Los seres humanos somos lenguaje. Pensamos en palabras. Nos comunicamos con palabras.
Amamos con palabras. Odiamos con palabras. Desencadenamos guerras con palabras. Consolamos y damos sentido con palabras. Criamos hijos con palabras. Lloramos a nuestros padres cuando se van con palabras.
Hay palabras que hieren tanto o más que un arma. También hay palabras que enaltecen mucho más que éxitos y trofeos. Construimos quienes somos con palabras. Con palabras entendemos lo que nos desconcierta o angustia para poder procesar desdichas, conducta malévolas, la muerte.
Una escuela norteamericana prohibió el libro “Maus” sobre lo vivido por el padre de Art Spiegelman, su autor, sobreviviente de la Shoá. En forma de historieta los personajes son presentados como animales, los judíos como ratones, de ahí el título. El libro recibió el premio Pulitzer y es un texto de referencia sobre el tema del Holocausto pero la escuela lo encontró impropio para la educación de sus chicos porque hay “malas palabras” y muestra “roedores desnudos” (sic).
En “Psicoanálisis de los cuentos de hadas”, Bruno Bettelheim, sobreviviente del Holocausto, señala la importancia de esos relatos que permiten a los niños conocer y manejar sus ansiedades y emociones inconscientes con personajes paradigmáticos que ordenan un tanto el océano emocional en el que viven. La vida y las conductas de otros nos desafían y estos cuentos proveen herramientas conceptuales para no quedar desprotegidos, a la intemperie, y poder procesar nuestro mundo interior. Estos personajes, como los tan queridos de Mafalda o los paradigmáticos de Shakespeare por mencionar unos pocos, perviven tantos años porque recrean estereotipos que existen en la realidad y nos preparan para enfrentarlos. Su solo nombre es claro y comprensible para todos. Una Susanita, un Romeo, un lobo feroz o una madrastra son atajos de sentido para operar temas tan sensibles como la vida y la muerte, el amor y la crueldad.
El nazismo quería construir una “raza superior'' mediante la reingeniería genética. De modo similar, hay una fuerte movida en la derecha norteamericana, cristiana y xenófoba, puritana y voluntarista, que pretende hacer desaparecer ciertas conductas individuales y sociales mediante prohibiciones y castigos. Decidieron cambiar los cuentos infantiles que, según creen, estimulan y naturalizan la crueldad y la violencia. Ya ningún lobo se come a Caperucita y el flautista vengativo no lleva a los chicos a la muerte. Los cuentos se edulcoran y se los pinta de angelicales colores pasteles para que los niños mantengan su pureza e inocencia y crezcan como adultos incontaminados por la ira, el dolor y la maldad. Si borramos al lobo que simboliza el acoso sexual y al flautista emblema del filicidio, esas cosas desaparecerán. La cultura de cancelación y alguna política afín apoyan a esta derecha retrógrada sustentados en la la idea de que si algo no se dice, mágicamente dejará de existir.
Cierto que las palabras tienen tal poder evocativo que se vuelven inmediatamente imagen. Escribo elefante y se me aparece uno, no lo puedo evitar. Y al revés, si no lo digo, no lo veo y podría creer que no está. Pero seguirán estando, los elefantes y todo lo que se quiera negar.
Estos sistemas cancelatorios voluntaristas, autoritarios y fascistas, sobrevaloran el poder de las palabras y tergiversan la realidad. Las cosas no desaparecen si no se las nombra.
Ni el cáncer ni la muerte. Tampoco la inflación y el ajuste. Aunque no las digamos, existen.
Publicado en Clarin.