Cada tanto me llaman de alguna escuela porque tienen que hacer un trabajo sobre la Shoá y me hacen preguntas. Siempre accedo, por supuesto, pero no siempre, aunque lo pido, me mandan el trabajo terminado. Esta vez lo hicieron y el resultado me conmovió. Hicieron un video de 10' en el que tomaron mis respuestas a sus preguntas e hicieron una especia de racconto de mi vida, cada parte con la voz de alguno del equipo lo que da un efecto coral, una especie de ramillete multicolor. Lo acompañaron con fotos que no siempre corresponden a la época pero igualmente me enternecieron hondamente.
Secuestrados hace un año
Mis padres estuvieron escondidos en un altillo minúsculo en la Polonia ocupada por los nazis, aislados del mundo durante dos años, viviendo vaya uno a saber qué situaciones cotidianas, presos del terror y la incertidumbre. Lo único seguro era que si los descubrían serían asesinados.
Los secuestrados hace un año en Gaza saben que pueden ser asesinados en cualquier momento. También están aislados. También presos del terror y la incertidumbre. ¿Qué pasará afuera? ¿Alguien estará haciendo algo por ellos? Mis padres no sabían nada del mundo exterior tampoco.
Cuando emergieron del horror, como tantos sobrevivientes, se preguntaron donde estaba el mundo mientras ellos languidecían en ese infierno. ¿Se lo preguntarán también los 101 secuestrados que siguen encerrados en Gaza?
¿Cuántos estarán vivos? ¿Hubo embarazos en las chicas violadas? Si así fue, ¿qué pasó con esos bebés, cómo incorporarlos a la línea filiatoria?
Recuerdo lo que me contaban mis padres y no dejo de pensar en las atrocidades que puedan estar pasando. ¿Tienen comida suficiente? ¿Están en un espacio en el que puedan ponerse de pie, estirarse, caminar o están sujetos e inmovilizados? Tanto tiempo encerrados ¿y la ropa? ¿siguen con lo que tenían puesto hace un año?
¿Están en un sitio habitado o en uno aislado? ¿a cargo de quién? ¿cómo los tratan? ¿Cómo se entretienen? ¿cómo pasan el día, la noche, cada hora, cada minuto, cada segundo? ¿Tienen luz o están a oscuras? ¿Y el baño, cómo atienden sus necesidades? ¿Se alivian allí mismo delante de todos?
Viviendo una vida habitual que dejó de ser normal, me asalta un cierto enojo conmigo misma cuando me preocupo por pequeñeces. Es desgarrador y me sume en la impotencia estar tan lejos y no poder hacer nada.
A mi alrededor el mundo sigue andando y la huérfana oscuridad en la que están se fue invisibilizando y son otras las cosas que ocupan los titulares de los diarios, el interés de la gente, la preocupación de los gobiernos.
Lo que está pasando no es igual que la Shoá pero la intención genocida es la misma. Hay muchas diferencias. Los nazis no guardaban secuestrados como prenda de negociación o escudo de protección, los asesinaban rápidamente; ocultaron su política exterminacionista mientras que en la actualidad es explícita y es fuente de vanagloria y orgullo.
Ayer no había quien nos defendiera, hoy tenemos un estado que nos respalda y que ha liberado a varios secuestrados y los medios de comunicación nos permiten saber casi instantáneamente mucho más de lo que era posible saber entonces.
Pero la gran diferencia, la corrosiva, la abyecta, es que después de la Shoá la condición de víctima del pueblo judío frenó la judeofobia histórica y el mundo se condolió con nosotros mientras que hoy, el judío que no se deja matar pasó de ser víctima a ser visto como perpetrador.
El judío que se defiende y lucha para seguir vivo no despierta simpatías. Se quiere solo al judío muerto.
Hay guerras que se deben encarar cuando el enemigo amenaza con el exterminio. La guerra contra el nazismo estuvo tan justificada como la que hoy emprende Israel. Atacada por varios frentes simultáneamente, defiende su propio territorio y, si logra terminar con el islamo-nazismo, defiende los valores que hacen posible la continuidad de la vida y la convivencia del mundo entero.
Los 101 secuestrados aún prisioneros en Gaza desde hace un año están tan lejos del mundo como estaban mis padres. Los sobrevivientes de la Shoá se preguntaban dónde estaba el mundo, dónde la gente que se condolía con ellos, dónde los gobiernos, dónde los defensores de la justicia y del bien.
Hoy estamos nosotros, judíos y no judíos, concientes y republicanos, democráticos y humanistas, y en este aniversario marcharemos en todas las latitudes y clamaremos por su liberación.
Iom Kipur en Mishkan, 12/10/24
Museo del holocausto, antisemitismo.... Entrevista
Polemica en el business en Radio Con vos. Programa de interés general conducido por Claudio Destefano, Willy Nervi, y Fernando Meiter (ausente), acompañada por Romina Schwartzman del Museo del Holocausto.
¿Es posible el “nunca más”?
¿Hace 30 años del ataque a la AMIA, dos años después del realizado contra la embajada de Israel. Los seguimos llorando. Seguimos clamando por justicia. Seguimos anhelando que los perpetradores, el terrorismo islámico, reciban la pena correspondiente. Es interminable la lista de ataques (ver en rip.to/Wktxw) de esta amenaza a la libertad y la civilización. Además de los dos hechos en nuestro país, menciono unos pocos en otros sitios y en orden cronológico: la operación Entebbe (1976), la destrucción de las torres gemelas (2001), el atentado en Atocha (2004), Charlie Hebdo y Bataclan (2015). Fueron muchos más y sin límites geográficos: en Europa, América, Asia, África, Australia, el brazo armado y odiador del islamismo radical tiene un alcance infinito. Nadie está a salvo.
No es ningún consuelo saber que el nuestro ha sido uno más de entre centenas y nos encuentra en estado de shock luego de lo que empezó el 7 de octubre y que aún continúa. Israel sigue bajo ataque, defendiéndose y luchando contra este enemigo que se ha propuesto su destrucción.
Pero no se trata solo la destrucción de Israel, así como la bomba contra la AMIA no fue solo contra los judíos. Ambas situaciones, así como cualquier otro hecho terrorista, no solo asesina a las víctimas, hiere de muerte a la democracia, a la civilización occidental y a todos sus valores. Vemos espantados que gente inteligente, educada y con ideales elevados, renuncia de buen grado a la libertad, al respeto y al republicanismo en defensa de un estado terrorista que no oculta su odio asesino y que tiene sometido a su propio pueblo.
Este 30° aniversario es particularmente doloroso y desesperanzador no solo porque el crimen sigue impune, sino porque lo que está sucediendo en Israel y la amenaza que nos sobrevuela a todos estemos donde estemos, nos sume en una alerta descorazonadora. Venimos de vivir un período de florecimiento de la vida judía y de su interacción con el resto del mundo que nos hizo creer que por fin el anhelado “nunca más” estaba muy cerca.
Pues no. Evidentemente no es así. Nuestro escudo defensivo, nuestro maguen david, debe mantenerse esgrimido.
Veo un paralelo entre esa esperanza del “nunca más” y la espera del mesías. Nuestro mesías es una metáfora. No esperamos a un señor que nos venga a salvar de todo mal. La tradición judía nos enseña a esperarlo a sabiendas de que nunca llegará. La perfección, la felicidad, el nirvana, el paraíso o como sea que uno imagine al ideal mesiánico, es una expectativa utópica destinadas a que sostengamos nuestro esfuerzo por merecerlo. Esperar al mesías implica el arduo trabajo de ser mejores, de superar nuestras imperfecciones, de dar cada día un pasito más hacia lo que está bien para la convivencia humana, un trabajo que no tiene fin. Igual sucede, creo yo, con el anhelo del “nunca más”. Aunque lo clamemos y lo enarbolemos en cada discurso, sabemos que la sociedad humana, igual que cada uno de nosotros, está lejos de ser perfecta. Ni lo será. El “nunca más” seguirá siendo “otra vez”.
Sin embargo, y apelando a nuestra jutzpá tan judía, a esa persistencia que nos permite sobrevivir a cataclismos y desgracias, espero que sigamos dirigiendo nuestros pasos hacia el objetivo mesiánico del “nunca más”, los ojos bien abiertos, el pie firme y la cabeza en alto. Sabemos que se aleja a cada paso, como la línea del horizonte. Pero también sabemos, porque lo recibimos de nuestros padres y nuestros abuelos, que caminando de este modo es ¿Es posi?que seguiremos siendo quienes somos y que nuestros hijos y nietos retomarán nuestros pasos porque cada generación seguirá esperando al mesías que nunca llegará pero seguirá trabajando en sí mismo y en su comunidad para merecerlo.
Publicado en Mundo Israelita. julio 2024
Transmisión del Holocausto después del 7/10
Panel integrado por Diana Sperling, Romina Manguel y Diana Wang, coordinado por Jonathan Karszenbaum.
https://us02web.zoom.us/j/3207413745?pwd=L2N1VzBjc0lGMHEyZmhTamRpSG11Zz09
Museos y la transmisión después del 7/10. Lajsa.
Panel de Latin American Jewish Studies Association.
La matzá también se puede dibujar.
Lushka se despertó temprano. Hacía ya dos años que no veía a su familia, no sabía nada de ellos. Estaba en el orfanato del Padre Boduena, en la parte aria de Varsovia donde la había traído Irena Sendler, la enfermera que venía al gueto con comida y remedios. Se llamaba Libe pero ya se había acostumbrado al nuevo nombre que ocultaba que era judía.
Como era la más grande colaboraba con las monjas en lo que podía. Ayudó a vestir a los más chicos y consoló a Mietek, de tres años, que siempre lloraba al despertar pidiendo por su mamá. Terminado el desayuno, mientras levantaban la mesa y lavaban los vasos, le dijo a la Hermana Beata que se acercaba el Pésaj. Lo sabía porque había dejado de nevar, hacía menos frío, empezaba la primavera y la luz del día duraba más tiempo. Le contó que en su casa y en todas las casas judías se hacía un séder. Beata nunca había escuchado esa palabra y Lushka le dijo que era una cena que se hacía con la familia, se contaba una historia y se comía matzá. “¿Como la última cena de Jesús?” preguntó la monjita. “¡Claro!” le contestó Lushka, “y mi papá me contó que siempre hacemos dos cenas, la primera y la última porque como los judíos vivimos en distintos lugares y las horas no son las mismas, así estamos seguros de que una de las dos noches estaremos todos haciendo lo mismo”. La explicación le encantó a Beata que siempre había creído que se llamaba última cena porque después lo habían crucificado. Le gustó la idea de festejar esta coincidencia entre judíos y cristianos pero le preocupaba no saber cuándo era la fecha exacta. Lushka la tranquilizó diciendo que no importaba el día sino hacerlo. “Decime qué hace falta” pidió Beata. Le respondió que solo tres cosas, matzá, velas y la keará. ¡Otra palabra que la monja nunca había escuchado! ”Es un plato en el que ponemos cosas para recordar que fuimos esclavos, que un día dejamos de serlo y que deseamos que todos los esclavos puedan hacer lo mismo”. Beata pensó que los pobres chicos que cuidaba eran esclavos de los nazis pero no dijo nada, no quería entristecer a Lushka. Solo dijo que lo único que tenían eran las velas. Y otra vez la sabia chiquita encontró la solución, “no importa” dijo con una ancha sonrisa, “lo podemos dibujar”.
Aparecieron papeles y lápices, incluso algunos de colores, y el triste salón se convirtió en un patio de juegos. Fue una mañana diferente de las mañanas de siempre. Fue una mañana en la que, dibujando, recrearon la historia del éxodo judío y lo hermoso de ser libres.
Los más chiquitos esbozaron matzot en varias hojas y los más grandes crearon huevos duros, papas hervidas, huesos de pollo, puntitos de sal, perejil y lo que cada uno recordaba que se ponía en la mesa. En el triste comedor de siempre el mantel blanco cubierto con los dibujos de los chicos puso un clima festivo al atardecer de esa primavera incipiente. Las velas hacían brillar los ojitos de los chicos. Los de siete u ocho años se acordaban del Séder en sus casas y del sabor del guefilte fish con jrein. Unos pocos recordaban alguna canción pero fue fácil para Lushka que aprendieran el Jad Gadió que pintó de risas y sonrisas las caritas opacas. Fue una noche diferente a las otras noches en el orfanato. Y cuando todo parecía haber terminado, Beata los sorprendió diciendo que quien encuentre el afikomán (¡había afikomán! ¿cómo se había enterado de eso?) tendría un premio. Salieron corriendo hacia todos los rincones del helado orfanato hasta que se escuchó ¡Lo encontré! y apareció Mariush, de 7 años, que antes de entrar al orfanato se llamaba Moishele, con el dibujo de la matzá como trofeo. Casi sin aliento, esperó expectante recibir el premio prometido. Todos rodeaban a Beata que, como si fuera un mago, sacó del bolsillo de su delantal ¡UNA BANANA!
Mariush no lo podía creer. No se animaba a tocarla. Estiró sus manos con timidez y cuando vio la mirada de los más chicos pidió un cuchillo para darle un poquito a cada uno. Beata lo detuvo y como si tuviera una varita mágica sacó de su bolsillo encantado ¡5 bananas más! ¡Gritos! ¡Alegría! La fiesta fue completa.
Y Lushka, que en Argentina se llama Luisa, cuenta en cada Séder su hagadá personal, aquel Pésaj en el orfanato con los dibujos y el amor de la hermana Beata. Y siempre que alguien no entiende lo de las bananas, pacientemente responde que era un fruto exótico, un lujo, una golosina deliciosa que todos sabían que existía pero nadie había probado nunca. Y siempre agrega que no importa la fecha ni la comida porque “lo que importa es estar juntos y recordar lo que fuimos y lo que somos. Pase lo que pase, aunque no tengamos vino o mantel o matzá, siempre lo podemos contar. Cada vez que lo hacemos, enhebramos una perla más en este collar que nos une, nos da sentido y nos dice quienes seguimos siendo”.
Publicado en una nueva hagadá de pesaj: “Un seder posible” de Bianca Guebel, Michelle Gualda y Mica Najmanovich, Edición Balebuste.
El día en que me convertí.
“¡Perdoname! ¡Perdoname! ¡No sabía! ¡Creía que acá íbamos a estar bien! ¡Creía que era un lugar seguro! ¡Perdoname! ¡Perdoname!” lloraba desgarradoramente mamá por teléfono aquel 18 de julio a las diez y media de la mañana. “¿Qué pasa mamá?” dije angustiada “¿estás mal, pasó algo?” “¿No sabés? ¡prendé la televisión, destruyeron la AMIA! ¡nos quieren matar otra vez!”
¿NOS quieren matar? ¿a quién? ¿a nosotros? ¿a mí? y por qué dijo “otra vez” ¿cuándo nos quisieron matar antes? Fueron fracciones de segundos en los me hice esas preguntas y las respuestas casi instantáneas fueron un punto de inflexión en mi vida. “Nos” a nosotros, a los judíos, a mí y “otra vez” era como en la Shoá. Mamá, sobreviviente de aquello, revivió aquel lunes todo el horror, todo el miedo, la incertidumbre y la angustia de sabernos blanco de ataques como entonces.
Hasta ese día, mi vida como judía transcurría sin que ese fuera un tema esencial. Sin educación religiosa ni haber participado en organizaciones comunitarias, ese aspecto de mi identidad no me definía ni me interesaba o preocupaba. El “nos” y el “otra vez” de mamá implosionaron en mi subjetividad y cayó sobre mí, así como los cascotes del derrumbe, la noción concreta de que eso que había pasado me atañía personalmente.
Conocía la AMIA. Había ido varias veces a conciertos, conferencias, algún trámite pero hasta ese día el edificio no había tenido un significado particular. Todo cambió. No solo cambió en mi que asumí de modo conciente mi identidad judía, por eso digo que ese día me convertí, sino que cambió para todos, judíos y gentiles. La destrucción del edificio derrumbó también una pared que nos separaba de los demás, salimos a la calle, manifestamos, protestamos, reclamamos justicia, nos dimos a conocer. Ya no como israelitas, ahora como judíos. Dejamos de temerle a la palabra y la asumimos con determinación y orgullo.
Así como el ataque terrorista del 7 de octubre de 2023 cambió el modo en que nos vemos los que vivimos en la diáspora, el atentado a la AMIA el 18 de julio de 1994 con sus muertos, sus heridos y sus secuelas cambió nuestra inserción pública y nuestro lugar como judíos argentinos. Aunque el cambio se había insinuado dos años antes, con la destrucción de la embajada de Israel, hace 30 años nos quitamos un manto pseudo protector, se terminaron el miedo a la exposición, el disimulo ante el antisemitismo, la aceptación de ataques y discriminaciones, nos pusimos de pie para hablar y exigir lo que todo ciudadano tiene derecho a reclamar: respeto, justicia y verdad.
Para el libro en recuerdo de los 30 años del atentado a la AMIA.
Víctimas poco conocidas del nazismo: los Testigos de Jehová.
Un testigo es una persona que da testimonio, que sabe algo, que vivió algo y que lo cuenta. Un testigo da fe sobre una idea o sobre un hecho.
¿Qué es un testigo? Es la encarnación de lo sucedido y trae la voz de quienes lo vivieron lo que le da a los hechos objetivos potencia emocional y humana. El testigo consigue que su mensaje llegue de modo personal, habla con el cuerpo, crea un espacio en el que la verdad se cuela, penetra y produce una transformación en quien oye, lo que vivió en el pasado es relatado en el presente, permite el diálogo, la pregunta y la repregunta. Ser testigo es un compromiso de por vida. ¿Qué atestiguan los Testigos de Jehová sobre el nazismo?
Los Testigos de Jehová testifican sobre la existencia de Dios y sobre lo que aprenden en su lectura de la Biblia. Pero además, luego de lo vivido durante la Segunda Guerra Mundial, son testigos de eso también.
El nazismo tuvo dos objetivos primordiales simultáneamente. Entronizarse como el poder político universal en lo que llamaron el Reich de los Mil Años e instalar en Alemania primero, en Europa después y, de no haber sido derrotados, en el mundo entero, un único modelo de personas, lo que llamaban los “arios”.
El régimen autocrático y dictatorial instalado en Alemania y la ocupación de Austria, los Sudetes checos y finalmente Polonia, desencadenaron la II Guerra Mundial con sus decenas de millones de víctimas militares y civiles, más civiles que militares.
Para lograr ambos objetivos debían borrar toda oposición política, cultural e ideológica que sembrara dudas en la población y no les permitiera concretar sus planes.
La Shoá nombra el proyecto de exterminio del pueblo judío en su totalidad, su desaparición de la faz de la Tierra. Hoy esta intención está replicada en la constitución de Hamás, el grupo terrorista que rige de modo totalitario la vida en Gaza. Ambos, el nazismo y Hamás comparten el objetivo de la desaparición de un los judíos.
La Shoá es por lejos el genocidio más y mejor documentado de la historia de la Humanidad y las otras víctimas fueron quedando en un segundo plano, no tuvieron la decisión o la posibilidad de darse a conocer, de exponerse como colectivos atacados durante el nazismo. Algunos activistas gitanos han propuesto la palabra “porraimos” que en romaní significa «devoración» pero no ha logrado hasta ahora trascender e incluso ser aceptada por todos. No hay nombre para otros colectivos designados por el nazismo como víctimas: los homosexuales, los masones, los discapacitados, los eslavos -polacos, rusos- los afroalemanes, los antisociales e inconformistas. Todo aquel que amenazara “contaminar” la pretendida pureza “racial” o minar la confianza de la población era un enemigo.
Las discapacidades congénitas -ceguera, sordera, cardiopatía, síndrome de Down y otras-, las neuro divergencias como llamamos hoy a condiciones como el autismo, la parálisis cerebral y tantas otras, debían ser erradicadas e impedir su reproducción para asegurar la pureza de la “raza”. En esta categoría se incluía a
judíos, gitanos y homosexuales con la diferencia de que los judíos estaban destinados a su total eliminación mientras que los gitanos y los homosexuales tuvieron distintos tratamientos.
También los opositores, tanto los políticos como los religiosos e ideológicos que, o bien llevaban a cabo acciones concretas de boicot y oposición como los comunistas o el movimiento estudiantil La Rosa Blanca o, como sucedió con los Testigos de Jehová, que por su mera oposición eran tan amenazantes para el consenso que debía ser homogéneo y sin fracturas, que fueron también víctimas a ser acalladas.
La posición de neutralidad de los Testigos ante las decisiones gubernamentales, la negación a respetar los rituales y la gestualidad como el saludo nazi, la férrea voluntad de no integrar el ejército ni unirse a organizaciones nazis, no podía ser tolerada por la dictadura hitleriana. El pueblo debía ser uno. Las órdenes debían ser obedecidas sin el menor asomo de duda. El objetivo de la Gran Alemania y del Reich planetario debía atravesar a cada uno de los alemanes como un horizonte común. Los Testigos no adherían a las iglesias conocidas, se resistían a convertirse en una manada homogénea, recibían los castigos, el hambre, la prisión, las torturas, sin que su conducta se modificara. Goebbels, el master mind de la propaganda nazi, sabía del peligro que comportaba ser tolerantes con gente así, la influencia perniciosa de estos objetores de conciencia debía ser impedida a toda costa.
Hay testimonios de los Testigos de Jehová que me evocan la conducta de los judíos durante la inquisición española, cuando eran quemados en la hoguera por no aceptar la renuncia a su identidad ni la conversión.
Dice Franz Wohlfahrt: Tenía 20 años, me negué a prestar servicios en el ejército alemán y a saludar a la bandera nazi. Me arrestaron y encarcelaron
Magdalena Kusserow: estuve en una prisión juvenil hasta los 18 años, me ofrecieron dejarme libre si firmaba una declaración en la que negaba mi fe, me negué y me deportaron a Ravensbrück.
Simone Arnold, tenía 12 años cuando me expulsaron de la escuela porque no quise decir Heil Hitler y me mandaron a un centro de reeducación para niños.
Helene Gotthold fue condenada a muerte con otros 5 por “estudiar la Biblia y debilitar la moral de la nación”. Fue guillotinada. Igual que Wolfgang Kusserow de 20 años, que no quiso integrar el ejército.
Los judíos no tenían manera de salvarse porque lo suyo era genético, “racial”. Los Testigos de Jehová habrían podido pero casi todos eligieron morir antes que renunciar a sus ideas, obedecer a un régimen político o apoyar la guerra.
Hablando de ellos un prisionero austríaco dijo: “No van a la guerra. Prefieren que los maten antes que matar a nadie”.
Son un ejemplo de integridad, dignidad y humanidad.
Diana Wang
3 de abril 2024
Museo del Holocausto
Gentiles (1) sensibles contra el nazismo
Una de las cosas que caracterizan a los judíos es la dificultad de caracterizarnos. Cada judío lo es a su manera. Pero, aunque no somos un grupo homogéneo ni todos tenemos la misma sensibilidad respecto al antisemitismo, todos lo conocemos personalmente. Me sorprendió encontrar esa sensibilidad también en algunos gentiles.
Te cuento. Fui a ver “Escape Room” (2) luego de un llamado de alguien espantada por la “exhibición de elementos y simbología nazi que no considero necesarios y son una peligrosa apología del nazismo” (sic). Dado que Tomás Rotemberg era el productor, no creí que pusiera una obra nazi, sugerí que tal vez podría ser una cuestión de miradas. “¡No solo me pasó a mi!” respondió, “lo mismo sintieron otros espectadores con los que hablé a la salida”. Me intrigó.
Obviamente fui a ver la obra. Teatro lleno. Público de entre 20 y 30 años. Risas, momento grato. Efectivamente hay símbolos nazis pero están al servicio de la trama y, claramente, en clave de sátira, al estilo de “El Gran Dictador”, “Los Productores”, “El Tren de la Vida”, La “Vida es Bella”, “Jo Jo Rabbit” y tantos films y textos que toman al nazismo como el paradigma del mal absoluto y confían en la mirada del público. Ni Chaplin ni Mel Brooks ni Mihăileanu ni Benigni ni Waititi fueron acusados de hacer apología alguna del nazismo. ¿Qué pasaba acá? ¿Era la obra o era la sensibilidad de la mirada de algunos espectadores?
“Escape room”, pensada para un público joven, encuentra muy graciosas algunas situaciones y giros temáticos y lingüísticos. Es la típica obra que transcurre en un espacio cerrado y amenazante que fuerza a los participantes a una interacción en la que van cayendo las caretas e hipocresías de una falsa y tramposa corrección política. La simbología nazi es la herramienta que desafía, presiona y asusta y así lo entiende el público asistente.
No encontré nada ofensivo, malévolo, banalizador ni alentador del nazismo. Tampoco lo encontraron espectadores conocidos a quienes les pregunté. Y acá viene lo que me despierta esta reflexión: tanto quien me alertó como los que pensaban igual, no eran judíos, mientras que mis conocidos lo eran. Entonces me pregunto ¿por qué nosotros, los judíos, no lo percibimos como amenaza? ¿Por qué fueron los gentiles quienes se sensibilizaron? ¿Será que temen y repudian la amenaza de ser acusados de antisemitas y están alertas para ver los indicios y expresarse en contra? ¿Como el convertido que para confirmar su conversión debe ser más papista que el Papa? ¿Habrá algo así como una especie de señal de alarma que se enciende ante la sospecha de que podría haber un contenido antisemita y “si no levanto mi voz no vaya a ser que alguien piense que lo soy”?
Yo creía que esa susceptibilidad era algo que nos pasaba solo a los judíos, no a todos, a muchos. Lo describí como la ABEJA (3) (Alarma Básica y Específica de Judeofobia Ambiente) dispositivo que nos hace prestar una especial atención y a veces exagerar o ver amenazas de antisemitismo hasta donde no las hay. Creía que para algunos judíos la evidencia de la judeofobia era incluso una noticia confirmatoria; subraya ese miedo ancestral que, de una manera misteriosa y si se quiere absurda, nos tranquiliza porque todo está igual, habrá que seguir cuidándose. Y con este episodio descubro que algo parecido podría pasarle a los gentiles especialmente a los que rechazan y desnaturalizan el prejuicio antisemita de la cultura occidental y viven y exhiben esa oposición con compromiso y de manera militante. Como cuando un hombre que ha descubierto las trampas de la cultura patriarcal imbuida de masculinidad tóxica, se propone no actuar con el modo autoritario y violento típico del estereotipo pero, como el patriarcado sigue siendo dominante, debe ponerle freno a su espontaneidad no vaya a ser que se le “escape” alguna conducta que exponga eso que ha decidido no sentir ni mostrar.
¿Le pasará igual al gentil sobre quien pende la acusación histórica de antisemitismo? ¿Sentirá también el peso de tener que validar una y otra vez su compromiso ético ajustando la lente para descubrir cualquier señal que pudiera revelar lo contrario? Si fuera así es para mi una sorpresa, una buena sorpresa, porque me hace pensar que el flagelo del antisemitismo ha dejado de ser un tema exclusivamente judío. Algunos gentiles lo entienden como parte preocupante de la convivencia, lo rechazan y han hecho suya la tarea de su denuncia, dilución y tal vez (pongo las manos en gesto de plegaria), erradicación.
“Escape Room” es una comedia que desenmascara hipocresías. No le veo ninguna amenaza y si ha permitido que descubra a estas personas que se apropiaron de lo que siempre hemos asumido los judíos, ¡chapeau por ellos! ¡Bienvenidos al mundo de la susceptibilidad, del prejuicio, la maledicencia, la oscuridad y la crueldad de los estereotipos cuyo modelo más acabado es el antisemitismo! Ojalá tengan más éxito que nosotros.
Diana Wang, Febrero 2024
Notas:
(1) Gentil: no judíos, según la traducción al latin de la Biblia (la Vulgata, S IV
(2) Autores Joel Joan y Héctor Claramunt. Dirección Nelson Valente. Teatro Multitabaris.
(3) Ver en http://tinyurl.com/2b9yn2v3
Publicado por Infobae