Con las mejores intenciones

Vivir en pareja, encuentros y desencuentros. En “Le doy mi palabra” programa de Alfredo Leuco, Radio Mitre.

Hoy voy a hablar de algo muy común en el mundo de las parejas que es cuando cuando uno hace algo con las mejores  intenciones y no sale bien, el otro lo vive como un ataque y, claro, responde mal. 

A veces uno dice cosas, con la mejor intención, y al otro le caen mal, se ofende, se enoja, contesta mal. ¿Qué pasó? Uno no quiso hacerle daño, ¿por qué el otro lo entendió mal? 

Veamos un ejemplo. Pensás que estoy haciendo algo de modo equivocado, que si lo hago de otra manera sería más fácil o mejor. Me querés ayudar y dar un consejo. Tu intención es buena y me decís: “¡Así no, ¿no te das cuenta de que así no es? lo tenés que hacer de tal otra manera!” lo que, para tu sorpresa me cae mal. ¿Por qué, si lo hacés para ayudarme?. Es que lo hiciste de un modo en que me pasás por encima. Me criticás, me decís que lo que hago está mal, que vos sabés cómo es y que yo no y opinaste sin que te lo pidiera. Con la mejor de las intenciones, me pasaste por encima. Las mejores intenciones se ahogan en la forma en que uno las enuncia y terminan lastimando. Tu deseo de ayudar fracasó porque me lo dijiste de modo desconsiderado y no pude escuchar la ayuda, solo escuché la desconsideración.

Si ves que estoy haciendo algo que te parece mal o que podría mejorarlo, estaría genial que me lo dijeras y me facilitaras la vida pero tenés que tener algunos cuidados para que te pueda escuchar. Son básicamente tres.

Preguntame si te quiero escuchar. No te abalances a aconsejar, ni a tu pareja ni a nadie, si el otro no quiere oírlo. Primero preguntá. “¿Te puedo dar un consejo?” o “Se me ocurre otra manera de hacerlo ¿querés que te la diga?” y si el otro no quiere, pues te callás la boca y no decís nada.

Empatizá conmigo, ponete en mi lugar. En lugar de opinar y criticar, mirá la dificultad o lo que te parece que me es difícil, acercate amablemente y me decís por ejemplo “me da la impresión de que te está costando…” o “mmmm qué difícil parece…” No me digas “está mal lo que hacés” o “yo sé hacerlo mejor”, no me juzgues ni me descalifiques ni me hagas sentir menos.

Hacelo de modo amable, no te impongas ni me mandes, sé mi par -sos mi pareja ¿no es cierto?, somos pares- no me hables desde el lugar de alguien superior que se las sabe todas y que me mira como si yo fuera una inútil. En lugar de decirme “yo te voy a decir cómo se hacen las cosas bien” hacelo más blandito, como “se me ocurre por ahí otra manera de hacerlo, ¿te gustaría probar?” algo que no me suene como que sos el dueño de la verdad y que me deje a mi el derecho a decidir.

Creemos que con las mejores intenciones alcanza pero no es así. Las buenas intenciones son básicas en toda relación pero hay que aprender a decir de modo que no se sientan como descalificaciones o ataques, pensando en cómo las puede recibir el otro.  

Por eso, si querés dar un consejo a tu pareja, preguntale si lo quiere recibir, hacelo sin criticar ni opinar sobre lo que hace y no le hagas sentir incapaz. 

Solo vas a ser escuchado si lo decís con respeto y consideración. Solo así las buenas intenciones llegarán como tales. 

Tenés la mejor de las intenciones, pero cuando quieras opinar, -a tu pareja o a cualquiera- preguntá si te quieren oír, y si te dicen que sí, no te quieras imponer ni critiques, empatizá y sugerí. 

Derecho al olvido.

¿Se puede borrar la memoria por decreto? ¿Se puede anular el pasado con un acto de voluntad?

La exmodelo Natalia Denegri demanda a Google para que se aplique el derecho al olvido. Exige que desaparezca del buscador su vinculación con la fraguada “causa Guillermo Cóppola” en la que estuvo implicada en los años noventa. La solicitud, basada en jurisprudencia de la justicia española, abre cuestiones relativas al derecho a la intimidad, la libertad de expresión, la censura y la desmemoria.

Más de uno querría borrar de su recuerdo y del conocimiento de los demás, los pecados de juventud, aquellas conductas que le avergüenzan y las compañías de las que hoy reniega, cuando fue humillado o sometido. Lo aprendí con los sobrevivientes del Holocausto. Pareciera que siguieron adelante y olvidaron lo vivido, pero una ligera chispita, aparentemente inconexa, trae todo nuevamente, nada se había borrado. El “pasado pisado” es un engaño, la frase misma lo dice, bajo lo pisado está el piso sobre el que estamos parados. 

Hoy la frontera entre lo público y lo privado se va atenuando hasta casi desaparecer. Todo lo que se sube a las redes allí queda. Los archivos de internet son implacables contra el olvido y la desmemoria. Guardan todo lo publicado, sean verdades o mentiras, como las peligrosas fake news, esas mendigas vestidas de diosas tan difíciles de desenmascarar. Todo lo que se publica permanece para siempre en la Amplia Red Mundial (WWW por su sigla en inglés), esa plaza pública que, como aquel Funes de memoria perfecta e inapelable, no sabe olvidar. 

El funcionamiento de nuestra memoria, tanto individual como social, construye sorprendentes coreografías tejidas tanto con recuerdos como olvidos en danzas móviles y cambiantes. El olvido es parte de nuestra memoria. Recordamos y olvidamos de manera espontánea y a veces misteriosa, como cuando descubrimos recuerdos encubridores, falsos recuerdos, olvidos protectores y olvidos negadores. Son danzas que a veces entorpecen nuestros pasos y nos hacen trastabillar y otras nos permiten seguir viviendo. Aún así, nuestro pasado, verdadero o tergiversado, aún cuando parezca olvidado, no se puede borrar. 

Además de la memoria personal y la de internet, hay una memoria construida social, cultural y políticamente. En parte espontánea pero en gran medida está digitada y planificada. Precisa relatos de glorificación u oprobio que construyan consensos, identidades comunes, una idea de nación con un pasado e ideales compartidos. Memoria usada muchas veces para apoyar alguna política que se pretende instalar o un poder que se intenta sostener. 

Pero tanto en la memoria colectiva como en la individual, los intentos de borrar el pasado molesto para no traerlo al presente, sean espontáneos o planificados, son imperfectos y, a menudo, transitorios. ¿Cuál es ese derecho al olvido si, como dice la canción sobre el sol, el pasado, aunque no lo veamos, siempre está? 

Es como querer guardar un globo inflado en una caja más chica. Lo apretamos por un lado para que entre pero se agranda y se nos escapa por otro. Como si tuviera vida propia. No se deja recortar, editar ni encajonar. Todo lo vivido está en cada uno de nosotros. Todo lo publicado en internet seguirá ahí. Es como el aire del globo, engañosamente invisible pero inamovible. 

El “derecho al olvido” es más que un tema jurídico. El pasado no se anula con un acto de voluntad. La memoria no se borra con una sentencia judicial. Somos y seremos el resultado de quienes fuimos.


Publicado en Clarin.

Descartar la primera orina de la mañana

Vivir en pareja, encuentros y desencuentros en “Le doy mi palabra”, radio Mitre, Alfredo Leuco.

Hoy traigo un consejo, útil para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero. Un consejo que nos ahorrará, seguro seguro, peleas y discusiones, sufrimiento y angustia.

Mi consejo de hoy es descartar la primera orina de la mañana. ¿Me dirás qué tiene que ver esto con una pelea matrimonial?

¿Viste cuando tenés que hacerte un análisis de orina de 24 horas, te dicen en el laboratorio que para recolectarla descartes la primera orina de la mañana? Esa que sale como chorro incontenible y que guarda todo lo que se estuvo juntando en la noche. Esa, esa hay que descartarla.

Si lo pasamos a nuestra vida con nuestra pareja, me refiero al momento en el que sentís que el enojo te sube, que te enceguece, que dejaste de ser quien sos y te transformaste en un arma de ataque, apuntás con mirada asesina preparando el disparo para decir eso que sabés que duele, eso que destruye. ¡Ese es el momento clave! cuando sentís que sos un volcán que está por entrar en erupción, acordate de mi consejo que me salvó a mi tantas veces y descartá la primera orina de la mañana, descartá eso que estás por vomitar a borbotones y sin pensar. 

Ya sé como es… que tu pareja te provoca, te irrita, que no entendés qué le pasa ni qué quiere de vos, que te enfurece que no haga nada de lo que querés. Si calla porque calla si habla porque habla. Si no hace nada porque no hace nada si hace mucho porque no se queda inmovil. Hay un momento en la relación en el que sea lo que sea que haga el otro, te enoja y te dispara una reacción que seguro será sin pensar, seguro será violenta. ¿Lo que hizo o no hizo el otro fue un ataque? No sabemos si nos quiso atacar o tal vez si lo entendimos como un ataque. No importa eso para controlar tu reacción. Acordate que somos mamíferos y si nos sentimos atacados ¿qué hacemos? contraatacamos o huímos. Si contraatacaste te sometiste al ataque, haya sido real o supuesto, no elegiste, derramaste tu rabia sin pensar. Y te digo:  siempre podés elegir. 

Cuando te sentís atacado y sabés que tu respuesta violenta está por salir como un vómito imparable, ése es tu momento de elegir:  descartá esa primera reaccción. Es tóxica, como esa primera orina, no es buena, no sirve. Todo lo que digas y lo que el otro te responda si no parás tu reacción no tiene valor comunicacional, es puro ataque. Las palabras dichas en ese momento son armas letales porque después no se olvidan, son corrosivas, oxidan lo que tocan y después es difícil volver de ahí.

Pegá media vuelta, dejá el lugar como haría todo mamífero inteligente que no quiere enroscarse en una pelea, andá al baño y cerrá la puerta o a la cocina y servite un vaso de agua o al dormitorio y cambiate las medias, salí del lugar en donde pasó lo que viviste como un ataque. Pueden ser solo unos segundos o pocos minutos, pero en otro espacio, tomás aire bien profundo y podés frenar el vómito ese que tenías atravesado y podés volver con la cabeza más clara. Haceme caso. Es más fácil de lo que parece y funciona. En lugar de sentirte la víctima, o sea, que el otro manda sobre vos y no te deja pensar, decidís sobre tu conducta, te adueñás de la situación. Cuando contra atacás te estás sometiendo a la propuesta de ataque y pierden los dos. Si elegís descartar la primera orina de la mañana recuperás la capacidad de pensar y elegís el escenario en el que querés vivir.

Pagar matrícula para "Vivir en pareja"

Columna del 11 de marzo de 2022 para el espacio “Vivir en pareja” de Le doy mi palabra programa de radio Mitre conducido por Alfredo Leuco en Radio Mitre.

¡Listo! ¡Te enamoraste! Encontraste tu media naranja y deciden vivir juntos esperando que será siempre un jardín florido, el clima eternamente templado, sin tormentas y si las hay van a ser pasajeras, cada mañana será un nuevo renacer y en cada noche arderán en deseos y amor pasional. 

Ponele unos violines de fondo, claro. 

¿Sabes qué? No nacimos el uno para el otro, no somos la media naranja de nadie. ¡Cuánto daño nos hicieron estos mitos irreales y tramposos! Nos engañaron con lo de la felicidad eterna y no nos dijeron que había que pagar una matrícula para convivir con un otro que nunca es exactamente como nos gustaría y ahí empiezan los problemas y las penurias. 

En lugar de jurarnos amor y fidelidad eternos, habríamos podido anticipar todo pagando la matrícula de la convivencia. 

Son tres promesas: 

Va la primera: NO INTENTARÉ QUE CAMBIES. Si tu otro no es exactamente como querés seguro que ya trataste de que sea diferente. El otro también intentó cambiarte para que seas como necesita. Y ninguno de los dos pudo, ¿no es cierto? Es que obligar a alguien a no ser como es es un juego dañino, irrespetuoso que produce frustración, porque ese cambio no sucede. Uno y otro, los dos, ven que no pueden cambiar al otro, el resentimiento crece, la convivencia se corroe y la va volviendo un infierno.

La mala noticia que tengo es que nadie puede cambiar a nadie. El solitario ama la soledad y no se siente cómodo entre mucha gente. El sociable ama estar con otros y evita la soledad. Pedirle a un solitario que quiera estar con gente o a un sociable que quiera estar solo, es pedirles algo que difícilmente puedan hacer porque contraría sus naturalezas. Y así con todas las cosas. La primera es entonces: no intentaré que cambies.

La segunda promesa es: NO CREERÉ QUE ME LO HACÉS A MI. Cada uno es como es, hace lo que puede, incluso me atrevo  a decir que hace lo más que puede. Si tu otro no domina el arte de la conversación, es silencioso y poco elocuente, esperar que hable, es esperar algo que difícilmente sucederá. Y no te lo hace a vos. Es así. No le sale hablar, no está cómodo hablando, no es que no quiere hablar con vos, es que el momento de hablar puede serle angustiante porque no está entrenado en hacerlo. Creés que te lo hace a propósito, por pura maldad, que no le importás, que ya no te quiere. Y las más de las veces, no es así. Es que hablar no es lo suyo y difícilmente cambie. Le estás pidiendo peras al olmo, y ningún olmo da peras. No te lo hace a vos. Es así. No es contra vos, por eso es tan importante tu promesa en el pago del peaje de no creer que te lo hace a vos, que lo aceptás cómo es. 

Ver que no se lo hace a uno es liberador, lo saca a uno de la queja, del reclamo, de la acusación porque se deja de esperar lo que el otro no tiene o no puede. La segunda promesa es entonces: no voy a creer que me lo hace a mí.

Y la tercera promesa es: NO ESPERARÉ A QUE ADIVINES. Si necesitás algo, pedilo. Los adivinos y videntes adivinan, las personas comunes no. El otro está igual que uno, tampoco pide, también espera ser adivinado. Cada uno en su propia burbuja, creyendo que el otro sabe qué necesitamos, qué estamos esperando y cuando no sucede, vienen el dolor, la queja, la acusación de “¿Cómo que no sabe? ¡tiene que saber! lo que pasa es que no me ve, no le importo”. No, lo que pasa es que no adivina, si no decimos claramente lo que queremos, no lo sabe. Si no nos dice claramente lo que necesita no lo sabemos. Esperar que adivine es una perversa prueba de amor que no prueba amor sino la incapacidad del otro de adivinar. Es más realista, económico y efectivo pedir. La tercera promesa es no esperaré a que adivines.

Somos vulnerables, frágiles e imperfectos, esperamos ser reconocidos y satisfechos y perdemos de vista que al otro le pasa exactamente lo mismo, también espera ser reconocido y satisfecho. Y ojo que la matrícula no es opcional, es tan obligatoria como el cinturón de seguridad, nos protege de los accidentes de la vida y permite un viaje juntos amable, respetuoso y amoroso.

Y si no pagaste la matrícula al principio, siempre estamos a tiempo, capaz que es eso que creías que ya no funcionaba se reaviva con esta proposición tuya. Va de nuevo: 

me comprometo a 

  • no intentar cambiar al otro 

  • no creer que todo “me lo hace a mí” 

  • no esperar que adivine, pedir lo que necesito

El amor y la felicidad. En "Vivir en pareja".

4 de marzo de 2022. Primer columna en el programa Le doy mi palabra conducido por Alfredo Leuco.

Voy a empezar a hablar, como carátula de la columna, del amor y la felicidad.

Mirá lo que me dijo María Marta: “No soy feliz. No tengo ganas de nada, mi marido no me habla, no me pregunta cómo estoy ni me cuenta nada, soy como un mueble para él, algo que está en la casa pero es transparente, siento que no le importo, que no existo ya como mujer ... ¿será que ya no me quiere? encima yo también dudo, no sé si lo quiero …”. Su voz, su gesto, eran de una desilusión y una tristeza infinitos. En su trabajo estaba bien, con sus hijos también, su infelicidad venía porque no se sentía amada por su marido.

Es que el amor y la felicidad vienen en un mismo paquete y la felicidad, pero de un solo tipo de amor, el de pareja, el que pone brillo en los ojos y te hace creer que todo es posible, que seremos felices eternamente. 

Pero resulta que no es eterno, es como las estrellitas que encendíamos en las noches de navidad y año nuevo y que mirábamos embelesados haciéndolas bailar pero que se apagaban demasiado rápido. María Marta, como tantos de nosotros, tenía esa estrellita en la mano ya sin luz y se preguntaba qué pasó, ¿dónde fue esa luz? ¿por qué se apagó si le habían prometido que estaría encendida siempre?

Un día conocés a alguien, se miran y les gusta lo que ven. Vemos a un otro que nos gusta y al mismo tiempo nos gusta ver que nos mira como nos gusta que nos vean. El amor se despierta en ese juego de seducción y conquista que promete un oasis de placer eterno. Se enciende la pasión que ahora es todo el cuerpo, estamos enamorados y ese otro es la llave de nuestra felicidad.

Y nos tomamos del brazo para caminar juntos, compartir la mesa y la cama, los desayunos y las cenas, el lavarropas y la heladera. Vamos tomados del brazo, construyendo, la vista al frente, uno al lado del otro y sin darnos cuenta, dejamos de mirarnos. Y un día, como dice la canción de la apertura de la columna, nos damos cuenta de que nos dejamos de ver ¿qué nos pasó? ¿No era que si vivíamos juntos seríamos felices? ¿y por qué no somos felices? 

Vivir en pareja es un desafío cotidiano. Creíamos que el amor lo podía todo, que si hay amor todo lo demás se arregla y que la estrellita seguirá brillando siempre. Tanto bolero y novela romántica nos metió en la cabeza que el amor basta. Pero vivir juntos es una empresa que necesita acuerdos como cualquier empresa, pero más acá porque su producto es que sus dos socios sean felices.

¿Y cuáles son los ingredientes de la felicidad? Reconocimiento y aceptación, estímulo y valoración, seguridad y paz. Fijate que no digo sexo o pasión no porque no importe, buen sexo importa pero sentirse bien necesita del diálogo franco, los modos amables, la escucha abierta. El amor no basta, hay que ponerle ganas porque, y lo digo de nuevo, los caminos que llevan a la felicidad son el reconocimiento y la aceptación, el estímulo y la valoración, la seguridad y la paz. 

Por eso voy a hablar del amor. Pero no de esa cajita mágica con mariposas de colores y estrellitas brillantes que tiene una vida breve y nos deja frustrados y desilusionados creyendo que quedó vacía. ¿Sabés qué? no es así. Hay más, mucho más y junto con Maria Marta la abrimos de nuevo a ver qué otras cosas había. Te lo digo yo que lloré tantas veces creyendo que la cajita estaba vacía enceguecida por una idea del amor que lo reduce a los primeros momentos de sexo y pasión. Cuando empecé a abrir con otros ojos la cajita romántica vi que había mucho más… esto es lo que quiero contarle a tu audiencia. 




María Marta enuncia una carencia que es muy común en las parejas convivientes después de un tiempo. Siempre digo que después de algunos años de vivir juntos todo matrimonio se convierte en incesto. Ese otro del que nos habíamos enamorado pasa a ser parte de nuestra familia, alguien querido, conocido, previsible, habitual, que siempre está ahí, que suele decir las mismas cosas, ubicarse en los mismos lugares, tener las mismas actitudes e intereses y todo aquello que nos enamoró parece haberse evaporado. ¿Dónde quedó? ¿Cómo es posible que la misma persona de la que nos enamoramos, que siguió siendo igual, nos desenamoró?

Y se abren una pila de preguntas. ¿Qué es el amor? ¿Es solo la pasión del comienzo? ¿El enamoramiento que te llena la panza de mariposas se gasta, las mariposas se cansan y se van? ¿Es verdad que la rutina mata al amor? ¿Es mala la rutina? ¿Y la felicidad? ¿Por qué parece escaparnos de las manos? ¿Es algo que hicimos nosotros o la culpa la tiene ese otro con quien convivimos que no nos quiere como queremos que nos quiera, que no nos mira como queremos que nos mire, que no nos dice lo que queremos que nos diga ni nos da lo que queremos que nos de? ¿Y nosotros? ¿Lo queremos como necesita que lo queramos, lo miramos como necesita ser mirado, le damos lo que necesita que le demos? 

Ya sé que en la pareja la culpa siempre la tiene el otro. Nunca nosotros. Ese otro pérfido y cruel que disfruta haciéndonos daño y negándonos justo eso que necesitamos y que sabe que tanta falta nos hace. Lo hace a propósito. 

La queja de María Marta es la queja de muchos que creían que la pareja iba a ser un oasis eterno y descubren defraudados que no es un camino liso, asfaltado y con indicaciones claras sino a veces un lugar con accidentes, que requiere trabajo, cuidado y atención, que no florece todo el año sino de a ratitos y lleno de trampitas que no sabemos como desactivar. Vivir en pareja nos desafía con todas estas cuestiones porque hemos sido educados con la ilusión de que el amor todo lo puede y que si no se está pudiendo es que ya no hay amor. Y no es así. 

La suerte es una diosa calva

Ilustración: Fidel Schiavo

La historia se repetía año tras año antes de una prueba. La noche anterior gemía atormentada “¡no puedo!” y recibía siempre la misma respuesta de mamá,“nunca digas ‘no puedo’, podés mucho más de lo que creés, ojalá la vida no te desafíe” frase que no sabía de dónde venía y que por cierto no me consolaba. 

Convencida de que me iba a ir mal hacía unos machetes diminutos que cabían en la palma de mi mano con  gráficos -hoy se llaman mapas mentales- abreviaturas, fechas y fórmulas con diferentes colores. Pero cuando llegaba el momento y los tenía que usar, las palmas húmedas habían borroneado la tinta y no podía leerlo bien. Conteniendo el aliento y con los ojos cerrados, el terror abría un abismo sin fin bajo mis pies cuando el profe indicaba “tema 1, tema 2”, pero al ver las preguntas escritas en el pizarrón descubría maravillada, que me las sabía todas. Mis elaborados machetes habían sido mi manera de estudiar. Nunca me bocharon ni me llevé materia alguna a examen. 

Cada prueba era un desafío para el que llegaba bien preparada. Temía a la suerte y hacía lo posible por tenerla de mi lado. Lo había aprendido de mamá que había sobrevivido al Holocausto, había perdido a su primer hijo y a casi toda su familia, había sufrido crueldades y humillaciones y finalmente había emigrado a un país con idioma y costumbres desconocidas, para reinventarse y empezar de nuevo. Fue víctima del nazismo pero, como Jorge Semprún dice en “La escritura o la vida”, eligió no quedarse en aquel lugar. No se lamentaba por el pasado, no lo traía una y otra vez a las conversaciones ni lo usaba como justificación de frustraciones o imposibilidades. La suerte, buena o mala, no la definía. Aprendió a cuidarse, prepararse cuando la suerte le era esquiva y estar alerta para tomarla cuando pasaba a su lado. Fue víctima pero eligió sobrevivir a lo que el nazismo le había hecho.  

Una cosa es lo que a uno le pasa y otra cosa es lo que uno hace con lo que a uno le pasa. Si hubiera elegido la victimización como eje de su identidad, habría tenido la necesidad de confirmarlo día a día, sumida en la queja, el reclamo y el sufrimiento. Elegir dejar de serlo le permitió adueñarse de su camino y dejar atrás cuando, sujeta de otros, sus pasos no le habían pertenecido. La vida es un constante desafío. Aprendí con su ejemplo a hacer esos machetes para controlar mis miedos y ser dueña de mis respuestas. 

Elegir la victimización puede tener como objeto recibir empatía y consuelo, pero es una trampa sin salida, el pasado un eterno presente de lamento y desesperación. El intento es fallido porque quien se construye como víctima no se consuela con la empatía, necesita confirmar su condición una y otra vez y dejar crecer a su alrededor solo la mala suerte. 

Mis machetes me aseguraban, sin que tuviera conciencia, de que no caería en victimización alguna. La frase de mamá hablaba no solo de fortaleza, también de la suerte, porque si lo que nos pasa es fruto del azar, siempre tendremos la posibilidad de elegir el próximo paso, decidir qué hacemos con lo que nos pasó y hacerle una zancadilla a la suerte. Quien elige ser víctima se aferra a lo que le pasó y no la puede ver. 

La suerte es voluble, atolondrada y misteriosa, pasa rápido y sin avisar. Una diosa calva para los griegos. Exige tener bien abiertos los ojos y la atención despierta para verla venir, estirar las manos y tomarla bien fuerte justo cuando pasa porque, como no tiene pelo, una vez que pasó ya no hay por dónde agarrarla. 


Publicado en Clarin

Si no se dice, no existe

Los seres humanos somos lenguaje. Pensamos en palabras. Nos comunicamos con palabras. 

Amamos con palabras. Odiamos con palabras. Desencadenamos guerras con palabras. Consolamos y damos sentido con palabras. Criamos hijos con palabras. Lloramos a nuestros padres cuando se van con palabras.

Hay palabras que hieren tanto o más que un arma. También hay palabras que enaltecen mucho más que éxitos y trofeos. Construimos quienes somos con palabras. Con palabras entendemos lo que nos desconcierta o angustia para poder procesar desdichas, conducta malévolas, la muerte. 

Una escuela norteamericana prohibió el libro “Maus” sobre lo vivido por el padre de Art Spiegelman, su autor, sobreviviente de la Shoá. En forma de historieta los personajes son presentados como animales, los judíos como ratones, de ahí el título. El libro recibió el premio Pulitzer y es un texto de referencia sobre el tema del Holocausto pero la escuela lo encontró impropio para la educación de sus chicos porque hay “malas palabras” y muestra “roedores desnudos” (sic). 

En “Psicoanálisis de los cuentos de hadas”, Bruno Bettelheim, sobreviviente del Holocausto, señala la importancia de esos relatos que permiten a los niños conocer  y manejar sus ansiedades y emociones inconscientes con personajes paradigmáticos que ordenan un tanto el océano emocional en el que viven. La vida y las conductas de otros nos desafían y estos cuentos proveen herramientas conceptuales para no quedar desprotegidos, a la intemperie, y poder procesar nuestro mundo interior.  Estos personajes, como los tan queridos de Mafalda o los paradigmáticos de Shakespeare por mencionar unos pocos, perviven tantos años porque recrean estereotipos que existen en la realidad y nos preparan para enfrentarlos. Su solo nombre es claro y comprensible para todos. Una Susanita, un Romeo, un lobo feroz o una madrastra son atajos de sentido para operar temas tan sensibles como la vida y la muerte, el amor y la crueldad. 

El nazismo quería construir una “raza superior'' mediante la reingeniería genética. De modo similar, hay una fuerte movida en la derecha norteamericana, cristiana y xenófoba, puritana y voluntarista, que pretende hacer desaparecer ciertas conductas individuales y sociales mediante prohibiciones y castigos. Decidieron cambiar los cuentos infantiles que, según creen, estimulan y naturalizan la crueldad y la violencia. Ya ningún lobo se come a Caperucita y el flautista vengativo no lleva a los chicos a la muerte. Los cuentos se edulcoran y se los pinta de angelicales colores pasteles para que los niños mantengan su pureza e inocencia y crezcan como adultos incontaminados por la ira, el dolor y la maldad. Si borramos al lobo que simboliza el acoso sexual y al flautista emblema del filicidio, esas cosas desaparecerán. La cultura de cancelación y alguna política afín apoyan a esta derecha retrógrada sustentados en la la idea de que si algo no se dice, mágicamente dejará de existir.

Cierto que las palabras tienen tal poder evocativo que se vuelven inmediatamente imagen. Escribo elefante y se me aparece uno, no lo puedo evitar. Y al revés, si no lo digo, no lo veo y podría creer que no está. Pero seguirán estando, los elefantes y todo lo que se quiera negar. 

Estos sistemas cancelatorios voluntaristas, autoritarios y fascistas, sobrevaloran el poder de las palabras y tergiversan la realidad. Las cosas no desaparecen si no se las nombra.  

Ni el cáncer ni la muerte. Tampoco la inflación y el ajuste. Aunque no las digamos, existen.

Publicado en Clarin.

Sobre el verdadero Oskar Schindler - Herbert Steinhouse

 Prólogo 

EL artículo que sigue es, hasta donde podemos determinar, no solo el primer reportaje sobre Oskar Schindler, sino también el único relato que incluye entrevistas contemporáneas directas con el propio Schindler, así como con el contador Itzhak Stern.

La historia de Schindler y Stern, los personajes centrales de la película La lista de Schindler de Steven Spielberg, se dio a conocer al mundo previamente a través de la novela El arca de Schindler de Thomas Keneally de 1982. Keneally, un australiano, nunca conoció a Schindler, quien murió en 1974, pero trece años antes, en Los Ángeles, conoció a uno de los más de 1.000 judíos que Schindler había salvado de las cámaras de gas. Este encuentro casual lo estimuló en su investigación. Aunque el libro de Keneally sobre el oportunista empresario nazi que terminó redimiéndose en el torbellino del Holocausto era real, decidió llamarlo novela porque debía imaginar o “recrear” los diálogos necesarios para la narración

Desconocido para Keneally o Spielberg, otro escritor, un canadiense, se había topado con la historia de Schindler décadas antes. Herbert Steinhouse, un periodista, novelista y locutor nacido en Montreal, voló con la RCAF, la fuerza aérea canadiense, durante la guerra y luego se convirtió en oficial de información de la Administración de Rehabilitación y Socorro de las Naciones Unidas (UNRRA por su sigla en inglés). Mientras estaba destinado en París, trabajó para Reuters, pero en 1949 fue el jefe de la oficina de París de la CBC.

Fue unos meses antes, en Munich, cuando conoció a Schindler. Ya había conocido a algunos de los sobrevivientes del Holocausto que Schindler había salvado, los llamados Schindlerjuden, los judíos de Schindler, y le habían contado algunas de sus historias. En su etapa en la UNRRA, Steinhouse había escuchado varios relatos sospechosos del "buen alemán", pero con éstos sobre Schindler se despertó su intriga e interés que lo llevó a a buscar una verificación independiente.

Steinhouse fue presentado al mismo Schindler por dos judíos polacos que creían que la seguridad de su salvador y la mejor esperanza para su futuro podría suceder si se daba la máxima publicidad a su notable historia. Estaba en peligro porque todavía estaba clasificado como un "antiguo nazi", lo que frenaba sus posibilidades de emigrar a la mayoría de los países. "Schindler me cautivó como lo hizo con todos", recuerda Steinhouse. "Nuestras esposas también se llevaban bien. Cenamos y bebimos juntos. Él hablaba, yo tomaba notas".

La historia le siguió pareciendo a Steinhouse "descabellada", pero fue corroborándola más y más  en los recuerdos de los sobrevivientes y en los archivos clandestinos y de la resistencia. Finalmente, después de media docena de encuentros con Itzhak Stern, quien fue su fuente principal, cuatro entrevistas con Schindler y fotografías tomadas por Al Taylor, un amigo cercano (ya fallecido), Steinhouse se puso a trabajar y escribió su exclusiva nota en forma de un artículo de revista que envió a su agente de Nueva York.

El agente no le encontró lugar. Steinhouse, que ahora tiene setenta y dos años y está jubilado en Montreal, recuerda varias razones para ese rechazo: reflejando su propio escepticismo inicial, las revistas no querían otra historia sobre un "buen alemán"; se creía que el Holocausto se había vuelto agotador para los lectores; los editores de revistas pretendía poner una mirada optimista en sus publicaciones para la década del cincuenta para contrarrestar la sombría mirada de los miserables años cuarenta. En consecuencia, el relato de Herbert Steinhouse sobre Oskar Schindler ha permanecido sin ser leído en sus archivos durante la mayor parte de medio siglo. Aunque algo abreviado, ahora se publica por primera vez en Saturday Night, una publicación en la que el escritor fue colaborador en asuntos internacionales. Irónicamente, es posible que incluso haya ofrecido a la revista el artículo sobre Schindler en ese momento. Al leerlo, recuerde que Steinhouse escribía sobre eventos sucedidos solo cuatro años antes. Sigue siendo un documento importante por varias razones: porque corrobora lo que ya se conocía; por los detalles y anécdotas adicionales que no se encuentran ni en la novela de Keneally ni en la película de Spielberg; y, lo que es más importante, por el acceso directo y notable que brinda a los lectores al propio Oskar Schindler.

 

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El artículo de Herbert Steinhouse publicado en Saturday Night en abril de 1994:

Fue al contador Itzhak Stern al que le oí hablar por primera vez de Oskar Schindler. Se habían conocido en Cracovia en 1939. "Debo admitir ahora que tuve fuertes sospechas sobre Schindler durante mucho tiempo", confió Stern al comenzar su historia. "Sufrí mucho bajo los nazis. Perdí a mi madre en Auschwitz muy pronto y estaba muy amargado".

A finales de 1939, Stern dirigía la sección de contabilidad de una gran empresa de exportación e importación de propiedad judía, cargo que ocupaba desde 1924. Después de la ocupación de Polonia en septiembre, el jefe de cada empresa judía importante fue reemplazado por un Treuhander, un alemán de confianza, y el nuevo jefe de Stern pasó a ser un hombre llamado Herr Aue. El antiguo propietario, como era la orden, se convirtió en empleado, la empresa se convirtió en alemana y se contrataron trabajadores arios para reemplazar a muchos de los judíos.

El comportamiento de Aue fue inconsistente e inmediatamente despertó la curiosidad de Stern. Aunque había comenzado a arianizar la empresa y despedir a los trabajadores judíos de acuerdo con sus instrucciones, dejó los nombres de los empleados despedidos en el registro del seguro social, lo que les permitió a mantener sus esenciales cartas de identidad como trabajadores. Además, Aue proveía en secreto dinero a estos hombres hambrientos. Este comportamiento ejemplar impresionaba a los judíos y asombró al cauteloso Stern. Recién al final de la guerra, Stern supo que Aue también era judío, que su propio padre fue asesinado en Auschwitz en 1942 y que el polaco que pretendía hablar tan mal en realidad era su lengua materna.

Sin saber todo esto, Stern no tenía motivos para confiar en Aue. Ciertamente, no podía entender su intención cuando, solo unos días después de haberse hecho cargo de la empresa de exportación e importación, Aue le presentó a Stern a un viejo amigo recién llegado a Cracovia diciéndole  con indiferencia: “Mirá Stem, podés tener confianza en mi amigo Schindler". Stern intercambió cortesías con el visitante y respondió a sus preguntas con cuidado.

"No sabía lo que quería y estaba asustado", continuó Stern. "Hasta el 1 de diciembre, no habían molestado a los judíos polacos. Habían arianizado las fábricas, por supuesto. Y si un alemán te hacía una pregunta en la calle, era obligatorio que antes de responder dijeras  “Soy judío". ....' Pero fue recién el 1 de diciembre que tuvimos que comenzar a usar la Estrella de David. Fue entonces, cuando la situación comenzó a empeorar para los judíos, cuando la Espada de Damocles ya estaba sobre nuestras cabezas, que tuve una reunión con Oskar Schindler.

“Quería saber de qué lugar era yo, de qué zona judía. Me hizo muchas preguntas, que si era sionista o asimilado y esas cosas. Le dije lo que todos sabían, que era vicepresidente de la Agencia Judía para Polonia Occidental y miembro del Comité Central Sionista. Luego me dio las gracias cortésmente y se fue".

El 3 de diciembre, Schindler hizo otra visita a Stern, pero esta vez de noche y en su casa. Hablaron principalmente de literatura, recuerda Stern, y Schindler mostró un interés inusual en los grandes escritores judíos. Y luego, de repente, mientras tomaba un té, Schindler comentó: "Escuché que habrá una redada en todas las propiedades judías restantes mañana". Stern, que se dio cuenta de que era una advertencia, hizo correr más tarde la voz y salvó a muchos amigos del "control" más despiadado llevado a cabo hasta el momento por los alemanes. Se dio cuenta de que Schindler quería estimular su confianza aunque todavía no podía entender por qué.

Oskar Schindler, un industrial de los Sudetes, había llegado a Cracovia desde su ciudad natal de Zwittau, del otro lado de lo que había sido una frontera unos meses antes. A diferencia de la mayoría de los oportunistas que se precipitaron alegremente a la postrada Polonia para engullir la producción de la nación, recibió una fábrica no de un judío expropiado sino del Tribunal de Reclamaciones Comerciales. Una pequeña empresa dedicada a la fabricación de artículos esmaltados que había permanecido inactiva y en bancarrota durante muchos años. Comenzó a operar en el invierno de 1939-1940 con 4.000 metros cuadrados de superficie y un centenar de trabajadores, de los cuales siete eran judíos. Pero pronto trajo  a Stern como su contador.

La producción comenzó a toda prisa, porque Schindler era un trabajador astuto e incansable, y la mano de obra, ahora semi esclava, era tan abundante y tan barata que era el sueño más preciado de cualquier industrial. Durante el primer año, la fuerza laboral se expandió a 300, incluidos 150 judíos. A fines de 1942, la fábrica había crecido a 45.000 metros cuadrados y empleaba a casi 800 hombres y mujeres. Los trabajadores judíos, ahora 370, provenían todos del gueto de Cracovia. “Era una tremenda ventaja", dice Stem, "poder salir del gueto durante el día y trabajar en una fábrica alemana".

Las relaciones entre Schindler y los trabajadores judíos eran limitadas. En los primeros días tenía poco contacto con todos excepto con los pocos que, como Stern, trabajaban en las oficinas. Pero comparando su suerte con la de los judíos atrapados en el gueto donde ya habían comenzado las deportaciones, o incluso con la de aquellos que trabajaban como esclavos para otros alemanes en las fábricas vecinas, los trabajadores judíos de Schindler apreciaban su posición. Aunque no podían entender las razones, reconocieron que Herr Direktor de alguna manera los protegía. Un aire de relativa seguridad creció en la fábrica y los trabajadores pronto solicitaron permiso para traer a familiares y amigos para que pudieran compartir el refugio.

Se corrió la voz entre los judíos de Cracovia de que la fábrica de Schindler era el lugar para trabajar. Y, aunque los trabajadores no lo sabían, Schindler los ayudaba falsificando los registros de la fábrica. Los mayores figuraban como veinte años más jóvenes; los niños fueron catalogados como adultos; los abogados, médicos e ingenieros estaban registrados como metalúrgicos, mecánicos y dibujantes, todos oficios considerados esenciales para la producción de guerra. Se salvaron innumerables vidas de esta manera, ya que los trabajadores estaban protegidos de las comisiones de exterminio que escudriñaban periódicamente los registros de Schindler.

Al mismo tiempo, la mayoría de los trabajadores no sabían que Schindler pasaba las tardes junto a muchos de los oficiales locales de las SS y la Wehrmacht, cultivando amigos influyentes y fortaleciendo su posición siempre que era posible. Su fácil encanto pasaba por franqueza, y su personalidad y aparente confiabilidad política lo hicieron popular en los círculos sociales nazis en Cracovia.

Stern no se dejó impresionar por el aire de seguridad. Todos estaban haciendo equilibrio en el borde de un volcán, lo sabía. Desde detrás de su alta mesa de contador podía ver el despacho de Schindler a través de la puerta de cristal. "Casi todos los días, desde la mañana hasta la noche, funcionarios y otros visitantes venían a la fábrica y me ponían nervioso. Schindler solía servirles vodka y bromeaba con ellos. Cuando se iban, me invitaba a entrar, cerraba la puerta y luego, me decía en voz baja para qué habían venido. Él les decía que sabía cómo hacerles trabajar más a estos judíos y que quería que le trajeran más. Fue así que conseguimos meter familias y parientes todo el tiempo y salvarlos de la deportación". Schindler nunca dio explicaciones ni se reveló como un antifascista, pero gradualmente Stern comenzó a confiar en él.

SCHINDLER mantuvo vínculos personales con "sus judíos", especialmente con los que trabajaban en la oficina de la fábrica. Uno era el hermano de Itzhak Stern, el Dr. Nathan Stern, hoy un miembro respetado de la pequeña comunidad judía de Polonia. El Magister Label Salpeter y Samuel Wulkan, ambos miembros de alto rango del movimiento sionista polaco, eran los otros dos. Junto con Stern, eran parte de un grupo de enlace con el movimiento clandestino exterior. Pronto se les unió un hombre llamado Hildegeist, ex líder del Sindicato de Trabajadores Socialistas en su Austria natal, quien, después de tres años en Buchenwald, había sido contratado en la fábrica como contador. Estas actividades fueron lideradas por un trabajador de la fábrica, el ingeniero Pawlik, que posteriormente se reveló como un oficial de la clandestinidad polaca.

El propio Schindler no jugó un papel activo en todo esto, pero su protección cobijó al grupo. Es dudoso que estos pocos hombres tuviera influencia en una resistencia efectiva pero el grupo mismo cohesionó a los Schindlerjuden y los entrenó en una disciplina que más tarde resultaría útil.

Mientras amigos y padres en el gueto eran asesinados en las calles o morían de enfermedades o eran enviados a la cercana Auschwitz, la vida diaria en la fábrica continuó en tono menor hasta 1943. Entonces, el 13 de marzo, llegó la orden de cerrar el gueto de Cracovia. Todos los judíos fueron trasladados al campo de trabajos forzados de Plaszów, en las afueras de la ciudad. Se trataba de una serie de instalaciones en expansión que incluía campos subordinados, donde las experimentadas víctimas del terrible gueto de Cracovia encontraron condiciones aún más terribles. Cientos de prisioneros sufrían y morían o eran trasladados a Auschwitz. La orden de completar el exterminio de los judíos ya se había dado y había manos dispuestas llevarlo a cabo de la manera más eficiente y rápida posible.

Stern, junto con los otros trabajadores de Schindler, también habían sido trasladados a Plaszów pero, igual que otros 25.000 reclusos que habitaban el campo y trabajaban fuera, continuaron pasando sus días en la fábrica. Un día Stern se enfermó gravemente y le envió un mensaje a Schindler pidiendo ayuda con urgencia. Llegó de inmediato, con medicamentos esenciales y continuó sus visitas hasta que Stern se recuperó. Pero lo que había visto en Plaszów lo había dejado helado.

Tampoco le gustaba el giro que habían tomado las cosas en su fábrica.

Cada vez más indefenso ante los frenéticos odiadores y destructores de judíos, Schindler vio que ya no podía bromear con facilidad con los funcionarios alemanes que venían de inspección. El doble juego se estaba volviendo más difícil. Los incidentes sucedían cada vez con más frecuencia. En una ocasión, tres hombres de las SS entraron al piso de la fábrica sin previo aviso, discutiendo entre ellos. “Les digo que el judío es incluso inferior que un animal", decía uno. Luego, sacando su pistola, ordenó al trabajador judío más cercano que dejara su máquina y recogiera una basura del suelo. "Cómelo", ladró, agitando su arma. El hombre tembloroso se atragantó mientras lo hacía. "Ves lo que quiero decir", explicó el hombre de las SS a sus amigos mientras se alejaban. "Comen cualquier cosa. Incluso un animal nunca haría eso".

En otra ocasión, durante una inspección realizada por una comisión oficial de las SS, la atención de los visitantes fue captada por la visión del anciano judío Lamus, que se arrastraba por el patio de la fábrica en un estado de depresión total. El jefe de la comisión preguntó por qué el hombre estaba tan triste y le explicaron que Lamus había perdido a su esposa y a su único hijo unas semanas antes durante la evacuación del gueto. Profundamente conmovido, el comandante reaccionó ordenando a su ayudante que disparara contra el judío "para que pudiera reunirse con su familia en el cielo", luego soltó una carcajada y la comisión siguió adelante. Schindler permaneció de pie junto a Lamus y el ayudante.

—Deslízate los pantalones hasta los tobillos y empieza a caminar —le ordenó el ayudante a Lamus. Aturdido, el hombre hizo lo que le dijeron.

"Estás interfiriendo con toda mi disciplina aquí", dijo Schindler desesperadamente. El oficial de las SS se burló. Pero Schindler insistió:

"La moral de mis trabajadores se verá afectada. La producción de der Vaterland se verá afectada". El oficial sacó su arma.

"Una botella de aguardiente si no le disparas", casi gritó Schindler, que ya no pensaba racionalmente.

“¡Perfecto!” y para su asombro, el hombre obedeció, sonriendo guardó el arma y tomó del brazo al conmovido Schindler y fueron a la oficina para recoger su botella. Y Lamus, arrastrando los pantalones por el suelo, siguió arrastrando los pies por el patio, esperando con desesperación la bala en la espalda que nunca llegó.

La creciente frecuencia de tales incidentes en la fábrica y lo que había visto en el campo de Plaszów probablemente fueron los responsables de que Schindler adoptara un papel antifascista más activo. En la primavera de 1943, dejó de preocuparse por la producción de electrodomésticos esmaltados para los cuarteles de la Wehrmacht y comenzó la conspiración, el manejo de hilos, el soborno y la astucia ante la burocracia nazi que finalmente salvaría tantas vidas. Es en este punto que comienza la verdadera leyenda. Durante los dos años siguientes, la obsesión siempre presente de Oskar Schindler fue cómo salvar al mayor número de judíos de la cámara de gas de Auschwitz, a sólo sesenta kilómetros de Cracovia.

Su primer paso ambicioso fue intentar ayudar a los hambrientos y aterrorizados prisioneros de Plaszów. Otros campos de trabajo en Polonia, como Treblinka y Majdanek, ya habían sido cerrados y sus habitantes exterminados. Plaszów parecía condenado. A instancias de Stern y el grupo de  la “oficina interna", Schindler convenció una noche a uno de sus compañeros de bebida, el general Schindle, sin parentesco alguno, pero bien ubicado como jefe del equipo de armamentos en Polonia, que los talleres de campo de Plaszow serían ideales para la producción de guerra realizados en serie. Hasta enconos solo se usaban para la reparación de uniformes. El general aceptó la idea y ordenó envíos de madera y metal para el campo. Como resultado, Plaszow se transformó oficialmente en un "campo de concentración" esencial para la guerra. Y aunque las condiciones apenas mejoraron, salió de la lista de campos de trabajo que estaban siendo eliminados. Temporalmente al menos, los fuegos de Auschwitz fueron privados de más combustible.

Ese paso también ubicó a Schindler en una buena posición ante el comandante de Plazów, el Hauptsturmführer Amon Goeth, quien, con el cambio, elevó su estatus a una nueva dignidad. Cuando Schindler solicitó que los judíos que continuaban trabajando en su fábrica fueran trasladados a su propio subcampo cerca de la planta "para ahorrar tiempo en llegar al trabajo", Goeth accedió. A partir de ese momento, Schindler descubrió que podía introducir alimentos y medicinas de contrabando en los barracones con poco peligro. Los guardias, por supuesto, fueron sobornados, y Goeth nunca descubriría los verdaderos motivos de la petición de Schindler. 

Schindler comenzó a tomar mayores riesgos. Interceder por los judíos que fueron denunciados por un "delito" u otro era un hábito peligroso a los ojos de los fascistas, pero Schindler ahora comenzó a hacer esto casi con regularidad. "Dejen de matar a mis buenos trabajadores", era su técnica habitual. "Tenemos una guerra que ganar. Estas cosas siempre se pueden resolver más tarde". La artimaña tuvo éxito suficiente para salvar docenas de vidas.

Una mañana de agosto de 1943, Schindler fue el anfitrión de dos visitantes sorpresa que le había enviado la organización clandestina que la agencia de bienestar judía estadounidense, el Comité Judeo Americano de Distribución Conjunta, conocido como el Joint, que operaba entonces en la Europa ocupada. Satisfecho de que los hombres hubieran sido enviados por el Dr. Rudolph Kastner, jefe del aparato secreto del Joint cuya cabeza estaba bajo precio en Budapest, Schindler llamó a Stern. "Hable con franqueza a estos hombres, Stern", dijo. Hágales saber lo que ha estado pasando en Plaszów.

“Queremos un informe completo sobre las persecuciones antisemitas”, dijeron los visitantes a Stern. "Escríbanos un informe completo".

“Adelante”, instó Schindler. “Son suizos. Es seguro. Puedes confiar en ellos. Siéntate y escribe".

Para Stern, el riesgo era inútil y temerario, y lo puso en alerta. Dirigiéndose enojado a Schindler, le preguntó: "Schindler, dime francamente, ¿no es esto una provocación? Es muy sospechoso".

Schindler, a su vez, se enojó por la repentina desconfianza de Stern. "¡Escriba!” le ordenó. Stern tenía pocas opciones. Escribió todo lo que se le ocurrió, mencionó los nombres de los vivos y de los muertos, y redactó la larga carta que, años después, descubrió que había circulado ampliamente y ayudó a disipar las incertidumbres en los corazones de los familiares de las víctimas repartidos por todo el mundo fuera de Europa. Y cuando posteriormente desde la clandestinidad recibió cartas de respuesta desde América y Palestina, se desvaneció cualquier duda que aún pudiera tener sobre la integridad o el juicio de Oskar Schindler.

La vida en la fábrica de Schindler continuó.

Algunos de los hombres y mujeres más débiles murieron, pero la mayoría continuó obstinadamente con sus máquinas, produciendo objetos esmaltados para el ejército alemán. Schindler y su círculo "interior de la oficina" de cautelosos pasaron a aprensivos, preguntándose cuánto tiempo podrían continuar con el juego de engaño. El propio Schindler seguía encontrándose con oficiales locales pero el cambio de rumbo que siguió a Stalingrado y la invasión de Italia,  descontroló los ánimos. Una firma en un papel podría enviar a los trabajadores judíos a Auschwitz y a Schindler junto con ellos. El grupo se movió con sumo cuidado, aumentó los sobornos a los guardias del campo; la fábrica luchó por sobrevivir gracias a los alimentos y medicamentos que Schindler introducía de contrabando. El año 1943 volvió 1944. Diariamente, la vida terminaba para miles de judíos polacos. Pero los Schindlerjuden, para su propia sorpresa, seguían vivos.

En la primavera de 1944, la retirada alemana en el frente oriental ya era un hecho. Se ordenó vaciar Plaszów y todos sus subcampos. Schindler y sus trabajadores no se hacían ilusiones sobre lo que implicaba mudarse a otro campo de concentración. Había llegado el momento de que Oskar Schindler jugara su carta de triunfo, una apuesta atrevida que había ideado de antemano.

Comenzó su trabajo sobre sus compañeros de trasnochadas, sus contactos en los círculos militares e industriales de Cracovia y Varsovia. Sobornó, engatusó, suplicó, trabajó desesperadamente contra el tiempo y luchó contra lo que todos le aseguraron que era una causa perdida. Se subió a un tren y vio gente en Berlín. Y persistió hasta que alguien, en algún lugar de la jerarquía, tal vez impaciente por terminar con ese negocio aparentemente insignificante, finalmente le dio la autorización para trasladar una fuerza de 700 hombres y 300 mujeres del campo de Plaszów a una fábrica en Brněnec en su Sudetenland natal. La mayoría de los otros 25.000 hombres, mujeres y niños en Plaszów fueron enviados a Auschwitz, para encontrar allí el mismo final de varios millones de judíos. Pero gracias a los esfuerzos obstinados de un hombre mil judíos se salvaron temporalmente de esa gran calamidad. Mil seres humanos medio muertos de hambre, enfermos y casi destrozados vieron conmutada su sentencia de muerte conmutada por un indulto milagroso.

Resultó que el traslado de la fábrica polaca a las nuevas instalaciones en Checoslovaquia no transcurrió sin incidentes. Un lote de cien salió directamente en julio de 1944 y llegó sano y salvo a Brněnec. Otros, sin embargo, encontraron su tren desviado sin previo aviso hacia el campo de concentración de Gross-Rosen, donde muchos fueron golpeados y torturados y donde todos fueron obligados a pararse en filas regulares en el gran patio, sin hacer absolutamente nada más que ponerse y quitarse la ropa de manera uniforme durante todo el día. Finalmente, Schindler una vez más demostró tener éxito en mover los hilos. A principios de noviembre, todos los Schindlerjuden se unieron nuevamente en su nuevo campo.

Y hasta la liberación en la primavera de 1945 continuaron burlando a los nazis en el peligroso juego de permanecer con vida. Aparentemente, la nueva fábrica estaba produciendo piezas para bombas V2, pero, en realidad, la producción durante esos diez meses entre julio y mayo fue absolutamente nula.

Los judíos que escaparon de los transportes y luego evacuaron Auschwitz y los otros campos más orientales antes de que los rusos se aproximaran encontraron allí refugio sin hacer preguntas. Schindler incluso pidió descaradamente a la Gestapo que le enviara a todos los fugitivos judíos interceptados: "en interés", dijo, "de continuar la producción bélica". Cien personas más se salvaron de esta manera, incluidos judíos de Bélgica, Holanda y Hungría. “Sus hijos” alcanzó la cifra de 1.098: 801 hombres y 297 mujeres.

Los Schindlerjuden a estas alturas dependían completamente de él y temían su ausencia. Su compasión y sacrificio fueron mayúsculos. Gastó todo el dinero que aún le quedaba y también cambió las joyas de su esposa por comida, ropa y medicinas, y por bebida con la que sobornar a los  de las SS. Equipó un hospital secreto con equipo médico robado y conseguido por el mercado negro, luchó contra epidemias y una vez hasta hizo un viaje de 450 kilómetros cargando dos enormes frascos llenos de vodka polaco y llevándolos llenos de medicamentos que se necesitaban 

En la fábrica, se comenzaron a fabricar falsos sellos de goma, documentos militares de viaje y los documentos oficiales especiales necesarios para proteger la entrega de alimentos comprados ilícitamente. Guardaron y ocultaron uniformes y armas nazis, junto con municiones y granadas de mano, preparados para cualquier eventualidad. Los riesgos aumentaron y creció la tensión. Sin embargo, Schindler pareció haber mantenido un equilibrio prácticamente inquebrantable. "Quizás me había vuelto fatalista", dice ahora. "O tal vez solo tenía miedo del peligro que vendría una vez que los hombres comenzaran a perder la esperanza y actuaran precipitadamente. Tenía que mantenerlos llenos de optimismo".

Pero hubo dos grandes sustos que perturbaron su normal calma durante los constantes peligros de esos meses. La primera fue cuando un grupo de trabajadores, queriendo tontamente expresar gratitud, le dijeron que habían escuchado una transmisión ilegal de radio con la promesa de que se nombraría "Oskar Schindler Strasse". a una calle en la Palestina de la posguerra. Durante días esperó a que viniera la Gestapo hasta que 

El otro ocurrió durante una visita del comandante local de las SS. Como era costumbre, el oficial se sentó en la oficina de Schindler bebiendo vaso tras vaso de vodka y emborrachándose rápidamente. Viéndolo tambalear peligrosamente cerca de una escalera de hierro que conducía al sótano, Schindler, cedió repentinamente a la tentación con uno de sus raros actos no premeditados. Le dio un ligero empujón, luego un aullido y un ruido sordo desde el fondo. Pero el hombre no estaba muerto. Al regresar a la habitación, con sangre en su cuero cabelludo, gritó que Schindler le había disparado, y mientras salía corriendo lo maldijo con rabia  diciendo: "No vivirás hasta la liberación, Schindler. No creas que nos engañas. ¡Tú mismo perteneces a un campo de concentración, junto con todos tus judíos!".

Schindler entendía a "sus hijos" y empatizaba con sus miedos. Le habían dado una villa, cerca de la fábrica, bellamente amueblada desde la que se veía la longitud del valle del pequeño pueblo checo. Pero como los SS podían llegar tarde en la noche, Oskar y Emilie Schindler nunca pasaron una sola noche en la villa, sino que durmieron en una pequeña habitación en la propia fábrica.

Cuando algún judío moría, era enterrado en secreto con ritos completos a pesar de la orden nazi de cremarlos. Las fiestas religiosas se observaban clandestinamente y ese día se entregaban raciones adicionales de alimentos conseguidas en el mercado negro.

De entre las historias y anécdotas que alimentaron la leyenda que los Schindlerjuden repiten en los cuatro continentes es la que ilustra gráficamente el papel adoptado por Schindler como protector y salvador en medio de la indiferencia general y amoral. Justo en el momento en que el imperio nazi se estaba derrumbando, una llamada telefónica desde la estación de tren una noche le preguntó a Schindler si le importaba aceptar la entrega de dos vagones de tren llenos de judíos casi congelados. Los vagones habían sido cerrados por congelación a una temperatura de -15 grados y contenían casi cien hombres enfermos que habían estado encerrados desde que el tren había sido enviado desde Auschwitz diez días antes a una fábrica dispuesta a recibirlos. Pero, cuando se le informó de la condición de los prisioneros, ninguna los aceptó. "¡No estamos dirigiendo un sanatorio!" era la respuesta habitual. Schindler, asqueado por la noticia, ordenó que el tren se enviara a la fábrica de inmediato.

Era impresionante verlo. Se había formado hielo en las cerraduras y hubo que abrir los vagones con hachas y sopletes de acetileno. En el interior, los miserables despojos de esos seres humanos estaban rígidos y congelados. Hubo que sacar a cada uno como si fuera un esqueleto con carne congelada. Trece estaban indudablemente muertos, pero los demás aún respiraban.

A lo largo de esa noche y durante muchos días y noches siguientes, Oskar y Emilie Schindler y los trabajadores se encargaron sin descanso de los esqueletos congelados y hambrientos. Una gran sala de la fábrica se vació con ese fin y, aunque tres hombres más murieron, con el cuidado, el calor, la leche y la medicina, los otros se recuperaron gradualmente. Todo esto se había hecho en secreto, manteniendo a los guardias de la fábrica debidamente sobornados como de costumbre. La convalecencia de los hombres también tenía que efectuarse en secreto para que no fueran fusilados como inválidos inútiles. Más tarde se convirtieron en parte de la fuerza laboral de la fábrica y se unieron a los demás en la tarea de fingir una producción de guerra.

Así era la vida en Brněnec hasta que la llegada de los victoriosos rusos el 9 de mayo puso fin a la constante pesadilla. El día anterior, Schindler había decidido que tendrían que deshacerse del comandante local de las SS en caso de que de repente recordara su amenaza de borracho y tuviera alguna idea desesperada de último momento. La tarea no fue difícil, porque los guardias ya habían comenzado a salir del pueblo presos del pánico. Desenterrando sus armas escondidas, un grupo salió de la fábrica a altas horas de la noche, encontró al oficial de las SS bebiendo hasta el olvido en su habitación y le disparó desde afuera de su ventana. Temprano en la mañana, una vez seguros de que sus trabajadores finalmente estaban fuera de peligro y de que todo estaba en orden para enfrentar a los rusos, Schindler, Emilie y varios más desaparecieron discretamente y no se supo de ellos hasta que aparecieron, meses después, en la Zona Estadounidense de Austria. Schindler sabía que, como propietario de una fábrica alemana de mano de obra esclava, mejor no arriesgarse a que las tropas rusas le dispararan sospechando de sus referencias personales o sus puntos de vista sobre el régimen fascista.

En los cuatro años que siguieron, los Schindlerjuden recuperaron su salud y se dispersaron por muchos países. Algunos se unieron a familiares en Estados Unidos, otros encontraron su camino, legal o ilegalmente, yendo a Israel, Francia y América del Sur. La mayoría regresó a Polonia, pero muchos de ellos se marcharon de nuevo y comenzaron la vida de las personas desplazadas (DP) en los numerosos campos de la UNRRA en Alemania. La mayoría inevitablemente perdió el contacto con su buen amigo Oskar Schindler.

Para él, la vida cotidiana se volvió difícil e inestable. Como alemán de los Sudetes, no tenía futuro en Checoslovaquia y, al mismo tiempo, ya no podía soportar la Alemania que una vez había amado. Durante un tiempo intentó vivir en Ratisbona. Más tarde se mudó a Munich donde dependía en gran medida de los paquetes de Care que le enviaban desde Estados Unidos algunos de los Schindlerjuden, pero era demasiado orgulloso para suplicar más ayuda. Las organizaciones benéficas judías polacas lo rastrearon, lo descubrieron necesitado y trataron de brindársela incluso en medio de todos sus amargos problemas de posguerra. Finalmente, la cuestión de efectuar algún tipo de compensación fue delegada al Joint.

Empezó a recibir de este organismo una ración completa de comida y cigarrillos, mientras vivía como cualquier desplazado judío del país y sobrevivía mientras buscaba una mejor solución. Se volvió tan anti-alemán en sus sentimientos como cualquiera de los DP judíos que ahora se convirtieron en sus únicos amigos. Y demostró ser útil para las autoridades estadounidenses, aunque atrajo un montón de hostilidad peligrosa sobre su propia cabeza, al presentar a la potencia ocupante una documentación detallada sobre sus antiguos compañeros de bebida, sobre los viciosos dueños de las otras fábricas de esclavos que habían estado cerca, todo sobre su grupo podrido con el que había bebido y al que había adulado para salvar las vidas de personas indefensas.

Tal es la historia de Schindler que hoy cuentan más de mil personas en muchos países diferentes. La pregunta desconcertante que queda es qué hizo funcionar a Oskar Schindler. Es dudoso que alguno de los Schindlerjuden haya descubierto la verdadera respuesta. Uno de ellos supone que lo motivó en gran medida la culpa, ya que parece seguro suponer que, para ganarse una fábrica en Polonia y la confianza de los nazis, debe haber sido miembro —quizás uno importante— del Partido Alemán de los Sudetes, el movimiento fascista de antes de la guerra en Checoslovaquia. Otro está de acuerdo con esta hipótesis pero la reformula en base a un rumor. Schindler se separó por primera vez de los nazis, dice este teórico, cuando un joven e impetuoso soldado de asalto alemán entró en su casa y golpeó salvajemente a su esposa, Emilie, frente a él durante la marcha de 1938 hacia los Sudetes.

Las investigaciones en Checoslovaquia han producido más confusión que esclarecimiento. Un testigo, Ifo Zwicker, no solo estaba entre los judíos a los que Schindler salvó, sino que, por una feliz coincidencia, había vivido durante años en Zwittau, su lugar de nacimiento y  también ña ciudad natal de Schindler. Sin embargo, después de confirmar con entusiasmo la ahora familiar saga de Schindler, Zwicker solo pudo agregar incertidumbre: "Como ciudadano de Zwittau, nunca lo habría considerado capaz de todas estas hazañas maravillosas. Antes de la guerra, todos aquí lo llamaban Gauner [estafador o vivillo]". Pero, ¿era un Gauner tan vivo que se había convertido en antifascista porque suponía que los nazis estaban condenados? Difícilmente se sabrá la respuesta que explique una conversión en 1939 o 1940 que lo llevó a  un centenar de graves riesgos de muerte rápida si era descubierto.

La única conclusión posible parece ser que las hazañas excepcionales de Oskar Schindler surgieron de ese sentido elemental de decencia y humanidad en el que nuestra era sofisticada rara vez cree sinceramente. Un oportunista arrepentido vio la luz y se rebeló contra el sadismo y la criminalidad vil que lo rodeaba. La inferencia puede ser simple y desilusionante, especialmente para los psicoanalistas aficionados que preferirían encontrar un motivo más profundo y misterioso que queda, es cierto, sin investigar ni valorar. Pero una hora con Oskar Schindler estimula a a creer en la respuesta simple.

Hoy, a los cuarenta años, Schindler es un hombre de una honestidad convincente y un encanto extraordinario. Alto y erguido, de hombros anchos y un tronco poderoso, suele tener una sonrisa alegre en su rostro fuerte. Sus ojos francos, de azul grisáceo, también sonríen, excepto cuando se tensan por la angustia al hablar del pasado. Entonces toda su mandíbula sobresale de manera belicosa y aprieta sus grandes puños que golpea con furia lenta. Cuando ríe, es una risa infantil y cordial, que todos sus oyentes disfrutan al máximo. "Es su personalidad más que cualquier otra cosa lo que nos salvó", comentó una vez uno del grupo.

Hace unos meses, los esfuerzos que muchas personas finalmente dieron sus frutos. Después de años de intentarlo, el Joint recibió la autorización para su salida definitiva de Alemania. La organización le entregó una subvención en efectivo, una visa para Argentina y un boleto de barco, y lo ayudó a poner fin a la confusión y la pobreza de los años de la posguerra. Oskar y Emilie Schindler abordarán un barco en Génova y navegarán hacia su futuro desconocido. Muchos de "sus hijos" esperan en Sudamérica para saludarlos.

Varios meses después, los Schindler llegaron a Argentina, pero la vida de posguerra de Oskar fue un desastre. Se separaron en 1957 y tuvo luego repetidos fracasos comerciales. Al regresar a Alemania Occidental después de la ruptura de su matrimonio, fue dependiendo cada vez más de las limosnas de los siempre agradecidos Schindlerjuden. Cuando murió en 1974, sus hazañas durante la guerra aún no habían sido ampliamente descritas, aunque fueron reconocidas en Israel, donde Oskar Schindler fue declarado Gentil Justo Entre Las Naciones y donde sus restos, transportados desde Frankfurt, fueron enterrados en un cementerio en el Monte Sión en Jerusalén. Por lo que Thomas Keneally pudo descubrir, él era el único miembro del Partido Nazi tan honrado.

fuente http://writing.upenn.edu/~afilreis/holocaust_new/steinhouse.php

Traducción Diana Wang.

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Quien lo ha dado a publicidad ahora es Stanley Diamond en:

La nota original poco conocida que cuenta la historia de Oskar Schindler. Dice:

Me gustaría referirme a otro aspecto de la historia de Oskar Schindler desconocido por la mayoría del público. Solo un periodista conocía bien a Oskar y escribió su historia mucho antes que Thomas Keneally escribió "El arca de Schindler". Ese periodista es el difunto habitante de Montreal, Herbert Steinhouse, en aquel  momento, el corresponsal de noticias de Europa occidental para la Compañía Canadian Broadcasting.

El artículo que escribió en 1949 permaneció intacto en sus voluminosos archivos durante 45 años después de que fuera rechazado por Atlantic Monthly y varias otras revistas importantes... pocas personas querían escuchar entonces historias sobre “buenos alemanes”. Finalmente accedió a la publicación del artículo original después de ver la película de Spielberg  con el placer de ver que este director había capturado las esencias del hombre y no le había dado a la historia un tratamiento hollywoodense lavado.

Fue publicado en la revista canadiense "Saturday Night": http://writing.upenn.edu/~afilreis/holocaust_new/steinhouse.php

Tras la publicación en "Saturday Night", Steinhouse fue entrevistado en Noticias de la noche en Canadá: https://youtu.be/XGSzuNNImGY.

Los archivos de Steinhouse están ahora en los Archivos Nacionales Canadienses y comienza con su biografía https://data2.archives.ca/pdf/pdf001/p000000741.pdf) que en parte dice: "La aparición de la película de Steven Spielberg "La lista de Schindler" en 1993 convenció que le presentara su antiguo manuscrito “El alemán que salvó mil vidas”, escrito medio siglo antes, a la revista “Saturday Night”. Su publicación como “The Real Oskar Schindler” trajo a Steinhouse un reconocimiento tardío como el periodista que había descubierto por primera vez la historia de Schindler y cuya ardua investigación respaldó las afirmaciones de la película y la novela "ficticias". El artículo fue traducido y reimpreso en todo el mundo.”

En aras de la divulgación completa, el difunto Herbert y yo somos primos hermanos.

Stanley Diamond, HSH (Montreal), Z’L .

Nota personal: falleció en 2017, era genealogista y tuvimos varios intercambios. Diana Wang

Los judíos y la pizza

“¿En qué se diferencian los judíos de la pizza?” preguntó la profesora Irene García Méndez en una clase virtual que dictó desde el Centro de Estudios Superiores San Ángel de la ciudad de México. Ante el estupor y el silencio de los alumnos, ella misma respondió diciendo “que las pizzas no gritan cuando se las mete al horno”. 

En abierta señal de oposición una alumna dejó la clase y el video, con el supuesto chiste, se viralizó inmediatamente. La profesora lo justificó diciendo que su intención había sido aligerar la clase. Pero la Universidad reaccionó rápidamente y comunicó su oposición ante semejante contenido e informó que la profesora había dejado de ser parte del plantel docente.

¿Qué nos dice de la profesora el dudoso chiste? Que es tonta, insensible, ignorantte y/o antisemita. Tonta porque no hay nada de gracioso en la idea de resistirse a ser metido en el horno. Insensible porque parece no advertir que está hablando de personas. Ignorante porque los judíos no llegaban vivos a los hornos, no gritaban allí sino en las cámaras de gas. Y antisemita porque banaliza y se burla de ese asesinato industrial perpetrado por el nazismo. ¿Cuál es la gracia finalmente? Solo entre tontos, insensibles, ignorantes y antisemitas podría tal vez tener algún viso de gracioso. Los mismos que le contaron el supuesto chiste y que ella difundió suelta de cuerpo.

Llama la atención que lo haya dicho en una clase que se estaba grabando, o sea que se sentía impune o bien no se daba cuenta de lo que estaba diciendo. Impune porque creía que lo que decía no iba a ser objetado creyendo que tal vez era lo que pensaban todos. Y si no se daba cuenta del alcance de lo que decía, ahí va lo de tonta.

Pero junto con este desaguisado tenemos la respuesta de la universidad que no esperó demasiado para hacerse oír. Me parece que es un ejemplo que más de una institución debería atender y seguir. Cuando un miembro comete una falta que no coincide con la posición institucional y la agravia, aceptarlo es ser cómplice. Mantenerlo en su puesto es ser cómplice. Hacerse el distraído con excusas poco creíbles es ser cómplice. 

El canciller sabía que Mohsen Rezai iba a estar en la re asunción de Ortega en Managua. El embajador también lo sabía. Dada la gravedad del hecho lo debería haber sabido el presidente. Según el protocolo de eventos internacionales todos saben quién estará, dónde se sentará, qué hará y con quién se sacará la foto. Nada sucede sorpresivamente y sin el acuerdo con los gobiernos.  

Si al embajador lo retaron, si lo mandaron al rincón y le pusieron orejas de burro, si lo echaron de la clase y le hicieron repetir el grado, no lo sabemos porque sigue ahí, representado a nuestro país. Su conducta no parece haber merecido la expulsión del servicio diplomático aún cuando departió amigablemente con un terrorista buscado internacionalmente como parte de los que planearon el ataque a la AMIA, el mayor atentado que sufrió nuestro país. El gobierno argentino no hizo lo que la universidad mexicana con su profesora chistosa. Hubo solo palabras. Pero, sin la conducta consecuente son palabras sin respaldo, como nuestro pobre peso. Emitir declaraciones altisonantes es barato pero son sonidos vacíos, devaluados y fraudulentos. Son, como el mal chiste de la profesora pescada in fraganti, una burla con muy mal olor.  Y la ligera disculpa vacua y tardía implica la idea del gobierno de que nos encanta tragar sapos, que somos tontos y nos encanta creer en espejitos de colores.   

Envié el texto a Clarin pero no fue aceptado. Escribí una nueva versión quitando la mención explícita de nuestros funcionarios, pero al final, decidí no mandarlo. Hela aquí:

Los judios y la pizza.

“¿En qué se diferencian los judíos de la pizza?” preguntó la profesora Irene García Méndez en una clase virtual que dictó desde el Centro de Estudios Superiores San Ángel de la ciudad de México. Ante el estupor y el silencio de los alumnos, su respuesta sumó indignación: “la diferencia con los judíos es que las pizzas no gritan cuando se las mete al horno”. 

En abierta señal de oposición con el supuesto chiste una alumna dejó la clase y el video se viralizó inmediatamente. La profesora lo justificó con el argumento de que lo había hecho con la intención de “aligerar la clase”.  Afortunadamente la Universidad tuvo una rápida y drástica reacción, emitió un comunicado en el que expresó su firme oposición ante semejante contenido e  informó que la profesora había dejado, inmediatamente, de ser parte del plantel docente.

La profesora de marras con su desdichado “chiste ligero” que nos deja boquiabiertos nos invita a preguntarnos qué tipo de persona es. Probablemente se trata de una persona tonta, insensible, ignorantte y/o antisemita. Una, varias o las cuatro cosas. Tonta porque no hay nada de gracioso en la imagen de una persona resistiéndose a ser metida en el horno. Insensible porque parece no advertir que, precisamente, se trata de personas siendo asesinadas de manera cruel. Ignorante porque evidencia no saber que los judíos no gritaban ante los hornos crematorios porque llegaban ya muertos, gritaban en las cámaras de gas. Y antisemita porque banaliza y toma de modo burlón el asesinato industrial perpetrado por el nazismo. ¿Cuál es la gracia finalmente? ¿Quién puede reírse de esto? Solo los  tontos, insensibles, ignorantes y antisemitas podrían ver allí algo gracioso. Los mismos que le contaron el supuesto chiste y que ella difundió suelta de cuerpo.

Obviamente creía que lo que decía no merecía reparo alguno puesto que lo hizo en una clase que estaba siendo grabada. ¿Se sentía impune porque creía que lo que decía no iba a ser objetado creyendo que tal vez era lo que pensaban muchos? ¿Es tan potente el antisemitismo, está tan naturalizado, que no se dio cuenta del alcance de lo que estaba diciendo creyendo que era chistoso y ligero hablar de judíos a punto de ser asesinados? 

Pero el hecho tiene otro aspecto digno de mención y que dibuja lo sucedido de otra manera. Junto con el pesado “chiste” de la docente tonta-ignorante-insensible-antisemita, la reacción de la universidad que no esperó demasiado para hacerse oír resulta un modelo de respuesta, un ejemplo que más de una institución debería atender y seguir. Cuando un miembro comete una falta que no coincide con la posición de la organización a la que pertenece y la agravia, dejarlo pasar, no reaccionar con presteza, aceptar que siga siendo parte es convalidar, es ser cómplice. 

Toda persona tiene el derecho de decir o hacer, hasta ciertos límites,  lo que le place. La organización a la que pertenece tiene el derecho de decidir qué hacer con eso, cuál es su reacción y su posición respecto de lo sucedido.

Callar es consentir. Responder tibiamente es consentir. Esgrimir pretextos es consentir. Mantener a la persona en su cargo es consentir. 

La universidad de San Ángel, en una reacción digna de ser imitada por otros organismos, echó a la docente estableciendo así, de modo claro y contundente, que no consentía con lo sucedido, que no era cómplice.