Hace más de 50 años que veo gente en mi consulta. Con el paso del tiempo observo cambios en algunas conductas en hombres y en mujeres.
Antes las mujeres eran las que registraban y denunciaban la infelicidad, jugaban con la idea de separarse. Sus compañeros parecían no darse cuenta, no eran igual de felices que al principio pero ni se les cruzaba la idea de separarse. Hoy, los hijos varones de aquellas parejas que veía hace mucho son lo que hablan de infelicidad. Dicen, como antes las mujeres, “yo también tengo el derecho de ser feliz”. No siempre buscan la separación. A veces es solo dejar de convivir, liberarse del todos-los-días, de la presencia y la mirada que opina y critica, de las explicaciones que hay que dar para sostener espacios propios.
Además hay poco sexo. Como dice el chiste, después de varios años de convivencia toda pareja se convierte en incesto. Los enamorados que disfrutaban el descubrirse, seducirse y conquistarse, se vuelven buenos amigos, parientes cercanos, la esposa hace de mamá, el marido hace de papá y los dos extrañan cuando no era así.
Parte del cambio es el nuevo lugar de la mujer. Hoy también aportamos dinero a la economía familiar, a veces más que nuestros maridos, tenemos una actuación externa que era privativa de los hombres.
Y la extensión de la vida suma otro eje a considerar y que refuerza esa búsqueda del nuevo lugar de los hombres. Ya se casaron. Ya tuvieron hijos. Ya armaron una estructura familiar. Ya cumplieron. Ya está. ¿Cuánto falta? Y las esposas no se lo esperaban y no entienden. ¿No me quiere más? es la pregunta obligada. Y no. No es por ahí. Porque los que hoy tienen 50, si la salud les acompaña, pueden contar con unos 30 años más con vitalidad, proyectos y ganas. ¿Será que se plantean jugar un segundo tiempo, que luego de haber cumplido con el mandato biológico y social quieren sentirse felices sin imposición alguna?
Nunca como ahora fuimos tan bombardeados con el mandato de ser felices, de realizarnos como personas, de respetar nuestras necesidades porque la vida es una sola y no vivimos en borrador.
Hace varias décadas empezamos las mujeres sacudiéndonos y liberándonos de la estructura patriarcal. Ahora se viene la revolución de los hombres. La nueva masculinidad que en los más jóvenes es compartir la crianza de los hijos y las tareas hogareñas, en los más grandes es entrar y salir cuando quieren, no tener que dar explicaciones, sentir la libertad de tomar decisiones sin tener que negociarlas con nadie.
Es un nuevo estado de cosas, muy verde todavía y tendremos que aprender todos a convivir con ello. Y se abren nuevas preguntas.
¿Se terminó el matrimonio para toda la vida? ¿Se terminó el vivir juntos? ¿Cómo será seguir en pareja con cada uno en su casa? ¿Y si alguno se enferma?
Son preguntas apasionantes en una época privilegiada en este sentido porque hay permiso social de buscar aquello que nos hace bien. Es una búsqueda que vaya uno a saber dónde nos llevará, a qué conformaciones familiares, a qué arreglos en las relaciones, en los planes familiares, en las economías. No hay caminos preestablecidos, estamos haciendo el camino al andar.
Hoy que las mujeres hemos asumido lugares tradicionalmente de los hombres, ellos pueden correrse de los rígidos mandatos del patriarcado que también los tenía sujetos. Hoy pueden llorar, pueden conectarse con sus emociones, pueden disfrutar de las pequeñas cosas sin necesidad de ser ricos, exitosos y virilmente potentes, hoy pueden aspirar a la felicidad.
¿Cómo serán los nuevos pactos, cómo las estructuras familiares resultantes? ¿Como incidirá en la educación de los hijos? ¿Cómo se reflejará en la vida de los mayores, los madurescentes como yo?
Los hombres siguen nuestros pasos en la aventura de vivir mejor. Empiezan a animarse a sentirse bien, a ver cómo hacer para asumir sus responsabilidades sin que sea una prisión, cómo decírselo a su compañera sin lastimarla, para que sea algo bueno para los dos.
La sociedad patriarcal se está empezando a sacudir. Antes las mujeres, hoy los hombres. Aprender a armonizar la vida familiar con la personal.
¡Momento apasionante el que estamos viviendo!