libertad

78 años del fin de la guerra

En Berlín, el mariscal Wilhelm Keitel firma la rendición definitiva de Alemania en la Segunda Guerra Mundial ante los soviéticos. (Foto: AFP)

Hoy se conmemora la firma de la capitulación de la Alemania nazi. Fue el fin de la guerra en Europa y el fin de la Shoá. Así como el genocidio armenio sucedió durante la Primera Guerra Mundial, el Holocausto judío tuvo lugar durante la Segunda. Genocidios y guerras interconectados. Si el nazismo hubiera triunfado el mundo no sería como es, muchos de nosotros no habríamos nacido. ¿Qué habría sido de las democracias y de la libertad? La rendición del nazismo marcó el renacimiento de la esperanza.

Alemania firmó varias capitulaciones. Por eso los norteamericanos lo recuerdan el 7, los alemanes el 8 y los rusos el 9. 

Para los sobrevivientes judíos fue su segundo nacimiento. ¡Alemania rendida! ¡Un milagro! El Reich de los mil años ya no cumpliría otro. El cuero de las botas de los orgullosos SS ya no brillaba impoluto. Ahora, con el calzado cubierto de barro, temían por sus vidas. Los otrora “puros”, bien bañados, afeitados y orgullosos, deambularon a partir de ese día sucios, asustados, algunos, dolorosa ironía, pretendiendo pasar por judíos en la esperanza de salvarse. 

Para los sobrevivientes, ocupados en encontrar destino a sus vidas, aquel mayo aún no era un mes de alegría. Europa devastada, aniquilada su economía, sin medios de transporte ni trabajo, seguían, como los años anteriores, tratando de sobrevivir día tras día, minuto a minuto. 

Los sobrevivientes recuerdan con claridad el momento en el que no hubo más nazis a su alrededor, cuando llegaron los rusos que habían sufrido tanto, los británicos, los norteamericanos. Recién ahí creyeron que tal vez podrían volver a ser dueños de sus vidas. Pero a medida que los días pasaban, que la muerte dejaba de rondar, la gran pregunta: ¿Habrá sobrevivido alguien de mi familia? La búsqueda desenfrenada en los listados que circulaba la Cruz Roja y el UNRRA no siempre respondían su pregunta. Tal vez volviendo a sus casas encontrarían a alguien. Pero ¿cómo volver sin transportes, sin dinero? Algunos lo consiguieron y al llegar a las puertas de las que habían sido sus casas recibieron un nuevo golpe: los nuevos moradores no les abrían las puertas; a veces, si lo hacían, era con insultos y hasta en algunos sitios fueron asesinados como en Kielce en 1946. No había donde volver. No había donde ir. Gran Bretaña mantenía cerradas las puertas del destino lógico, Israel y el resto del mundo seguía cerrado como luego de la Conferencia de Évian-les-bains de 1938. Los judíos, liberados del nazismo, seguían prisioneros del mundo que no tenía lugar para ellos.

Esta fecha precisó varios años para ser conmemorada. En la Argentina se debe a la determinación e insistencia de José Moskovits que lo instaló en la agenda. Reconforta el cambio producido en algunos gobiernos que ya toman el tema de la Shoá como propio, en especial el trabajo precursor y radical de Alemania. Argentina integra desde 1998 la Alianza Internacional para la Memoria del Holocausto, IRAH por su sigla en inglés. 

La Shoá es más que un tema judío. Es esencial aprender de sus lecciones para educar en la construcción de ciudadanos responsables que no sucumban ante falsos profetas ni ideologías salvadoras, que resistan a las manipulaciones mediáticas y, sobre todo, que aprendan a pensar por sí mismos y sepan distinguir lo que está bien de lo que está mal.

Publicado en La Nación

¡Ahora los hombres!

Hace más de 50 años que veo gente en mi consulta. Con el paso del tiempo observo cambios en algunas conductas en hombres y en mujeres. 

Antes las mujeres eran las que registraban y denunciaban la infelicidad, jugaban con la idea de separarse. Sus compañeros parecían no darse cuenta, no eran igual de felices que al principio pero ni se les cruzaba la idea de separarse. Hoy, los hijos varones de aquellas parejas que veía hace mucho son lo que hablan de infelicidad. Dicen, como antes las mujeres, “yo también tengo el derecho de ser feliz”. No siempre buscan la separación. A veces es solo dejar de convivir, liberarse del todos-los-días, de la presencia y la mirada que opina y critica, de las explicaciones que hay que dar para sostener espacios propios. 

Además hay poco sexo. Como dice el chiste, después de varios años de convivencia toda pareja se convierte en incesto. Los enamorados que disfrutaban el descubrirse, seducirse y conquistarse, se vuelven buenos amigos, parientes cercanos, la esposa hace de mamá, el marido hace de papá y los dos extrañan cuando no era así. 

Parte del cambio es el nuevo lugar de la mujer. Hoy también aportamos dinero a la economía familiar, a veces más que nuestros maridos, tenemos una actuación externa que era privativa de los hombres. 

Y la extensión de la vida suma otro eje a considerar y que refuerza esa búsqueda del nuevo lugar de los hombres. Ya se casaron. Ya tuvieron hijos. Ya armaron una estructura familiar. Ya cumplieron. Ya está. ¿Cuánto falta? Y las esposas no se lo esperaban y no entienden. ¿No me quiere más? es la pregunta obligada. Y no. No es por ahí. Porque los que hoy tienen 50, si la salud les acompaña, pueden contar con unos 30 años más con vitalidad, proyectos y ganas. ¿Será que se plantean jugar un segundo tiempo, que luego de haber cumplido con el mandato biológico y social quieren sentirse felices sin imposición alguna?

Nunca como ahora fuimos tan bombardeados con el mandato de ser felices, de realizarnos como personas, de respetar nuestras necesidades porque la vida es una sola y no vivimos en borrador. 

Hace varias décadas empezamos las mujeres sacudiéndonos y liberándonos de la estructura patriarcal. Ahora se viene la revolución de los hombres. La nueva masculinidad que en los más jóvenes es compartir la crianza de los hijos y las tareas hogareñas, en los más grandes es entrar y salir cuando quieren, no tener que dar explicaciones, sentir la libertad de tomar decisiones sin tener que negociarlas con nadie. 

Es un nuevo estado de cosas, muy verde todavía y tendremos que aprender todos a convivir con ello. Y se abren nuevas preguntas. 

¿Se terminó el matrimonio para toda la vida? ¿Se terminó el vivir juntos? ¿Cómo será seguir en pareja con cada uno en su casa? ¿Y si alguno se enferma? 

Son preguntas apasionantes en una época privilegiada en este sentido porque hay permiso social de buscar aquello que nos hace bien. Es una búsqueda que vaya uno a saber dónde nos llevará, a qué conformaciones familiares, a qué arreglos en las relaciones, en los planes familiares, en las economías. No hay caminos preestablecidos, estamos haciendo el camino al andar. 

Hoy que las mujeres hemos asumido lugares tradicionalmente de los hombres, ellos pueden correrse de los rígidos mandatos del patriarcado que también los tenía sujetos. Hoy pueden llorar, pueden conectarse con sus emociones, pueden disfrutar de las pequeñas cosas sin necesidad de ser ricos, exitosos y virilmente potentes, hoy pueden aspirar a la felicidad.

¿Cómo serán los nuevos pactos, cómo las estructuras familiares resultantes? ¿Como incidirá en la educación de los hijos? ¿Cómo se reflejará en la vida de los mayores, los madurescentes como yo? 

Los hombres siguen nuestros pasos en la aventura de vivir mejor. Empiezan a animarse a sentirse bien, a ver cómo hacer para asumir sus responsabilidades sin que sea una prisión, cómo decírselo a su compañera sin lastimarla, para que sea algo bueno para los dos. 

La sociedad patriarcal se está empezando a sacudir. Antes las mujeres, hoy los hombres. Aprender a armonizar la vida familiar con la personal. 

¡Momento apasionante el que estamos viviendo!

El recreo necesario

Está bueno convivir. Está bueno soñar y construir juntos. Está bueno ver cómo algunos sueños se hacen realidad. También está bueno ir regando los sueños que empiezan poniendo garra para que crezcan. Está bueno ver el florecimiento de los hijos y sentir que uno se va estabilizando y encontrando un ritmo propio. Todo eso está bueno ¡Está re bueno! 

¡Pero a veces necesitamos un recreo!

Un rato para uno mismo, como cuando nos refugiamos en el baño, cerramos la puerta y sentimos el alivio, la ligereza de no sentirnos observados ni juzgados ni criticados ni opinados. Es que el baño es el mejor lugar de la casa, porque ahí uno tiene permiso de cerrar la puerta y dejarse estar sin presiones ni expectativas, sin testigos.

La mirada de los demás es determinante: a veces nos estimula y entusiasma,  otras nos asusta, nos angustia y nos frena. Como mamíferos sociales que somos necesitamos la aprobación y el reconocimiento para sentir que nuestra vida está garantizada. Y eso nos lo da la mirada de los demás. Pero esa dependencia también puede ser una prisión. Y en el reino de la pareja mucho más.

Porque nuestra pareja nos conoce del derecho y del revés. Sabe cuánto podemos y también lo que no podemos. Sabe a qué nos animamos y también lo que nos da miedo. Y en ese conocerse fuimos construyendo una nueva identidad, un nosotros en el que se fueron combinando gustos y necesidades, sueños y capacidades, realizaciones y frustraciones, nos fuimos adaptando uno al otro, aprendiendo y encontrando estilos diferentes en un tejido multicolor diferente del que traíamos. Pero al mismo tiempo, en ese nosotros, seguimos siendo personas individuales que parecemos diluirnos en la pareja pero no. Hay partes nuestras  que a veces dejamos de lado en la convivencia, como si esa renuncia enriqueciera la convivencia, esas cosas personales, eso que nos gusta, eso que por diferentes razones puede no funcionar en la pareja. Y con la intención de enriquecer a la pareja nos empobrecemos nosotros. 

¿De dónde salió que tenemos que estar siempre juntos, ir a todas partes juntos, hacer todo siempre juntos? ¿Acaso tener vida propia, por unas horas, unos días, atenta contra la felicidad de la pareja? Resulta que puede ser todo lo contrario. Unas vacaciones de la rutina cotidiana de la convivencia pueden ser muy vivificantes y hasta pueden fortalecer la relación.Está bueno también tomarse un recreo y vivir con libertad eso que uno quiere sin tener que hacer el esfuerzo de negociarlo con nadie. Suspender la convivencia cotidiana puede ser un soplo de aire fresco que quiebre la rutina. Tiempo para uno mismo, en otro lugar, sin ese testigo que tanto nos conoce y ante quien nos sentimos obligados a ser y comportarnos de una determinada manera. 

Las salidas de chicas o las de muchachos están siendo habituales hoy, los más jóvenes comprendieron eso de que somos un “nosotros” pero también somos “uno mismo” y que a veces ese uno mismo se pierde en el nosotros y hace falta recuperarlo. 

La pareja y la familia son un núcleo esencial para nuestra identidad y nuestro desarrollo personal, pero será más dichoso si cada uno de los miembros mantienen sus espacios personales, si se dan el gusto de ir a su aire de vez en cuando, si el pacto de la pareja incluye el permiso de tomarse esos recreos esenciales.

Así que si sentís que algo de la convivencia te empobrece o te ahoga, miralo de frente y decítelo con todas las letras, sin temor, no estás amenazando nada. Por el contrario apropiate de tus ganas, de tus ritmos, de tus necesidades, hacé lo que se te canta sin tener que dar cuenta de ello y date vuelo y libertad, aunque sea un ratito, aunque sea unas horitas, aunque sea unos pocos días, está bueno para vos, está bueno para los dos. 

Y encima está bueno extrañarse, volver a sentir que uno es importante para el otro y que el otro es importante para uno. Tomate un recreo. Cambiá de escenario. Los recreos son para jugar. Tomate un recreo y jugá. 

Una libertad inesperada

Captura de Pantalla 2020-03-27 a la(s) 18.53.28.png

¿Qué vas a ser cuando seas grande? nos preguntaban en nuestra infancia y adolescencia. “Qué vas a ser” era que vas a hacer, en qué te vas a ocupar, cómo justificarás tu lugar en el mundo.
Y está viniendo el coronavirus (todavía no estalló acá el pico tan temido pero nos vamos acercando día a día) y mi lugar en el mundo se puso en cuestión.
La pregunta que me hacían en la infancia me encuentra grande. Hoy soy grande. No solo eso sino que integro la población de riesgo. Tengo 74 años y una insuficiencia cardíaca. Así que solo espero no haberme contagiado y, en caso de que sí, que la gripe curse lo más benévola posible.
Mientras tanto estoy en cuarentena. Junto a mi marido, también grande, también con una condición física de riesgo. Veo con admiración y desconcierto cómo otra gente parece desarrollar una actividad insólita. Lo veo en mis contacto online, claro. Proyectan, planean, inventan, entusiasmados y enfervorecidos. ¡Qué maravilla! A mi no se me cae una idea. No me dan ganas de nada. Leo novelas policiales. Miro series que me distraen. Hago solitarios. Limpio, lavo, cocino, acomodo. Atiendo a todo lo que veo en las redes sociales, facebook, twitter, whatsapp, instagram, lo que me lleva mucho tiempo. Y lo agradezco. Hablo por teléfono, hago la siesta todos los días.
Pero nada creativo. Nada.
Y lo peor, o lo mejor, porque de eso se trata este texto, es que no me da culpa ninguna. No me siento obligada a hacer absolutamente nada lo que me disculpa ante lo que normalmente me estaría acusando y criticando. La vida activa que seguí toda mi vida, los compromisos, las agendas con las citas y los encuentros, los proyectos a planificar y realizar, los trámites, las gestiones, convencer a los descreídos, limar asperezas de los que siempre encuentran lo que está mal, no tener que aceptar a los que cortan un pelo en cuatro, no hacer reformulaciones positivas en una reunión de equipo para mantener el clima amable, no poner el despertador para levantarme a una determinada hora porque TENGO que ir a alguna parte, no tener pendientes ni check lists para tildar diariamente… Resulta que este encierro, esta abstracción de lo regular, normal y habitual, son nuevos límites que dibujan un espacio interior renovado, un nuevo permiso que nunca me había dado. Había que hacer, había que estar, había que cumplir, había que justificar mi lugar en el mundo.
Debido a mi edad ya me había dejado de importar lo que los demás pensaran de mí. Incluso ya podía hacer como hacía mi mamá que entre lo que pensaba y decía los filtros se le iban haciendo más y más porosos. Sumado a todo eso, y gracias al aislamiento físico mandatorio, estoy ganando una nueva libertad: la de no estar obligada a hacer nada que no tenga ganas de hacer, la opción a elegir se limitó tanto que ya no tengo que elegir ni decidir ni salir al mundo a justificar mi presencia.
No sé si nos alcanzará el dinero que tenemos.
No sé cómo saldremos de esto si es que salimos ni cómo la pasaremos si nos enfermamos.
Es decir, no sé si saldré viva de todo esto.
Mientras, tomo sorprendida este cachetazo de la realidad que termina siendo, por el momento, un acceso a una libertad inesperada.