Otras cosas

Los feminismos después del 7 de octubre

Ya pasó más de un año del ataque genocida de Hamas al estado de Israel. Mientras escribo estas palabras hay más de cien secuestrados todavía ausentes sin que se sepa quiénes siguen vivos y quiénes fueron asesinados. Cientos de miles de desplazados ven alteradas sus vidas de manera radical en Israel. Familias penan la muerte de padres, madres, hijos, esposas, maridos, amigos. Niños forzados a  procesar las crueles escenas vividas aprendiendo a adaptarse a vivir sin uno de sus progenitores o sin ambos, sin algún hermano o sin todos. Los ataques continúan sobre Israel. Las víctimas no han podido recuperar el aire. Sigue sucediendo. 

Como en las postrimerías de la Shoá cuando no se sabía cómo llamar a lo que había pasado, tampoco tenemos un nombre. Es el 7/10, una fecha, un cuadradito en el almanaque. Necesitaremos que todo pase, que los escombros se reconstruyan, que los muertos sean velados, que los vivos recuperen sus vidas para, recién entonces, como con la Shoá, alguien encuentre la palabra.

Seguimos bajo el shock que ha reformulado nuestra relación como judíos en la diáspora. La ilusión de la seguridad y la garantía se fragmentó en mil pedazos y estamos ante una nueva incertidumbre. Tal vez la misma de siempre pero lo habíamos olvidado. Venimos de un período de florecimiento de la vida judía único en la historia y creímos que el cambio era un hecho, convicción que voló por los aires. No solo eso. Fueron varias las convicciones fragmentadas con este ataque y con la posterior reacción de parte del mundo.

Los derechos humanos, la libertad sexual, la justicia, la lucha por lo que está bien, la democracia, el disenso, se redefinen en revuelto montón y llevan a que los “bienpensantes” defiendan estados terroristas como paradigmas del bien.

Lo mismo ha pasado con la ausencia de respuesta de los movimientos feministas ante el ataque sexual a las mujeres perpetrado por los terroristas de Hamás. Esta arma de guerra no es una novedad bélica, salvo que esta vez fue registrada con las cámaras go pro que registraron las violaciones, torturas y asesinatos sumando un nuevo horror a la historia del horror de la humanidad. La exhibición de esas imágenes, impúdica, gozosa, amoral y el aplauso que concitó en los gazatíes, eran trofeos que los enorgullecían como blasones victoriosos. Los crímenes cometidos en hechos de guerra solían ser ocultados, esta vez no solo se mostraron sino que levantaron aplausos y gritos de júbilo y admiración. Un nuevo peldaño en el desprecio por la vida humana y en la fractura de los valores que creíamos estaban ganando terreno en la humanidad. 

Feminismos y patriarcado

Durante siglos, algunas mujeres expresaron su disconformidad con la inferiorización de la que eran objeto pero el gran cambio se produjo en Inglaterra a comienzos del siglo XX durante la llamada primera ola del feminismo cuando las suffragettes, con vestidos largos y corsets que impedían la respiración, salieron a la calle exigiendo votar para tener los mismos derechos políticos y laborales que los hombres. A partir de allí, los movimientos feministas propugnaron una sociedad más justa e igualitaria superadora del patriarcado androcéntrico y  estructurador de relaciones desiguales de poder.

La segunda ola, a partir de 1960, tuvo como líderes, pensadoras e inspiradoras a Simone de Beauvoir, a Betty Friedan y a Kate Millet entre tantas otras.

En una marea de flujos y reflujos, le siguió una tercera ola en 1990 y ahora estamos viviendo la cuarta

El movimiento feminista floreció en feminismos con diferentes lecturas y propuestas y distintos grados de radicalización, pero sus principios fundantes integran hoy nuestro horizonte cultural común. Su mirada crítica, tanto en el ámbito de lo público, -sobre el poder, la disparidad salarial, la desigualdad de derechos-, como en el ámbito de lo personal -el acoso, la violencia doméstica y sexual, el femicidio, y todo tipo de ataque contra la mujer en tanto mujer- son objetivos que hoy visualizamos, reconocemos e incorporamos a nuestro corpus civilizatorio. Hay acuerdo unánime (creíamos que unánime) en que la violencia hacia la mujer por ser mujer es inaceptable, punible y exigía la atención política, el tratamiento pedagógico y la transformación cultural. 

La lucha de los feminismos es, al menos en este punto, exitosa porque la repulsa a la violencia contra la mujer es indiscutible (creíamos que era indiscutible). La injusticia, la arbitrariedad y la benevolencia con la que se tomaban estos ataques hoy está fuera de cuestión (creíamos que estaba fuera de cuestión). Nadie mirará con cariño ni ligereza a un violador, un torturador de mujeres, un golpeador, un femicida (¿nadie lo mirará con cariño?) y muchos hombres (no todos) están aprendiendo a ver y a pensar su relación con el sexo femenino desde un lugar diferente al del poder, la posesión y la subvaloración. 

El silencio traidor

Hace más de un año desde aquel 7 de octubre de 2023. La falta de reacción de los movimientos feministas organizados respecto de las violaciones, torturas y asesinatos hechos por los terroristas de Hamás a mujeres israelíes ha sido un golpe inesperado a nuestras creencias. Silencio ante las secuestradas que aún siguen prisioneras. Silencio ante las violadas que tal vez estén gestando un bebé cuya recepción, filiación y crianza presenta un dilema desgarrador. Silencio ante las adolescentes que han vivido la orgía de horror en el festival Nova. Tantos años bregando por igualdad y justicia, denunciando ataques y perpetraciones en pos de la recuperación de la dignidad y la legitimidad de las mujeres como sujetos de derecho, y de pronto, al menos para mi sin previo aviso, fueron traicionados, lo que creía que era un logro se derrumbó en pedazos. Fue, es, una traición personal de la que todavía no me puedo reponer. 

A poco de sucedido, aún aturdida por lo que se iba sabiendo, busqué el apoyo explícito de algunas mujeres del colectivo femenino. Contacté a varias conocidas y reconocidas, tanto en la esfera artística como en la académica, mujeres de voces fuertes, mujeres que pelean por sus derechos y demandan atención, respeto, valoración, mujeres hacedoras y ejecutivas a las que miraba con admiración y cuya lucha por la defensa de la igualdad de derechos me resultaba ejemplar. Las respuestas que recibí de varias de ellas, no de todas por suerte, fue el cobarde y artero “sí, pero…”, o,  como dijo Claudine Gay, la infausta presidente de la Universidad de Harvard, “repudiar la repulsa a Israel y el apoyo al terrorismo depende del contexto” o sea que hay contextos en los que no es repudiable. Mujeres que hablan públicamente de la sociedad patriarcal eligieron no pronunciarse contra la barbaridad perpetrada en Israel. Sus discursos y slogans encendidos se fueron borroneando y deslegitimando con un embanderamiento partidario que avala dictaduras y terrorismos y que resiste toda lógica. Mujeres orgullosas de sus militancias progresistas, su moral igualitaria y sus anhelos de justicia, silenciaron esos ideales ante las víctimas israelíes. 

No las acusaré de antisemitas, término que rechazarán con fuerza. El día en que el sesgo militante comience a desdibujarse y vean lo que pasó, recuperarán, espero, la visión binocular y harán un mea culpa en el que les será claro cuántos de sus argumentos eran antisemitas. No hicieron declaraciones empáticas con las víctimas israelíes, su posición respecto al Estado de Israel fue más fuerte que su posición feminista. Entiéndase bien. No se oponían a una determinada política de gobierno sino al país como un todo junto con todos y cada uno de sus habitantes. No podían alzar su voz para defender a las mujeres en Israel (aunque hubo/hay de varias nacionalidades, incluso argentinas), el suelo que pisaban alteró su condición de mujeres y las excluyó de los derechos de cualquier mujer en cualquier otro lugar del mundo, tenga el gobierno que tenga, pelee lo que pelee o cometa genocidios. Ningún país es acusado como país y con todos sus habitantes de lo que sus gobiernos realizan. La prueba que vuelve a todo increíble, contradictorio y hasta bizarro, es que las mismas mujeres que no empatizaron ni se condolieron con las víctimas israelíes defienden y apoyan a países en los que las mujeres carecen de los mismos derechos que declaran defender. 

Una traición personal

No solo me traicionaron a mí personalmente. No solo traicionaron a las mujeres israelíes. No solo traicionaron a las mujeres judías. Traicionaron al movimiento feminista y a todos sus principios. A las sufragistas, a Simone de Beauvoir, a Betty Friedan y a cada una de las mujeres golpeadas o asesinadas, se traicionaron a sí mismas y a su lucha. A partir de ahora, lo que digan o hagan tendrá un valor relativo. Perdieron la autoridad para hablar en nombre de “las mujeres”, han quebrado el colectivo al decidir que no todas son iguales. Las violadas judías, las mutiladas, las torturadas, las asesinadas y exhibidas como trofeos, todas esas mujeres no pertenecen, según estas excluidoras, al universo del feminismo. 

Surge así, en esta cuarta ola feminista sumergida en la cultura woke, un nuevo colectivo  integrado por ideólogos, movimientos y dueños de la moral que traicionan sus principios alegremente. No se salvó ninguno. Ni #metoo ni #niunamenos ni los defensores de los derechos LGBTQ+ ni los pañuelos celestes ni los pañuelos verdes, ni las izquierdas dizque progresistas, ni #blacklivesmatter. Complotados en una mudez atronadora, fingieron demencia haciendo como que no pasó lo que pasó. Relativizaron los ataques y algunos incluso defendieron a los perpetradores y levantaron banderas palestinas clamando por la desaparición del Estado de Israel como si los principios de libertad y justicia que dicen sostener no se contradijeran con los que sostienen los terroristas.  

¡Qué vergüenza! ¡Qué manera flagrante de traicionar y traicionarse! ¡A callar a partir de ahora! ¡A buscar otras luchas que no las enfrenten con este doble standard, con esta contradicción, con esta hipocresía de la que, al menos para mi, no tienen retorno! Hagan de su actual silencio una marca de auto oprobio y dejen de echar consignas vacías de contenido y autoridad. 

¿Justificar un femicidio? ¿Acaso una golpiza a una mujer está justificada porque “lo miró mal”? ¿Acaso una violación es una consecuencia lógica de que mostrara las piernas o llevara ropa ajustada? ¿La culpa es de la víctima? Los movimientos feministas lo han dejado bien claro: ¡ninguna conducta de una mujer merece y justifica la violencia o el ataque, aunque el perpetrador se escude en ello para alegar inocencia! 

Ya es bastante difícil superar el techo de cristal que frena nuestro ascenso a posiciones dirigenciales pero hasta el 7/10 creíamos que compartíamos la misma lucha. Vemos que no. Que si quien reclama, quien sufre, quien ha sido atacada es judía, no merece las mismas declaraciones, ni demandas ni empatía. El supuesto colectivo femenino se convirtió en un destartalado vagón de carga con ingreso condicionado. La decepción es honda.

En consecuencia #yanolescreo será mi hashtag a partir de ahora porque, para mi gran dolor, el feminismo, en sus manifestaciones orgánicas, se ha suicidado. #Yanolescreo responderé cuando aseguren defender los derechos humanos. #Yanolescreo cuando declamen cambiar la sociedad patriarcal para que las mujeres tengamos los mismos derechos.#Yanolescreo cuando agiten pancartas con frases hechas políticamente correctas y se vayan a dormir tranquilas y felices por haber proclamado lo que luego contradicen con su silencio cómplice.

Ideales en fuga, culpas lacerantes

Caídas las ideologías que reinaron en el siglo XX, las élites educadas quedaron sin horizontes de lucha, sin ideales que defender. La ecología, las minorías sexuales, los derechos humanos y el postcolonialismo con el eje opresor-oprimido, son las nuevas banderas de la generación woke, esa policía del pensamiento enredada en la consigna fascista de la corrección política. El macho blanco, el estereotipo masculino de la sociedad patriarcal, es el nuevo enemigo, el modelo de opresor a denunciar y abatir. En la búsqueda de causas los descendientes de europeos y norteamericanos que colonizaron y esclavizaron a tantos no-blancos encontraron tal vez la manera de lavar ese pasado vergonzante. Estamos bajo el imperio de las redes sociales, de los slogans y mensajes breves y atractivos que deben viralizarse en likes y reenvíos que producen desinformación y simplificación. El escenario extremista y maniqueo señala a Israel como un estado “blanco, macho y patriarcal” acusado, en consecuencia, de genocida, apartheid y colonialista, las tres infundadas. Este pequeñito país, enclave occidental en oriente medio, es una isla democrática y liberal rodeada de tiranías y autocracias. Su población, lejos del estereotipo caucásico, es heterogénea y multicolor, las distintas etnias viven libremente y tienen acceso a todos los derechos. Sus guerras han sido siempre defensivas, nunca genocidas. Sin embargo, preso del juego ideológico simplificador y extremista, Israel es ubicado como el perpetrador mientras que en el otro extremo se ve a los palestinos como las víctimas, oprimidos, desvalidos y tratados injustamente. Ciertamente son víctimas, pero no de Israel, viven la tragedia de ser presos de sus mismas autoridades y de los países circundantes que los mantienen como eternos refugiados transitorios para, entre otras cosas, acusar a Israel y recibir dineros que sostengan el poder de los dirigentes. La situación es compleja, la historia es dolorosa, los resentimientos y los intereses horadan los espacios de comprensión y en esta nube tóxica las mujeres israelíes, las mujeres judías, no hemos pasado el filtro de ser reconocidas como mujeres. Solo nosotras. 

Nos dejaron afuera. Otra vez.

Nuestra decepción es honda y dolorosa. Fuimos parte del colectivo femenino con aportes esenciales desde su comienzo. Betty Friedan, judía, formuló las ideas claves en la historia del pensamiento feminista; su libro, “La mística de la femineidad” publicado en 1963 se considera uno de los libros más influyentes del siglo XX. 

Creíamos que éramos parte. Creíamos que estábamos ahí. Nos equivocamos. Fuimos crédulas. Fue un duro golpe pero también un aprendizaje. No pensamos que el ser judías nos diferenciaba de un modo tan visceral y que nos colocaba más allá de las proclamas feministas, más allá de lo humano. Creímos que éramos iguales. 

Y fuimos crédulas como tantas veces en la historia de la humanidad en que los judíos nos creímos parte del universal y recibimos el duro golpe de la exclusión en el mejor de los casos y del genocidio en el peor. 

¿Qué encubre el doloroso “sí, pero…”? El relato tan exitosamente difundido por las usinas de cierta izquierda dizque progresista alineada con los regímenes más brutales, homofóbicos y dictatoriales, ha calado hondo en un occidente que atribuye la culpa del desgarrador conflicto en oriente medio total y exclusivamente a Israel. A diferencia de otros regímenes autocráticos, dictatoriales, genocidas, y he aquí un punto esencial, no se acusa al gobierno como pasa con cualquier opinión sobre países en guerra, sino a toda su población. Sólo con Israel, sólo allí gobierno y población son la misma cosa y las acusaciones a las políticas se derraman sobre todos. Por eso el antisionismo es antisemitismo aunque los síperistas no lo quieran aceptar. Y la consecuencia, en esta lógica demencial, es que, si todos los israelíes son culpables, las mujeres mutiladas, arrastradas, sodomizadas, violadas, torturadas y asesinadas, sus vientres gestantes apuñalados, en tanto israelíes, también son culpables. Y el culpable merece castigo. “Sí, fue terrible…pero” y los dogmas políticamente correctos y las declaraciones se derrumban estrepitosamente y, si alguna no está de acuerdo, ante el temor de quedar afuera del colectivo, elige el silencio acomodaticio, cobarde y traicionero. 

El camino de Rut

El corpus político y militante de los feminismos traicionó al progreso y nos abandonó a una orfandad que, bien lo sabemos, no nos es desconocida a los judíos. La misma orfandad y exclusión de la judeofobia y los antisemitismos que nos ha intentado sumergir en el pantano de la victimización y que concluyó tantas veces en nuestro asesinato. 

Duele como ha dolido siempre pero hemos aprendido a sobrevivir, estamos entrenados en reconocer la mirada esquiva, la sospecha, la dualidad mentirosa de las autopercibidas buenas conciencias que callan ante torturas, violaciones y asesinatos al tiempo que hacen impúdicas declaraciones en defensa de los derechos de las mujeres. 

Cuenta el Tanaj, la Biblia Judía, que Elimelej y Noemí tenían dos hijos. Según las costumbres de la época, cuando moría el padre, la protección de la madre era asumida por sus hijos varones. Los dos hijos de Noemí casados con Rut y Orpá fallecieron antes de haber generado descendencia. Las tres mujeres, sin marido ni hijos varones, quedaron a la intemperie, sin resguardo ni amparo alguno. Noemí, ante el desdichado destino que esperaba a sus nueras sugirió que “vuelva cada una a la casa de su madre”. Orpá lo hizo. Rut no pudo. Se negó a abandonar a su suegra a la soledad, al hambre y a la indigencia: “donde vayas iré, donde vivas viviré, tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios”.

Orpá se fue y Rut, solidaria con el colectivo femenino, acompañó a Noemí en su camino incierto. A Rut, modelo de mujer del que bien deberían aprender los feminismos, nada de lo que sufriera una mujer le era ajeno. Su hashtag sería hoy, y lo hago mío, #tudoloreselmío”.

Los feminismos hoy no defienden a todas las mujeres. Sólo a algunas. Las judías, para ellos, somos más judías que mujeres. Deberemos seguir haciendo lo que aprendimos a lo largo de nuestra historia, a defendernos solas. 

Es lo que hacemos cuando emprendemos profesiones, actividades y proyectos produciendo cultura, viviendo en familia, trabajando en el área corporativa, curando, diseñando, alimentando, protegiendo, reflexionando, mirando hacia adelante. 

Es lo que siempre hicimos. 

Es lo que seguiremos haciendo. 

Es el camino de Rut. 

Lic. Diana Wang

Florida, octubre 2024


Publicado en Infobae.

Mis dos hermanos mayores

Hoy falleció Héctor, mi cuñado.

Se fue, como decía Catita, redepente. 

Pierdo con él a dos hermanos mayores. 

Uno, es el hermano del grupo de hermanos y cuñados con los que festejábamos cada cumpleaños con un almuerzo en el que el cumpleañero no pagaba. No distinguimos entre hermanos biológicos y hermanos políticos, igualmente hermanados en el cariño mutuo, con nuestros hijos y nietos como tesoro compartido y el disfrute de cada una de nuestras alegrías y la pena compartida de todas nuestras tristezas. 

Pero también perdí a otro hermano. Héctor nació un 25 de agosto de 1939 en Argentina, había cumplido 85 años hace unos días. Zenuś, mi hermano perdido, aquel que mis padres entregaron durante el holocausto para asegurar su salvación y que nunca recuperaron, había nacido un 29 de agosto de 1939 en Polonia, cuatro días después que Héctor. Nunca se lo dije pero veía en él a mi hermano perdido. Su vitalidad, su humor, su entusiasmo, sus ganas de vivir y su capacidad infinita de disfrute, pero fundamentalmente su fecha de nacimiento, me hacían imaginar que podría parecérsele. Era el hermano mayor que tenía cerca, al que podía querer, el que me podía enternecer, con quien me podía reír.

Por suerte está mi hermano menor que seguramente comparte mi pena.

Hoy falleció Héctor, mi cuñado.

Perdí con él a dos hermanos mayores.

Más que antisemitismo

Aunque otras cosas están ocupando el interés mediático, la tragedia entre Israel y el pueblo palestino sigue su curso, los secuestrados continuan prisioneros. El antisionismo es hoy una bandera de lucha y varios hechos bélicos llegan con títulos que acusan a Israel aunque luego el texto lo desmiente. ¿En qué se sustenta que solo a Israel se le exija lo que a otros países no? ¿Por qué solo la patria judía tiene tanto protagonismo mediático mientras decenas de injusticias y arbitrariedades en otros sitios no se mencionan? ¿Es solo antisemitismo? 

Aunque es indudable que es un fértil ingrediente emocional, el antisemitismo no alcanza para comprender esta ola anti israelí que asola a políticos, estudiantes, medios y defensores de DDHH en una explosión de odio que se expande en lugar de decrecer. Muchos no se reconocen como antisemitas aunque esgrimen las tradicionales acusaciones judeófobas de poder, supremacía y maldad.

Terminado el año lectivo en el hemisferio norte, las protestas se aligeraron, los alumnos de las carísimas universidades norteamericanas, sus profesores y autoridades se acogieron al descanso del verano y llevaron sus carpas a las playas, los bosques o las montañas, pero las semillas que plantaron se replicaron en todas partes y son causa de lucha por doquier. 

Cualquier declaración pro israelí es vista como sospechosa y quien la enuncia es cancelado. Las respuestas de las tres infaustas decanas lo reflejan claramente; repudiarían con firmeza ataques a afroamericanos o a miembros de las diversas sexualidades pero se mantuvieron incólumes ante el clamor estudiantil por el exterminio de Israel. La caza de brujas antisionista dejó un tendal de víctimas, tanto que el número de cesanteados supera a los que perdieron sus trabajos durante el macartismo.

¿Cómo entender a quienes, con la mejor intención, enarbolan la bandera palestina en grito de reivindicación? 

Tal vez, caído el muro de Berlín y con él la oposición comunismo-capitalismo, nos hemos quedado sin causas de lucha. La ecología, la diversidad de géneros y sexualidades, el feminismo y los derechos humanos brindan poderosos argumentos a quienes perdieron horizontes de sentido. Y hay más.

El eje perpetrador/oprimido nacido en las teorías post colonialistas señala como víctimas a las poblaciones sometidas ayer por europeos y norteamericanos, los “no-blancos” a los que defender y rescatar. Los feminismos denunciaron al patriarcado e identificaron al macho blanco héterosexual como modelo de autoritarismo y supremacía. Desde ambas vertientes se entroniza a la víctima como inocente sin discusión. Israel y sus judíos, varias décadas después del holocausto, vencieron uno a uno, a los poderosos ejércitos árabes y perdieron su condición de eternas víctimas para ser los triunfadores. 

Los países comunistas y las izquierdas volcaron su apoyo hacia sus proveedores de petróleo y una nueva generación de potentados islámicos invirtió parte de esa riqueza atesorada en grandes tiendas, equipos de fútbol y universidades, fortunas que alimentaron las casas de estudio norteamericanas y demandaron cátedras, docentes y contenidos antisionistas. Uniendo en un ramillete estas distintas causas, Israel pasó a ser, en el imaginario universitario, el estado blanco, explotador y patriarcal que sometía, oprimía y victimizaba al pueblo palestino. 

El planteo, simplificador y maniqueo, oculta que la tal victimización, que efectivamente existe, es obra en gran medida de los dirigentes palestinos que mantienen a su población en eternos campamentos transitorios para obtener apoyos económicos y políticos y, de paso, acusar a Israel de apartheid, ocupación y genocidio. Aunque un 20% de población árabe vive libremente en Israel, decenas de años de adoctrinamiento convencieron a las élites académicas de la maldad intrínseca del estado hebreo. Y ahí es donde los argumentos antisemitas hacen su agosto y florecen aunque muchos activistas no se reconozcan antisemitas. Su antisionismo tiene sustento racional en el eje opresor/oprimido pero el antisemitismo es el alimento emocional generador del odio anti israelí. Porque, digámoslo con todas las letras, si su lucha fuera exitosa, “del río al mar” implica la destrucción del estado de Israel. El terrorismo islámico exterminacionista es estrictamente religioso y no se anda con delicadezas ni disimula su motivación antijudía y opuesta a todos los “infieles”, los que no veneran a Alá. Esto es lo que apoyan los militantes antisionistas hoy.

La lucha de los activistas en apoyo de las víctimas es meritoria y los creo convencidos de estar haciendo algo bueno por el mundo. Claro que en el camino olvidan las iniquidades que suceden en otras partes, la invasión rusa a Ucrania y sus muertos inocentes, las otras matanzas y genocidios con decenas de miles de víctimas y refugiados (en Yemen, Congo, Nigeria, Siria y sigue la lista). Solo se encienden cuando pueden acusar a Israel. Las víctimas israelíes masacradas en un explícito plan genocida no tienen lugar en este escenario. Ven a los niños quemados vivos, las embarazadas apuñaladas en sus vientres, las cabezas decapitadas con las que se jugaba al fútbol, las jovencitas violadas en manada y martirizadas, a los secuestrados, como opresores blancos, machos, heterosexuales y patriarcales, o sea, que merecen lo que le pasó por israelíes, por judíos, por blancos, por triunfadores. 

Las élites educadas promueven una orgía de auto odio. ¿Lavan tal vez las culpas de sus antepasados europeos predadores, genocidas, piratas, colonialistas y esclavistas? ¿Será esta honra al islamismo radical parte de la crisis de occidente en su exoneración de un pasado vergonzante? ¿La única manera de compensar culpas del pasado es minar el futuro?

Hay quienes hablan del suicidio de occidente, esto es de los valores de la democracia, el republicanismo y el humanismo. Todos en peligro, no solo los judíos. 

Por eso digo que el antisionismo no es solo antisemitismo. Es más que eso.

Publicado en La Nación

¿Es posible el “nunca más”?

¿Hace 30 años del ataque a la AMIA, dos años después del realizado contra la embajada de Israel. Los seguimos llorando. Seguimos clamando por justicia. Seguimos anhelando que los perpetradores, el terrorismo islámico, reciban la pena correspondiente. Es interminable la lista de ataques (ver en rip.to/Wktxw) de esta amenaza a la libertad y la civilización. Además de los dos hechos en nuestro país, menciono unos pocos en otros sitios y en orden cronológico: la operación Entebbe (1976), la destrucción de las torres gemelas (2001), el atentado en Atocha (2004), Charlie Hebdo y Bataclan (2015). Fueron muchos más y  sin límites geográficos: en Europa, América, Asia, África, Australia, el brazo armado y odiador del islamismo radical tiene un alcance infinito. Nadie está a salvo.

No es ningún consuelo saber que el nuestro ha sido uno más de entre centenas y nos encuentra en estado de shock luego de lo que empezó el 7 de octubre y que aún continúa. Israel sigue bajo ataque, defendiéndose y luchando contra este enemigo que se ha propuesto su destrucción. 

Pero no se trata solo la destrucción de Israel, así como la bomba contra la AMIA no fue solo contra los judíos. Ambas situaciones, así como cualquier otro hecho terrorista, no solo asesina a las víctimas, hiere de muerte a la democracia, a la civilización occidental y a todos sus valores. Vemos espantados que gente inteligente, educada y con ideales elevados, renuncia de buen grado a la libertad, al respeto y al republicanismo en defensa de un estado terrorista que no oculta su odio asesino y que tiene sometido a su propio pueblo. 

Este 30° aniversario es particularmente doloroso y desesperanzador no solo porque el crimen sigue impune, sino porque lo que está sucediendo en Israel y la amenaza que nos sobrevuela a todos estemos donde estemos, nos sume en una alerta descorazonadora. Venimos de vivir un período de florecimiento de la vida judía y de su interacción con el resto del mundo que nos hizo creer que por fin el anhelado “nunca más” estaba muy cerca. 

Pues no. Evidentemente no es así. Nuestro escudo defensivo, nuestro maguen david, debe mantenerse esgrimido. 

Veo un paralelo entre esa esperanza del “nunca más” y la espera del mesías. Nuestro mesías es una metáfora. No esperamos a un señor que nos venga a salvar de todo mal. La tradición judía nos enseña a esperarlo a sabiendas de que nunca llegará. La perfección, la felicidad, el nirvana, el paraíso o como sea que uno imagine al ideal mesiánico, es una expectativa utópica destinadas a que sostengamos nuestro esfuerzo por merecerlo. Esperar al mesías implica el arduo trabajo de ser mejores, de superar nuestras imperfecciones, de dar cada día un pasito más hacia lo que está bien para la convivencia humana, un trabajo que no tiene fin. Igual sucede, creo yo, con el anhelo del “nunca más”. Aunque lo clamemos y lo enarbolemos en cada discurso, sabemos que la sociedad humana, igual que cada uno de nosotros, está lejos de ser perfecta. Ni lo será. El “nunca más” seguirá siendo “otra vez”.

Sin embargo, y apelando a nuestra jutzpá tan judía, a esa persistencia que nos permite sobrevivir a cataclismos y desgracias, espero que sigamos dirigiendo nuestros pasos hacia el objetivo mesiánico del “nunca más”, los ojos bien abiertos, el pie firme y la cabeza en alto. Sabemos que se aleja a cada paso, como la línea del horizonte. Pero también sabemos, porque lo recibimos de nuestros padres y nuestros abuelos, que caminando de este modo es ¿Es posi?que seguiremos siendo quienes somos y que nuestros hijos y nietos retomarán nuestros pasos porque cada generación seguirá esperando al mesías que nunca llegará pero seguirá trabajando en sí mismo y en su comunidad para merecerlo. 

Publicado en Mundo Israelita. julio 2024


Después del 7 de octubre (prólogo para Joint)

Esta investigación fue hecha antes del ataque de Hamás que gobierna el estado terrorista de Gaza, un intento de genocidio detenido a tiempo. Mientras escribo estas palabras los secuestrados siguen ausentes sin que se sepa quiénes siguen vivos y quiénes fueron asesinados. Cientos de miles de desplazados ven alteradas sus vidas de manera radical en Israel. Muchas familias penan la muerte de padres, madres, hijos, esposas, maridos, amigos. Muchos niños están procesando las crueles escenas vividas y están aprendiendo a adaptarse a vivir sin uno de sus progenitores o sin ambos, sin algún hermano o sin todos. Los ataques continúan sobre el norte de Israel. Las víctimas no han podido recuperar el aire. Sigue sucediendo. 

Seguimos bajo el shock que ha reformulado nuestra relación como judíos en la diáspora. La ilusión de la seguridad y la garantía se fragmentó en mil pedazos y estamos ante una nueva incertidumbre. Tal vez la misma de siempre pero venimos de un período de florecimiento de la vida judía único en la historia que con este ataque voló por los aires.

Y estamos, otra vez, como durante la Shoá que necesitó varios años para tener un nombre. Tampoco lo tenemos aún, es 7/10, una fecha, un cuadradito en el almanaque. Necesitaremos que todo pase, que los escombros se reconstruyan, que los muertos sean velados, que los vivos recuperen sus vidas para, recién entonces, como con la Shoá, alguien encuentre la palabra.

Esta es una publicación acerca del lugar de las mujeres que también se vio alterado después del 7 de octubre aunque no a nivel dirigencial de la comunidad judía sino en el contexto más amplio de la sociedad en general. Este es mi contexto en la elaboración de este prólogo. 

El ataque sexual como arma de guerra no es nuevo. La saña con la que se hizo tampoco. Las cámaras go pro que registraron las violaciones, torturas y asesinatos suman un nuevo horror a la historia del horror de la humanidad. Pero la exhibición de esas imágenes, impúdica, gozosa, amoral y el aplauso que concitó en los gazatíes de a pie nos sumerge en la incomprensión más absoluta. Los crímenes cometidos en hechos de guerra solían ser ocultados por sus perpetradores, esta vez no solo se mostraron sino que levantaron aplausos y gritos de júbilo y orgullo. ¿Qué nos dice acerca de la condición humana?


Comunidad judía y sociedad general

Esta publicación encara el liderazgo de las mujeres en las organizaciones de la comunidad judía latinoamericana en el período 2018-2022. Como se decía en los viejos shtetlaj azoi vi es cristelzej, es idishzej” (en contextos cristianos, los judíos se comportan como los cristianos), la participación de mujeres judías en los espacios mencionados sigue patrones similares al de todas las mujeres. La sociedad tradicional, patriarcal y autoritaria, está siendo cuestionada y permite, lenta pero progresivamente, el ingreso de las mujeres a ámbitos de los que hasta ayer nomás estaban excluidas. Cuando eran invitadas a alguna mesa directiva sus tareas solían ser la gestión de actividades sociales, fiestas y celebraciones, o sea, la continuidad de sus funciones hogareñas tradicionales. El nazismo, siguiendo la cultura patriarcal tradicional, indicaba que el mundo de las mujeres debía atenerse a las tres K, Kinder, Küche y Kirche - niños, cocina e iglesia-. Abogadas, contadoras, escribanas, economistas, ingenieras, científicas y demás profesiones “masculinas” ejercidas por mujeres fueron consistentemente invisibilizadas. Podíamos ser maestras, enfermeras, asistentes sociales, o sea ocuparnos del cuidado pero raramente ascendíamos a puestos de responsabilidad en organizaciones o empresas. Y así fue hasta finales del siglo XX. 

Aunque la participación de mujeres en puestos y actividades ha mejorado en relación a pocas décadas atrás, estamos lejos todavía de algo parecido a la igualdad de posiciones y salarios. 


Mujeres y hombres, universos complementarios

Señalemos en principio que los cuerpos de hombres y mujeres son diferentes, no solo en su conformación exterior y en sus genitales sino, y principalmente, en sus determinantes neurológicos y hormonales. Nuestro sistema nervioso central, ese banco de datos y reacciones que nos asegura la vida, no ha cambiado en las últimas decenas de miles de años y sigue siendo lo que nos sostiene vivos. Nuestras visiones del mundo, igual que entonces, no suelen ser coincidentes aunque son complementarias. Ambos sexos y ambas visiones del mundo hicieron posible nuestra continuidad. Cada uno según su especificidad, según sus recursos y capacidades. 

A las mujeres nos es más fácil en general la comunicación verbal, la conexión y expresión de nuestro mundo emocional, atender a varias cosas simultáneamente a lo que sumamos el pensamiento lógico y racional que no es exclusivo del mundo masculino. Las mesas directivas que incluyen mujeres ganan en riqueza de perspectiva y estilo porque aportan lo que hoy se llama habilidades blandas, o sea, empatía y entendimiento de la fragilidad y vulnerabilidad humanas, trabajo en equipo, adaptabilidad, flexibilidad, colaboración, inteligencia emocional, resolución de conflictos, liderazgos horizontales que determinan una baja en la beligerancia y un mejor clima de trabajo. Estas capacidades están siendo crecientemente valoradas y requeridas porque crean un ámbito laboral amable, generativo y pacífico. 

Hay mujeres, sin embargo, que se resisten a adoptar este estilo como si descalificara su capacidad de tomar decisiones y resultaran menos ejecutivas. Inversamente, estamos viendo a hombres que descubren que el modo femenino resulta mucho más beneficioso,  para su propia vida y para el clima laboral, pues baja notablemente el estrés y la penuria de la confrontación constante en la lucha de quién prevalecerá, tan estereotípica y desgastante del mundo masculino. 

El trayecto caminado revela que estamos yendo hacia un universo laboral de progresiva igualdad. Hay algunas cosas que aún esperan ser modificadas para que la participación de las mujeres se facilite. Cito a modo de ejemplo pedestre y concreto los horarios. Si en lugar de reuniones al atardecer o directamente a la noche se pactaran por la mañana, muchas mujeres podrían ajustar mejor sus actividades sin tener que renunciar a los compromisos familiares. Porque la vida familiar sigue siendo más una prioridad más femenina que masculina.


Feminismos y patriarcado

Durante siglos, algunas mujeres expresaron su disconformidad con la inferiorización de la que eran objeto pero el gran cambio se produjo con la llamada primera ola del feminismo en Inglaterra a comienzos del siglo XX cuando las suffragettes, esas mujeres de vestidos largos y corsets que impedían la respiración, salieron a la calle exigiendo votar para tener los mismos derechos políticos y laborales que los hombres. A partir de allí, los movimientos feministas propugnaron una sociedad más justa e igualitaria ante el patriarcado androcéntrico y 

estructurador de relaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres.

La segunda ola, a partir de 1960, tuvo como líderes, pensadoras e inspiradoras a Simone de Beauvoir, a Betty Friedan y a Kate Millet entre tantas otras. En una marea de flujos y reflujos, le siguió una tercera ola en 1990 y ahora estamos viviendo la cuarta. 

El movimiento feminista floreció en variados feminismos con diferentes lecturas y propuestas y distintos grados de radicalización, pero sus principios fundantes integran hoy nuestra visión cultural. Su mirada crítica, tanto en el ámbito de lo público, -sobre el poder, la disparidad salarial, la desigualdad de derechos-, como en el ámbito de lo personal -el acoso, la violencia doméstica y sexual, el femicidio, y todo tipo de ataque contra la mujer en tanto mujer- son objetivos que hoy visualizamos, reconocemos y hemos incorporado en nuestro corpus civilizatorio. Hay acuerdo universal en que la violencia hacia la mujer por ser mujer es inaceptable, punible y exige la atención política, el tratamiento pedagógico y la transformación cultural. 

La lucha de los feminismos es, al menos en este punto, exitosa porque la repulsa a la violencia contra la mujer es unánime. La injusticia, la arbitrariedad y la benevolencia con la que se tomaban estos ataques hoy está fuera de cuestión. Nadie mirará con cariño ni ligereza a un violador, un torturador de mujeres, un golpeador, un femicida y muchos hombres están aprendiendo a ver y a pensar su relación con el sexo femenino desde un lugar diferente al del poder, la posesión y la subvaloración. 


El silencio traidor

Dicho esto, pasados varios meses del 7 de octubre de 2023, la falta de reacción de los movimientos feministas organizados respecto de las violaciones, torturas y asesinatos hechos por los terroristas de Hamás a mujeres israelíes ha sido un golpe inesperado. Silencio ante las secuestradas que aún siguen prisioneras. Silencio ante las violadas que tal vez estén gestando un bebé cuya recepción, filiación y crianza presentan un dilema desgarrador. Silencio ante las adolescentes que han vivido la orgía de horror en el festival Nova. Tantos años bregando por igualdad y justicia, denunciando ataques y perpetraciones en pos de la recuperación de la dignidad y la legitimidad de las mujeres como sujetos de derecho, y de pronto, al menos para mi sin previo aviso, fueron traicionados. Es una traición personal de la que todavía no me puedo reponer. 

A poco de sucedido, aún aturdida por lo que se iba sabiendo, busqué el apoyo explícito del colectivo femenino. Contacté a varias mujeres conocidas y reconocidas, tanto en la esfera artística como en la académica, mujeres de voces fuertes, mujeres que pelean por sus derechos y demandan atención, respecto, valoración, mujeres hacedoras y ejecutivas a las que miraba con admiración y cuya lucha por la defensa de la igualdad de derechos me resultaba ejemplar. Las respuestas que recibí de varias de ellas, no de todas por suerte, fue el cobarde y artero “sí, pero…”, o,  como dijo Claudine Gay, la infausta presidente de la Universidad de Harvard, repudiar la repulsa a Israel y el apoyo al terrorismo “depende del contexto”. Mujeres que hablan públicamente de la sociedad patriarcal eligieron no pronunciarse contra la barbaridad sucedida en Israel. Sus discursos y slogans se fueron borroneando y deslegitimando con un embanderamiento partidario que avala dictaduras y terrorismos. Mujeres orgullosas de sus militancias progresistas, su moral igualitaria y sus anhelos de justicia, silenciaron esos ideales ante las víctimas israelíes. No las acusaré acá de antisemitas, término que rechazarán con fuerza. El día que el sesgo militante se les diluya recuperarán, espero, la visión binocular y harán un mea culpa entendiendo cuánto de sus argumentos son antisemitas. No hicieron declaraciones empáticas con las víctimas israelíes porque su posición respecto al Estado de Israel fue más fuerte que su posición feminista. Entiéndase bien. No se oponían a una determinada política de gobierno sino al país. No podían alzar su voz para defender a las mujeres en Israel (aunque hubo/hay de varias nacionalidades, incluso argentinas), el suelo que pisaban alteró su condición de mujeres y determinó su exclusión de los derechos de cualquier mujer en cualquier otro lugar del mundo. Lo increíble, contradictorio y hasta bizarro, es que las mismas mujeres que no empatizaron ni se condolieron con las víctimas defienden y apoyan a países en los que las mujeres carecen de los mismos derechos que dicen defender. 


Una traición personal: #Yanolescreo

No solo me traicionaron a mí personalmente. No solo traicionaron a las mujeres israelíes. No solo traicionaron a las mujeres judías. Traicionaron al movimiento feminista y a todos sus principios. A las sufragistas, a Simone de Beauvoir, a Betty Friedan y a cada una de las mujeres golpeadas o asesinadas, se traicionaron a sí mismas y a su lucha. A partir de ahora, lo que digan o hagan tendrá un valor relativo. Perdieron la autoridad para hablar en nombre de “las mujeres”, han quebrado el colectivo al decidir  que no todas son iguales. El sesgo anti israelí fue más fuerte que la condición de mujeres. Las violadas judías, las mutiladas, las torturadas, las asesinadas y exhibidas como trofeos, todas esas mujeres no pertenecen, según estas excluidoras, al universo del feminismo. 

Surge así, en esta cuarta ola feminista sumergida en la cultura woke, un nuevo colectivo  integrado por ideólogos y dueños de la moral que traicionan sus principios sin que se les mueva un pelo. No se salvó ninguno. Ni #metoo ni #niunamenos ni los defensores de los derechos LGBTQ+ ni los pañuelos celestes ni los pañuelos verdes, ni las izquierdas dizque progresistas, ni #blacklivesmatter. Complotados en una mudez atronadora, fingieron demencia haciendo como que no pasó lo que pasó. Relativizaron los ataques y algunos incluso defendieron a los perpetradores y levantaron banderas palestinas clamando por la desaparición del Estado de Israel como si los principios de libertad y justicia que dicen sostener no se contradijeran con los que sostienen los terroristas.  

¡Qué vergüenza! ¡Qué manera flagrante de traicionar y traicionarse! ¡A callar a partir de ahora! ¡A buscar otras luchas que no las enfrenten con este doble standard, con esta contradicción, con esta hipocresía de la que, al menos para mi, no tienen retorno! Hagan de su actual silencio una marca de auto oprobio y dejen de echar consignas vacías de contenido y autoridad. ¿Justificar un femicidio? ¿Acaso una golpiza a una mujer está justificada porque “lo miró mal”? ¿Acaso una violación es una consecuencia lógica de que mostrara las piernas o llevara ropa ajustada? ¿La culpa es de la víctima? Los movimientos feministas lo han dejado bien claro: ¡ninguna conducta de una mujer merece y justifica la violencia o el ataque, aunque el perpetrador se escude en ello para alegar inocencia. 

Ya es bastante difícil superar el techo de cristal que frena nuestro ascenso a posiciones dirigenciales pero hasta el 7/10 creíamos que compartíamos la misma lucha. Vemos que no. Que si quien reclama, quien sufre, quien ha sido atacada es judía, no merece las mismas declaraciones, ni demandas ni empatía. El supuesto colectivo femenino se convirtió en un destartalado vagón de carga con ingreso condicionado. La decepción es honda.

En consecuencia #yanolescreo será mi hashtag a partir de ahora porque, para mi gran dolor, el feminismo, en sus manifestaciones orgánicas, se ha suicidado. #Yanolescreo responderé cuando aseguren defender los derechos humanos. #Yanolescreo cuando declaman cambiar la sociedad patriarcal para que las mujeres tengamos los mismos derechos.#Yanolescreo cuando agiten pancartas con frases hechas políticamente correctas y se vayan a dormir tranquilas y felices por haber proclamado lo que luego contradicen con su silencio cómplice.


Ideales en fuga, culpas lacerantes

Caídas las ideologías que reinaron en el siglo XX, las élites educadas quedaron sin horizontes de lucha, sin ideales por los que luchar. La ecología, las minorías sexuales, los derechos humanos y el postcolonialismo con el eje opresor-oprimido, son las nuevas banderas de la generación woke, esa policía del pensamiento enredada en la consigna fascista de la corrección política. El macho blanco, el estereotipo masculino de la sociedad patriarcal, es el nuevo enemigo, el modelo de opresor a denunciar y abatir. En la búsqueda de causas a culpa de los descendientes de europeos y norteamericanos que colonizaron y esclavizaron a tantos no-blancos encontraron tal vez la manera de lavar ese pasado vergonzante. Estamos bajo el imperio de las redes sociales, de los slogans y mensajes breves y atractivos que deben viralizarse en likes y reenvíos que producen desinformación y simplificación. El escenario es extremista y maniqueo que señala a Israel como un estado “blanco, macho y patriarcal” acusado, en consecuencia, de genocida, apartheid y colonialista, las tres infundadas. Este pequeñito país, enclave occidental en oriente medio, es una isla democrática y liberal rodeada de tiranías y autocracias. Su población, lejos del estereotipo caucásico, es heterogénea y multicolor, las distintas etnias viven libremente y tienen acceso a todos los derechos. Sus guerras han sido siempre defensivas, nunca genocidas. Sin embargo, preso del juego ideológico simplificador y extremista, Israel es ubicado como el perpetrador mientras que en el otro extremo se ve a los palestinos como las víctimas, oprimidos, desvalidos y tratados injustamente. Ciertamente lo son, pero no de Israel, viven la tragedia de ser presos de sus mismas autoridades y de los países circundantes que los mantienen como eternos refugiados transitorios para, entre otras cosas, poder acusar a Israel. La situación es compleja, la historia es dolorosa, los resentimientos y los intereses horadan los espacios de comprensión y en esta nube tóxica las mujeres israelíes, las mujeres judías, no hemos pasado el filtro de la aceptación como mujeres. Solo pasó con nosotras. 


Nos dejaron afuera. Otra vez.

Nuestra decepción es honda y dolorosa. Fuimos parte del colectivo femenino con aportes esenciales desde su comienzo. Betty Friedan, judía, formuló las ideas claves en la historia del pensamiento feminista; su libro, “La mística de la femineidad” publicado en 1963 se considera uno de los libros más influyentes del siglo XX. 

Creíamos que éramos parte. Creíamos que estábamos ahí. Nos equivocamos. Fuimos crédulas. Fue un duro golpe pero también un aprendizaje. No pensamos que el ser judías nos diferenciaba de un modo tan visceral y que nos colocaba más allá de las proclamas feministas, más allá de lo humano. Creímos que éramos iguales. 

Y fuimos crédulas como tantas veces en la historia de la humanidad en que los judíos nos creímos parte del universal y recibimos el duro golpe de la exclusión en el mejor de los casos y del genocidio en el peor. 

¿Qué encubre el doloroso “sí, pero…”? El relato tan exitosamente difundido por las usinas de cierta izquierda dizque progresista alineada con los regímenes más brutales, homofóbicos y dictatoriales, ha calado hondo en un occidente que atribuye la culpa del desgarrador conflicto en oriente medio total y exclusivamente a Israel. A diferencia de otros regímenes autocráticos, dictatoriales, genocidas, y he aquí un punto esencial, no se acusa al gobierno como pasa con cualquier opinión sobre países en guerra, sino a toda su población. Sólo con Israel, sólo allí gobierno y población son la misma cosa y las acusaciones a las políticas se derraman sobre todos. Por eso el antisionismo es antisemitismo aunque los síperistas no lo quieran aceptar. Y la consecuencia, en esta lógica demencial, es que, si todos los israelíes son culpables, las mujeres mutiladas, arrastradas, sodomizadas, violadas, torturadas y asesinadas, sus vientres gestantes apuñalados, en tanto israelíes, también son culpables. Y el culpable merece castigo, lo que le suceda es merecido. “Sí, fue terrible…pero” y los dogmas políticamente correctos y las declaraciones se derrumban estrepitosamente y ante el temor de quedar afuera del colectivo, eligen el silencio acomodaticio, cobarde y traicionero. 


El camino de Rut: #tudoloreselmío

Bienvenida esta publicación sobre mujeres hecha por mujeres fuertes, inteligentes, comprometidas con sus trabajos y con la sociedad a pesar de haber sido excluidas del corpus teórico y político de los feminismos que traicionaron al progreso y nos abandonaron a una orfandad que, bien lo sabemos, no nos es desconocida a los judíos. La misma orfandad y exclusión de la judeofobia y los antisemitismos que nos han intentado sumergir en el pantano de la victimización y que concluyó tantas veces en nuestro asesinato. 

Duele como ha dolido siempre pero hemos aprendido a sobrevivir, estamos entrenadas en reconocer la mirada esquiva, la sospecha, la dualidad mentirosa de las autopercibidas buenas conciencias que callan ante torturas, violaciones y asesinatos al tiempo que hacen impúdicas declaraciones en defensa de los derechos de las mujeres. 

Cuenta el Tanaj que Elimelej y Noemí tenían dos hijos. Según las costumbres de la época, cuando moría el padre, la protección de la madre era asumida por sus hijos varones. Los dos hijos de Noemí casados con Rut y Orpá fallecieron antes de haber generado descendencia. Las tres mujeres, sin marido ni hijos varones, quedaron a la intemperie, sin resguardo ni amparo alguno. Noemí, ante el desdichado destino que esperaba a sus nueras sugirió que “vuelva cada una a la casa de su madre”. Orpá lo hizo. Rut no pudo. Se negó a abandonar a su suegra a la soledad, al hambre y a la indigencia: “donde vayas iré, donde vivas viviré, tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios”.

Orpá se fue y Rut, solidaria con el colectivo femenino, acompañó a Noemí en su camino incierto. A Rut, modelo de mujer del que bien deberían aprender los feminismos, nada de lo que sufriera una mujer le era ajeno. Su hashtag sería hoy, y lo hago mío, #tudoloreselmío”.

Los feminismos hoy no defienden a todas las mujeres. Sólo a algunas. Las judías parecemos ser más judías que mujeres. Deberemos seguir haciendo lo que aprendimos a lo largo de nuestra historia, a defendernos solas. 

Es lo que estamos haciendo con esta publicación y con tantas actividades y proyectos en los que participamos produciendo cultura, viviendo en familia, trabajando en el área corporativa, curando, diseñando, alimentando, protegiendo, reflexionando, mirando hacia adelante. 

Es lo que siempre hicimos. 

Es lo que seguiremos haciendo. 

Es el camino de Rut. 


Lic. Diana Wang

Florida, julio 2024





You lost credibility

We are experiencing the betrayal of feminist goals that have done so much for the dignity of women. The historic struggles for equality and justice, the denunciations of attacks and perpetrations, the ideals enunciated were shattered by the thunderous silence after the femicide orgy by terrorist Hamas on October 7. The same women who pointed out the oppression of patriarchal society remained silent in the face of such barbarism. The same women who gloated over their progressive militancy, their egalitarian morality and their yearning for dignity, decked themselves with the flags of patriarchal dictatorships and femicide terrorism and silenced their voices in the face of the Israeli victims.There was no empathy with them. Their ideological opposition to Israel took precedence over their feminist ideals. Jewish women are for them more Israeli than women, they are not equal to others, they do not deserve to be defended. What is incredible, contradictory and even bizarre is that the same women who did not sympathize with the Israelis merrily support countries where women lack the same rights they claim to advocate.They betrayed feminism and also each of the women they claim to represent. They betrayed their principles and their struggles. They betrayed the brave suffragettes, Simone de Beauvoir, Betty Friedan, and every single woman beaten or murdered. They betrayed themselves. They broke up the collective and lost the authority to speak on behalf of "women." The Jewish ones, raped, mutilated, tortured, murdered and exhibited as trophies, do not belong in the universe of feminism. As shown by the view of Nazism towards Jews, Israeli women are less women, or sub-women, they do not have the same rights nor deserve the same struggles and demands. From the river to the sea evokes the road to Auschwitz. Non of the feminist groups empathized. Neither #metoo nor the defenders of LGTBIQ+ rights nor the so-called progressive left, nor #blacklivesmatter. All these ideologues, thought policemen and patrons of morality are blind and deaf when it comes to Jews, they decollectivized the feminist collective pretending that what happened did not happen. Some utter a timid and cowardly "yes, it was terrible but...", and others, the ones that bought the Manichean, simplistic and false narrative of Israel-oppressor/Palestinian-oppressed defend the terrorists and raise Palestinian flags calling for the demise of the State of Israel as if the principles of freedom and justice they claim to uphold do not contradict those held by the terrorists.

Feminist movements made it clear that no woman's behavior justifies violence or attack, even if the perpetrator hides behind it to claim innocence. Not a short skirt or a baleful look, the fault is not the victims. Unless they are Israeli. That is why I no longer believe them. #Idon’tbelievethem anymore when they claim to change patriarchal society so that women have equal rights. Jewish women are not allowed there. We are more Jewish than women even though our pains are alike.

We must fight alone as we learnt during centuries of patriarchy and antisemitism.

Feminists, shut up from now on! Look for other cases that give sense to your lives! You do not fight for universal rights anymore! Your silence is an accomplice of the worst things you supposedly fight for. You have murdered feminism. 

#Youlostcredibility


#Ya no les creo

Estamos viviendo la traición de las consignas feministas que tanto han hecho por la dignidad de las mujeres. Las históricas luchas en pos de igualdad y justicia, las denuncias de ataques y perpetraciones, los ideales enunciados se estrellaron contra el atronador silencio posterior a la orgía femicida del terrorismo de Hamás el 7 de octubre. Las mismas que señalaron la opresión de la sociedad patriarcal callaron ante la barbarie. Las mismas que se regodeaban con sus militancias progresistas, su moral igualitaria y sus anhelos de dignidad, se embanderaron con dictaduras patriarcales y terrorismos femicidas y silenciaron sus voces ante las víctimas israelíes. 

No hubo empatía con ellas. Su oposición ideológica a Israel primó sobre sus ideales feministas. Las judías son más israelíes que mujeres, no son iguales a otras, no merecen ser defendidas. Lo increíble, contradictorio y hasta bizarro, es que las mismas mujeres que no se condolieron con las israelíes apoyan alegremente a países en los que las mujeres carecen de los mismos derechos por los que dicen abogar. 

Traicionaron al feminismo y a cada una de las mujeres que dicen representar. Traicionaron sus principios y sus luchas. Traicionaron a las valientes sufragistas, a Simone de Beauvoir, a Betty Friedan, y a cada una de las mujeres golpeadas o asesinadas. Se traicionaron a sí mismas. Quebraron el colectivo y perdieron la autoridad para hablar en nombre de “las mujeres”. Las violadas judías, las mutiladas, las torturadas, las asesinadas y exhibidas como trofeos, no pertenecen al universo del feminismo. Copiando a la mirada del nazismo hacia los judíos, las israelíes son menos mujeres, o sub-mujeres, no tienen los mismos derechos ni son merecedoras de las mismas luchas y reclamos. Desde el río hasta el mar reedita el camino a Auschwitz.

No se salvó ninguno. Ni #metoo ni #niunamenos ni los defensores de los derechos LGTBIQ+ ni los pañuelos celestes, ni los pañuelos verdes, ni las izquierdas dizque progresistas, ni #blacklivesmatter. Estos ideólogos, policías del pensamiento y dueños de la moral no ven ni oyen cuando se trata de judías, descolectivizaron al colectivo feminista. Complotados y fingiendo demencia, hacen como que no pasó lo que pasó. Algunos enuncian un tímido y cobarde “sí, pero…”, y los que compraron el relato maniqueo, simplista y falso de Israel-opresor/palestinos-oprimidos defienden a los terroristas y levantan las banderas palestinas clamando por la desaparición del Estado de Israel como si los principios de libertad y justicia que dicen sostener no se contradijeran con los que sostienen los terroristas.  

Los movimientos feministas dejaron bien claro que ninguna conducta de una mujer merece y justifica la violencia o el ataque, aunque el perpetrador se escude en ello para alegar inocencia. Ni la pollera corta, ni una mirada torva, la culpa no es de la víctima. Salvo si son israelíes. Por todo eso ya no les creo. #Yanolescreo cuando declaman cambiar la sociedad patriarcal para que las mujeres tengamos los mismos derechos. Las judías no entramos allí. Somos más judías que mujeres. Nuestros dolores no son iguales a los de todas. Deberemos defendernos solas como aprendimos a lo largo de siglos de patriarcado y antisemitismo. ¡Feministas, a callar a partir de ahora! ¡A buscar otras luchas que les den sentido a sus vidas! Ya no defienden derechos universales. Su silencio es cómplice de lo peor que denuncian. Acaban de asesinar al feminismo. #Yanolescreo.

Publicado en Clarin


¿Y a mí por qué me miran?

“… se dicen muchas cosas, mas si el bulto no interesa ¿Por qué pierden la cabeza ocupándose de mí?”

Se dice de mí. Ivo Pelay 

Este furibundo rebrote de antisemitismo que vivimos desde el 7/10, me hizo cambiar la pregunta de “¿por qué nos odian?” a “¿por qué les somos tan importantes?”. ¿Por qué estamos en el centro del interés y la atención de tantos, en especial cuando esgrimen argumentos acusatorios? Como canta Tita Merello, es constante ese “se fijan si voy.. si vengo… o si fui”. 

Toda esa atención nos lleva a tener una particular auto conciencia que a veces nos quita espontaneidad:  no vaya a ser que piensen lo que sea que no queremos en cada caso que piensen. Nos sabemos observados, evaluados y exigidos a cumplir un standard superior al requerido a otros colectivos, exigencia que no se tiene con ningún otro pueblo. Se honra al judío asesinado pero se acusa al exitoso. Pero siempre en el centro de la atención: ¿por qué somos tan importantes? ¿Por qué este pequeño grupo humano, menos del 0,2% de la población mundial concita tanto interés?

 Fuimos, a lo largo de la historia de occidente, su pueblo elegido. Ya habíamos sido elegidos como portadores del monoteísmo, lo que habitualmente se toma como soberbia cuando es un peso y una responsabilidad. Pero luego fuimos  elegidos, siglo tras siglo, como los vituperados, envidiados, despreciados, demonizados, sospechados, odiados, excluidos, acusados, asesinados. Ningún otro pueblo ha tenido esa mirada tan persistente sobre sí durante tanto tiempo. Ninguno. 

 Desde la antigüedad, estuvimos en la mira de los poderosos de turno. ¡Pueblo arrogante y atrevido! ¿Contrariar al politeísmo pagano con esta revulsiva idea de que Dios es uno solo y que bajo su manto todos somos iguales? ¡Habráse visto semejante irreverencia! ¡Un ataque frontal al poder de reyes y emperadores! Si todos somos iguales ante la ley, ninguna ley ni autoridad será superior, nadie podrá atribuir su poder a un mandato divino. El monoteísmo, al igualar a toda la humanidad, amenazaba con desempoderar a los que se creían con derechos superiores y este  nuevo orden, esta nueva manera de pensar la ley, la justicia, los derechos y obligaciones, fue/es un mandato ético que el pueblo judío se cargó al hombro. Los amenazados por semejante propósito no lo vieron con buenos ojos. Intentaron, más de una vez y sistemáticamente, la erradicación de ese pueblo rebelde que contrariaba el status quo.  Para frenar y silenciar esas ideas disruptivas e irreverentes era preciso difamarlos, satanizarlos y, si eso no era suficiente, echarlos y exterminarlos. 

La amenaza, que desde la antigüedad requería tanta vigilancia, se potenció con el advenimiento del cristianismo. Cristo, ese rabino que predicaba la ley judía vivió y murió como judío. Fue mesianizado luego de su muerte por el también judío Saulo de Tarso de la tribu de Benjamín, maestro y misionero, que tuvo la visión de Cristo resucitado como el mesías anunciado por las escrituras judías. Fue el primer teólogo del cristianismo, el primer converso y se instituyó como el apóstol Pablo. 

El quid de la cuestión es que el anuncio de la venida del mesías es una metáfora. ¿Qué es la salvación? ¿Es la eternidad, el edén, la felicidad, el goce sin límites, la ausencia de enfermedades? Para los judíos la salvación no es un destino real sino algo ubicado donde las paralelas se cruzan, en el infinito. El mesías no es una persona, es un horizonte que debe ser esperado, trabajado, merecido, una recompensa a ganar, un objetivo ético que nos impulsa y motiva a trabajar para ser mejores y aceptar y respetar las reglas de la convivencia. Esta metáfora implica que lo humano es siempre perfectible, que el estado de completud, de nirvana, es algo a lo que debemos tender pero que, como somos imperfectos, nunca será alcanzado. 

Pablo literalizó y personificó la metáfora. Dejó de ser un anhelo, una meta a conquistar y se volvió una realidad ya sucedida. Lo que para la Torá era un relato para el cristianismo fue un hecho. El mapa se volvió el territorio. Y a esta noción básica que subvierte de modo radical la ética judía es a lo que el pueblo hebreo se resistió entonces y los caminos se abrieron. Hacia un lado el cristianismo cubriendo la moral salvífica de occidente y hacia el otro los judíos sosteniendo a rajatable la moral monoteísta.

Aunque amenazantes éramos necesarios porque nuestras escrituras anunciaban y legitimaban al mesías encarnado. La Iglesia incipiente señaló al pueblo hebreo como su adversario, el otro maligno que niega al salvador y merece ser execrado. 

Desde el siglo IV con la propagación y el éxito de la nueva doctrina devenida en religión, las acusaciones arreciaron, se multiplicaron, se potenciaron, se difundieron, se diversificaron, se hicieron carne -literal y metafóricamente- en la trama de occidente. 

Perseguidos por los romanos, los cristianos se transformaron en perseguidores de los judíos. La Torá pasó a llamarse  “viejo testamento”. Viejo, por opuesto y superador, pero también testamento, como legado y legitimación. 

Impedidos de poseer tierras, debimos ocuparnos de oficios y artesanías, comercios y recaudación de impuestos. Las posesiones debían ser transportables ante la amenaza de exclusión siempre presente, había que moverse rápido y ligeros de peso. Establecimos redes comerciales en toda la superficie europea y los pocos adinerados financiaban aventuras y proyectos de emperadores y reyes que eran frecuentemente retribuidos con el exilio. Nuestras reglas higiénicas nos protegían de algunas epidemias y, como nos enfermábamos menos, fuimos acusados de causarlas. 

En estas trayectorias hemos desarrollado una gran capacidad de adaptación y de reacción frente a los desafíos. Hoy en nuestro pequeñito país, antes un desierto, hemos florecido y construido un enclave de libertad, progreso y bienestar rodeados de países que mantienen a sus poblaciones en el autoritarismo, el atraso y el sometimiento. Ante los cataclismos y las amenazas, persistimos en hacer realidad una y otra vez el relato bíblico de las aguas que se abren a nuestro paso hacia un camino de salida. Sorprendente. Milagroso. Y así fue siempre. Nuevamente desafiados, nuevamente puestos en cuestión, las miradas están sobre nosotros al tiempo que eligen no ver los genocidios y matanzas en otras latitudes. 

¿Cómo no vamos a estar en el ojo de occidente? ¡Si hasta creo que tienen razón! Otra razón, no la de nuestra amenaza sino por todo lo que aún podrían aprender de nosotros. Ya hicimos escuela con la Torá y los mandamientos, con la lectoescritura desde la infancia, las normas básicas de la higiene y la dieta alimenticia, el psicoanálisis, el humor y la comedia musical, una estado democrático en ese enclave tiránico y autoritario, entre tantas otras cosas. No en vano nos ven como tan importantes. Mal que les pese a algunos, lo somos. 

Vuelvo a Tita Merello que con una jutzpá bien judía termina su tango con palabras que hago mías: “Podrán decir, podrán hablar, y murmurar  y rebuznar, mas la fealdad que Dios me dio, mucha mujer me la envidió, y no dirán que me engrupí porque modesta siempre fui. ¡Yo soy así!”

La matzá también se puede dibujar.

Lushka se despertó temprano. Hacía ya dos años que no veía a su familia, no sabía nada de ellos. Estaba en el orfanato del Padre Boduena, en la parte aria de Varsovia donde la había traído Irena Sendler, la enfermera que venía al gueto con comida y remedios. Se llamaba Libe pero ya se había acostumbrado al nuevo nombre que ocultaba que era judía. 

Como era la más grande colaboraba con las monjas en lo que podía. Ayudó a vestir a los más chicos y consoló a Mietek, de tres años, que siempre lloraba al despertar pidiendo por su mamá. Terminado el desayuno, mientras levantaban la mesa y lavaban los vasos, le dijo a la Hermana Beata que se acercaba el Pésaj. Lo sabía porque había dejado de nevar, hacía menos frío, empezaba la primavera y la luz del día duraba más tiempo. Le contó que en su casa y en todas las casas judías se hacía un séder. Beata nunca había escuchado esa palabra y Lushka le dijo que era una cena que se hacía con la familia, se contaba una historia y se comía matzá. “¿Como la última cena de Jesús?” preguntó la monjita. “¡Claro!” le contestó Lushka, “y mi papá me contó que siempre hacemos dos cenas, la primera y la última porque como los judíos vivimos en distintos lugares y las horas no son las mismas, así estamos seguros de que una de las dos noches estaremos todos haciendo lo mismo”. La explicación le encantó a Beata que siempre había creído que se llamaba última cena porque después lo habían crucificado. Le gustó la idea de festejar esta coincidencia entre judíos y cristianos pero le preocupaba no saber cuándo era la fecha exacta. Lushka la tranquilizó diciendo que no importaba el día sino hacerlo. “Decime qué hace falta” pidió Beata. Le respondió que solo tres cosas, matzá, velas y la keará. ¡Otra palabra que la monja nunca había escuchado! ”Es un plato en el que ponemos cosas para recordar que fuimos esclavos, que un día dejamos de serlo y que deseamos que todos los esclavos puedan hacer lo mismo”. Beata pensó que los pobres chicos que cuidaba eran esclavos de los nazis pero no dijo nada, no quería entristecer a Lushka. Solo dijo que lo único que tenían eran las velas. Y otra vez la sabia chiquita encontró la solución, “no importa” dijo con una ancha sonrisa, “lo podemos dibujar”.

Aparecieron papeles y lápices, incluso algunos de colores, y el triste salón se convirtió en un patio de juegos. Fue una mañana diferente de las mañanas de siempre. Fue una mañana en la que, dibujando, recrearon la historia del éxodo judío y lo hermoso de ser libres. 

Los más chiquitos esbozaron matzot en varias hojas y los más grandes crearon huevos duros, papas hervidas, huesos de pollo, puntitos de sal, perejil y lo que cada uno recordaba que se ponía en la mesa. En el triste comedor de siempre el mantel blanco cubierto con los dibujos de los chicos puso un clima festivo al atardecer de esa primavera incipiente. Las velas hacían brillar los ojitos de los chicos. Los de siete u ocho años se acordaban del Séder en sus casas y del sabor del guefilte fish con jrein. Unos pocos recordaban alguna canción pero fue fácil para Lushka que aprendieran el Jad Gadió que pintó de risas y sonrisas las caritas opacas. Fue una noche diferente a las otras noches en el orfanato. Y cuando todo parecía haber terminado, Beata los sorprendió diciendo que quien encuentre el afikomán (¡había afikomán! ¿cómo se había enterado de eso?) tendría un premio. Salieron corriendo hacia todos los rincones del helado orfanato hasta que se escuchó ¡Lo encontré! y apareció Mariush, de 7 años, que antes de entrar al orfanato se llamaba Moishele, con el dibujo de la matzá como trofeo. Casi sin aliento, esperó expectante recibir el premio prometido. Todos rodeaban a Beata que, como si fuera un mago, sacó del bolsillo de su delantal ¡UNA BANANA!
Mariush no lo podía creer. No se animaba a tocarla. Estiró sus manos con timidez y cuando vio la mirada de los más chicos pidió un cuchillo para darle un poquito a cada uno. Beata lo detuvo y como si tuviera una varita mágica sacó de su bolsillo encantado ¡5 bananas más! ¡Gritos! ¡Alegría! La fiesta fue completa. 

Y Lushka, que en Argentina se llama Luisa, cuenta en cada Séder su hagadá personal, aquel Pésaj en el orfanato con los dibujos y el amor de la hermana Beata. Y siempre que alguien no entiende lo de las bananas, pacientemente responde que era un fruto exótico, un lujo, una golosina deliciosa que todos sabían que existía pero nadie había probado nunca. Y siempre agrega que no importa la fecha ni la comida porque  “lo que importa es estar juntos y recordar lo que fuimos y lo que somos. Pase lo que pase, aunque no tengamos vino o mantel o matzá, siempre lo podemos contar. Cada vez que lo hacemos, enhebramos una perla más en este collar que nos une, nos da sentido y nos dice quienes seguimos siendo”.

Publicado en una nueva hagadá de pesaj: “Un seder posible” de Bianca Guebel, Michelle Gualda y Mica Najmanovich, Edición Balebuste.

 El día en que me convertí. 

¡Perdoname! ¡Perdoname! ¡No sabía! ¡Creía que acá íbamos a estar bien! ¡Creía que era un lugar seguro! ¡Perdoname! ¡Perdoname!” lloraba desgarradoramente mamá por teléfono aquel 18 de julio a las diez y media de la mañana. “¿Qué pasa mamá?” dije angustiada “¿estás mal, pasó algo?” “¿No sabés? ¡prendé la televisión, destruyeron la AMIA! ¡nos quieren matar otra vez!

¿NOS quieren matar? ¿a quién? ¿a nosotros? ¿a mí? y por qué dijo “otra vez” ¿cuándo nos quisieron matar antes? Fueron fracciones de segundos en los me hice esas preguntas y las respuestas casi instantáneas fueron un punto de inflexión en mi vida. “Nos” a nosotros, a los judíos, a mí y “otra vez” era como en la Shoá. Mamá, sobreviviente de aquello, revivió aquel lunes todo el horror, todo el miedo, la incertidumbre y la angustia de sabernos blanco de ataques como entonces.

Hasta ese día, mi vida como judía transcurría sin que ese fuera un tema esencial. Sin educación religiosa ni haber participado en organizaciones comunitarias, ese aspecto de mi identidad no me definía ni me interesaba o preocupaba. El “nos” y el “otra vez” de mamá implosionaron en mi subjetividad y cayó sobre mí, así como los cascotes del derrumbe, la noción concreta de que eso que había pasado me atañía personalmente. 

Conocía la AMIA. Había ido varias veces a conciertos, conferencias, algún trámite pero hasta ese día el edificio no había tenido un significado particular. Todo cambió. No solo cambió en mi que asumí de modo conciente mi identidad judía, por eso digo que ese día me convertí, sino que cambió para todos, judíos y gentiles. La destrucción del edificio derrumbó también una pared que nos separaba de los demás, salimos a la calle, manifestamos, protestamos, reclamamos justicia, nos dimos a conocer. Ya no como israelitas, ahora como judíos. Dejamos de temerle a la palabra y la asumimos con determinación y orgullo. 

Así como el ataque terrorista del 7 de octubre de 2023 cambió el modo en que nos vemos los que vivimos en la diáspora, el atentado a la AMIA el 18 de julio de 1994 con sus muertos, sus heridos y sus secuelas cambió nuestra inserción pública y nuestro lugar como judíos argentinos. Aunque el cambio se había insinuado dos años antes, con la destrucción de la embajada de Israel, hace 30 años nos quitamos un manto pseudo protector, se terminaron el miedo a la exposición, el disimulo ante el antisemitismo, la aceptación de ataques y discriminaciones, nos pusimos de pie para hablar y exigir lo que todo ciudadano tiene derecho a reclamar: respeto, justicia y verdad.

Para el libro en recuerdo de los 30 años del atentado a la AMIA.