psicología

Los psicólogos y la sentencia

La Asociación de Astrónomos de Berazategui declara que vacunarse no es bueno. La Asociación de Químicos de Esquel dice que la monogamia está perimida. La Asociación de Psicólogos y Psicólogas (y Psicólogues no vaya a ser que me olvide de alguno) de Buenos Aires -APBA-  afirma que la sentencia contra la vicepresidente es una afrenta a la salud mental de la población. La opinión de los astrónomos sobre vacunas es irrelevante, también la de los químicos sobre la conformación de familias y la opinión sobre la justicia de los psicólogos y psicólogas (y psicólogues no vaya a ser que me olvide de alguno). 

Las autoridades de APBA están embanderadas explícitamente con un partido. No todos sus miembros fueron consultados, hay más de uno que no opina igual y que cree que no es objetivo de su asociación expresarse en temas ajenos a su campo de conocimiento y experiencia.

Algunos medios consideraron que esta declaración era avalada por todos los psicólogos argentinos. No es así. APBA no es la única asociación de esta ciudad. Entre otras están la Asociación de Psicólogos del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y la Asociación de Unidades Académicas de Psicología y las muchas del resto del país. La psicología, los psicólogos y las asociaciones profesionales son tres cosas diferentes.

La psicología es una disciplina con variadas escuelas y modelos de investigación y abordaje; el psicoanálisis, de mayor difusión, alberga varias escuelas y modelos de ejercicio. 

Los psicólogos hemos estudiado de manera sistemática nuestros temas específicos, lo que no nos da autoridad para opinar sobre otras cosas. Como los astrónomos y los químicos. Cada uno sabe lo que sabe y es experto en lo que estudió y trabaja. Claro que individualmente, podemos ejercer el derecho de opinar sobre cualquier cosa pero eso no quiere decir que tengamos la autoridad académica de hacerlo. 

Una asociación profesional debería ocuparse de lo atinente a su campo de actividad, investigar, enseñar, capacitar y supervisar colegas, generar foros de reflexión y trabajo. 

Respecto al contenido de la proclama me pregunto cómo conocen sus redactores los fundamentos de la sentencia que todavía no han sido publicados. Incluso si los conocieran, lo que parece no ser posible, deberían haber consultado a abogados y juristas para entender y ponderar los considerandos y las evidencias y basar su opinión en la revisión exhaustiva del monto y pertinencia de las pruebas. 

Hay gente muy mal pensada que ve con sospecha que la declaración es muy parecida a la de la Asociación Argentina de Actores y cree, -teme, imagina-, que les ha sido sugerida desde algún espacio ajeno a su actividad específica.

Me licencié en psicología hace más de 50 años y a medida que pasa el tiempo se me van achicando los temas sobre los que me animo a emitir opinión y tengo más y más cuidado en prestar atención a mis sesgos emocionales e ideológicos que amenazan con desviar mis apreciaciones. Tengo mis puntos de vista sobre política tanto general como partidaria pero, como no tienen relación con mi título académico, si los expreso lo hago como ciudadana común, no como psicóloga ni desde un foro profesional que me de una supuesta y dudosa autoridad. 

En mi barrio, cuando venía alguien de otra cuadra a opinar sin saber le decíamos ¿a quién le ganaste che? y le cantábamos a coro ¡zapatero a tus zapatos! 

Chicos, chicas (y chiques, no vaya a ser que me olvide de alguno) de APBA, sean serios, dediquen la asociación a lo que corresponde.

Publicado en La Nación.

Lo que aprendí después de Aprender de Grandes

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Aprender de Grandes, el espacio que creó, conduce y disfruta Gerry Garbulsky, está cumpliendo 100 episodios. Se hizo un festejo tan innovador como nos tiene acostumbrados. En él algunos de nosotros compartimos lo que habíamos aprendido después de haber participado en el ciclo:

Melina Furman, Gala Diaz Langou, Glenda Vieites, Fabian Skornik, Alberto Rojo, Ximena Saenz, Susana Galperín, Sebastián Campanario, Cesar Silveyra, Sergio Mohadeb, Andrei Vazhnov, Alberto Naisberg, Santiago Bilinkis, Laura Aresca, Guadalupe Nogués, Alejo Cantón, Gustavo Pomeranec, Manu Ginobili, Jorge Drexler, Andres Miguens, Eduardo Saenz de Cabezón y yo.

Acá todos los aprendizajes relatados:

  • Manu Ginóbili aprendió sobre el sueño y a andar en bicicleta.

  • Melina Furman reconoció la importancia de evocar para aprender.

  • Mariano Sigman descubrió el rol de los facilitadores para aprender algo nuevo.

  • Jorge Drexler expandió su música con el bajo eléctrico.

  • Adrián Paenza aprendió algo gracias a su cepillo de dientes.

  • Andrés Miguens aprendió a dibujar en vivo, haciendo los dibujos de Aprender de Grandes.

  • Gala Díaz Langou aprendió algo sobre los vínculos de su hija de un año y medio.

  • Glenda Vieites encontró una manera de manejar el estrés creciente de los editores de libros.

  • Fabián Skornik aprendió sobre el multitasking y la espiritualidad.

  • Alberto Rojo aprendió sobre las conversaciones entre las plantas y el tamaño de los planetas.

  • Diana Wang se dio cuenta de que en su trabajo, la herramienta es ella misma y otras cosas más.

  • Ximena Sáenz compartió cómo preparar flores para comerlas.

  • Susana Galperin reconoció el poder de las redes para conectarse con gente.

  • Sebastián Campanario le está sacando más jugo a su trabajo con extraterrestres.

  • César Silveyra vive en el presente y lo canta así.

  • Sergio Mohadeb (Derecho en Zapatillas) reflexionó sobre el control preventivo y el derecho.

  • Andrei Vazhnov habló sobre el fin de universo.

  • Alberto Naisberg descubrió por qué se emociona cada vez que piensa en su abuelo.

  • Eduardo Sáenz de Cabezón reconoció la importancia de sacar a la ciencia de la discusión política partidaria.

  • Santiago Bilinkis reflexionó sobre lo que podemos cambiar como sociedad.

  • Laura Aresca mostró cómo tener un propósito en la vida puede resultar en beneficios en la salud.

  • Guadalupe Nogués quiere agrandar el mundo, aprendiendo de otros y con otros, para lo cual necesitamos aprender a conversar.

  • Alejo Canton reconoció que cuando algo es lindo no necesita marketing y reflexionó sobre valor de ser escandaloso.

  • Gustavo Pomeranec aprendió a hacer un podcast.

Cómo dejar de ser una madre culposa

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Graciela culpaba a su mamá por haber sido demasiado estricta y poco cariñosa durante su infancia. Cuando sus tres hijos, Juan, Ramiro y Aldana, llegaron a la adolescencia, se descubrió repitiendo las conductas que tanto había reprobado en su madre, su severidad y poca expresión afectiva. Fue muy doloroso porque se había jurado cuando niña que, en caso de tener hijos, no sería con ellos como había sido su madre.

Pasaron unos años. Sus hijos se hicieron adultos. Juan, el mayor, doctor en bioquímica, era investigador en un importante laboratorio en Francia.

Una noche, hace pocos meses, Graciela despertó angustiada presa de una pesadilla. Veía a Juan como cuando era adolescente debatiéndose en medio de un mar embravecido, las olas lo cubrían, pedía auxilio, su cuerpo subía y bajaba mientras hacía señales desesperadas con sus brazos. Enloquecida ella corría hacia él y cuanto más corría más se alejaba sumida en la impotencia de salvarlo. La despertó su propio alarido. No podía quitar las imágenes de su cabeza.

Eran las 4 de la mañana, ya las 9 en Francia, y corrió a buscar el celular como tabla de salvación. Había sido tan vívida la pesadilla que debía cerciorarse de que Juan estaba bien. Atendió enseguida, calmo y amable porque sí, todo estaba bien, "ninguna novedad mami, te dejo porque estoy llegando al trabajo". Había sido solo un mal sueño, nada que temer.

Pero Graciela no lo dejó ahí. Ese sueño fue para ella la representación de todo lo que creía que había hecho mal y necesitaba terminar con el peso que sentía por no haber sido lo buena madre que debía haber sido. Había soñado con Juan, de modo que empezaría con él. Tomó un papel y comenzó a hacer una lista de todas las cosas de las que se acusaba, hechos, circunstancias, palabras, conductas. Cubrió cuatro páginas, con fechas y descripciones de las cosas que estaba segura que había hecho mal con Juan y de las que debía ser expiada y perdonada. Se sentó ante la computadora y le escribió un correo con el pedido de que viera la lista y le respondiera por favor cómo había sido vivido por él y si consideraba que habían tenido consecuencias en su vida.

Esa noche Juan la llamó alarmado: "¿Qué te pasa mamá? No entiendo nada, ¿estás psicótica?" "¿Por qué?" "Porque no sé de qué me estás hablando. Miré todas las cosas que decís y no me acuerdo de ninguna, nada". Graciela escuchó enmudecida. "Pero si querés, si eso alivia tu alma, te puedo escribir de lo que sí te acusé en su momento para que lo veas y me digas por qué o para qué lo hiciste. Pero dame unos días".

Y así fue. Una semana después entró un correo de Juan. Graciela dejó pasar unas horas. Al fin la curiosidad pudo más. Se dijo "¡ahora o nunca!" y abrió el mail. Estalló en una carcajada que le dibujó estrellitas de colores en el alma. Rió, sollozó, moqueó, siguió riendo y sonándose la nariz mientras leía la insólita respuesta de su hijo. La lista de Juan, tan larga como la suya, mostraba que se había tomado en serio el trabajo de rememorar momentos penosos, pero enumeraba cosas, situaciones y dichos de los que Graciela no tenía el menor recuerdo. Imprimió las dos listas, las enmarcó y las dejó a la vista. No le hizo falta hacer listas con sus otros hijos. Había entendido. No solo se alivió luego de tantos años de autoacusaciones, sino que también fue al cementerio y le pidió perdón a su mamá.

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Los celos no siempre tienen la culpa

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Cuando nació Aylén, su hermano Nahuel tenía 3 años. Graciela y Eduardo estaban más que felices, ya tenían la parejita, eran una familia tipo hecha y derecha. Todo estuvo bien. Alegría familiar, felicitaciones de los compañeros de Eduardo en el banco, la casa se llenó de color rosa y muchas de las cosas de cuando Nahuel había sido bebé quedaron sin uso porque eran celestes y no querían que la nena se vistiera de varón.

Unas dos semanas después, Nahuel volvió del jardín con un calzón extraño. Se había hecho encima y traía el suyo en una bolsita impermeable. "¡Qué raro!", pensaron sus padres, porque venía controlando lo más bien ya hacía como seis meses. Ni siquiera se le escapaba a la noche ya.

Dos días después, otra vez. Los llamaron del jardín y tuvieron una entrevista con la psicopedagoga que les hizo las preguntas de rutina. Que si estaba todo bien en casa. Que si algo había pasado en esos días y sí, le dijeron, había nacido Aylén. "¡Ah!", dijo la profesional con tono confirmatorio mientras se descruzaba de piernas. "¡Eso explica todo! Está celoso".

Eduardo, sin entender demasiado, le preguntó qué tenía que ver que estuviera celoso, si es que lo estaba, con que hubiera vuelto a hacerse pis encima. No olvidará su mirada condescendiente cuando les explicó estos procesos normales en los niños al nacerles un hermanito. Así dijo: "Les nacía". Que el proceso implicaba la angustia de dejar de ser el único y que muchas veces los conducía a una regresión a la etapa anterior y al consecuente descontrol esfinteriano. Que era una forma en la que usualmente pedían la atención que les había sido retirada y que ahora recibía el bebé recién nacido, lo que los ponía celosos y rabiosos. Aconsejaba un psicodiagnóstico que llevaría a un tratamiento psicológico que resolvería el problema en unos meses, tal vez antes de fin de año.

Graciela y Eduardo salieron demudados. ¿Tan chiquito y ponerlo en tratamiento? ¿Y cuánto costaría? ¿Y a quién recurrir? Graciela, que lee artículos de psicología, se preguntaba si no sería este un problema que encubría algo mayor, si no le estaba pasando algo grave a Nahuel, si estaban haciendo algo equivocado con él. Los cubrieron las sombras más pesadas.

Eduardo se fue a trabajar abrumado por la angustia. En el almuerzo se lo contó a Marcos, el de contaduría cuya esposa era psicóloga y le caía muy bien. Le preguntó si en casa también se hacía encima. Eduardo llamó enseguida a Graciela y resulta que no, que en casa no. "Entonces debe ser algo que pasa en el jardín", le dijo Marcos. Le dijo que hicieran lo mismo que había hecho la psicopedagoga, que preguntaran en el jardín si había habido algún cambio en la rutina diaria.

Al día siguiente cuando Graciela llevó a Nahuel pidió hablar con la maestra. Lo hizo indirectamente y con una sonrisa, para no ponerla en guardia. Y sí, algo había cambiado. Era un jardín bilingüe, y hacía unos días que, cuando querían ir al baño, los chicos tenían que levantar la mano y decir: "May I go to the bathroom?".

Una vez en casa, Graciela le preguntó a Nahuel cómo hacía para pedir ir al baño en el jardín. Él bajó los ojos y respondió avergonzado que no le salía lo que Miss Lucy le decía y que entonces se aguantaba y que a veces se le escapaba. Esa noche le enseñaron, entre juegos y bromas, a decir "May I go to the bathroom?". Inventaron una canción pegadiza y se rieron juntos y lo felicitaron cuando lo pudo decir fluidamente.

Nunca más se hizo pis encima en el jardín. Se ahorraron el psicodiagnóstico, el tratamiento, una punta de pesos. Además, y no es poco, volvieron a sonreír.

Publicado en el suplemento Sábado de La Nación. 12 de mayo 2018, espacio "Hacelo Simple".