infidelidad

El peligro de espiar

Esperás que llegue. Si entra en el baño o se duerme te abalanzás sobre el celular. Lo abrís -de algún modo conocés la clave- cliqueás afiebradamente whatsapp, mensajes, mails, fotos. Buscás adjetivos sospechosos, saludos demasiado íntimos, citas insólitas, alguien del trabajo, una vieja historia que creías olvidada, o algún nombre nuevo, desconocido, (¿quién es?, ¿cuál es la relación? ¿desde cuándo?) 

Revisás bolsillos, carpetas, bolsos, mochilas a ver si encontrás un papel, un ticket, algún resto documental que pruebe la traición que temés. 

Creés que dejó de amarte, querés encontrar pruebas de su maldad, confirmar tu posición de víctima para acusar y señalar con el dedo: ¡toda la culpa es suya!

Querés pruebas pero ¿pensaste qué hacés si las encontrás? ¿Vas a confrontar? ¿Cómo pensás superar lo que sentís como una traición? ¿ y con la humillación qué? 

Encontrar evidencias no tiene vuelta atrás. Si sos de esas personas que no lo pueden superar te conducirá fatalmente a la separación. Por eso, antes de espiar en el celular o donde sea, decidí si tiene sentido esa búsqueda encendida y si te vas a tirar por ese tobogán que te puede llevar a la ruptura y la soledad. 

Encontrar puede ser un alivio para acusar, reclamar y triunfar sobre el otro pero también puede ser el principio del fin. 

Por ahí no buscaste y te topaste sin querer con la información sorpresiva de que no eran dos, de que hay, o hubo, alguien más. ¡Balde de agua fría! No te lo veías venir. Desengaño. Desconcierto. Desilusión. Desaliento. ¿Otra persona? ¿Desde cuándo? ¿Por qué? ¿qué hago? ¿le digo que lo sé? ¿no le digo? Este hallazgo accidental es más doloroso que el buscado, el golpe inesperado es más artero, te encuentra con las defensas bajas

Descubrir que hay otra persona, es siempre doloroso, toca y hiere sentimientos y emociones, fragilidades y vulnerabilidades que repercutirá en el destino de la pareja. Nada seguirá igual. La afrenta es tan honda que tal vez te sea imposible continuar. Fragmentada en pedazos la confianza, lo construido en familia se desmorona como un castillo de naipes. Lo que parecía sólido y firme se agrieta y uno queda atontado como marmota. 

Pero, aunque duela, aunque no nos guste, aunque tengamos las mejores intenciones, estas cosas pasan. Nadie está exento. El pacto original se rompió ¿Cómo seguir? 

Superado el primer impacto, puede haber  una oportunidad de repactar. La convivencia daba por obvias tantas cosas que puede ser buen momento para desempolvar rincones que se dejaron de visitar, abrir ventanas y dejar entrar un renovador aire fresco, encarar esos temas que nunca se hablaron.

Preguntar cosas como “¿no sos feliz conmigo? ¿pensaste dejarme? ¿es algo que hice yo? ¿es algo que no hice yo?”.  Si se puede hablar se pondrá palabras a ansias y frustraciones, sueños y desánimos de ambos, un ponerse al día, volverse a conocer. “¿Esa otra relación es algo transitorio? ¿Qué te dio que no encontrabas en mi? ¿tiene que ver conmigo o es una necesidad personal y no tengo nada que ver?”.  La crisis habilita estas preguntas. Podemos crecer como persona si entendemos “¿por qué no me di cuenta? ¿dónde estaba yo mientras pasaba esto? ¿cómo no lo vi?”. Se podrán decir y escuchar cosas que sobrevolaban y que no se podía siquiera pensar y construir un nuevo pacto de convivencia más satisfactorio para ambos, más realista, una pareja en la que no sea necesario, para ninguno, mentir, ocultar o espiar. No son conversaciones fáciles pero si la alternativa es el derrumbe, pueden conducir a una mejor convivencia, fundada esta vez en sinceridad, transparencia y posibilidades reales no en ilusiones imposibles.

Somos como somos y podemos lo que podemos. Solo hablando francamente sabremos cuánto de lo que cada uno necesita el otro lo tiene y si lo puede dar. O, si nada de eso se puede, si no quedaron ni las brasas, decidir una separación consensuada y conversada que, si hay hijos, será mucho más saludable que andar acusándose de desamor y traiciones. 

Y como decía el gran Nano: Uno siempre es lo que es / Y anda siempre con lo puesto / Nunca es triste la verdad / Lo que no tiene es remedio.

¡Descubrí que me engañó!

Y de pronto descubrís que tu pareja tuvo una aventura. ¿Fue una relación duradera? ¿Un chateo caliente o un touch and go? ¿una relación por la que pagó? ¿estuvo viendo videos porno? Son todas cosas diferentes pero en todas, buscó afuera, rompió la promesa de fidelidad. Ataca nuestra identidad y cómo creíamos que era nuestra pareja. Ya no somos los únicos, los indispensables, los más importantes. El piso se volvió resbaladizo, no sabemos dónde estamos parados. Quebrada la confianza, herida la autoestima, no podemos reponernos de la sorpresa, de la defraudación y del profundo dolor. 

Si la pareja ya se estaba deshaciendo, descubrir una aventura puede ser el golpe final. Pero si la cosa estaba medianamente bien, como sucede la mayoría de las veces, puede ser una oportunidad para volver a repactar, ahora de modo más realista. 

Tener una historia afuera existe desde que existe el matrimonio y no sucede solo en parejas que no están bien. La búsqueda de una experiencia nueva, una pasión, es tan vieja como los tiempos. A eso se le suma hoy el mandato de satisfacer todos nuestros deseos y el constante bombardeo de que hay que ser feliz. ¿Y cómo ser felices y satisfacer nuestros deseos al mismo tiempo si hemos prometido ser fieles? No hay manera de conciliar ambos objetivos. Por eso las aventuras son secretas, porque no se quiere terminar con la pareja. El sabor de una aventura prohibida y el secreto son además ingredientes afrodisíacos que se suman al placer de la novedad, la autonomía y una intensidad sexual añorada. Revitaliza y entusiasma, es cierto , aunque raramente tiene que ver con el amor. Pero cuando se descubre la aventura uno se ve traicionado, excluido, despreciado, con la confianza desmoronada y se pregunta si alguna vez podrá volver a confiar.

Nos hunde en una crisis muy profunda pero no es forzoso que destruya a la pareja. Depende de lo que hagan. 

Es un fuerte toque de atención que puede abrir conversaciones que nunca se tuvieron y se pongan sobre la mesa deseos y necesidades insatisfechas que habían permanecido calladas y acceder a una intimidad que la rutina había borroneado. Adicionalmente, el temor de haber estado a punto de perderlo todo, puede re encender el deseo sexual y que la pareja sea más satisfactoria para los dos. Los dos necesitaban cosas que faltaban, quien las buscó afuera habilita al que se quedó adentro a revisar sus propias carencias.

Este doloroso descubrimiento puede ser una oportunidad. 

Coincido con Esther Perel en cómo seguir. 

Quien tuvo la aventura debe restaurar la confianza herida. Aceptar la responsabilidad, reconocer lo que hizo y expresar remordimiento por la aventura misma y el daño causado. Reconstruir confianza es un proceso que requiere honestidad y empatía con el dolor del otro y lleva su tiempo, no sucederá enseguida. 

Al lastimado le sangra la autoestima herida, necesita volver a sentir que vale, rodeado de afectos y actividades placenteras. Atención a la tentación de hacer preguntas malsanas, los detalles sórdidos: ¿desde cuándo? ¿cuántas veces? ¿es mejor que yo en la cama?, preguntas que mantienen la herida abierta. Y no entrar en el juego de la víctima y el victimario. En la vida cotidiana herimos al otro, lesionamos su autoestima con desprecio, indiferencia, violencia. Entrar en el juego de buscar culpables es un callejón sin salida. Mejor expresar el dolor no con acusaciones sino con preguntas sanadoras: ¿qué encontraste ahí que te faltaba? ¿cómo era cuando volvías a casa? ¿qué te hace bien de nosotros? 

Son conversaciones complejas sin respuestas simples ni definitivas, van cambiando a medida que nos damos cuenta. Somos seres complejos y no siempre tenemos claro qué sentimos, qué necesitamos y cómo pedirlo. Cada pareja puede elegir cuál es el camino a seguir una vez que la aventura fue descubierta. No es necesariamente el final de una pareja, puede llevar al autodescubrimiento y a una nueva perspectiva que haga mejor la vida de ambos. Depende de lo que hagan y de cómo lo hagan. Descubrir que hubo una aventura afuera puede ser lápida o trampolín. 

Depende de uno mismo. 

Depende de los dos.


Infidelidades de película

Era jovencita y lloré a mares en el cine con Love Story. Años después lloré otra vez con Los puentes de Madison. Esa historia de una mujer casada en un matrimonio rutinario y sin sorpresas, una Merryl Streep maravillosa que se enamoró de un fotógrafo que iba de paso, el churrísimo Clint Eastwood. Veíamos sin aliento aquella inolvidable escena en la que debe decidir si abre la puerta del coche y se va con su amante o si se queda con su marido. La película y esa escena nos ayudan a pensar de manera realista en el matrimonio, el amor y una relación extramatrimonial.

Descubrir que hay o hubo una relación así es un golpe a traición. Se lesiona la confianza, uno  imagina esos cuerpos que se unieron, las mentiras que se dijeron, torturas y preguntas, ¿qué pasó? ¿quiere decir que nuestra pareja se terminó? 

A veces sí pero la mayoría de las veces no. 

Un affair extramatrimonial puede deberse a múltiples causas, no solo a desamor. 

A veces se busca porque la pareja está mal, porque hay algo que no está funcionando, por no sentirse queridos, apreciados, necesitados. 

Otras veces, como en la película, un encuentro no buscado despierta un fuego que el todos los días fue apagando, ese calor que hace brillar los colores cuando se descubre a un otro que a su vez nos descubre. 

También, puede pasar en momentos en que se duda de uno mismo y una persona desconocida puede dar lo que la pareja da por sentado, valoración y admiración.

También existen los seductores seriales que son como cazadores, necesitan conquistar una y otra presa para sentirse ganadores.  

Puede pasar que se busque un espacio propio, lejos de los ojos de la pareja que tanto conoce nuestros puntos flacos. 

Todas esas cosas pueden pasar pero, claro, también nos podemos enamorar. ¿De qué se trata? ¿Necesidad de aventura, conmover la rutina, volver a sentir entusiasmo por algo o será que se terminó el amor?  Después del enojo, el dolor y la tristeza tenemos la oportunidad de sincerar la relación y ver como se sigue, si es que se sigue.

No defiendo ni critico una relación extramatrimonial, es que suceden, tanto en hombres como en mujeres. Todos necesitamos sentirnos queridos, deseados, necesitados, apreciados, sacudirnos la rutina y descubrirnos de otro modo. Uno de los mandamientos lo prohíbe y si existe la ley es que es algo que hacemos. 

Mabel sabía que podía pasar y siempre le decía a Raúl: cuidame, ponete forro y que no me entere y su pedido era “ojos que no ven corazón que no siente”. Porque el lío se arma cuando se descubre. ¿Cómo no me di cuenta? ¿Cuánto tiempo me viene mintiendo? ¿Dejó de quererme? preguntas atormentadoras que fragmentan el piso de la confianza que sostenía la vida. 

¿Qué hacer ante ese dolor que hiere lo más hondo de la autoestima? 

¿Se puede recuperar la confianza lesionada? No siempre se puede pero con tiempo, paciencia y diálogo hasta se puede ascender a otro nivel en la relación, sincerar necesidades y hacer nuevos pactos.

Si te descubrieron lo primero es reconocerlo y aceptar el daño que hiciste, aunque tu intención no haya sido dañar, lo hiciste, reconocelo y hacéte cargo, no minimices el dolor del otro que es desgarrador. Recién después podés pedir perdón. 

Pero si lo que te pasó es que lo descubriste encará tu dolor con dignidad, no dejes que afecte tu idea de vos mismo, la responsabilidad es del otro,  preguntate qué preguntas querés hacer para entender y para darle a tu pareja la posibilidad de seguir. 

Es un proceso difícil pero puede ser iluminador en muchos sentidos y no siempre tiene que ver con el amor aunque lo hiere. Woody Allen termina su película Hanna y sus hermanas, diciendo que el corazón es un músculo elástico. Y lo es. Después de herido sigue latiendo, cada vez con más regularidad y con el tiempo, recupera su forma.

Exclusividad sexual y otros contratos.

Tute siempre agudo! con mi agradecimiento eterno.

Tute siempre agudo! con mi agradecimiento eterno.

"Meter los cuernos, engañar, traicionar, ser infiel" decimos a la hora de descubrir que nuestra pareja se contacta amorosa o sexualmente con otra persona o cuando sentimos la necesidad de hacerlo nosotros mismos. Hay muchas formas de engañar que no parecen tener el mismo peso. Tu pareja te puede engañar no confesándote que no tolera a tu hermana, o manejando la economía de ambos sin darte explicaciones, o no contándote algo esencial de su vida pasada. Te puede engañar de éstas y otras decenas de maneras. Saberlo te puede doler, te puede preocupar, te puede hacer descubrir que no conocías tan bien a tu otro. Pero si llegás a descubrir que está viendo a otra persona, sea en plan ocasional o estable, tu confianza se fragmenta de una manera radical y sentís "me traicionó". La sola idea de que haya otra persona en su horizonte, de que no seas solo vos, abre la compuerta del cuestionamiento más hondo sobre la confianza, la sinceridad y la autoestima. Duele saber que no se es la única persona, duele en lo más hondo de la identidad, duele en lo más preciado del orgullo. Casarse es comprometerse a construir juntos una familia, tener hijos y asegurar que lleguen a adultos en las mejores condiciones posibles, a sostenerse en los momentos difíciles, a invertir en ello energía y esfuerzo material y emocional. Pero el eje del contrato es la promesa de fidelidad, que no habrá otra persona nunca jamás, ni en nuestros pensamientos ni en nuestros actos, especialmente los sexuales. La fidelidad se refiere al pacto de exclusividad sexual. Este modelo tradicional de contrato está haciendo agua por varios lados. La vida se ha extendido tanto que ya no nos morimos alrededor de los 40 como solía pasar hace no mucho tiempo, ahora podemos duplicar esa expectativa e incluso superarla. Aquel "hasta que la muerte nos separe" llegaba hasta que los hijos salían de la adolescencia, mientras que ahora llegamos a ver la adultez de nuestros nietos y hasta el nacimiento de sus hijos. ¿Somos los mismos a los 20 que a los 40 o a los 60? ¿nos siguen gustando las mismas cosas? ¿fuimos incorporando otros horizontes y sueños? ¿nuestra pareja nos acompañó en los cambios? ¿y si sus cambios tomaron un camino divergente? ¿y si la convivencia nos ha transformado en hermanos y hemos perdido el ardor sexual? La rutina, el hábito, tan tranquilizante por un lado es abrumador por otro. Conociendo la coreografía no hay que andar inventando pasos a cada rato, pero el baile puede volverse insípido, poco estimulante. Y aparece un otro fuera de la pareja que vuelve a encender el entusiasmo, aunque sea por un rato. ¿Si respondemos estamos traicionando a nuestra pareja, le somos infieles? Podemos resistirnos a la tentación y que la infidelidad quede escondida en un deseo secreto y renunciar a la aventura (y ser infieles "solo" en el deseo). Las relaciones extra matrimoniales, explícitas o secretas, existen. Algunas son defraudaciones pero otras pueden no serlo, cuando diferenciamos fidelidad de lealtad. ¿Cómo ser leal a la pareja y ser íntegro con uno mismo? La idea de lealtad es privilegiar el bienestar del otro, no fragmentar su confianza con lo que pueda vivir como una traición. Hay encuentros extra matrimoniales que no son consecuencia de un conflicto en la pareja sino de necesidades particulares que no pueden ser satisfechas en el contexto de la pareja. ¿Cómo satisfacerlas y cuidar al otro al mismo tiempo? Ésa sería la idea de la lealtad. Sabemos que si lo decimos, la información quedará firmemente adherida a su memoria y la recuperación de la confianza será muy trabajosa. Por eso muchas veces la lealtad lleva a mantener el secreto para no herir de muerte al otro dando una información acerca de algo que es una búsqueda personal y que puede no tener consecuencias en la vida de la pareja. La revelación de encuentros sexuales fuera del matrimonio puede ser un quiebre insuperable. Pero cuando no se trata de algo ocasional, asumirlo y separarse es la forma de ser leal. Claro que una separación implica perder todo lo tejido de a dos, familia, amigos, los mil y un detalles de la convivencia, todo lo que se ha construido juntos y que nos identifica. Sigue existiendo, en algunas comunidades, la casa grande y la casa chica justificados en el "natural" temperamento masculino. Allí, tener más de una pareja sexual es más aceptado para los hombres que para las mujeres vistas como sujetos sexuales sin apetencias "naturales" activas. Es decir, si un hombre tiene alguna relación fuera del matrimonio es porque su "naturaleza" se lo impone y si lo tiene una mujer es por perversión o maldad. La pareja monogámica cisgénero (héterosexual) está siendo cuestionada y hoy se están explorando diferentes alternativas. Géneros, sexualidades, necesidades e identidades están siendo desafiadas en búsquedas que aún no sabemos a qué conducirán ni cómo resultarán en la constitución de familias y en la crianza de los hijos. Los jóvenes están aprendiendo a prestarse atención y a pactar. Las parejas gays nos han enseñado ese beneficio de convenir, en cada caso, como serán las cosas. Pareja abierta o cerrada. Relaciones inclusivas o exclusivas. Reserva sobre lo que se hace fuera de la pareja o transparencia comunicativa siempre. Tríos. Swingers. Bisexualidad. Género no binario. Poliamor. La bandeja se va llenando de diferentes alternativas que hasta no hace mucho eran inimaginables. La moral religiosa, la cultura tradicional, las costumbres han naturalizado tanto la "normalidad" de lo heterosexual-de-a-dos que cualquier otra posibilidad no entraba en el campo perceptivo. Pero para la mayoría, la institución pareja sigue siendo la mejor elección, la que proporciona una estructura conocida, estable y cómoda. Algunas están emprendiendo algunos desvíos, las parejas "monogamish" como se dice en inglés es decir, monógamos pero con escapadas consentidas. Son pactos que se diseñan a medida y no admiten generalizaciones pero que se basan en la distinción entre fidelidad y lealtad. En lugar de la tradicional fidelidad sexual, la lealtad como respeto hacia el otro e integridad hacia uno mismo Se pone en cuestión lo que está bien y lo que está mal, se revisan ideologías y morales establecidas. Igual que las mezclas de sabores, colores y olores en la cocina que se enriquecen con las experimentaciones de los chefs, de otras culturas, así la sexualidad humana está siendo revisitada, deconstruida y rearmada a gusto de los consumidores. Los humanos nos diferenciamos del resto de los mamíferos también en esta expectativa de exclusividad sexual. Pero buscamos a nuestro alrededor, igual que los otros mamíferos, nuevos estímulos que nos mantengan despiertos, alertas, interesados. No necesariamente es un otro, puede ser una nueva actividad o la realización de un sueño postergado. Durante siglos las mujeres han sido desleales, enredadas entre dos traiciones, consigo mismas y con sus propios maridos al no asumir su deseo y su realización personal. Claro, no eran infieles porque no rompían el pacto de exclusividad. Se están abriendo otras puertas a las que asomarnos y revisar nuestro deseo y nuestra vida que tiene visos de durar mucho. La lealtad es un compromiso con la integridad, la verdad y la valentía de asumirlo. No se trata de sexo aunque a veces sí. Se trata de apetencias y amores, de estímulos y motivación. No todo puede satisfacerse en la pareja. Y el que ello no suceda no necesariamente hiere a la pareja. Pero hay que tenerlo claro primero con uno mismo, sin auto engaños, sin hostilidad, sin herir a nadie. Y si hay que renunciar porque es la única forma de ser leal, será una elección deliberada y conciente. Y siempre que uno puede elegir puede desplegar el ala de la libertad y ser dueño de su vida.

Publicado en LN https://bit.ly/36BJQ76 6 de enero de 2020

Meter los cuernos

2820510w1033.jpg

Meter los cuernos. Así suele llamarse a la acción de tener una relación sexual fuera del matrimonio.

Tres palabras que suenan feo. A traición, a mentira, a mala intención. Deriva de ellas el verbo cornear para quien “perpetra” y el sustantivo cornudo/a para su “víctima” con las mismas connotaciones humillantes y degradantes.

Cuando se transgrede el pacto de exclusividad sexual, que a eso se refiere el concepto de fidelidad, será un delito, un pecado o una traición dependiendo del contexto y la circunstancia. Descubierto ataca, invariablemente, la confiabilidad básica que sustenta la vida en pareja.

¿Cuál es el origen de esas tres palabras que hoy son sinónimo de traición? Su historia se remonta a la Edad Media, a aquel sistema de gobierno de vasallos y señores que le daba al señor feudal el derecho de pernada. Conforme a ello, la recién casada de un vasallo, podía ser poseída por primera vez por su señor. Era un hecho público y sin posibilidad de oposición. Durante la desfloración se colgaba una cornamenta de ciervo en la puerta de la choza o cabaña, indicaba lo que estaba pasando adentro e impedía la entrada de quien pudiera entorpecerlo. El derecho de pernada estaba simbolizado por los cuernos, Los cuernos implican, inferioridad, sometimiento y humillación.

Algo similar sucede cuando se descubre a la pareja en otra relación aunque hay diferencias según sea el hombre o la mujer. Cuando en una pareja heterosexual el hombre descubre que su mujer ha tenido encuentros con otro hombre, su supuesto lugar de macho alfa de la manada se ve seriamente cuestionado, desplazado del lugar de preeminencia del que estaba orgulloso deja de sentirse respetado. Cuando es la mujer quien descubre que su compañero ha estado en otra relación ve hondamente afectada su autoestima, ya no es más la única ni la elegida, ya no la quiere y todo lo construido juntos parece derrumbarse. En ambos casos y también en parejas homosexuales, cuando se sabe que hubo o hay otra relación, y si no está pactado por anticipado, se lesiona seriamente el sustento de confianza sobre el que ambos están parados.

Claro. Si se descubre.

Pero muchos encuentros fuera del matrimonio transcurren sin ser descubiertos. Y suceden. Suceden mucho más de lo que nos atrevemos a considerar.

Lo que solía ser un secreto a voces hoy está siendo una noción que se encara más y más abiertamente, con menos hipocresía y, en un punto, más sufrimiento. Estamos viviendo vientos epocales en los que la monogamia definida como pacto de exclusividad sexual está siendo progresivamente cuestionada. Sin embargo, el mandato social y cultural está tan firmemente instalado que mantiene su vigencia.

A pesar de que sabemos que es un momento en que las suposiciones y expectativas de la dicha monogámica eterna trastabillan y que nos la pasamos tropezando a veces con nuestros propios pies, que la búsqueda de la felicidad instantánea es un camino muy tentador y tan a la mano, sigue siendo difícil y doloroso descubrir que nuestra pareja ha tenido encuentros con otra persona. Lo seguimos llamando infidelidad, traición, adulterio, pecado.

Ojos que no ven corazón que no siente. El hecho de saber cambia todo. En la película Eyes wide shut (Stanley Kubrick 1999 con Tom Cruise y Nicole Kidman) la tragedia se desencadena cuando la esposa le confiesa al marido que unos años antes había estado a punto de dejarlo por otro. Ni siquiera se trató de un encuentro sexual, fue tan solo el deseo, tan fuerte, que casi la lleva al abandono. No lo hizo, tan solo lo deseó. Para el marido, saberlo le es insoportable. ¿Qué cuestiona el saber que hay otra persona o que se ha deseado a otra persona? Cuestiona quién soy y cual es mi lugar en la pareja. ¿Soy tan indispensable como me gustaba creer que era? ¿Podría reemplazarme así como así por otra persona? Y lo más insoportable: ¿Yo era reemplazable?

Las imágenes pueden ser una pesadilla que agobia y tortura. Imaginar a mi otro besando y siendo besado, acariciando y siendo acariciado, penetrando y siendo penetrado, la piel, los ojos, las manos, los genitales, la boca, la lengua…. El saberlo fragmenta el piso que nos sostiene. ¿Cómo no me di cuenta? es la angustiante pregunta que cuestiona nuestra capacidad perceptiva. Y se suma una honda revisión de los supuestos de la relación, de la satisfacción o insatisfacción mutuas, del pasado, del presente, del futuro.

Ojos que no ven, corazón que no siente. Pero a veces saberlo puede tener una faz constructiva. Aunque quien lo descubre puede sentir que lo que creía sólido y firme se derrumba y se deshace, el piso se transforma en resbaladizo e inseguro, el desconcierto aturde, a partir de allí podrán ponerse en juego nuevos recursos que dependen de lo que cada uno puede y del estilo de pareja. Superado el impacto y el dolor, puede ser una excelente oportunidad para revisar lo que estaba implícito, para poner a punto lo que tal vez ya no funcionaba tan bien, para re contratar la relación de una manera más realista de modo que cada uno pueda sentirse considerado y más satisfecho.

Publicado en La Nación online, “En Pareja” 26 de noviembre 2018.

Espiar, buscar, encontrar

2796736w1033.jpg

Esperás que llegue y deje el celular por ahí. En cuanto entra en el baño o se duerme te abalanzás sobre él. Lo abrís -ya te las ingeniaste, si es que no te la dió, de conocer la clave- cliqueás afiebradamente el whatsapp, el snapchat, los mensajes de texto, los mails. Buscás un adjetivo sospechoso, algún saludo demasiado íntimo, una cita insólita, alguien del ámbito laboral, o una vieja historia que parecía estar olvidada, o algún nombre nuevo, desconocido, (¿quién es?, ¿cuál es la relación? ¿desde cuándo?) O revisás bolsillos, carpetas y compartimentos a ver si ¡eureka! encontrás un papel, un ticket, algún resto documental que pruebe la traición. Buscás porque sospechás. Buscás porque temés.

Pero también buscás porque querés encontrar y tal vez confirmar su maldad. Con el descubrimiento tu posición es eleva, ahora sos la víctima, como si fuera un triunfo, un pasaporte para señalar con el dedo y que toda la culpa sea suya.

¿La culpa de qué? Segúramente de la infelicidad, abonada con indiferencia, desgano y desánimo, des-pasión y desamor. La idea de una separación sobrevuela hace ya un tiempo pero hace falta un pretexto para encararla separación y que, claramente, la culpa no sea tuya. No serás vos quien destruya la sacrosanta institución matrimonial. Hiciste todo bien. Siempre. No hay nada que achacarte. Toda la culpa la tiene quien traicionó tu confianza, buscó afuera, te despreció y humilló. No fuiste vos quien cruzó la raya.

Uno se inventa el cuento que quiere y suele ser aquél en el que uno queda mejor parado. Siempre el malo es el otro y uno elige ser tan solo víctima inocente de sus crueles conductas. Lo cierto es que aquel distanciamiento que al principio no tan evidente, se fue instalando, pesado, y con él creció tu malestar, tu soledad, tu ira. Y la ira te lleva con ansia obsesiva e incontenible a encontrar lo que te demuestre fehacientemente que tu infelicidad tiene una razón: te está “metiendo los cuernos”. No hay nada más que hablar.

Mientras buscás las pruebas estás en medio de la ceguera de la angustia pero qué harás si las encontrás. ¿Cómo seguís? ¿Confrontación? ¿Explicación? ¿Cómo superás la humillación, lo que sentís como una traición y una corrupción moral? Si sos de esas personas que lo viven como una defraudación, una idea rumiante que insiste y persiste y no te deje vivir, no podrás superarlo. Encontrar evidencias no tendría vuelta atrás. Encontrar, para vos, no puede llevar a otra cosa que la separación. Por eso, antes de espiar en el celular o donde sea, dialogá con tu ira y decidí si tiene sentido emprender esa búsqueda afiebrada. Encontrar puede ser un alivio que te permita acusar, reclamar y triunfar sobre el otro. Pero también puede ser un gran riesgo que, como un tobogán fatídico, te deslice hacia la ruptura y la soledad. Si en lugar de buscar “pruebas” te atrevieras a revisar la relación, a proponer otra búsqueda, una búsqueda conjunta hacia una reconstrucción -si es que ambos la desean-, un recontrato que les resulte mejor a ambos. O, si nada de eso se puede, una separación consensuada y conversada que, si hay hijos, será mucho más saludable.

Pero puede pasarte que no busques y que sin quererlo, encuentres cuando las huellas se borraron mal. Y te topás de pronto con la información sorpresiva de que no eran dos, de que hay o hubo alguien más. ¡Balde de agua fría! No te lo veías venir. Desengaño. Desconcierto. Desilusión. Desaliento. ¿Otra persona? ¿Desde cuándo? ¿Por qué? ¿que hago? ¿le digo que lo sé? ¿no le digo? Este encuentro accidental es más doloroso que el deliberado. No buscabas señales que satisficieran tus temores, que te aliviaran, no eran ideas tuyas. El golpe, por lo inesperado, es más artero y te encuentra con las defensas bajas.

Podés saberlo -aunque sucede con menor frecuencia. cuando un día tu pareja viene y te cuenta, de frente, que tuvo o tiene una relación extramatrimonial. Son personas que encaran lo que muchos consideran un sincericidio como una cuestión de lealtad y honor.

Sea como sea, el descubrimiento de que hay otra persona, es siempre doloroso. Le seguirá un proceso de confrontación y revisión, con más o menos diálogo, pero que siempre pone en juego sentimientos y emociones, fragilidades y vulnerabilidades que repercutirán en el destino de la pareja. Nada seguirá igual.

Pero para algunos la afrenta es tan honda que les es imposible continuar. La humillación ha corroído tanto la autoestima que impide cualquier intento de reconstrucción. Si el descubrimiento representa una defraudación irreparable, si demuestra que no compartían la ideología de qué es vivir en pareja, la confianza se fragmenta en pedazos. Lo construido, familia, redes, hijos, se derrumba como castillo de naipes. Lo que parecía sólido y firme se transforma en frágil y sin sentido.

Pero hay algunos para los que, luego de superado el primer impacto, el descubrimiento puede volverse una oportunidad de re contratar la relación, desempolvar los rincones que se dejaron de revisar, abrir ventanas y dejar entrar un renovador aire fresco. Será un punto de inflexión que, si es bien encarado y si hay la voluntad de hacerlo, puede cambiar al rumbo de la pareja hacia una mejor convivencia.

En esos rincones cubiertos de polvo habían quedado temas que la convivencia daba por obvios y es una oportunidad de responderse a algunas preguntas como  ¿por qué? ¿no es feliz conmigo? ¿ya no me quiere? ¿me quiere dejar? ¿es algo que hice yo? ¿es algo que no hice yo? Las respuestas y el diálogo que siga pueden poner palabras a ansias y frustraciones, sueños y desánimos, expectativas y realidades para entender, tal vez los dos, qué pasó y en qué están. ¿Esa otra relación es algo transitorio? ¿Qué le dio que no encontraba en la pareja? ¿tiene que ver con el otro de la pareja o se trata de una necesidad personal que no le afecta? Si la conversación abre los ¿por qué no me di cuenta? ¿dónde estaba yo mientras pasaba esto? ¿cómo no lo vi? puede ser un salto cualitativo que iluminará aspectos personales.

Primero un sacudón pero después puede ser una oportunidad para decirse cosas que sobrevolaban y que ninguno se animaba siquiera a pensar y se podrá convenir un nuevo pacto de convivencia más satisfactorio para ambos, más transparente y realista, sin que sea necesario, para ninguno, mentir u ocultar o espiar para encontrar.

PUblicado 23 octubre 2018 en La Nación

Amantes ¿infidelidad o degustación?

amantes.jpg

Me encanta cuando a la hora de los postres puedo probar diferentes gustos en lo que llaman "degustación". Un poco de chocolate, un poco de chantilly, un poco de frutas, dulce de leche, coco, cheese cake.. También me tientan los platos que veo que comen mis compañeros de mesa y si no me puedo aguantar les pido que me dejen probar un poquito. Es que tenemos la posibilidad de paladear diferentes cosas en nuestros receptores gustativos: dulces, saladas, agrias, amargo y umami (textura), sensaciones que son decodificadas en el cerebro donde se hacen concientes.

El cerebro es un órgano curioso, travieso, inquieto, que se aburre fácilmente, exige constantemente novedades y estímulos que lo mantengan activo y feliz. Pasa con la comida. Pasa con las actividades. Pasa con el turismo. Y también pasa con las relaciones.

Si mi alimentación está basada en el arroz y un día se me da por los vegetales, a nadie se le ocurriría pensar que estoy siendo infiel, que le estoy metiendo los cuernos al querido arroz, que tanto conozco, que tan bueno ha sido siempre conmigo y a quien agradezco su presencia y sustento. No le quito nada al arroz si como un día una berenjena. No le quito nada a Mar del Plata si un día se me da por Bariloche. No le quito nada a mi profesión si un día se me ocurre ponerme a hacer teatro.

No pasa lo mismo con las relaciones de pareja. Vivimos en una cultura que nos fuerza a tener una sola pareja para toda la vida y nunca nunca nada más. En caso de buscar y encontrar otra relación caerá sobre nosotros el estigma del pecado y el oprobio de la repulsa social: nos transformamos en infieles. El islam llama infieles a los que no creen en el verdadero Dios, Alá, o en su profeta Mahoma. El concepto de la monogamia rígida y cerrada que exige la total y absoluta exclusividad sexual es también un Dios severo e inapelable y quien no respete el sagrado precepto de la exclusividad sexual es un infiel, un delincuente emocional, un traidor, debe ser echado del Paraíso.

Suele llamarse infidelidad a cualquier relación amorosa extramatrimonial, los amantes son los infieles. Pero es preciso revisar un poco la idea porque la institución "amante" tiene muy mala prensa en nuestra sociedad occidental, aunque es frecuentada con entusiasmo por muchos.

En las grandes ciudades de Europa central y occidental, existía -así me lo contaban mis padres- "el amigo íntimo", una institución emparentada con la del amante pero no exactamente igual. Consistía en el flirteo, en encuentros en cafés o en paseos, con o sin derecho a roce. Casi siempre eran personas casadas que tenían la libertad de hacer travesuras sin compromisos afectivos ulteriores. Ninguna pretendía suplantar a su cónyuge ni compensar algo que les faltara en su vida en pareja. Se trataba del ansia de saborear otros gustos y de sentirse saboreado por otros paladares. Se trataba de verse en los ojos del otro de una manera renovada, de irse descubriendo al tiempo que se descubría al otro, de sumergirse en la sorpresa y el encantamiento de la seducción y la conquista. No había atentado alguno contra la pareja conyugal que muchas veces sabía de esas escapadas y que también tenía las suyas. Sin consecuencias ni reproches ni torturas emocionales ni explicaciones. El "amigo íntimo" mantenía nivelado el fiel de la balanza y proporcionaba a sus participantes el delicioso sabor de la aventura y de lo desconocido.

En nuestra sociedad, el concepto de amante incluye por lo menos tres cosas diferentes que no suelen distinguirse y que se confunden

Una, algo muy parecido al "amigo íntimo" europeo que de ninguna manera es una infidelidad ni una traición ni, mucho menos una metida de cuernos que merezca la reprobación social y el castigo. Claro que, a diferencia de lo que sucedía muchas veces en el viejo continente, la cosa no sucede de manera abierta, suelen ser encuentros secretos o disfrazados de otra cosa, de modo que no sea una amenaza para la pareja estable. Son muy pocas las parejas que lo comprenden, lo viven con naturalidad, lo conocen y aceptan y no exigen explicaciones o justificaciones.

Una segunda acepción es cuando la relación extramatrimonial viene a cubrir un vacío existencial, una búsqueda honda de reafirmación o de re estimulación personal. El tercero promete devolver eso tan anhelado y que falta. Después de un primer momento de infatuación e ilusión, la expectativa suele irse diluyendo hasta quedar en la nada porque ningún tercero nos dará eso que debemos generar por nosotros mismos. Sin relación con la pareja estable sino con una carencia personal, estas relaciones duran el tiempo en que persiste la ilusión. Nadie puede cubrir esta ansia personal, esos huecos afectivos o esa incapacidad de disfrute que solo las podemos cubrir nosotros mismos.

La tercera forma de "amante" sí puede ser llamada infidelidad o traición. Las situaciones en las que se tienen dos familias constituidas, o se mantiene una relación secreta con hijos extramatrimoniales, o se encara la relación de amantes con falsas promesas de matrimonio, de dejar al cónyuge o lo que fuera con tal de que el/la amante siga el juego. Hay una doble mentira: a la pareja y al amante. Hay hostilidad, tal vez encubierta y una defraudación total. Puede llamarse cabalmente infidelidad porque afecta directamente a la pareja estable, se incurre en una estafa emocional, se miente a unos y a otros y se generan fachadas ilusorias y engaños reiterados. Se lesiona a las dos parejas, a la conyugal y al amante lo que produce un gran sufrimiento, a la corta o a la larga, en todos los involucrados.

Una relación de amantes implica, siempre, que se busca algo que la pareja estable no da. A veces es un indicador de que mejor resultaría separarse porque el olmo nunca dará peras. Pero otras veces, más de lo que suponemos, se busca algo que en la pareja no está porque no puede estar, porque en una pareja hay rutinas saludables, pero son rutinas, casi todo es previsible, hay pocos espacios para la novedad y la sorpresa. Y si hace falta esa chispita de aventura cuando se encuentra puede repercutir positivamente en la pareja, proveer una nueva energía que les hace bien a los dos.

El buen amor no viene en porciones, se reproduce a sí mismo y siempre es capaz de más. Amar a un amante no es amar menos a la pareja, a veces es incluso amarla mejor. El buen amor, creo yo, es el sostenido en respetarse a uno mismo, conocerse y darse lo necesario y en hacerle bien al otro, cuidarlo, respetarlo en sus necesidades y no dañarlo.

Un paladar sensible añora saborear diferentes gustos. El buen amor crece cuanto más se lo ejercita, no es posesivo ni disfruta de juegos de poder. El buen amor se da a manos llenas y se paladea con lentitud, regocijo y magia.