temor de quedar afuera del colectivo, elige el silencio acomodaticio, cobarde y traicionero. 

El camino de Rut

El corpus político y militante de los feminismos traicionó al progreso y nos abandonó a una orfandad que, bien lo sabemos, no nos es desconocida a los judíos. La misma orfandad y exclusión de la judeofobia y los antisemitismos que nos ha intentado sumergir en el pantano de la victimización y que concluyó tantas veces en nuestro asesinato. 

Duele como ha dolido siempre pero hemos aprendido a sobrevivir, estamos entrenados en reconocer la mirada esquiva, la sospecha, la dualidad mentirosa de las autopercibidas buenas conciencias que callan ante torturas, violaciones y asesinatos al tiempo que hacen impúdicas declaraciones en defensa de los derechos de las mujeres. 

Cuenta el Tanaj, la Biblia Judía, que Elimelej y Noemí tenían dos hijos. Según las costumbres de la época, cuando moría el padre, la protección de la madre era asumida por sus hijos varones. Los dos hijos de Noemí casados con Rut y Orpá fallecieron antes de haber generado descendencia. Las tres mujeres, sin marido ni hijos varones, quedaron a la intemperie, sin resguardo ni amparo alguno. Noemí, ante el desdichado destino que esperaba a sus nueras sugirió que “vuelva cada una a la casa de su madre”. Orpá lo hizo. Rut no pudo. Se negó a abandonar a su suegra a la soledad, al hambre y a la indigencia: “donde vayas iré, donde vivas viviré, tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios”.

Orpá se fue y Rut, solidaria con el colectivo femenino, acompañó a Noemí en su camino incierto. A Rut, modelo de mujer del que bien deberían aprender los feminismos, nada de lo que sufriera una mujer le era ajeno. Su hashtag sería hoy, y lo hago mío, #tudoloreselmío”.

Los feminismos hoy no defienden a todas las mujeres. Sólo a algunas. Las judías, para ellos, somos más judías que mujeres. Deberemos seguir haciendo lo que aprendimos a lo largo de nuestra historia, a defendernos solas. 

Es lo que hacemos cuando emprendemos profesiones, actividades y proyectos produciendo cultura, viviendo en familia, trabajando en el área corporativa, curando, diseñando, alimentando, protegiendo, reflexionando, mirando hacia adelante. 

Es lo que siempre hicimos. 

Es lo que seguiremos haciendo. 

Es el camino de Rut. 

Lic. Diana Wang

Florida, octubre 2024


Publicado en Infobae.

El peligro de espiar

Esperás que llegue. Si entra en el baño o se duerme te abalanzás sobre el celular. Lo abrís -de algún modo conocés la clave- cliqueás afiebradamente whatsapp, mensajes, mails, fotos. Buscás adjetivos sospechosos, saludos demasiado íntimos, citas insólitas, alguien del trabajo, una vieja historia que creías olvidada, o algún nombre nuevo, desconocido, (¿quién es?, ¿cuál es la relación? ¿desde cuándo?) 

Revisás bolsillos, carpetas, bolsos, mochilas a ver si encontrás un papel, un ticket, algún resto documental que pruebe la traición que temés. 

Creés que dejó de amarte, querés encontrar pruebas de su maldad, confirmar tu posición de víctima para acusar y señalar con el dedo: ¡toda la culpa es suya!

Querés pruebas pero ¿pensaste qué hacés si las encontrás? ¿Vas a confrontar? ¿Cómo pensás superar lo que sentís como una traición? ¿ y con la humillación qué? 

Encontrar evidencias no tiene vuelta atrás. Si sos de esas personas que no lo pueden superar te conducirá fatalmente a la separación. Por eso, antes de espiar en el celular o donde sea, decidí si tiene sentido esa búsqueda encendida y si te vas a tirar por ese tobogán que te puede llevar a la ruptura y la soledad. 

Encontrar puede ser un alivio para acusar, reclamar y triunfar sobre el otro pero también puede ser el principio del fin. 

Por ahí no buscaste y te topaste sin querer con la información sorpresiva de que no eran dos, de que hay, o hubo, alguien más. ¡Balde de agua fría! No te lo veías venir. Desengaño. Desconcierto. Desilusión. Desaliento. ¿Otra persona? ¿Desde cuándo? ¿Por qué? ¿qué hago? ¿le digo que lo sé? ¿no le digo? Este hallazgo accidental es más doloroso que el buscado, el golpe inesperado es más artero, te encuentra con las defensas bajas

Descubrir que hay otra persona, es siempre doloroso, toca y hiere sentimientos y emociones, fragilidades y vulnerabilidades que repercutirá en el destino de la pareja. Nada seguirá igual. La afrenta es tan honda que tal vez te sea imposible continuar. Fragmentada en pedazos la confianza, lo construido en familia se desmorona como un castillo de naipes. Lo que parecía sólido y firme se agrieta y uno queda atontado como marmota. 

Pero, aunque duela, aunque no nos guste, aunque tengamos las mejores intenciones, estas cosas pasan. Nadie está exento. El pacto original se rompió ¿Cómo seguir? 

Superado el primer impacto, puede haber  una oportunidad de repactar. La convivencia daba por obvias tantas cosas que puede ser buen momento para desempolvar rincones que se dejaron de visitar, abrir ventanas y dejar entrar un renovador aire fresco, encarar esos temas que nunca se hablaron.

Preguntar cosas como “¿no sos feliz conmigo? ¿pensaste dejarme? ¿es algo que hice yo? ¿es algo que no hice yo?”.  Si se puede hablar se pondrá palabras a ansias y frustraciones, sueños y desánimos de ambos, un ponerse al día, volverse a conocer. “¿Esa otra relación es algo transitorio? ¿Qué te dio que no encontrabas en mi? ¿tiene que ver conmigo o es una necesidad personal y no tengo nada que ver?”.  La crisis habilita estas preguntas. Podemos crecer como persona si entendemos “¿por qué no me di cuenta? ¿dónde estaba yo mientras pasaba esto? ¿cómo no lo vi?”. Se podrán decir y escuchar cosas que sobrevolaban y que no se podía siquiera pensar y construir un nuevo pacto de convivencia más satisfactorio para ambos, más realista, una pareja en la que no sea necesario, para ninguno, mentir, ocultar o espiar. No son conversaciones fáciles pero si la alternativa es el derrumbe, pueden conducir a una mejor convivencia, fundada esta vez en sinceridad, transparencia y posibilidades reales no en ilusiones imposibles.

Somos como somos y podemos lo que podemos. Solo hablando francamente sabremos cuánto de lo que cada uno necesita el otro lo tiene y si lo puede dar. O, si nada de eso se puede, si no quedaron ni las brasas, decidir una separación consensuada y conversada que, si hay hijos, será mucho más saludable que andar acusándose de desamor y traiciones. 

Y como decía el gran Nano: Uno siempre es lo que es / Y anda siempre con lo puesto / Nunca es triste la verdad / Lo que no tiene es remedio.

Infidelidades de película

Era jovencita y lloré a mares en el cine con Love Story. Años después lloré otra vez con Los puentes de Madison. Esa historia de una mujer casada en un matrimonio rutinario y sin sorpresas, una Merryl Streep maravillosa que se enamoró de un fotógrafo que iba de paso, el churrísimo Clint Eastwood. Veíamos sin aliento aquella inolvidable escena en la que debe decidir si abre la puerta del coche y se va con su amante o si se queda con su marido. La película y esa escena nos ayudan a pensar de manera realista en el matrimonio, el amor y una relación extramatrimonial.

Descubrir que hay o hubo una relación así es un golpe a traición. Se lesiona la confianza, uno  imagina esos cuerpos que se unieron, las mentiras que se dijeron, torturas y preguntas, ¿qué pasó? ¿quiere decir que nuestra pareja se terminó? 

A veces sí pero la mayoría de las veces no. 

Un affair extramatrimonial puede deberse a múltiples causas, no solo a desamor. 

A veces se busca porque la pareja está mal, porque hay algo que no está funcionando, por no sentirse queridos, apreciados, necesitados. 

Otras veces, como en la película, un encuentro no buscado despierta un fuego que el todos los días fue apagando, ese calor que hace brillar los colores cuando se descubre a un otro que a su vez nos descubre. 

También, puede pasar en momentos en que se duda de uno mismo y una persona desconocida puede dar lo que la pareja da por sentado, valoración y admiración.

También existen los seductores seriales que son como cazadores, necesitan conquistar una y otra presa para sentirse ganadores.  

Puede pasar que se busque un espacio propio, lejos de los ojos de la pareja que tanto conoce nuestros puntos flacos. 

Todas esas cosas pueden pasar pero, claro, también nos podemos enamorar. ¿De qué se trata? ¿Necesidad de aventura, conmover la rutina, volver a sentir entusiasmo por algo o será que se terminó el amor?  Después del enojo, el dolor y la tristeza tenemos la oportunidad de sincerar la relación y ver como se sigue, si es que se sigue.

No defiendo ni critico una relación extramatrimonial, es que suceden, tanto en hombres como en mujeres. Todos necesitamos sentirnos queridos, deseados, necesitados, apreciados, sacudirnos la rutina y descubrirnos de otro modo. Uno de los mandamientos lo prohíbe y si existe la ley es que es algo que hacemos. 

Mabel sabía que podía pasar y siempre le decía a Raúl: cuidame, ponete forro y que no me entere y su pedido era “ojos que no ven corazón que no siente”. Porque el lío se arma cuando se descubre. ¿Cómo no me di cuenta? ¿Cuánto tiempo me viene mintiendo? ¿Dejó de quererme? preguntas atormentadoras que fragmentan el piso de la confianza que sostenía la vida. 

¿Qué hacer ante ese dolor que hiere lo más hondo de la autoestima? 

¿Se puede recuperar la confianza lesionada? No siempre se puede pero con tiempo, paciencia y diálogo hasta se puede ascender a otro nivel en la relación, sincerar necesidades y hacer nuevos pactos.

Si te descubrieron lo primero es reconocerlo y aceptar el daño que hiciste, aunque tu intención no haya sido dañar, lo hiciste, reconocelo y hacéte cargo, no minimices el dolor del otro que es desgarrador. Recién después podés pedir perdón. 

Pero si lo que te pasó es que lo descubriste encará tu dolor con dignidad, no dejes que afecte tu idea de vos mismo, la responsabilidad es del otro,  preguntate qué preguntas querés hacer para entender y para darle a tu pareja la posibilidad de seguir. 

Es un proceso difícil pero puede ser iluminador en muchos sentidos y no siempre tiene que ver con el amor aunque lo hiere. Woody Allen termina su película Hanna y sus hermanas, diciendo que el corazón es un músculo elástico. Y lo es. Después de herido sigue latiendo, cada vez con más regularidad y con el tiempo, recupera su forma.

Meter los cuernos

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Meter los cuernos. Así suele llamarse a la acción de tener una relación sexual fuera del matrimonio.

Tres palabras que suenan feo. A traición, a mentira, a mala intención. Deriva de ellas el verbo cornear para quien “perpetra” y el sustantivo cornudo/a para su “víctima” con las mismas connotaciones humillantes y degradantes.

Cuando se transgrede el pacto de exclusividad sexual, que a eso se refiere el concepto de fidelidad, será un delito, un pecado o una traición dependiendo del contexto y la circunstancia. Descubierto ataca, invariablemente, la confiabilidad básica que sustenta la vida en pareja.

¿Cuál es el origen de esas tres palabras que hoy son sinónimo de traición? Su historia se remonta a la Edad Media, a aquel sistema de gobierno de vasallos y señores que le daba al señor feudal el derecho de pernada. Conforme a ello, la recién casada de un vasallo, podía ser poseída por primera vez por su señor. Era un hecho público y sin posibilidad de oposición. Durante la desfloración se colgaba una cornamenta de ciervo en la puerta de la choza o cabaña, indicaba lo que estaba pasando adentro e impedía la entrada de quien pudiera entorpecerlo. El derecho de pernada estaba simbolizado por los cuernos, Los cuernos implican, inferioridad, sometimiento y humillación.

Algo similar sucede cuando se descubre a la pareja en otra relación aunque hay diferencias según sea el hombre o la mujer. Cuando en una pareja heterosexual el hombre descubre que su mujer ha tenido encuentros con otro hombre, su supuesto lugar de macho alfa de la manada se ve seriamente cuestionado, desplazado del lugar de preeminencia del que estaba orgulloso deja de sentirse respetado. Cuando es la mujer quien descubre que su compañero ha estado en otra relación ve hondamente afectada su autoestima, ya no es más la única ni la elegida, ya no la quiere y todo lo construido juntos parece derrumbarse. En ambos casos y también en parejas homosexuales, cuando se sabe que hubo o hay otra relación, y si no está pactado por anticipado, se lesiona seriamente el sustento de confianza sobre el que ambos están parados.

Claro. Si se descubre.

Pero muchos encuentros fuera del matrimonio transcurren sin ser descubiertos. Y suceden. Suceden mucho más de lo que nos atrevemos a considerar.

Lo que solía ser un secreto a voces hoy está siendo una noción que se encara más y más abiertamente, con menos hipocresía y, en un punto, más sufrimiento. Estamos viviendo vientos epocales en los que la monogamia definida como pacto de exclusividad sexual está siendo progresivamente cuestionada. Sin embargo, el mandato social y cultural está tan firmemente instalado que mantiene su vigencia.

A pesar de que sabemos que es un momento en que las suposiciones y expectativas de la dicha monogámica eterna trastabillan y que nos la pasamos tropezando a veces con nuestros propios pies, que la búsqueda de la felicidad instantánea es un camino muy tentador y tan a la mano, sigue siendo difícil y doloroso descubrir que nuestra pareja ha tenido encuentros con otra persona. Lo seguimos llamando infidelidad, traición, adulterio, pecado.

Ojos que no ven corazón que no siente. El hecho de saber cambia todo. En la película Eyes wide shut (Stanley Kubrick 1999 con Tom Cruise y Nicole Kidman) la tragedia se desencadena cuando la esposa le confiesa al marido que unos años antes había estado a punto de dejarlo por otro. Ni siquiera se trató de un encuentro sexual, fue tan solo el deseo, tan fuerte, que casi la lleva al abandono. No lo hizo, tan solo lo deseó. Para el marido, saberlo le es insoportable. ¿Qué cuestiona el saber que hay otra persona o que se ha deseado a otra persona? Cuestiona quién soy y cual es mi lugar en la pareja. ¿Soy tan indispensable como me gustaba creer que era? ¿Podría reemplazarme así como así por otra persona? Y lo más insoportable: ¿Yo era reemplazable?

Las imágenes pueden ser una pesadilla que agobia y tortura. Imaginar a mi otro besando y siendo besado, acariciando y siendo acariciado, penetrando y siendo penetrado, la piel, los ojos, las manos, los genitales, la boca, la lengua…. El saberlo fragmenta el piso que nos sostiene. ¿Cómo no me di cuenta? es la angustiante pregunta que cuestiona nuestra capacidad perceptiva. Y se suma una honda revisión de los supuestos de la relación, de la satisfacción o insatisfacción mutuas, del pasado, del presente, del futuro.

Ojos que no ven, corazón que no siente. Pero a veces saberlo puede tener una faz constructiva. Aunque quien lo descubre puede sentir que lo que creía sólido y firme se derrumba y se deshace, el piso se transforma en resbaladizo e inseguro, el desconcierto aturde, a partir de allí podrán ponerse en juego nuevos recursos que dependen de lo que cada uno puede y del estilo de pareja. Superado el impacto y el dolor, puede ser una excelente oportunidad para revisar lo que estaba implícito, para poner a punto lo que tal vez ya no funcionaba tan bien, para re contratar la relación de una manera más realista de modo que cada uno pueda sentirse considerado y más satisfecho.

Publicado en La Nación online, “En Pareja” 26 de noviembre 2018.