holocausto

Video hecho por chicos de ORT

Cada tanto me llaman de alguna escuela porque tienen que hacer un trabajo sobre la Shoá y me hacen preguntas. Siempre accedo, por supuesto, pero no siempre, aunque lo pido, me mandan el trabajo terminado. Esta vez lo hicieron y el resultado me conmovió. Hicieron un video de 10' en el que tomaron mis respuestas a sus preguntas e hicieron una especia de racconto de mi vida, cada parte con la voz de alguno del equipo lo que da un efecto coral, una especie de ramillete multicolor. Lo acompañaron con fotos que no siempre corresponden a la época pero igualmente me enternecieron hondamente.

Holocausto ayer. Yijad hoy. Un clamor en el desierto


Otra conmemoración del día en que el Ejército Rojo se topó con Auschwitz. Las Naciones Unidas eligieron esa fecha para honrar a las víctimas. Fecha que hoy se resignifica de un modo atroz.

El 8 de octubre de 2023 el mundo se topó con el horror. Al día siguiente del ataque terrorista de Hamás, las fotos, los videos, los testimonios de sobrevivientes, de los rescatistas y del cuerpo forense dando cuenta del estado en el que encontraron los restos de las víctimas, fue nuestro Auschwitz. El mundo entero vió con horror escenas similares a las que los rusos encontraron en su ingreso al escenario de aquel espanto.

La sorpresa fue igual. 

La desazón fue igual. 

El golpe en el plexo, igual. 

La pregunta por la condición humana, igual. 

Sorprende nuestra sorpresa. ¿Es que -¿ilusos, ingenuos, estúpidos?- habíamos creido a la Shoá como vacuna eficaz generadora de resistencias e inmunidades en nuestra piel social y en nuestra condición humana? Como los soviéticos que en su avance para derrotar al nazismo se toparon con la podredumbre más maloliente, nos topamos con la noción de que lo que creíamos que había cambiado no solo no cambió sino que empeoró. Entonces, aunque pretendieron ocultarlo, los nazis no tuvieron tiempo para esconder todo. Ahora, con un espanto renovado, vemos que, lejos de pretender ocultarlo, lo filmaron y lo publicaron ¡orgullosos! 

Los negadores del holocausto ponen en duda lo que pasó. Los que apoyan al islamismo radical hacen lo mismo. Las evidencias no les son evidentes. No las quieren ver. Y se convencen de que no están. 

La derrota del nazismo derribó en el siglo XX la idea de un humanismo racional. La respuesta al ataque de Hamás hirió en el siglo XXI la noción de que la educación sobre el holocausto había reducido el antisemitismo. Por el contrario nos explotó como una pústula purulenta y sus esquirlas laceran nuestra piel desnuda, frágil y vulnerable. No solo la piel de los judíos. La de toda la humanidad. Nadie es ajeno al antisemitismo. Lo sufrís, lo generás o creés que no es con vos. Si creés que no es con vos, es hora de que te sientes a pensar y te prepares. Hoy no es con vos. Solo hoy. Es cosa de las ideologías totalitarias con pretensiones universales. El nazismo del “Reich de los mil años” terminaría con los “impuros”, las yihad islámica, si triunfa e instala el califato universal, terminará con  los “infieles”. Nadie está exento. Infieles somos todos los que no somos musulmanes. Es desgarrador advertir que las futuras víctimas no lo ven y, lo que es aterradoramente peor, no ven que no ven. 

Derrotar al nazismo detuvo la masacre. El único camino, hoy, es derrotar el plan hegemónico y terrorista islamico.

Si teníamos alguna ilusión de progreso, ya sabemos que no, que habrá que guardarla hasta que escampe. Hoy como entonces el peligro nos fuerza  a mezclar y dar de nuevo. Hoy como entonces recordemos que no somos los judíos los que debemos dar una respuesta. Somos las víctimas, no los responsables. Hoy como entonces es mandatorio comprender que se trata de la sociedad humana, de nuestro futuro y el del mundo que les dejaremos a nuestros descendientes. 

Si el perpetrador es justificado, admitido y resulta impune, la órbita de sus ataques se extenderá. Si los estados islámicos tiránicos, autocráticos y absolutistas, continúan regando con petrodólares las conciencias de occidente, el jardín de la civilización se cubrirá con malas hierbas. Si no frenamos el avance destructivo y arrasador del terrorismo la tierra nutricia del humanismo se volverá un desierto seco y estéril. 

Claro que si quedara algún judío, probablemente, como ya sucedió con el milagro en Israel, volvería a inventar el riego por goteo para que vuelva a renacer la vida. 

Publicado en Infobae

Historias de sobrevivientes

LA NIÑEZ COMO ESCUDO

La gente que lo vivió jamás pudo terminar de entender cómo no se puede aceptar algo que está comprobado: hay fotos, videos y, lo que más fuerza tiene, sobrevivientes. La única esperanza que tenían era saber que el sobrevivir iba a dejar el legado de `aquí estamos, sobrevivimos, esto pasó, no va a haber nadie que nos pueda callar y menos cuando tengamos hijos, sobrinos y nietos que continúen con esta lucha´”, dice Agustín Tokatlián, familiar de Esteban Pamboukdjian, sobreviviente del Genocidio armenio y autor de “El juego de las bestias”, un texto publicado en el Diario Armenia basado en el relato de Pamboukdjian, en el que cuenta su historia durante el Genocidio armenio comparándolo con un juego.

Tokatlián agrega que “el principal legado que Esteban ha dejado es que una persona luche por que ese negacionismo se haga cargo”. Explica que sus padres son armenios y que parte de sus familiares escaparon del genocidio. Estuvieron escondidos en la casa de una persona turca en un cuarto “invisible”, porque si abrían la puerta o salían corrían el riesgo de morir. Hubo un fusilamiento, disparos al suelo, y Esteban, que tenía ocho años, se desmayó. Cuando se despertó vio que su prima recién nacida también había sobrevivido: “Nunca se supo bien por qué no murió, por qué esas balas nunca llegaron a él. Se podría decir que quizás los padres recibieron las balas, estaban delante de él y él no murió junto con la bebé, porque la persona que sostenía a la bebé también murió. Cuando comenzó el fusilamiento familiar, cuando las balas empezaron a caer, él no se enteró, escuchó el ruido, vio la presencia de esos turcos y cayó rendido al suelo como si hubiera caído una bala sobre él, pero nunca se enteró”, relata.

Esteban Pamboukdjian en su adultez

En ese momento escaparon a un puerto, subieron a un barco y fueron a Siria. Después de que se formara la familia, vinieron a la Argentina. Los abuelos y la madre de Tokatlián le contaron que lo que se vivió durante esos meses de 1915 era miedo, terror, sufrimiento, escuchar lo que pasaba afuera y no saber cuál sería su destino: “Por tener un ‘ian’ en el final del apellido, ya estabas considerado cristiano y tenías un pie en el ataúd, no había posibilidad de vivir, o sea, sí había, pero negando quién eras. Hubo familias que la única posibilidad para que no las mataran fue cambiarse la parte final del apellido por ‘oglu’”, cuenta.

A partir de esa reconstrucción, Tokatlián se pregunta cómo Esteban, un niño de ocho años, pudo vivir aquello sin entender lo que había pasado y cómo los padres lograban darle “alegría” o alejarlo de lo que ellos entendían que era un sufrimiento: “Yo creo que, si hubiera sido más grande, no hubiera sobrevivido. Hay algo de la pureza de la niñez, que le permitió sobrevivir. Por eso, hubo muchos niños que sobrevivieron, creo que hay algo de la falta de comprensión de lo que vivieron que, luego, tuvieron la madurez para entenderlo”, cierra.

“ME QUIEREN MATAR POR JUDÍA”

Diana Wang es hija de sobrevivientes del Holocausto, miembro del Museo del Holocausto de Buenos Aires, escritora de Cuadernos de la Shoá, psicóloga y conferencista de charlas TED. Escribió libros como “Los niños escondidos: del Holocausto a Buenos Aires” e “Hijos de la Guerra: la segunda generación de sobrevivientes de la Shoá”. Wang afirma que tanto en el Genocidio Armenio como en la Shoá y en todos los genocidios posteriores se necesitan varias décadas para poder hablar.

La mayoría de los chicos no recuperaron a sus padres porque los perdieron. Si eran muy chiquititos no se acuerdan nada. El hecho es que tienen el agujero en la memoria de no saber, puntos oscuros de su identidad que desconocen. A veces hablan con otros sobrevivientes, imaginan ‘tal vez a mí me pasó lo mismo’ y van rellenando su historia para hacérsela comprensible, porque son como islas a las que necesitan ponerles puentes para armar una historia con sentido”, explica Wang. Y suma una historia que lo refleja: “Un sobreviviente que todavía está vivo tenía nueve años, vivía en Alemania y, cuando empezó toda la situación complicada, los padres decidieron irse de Alemania, tomaron el tren Transiberiano, atravesaron toda la Unión Soviética, llegaron hasta el puerto de Shangai y ahí los detuvieron”.

Diana Wang es hija de sobrevivientes del Holocausto, escritora y psicóloga

En ese momento, China estaba ocupada por los japoneses, aliados de los alemanes. “Pasaron la guerra en el gueto judío de Shangai”, dice Wang, y continúa con la historia del niño sobreviviente: “Cuando tenía 13 años llegó a la Argentina con sus padres. Conoció aquí lo que era una pelota. Fue a la escuela, se vinculó con otros chicos de su edad y empezó a escuchar cómo habían sido sus infancias, sus casas, que habían tenido cumpleaños. La reflexión que hizo fue: ‘Recién ahí me di cuenta de que no había sido feliz’”.

Wang relata que siempre supo que era hija de sobrevivientes y que había nacido en ese contexto, pero antes no le daba la misma importancia que ahora. Escuchaba a sus padres hablar del tema, pero lo naturalizaba porque no conocía una realidad diferente: pensaba que en otras casas se hablaba de lo mismo.

Yo nací en 1945 en Polonia y vinimos a la Argentina en 1947, dos años después de que terminara la guerra. Mis padres querían ir a Israel, pero todavía no existía como país, era el protectorado británico y era muy peligroso ir con una bebita a una travesía en la que te podían hundir el barco, detenerte y meterte en un campo de concentración”, cuenta Wang.

Una situación puntual fue bisagra para que tomara consciencia de su historia: “Fue cuando explotó la bomba en la AMIA. Me enteré porque mi mamá me llamó por teléfono y me contó. No se sabía todavía qué había pasado, me llamó cuando desde su ventana veía el humo y la frase que me dijo fue: ‘Nos quieren matar otra vez’. Me metió de lleno en el tema: ¿Por qué `nos`? ¿A mí me quieren matar? Yo no hice nada, entonces me quieren matar por judía. La segunda cosa, cuando dijo ‘otra vez’, la ligué con el Holocausto. Me tocó en mi identidad como judía, me asumí como hija de sobrevivientes y empezó a ser tema de mi identidad de manera oficial. En ese momento empecé a investigar y a escribir”, concluye.

Sobre el verdadero Oskar Schindler - Herbert Steinhouse

 Prólogo 

EL artículo que sigue es, hasta donde podemos determinar, no solo el primer reportaje sobre Oskar Schindler, sino también el único relato que incluye entrevistas contemporáneas directas con el propio Schindler, así como con el contador Itzhak Stern.

La historia de Schindler y Stern, los personajes centrales de la película La lista de Schindler de Steven Spielberg, se dio a conocer al mundo previamente a través de la novela El arca de Schindler de Thomas Keneally de 1982. Keneally, un australiano, nunca conoció a Schindler, quien murió en 1974, pero trece años antes, en Los Ángeles, conoció a uno de los más de 1.000 judíos que Schindler había salvado de las cámaras de gas. Este encuentro casual lo estimuló en su investigación. Aunque el libro de Keneally sobre el oportunista empresario nazi que terminó redimiéndose en el torbellino del Holocausto era real, decidió llamarlo novela porque debía imaginar o “recrear” los diálogos necesarios para la narración

Desconocido para Keneally o Spielberg, otro escritor, un canadiense, se había topado con la historia de Schindler décadas antes. Herbert Steinhouse, un periodista, novelista y locutor nacido en Montreal, voló con la RCAF, la fuerza aérea canadiense, durante la guerra y luego se convirtió en oficial de información de la Administración de Rehabilitación y Socorro de las Naciones Unidas (UNRRA por su sigla en inglés). Mientras estaba destinado en París, trabajó para Reuters, pero en 1949 fue el jefe de la oficina de París de la CBC.

Fue unos meses antes, en Munich, cuando conoció a Schindler. Ya había conocido a algunos de los sobrevivientes del Holocausto que Schindler había salvado, los llamados Schindlerjuden, los judíos de Schindler, y le habían contado algunas de sus historias. En su etapa en la UNRRA, Steinhouse había escuchado varios relatos sospechosos del "buen alemán", pero con éstos sobre Schindler se despertó su intriga e interés que lo llevó a a buscar una verificación independiente.

Steinhouse fue presentado al mismo Schindler por dos judíos polacos que creían que la seguridad de su salvador y la mejor esperanza para su futuro podría suceder si se daba la máxima publicidad a su notable historia. Estaba en peligro porque todavía estaba clasificado como un "antiguo nazi", lo que frenaba sus posibilidades de emigrar a la mayoría de los países. "Schindler me cautivó como lo hizo con todos", recuerda Steinhouse. "Nuestras esposas también se llevaban bien. Cenamos y bebimos juntos. Él hablaba, yo tomaba notas".

La historia le siguió pareciendo a Steinhouse "descabellada", pero fue corroborándola más y más  en los recuerdos de los sobrevivientes y en los archivos clandestinos y de la resistencia. Finalmente, después de media docena de encuentros con Itzhak Stern, quien fue su fuente principal, cuatro entrevistas con Schindler y fotografías tomadas por Al Taylor, un amigo cercano (ya fallecido), Steinhouse se puso a trabajar y escribió su exclusiva nota en forma de un artículo de revista que envió a su agente de Nueva York.

El agente no le encontró lugar. Steinhouse, que ahora tiene setenta y dos años y está jubilado en Montreal, recuerda varias razones para ese rechazo: reflejando su propio escepticismo inicial, las revistas no querían otra historia sobre un "buen alemán"; se creía que el Holocausto se había vuelto agotador para los lectores; los editores de revistas pretendía poner una mirada optimista en sus publicaciones para la década del cincuenta para contrarrestar la sombría mirada de los miserables años cuarenta. En consecuencia, el relato de Herbert Steinhouse sobre Oskar Schindler ha permanecido sin ser leído en sus archivos durante la mayor parte de medio siglo. Aunque algo abreviado, ahora se publica por primera vez en Saturday Night, una publicación en la que el escritor fue colaborador en asuntos internacionales. Irónicamente, es posible que incluso haya ofrecido a la revista el artículo sobre Schindler en ese momento. Al leerlo, recuerde que Steinhouse escribía sobre eventos sucedidos solo cuatro años antes. Sigue siendo un documento importante por varias razones: porque corrobora lo que ya se conocía; por los detalles y anécdotas adicionales que no se encuentran ni en la novela de Keneally ni en la película de Spielberg; y, lo que es más importante, por el acceso directo y notable que brinda a los lectores al propio Oskar Schindler.

 

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El artículo de Herbert Steinhouse publicado en Saturday Night en abril de 1994:

Fue al contador Itzhak Stern al que le oí hablar por primera vez de Oskar Schindler. Se habían conocido en Cracovia en 1939. "Debo admitir ahora que tuve fuertes sospechas sobre Schindler durante mucho tiempo", confió Stern al comenzar su historia. "Sufrí mucho bajo los nazis. Perdí a mi madre en Auschwitz muy pronto y estaba muy amargado".

A finales de 1939, Stern dirigía la sección de contabilidad de una gran empresa de exportación e importación de propiedad judía, cargo que ocupaba desde 1924. Después de la ocupación de Polonia en septiembre, el jefe de cada empresa judía importante fue reemplazado por un Treuhander, un alemán de confianza, y el nuevo jefe de Stern pasó a ser un hombre llamado Herr Aue. El antiguo propietario, como era la orden, se convirtió en empleado, la empresa se convirtió en alemana y se contrataron trabajadores arios para reemplazar a muchos de los judíos.

El comportamiento de Aue fue inconsistente e inmediatamente despertó la curiosidad de Stern. Aunque había comenzado a arianizar la empresa y despedir a los trabajadores judíos de acuerdo con sus instrucciones, dejó los nombres de los empleados despedidos en el registro del seguro social, lo que les permitió a mantener sus esenciales cartas de identidad como trabajadores. Además, Aue proveía en secreto dinero a estos hombres hambrientos. Este comportamiento ejemplar impresionaba a los judíos y asombró al cauteloso Stern. Recién al final de la guerra, Stern supo que Aue también era judío, que su propio padre fue asesinado en Auschwitz en 1942 y que el polaco que pretendía hablar tan mal en realidad era su lengua materna.

Sin saber todo esto, Stern no tenía motivos para confiar en Aue. Ciertamente, no podía entender su intención cuando, solo unos días después de haberse hecho cargo de la empresa de exportación e importación, Aue le presentó a Stern a un viejo amigo recién llegado a Cracovia diciéndole  con indiferencia: “Mirá Stem, podés tener confianza en mi amigo Schindler". Stern intercambió cortesías con el visitante y respondió a sus preguntas con cuidado.

"No sabía lo que quería y estaba asustado", continuó Stern. "Hasta el 1 de diciembre, no habían molestado a los judíos polacos. Habían arianizado las fábricas, por supuesto. Y si un alemán te hacía una pregunta en la calle, era obligatorio que antes de responder dijeras  “Soy judío". ....' Pero fue recién el 1 de diciembre que tuvimos que comenzar a usar la Estrella de David. Fue entonces, cuando la situación comenzó a empeorar para los judíos, cuando la Espada de Damocles ya estaba sobre nuestras cabezas, que tuve una reunión con Oskar Schindler.

“Quería saber de qué lugar era yo, de qué zona judía. Me hizo muchas preguntas, que si era sionista o asimilado y esas cosas. Le dije lo que todos sabían, que era vicepresidente de la Agencia Judía para Polonia Occidental y miembro del Comité Central Sionista. Luego me dio las gracias cortésmente y se fue".

El 3 de diciembre, Schindler hizo otra visita a Stern, pero esta vez de noche y en su casa. Hablaron principalmente de literatura, recuerda Stern, y Schindler mostró un interés inusual en los grandes escritores judíos. Y luego, de repente, mientras tomaba un té, Schindler comentó: "Escuché que habrá una redada en todas las propiedades judías restantes mañana". Stern, que se dio cuenta de que era una advertencia, hizo correr más tarde la voz y salvó a muchos amigos del "control" más despiadado llevado a cabo hasta el momento por los alemanes. Se dio cuenta de que Schindler quería estimular su confianza aunque todavía no podía entender por qué.

Oskar Schindler, un industrial de los Sudetes, había llegado a Cracovia desde su ciudad natal de Zwittau, del otro lado de lo que había sido una frontera unos meses antes. A diferencia de la mayoría de los oportunistas que se precipitaron alegremente a la postrada Polonia para engullir la producción de la nación, recibió una fábrica no de un judío expropiado sino del Tribunal de Reclamaciones Comerciales. Una pequeña empresa dedicada a la fabricación de artículos esmaltados que había permanecido inactiva y en bancarrota durante muchos años. Comenzó a operar en el invierno de 1939-1940 con 4.000 metros cuadrados de superficie y un centenar de trabajadores, de los cuales siete eran judíos. Pero pronto trajo  a Stern como su contador.

La producción comenzó a toda prisa, porque Schindler era un trabajador astuto e incansable, y la mano de obra, ahora semi esclava, era tan abundante y tan barata que era el sueño más preciado de cualquier industrial. Durante el primer año, la fuerza laboral se expandió a 300, incluidos 150 judíos. A fines de 1942, la fábrica había crecido a 45.000 metros cuadrados y empleaba a casi 800 hombres y mujeres. Los trabajadores judíos, ahora 370, provenían todos del gueto de Cracovia. “Era una tremenda ventaja", dice Stem, "poder salir del gueto durante el día y trabajar en una fábrica alemana".

Las relaciones entre Schindler y los trabajadores judíos eran limitadas. En los primeros días tenía poco contacto con todos excepto con los pocos que, como Stern, trabajaban en las oficinas. Pero comparando su suerte con la de los judíos atrapados en el gueto donde ya habían comenzado las deportaciones, o incluso con la de aquellos que trabajaban como esclavos para otros alemanes en las fábricas vecinas, los trabajadores judíos de Schindler apreciaban su posición. Aunque no podían entender las razones, reconocieron que Herr Direktor de alguna manera los protegía. Un aire de relativa seguridad creció en la fábrica y los trabajadores pronto solicitaron permiso para traer a familiares y amigos para que pudieran compartir el refugio.

Se corrió la voz entre los judíos de Cracovia de que la fábrica de Schindler era el lugar para trabajar. Y, aunque los trabajadores no lo sabían, Schindler los ayudaba falsificando los registros de la fábrica. Los mayores figuraban como veinte años más jóvenes; los niños fueron catalogados como adultos; los abogados, médicos e ingenieros estaban registrados como metalúrgicos, mecánicos y dibujantes, todos oficios considerados esenciales para la producción de guerra. Se salvaron innumerables vidas de esta manera, ya que los trabajadores estaban protegidos de las comisiones de exterminio que escudriñaban periódicamente los registros de Schindler.

Al mismo tiempo, la mayoría de los trabajadores no sabían que Schindler pasaba las tardes junto a muchos de los oficiales locales de las SS y la Wehrmacht, cultivando amigos influyentes y fortaleciendo su posición siempre que era posible. Su fácil encanto pasaba por franqueza, y su personalidad y aparente confiabilidad política lo hicieron popular en los círculos sociales nazis en Cracovia.

Stern no se dejó impresionar por el aire de seguridad. Todos estaban haciendo equilibrio en el borde de un volcán, lo sabía. Desde detrás de su alta mesa de contador podía ver el despacho de Schindler a través de la puerta de cristal. "Casi todos los días, desde la mañana hasta la noche, funcionarios y otros visitantes venían a la fábrica y me ponían nervioso. Schindler solía servirles vodka y bromeaba con ellos. Cuando se iban, me invitaba a entrar, cerraba la puerta y luego, me decía en voz baja para qué habían venido. Él les decía que sabía cómo hacerles trabajar más a estos judíos y que quería que le trajeran más. Fue así que conseguimos meter familias y parientes todo el tiempo y salvarlos de la deportación". Schindler nunca dio explicaciones ni se reveló como un antifascista, pero gradualmente Stern comenzó a confiar en él.

SCHINDLER mantuvo vínculos personales con "sus judíos", especialmente con los que trabajaban en la oficina de la fábrica. Uno era el hermano de Itzhak Stern, el Dr. Nathan Stern, hoy un miembro respetado de la pequeña comunidad judía de Polonia. El Magister Label Salpeter y Samuel Wulkan, ambos miembros de alto rango del movimiento sionista polaco, eran los otros dos. Junto con Stern, eran parte de un grupo de enlace con el movimiento clandestino exterior. Pronto se les unió un hombre llamado Hildegeist, ex líder del Sindicato de Trabajadores Socialistas en su Austria natal, quien, después de tres años en Buchenwald, había sido contratado en la fábrica como contador. Estas actividades fueron lideradas por un trabajador de la fábrica, el ingeniero Pawlik, que posteriormente se reveló como un oficial de la clandestinidad polaca.

El propio Schindler no jugó un papel activo en todo esto, pero su protección cobijó al grupo. Es dudoso que estos pocos hombres tuviera influencia en una resistencia efectiva pero el grupo mismo cohesionó a los Schindlerjuden y los entrenó en una disciplina que más tarde resultaría útil.

Mientras amigos y padres en el gueto eran asesinados en las calles o morían de enfermedades o eran enviados a la cercana Auschwitz, la vida diaria en la fábrica continuó en tono menor hasta 1943. Entonces, el 13 de marzo, llegó la orden de cerrar el gueto de Cracovia. Todos los judíos fueron trasladados al campo de trabajos forzados de Plaszów, en las afueras de la ciudad. Se trataba de una serie de instalaciones en expansión que incluía campos subordinados, donde las experimentadas víctimas del terrible gueto de Cracovia encontraron condiciones aún más terribles. Cientos de prisioneros sufrían y morían o eran trasladados a Auschwitz. La orden de completar el exterminio de los judíos ya se había dado y había manos dispuestas llevarlo a cabo de la manera más eficiente y rápida posible.

Stern, junto con los otros trabajadores de Schindler, también habían sido trasladados a Plaszów pero, igual que otros 25.000 reclusos que habitaban el campo y trabajaban fuera, continuaron pasando sus días en la fábrica. Un día Stern se enfermó gravemente y le envió un mensaje a Schindler pidiendo ayuda con urgencia. Llegó de inmediato, con medicamentos esenciales y continuó sus visitas hasta que Stern se recuperó. Pero lo que había visto en Plaszów lo había dejado helado.

Tampoco le gustaba el giro que habían tomado las cosas en su fábrica.

Cada vez más indefenso ante los frenéticos odiadores y destructores de judíos, Schindler vio que ya no podía bromear con facilidad con los funcionarios alemanes que venían de inspección. El doble juego se estaba volviendo más difícil. Los incidentes sucedían cada vez con más frecuencia. En una ocasión, tres hombres de las SS entraron al piso de la fábrica sin previo aviso, discutiendo entre ellos. “Les digo que el judío es incluso inferior que un animal", decía uno. Luego, sacando su pistola, ordenó al trabajador judío más cercano que dejara su máquina y recogiera una basura del suelo. "Cómelo", ladró, agitando su arma. El hombre tembloroso se atragantó mientras lo hacía. "Ves lo que quiero decir", explicó el hombre de las SS a sus amigos mientras se alejaban. "Comen cualquier cosa. Incluso un animal nunca haría eso".

En otra ocasión, durante una inspección realizada por una comisión oficial de las SS, la atención de los visitantes fue captada por la visión del anciano judío Lamus, que se arrastraba por el patio de la fábrica en un estado de depresión total. El jefe de la comisión preguntó por qué el hombre estaba tan triste y le explicaron que Lamus había perdido a su esposa y a su único hijo unas semanas antes durante la evacuación del gueto. Profundamente conmovido, el comandante reaccionó ordenando a su ayudante que disparara contra el judío "para que pudiera reunirse con su familia en el cielo", luego soltó una carcajada y la comisión siguió adelante. Schindler permaneció de pie junto a Lamus y el ayudante.

—Deslízate los pantalones hasta los tobillos y empieza a caminar —le ordenó el ayudante a Lamus. Aturdido, el hombre hizo lo que le dijeron.

"Estás interfiriendo con toda mi disciplina aquí", dijo Schindler desesperadamente. El oficial de las SS se burló. Pero Schindler insistió:

"La moral de mis trabajadores se verá afectada. La producción de der Vaterland se verá afectada". El oficial sacó su arma.

"Una botella de aguardiente si no le disparas", casi gritó Schindler, que ya no pensaba racionalmente.

“¡Perfecto!” y para su asombro, el hombre obedeció, sonriendo guardó el arma y tomó del brazo al conmovido Schindler y fueron a la oficina para recoger su botella. Y Lamus, arrastrando los pantalones por el suelo, siguió arrastrando los pies por el patio, esperando con desesperación la bala en la espalda que nunca llegó.

La creciente frecuencia de tales incidentes en la fábrica y lo que había visto en el campo de Plaszów probablemente fueron los responsables de que Schindler adoptara un papel antifascista más activo. En la primavera de 1943, dejó de preocuparse por la producción de electrodomésticos esmaltados para los cuarteles de la Wehrmacht y comenzó la conspiración, el manejo de hilos, el soborno y la astucia ante la burocracia nazi que finalmente salvaría tantas vidas. Es en este punto que comienza la verdadera leyenda. Durante los dos años siguientes, la obsesión siempre presente de Oskar Schindler fue cómo salvar al mayor número de judíos de la cámara de gas de Auschwitz, a sólo sesenta kilómetros de Cracovia.

Su primer paso ambicioso fue intentar ayudar a los hambrientos y aterrorizados prisioneros de Plaszów. Otros campos de trabajo en Polonia, como Treblinka y Majdanek, ya habían sido cerrados y sus habitantes exterminados. Plaszów parecía condenado. A instancias de Stern y el grupo de  la “oficina interna", Schindler convenció una noche a uno de sus compañeros de bebida, el general Schindle, sin parentesco alguno, pero bien ubicado como jefe del equipo de armamentos en Polonia, que los talleres de campo de Plaszow serían ideales para la producción de guerra realizados en serie. Hasta enconos solo se usaban para la reparación de uniformes. El general aceptó la idea y ordenó envíos de madera y metal para el campo. Como resultado, Plaszow se transformó oficialmente en un "campo de concentración" esencial para la guerra. Y aunque las condiciones apenas mejoraron, salió de la lista de campos de trabajo que estaban siendo eliminados. Temporalmente al menos, los fuegos de Auschwitz fueron privados de más combustible.

Ese paso también ubicó a Schindler en una buena posición ante el comandante de Plazów, el Hauptsturmführer Amon Goeth, quien, con el cambio, elevó su estatus a una nueva dignidad. Cuando Schindler solicitó que los judíos que continuaban trabajando en su fábrica fueran trasladados a su propio subcampo cerca de la planta "para ahorrar tiempo en llegar al trabajo", Goeth accedió. A partir de ese momento, Schindler descubrió que podía introducir alimentos y medicinas de contrabando en los barracones con poco peligro. Los guardias, por supuesto, fueron sobornados, y Goeth nunca descubriría los verdaderos motivos de la petición de Schindler. 

Schindler comenzó a tomar mayores riesgos. Interceder por los judíos que fueron denunciados por un "delito" u otro era un hábito peligroso a los ojos de los fascistas, pero Schindler ahora comenzó a hacer esto casi con regularidad. "Dejen de matar a mis buenos trabajadores", era su técnica habitual. "Tenemos una guerra que ganar. Estas cosas siempre se pueden resolver más tarde". La artimaña tuvo éxito suficiente para salvar docenas de vidas.

Una mañana de agosto de 1943, Schindler fue el anfitrión de dos visitantes sorpresa que le había enviado la organización clandestina que la agencia de bienestar judía estadounidense, el Comité Judeo Americano de Distribución Conjunta, conocido como el Joint, que operaba entonces en la Europa ocupada. Satisfecho de que los hombres hubieran sido enviados por el Dr. Rudolph Kastner, jefe del aparato secreto del Joint cuya cabeza estaba bajo precio en Budapest, Schindler llamó a Stern. "Hable con franqueza a estos hombres, Stern", dijo. Hágales saber lo que ha estado pasando en Plaszów.

“Queremos un informe completo sobre las persecuciones antisemitas”, dijeron los visitantes a Stern. "Escríbanos un informe completo".

“Adelante”, instó Schindler. “Son suizos. Es seguro. Puedes confiar en ellos. Siéntate y escribe".

Para Stern, el riesgo era inútil y temerario, y lo puso en alerta. Dirigiéndose enojado a Schindler, le preguntó: "Schindler, dime francamente, ¿no es esto una provocación? Es muy sospechoso".

Schindler, a su vez, se enojó por la repentina desconfianza de Stern. "¡Escriba!” le ordenó. Stern tenía pocas opciones. Escribió todo lo que se le ocurrió, mencionó los nombres de los vivos y de los muertos, y redactó la larga carta que, años después, descubrió que había circulado ampliamente y ayudó a disipar las incertidumbres en los corazones de los familiares de las víctimas repartidos por todo el mundo fuera de Europa. Y cuando posteriormente desde la clandestinidad recibió cartas de respuesta desde América y Palestina, se desvaneció cualquier duda que aún pudiera tener sobre la integridad o el juicio de Oskar Schindler.

La vida en la fábrica de Schindler continuó.

Algunos de los hombres y mujeres más débiles murieron, pero la mayoría continuó obstinadamente con sus máquinas, produciendo objetos esmaltados para el ejército alemán. Schindler y su círculo "interior de la oficina" de cautelosos pasaron a aprensivos, preguntándose cuánto tiempo podrían continuar con el juego de engaño. El propio Schindler seguía encontrándose con oficiales locales pero el cambio de rumbo que siguió a Stalingrado y la invasión de Italia,  descontroló los ánimos. Una firma en un papel podría enviar a los trabajadores judíos a Auschwitz y a Schindler junto con ellos. El grupo se movió con sumo cuidado, aumentó los sobornos a los guardias del campo; la fábrica luchó por sobrevivir gracias a los alimentos y medicamentos que Schindler introducía de contrabando. El año 1943 volvió 1944. Diariamente, la vida terminaba para miles de judíos polacos. Pero los Schindlerjuden, para su propia sorpresa, seguían vivos.

En la primavera de 1944, la retirada alemana en el frente oriental ya era un hecho. Se ordenó vaciar Plaszów y todos sus subcampos. Schindler y sus trabajadores no se hacían ilusiones sobre lo que implicaba mudarse a otro campo de concentración. Había llegado el momento de que Oskar Schindler jugara su carta de triunfo, una apuesta atrevida que había ideado de antemano.

Comenzó su trabajo sobre sus compañeros de trasnochadas, sus contactos en los círculos militares e industriales de Cracovia y Varsovia. Sobornó, engatusó, suplicó, trabajó desesperadamente contra el tiempo y luchó contra lo que todos le aseguraron que era una causa perdida. Se subió a un tren y vio gente en Berlín. Y persistió hasta que alguien, en algún lugar de la jerarquía, tal vez impaciente por terminar con ese negocio aparentemente insignificante, finalmente le dio la autorización para trasladar una fuerza de 700 hombres y 300 mujeres del campo de Plaszów a una fábrica en Brněnec en su Sudetenland natal. La mayoría de los otros 25.000 hombres, mujeres y niños en Plaszów fueron enviados a Auschwitz, para encontrar allí el mismo final de varios millones de judíos. Pero gracias a los esfuerzos obstinados de un hombre mil judíos se salvaron temporalmente de esa gran calamidad. Mil seres humanos medio muertos de hambre, enfermos y casi destrozados vieron conmutada su sentencia de muerte conmutada por un indulto milagroso.

Resultó que el traslado de la fábrica polaca a las nuevas instalaciones en Checoslovaquia no transcurrió sin incidentes. Un lote de cien salió directamente en julio de 1944 y llegó sano y salvo a Brněnec. Otros, sin embargo, encontraron su tren desviado sin previo aviso hacia el campo de concentración de Gross-Rosen, donde muchos fueron golpeados y torturados y donde todos fueron obligados a pararse en filas regulares en el gran patio, sin hacer absolutamente nada más que ponerse y quitarse la ropa de manera uniforme durante todo el día. Finalmente, Schindler una vez más demostró tener éxito en mover los hilos. A principios de noviembre, todos los Schindlerjuden se unieron nuevamente en su nuevo campo.

Y hasta la liberación en la primavera de 1945 continuaron burlando a los nazis en el peligroso juego de permanecer con vida. Aparentemente, la nueva fábrica estaba produciendo piezas para bombas V2, pero, en realidad, la producción durante esos diez meses entre julio y mayo fue absolutamente nula.

Los judíos que escaparon de los transportes y luego evacuaron Auschwitz y los otros campos más orientales antes de que los rusos se aproximaran encontraron allí refugio sin hacer preguntas. Schindler incluso pidió descaradamente a la Gestapo que le enviara a todos los fugitivos judíos interceptados: "en interés", dijo, "de continuar la producción bélica". Cien personas más se salvaron de esta manera, incluidos judíos de Bélgica, Holanda y Hungría. “Sus hijos” alcanzó la cifra de 1.098: 801 hombres y 297 mujeres.

Los Schindlerjuden a estas alturas dependían completamente de él y temían su ausencia. Su compasión y sacrificio fueron mayúsculos. Gastó todo el dinero que aún le quedaba y también cambió las joyas de su esposa por comida, ropa y medicinas, y por bebida con la que sobornar a los  de las SS. Equipó un hospital secreto con equipo médico robado y conseguido por el mercado negro, luchó contra epidemias y una vez hasta hizo un viaje de 450 kilómetros cargando dos enormes frascos llenos de vodka polaco y llevándolos llenos de medicamentos que se necesitaban 

En la fábrica, se comenzaron a fabricar falsos sellos de goma, documentos militares de viaje y los documentos oficiales especiales necesarios para proteger la entrega de alimentos comprados ilícitamente. Guardaron y ocultaron uniformes y armas nazis, junto con municiones y granadas de mano, preparados para cualquier eventualidad. Los riesgos aumentaron y creció la tensión. Sin embargo, Schindler pareció haber mantenido un equilibrio prácticamente inquebrantable. "Quizás me había vuelto fatalista", dice ahora. "O tal vez solo tenía miedo del peligro que vendría una vez que los hombres comenzaran a perder la esperanza y actuaran precipitadamente. Tenía que mantenerlos llenos de optimismo".

Pero hubo dos grandes sustos que perturbaron su normal calma durante los constantes peligros de esos meses. La primera fue cuando un grupo de trabajadores, queriendo tontamente expresar gratitud, le dijeron que habían escuchado una transmisión ilegal de radio con la promesa de que se nombraría "Oskar Schindler Strasse". a una calle en la Palestina de la posguerra. Durante días esperó a que viniera la Gestapo hasta que 

El otro ocurrió durante una visita del comandante local de las SS. Como era costumbre, el oficial se sentó en la oficina de Schindler bebiendo vaso tras vaso de vodka y emborrachándose rápidamente. Viéndolo tambalear peligrosamente cerca de una escalera de hierro que conducía al sótano, Schindler, cedió repentinamente a la tentación con uno de sus raros actos no premeditados. Le dio un ligero empujón, luego un aullido y un ruido sordo desde el fondo. Pero el hombre no estaba muerto. Al regresar a la habitación, con sangre en su cuero cabelludo, gritó que Schindler le había disparado, y mientras salía corriendo lo maldijo con rabia  diciendo: "No vivirás hasta la liberación, Schindler. No creas que nos engañas. ¡Tú mismo perteneces a un campo de concentración, junto con todos tus judíos!".

Schindler entendía a "sus hijos" y empatizaba con sus miedos. Le habían dado una villa, cerca de la fábrica, bellamente amueblada desde la que se veía la longitud del valle del pequeño pueblo checo. Pero como los SS podían llegar tarde en la noche, Oskar y Emilie Schindler nunca pasaron una sola noche en la villa, sino que durmieron en una pequeña habitación en la propia fábrica.

Cuando algún judío moría, era enterrado en secreto con ritos completos a pesar de la orden nazi de cremarlos. Las fiestas religiosas se observaban clandestinamente y ese día se entregaban raciones adicionales de alimentos conseguidas en el mercado negro.

De entre las historias y anécdotas que alimentaron la leyenda que los Schindlerjuden repiten en los cuatro continentes es la que ilustra gráficamente el papel adoptado por Schindler como protector y salvador en medio de la indiferencia general y amoral. Justo en el momento en que el imperio nazi se estaba derrumbando, una llamada telefónica desde la estación de tren una noche le preguntó a Schindler si le importaba aceptar la entrega de dos vagones de tren llenos de judíos casi congelados. Los vagones habían sido cerrados por congelación a una temperatura de -15 grados y contenían casi cien hombres enfermos que habían estado encerrados desde que el tren había sido enviado desde Auschwitz diez días antes a una fábrica dispuesta a recibirlos. Pero, cuando se le informó de la condición de los prisioneros, ninguna los aceptó. "¡No estamos dirigiendo un sanatorio!" era la respuesta habitual. Schindler, asqueado por la noticia, ordenó que el tren se enviara a la fábrica de inmediato.

Era impresionante verlo. Se había formado hielo en las cerraduras y hubo que abrir los vagones con hachas y sopletes de acetileno. En el interior, los miserables despojos de esos seres humanos estaban rígidos y congelados. Hubo que sacar a cada uno como si fuera un esqueleto con carne congelada. Trece estaban indudablemente muertos, pero los demás aún respiraban.

A lo largo de esa noche y durante muchos días y noches siguientes, Oskar y Emilie Schindler y los trabajadores se encargaron sin descanso de los esqueletos congelados y hambrientos. Una gran sala de la fábrica se vació con ese fin y, aunque tres hombres más murieron, con el cuidado, el calor, la leche y la medicina, los otros se recuperaron gradualmente. Todo esto se había hecho en secreto, manteniendo a los guardias de la fábrica debidamente sobornados como de costumbre. La convalecencia de los hombres también tenía que efectuarse en secreto para que no fueran fusilados como inválidos inútiles. Más tarde se convirtieron en parte de la fuerza laboral de la fábrica y se unieron a los demás en la tarea de fingir una producción de guerra.

Así era la vida en Brněnec hasta que la llegada de los victoriosos rusos el 9 de mayo puso fin a la constante pesadilla. El día anterior, Schindler había decidido que tendrían que deshacerse del comandante local de las SS en caso de que de repente recordara su amenaza de borracho y tuviera alguna idea desesperada de último momento. La tarea no fue difícil, porque los guardias ya habían comenzado a salir del pueblo presos del pánico. Desenterrando sus armas escondidas, un grupo salió de la fábrica a altas horas de la noche, encontró al oficial de las SS bebiendo hasta el olvido en su habitación y le disparó desde afuera de su ventana. Temprano en la mañana, una vez seguros de que sus trabajadores finalmente estaban fuera de peligro y de que todo estaba en orden para enfrentar a los rusos, Schindler, Emilie y varios más desaparecieron discretamente y no se supo de ellos hasta que aparecieron, meses después, en la Zona Estadounidense de Austria. Schindler sabía que, como propietario de una fábrica alemana de mano de obra esclava, mejor no arriesgarse a que las tropas rusas le dispararan sospechando de sus referencias personales o sus puntos de vista sobre el régimen fascista.

En los cuatro años que siguieron, los Schindlerjuden recuperaron su salud y se dispersaron por muchos países. Algunos se unieron a familiares en Estados Unidos, otros encontraron su camino, legal o ilegalmente, yendo a Israel, Francia y América del Sur. La mayoría regresó a Polonia, pero muchos de ellos se marcharon de nuevo y comenzaron la vida de las personas desplazadas (DP) en los numerosos campos de la UNRRA en Alemania. La mayoría inevitablemente perdió el contacto con su buen amigo Oskar Schindler.

Para él, la vida cotidiana se volvió difícil e inestable. Como alemán de los Sudetes, no tenía futuro en Checoslovaquia y, al mismo tiempo, ya no podía soportar la Alemania que una vez había amado. Durante un tiempo intentó vivir en Ratisbona. Más tarde se mudó a Munich donde dependía en gran medida de los paquetes de Care que le enviaban desde Estados Unidos algunos de los Schindlerjuden, pero era demasiado orgulloso para suplicar más ayuda. Las organizaciones benéficas judías polacas lo rastrearon, lo descubrieron necesitado y trataron de brindársela incluso en medio de todos sus amargos problemas de posguerra. Finalmente, la cuestión de efectuar algún tipo de compensación fue delegada al Joint.

Empezó a recibir de este organismo una ración completa de comida y cigarrillos, mientras vivía como cualquier desplazado judío del país y sobrevivía mientras buscaba una mejor solución. Se volvió tan anti-alemán en sus sentimientos como cualquiera de los DP judíos que ahora se convirtieron en sus únicos amigos. Y demostró ser útil para las autoridades estadounidenses, aunque atrajo un montón de hostilidad peligrosa sobre su propia cabeza, al presentar a la potencia ocupante una documentación detallada sobre sus antiguos compañeros de bebida, sobre los viciosos dueños de las otras fábricas de esclavos que habían estado cerca, todo sobre su grupo podrido con el que había bebido y al que había adulado para salvar las vidas de personas indefensas.

Tal es la historia de Schindler que hoy cuentan más de mil personas en muchos países diferentes. La pregunta desconcertante que queda es qué hizo funcionar a Oskar Schindler. Es dudoso que alguno de los Schindlerjuden haya descubierto la verdadera respuesta. Uno de ellos supone que lo motivó en gran medida la culpa, ya que parece seguro suponer que, para ganarse una fábrica en Polonia y la confianza de los nazis, debe haber sido miembro —quizás uno importante— del Partido Alemán de los Sudetes, el movimiento fascista de antes de la guerra en Checoslovaquia. Otro está de acuerdo con esta hipótesis pero la reformula en base a un rumor. Schindler se separó por primera vez de los nazis, dice este teórico, cuando un joven e impetuoso soldado de asalto alemán entró en su casa y golpeó salvajemente a su esposa, Emilie, frente a él durante la marcha de 1938 hacia los Sudetes.

Las investigaciones en Checoslovaquia han producido más confusión que esclarecimiento. Un testigo, Ifo Zwicker, no solo estaba entre los judíos a los que Schindler salvó, sino que, por una feliz coincidencia, había vivido durante años en Zwittau, su lugar de nacimiento y  también ña ciudad natal de Schindler. Sin embargo, después de confirmar con entusiasmo la ahora familiar saga de Schindler, Zwicker solo pudo agregar incertidumbre: "Como ciudadano de Zwittau, nunca lo habría considerado capaz de todas estas hazañas maravillosas. Antes de la guerra, todos aquí lo llamaban Gauner [estafador o vivillo]". Pero, ¿era un Gauner tan vivo que se había convertido en antifascista porque suponía que los nazis estaban condenados? Difícilmente se sabrá la respuesta que explique una conversión en 1939 o 1940 que lo llevó a  un centenar de graves riesgos de muerte rápida si era descubierto.

La única conclusión posible parece ser que las hazañas excepcionales de Oskar Schindler surgieron de ese sentido elemental de decencia y humanidad en el que nuestra era sofisticada rara vez cree sinceramente. Un oportunista arrepentido vio la luz y se rebeló contra el sadismo y la criminalidad vil que lo rodeaba. La inferencia puede ser simple y desilusionante, especialmente para los psicoanalistas aficionados que preferirían encontrar un motivo más profundo y misterioso que queda, es cierto, sin investigar ni valorar. Pero una hora con Oskar Schindler estimula a a creer en la respuesta simple.

Hoy, a los cuarenta años, Schindler es un hombre de una honestidad convincente y un encanto extraordinario. Alto y erguido, de hombros anchos y un tronco poderoso, suele tener una sonrisa alegre en su rostro fuerte. Sus ojos francos, de azul grisáceo, también sonríen, excepto cuando se tensan por la angustia al hablar del pasado. Entonces toda su mandíbula sobresale de manera belicosa y aprieta sus grandes puños que golpea con furia lenta. Cuando ríe, es una risa infantil y cordial, que todos sus oyentes disfrutan al máximo. "Es su personalidad más que cualquier otra cosa lo que nos salvó", comentó una vez uno del grupo.

Hace unos meses, los esfuerzos que muchas personas finalmente dieron sus frutos. Después de años de intentarlo, el Joint recibió la autorización para su salida definitiva de Alemania. La organización le entregó una subvención en efectivo, una visa para Argentina y un boleto de barco, y lo ayudó a poner fin a la confusión y la pobreza de los años de la posguerra. Oskar y Emilie Schindler abordarán un barco en Génova y navegarán hacia su futuro desconocido. Muchos de "sus hijos" esperan en Sudamérica para saludarlos.

Varios meses después, los Schindler llegaron a Argentina, pero la vida de posguerra de Oskar fue un desastre. Se separaron en 1957 y tuvo luego repetidos fracasos comerciales. Al regresar a Alemania Occidental después de la ruptura de su matrimonio, fue dependiendo cada vez más de las limosnas de los siempre agradecidos Schindlerjuden. Cuando murió en 1974, sus hazañas durante la guerra aún no habían sido ampliamente descritas, aunque fueron reconocidas en Israel, donde Oskar Schindler fue declarado Gentil Justo Entre Las Naciones y donde sus restos, transportados desde Frankfurt, fueron enterrados en un cementerio en el Monte Sión en Jerusalén. Por lo que Thomas Keneally pudo descubrir, él era el único miembro del Partido Nazi tan honrado.

fuente http://writing.upenn.edu/~afilreis/holocaust_new/steinhouse.php

Traducción Diana Wang.

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Quien lo ha dado a publicidad ahora es Stanley Diamond en:

La nota original poco conocida que cuenta la historia de Oskar Schindler. Dice:

Me gustaría referirme a otro aspecto de la historia de Oskar Schindler desconocido por la mayoría del público. Solo un periodista conocía bien a Oskar y escribió su historia mucho antes que Thomas Keneally escribió "El arca de Schindler". Ese periodista es el difunto habitante de Montreal, Herbert Steinhouse, en aquel  momento, el corresponsal de noticias de Europa occidental para la Compañía Canadian Broadcasting.

El artículo que escribió en 1949 permaneció intacto en sus voluminosos archivos durante 45 años después de que fuera rechazado por Atlantic Monthly y varias otras revistas importantes... pocas personas querían escuchar entonces historias sobre “buenos alemanes”. Finalmente accedió a la publicación del artículo original después de ver la película de Spielberg  con el placer de ver que este director había capturado las esencias del hombre y no le había dado a la historia un tratamiento hollywoodense lavado.

Fue publicado en la revista canadiense "Saturday Night": http://writing.upenn.edu/~afilreis/holocaust_new/steinhouse.php

Tras la publicación en "Saturday Night", Steinhouse fue entrevistado en Noticias de la noche en Canadá: https://youtu.be/XGSzuNNImGY.

Los archivos de Steinhouse están ahora en los Archivos Nacionales Canadienses y comienza con su biografía https://data2.archives.ca/pdf/pdf001/p000000741.pdf) que en parte dice: "La aparición de la película de Steven Spielberg "La lista de Schindler" en 1993 convenció que le presentara su antiguo manuscrito “El alemán que salvó mil vidas”, escrito medio siglo antes, a la revista “Saturday Night”. Su publicación como “The Real Oskar Schindler” trajo a Steinhouse un reconocimiento tardío como el periodista que había descubierto por primera vez la historia de Schindler y cuya ardua investigación respaldó las afirmaciones de la película y la novela "ficticias". El artículo fue traducido y reimpreso en todo el mundo.”

En aras de la divulgación completa, el difunto Herbert y yo somos primos hermanos.

Stanley Diamond, HSH (Montreal), Z’L .

Nota personal: falleció en 2017, era genealogista y tuvimos varios intercambios. Diana Wang

Acto Iom Hashoá DAIA Córdoba

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A partir del minuto 36.33:

¿Por qué el Dia del Holocausto se llama Iom Hashoá? ¿Por qué preferimos usar la palabra Shoá en lugar de Holocausto? Un holocausto es un ritual sacrificial en el que se quema a un ser vivo, hecho voluntariamente por un grupo para conquistar la benevolencia divina y el perdón ante alguna falta cometida. Por eso es doblemente erróneo llamar Holocausto al plan asesino nazi. Uno, porque las víctimas no entregaron a nadie al fuego voluntariamente y dos porque no fue consecuencia de nada que hubieran hecho. El exterminio planificado del pueblo judío no tenía correlación alguna con algo que los judíos hubieran hecho, eran las víctimas propiciatorias tan solo por haber nacido judíos, como si un día alguien decidiera el exterminio de los que miden menos de 1.60 o de los tienen el pelo lacio. Serían culpables, igual que los judíos, por algo con lo que nacieron, no por algo que hubieran hecho. Por eso preferimos usar la  palabra Shoá que tiene dos atributos. Uno, es una palabra en hebreo y se refiere exclusivamente al plan de exterminio nazi sobre el pueblo judío en su totalidad. Y la segunda característica es  que no tiene ninguna atribución, es una palabra descriptiva, significa devastación, desastre, desolación, como un terremoto, un tsunami o la erupción de un volcán. Aunque todavía no es la palabra justa para nombrar lo que pasó porque aquello no fue un fenómeno natural sino uno decidido y realizado por los humanos. 

Y ahí reside todo su potencial porque nos abre a una comprensión de lo humano, algo en lo que todos nos podemos ver identificados, algo que nos importa a todos porque nadie sabe si no será, alguna vez, blanco de la decisión de alguien y deberá correr por su vida. Verlo desde la perspectiva humana, además, tal vez redunde alguna vez en un cambio de nuestra formación educativa, un cambio que contemple la pregunta de como fue posible. Porque, si fue posible una vez, es un precedente, puede volver a repetirse. 

Y vaya si se repitió. El siglo XX quedará en la historia como el siglo de los genocidios, un siglo que, al decir de Giorgio Agamben, si tuviéramos que representar con un solo dispositivo, sería Auschwitz, o sea, la propaganda, la ciencia y la tecnología de punta de ese momento al servicio del exterminio en un plan racional, orquestado y fríamente organizado. Pero la Shoá no fue el primero ni el último. Fueron tantos los sucedidos luego que debemos aceptar, con dolor y vergüenza, que no parecemos haber aprendido nada. El siglo empezó con el genocidio de los hereros y namaquas en África bajo la colonización de Alemania, en lo que hoy es Namibia. Le siguió, durante la Primera Guerra Mundial, el genocidio del pueblo armenio en manos de los turcos otomanos. Años después, en 1937, los ocupantes japoneses masacraron a la población de Nanking, en China. Ya el nazismo estaba en el poder en Alemania pero fue a partir de 1939, con la invasión a Polonia y el inicio de la Segunda Guerra Mundial que hizo su entrada fatal en la historia con su furia conquistadora y asesina. 

Una vez conocido el alcance de lo que hicieron, fue necesario nombrarlo, Churchill lo llamó en 1944 “crimen sin nombre”. En el mismo año, en 1944, el jurista judeo-polaco, Rafael Lemkin asilado en EEUU lo llamó genocidio. Su definición jurídica es extensa pero en resumidas cuentas se refiere al ataque, sometimiento o eliminación sistemáticos de un colectivo social, étnico, religioso o político. Participó en los juicios en Nuremberg con este concepto y una vez creadas las Naciones Unidas determinó la Convención de Genocidio de 1948, estableciendo que es un crimen de lesa humanidad.

Además de la creación de la palabra genocidio, la Shoá tuvo varias consecuencias más.

Instaló el NUNCA MÁS como clamor universal, palabras repetidas una y otra vez por quien lucha en contra de los hechos genocidas o que los quiere prevenir como tan bien conocemos en nuestro país. Pero es de lamentar que hoy es un NUNCA MAS afónico y cansado, deshilachado y agónico, nadie parece prestarle atención. Se dice, ciertamente se dice, pero en las esferas del poder y la codicia, son tan solo enunciados que adornan un discurso voluntarista e hipócrita. Solo las víctimas y los bienpensantes que las rodean, abrazan la frase con toda su potencia y esperanza. La prueba de que el NUNCA MAS es solo declarativo está en la lista de genocidios posteriores a la Shoá. Son tantos que mencionaré solo unos pocos. Camboya y los khmer rojos, Guatemala y el asesinato de la etnia ixil, Ruanda y el exterminio de los Tutsis desangrados por los machetazos de los Hutus, Kosovo y la limpieza étnica en los Balcanes, se instalaron nuevos horrores, los feticidios,  los niños soldados, el secuestro de niños para desactivar minas personales. La lista de espantos sigue y sigue. El anhelado NUNCA MÁS es un “otra vez, otra vez, otra vez”.

Por todo ello, otra de las consecuencias que proporcionó la Shoá al mundo, fue el establecimiento de los Tribunales Internacionales, desde la Corte Internacional de Justicia, órgano de las ONU hasta los tribunales de Derecho Penal Internacional. Los genocidios no tienen fronteras nacionales, un genocida es un asesino pasible de ser juzgado fuera de su país porque su delito es de lesa humanidad. 

Año tras año decimos e insistimos que enseñar la Shoá abre las puertas a la comprensión de la capacidad genocida humana y también ilumina aquellos aspectos que permitirían prevenirla, arrancarla de raíz como debía hacer El Principito con los brotes de baobab. Les debemos esto todavía a nuestros nietos. 

En cada aniversario decimos lo mismo y esperamos que nuestra voz sea atendida alguna vez y que la Shoá sea algo más que una clase que se da una vez por año entre aritmética y geografía. La Shoá tiene un potencial educativo que aún está por ser aprovechado. Desde los grandes temas, como la manipulación de la masa mediante la propaganda que tan diabólica y magistralmente desarrolló el nazismo, el enriquecimiento de algunos con la guerra y los genocidios, el uso de la ciencia y la tecnología fuera de toda ética, hasta la capacidad de resistencia de las víctimas y las grandes y pequeñas conductas solidarias que hicieron posible la salvación de tantos. 

La Shoá permite comprender de qué modo proceden los gobiernos, los tratados internacionales de una geopolítica casada con la codicia, las complicidades y las traiciones del sálvese quien pueda de los estados nacionales. Algo de eso estamos viendo con el manejo de las vacunas ante esta pandemia que nos amenaza de muerte y que nos tiene a todos como víctimas. 

Estudiar la Shoá permitiría abrir los ojos a esta desaparición de las fronteras políticas en el mundo globalizado y a la enorme capacidad de difusión instantánea potenciada por las redes sociales que han horizontalizado toda la información. Por un lado permiten que todos y cualquiera se exprese pero por el otro genera fake news, contenidos tendenciosos con una enorme dificultad de distinguir lo verdadero de lo falso. Igual que sucedió con la propaganda tan minuciosamente orquestada por el nazismo, tanto que consiguió transformar en asesino a un pueblo creyente y culto. Las redes sociales lo hacen infinitamente más peligroso.

Con la Shoá se puede ver, dolorosamente, hasta dónde el dinero no tiene color ni olor, que la codicia pretende más, siempre más y no le importa de dónde viene ni para qué se usa.

Estudiar la Shoá ilumina un aspecto muy potente que es la conducta de los jóvenes que fueron los que llevaron adelante los actos de rebelión y defensa como el que estamos recordando hoy. También nos habla del titánico esfuerzo de las familias que hicieron lo posible y lo imposible por salvar a sus niños, y también nos señala cómo una convicción, sea de fe o política, puede ser un sostén contra la adversidad, darnos fuerza y sostenernos cuando todo está en contra.
Y, por último, pero no menos importante, la Shoá nos enseña el valor de la memoria. No hay hasta la fecha un genocidio más y mejor documentado que la Shoá. Los diarios personales, los documentos y las crónicas, los testimonios, las investigaciones y todo lo que los archivos van descubriendo día a día así como los miles de papers, tesis y libros, conforman un tesoro documental. La memoria es una de las claves de la persistencia del pueblo judío. Hacemos culto de la memoria, de las historias de nuestros antepasados que nos hablan de la identidad que heredamos, tanto que una de nuestras festividades centrales, el seder de Pésaj, es además de comer cosas ricas, el relato de nuestra historia.

Recordamos hoy el levantamiento del gueto de Varsovia. Un puñado de jóvenes, poco más que adolescentes, enfrentaron en abril de 1943 a la poderosa maquinaria bélica nazi y la tuvieron en jaque durante casi un mes, casi el mismo tiempo que necesitó toda Francia para rendirse. Hace 78 años, sin armas, hambreados, huérfanos y abandonados, estos chicos estamparon en la historia el grado de la voluntad de vivir y luchar en contra del sojuzgamiento, un ejemplo para nosotros, sus herederos y legatarios, para no someternos a la injusticia, la arbitrariedad y la iniquidad y defender con uñas y dientes si es preciso la democracia, la libertad y la justicia, las únicas garantías de supervivencia como personas, como comunidad y como país.

Terminaré mi intervención esta noche, con un relato que ilustra cómo la Shoá puede aplicarse a nuestra realidad cotidiana:

Balka vivió hasta los 92 años. Se casó, tuvo varios hijos y nietos. Vio crecer a sus nietos y un día se murió. En su cama. Rodeada de su familia.

Pero no toda su vida había sido buena. Cumplió 18 en Auschwitz. Sobrevivió, obviamente, pero algo pasó allí que la siguió acosando la vida entera.

Rapada y tatuada, fue considerada apta para el trabajo y por ello tuvo el privilegio de seguir viviendo, al menos mientras pudiera ser útil. Su barraca estaba en Birkenau, en uno de esos enormes galpones sin ventanas cubiertos por camastros de tres pisos en donde se apilaban las prisioneras, de a dos o tres por cama. Tuvo suerte, solo tenía una compañera, Ema. También tuvo suerte porque la amistad que creció entre ellas fue inmediata. Se contaban, se consolaban, se escuchaban, se animaban, se hacían bien. Eran una burbuja de paz en medio del horror circundante. Juntas en las largas horas del recuento cotidiano, de pie, bajo el sol o la nieve, bajo la lluvia o el frío. Juntas iban todos los días a la cantera para levantar esas piedras pesadas. Juntas sostenían el cuenco en el que recibían ese líquido inmundo que los guardias llamaban sopa. Juntas soñaban y dibujaban lo que harían una vez libres, una vez afuera, una vez recuperada su condición humana.

Cada tanto venía un camión que cargaba a decenas de mujeres para ser llevadas a otro sitio. Nadie sabía a dónde. Se rumoreaba que para trabajar en una fábrica de aviones o municiones. Otros decían que eran llevadas para experimentos médicos o para satisfacer las necesidades de los soldados. 

Balka y Ema fueron esquivando esos viajes a lo desconocido ubicándose al final de la fila para no ser vistas. Pero las condiciones se fueron haciendo tan extremas, los maltratos y el hambre tan acuciantes que cuando apareció el camión otra vez decidieron ponerse más adelante para ser elegidas. Nada podía ser peor que lo que estaban viviendo. Valía la pena probar. Las mujeres fueron subiendo pero cuando le tocó el turno a Ema el camión ya estaba lleno, titubeó, se quedó quieta y Balka se adelantó, subió decidida para ver, con espanto, que detrás de ella se cerraba la puerta del camión sin que Ema hubiese alcanzado a subir. Fue tarde su grito desesperado “¡Ema! ¡Ema! ¡Déjenla subir! ¡Ema!”, el camión ya estaba en marcha.

Balka sobrevivió. Ema no. “¿Por qué me adelanté en la cola?” era la pregunta torturante que la acosó la vida entera. En medio de cada momento feliz, en su casamiento, en el nacimiento de cada hijo, en los logros de cada uno de sus nietos, a la hora de brindar se le ensombrecía la memoria y volvía, como una letanía irrefrenable la eterna pregunta “¿Por qué me adelanté en la cola?”. En esos momentos sentía que no merecía vivir esas alegrías, le tocaban a Ema, ella estaba adelante. 

Claro que no podía haber sabido que sería la última en ser cargada en el camión, pero, lúcida y con una decencia feroz, Balka horadaba su conciencia preguntándose “y si lo hubiera sabido, ¿también me habría colado?”. Un enjambre de moscas culpabilizadoras le ensombrecía el festejo y le impedía disfrutar. “Vivo de prestado, Ema estaba antes que yo, ¿Por qué me adelanté? ¿por apurada, por impaciente o por egoísta?”

Balka murió en su cama después de haber vivido una vida digna pero se fue con esas preguntas sin responder, preguntas que la pintan humana a rabiar, honesta, valiente y, por sobre todo, consciente de que uno es responsable de todo lo que hace. Aunque sea algo que parezca tan insignificante como pasarse en una cola.

Muchas gracias.

Reencuentro sobrevivientes 82 años después

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Comentario introductorio: Los sobrevivientes de la Shoá nos hemos quedado sin familias. Sus hijos nos hemos criado entre tíos y primos postizos. ¿Y qué pasó con los amigos? ¿Los compañeros de escuela, de juegos, de sueños? No suele hablarse mucho de esa amputación sufrida, la pérdida de esa personita que era nuestro compinche, confidente y en quien confiábamos tanto que era casi la persona más importante de nuestra vida. La alegría que sentimos todos en este momento es que la separación de hace 82 años hoy se ha revertido. Como las aguas del Mar Rojo que se abrieron para que podamos huir y no ser atrapados, las aguas del tiempo han construido este puente que hoy une a Ana María y a Betty, separadas e ignorando cada una acerca de cuál había sido el destino de la otra, y nosotros tenemos el privilegio de ser testigos de este reencuentro. Pero antes, y para ser prolijos, vamos a ver cómo fue que se reencontraron.

Comentario de cierre: Si cuando un amigo se va queda un espacio vacío que no lo puede llenar la llegada de otro amigo, ¿qué decir de este milagroso reencuentro de Ana María y Betty? Uno se pregunta ¿cuánta gente aún queda por reencontrarse? ¿Cuántos de nosotros, yo misma, sentimos que esto que han vivido Ana María y Betty es una evidencia de que tal vez, quien sabe, podremos encontrar a esa persona que creemos perdida? Es como encontrar una aguja en un pajar, pero esto que ha pasado nos abre, aunque sea un pequeño resquicio, la ventanita de la esperanza. Un querido sobreviviente que ya no está con nosotros, Charles Papiernik Z’L, decía con amargura “los optimistas nos quedamos y los pesimistas se fueron” y nos deja esa pregunta abierta acerca de cómo evaluar realísticamente lo que sucede y cómo saber de antemano lo que es mejor hacer. Ana María y Betty tuvieron la suerte de tener padres que hicieron lo que resultó correcto para sobrevivir. Es una fiesta este reencuentro. Gracias Ita por tu increíble corazonada, gracias Aliza por tu búsqueda insistente y gracias Ana María y Betty por haberse prestado a este emocionante momento que nos hace tan bien a todos. Buenas tardes.

Pilares de reconstrucción

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Proyectos latinoamericanos presentados en cuatro bloques:

INDIFERENCIA

ACCIÓN

RECONSTRUCCIÓN

COMPROMISO

Presentación del cuarto bloque: Compromiso

Hola, soy Diana Wang, como para muchos de ustedes, uno de los ejes alrededor del cual gira mi vida es la Shoá. Mi compromiso con el presente y el futuro empieza con la supervivencia de mis padres y guía todos mis pasos orientados a mantener la memoria de lo sucedido y a generar proyectos educativos. 

Guardar la memoria es más que recordar penurias, humillaciones y vejaciones. Guardar la memoria es también iluminar la fuerza de la vida que, una vez recobrada, no se detuvo, abrió nuevos surcos. 

Así como mis padres, la mayoría de los sobrevivientes generaron familias contrariando el propósito asesino del nazismo. Cada hijo, cada nieto, fue una declaración de triunfo, un “¡estamos y seguimos acá!” parafraseando al último verso del himno partisano. 

Guardar la memoria y honrar el legado recibido, en lo personal y en comunidad, requiere un compromiso firme y activo. Las palabras memoria, legado, honrar, no son solo palabras. Su hondo sentido proviene de las acciones resultantes. No es lo que se dice, es lo que se hace.

Este último bloque, es el del compromiso. Presentaremos algunos proyectos educativos, nuestra apuesta al futuro, nuestro deber con nuestros nietos y con los nietos de nuestros nietos, las acciones que proyectamos, emprendemos y realizamos, para que reciban un mundo un poco mejor que el que hemos recibido nosotros. 

Cada cabeza que se abre, cada corazón que resuena, cada oreja que escucha testimonios y enseñanas, cada asistente y cada alumno de los proyectos que se conocerán a continuación abre una nueva posibilidad para que el antisemitismo pueda, alguna vez, ser desarmado, erradicado y convertido en un doloroso recuerdo que los nietos de nuestros nietos les contarán a sus nietos en el seder de Pésaj. 

Falta mucho. Ya sé. Pero cualquier camino, comienza con los primeros pasos, pasos que pueden parecer insignificantes pero que si se continúan y si el compromiso se multiplica, pueden llevar a que aquel “nunca más” soñado se haga realidad alguna vez. 

Los proyectos que siguen, a cargo de esta gente latino americana rebelde, creativa y comprometida, son algunos de los que están en marcha. Contar, hacer pensar, educar, son poderosas herramientas de transformación. 

Gracias a cada uno y a todos. 

Hay esperanzas. 

Allá vamos.

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Justice, Truth and Memory in Jewish Argentina

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Traducción
Argentina durante la II Guerra y tiempo después

Para los que sobrevivieron y se encontraron vivos, el final de la guerra no fue un momento de celebración o alegría. 

Europa estaba cubierta por la sangre de las familias desaparecidas y también debían enfrentar la amenaza de la Guerra Fría. Sabían que debían encontrar otro lugar donde vivir.

Sin embargo, el triste resultado de la conferencia de Wannsee de 1938 -que ningún país aceptaba recibir a los refugiados alemanes y austríacos- se repitió al final de la guerra. Los sobrevivientes no sabían dónde podían ir. 

Mis padres, que habían sobrevivido e la guerra en Polonia y que habían perdido a su primer hijo, ya me tenían a mi y, junto a tantos otros, buscaban un país que nos recibiera. Las embajadas y consulados tenían largas filas pero sin buenas noticias. Y no les llevó mucho darse cuenta que el problema era que eran judíos. 

Decidieron decir entonces que eran católicos, dado que ya tenían experiencia en hacer lo que fuera para sobrevivir. Así fue como, soborno mediante, obtuvimos visas para ir a Paraguay.

¿Paraguay? ¡Qué palabra tan exótica! ¿Dónde era? ¿Cómo llegaríamos allí? Resultó que debíamos cruzar el océano Atlántico hasta el puerto de Buenos Aires en Argentina y continuar por tierra desde allí.

Buenos aires era prometedor porque sabíamos que una importante comunidad judía estaba allí desde antes de la guerra; así, ése fue su destino.

Llegamos en un barco el 4 de julio de 1947 llevando documentos falsos que indicaban que éramos católicos, pero recién en 2005 pude descubrir por qué había sido necesaria la falsificación. 

Uki Goñi, un investigador que estudió la inmigración de nazis a la Argentina y autor de “La Auténtica Odessa”, publicó una carta abierta exigiendo que la llamada Circular 11 fuera reconocida y abolida. Gracias a su trabajo el gobierno argentino finalmente reconoció, luego de décadas de negarlo, que la Circular 11 emitida el julio de 1938 prohibía a embajadores y cónsules proveer de visas a los “indeseables”, es decir, a los judíos y a los republicanos españoles.

Y Argentina no fue el único país en hacerlo. Casi todos los países latinoamericanos lo habían hecho y los Estados Unidos habían limitado mucho la inmigración judía entonces.

Cuando la Circular 11 fue finalmente reconocida y abolida, 67 años después de su emisión, solicité al gobierno argentino la rectificación de mi registro migratorio para que diga judía en lugar de católica. Lo conseguí y mi caso fue un leading case para todos los que debieron mentir acerca de su identidad para ser admitidos después de la guerra.

La Dictadura

Recuerdo el orgullo de mi mamá cuando fuimos al acto del Movimiento Judío por los Derehcos Humanos. Expresar nuestra oposición a la dictadura, abiertamente, en la calle, como judíos, era más de lo que podíamos imaginar. 

Con lágrimas en los ojos y la boca abierta, mamá me tomaba del brazo compartiendo el reclamo por los derechos humanos. 

Hasta ese momento habíamos vivido en una especie de burbuja evitando cualquier actividad que pudiera provocar un ataque antisemita o poner nuestras vidas en peligro.

Un ejemplo fue que en castellano nos llamábamos israelitas, no judíos, como si la palabra judío fuera ofensiva. De hecho, fue durante ese acto que por primera vez vi la palabra JUDIO escrita en un enorme cartel, públicamente.

Sin embargo, no teníamos todavía un cuadro completo de lo que estaba pasando. No todos tenían conciencia de las torturas, las detenciones y los desaparecidos, los asesinados cuyos cuerpos nunca fueron recuperados. 

El silencio que ya existía se volvió doloroso dolía a medida que la gente comenzaba a darse cuenta de lo que de verdad pasaba.

Recuerdo tenerle miedo a los militares y policías, pero por alguna razón desconocida no hice la conexión directa entre el autoritarismo de la dictadura militar con el nazismo a pesar de lo que habían vivido mis padres en Polonia. Sé de otras familias que habían enviado a sus hijos al exterior porque vieron el paralelo con la Shoá.

Como resultado de haber ingresado al país mediante un engaño y con el recuerdo del antisemitismo polaco todavía fresco en nuestra memoria, durante mis años infantiles mantuvimos nuestra condición judía de manera privada, casi como si no existiera. 

No éramos religiosos ni pertenecíamos a organización judía alguna. Nuestra identidad era mantenida solo en canciones y algunas tradiciones.

Pero todo iba a cambiar con la bomba de la AMIA.


1994 La bomba de la AMIA

El 18 de julio de 1994, aquel día inolvidable, mamá me llamó por teléfono. Estaba llorando y me pedía perdón por haberme traído a la Argentina. “No sabía” sollozaba “creí que estaríamos seguros aquí” su llanto se hacía más fuerte, le pregunté “”¿qué pasó mamá?” y su respuesta cambió mi vida: “Bombardearon la AMIA, ¡nos quieren matar otra vez!”. 

La mutual judía era un centro muy importante de la comunidad judía argentina. Había estado allí muchas veces en conferencias, conciertos y otras actividades. Era un sitio icónico y en muchos sentidos un refugio. 

¿Pero bombardeada? ¿En el centro de Buenos Aires? ¿Y por qué me dijo nos quieren matar otra vez? ¿A nosotros? ¿A mí? ¿Y por qué “otra vez”?

La bomba de la AMIA me volvió judía otra vez. No había elegido serlo antes, simplemente había nacido así. Pero entonces abracé voluntariamente la decisión. No podía huir del hecho que en el “nosotros” de mi mamá estaba incluida yo.

Y el “otra vez” era la Shoá. Aquel “otra vez” me indicó que era hija de sobrevivientes del Holocausto y que eso era también parte de mi identidad.

Esas palabras “nosotros” y “otra vez” fueron las encrucijadas de mi vida. Así, a los cincuenta años, decidí tomar un nuevo camino.

Comencé a buscar a otros hijos de sobrevivientes y los encontré. 

Fui a Marcha por la Vida en Polonia donde reencontré el polaco, mi primer idioma, junto con tradiciones y comidas que me eran familiares. 

Si el Holocausto no hubiera sucedido Polonia habría sido mi hogar. Habría sido como cualquier mujer polaca que veía caminando por la calle y jamás habría llegado a Buenos Aires. 

Fue un sentimiento abrumador.

Recorrer los sitios del Holocausto me conectó fuertemente con lo que estaba empezando a aprender.

Fui a la Fundación Memoria del Holocausto y me sumé más tarde al equipo que registró testimonios para la Fundación creada por Steven Spielberg.

Estos testigos eran los “Niños de la Shoá”, y algunos eran muy poco mayores que yo. 

Mis padres habían perdido a su primer hijo, Zenus, un hermano que nunca conocí. Fue entregado a una familia cristiana para que lo salvara mientras mis padres estaban escondidos pero no pudieron recuperarlo. No sabemos si sobrevivió o no. 

Podía ver a mi hermano perdido en cada uno de los “niños de la shoá” que habían testimoniado.



Escenarios y horizontes.

Durante los primeros años después de la guerra, la forma en que el Holocausto era mencionado no era como lo que había vivido en mi casa. Los héroes del gueto de Varsovia glorificados. Los horrores enfatizados todo el tiempo. La idea de que los sobrevivientes no podían recuperarse de los traumas vividos. 

Nada de esto coincidía con mis experiencias en la infancia ni con muchos sobrevivientes conocidos. 

Empezó mi búsqueda en libros que ofrecían nuevas perspectivas y me permitían reconstruir una narrativa diferente sobre la experiencia de los sobrevivientes, una que coincidiera con la mía, que luego intenté difundir lo más ampliamente que pude.

Unos años después, junto con otros sobrevivientes y sus hijos, fundamos Generaciones de la Shoá en Argentina y comenzamos con varios proyectos educativos.

Uno de esos proyectos fue los Cuadernos de la Shoá en donde planteamos, en cada número, temas marginalizados como los rescatadores, la experiencia de las mujeres y los niños, las búsquedas de salvación, la instalación y destrucción de los guetos, los campos de concentración, la progresión de los ataques, las diferentes maneras de supervivencia, los otros genocidios del siglo XX, los programas de exterminio, la deshumanización.

También creamos el Proyecto Aprendiz, un desesperado intento de mantener vivos los testimonios orales de los sobrevivientes para asegurar que una vez que no pudieran ya hablar habría alguien que podría continuar hablando en su lugar.

Y finalmente, en 2018, nos sumamos al Museo del Holocausto de Buenos Aires que creó una exhibición interactiva maravillosa. Desde allí continuamos nuestro trabajo con nuestros proyectos y la intención de crear nuevos.

Outline

  1. Introduction to key themes and tension [Refuge for Nazis like Eichmann; yet home to Holocaust survivors] - from the description of event for whoever is introducing us!

  2. Immigration and National Belonging [Natasha]

  3. This is context for what Natasha calls a “tenuous belonging” in her book

  4. Pre-Holocaust: History of Jewish belonging in Argentina (a “nation of immigrants” that also became home to the Semana Trágica (an urban “pogrom”) → revealing the tensions for Jews who were able to have religious institutions, create vibrant Yiddish press, theatre, etc., yet still grapple with antisemitism and questioning their belonging, often through violent means

  5. Argentina during WWII/first postwar years [Diana leads; then Natasha]

  6. Her experience and her families in immigrating to Argentina (and many others); Diana can speak to silence as well as the laws that put quotas on Jews immigrating to Argentina, forcing them to enter Argentina with falsified/forged documents

  7. Natasha can speak to how this manifested in the experience of her other interview subjects as well

    Diana: Argentina During and Shortly After WWII

For those who survived and found themselves still alive, the end of the war wasn’t a time for celebration or joy.

Europe was covered with the blood of their missing families, and they also faced the menace of a Cold War. They knew that they had to find another place to live. 

Yet, the sad result of the 1938 Wannsee conference—that no country would accept Jewish German or Austrian refugees—repeated itself at the end of the war. Survivors did not know where they could go. 

My parents, who had survived the war in Poland, and who had lost their first child, carried an infant around -me- as they, with many others, looked for a place that would welcome us.  The embassies and consulates had long lines with virtually no good news, and it didn’t take them long to realize that their Jewishness was the problem. 

So, they decided to say they were Catholics instead, as they were already well-versed in doing whatever it took to survive. That was how, with the help of a bribe, we obtained a visa to Paraguay. 

Paraguay? What an exotic word! Where was it? How would we get there? It turned out that we would need to cross the Atlantic Ocean to the port of Buenos Aires in Argentina, and, from there, to continue overland. 

Buenos Aires was promising because we knew that a large Jewish community had already been living there in peace since before the war; and so that became our destination. 

We arrived on a ship on the 4th of July, 1947 holding false documents that stated we were Catholics, but it wouldn’t be until 2005 that I would eventually discover why those falsifications had been necessary. 

Uki Goñi, a researcher studying the immigration of Nazis to Argentina and author of the book The Real Odessa, published an open letter demanding that what was called Directive 11 should be recognized and abolished. Thanks to his work, the Argentine government finally recognized, after decades of denial, that the secret Directive 11, enacted in July of 1938, prohibited ambassadors and consuls from providing visas to “undesirables''—i.e. Jews and Spanish Republicans. 

And Argentina was far from the only country that did this. Almost all Latin American countries had done it and the United States had extremely limited Jewish immigration then. 

When Directive 11 was finally recognized and abolished, 67 years after its enactment, I asked the Argentine government to rectify my immigration records to state Jewish rather than Catholic. I succeeded, pioneering the case for many other Jews in Argentina  who had to lie about their identity in order to be admitted in the years after the war. 

  1. Dictatorship years [Natasha leads; then Diana]

  2. speak of the experience of Jews during the 1976-1983 dictatorship and the antisemitism during those years

  3. Also the role of Jews in the human rights movement [including Rabbi Marshall Meyer]

  4. but then, some of the silences and tensions in the community [Diana can speak from the first person about this]

Diana: The Dictatorship

I remember my mother’s pride when we went to the first march for the Jewish Movement for Human Rights. Expressing our opposition to the dictatorship openly, on the street, as Jews, was more than we could have ever imagined. 

With tears in our eyes and mouths agape, my mother held my arm while looking upon the crowds willing to fight for human rights.  

Until that moment, we had lived in a sort of bubble, avoiding any kind of activity that could provoke an antisemitic attack [or put our lives in danger].  

One example was that in Spanish, we would call ourselves - “israelitas” (Israelites) instead of “judíos” (Jews), as if the term “Jewish” was offensive. In fact, it was during that march that I saw the word JEWISH, written on a big sign, publicly for the first time. 

However, we still didn’t have a good picture of what was going on. Not everyone was aware of the torture, inprisonments, and the “desaparecidos”, the murdered people whose bodies were never recovered.  

The silence that existed continued and became painful to realize as people began to learn what was truly going on. 

I remember being afraid of the military and the police, but for some unknown reason I did not make a direct connection between the authoritarianism of the military dictatorship and Nazism, despite what my parents had lived through in Poland. I know of other families who sent their children abroad because they did see parallels to the Shoah. 

As a result of having entered the country under false pretenses, and with the memory of Polish antisemitism still fresh in our minds, for much of my early years, we kept our Jewish identity private, almost as if it didn't exist. 

We were not religious and did not belong to any Jewish organizations. Our heritage manifested only in songs and a few traditions.    

But everything would change with the AMIA bombing. 

  1. 1994 AMIA Bombing [Diana leads, then, Natasha]

  2. Diana can speak of her experience of the attack, and how it resonated for in relation to her mother as a survivor; what it galvanized for her in terms of her own engagement with Holocaust memory with March of the Living, going back to Poland, and starting her work with the group Niños de la Shoá (Child Survivors of the Shoah) and later Generatiosn of the Shoah and the Holocaust Museum of Buenos Aires

  3. Natasha can provide additional context from her perspective as an ethnographer on the power of testimony and survivors/family members of victims’ voices in the efforts for justice and human rights, also reflecting on working with social movements like Memoria Activa and Diana’s groups and how this fits into context of other human rights/social justice movements; and her concept of “acts of repair” (from her book)

Diana. 1994 AMIA Bombing

On July 18th, 1994, that unforgettable day, my mother called me. She was crying as she asked my forgiveness for having brought me to Argentina. “I didn’t know”, she sobbed, “I thought that we would be safe here”. 

As her crying intensified, I asked “What happened, Mom?”. Her response changed my life, “The AMIA was bombed. They want to kill us again.” 

AMIA, the Argentine Jewish Mutual Aid Society, was the most important Jewish cultural center in Argentina. I had been there numerous times for conferences, concerts, and other activities.  It was an iconic place and a refuge in many ways.

But bombed? In downtown Buenos Aires? Why was she saying they want to kill us again? “Us”? Me? And why “again”?

The AMIA bombing made me a Jew once more. I was born Jewish, and did not make an active choice to be Jewish. But this time around it was a conscious and voluntary decision. I couldn’t run away from the fact that my mother’s “us” included me.  

And the “again” was the Shoah. That “again” taught me that I was a child of Holocaust survivors and that that was also a part of my identity. 

Those words,“us” and “again”, were turning points in my life.  And so, at fifty years old, I decided to forge a new path.  

I began searching for other children of Holocaust survivors, and found them. 
I went to the March of the Living in Poland, and there reencountered Polish—my first tongue—along with familiar traditions and foods.  

If the Holocaust had never happened, this would have been my home. I would have been just another Polish woman like all the others I saw walking on the street and would have never traveled to Buenos Aires. 

It was an overwhelming feeling.  

Traveling to Holocaust sites afforded me a strong connection to what I was beginning to learn about. 

I went to the Fundación Memoria del Holocausto, the Holocaust Museum of Buenos Aires, and joined the team collecting testimonies for Spielberg’s USC Shoah Foundation – The Institute for Visual History and Education (formerly known as Survivors of the Shoah Visual History Foundation). 

These witnesses were the “Shoah’s children”, and yet only a few years older than me. 

My parents had lost their first son, Zenus, the brother I never met. He was given to a Christian family to look after him while my parents were in hiding, and they were never able to get him back. We don’t know if he survived or not. 

However, I could see my lost brother in each one of those “children” who had given testimony.

  • Landscapes and Horizons [Diana and Natasha]

  • Diana can speak about the current landscape of Holocaust education and awareness from the museum’s perspective; their new work with Holocaust memory with the program “Proyecto Aprendiz” (Apprentice Project)

  • Natasha can speak about the landscape of justice - including new trials for dictatorship-era crimes along with ongoing impunity in AMIA case; also additional dilemmas related to reframing of dictatorship as a genocide and the nuances of the legacies of the concept of “Nunca Más” (never again) in relation to the dictatorship and Holocaust

Diana. Landscapes and Horizons

During the first years after the war, the way in which the Holocaust was typically discussed was not as I heard it at home. The “heroes of the Warsaw ghetto” would be glorified. The horrors would be highlighted over and over again. The assumption was that the survivors had been left with hopeless trauma.

None of this matched, however, with what I had experienced in my childhood nor with the many survivors I knew.  

So I sought out books from authors who offered new perspectives and began to reconstruct a different narrative of the survivors’ experience; a narrative that matched my own, which I then tried to spread as far and as wide as I could.

A few years later, together with several survivors and their children, we founded Generations of the Shoah in Argentina and started a handful of educational projects.

In one of those projects, Cuadernos de la Shoá, the Shoah Notebooks, we discuss in a number of volumes such marginalized topics as: the rescuers, women’s experiences, children’s experiences, their endeavor to find a safe haven, their forced removal to ghettos and concentration camps, progressions of antisemitic attacks, different ways in which they survived, other genocides of the 20th century, and other engineered programs of dehumanization.

We also created the Apprentice Project in a desperate attempt to keep the oral history of survivors alive; wanting to ensure that once they were no longer able to speak, there would be someone else who could continue to speak on their behalf. 

And finally, in 2018, we joined the Holocaust Museum of Buenos Aires, which created wonderful interactive exhibits and from where we continue to work on our projects and aiming to create new ones.

“Cada senda es un inicio” por Aida Ender y Diana Wang

Cada senda es un inicio

Cada senda es un inicio

Introducción para el acto del Día Internacional del Holocausto, 27 de enero, en el Colegio Hebreo Sefaradí de México para ser leído antes del poema.

Somos hijas de sobrevivientes nacidas en aquella Europa desgarrada apenas terminada la guerra. Las historias de nuestros padres construyeron gran parte de nuestra identidad. Elegimos ser un puente entre el pasado y el futuro.

Desde nuestras infancias sin familias, los otros sobrevivientes lo fueron y nuestros cuentos de hadas fueron las pérdidas sufridas y las sagas de supervivencia. Cada sobreviviente con su historia particular se volvió nuestra propia historia. Curiosamente compartimos la triste experiencia de la pérdida de un hermano mayor que no llegamos a conocer. Uno en la fría Siberia entre el hambre y las arbitrariedades del gulag y el otro entregado a una familia cristiana y nunca recuperado. 

Nacimos en 1945. La escritora israelí Dina Wardi nos llamó la “generación del iurtsait”, la de las velas conmemorativas, cuya llama mantiene viva la memoria de los que no están y al mismo tiempo ilumina la esperanza del camino por venir.

Este poema surge de nuestra vivencia como hijas de padres que, después de lo padecido, han apostado a la vida. Desde hace muchos años somos las continuadoras de esa misión en diferentes grupos y organizaciones. Desde “Niños de la Shoá” en un principio, luego creamos Generaciones de la Shoá en Argentina y hoy nos hemos integrado al Museo del Holocausto de Buenos Aires donde seguimos desarrollando nuestras actividades habituales. Damos testimonio, dictamos clases, y desarrollamos varios proyectos destinados a docentes y a jóvenes como el “Proyecto Aprendiz” y los “Cuadernos de la Shoá”.

El Himno Partisano canta a la resistencia y fue y sigue siendo una bandera de lucha. Nuestros padres lo cantaban con los ojos bien abiertos y los puños en alto mientras nosotras los mirábamos admiradas por su fuerza y determinación. Fue nuestra mejor canción de cuna. Esa marcha de los que no se dejan vencer sostiene que ninguna senda es la final. A partir de allí, y a la luz de lo vivido durante los últimos 80 años, agregamos que no solo no es la senda final sino que toda senda es un inicio. Nuestras vidas y las de nuestros hijos y nietos, son el documento que testifica y confirma esa apuesta al futuro. 

Aida Ender y Diana Wang

Buenos Aires, enero 2021

Nosotros, los que sobrevivimos

Los expoliados, aislados y marcados

Los encerrados, violados y denigrados

Sabemos, lo sabemos bien, que ninguna senda es la final

Estuvimos en el lodazal del infierno

En la oscuridad, el terror y la tormenta 

Aprendimos que aquella senda no era la final

Emergimos del hambre, del frío y el horror

Del tifus, la humillación y la vergüenza

Soñando un árbol lleno de pan

Y que esa senda no fuera la final

Somos los escapados, los escondidos 

Los afortunados, los rescatados, los salvados

Y gritamos a voz en cuello ¡no hay una senda final!

Somos los que cambiaron sus nombres

Los que lucharon en los bosques 

Los que, emergidos de entre escombros y desconcierto 

Confirmaron que esa senda no había sido la final

Con recuerdos, marcas y lágrimas aún vivas

Caminamos vías, calles y caminos

Entre muros derrumbados bajo cielos de plomo 

Los ojos bien abiertos en cada senda. ¡Ninguna fue final!

De la tierra, húmeda tras el vendaval, nacieron nuevos brotes

Hojas y frutos cubrieron los árboles heridos

Germinaron semillas, bravas e incontenibles 

Puestos de pie, reconstruidos, desafiantes

Seguimos caminando, no paramos de andar 

Lloramos nuestros muertos, está prohibido olvidar

Los que nos siguen abrazan nuestro legado

Ahondan nuestras huellas, llevan la memoria detrás

En la mira el horizonte abierto, todo promesa, todo concierto

Porque cada senda es nueva y ninguna es la final

Somos los que sobrevivimos y los que nacimos después

Nos bebemos la vida medida por medida

¡Ni aquella senda, ni ésta, ni ninguna, será la final!

Cada senda es un inicio y habrá otras, muchas más

¡El pueblo judío vive! ¡Estamos acá! 

¡Mir Zainen Do!  ¡Am Israel Jai!

Aida Ender - Diana Wang

Hijas de sobrevivientes de la Shoá


Recitado por Jessica Schultz en el Museo del Holocausto de Buenos Aires en el acto de Iom Hashoá, abril 2021

Memory in action. In Jewish Latin America.

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Memory in Action

Survivors of the Shoah and their descendants in a trajectory of reconstruction

Children of the Shoá. To tell of what was lived, to include it in the chain of family descendance, to understand it according to the specific context, to look at it again, to put it into a new perspective and to learn from one’s own experiences is what the survivors of the Shoah (Holocaust) and their descendants have found to be since we began to meet. We reconnected with the chain of our family lineage; we learned from each other and we went on reconstructing our pasts with new pieces that responded to obscure questions. We learned useful lessons for the present and for the future.

We began to meet regularly in 1997. We told our stories, and with surprise, we discovered how very similar were so many things we had believed  happened only to each one of us, and were, in fact, shared with the others.

     We began as the “Children of the Shoah,” because almost all of us had been very little at the end of the war. Some, including myself, though born a bit after that, saw that our stories also had points in  common. Those born after 1940 have almost no early memories and so their “memories” had to be investigated and reconstructed. Also, those of us who were born after the Shoah sought in our families’ past the links that we lacked to reconstruct the chain of connections to our parents and our grandparents. I often say that most important thing that happened to me in my life, happened before I was born. That “most Important thing” was that which unified us and what became an affectionate nest in which to find the keys that we lacked. We all had an intimate and personal relationship with the Shoah, and sharing it gave us a new sense of belonging. We felt like a family.

A Different Type of Institution. Clearly, we invented a way of doing things that was different from the usual procedures of local Jewish organizations. There was no difference between the Board of was Directors who thought about and made decisions and those who carried out what decided upon. Those of us who were members of the Board, were active in all other areas: we participated discussions, thought, signed checks about programs, and when it was necessary, took a broom and swept the floor. While we generated educational materials, we went down to open the door; while we invented innovative projects, we also made sure that there was no lack of coffee, tea, mate, sweetener and crackers. All volunteers, we all developed a very meaningful mission, we were in our home with our family.

Generations of the Shoah. In 2004, we set out on a great adventure, an international conference that we called “Facing the Future. In attendance were survivors, children, grandchildren, relatives, teachers, historians and cultural figures from several countries. This event strengthened our association. It was formalized and began to be known as the “Generations of the Shoah” in Argentina. “Generations” was a very unusual in the context of local Jewish organization, because it mainly consisted of women. The men who accompanied us were amazed that we were able to be talking about four things at the same time, not only what had to be done, but also the health of each one of us, whose daughter was pregnant or which grandson had done well at school or had a high fever the previous night.

       These were fertile meetings, with such a pleasant environment that it was enjoyable to be there. But we didn’t only create and distributed pedagogic materials, we also celebrated the holidays of our Jewish tradition, celebrated birthdays, gave support during unhappy events and were happy about our joys. . .we constituted an unexpected new affective web with close ties, perhaps a compensation for what some of us had lacked during our childhoods.

     We learned from our parents and survivors to transform the tragedy into a motive for living. We created a philosophy that valued life and gave it meaning, in the organization as well as in our own lives, recounting, almost with joy, who we were and what we had learned.

     We participated intensely in social networks, and we reacted strongly against the use of the Shoah for reasons that were not connected to it. Phrases like “Never again,” “Remember so not to  repeat,” “For the future generations” and so many others that we heard every day, brought us back again and again to explanations and demystifications. We permanently rectified false information. We fought against the banalization when Nazism, Hitler or Goebbels were mentioned as a common noun, which we took as an insult. We came out against statements that treated the facts lightly or superficially. We repudiated statements that distorted the facts, for they impeded making the making them known and the understanding of their content and scope. We protested against the spurious comparison of the Shoah with the politics of the State of Israel, pointing that what is now called Anti-Zionism is the same old Anti-Semitism in disguise.

Members of Generations of the Shoah

     We created three project that would go beyond what we had accomplished so far: the Cuadernos de la Shoá (Notebooks of the Shoah) and Proyecto Aprendiz I y II (Project Apprentice I and 2 (Project Apprentice I and II).

1.  Cuadernos de la Shoá. The Cuadernos are a publication directed at teachers who require an exhaustive pedagogical tool for teaching about the Holocaust. Each Cuaderno (there are now eight published and a nineth about to come out) deals with a specific theme: the rescuers, the children, the women, the resistance, the Shoah as part of the Second World Warthe dehumanization, the outcomes, the genocides of the twentieth century. Each book is structured around three central concepts: the definition and explanation of the main ideas, the design of the book and graphic illustrations, the personal testimonies of survivors that transmit the human aspect of those involved.

To Live with Evil: Genocides of the Twentieth Century

To see or download the Cuadernos, go to:  https://museodelholocausto.org.ar/publicaciones/cuadernos-de-la-shoa/

A video about the Cuadernos (in Spanish) :https://www.youtube.com/watch?v=9f3XT66m6qA&ab_channel=BACultura

2. – Project Apprentice I. Project Apprentice I was developed to assure that each one of the living survivor’s stories continue to be told in an oral and face-to-face way. The living testimony permits interaction and questioning and brings directly to each listener the emotion of someone who lived through it all. The idea is to train young adults to tell in the future, the history of a specific survivor. During three months of direct contact, each Apprentice gets to know, accompanies, converses with the survivor. This conversation treats not only the survivor’s experiences during the Shoah, but also her childhood, her old age, her ideals, her joys, her sorrows. The Apprentice receives and incorporates that story into his or her life and commits to retell it in the coming decades. There are now 150 Apprentices who now have this responsibility.

One of Diana Wang’s TED talks, with English subtitles:  “Los aprendices de la Historia”/”The Apprentices of History”:  https://www.youtube.com/watch?v=OeNvaToNv_k&t=4s

Survivor Lea Zajac (right) with her apprentice Darío Berlinerblau (left), in Buenos Aires

3. Project Apprentice II. We created a second level to these activities. The Apprentices were trained to develop a short talk, up to twenty minutes in length, in which they described their experiences living along with a survivor and the ways in which their own lives were affected by it. Each talk was recorded on videos that were distributed through social media. These brief talks have a strong potential in education. After showing a video in a single class, there is time left to complement it with concepts, commentaries, questions and pedagogic activities that assure the understanding of what had been lived through.

The talks by these young adults have a strong effect on those who hear them. The anecdote, the living presence, the immediacy of emotion are exceptional vehicles for stimulating memory and not allowing things to be forgotten.

4. Museum of the Holocaust in Buenos Aires. In 2018, Generations of the Shoah became part of the Museum of the Holocaust in Buenos Airescombining forces and voluntary work. We contributed who we are and what we knew, the materials we produced and the presentations to schools and universities. We learn and we teach.     

Conversations with Survivors: The survivor Rudi Haymann is interviewed from Chile

     We were in dialogue with different groups. We formed the Argentine chapter of the International Alliance for the Memory of the Holocaust. With training sessions, testimonies, and with our survivors, we supported the March for Life. We participate in the Latin American Network for the Teaching of the Shoah.  We continue with the Cuadernos de la Shoá and Proyecto Aprendiz. This activity is in the process of reformulation, given that with the passage of time, we can no longer count on survivors to take part. We will encounter the situation of the children of the survivors like us with our own experience of having grown up with the scars left in our parents and also our grandchildren, now freer from the direct connection with the survivors, with a renewed capacity for questioning, investigation and memory.

In synthesis. During the Battle of Britain, Sir Winston Churchill referred to those who fought, saying that “never have so few done so much for so many.” We are like that squadron of the RAF, a handful of people, with small voices that as the Children of the Shoah, Generations of the Shoah and now from the Museum, grow and become louder, become strong and powerful in their persistence to keep alive the memory of the Shoah, generate consciousness so that the so wished for “Never again” will someday be so.

Diana Wang was born in Poland in 1945, the daughter of survivors of the Shoah. She arrived in Argentina in 1947. Psychotherapist specializing in couples therapy (private practice). Writer and lecturer. Until 2018: with the “Generations of the Shoah” (Holocaust): worked dissemination and education. Talks, conferences, seminars in Argentina and abroad, in formal and informal educational institutions. Her groups produced educational material on the various themes of the Shoah, published the Cuadernos de la Shoá (Shoah Notebooks) and generated the “Apprentice Project” to keep the oral memory of the Shoah alive. They are part of the Argentine chapter of Integran el capítulo argentino de la IHRA (International Holocaust Remembrance Alliance.) Since 2018, Diana Wang is a member of the Board of Directors of the Museum of the Holocaust of Buenos Aires. The “Generations of the Shoah” projects continue in Argentina.

Published in Jewish Latin America.

Traducción:

Niños de la Shoá. Contar lo vivido, incluirlo en el contexto específico, volver a mirarse, ubicarse en una nueva perspectiva y aprender de las propias experiencias, es lo que los sobrevivientes de la Shoá y sus descendientes hemos encontrado  desde  que comenzamos a reunirnos. Nos recolectamos con la cadena de nuestro linaje familiar, aprendimos los unos de los otros y fuimos reconstruyendo nuestros pasados con nuevas piezas que respondían a oscuros interrogantes y aprendiendo lecciones útiles para el presente y el futuro.

      Nos conocimos y comenzamos a reunirnos en 1997. Nos contamos nuestras historias y descubrimos con sorpresa cómo se parecían y cuántas cosas que creímos nos pasaban solo a nosotros eran compartidas por los demás.

     Empezamos a ser “Niños de la Shoá” porque casi todos habían sido muy chicos en aquel momento. Algunos, como yo misma, aunque nacimos poco después, vimos que nuestras historias también tenían puntos en común. Los nacidos después de 1940 casi no tenían recuerdos y sus memorias debían ser indagadas y reconstruidas. También los que nacimos una vez terminada la Shoá buscábamos en nuestros pasados familiares los eslabones que nos faltaban para reconstruir la cadena con nuestros padres y abuelos. Suelo decir que lo más importante que me pasó en la vida pasó antes de que yo naciera. Lo “más importante” era lo que nos unía y lo que constituía un nido cariñoso en donde encontrar las claves que nos faltaban. Todos tenemos una relación íntima y personal con la Shoá y el compartirla nos regaló una nueva pertenencia, nos sentíamos una familia.

Generaciones de la Shoá. En 2004 emprendimos una gran aventura, el encuentro internacional que llamamos De Cara al Futuro con la asistencia de sobrevivientes, hijos, nietos, parientes, docentes, historiadores y personalidades de la cultura de varios países. Este evento consolidó nuestra asociación que se formalizó y pasó a ser “Generaciones de la Shoá” en Argentina.

      Generaciones fue una institución muy particular en el contexto de las organizaciones judías locales, porque estaba integrada por muchas mujeres. Los hombres que nos acompañaban se sorprendían de que pudiéramos estar hablando de cuatro cosas al mismo tiempo, no solo sobre lo que había que hacer sino también sobre el estado de salud de cada uno, qué hija está embarazada o qué nieto tuvo un éxito en la escuela o mucha fiebre la noche anterior.

Una institución diferente. Claramente inventamos un modo particular distinto de los modelos usuales de las organizaciones judías locales. No había diferencia entre la comisión directiva que pensaba y decidía y quienes ejecutaban lo decidido. Los que integrábamos la Comité Directiva estábamos en todas las otras áreas: discutíamos, pensábamos, firmábamos cheques y, cuando hacía falta, tomábamos una escoba y barríamos el piso. Mientras generábamos materiales educativos bajábamos a abrir la puerta, cuando inventábamos proyectos innovadores estábamos también atentos a que no faltara el café ni el té ni el mate ni el edulcorante ni las galletitas. Todos voluntarios, todos llevando adelante una misión muy significativa, estábamos en nuestra casa con nuestra familia.

       Eran reuniones fértiles, con un clima tan amable que daba gusto estar allí. Pero no sólo creábamos y difundíamos materiales pedagógicos, también celebrábamos las fechas de nuestra tradición judía, festejábamos los cumpleaños, nos acompañábamos en las tristezas y nos alegrábamos con las alegrías… constituíamos una impensada nueva red entrañables, tal vez una compensación afectiva por lo que  algunas de nosotros nos había faltado en nuestras infancias.

       Aprendimos de nuestros padres y sobrevivientes, a transformar la tragedia en una filosofía que privilegia la vida y le da sentido, contando hasta con alegría quiénes éramos y lo que habíamos aprendido. Participamos intensamente en redes sociales y reaccionamos fuertemente ante la utilización de la Shoá para fines ajenos a ella, los lugares comunes y las mentiras. Frases como “nunca más”, “recordar para no repetir”, “para las futuras generaciones”, y tantas otras que escuchamos a diario, nos llevan una y otra vez a explicaciones y desmitificaciones.  Rectificamos permanentemente informaciones falsas.    Luchamos contra la banalización cuando se menciona al nazismo, a Hitler o a Goebbels, como un sustantivo común, como un insulto. Salimos al cruce de las declaraciones que toman los hechos a la ligera y superficialmente, que los tergiversa e impide revelar y comprender su contenido y alcance. Protestamos ante la espuria comparación entre la Shoá y la política del Estado de Israel señalando que el hoy llamado anti-sionismo es el mismo antisemitismo travestido.

Miembros de Generaciones de la Shoá

Creamos tres proyectos que nos trascenderán: los Cuadernos de la Shoá y el Proyecto Aprendiz I y II.

1.- Cuadernos de la Shoá. Es una publicación destinada a los docentes que precisan una herramienta pedagógica exhaustiva para enseñar sobre el Holocausto. Cada Cuaderno (hay 8 publicados y el 9 a punto de salir) encara un tema específico, los rescatadores, los niños, las mujeres, las resistencias, la shoá inmersa en la segunda guerra, la deshumanización, las trayectorias, los genocidios del siglo XX. Cada número está estructurado alrededor de 3 ejes: la conceptualización, el diseño y la ilustración gráfica y los testimonios personales que transmiten el aspecto humano involucrado.

Los cuadernos se pueden ver/descargar: en https://museodelholocausto.org.ar/publicaciones/cuadernos-de-la-shoa/

Aquí un video sobre los cuadernos: https://www.youtube.com/watch?v=9f3XT66m6qA&ab_channel=BACultura

2.- Proyecto Aprendiz I. Surgió para asegurar que cada una de las historias siga siendo contada de manera presencial y oral. Cuando ya no haya sobrevivientes que cuenten lo vivido, El testimonio vivo permite la interacción, la pregunta y llega directamente a cada oyente porque es entregado con la emoción de quien lo vivió. La idea es capacitar a adultos jóvenes para contar, el día de mañana, la historia de un sobreviviente particular. Durante tres meses de contacto directo, cada Aprendiz conoce, acompaña y conversa con un sobreviviente. No es solo sobre sus vivencias en la Shoá, también sobre su infancia, su vejez, sus ideales, sus alegrías, sus tristezas. El Aprendiz recibe e incorpora esa historia a su propia vida y se compromete a contarla en las siguientes décadas. Son en la actualidad 150 los Aprendices que tienen ahora esta nueva responsabilidad en sus vidas.

Una charlas TED de Diana Wang “Los aprendices de la Historia” subtitulada en inglés https://www.youtube.com/watch?v=OeNvaToNv_k&t=

La superviviente Lea Zajac (derecha) y su aprendiz Darío Berlinerblau (izquierda), en Buenos Aires

3.- Proyecto Aprendiz II. Creamos una segunda etapa, la capacitación de los Aprendices en la construcción de una charla breve, de hasta 20 minutos, contando la experiencia vivida al lado del sobreviviente y la manera en que fueron atravesados por ella en su propia vida. Cada charla se registra en video que se difunde por las redes sociales. Estas breves charlas tienen un fuerte potencial educativo. En una clase alcanza el tiempo para complementarlo con conceptualizaciones, comentarios, preguntas y actividades pedagógicas que aseguran la comprensión de lo vivido.

      Las charlas de estos adultos jóvenes tienen un poderoso efecto sobre quienes las oyen. La anécdota, la presencia viva, la emoción puesta en acto, son vehículos privilegiados para que la memoria se estimule y no se pierda en el olvido.

4. – Museo del Holocausto de Buenos Aires. En 2018 pasamos a integrar el Museo aunando esfuerzos y voluntariados. Aportamos lo que somos y lo que sabemos, los materiales que producimos y los testimonios a escuelas y universidades.

El sobreviviente Rudi Haymann

Dialogamos con distintos grupos, aprendemos y enseñamos, integramos el capítulo argentino de la Alianza Internacional para la memoria del Holocausto, acompañamos con capacitaciones, testimonios y con nuestros sobrevivientes al programa Marcha por la Vida. Participamos de la Red Latinoamericana para la Enseñanza de la Shoá y seguimos con los Cuadernos de la Shoá y con el Proyecto Aprendiz. Este último está en proceso de reactualización dado que el paso del tiempo hizo que ya no contemos con sobrevivientes para hacerlo. Entraremos al escenario los hijos de sobrevivientes con nuestras experiencias de haber crecido con las marcas que la Shoá dejó en nuestros padres; también los nietos, ya más libres del vínculo directo con los sobrevivientes, con una renovada capacidad de pregunta, investigación y memoria.

En síntesis. Durante la Batalla de Inglaterra, Sir Winston Churchill se refirió a quienes lucharon diciendo que “nunca tan pocos habían hecho tanto por tantos”. Somos, como aquel escuadrón de la RAF, un puñado de personas, con pequeñas voces que, antes desde Niños de la Shoá, Generaciones de la Shoá y ahora desde el Museo, crecen y se amplifican, se vuelven fuertes y potentes en su persistencia por mantener viva la memoria de la Shoá, generar conciencia para que el tan ansiado “nunca más” alguna vez lo sea.

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Diana Wang nació en Polonia en 1945, hija de sobrevivientes de la Shoá. Llegó a la Argentina en 1947.  Psicoterapeuta especializada en terapia de pareja (práctica privada). Escritora y conferencista. Hasta 2018: Desde “Generaciones de la Shoá”: realizó una constante labor en difusión y educación. Charlas, conferencias, seminarios en la Argentina y el exterior, en instituciones de educación formal e informal. Produjeron material educativo sobre las variadas temáticas de la Shoá, publican los Cuadernos de la Shoá y han generado el “Proyecto Aprendiz” para mantener viva la memoria oral de la Shoá. Integran el capítulo argentino de la IHRA (International Holocaust Remembrance Alliance). . Desde 2018 miembro del Consejo de Administración del Museo del Holocausto de Buenos Aires Continúan los proyectos de “Generaciones de la Shoá” en Argentina.