Shoa

¿Cómo pudieron?¿Cómo pudieron?¿Cómo pudieron?

Ariel y Kfir Bibas fueron estrangulados por sus captores gazatíes. 

¿Cómo pudieron?

En todas las formas de vida la protección de las crías, regulada por mecanismos neurobiológicos, es un imperativo que promueve el cuidado de los más vulnerables. Los animales pueden matar a sus crías por cuestiones de supervivencia, escasez de recursos o selección natural. Algunos humanos, por el contrario, asesinan a los niños por ideologías o por odio, una constante en conflictos bélicos y genocidios. El reflejo genéticamente programado que garantiza la supervivencia de la especie y ante cualquier peligro o el mero llanto de un bebé activa regiones del cerebro asociadas con la empatía y la respuesta urgente se desactiva en esas circunstancias. El mandato biológico supremo es violado y ese ser frágil y desvalido no llegará a adulto. Asesinar a un niño, a un bebé y, como en el caso de los Bibas, hacerlo con las propias manos, requiere quebrantar y bloquear el reflejo genético que asegura la continuidad de la vida con la protección del indefenso. Para asesinar, la víctima debe ser vista como enemigo. ¿Cómo ver a un bebé, a un niño pequeño, como enemigo a ser aniquilado? En su asesinato se aniquila la humanidad y la empatía, se pierde la conexión con la especie.

En guerras, matanzas y genocidios los más débiles y vulnerables son las víctimas obligadas.  Durante el Holocausto, al exterminio sistemático de los judíos se sumaron actos perpetrados contra los más chicos que, en algunos casos, eran tomados por los pies y arrojados contra una pared "para no desperdiciar una bala". ¿En qué está pensando la mano asesina en ese momento? ¿Cómo justifica ante sí semejante atrocidad? 

Mis padres sobrevivieron a la Shoá ocultados por una familia cristiana en un ático donde debían guardar silencio absoluto para evitar ser denunciados. Pero tenían un hijo de poco más de dos años que pondría en peligro a todos si lloraba, estornudaba o emitía algún sonido. No tuvieron otra salida que confiarlo a otra familia para asegurar que, al menos él, sobreviviera. Libres de la ocupación nazi, corrieron a buscarlo pero les dijeron que había muerto y que no recordaban dónde lo habían enterrado. Igual que lo sucedido con otros chicos dados en custodia, el ser identificados como judíos por la circuncisión ponía a todos en peligro y seguramente lo asesinaron, por eso no querían revelar donde estaba enterrado. Y me saltan las aterradoras preguntas. ¿Cómo lo hicieron? ¿Lo asfixiaron con una almohada? ¿Lo estrangularon con las manos? ¿Quién lo hizo? ¿Lo hicieron de frente? ¿Lo miraron a los ojos? ¿Cómo pudieron? ¿Cómo pudieron?

Formateados para que las vidas de los bebés y los chiquitos sea preservada, para que puedan llegar a adultos y que nuestra especie continúe, el asesinato de bebés y chiquitos por motivos no biológicos -política, ideología, odio- abre esos y otros interrogantes que no encuentro la manera de responder. 

Y de pronto y en medio del espanto desatado por las hordas asesinas de Hamás el 7 de octubre de 2023 en Israel ese viejo archivo mío volvió a la vida y me enfrentó, otra vez, con el horror, con lo impensable, con lo indecible. 

Las mismas preguntas que siempre me hice respecto de ese hermano que nunca conocí se aplican a Ariel y a Kfir. ¿Cómo los mataron? ¿Apretaron sus cuellitos con las manos? ¿Quién lo hizo? ¿Hubo testigos? ¿Fue mirándolos de frente? ¿Cómo pudieron? ¿Cómo pudieron?¿Cómo pudieron?

Una nueva sorpresa

Parte de lo dicho en la entrevista:

Cuando los soviéticos se chocaron con Auschwitz y los británicos con Buchenwald su shock fue de una sorpresa inédita al ver el grado del horror al que se había llegado; espanto que generó reacciones generalizadas, entre otras cosas, el mentado “nunca más” y las regulaciones de la UN para prevenir genocidios. Hoy vivimos una nueva sorpresa. Luego de los registros y transmisiones en streaming del ataque de Hamás hecho por ellos mismos, la reacción generalizada fue de negación y justificación, no hubo la repulsa esperada y no parecen haber movimientos hacia este “nunca más”. Por el contrario, se produjo un furibundo rebrote del antisemitismo y movimientos de apoyo explícito al terrorismo. Es una nueva sorpresa que nos ha “regalado” la Humanidad y que nos tiene tan desconcertados y amarmotados como cuando se hicieron públicas las fotos de los campos de exterminio. Dos sorpresas que nos interpelan ante las cuales ninguna respuesta es suficiente.

video:

Audio:

Video hecho por chicos de ORT

Cada tanto me llaman de alguna escuela porque tienen que hacer un trabajo sobre la Shoá y me hacen preguntas. Siempre accedo, por supuesto, pero no siempre, aunque lo pido, me mandan el trabajo terminado. Esta vez lo hicieron y el resultado me conmovió. Hicieron un video de 10' en el que tomaron mis respuestas a sus preguntas e hicieron una especia de racconto de mi vida, cada parte con la voz de alguno del equipo lo que da un efecto coral, una especie de ramillete multicolor. Lo acompañaron con fotos que no siempre corresponden a la época pero igualmente me enternecieron hondamente.

Secuestrados hace un año

Mis padres estuvieron escondidos en un altillo minúsculo en la Polonia ocupada por los nazis, aislados del mundo durante dos años, viviendo vaya uno a saber qué situaciones cotidianas, presos del terror y la incertidumbre. Lo único seguro era que si los descubrían serían asesinados. 

Los secuestrados hace un año en Gaza saben que pueden ser asesinados en cualquier momento. También están aislados. También presos del terror y la incertidumbre. ¿Qué pasará afuera? ¿Alguien estará haciendo algo por ellos? Mis padres no sabían nada del mundo exterior tampoco. 

Cuando emergieron del horror, como tantos sobrevivientes, se preguntaron donde estaba el mundo mientras ellos languidecían en ese infierno. ¿Se lo preguntarán también los 101 secuestrados que siguen encerrados en Gaza? 

¿Cuántos estarán vivos? ¿Hubo embarazos en las chicas violadas? Si así fue, ¿qué pasó con esos bebés, cómo incorporarlos a la línea filiatoria? 
Recuerdo lo que me contaban mis padres y no dejo de pensar en las atrocidades que puedan estar pasando. ¿Tienen comida suficiente? ¿Están en un espacio en el que puedan ponerse de pie, estirarse, caminar o están sujetos e inmovilizados? Tanto tiempo encerrados ¿y la ropa? ¿siguen con lo que tenían puesto hace un año? 

¿Están en un sitio habitado o en uno aislado? ¿a cargo de quién? ¿cómo los tratan? ¿Cómo se entretienen? ¿cómo pasan el día, la noche, cada hora, cada minuto, cada segundo? ¿Tienen luz o están a oscuras? ¿Y el baño, cómo atienden sus necesidades? ¿Se alivian allí mismo delante de todos? 

Viviendo una vida habitual que dejó de ser normal, me asalta un cierto enojo conmigo misma cuando me preocupo por pequeñeces. Es desgarrador y me sume en la impotencia estar tan lejos y no poder hacer nada. 

A mi alrededor el mundo sigue andando y la huérfana oscuridad en la que están se fue invisibilizando y son otras las cosas que ocupan los titulares de los diarios, el interés de la gente, la preocupación de los gobiernos. 

Lo que está pasando no es igual que la Shoá pero la intención genocida es la misma. Hay muchas diferencias. Los nazis no guardaban secuestrados como prenda de negociación o escudo de protección, los asesinaban rápidamente; ocultaron su política exterminacionista mientras que en la actualidad es explícita y es fuente de vanagloria y orgullo. 

Ayer no había quien nos defendiera, hoy tenemos un estado que nos respalda y que ha liberado a varios secuestrados y los medios de comunicación nos permiten saber casi instantáneamente mucho más de lo que era posible saber entonces. 

Pero la gran diferencia, la corrosiva, la abyecta, es que después de la Shoá la condición de víctima del pueblo judío frenó la judeofobia histórica y el mundo se condolió con nosotros mientras que hoy, el judío que no se deja matar pasó de ser víctima a ser visto como perpetrador. 

El judío que se defiende y lucha para seguir vivo no despierta simpatías. Se quiere solo al judío muerto. 

Hay guerras que se deben encarar cuando el enemigo amenaza con el exterminio. La guerra contra el nazismo estuvo tan justificada como la que hoy emprende Israel. Atacada por  varios frentes simultáneamente, defiende su propio territorio y, si logra terminar con el islamo-nazismo, defiende los valores que hacen posible la continuidad de la vida y la convivencia del mundo entero. 

Los 101 secuestrados aún prisioneros en Gaza desde hace un año están tan lejos del mundo como estaban mis padres. Los sobrevivientes de la Shoá se preguntaban dónde estaba el mundo, dónde la gente que se condolía con ellos, dónde los gobiernos, dónde los defensores de la justicia y del bien. 

Hoy estamos nosotros, judíos y no judíos, concientes y republicanos, democráticos y humanistas, y en este aniversario marcharemos en todas las latitudes y  clamaremos por su liberación.

Iom Kipur en Mishkan, 12/10/24

¿Es posible el “nunca más”?

¿Hace 30 años del ataque a la AMIA, dos años después del realizado contra la embajada de Israel. Los seguimos llorando. Seguimos clamando por justicia. Seguimos anhelando que los perpetradores, el terrorismo islámico, reciban la pena correspondiente. Es interminable la lista de ataques (ver en rip.to/Wktxw) de esta amenaza a la libertad y la civilización. Además de los dos hechos en nuestro país, menciono unos pocos en otros sitios y en orden cronológico: la operación Entebbe (1976), la destrucción de las torres gemelas (2001), el atentado en Atocha (2004), Charlie Hebdo y Bataclan (2015). Fueron muchos más y  sin límites geográficos: en Europa, América, Asia, África, Australia, el brazo armado y odiador del islamismo radical tiene un alcance infinito. Nadie está a salvo.

No es ningún consuelo saber que el nuestro ha sido uno más de entre centenas y nos encuentra en estado de shock luego de lo que empezó el 7 de octubre y que aún continúa. Israel sigue bajo ataque, defendiéndose y luchando contra este enemigo que se ha propuesto su destrucción. 

Pero no se trata solo la destrucción de Israel, así como la bomba contra la AMIA no fue solo contra los judíos. Ambas situaciones, así como cualquier otro hecho terrorista, no solo asesina a las víctimas, hiere de muerte a la democracia, a la civilización occidental y a todos sus valores. Vemos espantados que gente inteligente, educada y con ideales elevados, renuncia de buen grado a la libertad, al respeto y al republicanismo en defensa de un estado terrorista que no oculta su odio asesino y que tiene sometido a su propio pueblo. 

Este 30° aniversario es particularmente doloroso y desesperanzador no solo porque el crimen sigue impune, sino porque lo que está sucediendo en Israel y la amenaza que nos sobrevuela a todos estemos donde estemos, nos sume en una alerta descorazonadora. Venimos de vivir un período de florecimiento de la vida judía y de su interacción con el resto del mundo que nos hizo creer que por fin el anhelado “nunca más” estaba muy cerca. 

Pues no. Evidentemente no es así. Nuestro escudo defensivo, nuestro maguen david, debe mantenerse esgrimido. 

Veo un paralelo entre esa esperanza del “nunca más” y la espera del mesías. Nuestro mesías es una metáfora. No esperamos a un señor que nos venga a salvar de todo mal. La tradición judía nos enseña a esperarlo a sabiendas de que nunca llegará. La perfección, la felicidad, el nirvana, el paraíso o como sea que uno imagine al ideal mesiánico, es una expectativa utópica destinadas a que sostengamos nuestro esfuerzo por merecerlo. Esperar al mesías implica el arduo trabajo de ser mejores, de superar nuestras imperfecciones, de dar cada día un pasito más hacia lo que está bien para la convivencia humana, un trabajo que no tiene fin. Igual sucede, creo yo, con el anhelo del “nunca más”. Aunque lo clamemos y lo enarbolemos en cada discurso, sabemos que la sociedad humana, igual que cada uno de nosotros, está lejos de ser perfecta. Ni lo será. El “nunca más” seguirá siendo “otra vez”.

Sin embargo, y apelando a nuestra jutzpá tan judía, a esa persistencia que nos permite sobrevivir a cataclismos y desgracias, espero que sigamos dirigiendo nuestros pasos hacia el objetivo mesiánico del “nunca más”, los ojos bien abiertos, el pie firme y la cabeza en alto. Sabemos que se aleja a cada paso, como la línea del horizonte. Pero también sabemos, porque lo recibimos de nuestros padres y nuestros abuelos, que caminando de este modo es ¿Es posi?que seguiremos siendo quienes somos y que nuestros hijos y nietos retomarán nuestros pasos porque cada generación seguirá esperando al mesías que nunca llegará pero seguirá trabajando en sí mismo y en su comunidad para merecerlo. 

Publicado en Mundo Israelita. julio 2024


La matzá también se puede dibujar.

Lushka se despertó temprano. Hacía ya dos años que no veía a su familia, no sabía nada de ellos. Estaba en el orfanato del Padre Boduena, en la parte aria de Varsovia donde la había traído Irena Sendler, la enfermera que venía al gueto con comida y remedios. Se llamaba Libe pero ya se había acostumbrado al nuevo nombre que ocultaba que era judía. 

Como era la más grande colaboraba con las monjas en lo que podía. Ayudó a vestir a los más chicos y consoló a Mietek, de tres años, que siempre lloraba al despertar pidiendo por su mamá. Terminado el desayuno, mientras levantaban la mesa y lavaban los vasos, le dijo a la Hermana Beata que se acercaba el Pésaj. Lo sabía porque había dejado de nevar, hacía menos frío, empezaba la primavera y la luz del día duraba más tiempo. Le contó que en su casa y en todas las casas judías se hacía un séder. Beata nunca había escuchado esa palabra y Lushka le dijo que era una cena que se hacía con la familia, se contaba una historia y se comía matzá. “¿Como la última cena de Jesús?” preguntó la monjita. “¡Claro!” le contestó Lushka, “y mi papá me contó que siempre hacemos dos cenas, la primera y la última porque como los judíos vivimos en distintos lugares y las horas no son las mismas, así estamos seguros de que una de las dos noches estaremos todos haciendo lo mismo”. La explicación le encantó a Beata que siempre había creído que se llamaba última cena porque después lo habían crucificado. Le gustó la idea de festejar esta coincidencia entre judíos y cristianos pero le preocupaba no saber cuándo era la fecha exacta. Lushka la tranquilizó diciendo que no importaba el día sino hacerlo. “Decime qué hace falta” pidió Beata. Le respondió que solo tres cosas, matzá, velas y la keará. ¡Otra palabra que la monja nunca había escuchado! ”Es un plato en el que ponemos cosas para recordar que fuimos esclavos, que un día dejamos de serlo y que deseamos que todos los esclavos puedan hacer lo mismo”. Beata pensó que los pobres chicos que cuidaba eran esclavos de los nazis pero no dijo nada, no quería entristecer a Lushka. Solo dijo que lo único que tenían eran las velas. Y otra vez la sabia chiquita encontró la solución, “no importa” dijo con una ancha sonrisa, “lo podemos dibujar”.

Aparecieron papeles y lápices, incluso algunos de colores, y el triste salón se convirtió en un patio de juegos. Fue una mañana diferente de las mañanas de siempre. Fue una mañana en la que, dibujando, recrearon la historia del éxodo judío y lo hermoso de ser libres. 

Los más chiquitos esbozaron matzot en varias hojas y los más grandes crearon huevos duros, papas hervidas, huesos de pollo, puntitos de sal, perejil y lo que cada uno recordaba que se ponía en la mesa. En el triste comedor de siempre el mantel blanco cubierto con los dibujos de los chicos puso un clima festivo al atardecer de esa primavera incipiente. Las velas hacían brillar los ojitos de los chicos. Los de siete u ocho años se acordaban del Séder en sus casas y del sabor del guefilte fish con jrein. Unos pocos recordaban alguna canción pero fue fácil para Lushka que aprendieran el Jad Gadió que pintó de risas y sonrisas las caritas opacas. Fue una noche diferente a las otras noches en el orfanato. Y cuando todo parecía haber terminado, Beata los sorprendió diciendo que quien encuentre el afikomán (¡había afikomán! ¿cómo se había enterado de eso?) tendría un premio. Salieron corriendo hacia todos los rincones del helado orfanato hasta que se escuchó ¡Lo encontré! y apareció Mariush, de 7 años, que antes de entrar al orfanato se llamaba Moishele, con el dibujo de la matzá como trofeo. Casi sin aliento, esperó expectante recibir el premio prometido. Todos rodeaban a Beata que, como si fuera un mago, sacó del bolsillo de su delantal ¡UNA BANANA!
Mariush no lo podía creer. No se animaba a tocarla. Estiró sus manos con timidez y cuando vio la mirada de los más chicos pidió un cuchillo para darle un poquito a cada uno. Beata lo detuvo y como si tuviera una varita mágica sacó de su bolsillo encantado ¡5 bananas más! ¡Gritos! ¡Alegría! La fiesta fue completa. 

Y Lushka, que en Argentina se llama Luisa, cuenta en cada Séder su hagadá personal, aquel Pésaj en el orfanato con los dibujos y el amor de la hermana Beata. Y siempre que alguien no entiende lo de las bananas, pacientemente responde que era un fruto exótico, un lujo, una golosina deliciosa que todos sabían que existía pero nadie había probado nunca. Y siempre agrega que no importa la fecha ni la comida porque  “lo que importa es estar juntos y recordar lo que fuimos y lo que somos. Pase lo que pase, aunque no tengamos vino o mantel o matzá, siempre lo podemos contar. Cada vez que lo hacemos, enhebramos una perla más en este collar que nos une, nos da sentido y nos dice quienes seguimos siendo”.

Publicado en una nueva hagadá de pesaj: “Un seder posible” de Bianca Guebel, Michelle Gualda y Mica Najmanovich, Edición Balebuste.

 El día en que me convertí. 

¡Perdoname! ¡Perdoname! ¡No sabía! ¡Creía que acá íbamos a estar bien! ¡Creía que era un lugar seguro! ¡Perdoname! ¡Perdoname!” lloraba desgarradoramente mamá por teléfono aquel 18 de julio a las diez y media de la mañana. “¿Qué pasa mamá?” dije angustiada “¿estás mal, pasó algo?” “¿No sabés? ¡prendé la televisión, destruyeron la AMIA! ¡nos quieren matar otra vez!

¿NOS quieren matar? ¿a quién? ¿a nosotros? ¿a mí? y por qué dijo “otra vez” ¿cuándo nos quisieron matar antes? Fueron fracciones de segundos en los me hice esas preguntas y las respuestas casi instantáneas fueron un punto de inflexión en mi vida. “Nos” a nosotros, a los judíos, a mí y “otra vez” era como en la Shoá. Mamá, sobreviviente de aquello, revivió aquel lunes todo el horror, todo el miedo, la incertidumbre y la angustia de sabernos blanco de ataques como entonces.

Hasta ese día, mi vida como judía transcurría sin que ese fuera un tema esencial. Sin educación religiosa ni haber participado en organizaciones comunitarias, ese aspecto de mi identidad no me definía ni me interesaba o preocupaba. El “nos” y el “otra vez” de mamá implosionaron en mi subjetividad y cayó sobre mí, así como los cascotes del derrumbe, la noción concreta de que eso que había pasado me atañía personalmente. 

Conocía la AMIA. Había ido varias veces a conciertos, conferencias, algún trámite pero hasta ese día el edificio no había tenido un significado particular. Todo cambió. No solo cambió en mi que asumí de modo conciente mi identidad judía, por eso digo que ese día me convertí, sino que cambió para todos, judíos y gentiles. La destrucción del edificio derrumbó también una pared que nos separaba de los demás, salimos a la calle, manifestamos, protestamos, reclamamos justicia, nos dimos a conocer. Ya no como israelitas, ahora como judíos. Dejamos de temerle a la palabra y la asumimos con determinación y orgullo. 

Así como el ataque terrorista del 7 de octubre de 2023 cambió el modo en que nos vemos los que vivimos en la diáspora, el atentado a la AMIA el 18 de julio de 1994 con sus muertos, sus heridos y sus secuelas cambió nuestra inserción pública y nuestro lugar como judíos argentinos. Aunque el cambio se había insinuado dos años antes, con la destrucción de la embajada de Israel, hace 30 años nos quitamos un manto pseudo protector, se terminaron el miedo a la exposición, el disimulo ante el antisemitismo, la aceptación de ataques y discriminaciones, nos pusimos de pie para hablar y exigir lo que todo ciudadano tiene derecho a reclamar: respeto, justicia y verdad.

Para el libro en recuerdo de los 30 años del atentado a la AMIA.