Capitulo del libro de Jakub Szymczak sobre papá

¡Reír pase lo que pase! 

¿También si sos un sobreviviente y te acusan de colaborar con los nazis?

Publicación original: https://oko.press/ja-lebkow-nie-dawalem-fragment-ksiazki/

Capítulo del libro “No entregué cabezas. Juicios ante el Tribunal Social Judío”

de Jakub Szymczak  

4 de septiembre de 2022. Eco Press, Polonia

Inmediatamente después de terminada la guerra, comenzó a funcionar en Polonia el Tribunal Social del Comité Central Judío. Se realizaron allí juicios a judíos acusados ​​de “colaboración con los nazis” y de “perjuicios contra la nación judía” (sic). Ésta es una de las historias.

Buenos Aires resonaba con decenas de idiomas en la segunda mitad de los años cuarenta. En la calle, en los negocios, en las ventanas de las casas, en los patios y en las canchas de fútbol, ​​se hablaba y se discutía en polaco, alemán, italiano, español y idish. En algún lugar, alrededor de 1950, desde la ventana de una de las casas donde vivían inmigrantes, se podía escuchar una canción:

Wiesz ty co, mój kochany, wiesz ty co?/ Śmiej się wciąż, choćby nie wiem, jak ci szło.

Czy masz więcej, czy masz mniej, / ty się całe życie śmiej!/ Śmiech to skarb, zapamiętaj sobie to!

W sercu zawsze noś pogodę,/ miej rozpromienioną twarz,

nie udało ci się w środę, / to przed sobą czwartek jeszcze masz.

Choćbyś miał spaść ze szczytu aż na dno, / choćby ci jak po grudzie wszystko szło,

ty uśmiechnij się i wierz, / że zdobędziesz to, co chcesz!

Zawsze wierz – zapamiętaj sobie to!

W sercu…

Kiedy ktoś najgoręcej czegoś chce, / wtedy los, jak na złość, powiada „nie!”.

Ty się jemu w oczy śmiej, / przez ten śmiech ci będzie lżej,

śmiech to skarb, zapamiętaj sobie to!

W sercu…

Traducción:

¿Sabes qué, mi amor, sabes qué? / Sigue riendo, sin importar qué pasó.

tenés más o tenés menos / vos reíte toda tu vida!

La risa es un tesoro, ¡recuérdalo!

Lleva siempre buen tiempo en tu corazón, / tené una cara radiante,

¿no lo lograste el miércoles? / mañana está el jueves.

Incluso si fueras a caer de arriba hacia abajo, / aunque todo fuera a terminar,

sonríe y sigue creyendo / que obtendrás lo que querés! / Tené siempre fe, ¡recuérdalo!

Lleva siempre el buen tiempo en tu corazón…

Cuando alguien quiere algo más / entonces el destino, como a propósito dice "¡no!"

Reíte de eso en sus ojos, / porque la risa te lo hará más fácil,

La risa es un tesoro, ¡recuérdalo!

Lleva siempre el buen tiempo en tu corazón…

Así cantaba su pequeña hija Danusia Wang lo que su padre le había enseñado. Las palabras no eran siempre las mismas. Mieczysław  no los recordaba exactamente. Después de que los nazis ordenaran una redada y deportación en Stryj, donde nació, toda la familia pasó a la clandestinidad. Sobrevivió escondido y allí escribía las letras de las canciones que conocía antes de la guerra. Principalmente en polaco, también en idish. No recordaba todo exactamente, a menudo improvisaba y gracias a su naturaleza creativa agregaba nuevas estrofas.

Hablaban solo en polaco a su hija pero cuando querían que Danusia no entendiera, elegían el idioma de quienes habían querido asesinarlos: el alemán.

Mieczysław nació como Mendel Wang en 1911 en Stryj, en el Imperio Austro-Húngaro. La familia dijo que nació porque su padre había fracasado. El 12 de noviembre de 1909 su papá, Adolf Wang, salió de Hamburgo hacia los Estados Unidos. Como muchos otros hombres en esos días y en ese lugar, quería salir de la pobreza, comenzar una nueva vida para él y su familia. Dejó a sus tres hijos y a su esposa, Lina,con la idea de que se unieran con él más tarde. Pero seis meses después de su partida, le envió una carta a su esposa pidiendo dinero para un pasaje de regreso. Había perdido todo, quería volver a casa. Lina era pobre, trabajaba como lavandera pero encontró el dinero. Después del regreso de Adolf, los Wang tuvieron su cuarto hijo: Mendel para la familia. En los documentos era Mieczysław pero lo llamaban Mesio.

Mesio y su esposa emigraron de Polonia en 1947. Su madre Lina se instaló en Cracovia junto a una de sus hijas. El 4 de junio, Mieczysław con su esposa y su pequeña hija iniciaron un largo viaje que terminó en Buenos Aires. Gracias al ingenio de su hermano, toda la familia sobrevivió a la guerra. Michał Wang amaba a las mujeres, el whisky y el dinero. Tenía suficiente dinero para pagar escondites para toda la familia.

(Nota de Diana. Supe después de haber hablado con el autor y cuando su libro ya estaba en imprenta, que la historia no había sido así, que Michal fue un personaje mucho más oscuro. Cuando la amenaza asesina nazi urgía, ya había huido a Hungría y se desentendió de su esposa e hijo que sobrevivieron escondidos con mis padres. Al final de la guerra fue juzgado como colaborador y enviado a prisión.)

Durante la guerra, Mesio Wang trabajó durante tres semanas como carpintero para el Judenrat en Stryj. Más tarde, encontró un escondite donde junto con su  esposa, una cuñada y un sobrino pudieron sobrevivir. 

Judíos de todo el mundo habían llegado a Buenos Aires desde comienzos del siglo XX pero la mayoría desconocía los guetos, las deportaciones y no tenía idea de los dilemas habituales que los judíos debieron sufrir bajo el nazismo. No se sabe de dónde vino la acusación a Mesio que alcanzó proporciones absurdas. Se dijo que había enviado a la muerte a 800 judíos.

“No era del Servicio de Seguridad, era un carpintero común y corriente. Lo conocí bastante y siempre decía que lo que estábamos viviendo los judíos era insoportable y que la única salida era el suicidio. Siempre estaba asustado y cuando la cosa se puso bien dura buscaba desesperado algún escondite”, atestiguó en el juicio en Cracovia Zygmunt Wolman, vecino cercano de Lina Wang.

Todos los demás testigos hicieron declaraciones similares. El caso estaba claro. El 28 de octubre de 1948 se envió una carta desde Varsovia a Buenos Aires en la que se le informaba a Mieczysław Wang que su caso había sido sobreseído por falta de pruebas de culpabilidad. Sin embargo, eso no lo salvó de más disgustos porque en 1954 se le hizo un juicio en Argentina en el que, luego de que varios testigos declararan en su favor, fue declarado inocente certificando oficialmente que no había evidencia de que Mieczysław Wang hubiera hecho algo malo durante la guerra.

Diana Wang no se enteró de la acusación hasta después de la muerte de su padre en 1988. Diana tiene un nombre diferente al que le dieron en su nacimiento en 1945. Era Danuta pero rima en castellano con "puta" y los niños argentinos eran tan crueles como los niños de Polonia y de cualquier otra parte del mundo. Tal vez para evitarle las burlas la llamaron Diana.

Diana vive en Buenos Aires, es psicóloga y se especializa en terapia familiar. Escribe libros de psicología, sobre el impacto de la catástrofe de la guerra en las personas, sobre la experiencia de ser la segunda generación después del Holocausto.

“Cuando era chica, no pensaba en eso. Solo después comencé a preguntarme: ¿por qué mis padres no me enviaron a una escuela judía? Fui a una escuela primaria normal. Cuando mis padres me registraron allí, no dijeron que era judía. En la escuela se enseñaba religión entonces y como no dijeron que no era católica, recibí clases de religión católica. Que yo sepa, era la única judía de la clase. Aprendí todo igual que las otras chicas, me gustaba mucho. A los ocho años quise tomar la Primera Comunión, quería el hermoso vestido blanco, los guantes blancos, el bolso con las estampitas como todas las chicas. Soñaba con eso. A escondidas de mis padres, iba a la iglesia a aprender catecismo dos veces por semana, los martes y los jueves. Pero en algún lugar en el fondo de mi cabeza, sentía, sabía, que no era mi lugar. Recuerdo muy bien que cuando entraba en la iglesia, sabía que debía mojar la mano en agua bendita y santiguarme, pero hacía el gesto, lo fingía y tenía mucho cuidado de no mojarme la mano. Finalmente, le pedí a mamá un vestido blanco. Fue el día más triste de mi vida. Cuando mamá, sorprendida, preguntó para qué era tuve que decirle que para hacer la Primera Comunión. Mis padres no pudieron con su dolor. Papá le dijo a mamá: "Queríamos protegerla, mira lo que hemos hecho". Fue un drama para mí y para ellos”.

El plan que los padres habían hecho para proteger a su hija, para evitar que fuera discriminada por judía y sufriera lo que habían sufrido ellos, había fallado. Para ella fue cruel y doloroso, los odiaba. Además de no haber conseguido el vestido blanco de sus sueños ni desfilar por la calle después de haber hecho la Comunión como sus amigas, descubrió que la razón era que sus padres y ella misma eran judíos. Había aprendido en la iglesia que los judíos habían matado a Dios y ahora ella era judía, maldita y culpable. A los ocho años el desconcierto la derrumbó. Pero sus padres, una vez aprendida la triste lección, decidieron que su hijo menor tuviera una educación judía. 

“Después de todo esto, decidí que aunque era judía sería un ciudadano del mundo”, dijo Diana.

Pero todo cambió en 1994. La Asociación Mutual Israelita Argentina, una organización central de los judíos de Buenos Aires donde se organizaban conciertos y eventos culturales, fue destruida por una bomba. El 18 de julio de ese año, el conductor de un coche cargado con trescientos kilogramos de explosivos irrumpió en la sede de la AMIA y una poderosa explosión mató a ochenta y cinco personas, hirió a más de trescientas y destruyó todo el edificio de cinco pisos.

Diana tenía entonces cuarenta y nueve años. Su madre la llamó para contarle lo que había pasado diciendo: "Nos quieren matar otra vez".
“Fue un shock para mí. Su “nos” quieren matar, me incluía también a mí. Pero, ¿por qué a mí? Porque soy judía. Y el “otra vez” aludía a que ya había pasado antes, a mis padres los habían querido matar. Judía e hija de sobrevivientes del Holocausto. Esto cambió mi vida, me hizo darme cuenta de quién soy. La breve frase de mi madre me devolvió a mis raíces. Ahora soy judía por elección.”
Se sospecha que Hezbollah organizó el ataque, y probablemente el gobierno iraní también participó en él. Hasta la fecha, nadie ha sido llevado a juicio. El ataque también tuvo otras consecuencias para Diana. Junto con el edificio se destruyeron extensos archivos sobre la vida judía en Argentina. Entre ellos, los documentos del juicio argentino a Mieczysław Wang.

“Sé quién acusó a mi padre de colaboración. Sé su nombre, conozco a sus hijos que no tienen idea de eso. Son buenas personas, no quiero decir su apellido. No sé por qué lo hizo. Sólo puedo imaginar hipótesis. Sé que él y su esposa conocieron a mis padres cuando vinieron a la Argentina. Sé que estuvieron cerca al principio. Mi madre era una mujer hermosa. Morena de ojos oscuros con piel morena con aspecto bien judío, mucho más que yo que soy rubia y de piel y ojos claros. Mi padre la celaba, no le gustaba que despertara miradas admirativas en otros hombres. ¿Quizás ese hombre la miró con intención lo que provocó el enojo de mi padre y se pelearon? ¿Quizás pasó algo más entre mamá y ese hombre? ¿Tal vez se le insinuó y mi mamá lo rechazó y le contó a mi papá? ¿Quizás mi padre y él querían tener un negocio juntos y algo salió mal? Nunca lo sabré. Supe de ese aspecto tan doloroso de la vida de mis padres recién después de su muerte, por una confidencia de sus amigos. Pude entender por qué decidió comprar un lugar en el cementerio en la zona destinada a los sobrevivientes, una zona honorífica. Pagó para ello una pequeña fortuna, miles de dólares con los que se podía comprar un pequeño departamento. Nos pareció una locura a mi hermano y a mi pero para él era muy importante porque el lugar no se lo habrían otorgado si él no hubiera sido declarado inocente. Recuerdo su orgullo cuando nos mostró el documento que certificaba que él era el propietario de este pequeño terreno del cementerio. Para él, era la prueba definitiva de su inocencia. Lamento no haber entendido en su momento el enorme valor que tenía para él.”

“No entregué cabezas. Juicios ante el Tribunal Social Judío”

Un libro de Jakub Szymczak, 

publicado por Czarne Publishing House - Presentado el 31 de agosto de 2022.

Nota sobre el título del libro según su autor: "Ja łebków nie dawałem" no es fácil de traducir. Es una cita del juicio de uno de los personajes sobre los que escribo: Szapsel Rotholc, famoso boxeador de antes de la guerra y policía judío en el gueto de Varsovia. "łebki" significa literalmente "cabezas", pero de manera coloquial. La cita literalmente significa "no entregué cabezas". Esto es lo que dijo cuando se le preguntó si entregó las cuotas requeridas de personas que se suponía que cada policía debía entregar entre julio-septiembre de 1942. 

Vivir en la queja

“Nunca te acordás de los cumpleaños. Nunca me preguntás cómo estoy. Nunca tenés ganas de hablar. Nunca me hacés sentir que me querés. Nunca me decís cosas lindas. Nunca levantás la mesa. Nunca armás programas para salir. Nunca jugás con los chicos. Nunca te acordás de nuestro aniversario”. Y puedo seguir y llenar toda la columna con estos reproches, reclamos y quejas.

Todos estos nuncas se continúan con los siempres. “Siempre yo me tengo que ocupar de las cosas de la casa. Siempre yo tengo que hacer los trámites. Siempre yo tengo que empezar una conversación. Siempre yo, siempre yo, siempre yo.”

Ya hablé en otra columna de las malas palabras que cierran toda posibilidad de encuentro. Nunca y siempre son de las peores.

El reclamo, el reproche, la queja. La eterna insatisfacción, la eterna mirada sobre lo que falta, la eterna expectativa de que pase lo que no pasa. Hay quejas que aparecen en momentos de debilidad, tristeza o necesidad, son quejas transitorias que no siempre afectan la relación. Pero la queja entronizada como la única mirada nos transforma en un quejosos, en miopes que vemos tras una lente rayada que solo nos muestra lo que nos falta. 

¿Qué estamos diciendo cuando miramos con la lente de la queja? 

Le decimos al otro que nada de lo que hace nos gusta, que no nos tiene en consideración, que es egoísta porque se mira su propio ombligo, que está en deuda con nosotros, que no le importamos, que no nos quiere. 

 Mirando tras esa lente nos decimos a nosotros mismos que nuestra vida depende de lo que el otro haga o no haga, que nos declaramos pasivos, incapaces y dependientes, que la constante desdicha en la que vivimos no es responsabilidad  nuestra, es culpa del otro.

La queja nos pone en el lugar de víctimas y al otro en el de victimario, acusado  de malas intenciones, de egoísmo, de maldad. A nadie le gusta ni acepta de buen grado ser visto como malo, egoísta, desconsiderado, es muy doloroso y no invita a ningún acercamiento. ¿Y que hace cualquiera cuando es acusado de maldad? se defiende, contra ataca, grita, se enoja, da un portazo,  o se retrae, se hunde en un silencio hostil o huye. 

Quejarse alivia, descarga frustración, pide atención y empatía. Pero la queja continuada, la queja acusatoria tiene patas cortas, es como escupir para arriba, cae sobre uno y en lugar de conseguir empatía, hartamos al otro, conseguimos rechazo lo que, claro está, empeora las cosas. Nuestra molestia enunciada como queja no la resuelve, por el contrario, la ahonda. 

Si queremos recibir eso que necesitamos lo podemos hacer de manera más efectiva, más inteligente para no caer en la trampa de la queja constante. Corrámonos del centro del escenario y apaguemos los reflectores. No somos el centro de nadie, solo de nuestra propia burbuja. Y nuestro otro vive, como nosotros, en su propia burbuja, tampoco está en el centro de nadie. Y ambos estamos sedientos de ser el centro de la vida del otro. ¿Qué necesitamos? ¿qué nos está haciendo falta? ¿cómo pedirlo sin generar rechazo? 

Corridos del centro protagónico tal vez podamos ver a nuestro otro, cómo es, cuánto puede y entonces pedir lo que creemos que puede, no lo que no puede, pedir lo que puede. 

Correrse del centro y pedir, ése es el camino. 

La queja es ponzoñosa y huele mal. La queja ahuyenta, nos deja solos. En la queja hablamos mal del otro, si pedimos hablamos de nosotros. 

“¿Cómo que tengo que pedir? ¿no lo sabe después de tantos años, se lo tengo que pedir? ¡Sí! se lo tenes que pedir.”¿Sabe? ¿no sabe? ¿en qué juego estamos? ¿tiene que adivinarnos? ¡claro! me olvidaba… si somos el centro de su mundo, lo único que hace es pensar en nosotros y de pura perversidad no hace lo que necesitamos. Con la queja en lugar de pedir acusamos. Con la queja expulsamos al otro. El único modo es pedir de buen modo, con las buenas palabras de las que hablé hace unos días y la mano tendida. 

Pedir es un arte en desuso. 

Está bueno que lo vayamos reflotando. 

Elocuentes y silenciosos

Mabel habla, Raúl se pone en guardia, Mabel pregunta, Raúl bufa y mira para otro lado, Mabel insiste y Raúl deja caer un monosílabo, Mabel se enoja, Raúl explota.

Mabel es hábil con las palabras, está cómoda ahí. Raúl es parco, cauteloso y se acomoda en un silencio protector.

Mabel se desespera porque no sabe en qué está, qué piensa, qué siente, es para ella una pared infranqueable contra la que se golpea una y otra vez. Raúl vive una y otra vez la tortura de este acoso verbal frente al cual no puede responder. 

A veces es al revés, hay parejas en las que es Raúl quien habla mientras que Mabel se escuda en un silencio hosco. Hay parejas en las que los dos hablan hasta por los codos y otras que conviven en un silencio cómodo para ambos. Pero cuando uno se mueve con habilidad en el reino del habla y el otro parece carecer de esa habilidad, pueden entenderse mal las cosas. 

Hay personas, en mayor proporción las mujeres, que tienen muy desarrollada la capacidad oral, tanto por la base neurológica como por el entrenamiento social en juegos de roles y de conexión social. Pueden conectarse con su mundo emocional, ponerle palabras y hablar con comodidad, es su mundo conocido.

Hay personas, en mayor proporción los hombres, que han desarrollado más su capacidad ejecutiva, tanto por su base neurológica como por entrenamiento social con juegos de ingenio o de destreza física. Son hábiles con el cuerpo, están atentos a los desafíos pero no aprendieron a leer su mundo emocional ni a expresarlo.

Cada uno espera que el otro actúe a su modo y el momento del encuentro es entonces una sucesión de tropezones y magulladuras. Mabel se frustra porque espera que Raúl se una a ella en una conversación y Raúl se frustra porque espera que Mabel reciba sus monosílabos como una respuesta satisfactoria. “No sé qué quiere” piensa Raúl. “No quiere hablar conmigo, no le importo” piensa Mabel. Cada uno busca el modo en que se siente más cómodo, la manera en la que está habituado a funcionar. El elocuente se choca con un frontón, al silencioso lo cubre una catarata sonora. 

Le hablo al callado: estás hinchado porque te habla y habla y habla, se te agolpan las palabras que oìs como un ruido monótono y sin sentido, te parece que siempre está diciendo lo mismo ¿no?, que ya le contestaste mil veces o creés que le contestaste y no entendés por qué insiste una y otra vez. En vez de pensar en otra cosa y esperar que se calle, decile alguna vez que no es que no le querés contestar sino que no te es fácil hablar, que no encontrás las palabras, que hablar para vos no es un espacio de comodidad, que te cuesta, no es que no querés sino que no sabés cómo.

Y le hablo al elocuente: te gastás y desgastás con la esperanza de que el mudo que tenés al lado por fin empiece a hablar. Mirá su silencio con otros ojos. En lugar de tomarlo como un silencio ausente, desconsiderado, egoísta y que te excluye, que te deja afuera, fijate si hay otros momentos en los que habla con comodidad. Tal vez no lo haga en el reino de las emociones y de las relaciones interpersonales, puede lo que puede, no es igual que vos,  ¡no te lo hace a vos!

Mabel y Raúl pueden ser Raúl y Mabel, cada uno con su capacidad de expresión, y tengo una mala noticia, eso no cambia. Pero no desesperaremos, lo que sí puede cambiar es lo que cada uno espera del otro una vez que entiendan y reconozcan las diferencias y dejen de tomarlo como algo que el otro nos hace a propósito. Si lo conseguís, hasta puede ser que Raúl se sienta menos presionado por la catarata de palabras de Mabel y que Mabel vea algunas respuestas que espera oír en palabras, de otra manera, en los gestos de Raúl, en las conductas de Raúl, en la mirada de Raúl. Mabel busca conexión emocional conversando y Raúl tal vez la brinde de otra manera. Los invito a descubrirlo.

Parejas modelo y modelos de pareja

Mabel y Raúl se querían mucho pero la convivencia les era difícil. Ella se levantaba temprano, él dormía hasta tarde. A ella le gustaba dormir con la ventana abierta, a él con la ventana totalmente cerrada. Ella era desbolada, él, ordenado y estricto.

Era una batalla cotidiana pero se amaban, no se querían separar. Decidieron vivir cada uno en su casa, mantener la misma economía y la relación con sus hijos y sus familias pero cada uno en su propia casa con su propio estilo. Están así hace casi 10 años y recuperaron la paz.

La pareja está dejando de ser lo que era. De aquel modelo de dos personas, de diferente sexo, que se casaban y convivían hasta que la muerte los separaba, pasamos a otros. Mucha agua pasó bajo el puente y hoy la definición de pareja incorporó nuevos modelos.

La estructura de la pareja tiene su origen en la procreación, dos personas que se unen para tener hijos, una empresa común con una clara distribución del trabajo, los deberes y los derechos. Aquella estructura en la civilización occidental que parecía inamovible está siendo reconsiderada y reformulada. 

Hay parejas que no quieren tener hijos. Gracias a los métodos anticonceptivos hoy las relaciones sexuales pueden no llevar necesariamente a embarazos.

La cultura reconoce y acepta hoy a la pareja homosexual, tanto que se estableció la unión civil para legitimar lo que sucedía de manera oculta.

Ya no es obligatorio casarse para convivir y muchos no sienten la necesidad de pasar por el registro civil para que su relación sea reconocida.

Al dormir en la misma cama se admite hoy hacerlo en camas separadas o incluso en habitaciones separadas, opciones que consideran comodidad, horarios, ronquidos, temperatura. 

Vivir en la misma casa. Eso también se está moviendo y vemos parejas que se aman, y comparten valores e intereses, pero que prefieren vivir cada uno en su casa sin tener que negociar horarios, gustos, estilos de vida que les resultaban irritantes.

Parejas que se casan y parejas que no se casan. Parejas que quieren tener hijos y parejas que no quieren tener hijos. Parejas heterosexuales y parejas homosexuales. Parejas que duermen en la misma cama y parejas que duermen en camas o en habitaciones separadas. Parejas que conviven y otras que cada uno en su casa. 

Y la cosa no termina ahí. Vemos nuevas búsquedas a la hora de encontrar lo que a uno le acomode y le permita vivir mejor. Los encuentros extramatrimoniales existen y existieron, para sostener la pareja hay que ocultar y mentir. Hay una rebelión contra esa idea de la monogamia hipócrita y se intenta liberar la exclusividad sexual abiertamente sin que sea necesario el secreto y la mentira. Hay también incursiones en el llamado poliamor con límites más difusos pero siempre buscando nuevas estructuras de conexión tanto física como emocional que respeten las apetencias individuales sin que sea necesario la hipocresía y la mentira. 

Sea el modelo que sea, todos necesitamos guarecernos en un refugio seguro y confiable y en todos los modelos de pareja el mismo anhelo, la misma necesidad de ser parte de un nido calentito e íntimo, seguro y previsible, que nos de apoyo emocional, sostén afectivo y que nos proteja frente a la angustia de la soledad.

No sabemos cómo seguirán estos nuevos modelos que se están probando. Lo bueno es que nos señalan que tenemos la posibilidad de diseñar la vida en pareja que nos resulta mejor, sin tener sobre nosotros la mirada crítica de lo que está bien, de lo que se debe, de lo supuestamente normal. 

Vivimos un momento privilegiado: no hay una pareja modelo, hay modelos de pareja, no hay por qué cambiar de modelo pero hoy sabemos que no hay uno solo, que hay varios y podemos diseñarlo como un traje de alta costura, a medida. Con valentía, honestidad y sinceridad, sin falsas pretensiones ni expectativas imposibles, con lo que hay, con lo que necesitamos, con lo que podemos, podemos elegir vivir nuestra pareja de modo más satisfactorio y que nos acerque un poquito más a la felicidad.

La intimidad del comer

Hablemos de comer juntos. El acto de comer es un ritual que responde a una necesidad fisiológica que compartimos con el resto de los seres vivientes, y a otra humana, comer es encontrarse, estar juntos, unirse amorosamente. En todas las culturas, con diferentes rituales y costumbres, además de cubrir la necesidad física se nutre la necesidad social y emocional. Son dos hambres igualmente urgentes que, satisfechas, nos dan placer. ¿Cómo lo hacemos si la volvemos una ceremonia de intimidad y placer?

Pensemos en la comida, planifiquémosla, organicemos el menú. ¿De a dos? ¿Qué te gustaría comer hoy? decidir los ingredientes, elegirlos, comprarlos, organizarlos sobre la mesada. Tal vez dividirnos la tarea y mientras uno pela papas el otro fríe cebolla, mientras uno hace un licuado el otro descongela la carne. ¿Habrá primer plato? es importante el primer plato, el que abre el apetito, el que promete que lo que viene es una delicia. Y también un postre, sencillo pero que nos guste a ambos, tal vez nuestro postre preferido de la infancia. Y la cocina se va llenando de aromas invitantes. ¿Un vaso de vino? y sentimos en los labios y en el paladar su delicioso sabor y nos sentamos un rato porque la música que pusimos nos pone románticos y cerramos los ojos y nos dejamos deslizar con suavidad y ternura por esa ola acariciante. Elegimos el mantel, los platos, los cubiertos, los vasos y las copas. ¿Nos gusta tener flores en la mesa? ¿A ver la luz? ¿qué luz hará nuestra comida más apetitosa? ¡Velas! ¡eso es! las velas dan esa luz sugerente que invita a la intimidad. La casa solo para nosotros dos, la comida casi lista. Nos bañamos, nos perfumamos, no vestimos con eso que tanto nos gusta y que nos queda tan bien, nos preparamos como si fuéramos a una fiesta. Y es una fiesta, una fiesta para dos. Y así producidos nos vemos con otros ojos, nos hemos esmerado para gustar, para que nuestra imagen anticipe el gusto de esa comida tan esperada. Y una vez sentados a la mesa, sin apuro ni solemnidad, bien concientes del momento, de uno mismo y del otro, tomamos la servilleta, la apoyamos en nuestras piernas, y proponemos un brindis. Podemos decir algunas palabras o tan solo hacer chin chin en silencio mirándonos a los ojos y sonriendo de gusto y anticipación. Con esa música que tanto nos gusta y que rememora otros momentos placenteros, se nos hace agua la boca preparada para la delicia que hemos armado. Cada bocado despierta deleites en nuestro paladar y en nuestra lengua que descubre sabores y texturas. ¿Hablamos o permanecemos en silencio? no importa demasiado, a veces un silencio compartido es un momento de intimidad profunda, no siempre hablar es estar cerca. Hecho a conciencia es como un ritual religioso. Mientras alimentamos nuestro cuerpo, vivimos como si fuera la primera vez, un estar juntos diferente, presentes, entregados. No es para hacerlo todos los días, pero cada tanto, ¿una vez por semana? ¿una vez cada dos semanas? cada tanto, hacerlo de esta manera, dejando afuera lo que irrita, lo que preocupa, lo que enoja, nos vuelve a recordar por qué nos elegimos, por qué seguimos juntos. Envueltos en aromas, texturas, sensaciones, sabores, sonidos, que despiertan ecos en nuestra piel que extrañábamos tanto, son contextos amorosos que iluminan de otra manera el estar juntos y nuestra mesa de siempre se transforma en un cálido oasis vestido de intimidad y placer. 

¿Sonaba que estaba hablando de otra cosa? aparecieron por allí chispitas traviesas referidas a ese otro ritual humano que, como el acto de comer requiere cuidado y preparación, igualmente íntimo y que satisface también dos necesidades, la física y la emocional. Sea en la mesa, sea en la cama, la misma atención, el mismo cuidado, igual lentitud, permitirá que a los dos se les haga agua la boca, que esperen y reciban cada bocado como un elixir de dioses, y que, al paladearlo, naveguen un ratito en un océano de felicidad.

Esas pequeñas cosas

Pensando en la canción que dice: “Hoy el hastío ya le dio sabor a nada”… ¿Cómo se construyó ese hastío? ¿de qué nos hastiamos? Está la rutina, lo que es siempre igual, la no sorpresa, y hay que aprender a tomar de eso lo que tiene de bueno. Pero hay algo que solemos pasar por alto y que quiero señalar hoy. Son esas pequeñas cosas que fuimos dejando de hacer. Nos tomamos del brazo y empezamos a caminar juntos. Y, tomados del brazo, nos dejamos de mirar. Somos cada uno parte de la vida del otro, y dejamos de verlo como otro. Y ambos sentimos que nos falta esa atención que necesitamos. 

La presencia cotidiana del otro nos hace olvidar lo bueno que es mostrarle que nos importa que esté. Estamos juntos, tirando del mismo carro, y sentimos que somos uno como parte del otro, como si nuestro otro fuera nuestro brazo, y ¿a quién se le ocurre decirle a su brazo que es lindo tenerlo? contamos con el brazo, siempre está, no hace falta que se lo digamos. Pero nuestra pareja, aunque es parte de nosotros, es mucho más que nuestro brazo. En toda pareja se viven tres identidades, la de la pareja misma y la de uno y la del otro, y las tres deben ser nutridas. Cada uno de nosotros necesita recibir aprecio, interés y valoración. Si cada uno de los miembros de la pareja es visto y valorado, la pareja, que es la identidad que comparten, funcionará no solo mejor sino con más felicidad.

Vengo con unos tips a nuestro alcance, aptos para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero, son pequeñas cosas que le indican a nuestro otro que nos importa, que nos interesa y hasta que nos gusta, que es más que nuestro brazo o un mueble de la casa. También a nosotros nos encantaría que nuestro otro hiciera lo mismo, que nos diera señales de que nos considera, le importamos e interesamos, de que le seguimos gustando, que somos más que un brazo o un mueble de la casa que siempre está y al que no hay que preguntarle cómo está.  

Son cosas sencillas, como pequeños regalitos cotidianos que le informarán a tu otro que está en tu campo de visión y que te importa. 

  • Si desayunan juntos preguntále cuáles son sus planes para el día, qué tiene que afrontar, si algo le preocupa o si le entusiasma. ¿Cómo va a ser tu día? ¿Necesitás algo de mi? 

  • La mejor respuesta es la empatía, ponerse en lugar del otro y comprender lo que siente y expresarlo en lugar de opinar y menos cuando no te lo piden o de minimizar lo que le pasa al otro.

  • Hacele algún pequeño gesto de ternura en momentos fuera de programa, un abracito, una caricia aunque sea ligera, una sonrisa silenciosa. A veces el solo hecho de tocarle el brazo en medio de una conversación es una señal de interés y contacto.

  • Antes de irse a dormir comentale algo bueno que haya hecho, aunque sea mínimo mostrale que lo viste, que no te pasó desapercibido y que lo apreciaste. ¡Qué bueno estuvo ese comentario que le hiciste a la nena, la hizo sentir muy bien! o ¡Me gustó que pusieras la serie que me gusta a mí!

Son pequeñas cosas que el todos-los-días nos fue olvidando. El sabor a nada del hastío puede irse endulzando con una palabra amable, un gesto cariñoso, una señal de que vemos a nuestro otro y que nos importa. La rutina seguirá estando pero no será solo una amenaza, con estas pequeñas conductas que tienen que ver con la consideración y el respeto por el otro, la rutina también puede ser una estructura sólida y conocida por la que nos deslizamos confiados porque es un mundo conocido. El sabor de lo que siempre sabe igual es reconfortante cuando viene con una sonrisa, una palabra amable y el ojo atento. ‘

Historias de sobrevivientes

LA NIÑEZ COMO ESCUDO

La gente que lo vivió jamás pudo terminar de entender cómo no se puede aceptar algo que está comprobado: hay fotos, videos y, lo que más fuerza tiene, sobrevivientes. La única esperanza que tenían era saber que el sobrevivir iba a dejar el legado de `aquí estamos, sobrevivimos, esto pasó, no va a haber nadie que nos pueda callar y menos cuando tengamos hijos, sobrinos y nietos que continúen con esta lucha´”, dice Agustín Tokatlián, familiar de Esteban Pamboukdjian, sobreviviente del Genocidio armenio y autor de “El juego de las bestias”, un texto publicado en el Diario Armenia basado en el relato de Pamboukdjian, en el que cuenta su historia durante el Genocidio armenio comparándolo con un juego.

Tokatlián agrega que “el principal legado que Esteban ha dejado es que una persona luche por que ese negacionismo se haga cargo”. Explica que sus padres son armenios y que parte de sus familiares escaparon del genocidio. Estuvieron escondidos en la casa de una persona turca en un cuarto “invisible”, porque si abrían la puerta o salían corrían el riesgo de morir. Hubo un fusilamiento, disparos al suelo, y Esteban, que tenía ocho años, se desmayó. Cuando se despertó vio que su prima recién nacida también había sobrevivido: “Nunca se supo bien por qué no murió, por qué esas balas nunca llegaron a él. Se podría decir que quizás los padres recibieron las balas, estaban delante de él y él no murió junto con la bebé, porque la persona que sostenía a la bebé también murió. Cuando comenzó el fusilamiento familiar, cuando las balas empezaron a caer, él no se enteró, escuchó el ruido, vio la presencia de esos turcos y cayó rendido al suelo como si hubiera caído una bala sobre él, pero nunca se enteró”, relata.

Esteban Pamboukdjian en su adultez

En ese momento escaparon a un puerto, subieron a un barco y fueron a Siria. Después de que se formara la familia, vinieron a la Argentina. Los abuelos y la madre de Tokatlián le contaron que lo que se vivió durante esos meses de 1915 era miedo, terror, sufrimiento, escuchar lo que pasaba afuera y no saber cuál sería su destino: “Por tener un ‘ian’ en el final del apellido, ya estabas considerado cristiano y tenías un pie en el ataúd, no había posibilidad de vivir, o sea, sí había, pero negando quién eras. Hubo familias que la única posibilidad para que no las mataran fue cambiarse la parte final del apellido por ‘oglu’”, cuenta.

A partir de esa reconstrucción, Tokatlián se pregunta cómo Esteban, un niño de ocho años, pudo vivir aquello sin entender lo que había pasado y cómo los padres lograban darle “alegría” o alejarlo de lo que ellos entendían que era un sufrimiento: “Yo creo que, si hubiera sido más grande, no hubiera sobrevivido. Hay algo de la pureza de la niñez, que le permitió sobrevivir. Por eso, hubo muchos niños que sobrevivieron, creo que hay algo de la falta de comprensión de lo que vivieron que, luego, tuvieron la madurez para entenderlo”, cierra.

“ME QUIEREN MATAR POR JUDÍA”

Diana Wang es hija de sobrevivientes del Holocausto, miembro del Museo del Holocausto de Buenos Aires, escritora de Cuadernos de la Shoá, psicóloga y conferencista de charlas TED. Escribió libros como “Los niños escondidos: del Holocausto a Buenos Aires” e “Hijos de la Guerra: la segunda generación de sobrevivientes de la Shoá”. Wang afirma que tanto en el Genocidio Armenio como en la Shoá y en todos los genocidios posteriores se necesitan varias décadas para poder hablar.

La mayoría de los chicos no recuperaron a sus padres porque los perdieron. Si eran muy chiquititos no se acuerdan nada. El hecho es que tienen el agujero en la memoria de no saber, puntos oscuros de su identidad que desconocen. A veces hablan con otros sobrevivientes, imaginan ‘tal vez a mí me pasó lo mismo’ y van rellenando su historia para hacérsela comprensible, porque son como islas a las que necesitan ponerles puentes para armar una historia con sentido”, explica Wang. Y suma una historia que lo refleja: “Un sobreviviente que todavía está vivo tenía nueve años, vivía en Alemania y, cuando empezó toda la situación complicada, los padres decidieron irse de Alemania, tomaron el tren Transiberiano, atravesaron toda la Unión Soviética, llegaron hasta el puerto de Shangai y ahí los detuvieron”.

Diana Wang es hija de sobrevivientes del Holocausto, escritora y psicóloga

En ese momento, China estaba ocupada por los japoneses, aliados de los alemanes. “Pasaron la guerra en el gueto judío de Shangai”, dice Wang, y continúa con la historia del niño sobreviviente: “Cuando tenía 13 años llegó a la Argentina con sus padres. Conoció aquí lo que era una pelota. Fue a la escuela, se vinculó con otros chicos de su edad y empezó a escuchar cómo habían sido sus infancias, sus casas, que habían tenido cumpleaños. La reflexión que hizo fue: ‘Recién ahí me di cuenta de que no había sido feliz’”.

Wang relata que siempre supo que era hija de sobrevivientes y que había nacido en ese contexto, pero antes no le daba la misma importancia que ahora. Escuchaba a sus padres hablar del tema, pero lo naturalizaba porque no conocía una realidad diferente: pensaba que en otras casas se hablaba de lo mismo.

Yo nací en 1945 en Polonia y vinimos a la Argentina en 1947, dos años después de que terminara la guerra. Mis padres querían ir a Israel, pero todavía no existía como país, era el protectorado británico y era muy peligroso ir con una bebita a una travesía en la que te podían hundir el barco, detenerte y meterte en un campo de concentración”, cuenta Wang.

Una situación puntual fue bisagra para que tomara consciencia de su historia: “Fue cuando explotó la bomba en la AMIA. Me enteré porque mi mamá me llamó por teléfono y me contó. No se sabía todavía qué había pasado, me llamó cuando desde su ventana veía el humo y la frase que me dijo fue: ‘Nos quieren matar otra vez’. Me metió de lleno en el tema: ¿Por qué `nos`? ¿A mí me quieren matar? Yo no hice nada, entonces me quieren matar por judía. La segunda cosa, cuando dijo ‘otra vez’, la ligué con el Holocausto. Me tocó en mi identidad como judía, me asumí como hija de sobrevivientes y empezó a ser tema de mi identidad de manera oficial. En ese momento empecé a investigar y a escribir”, concluye.

El punto envenenado

Todo andaba bien. Mabel le contaba a Raúl el resultado de su visita al médico de esa tarde y de pronto, terminaron enroscados en una discusión que se volvió pelea y que subía y subía de tono. El corazón al galope. Miradas torvas. Gritos. Malestar. Cena en silencio los ojos en el plato. ¿Qué había pasado? Para Mabel “con Rubén no se puede hablar”. Para Raúl “con Silvia no se puede hablar”.  

¿Qué detonó la explosión? Qué será eso que el otro dijo o no dijo, hizo o no hizo que volvió la conversación en enojos y acusaciones de quien empezó, quien tiene la culpa.

La cena arruinada.

Claro, la cama también.

¿Qué fue? ¿una palabra? ¿un gesto? ¿un tema? ¿una alusión? ¿ese tono de superioridad? ¿esa mirada acusatoria? ¿qué tocó el nervio de tal manera que dejaron de escucharse, dejaron de pensar y fueron cayendo en un ida y vuelta tóxico?

Yo lo llamo “el punto envenenado”, eso que hay en toda pareja, esa trampa ponzoñosa como una mina enterrada que cuando se toca explota todo. Cada pareja tiene uno o varios puntos envenenados y son siempre los mismos.

Un matrimonio conocido mío tuvo la habilidad y la suerte de descubrirlo. Años peleando hasta que, cuando encontraron su punto envenenado, todo cambió y no más pelea. Era, para ellos, la decisión de en qué gastar dinero. Mucho o poco, por un kilo de papas o entradas al Colón, ir a la peluquería o viajar al Caribe, no importaba cuánto sino el gasto mismo que para uno era inoportuno o innecesario. Gente inteligente, se hicieron cargo y tomaron la valiente decisión de separar las economías. Los dos tenían sus propios ingresos, separaron las cuentas de banco y las tarjetas, cada uno tomaba sus propias decisiones sin que el otro tuviera derecho a opinar ni oponerse. La solución era sencilla pero el problema fue con la comida. Gente creativa y valiente, ¿qué hicieron?: ¡compraron otra heladera!. Cada uno hacía sus compras y preparaba su alimento. Compartían la misma cama, comían en la misma mesa, pero no comían lo mismo. A veces uno invitaba al otro con algún plato especial que había preparado o con una entrada a un concierto y nadie opinaba sobre la decisión del gasto en cuestión. Una vez descubierto su punto envenenado, lo resolvieron partiendo las economías y comprando otra heladera. 

No es lo que haría yo, pero claro, en mi pareja no es ése nuestro punto envenenado. Porque lo tenemos, como todos. Eso que cuando te lo tocan te hace saltar, eso que cuando se lo tocás al otro lo hacés saltar.

¿Sabés cuál es tu punto envenenado? ¿Sabés qué es lo que te toca el nervio y te hace reaccionar? ¿Sabés cuál es el punto envenenado de tu pareja? ¿Sabés qué es lo que le toca el nervio y le hace reaccionar?

La vida en pareja sigue coreografías repetitivas, también las discusiones. ¿Ante qué uno u otro se siente atacado y reacciona contraatacando? 

Tal vez podría ser un buen tema de conversación alguno de estos días, a ver si juntos lo pueden descubrir. Tomen cualquier explosión, si quieren la última vez y repasen paso a paso, si quieren hasta escríbanlo,  cómo fue la cosa, qué le pasó a cada uno que le hizo reaccionar,  cuáles fueron los pasos de esa coreografía repetitiva en la que en lugar de bailar se lo pasan a los pisotones y tropezones. Si vuelve a pasar, dejen encendida una luz amarilla y vean si pueden descubrir cuál es la piedra con la que volvieron a tropezar. Está ahí, delante de ustedes. Descubrir el punto envenenado, que para cada pareja es otro, nos da el poder de evitar la explosión, esquivar la piedra y encontrar la solución adecuada, original y única, solo para ustedes. No hay recetas. Es como un zapato a medida, como lo de la heladera. 

Sabiendo cual es el punto envenenado se lo puede desactivar.

El premio es que se podrá disfrutar de la cena.

Y capaz que, después, de la cama también. 

Infidelidades de película

Era jovencita y lloré a mares en el cine con Love Story. Años después lloré otra vez con Los puentes de Madison. Esa historia de una mujer casada en un matrimonio rutinario y sin sorpresas, una Merryl Streep maravillosa que se enamoró de un fotógrafo que iba de paso, el churrísimo Clint Eastwood. Veíamos sin aliento aquella inolvidable escena en la que debe decidir si abre la puerta del coche y se va con su amante o si se queda con su marido. La película y esa escena nos ayudan a pensar de manera realista en el matrimonio, el amor y una relación extramatrimonial.

Descubrir que hay o hubo una relación así es un golpe a traición. Se lesiona la confianza, uno  imagina esos cuerpos que se unieron, las mentiras que se dijeron, torturas y preguntas, ¿qué pasó? ¿quiere decir que nuestra pareja se terminó? 

A veces sí pero la mayoría de las veces no. 

Un affair extramatrimonial puede deberse a múltiples causas, no solo a desamor. 

A veces se busca porque la pareja está mal, porque hay algo que no está funcionando, por no sentirse queridos, apreciados, necesitados. 

Otras veces, como en la película, un encuentro no buscado despierta un fuego que el todos los días fue apagando, ese calor que hace brillar los colores cuando se descubre a un otro que a su vez nos descubre. 

También, puede pasar en momentos en que se duda de uno mismo y una persona desconocida puede dar lo que la pareja da por sentado, valoración y admiración.

También existen los seductores seriales que son como cazadores, necesitan conquistar una y otra presa para sentirse ganadores.  

Puede pasar que se busque un espacio propio, lejos de los ojos de la pareja que tanto conoce nuestros puntos flacos. 

Todas esas cosas pueden pasar pero, claro, también nos podemos enamorar. ¿De qué se trata? ¿Necesidad de aventura, conmover la rutina, volver a sentir entusiasmo por algo o será que se terminó el amor?  Después del enojo, el dolor y la tristeza tenemos la oportunidad de sincerar la relación y ver como se sigue, si es que se sigue.

No defiendo ni critico una relación extramatrimonial, es que suceden, tanto en hombres como en mujeres. Todos necesitamos sentirnos queridos, deseados, necesitados, apreciados, sacudirnos la rutina y descubrirnos de otro modo. Uno de los mandamientos lo prohíbe y si existe la ley es que es algo que hacemos. 

Mabel sabía que podía pasar y siempre le decía a Raúl: cuidame, ponete forro y que no me entere y su pedido era “ojos que no ven corazón que no siente”. Porque el lío se arma cuando se descubre. ¿Cómo no me di cuenta? ¿Cuánto tiempo me viene mintiendo? ¿Dejó de quererme? preguntas atormentadoras que fragmentan el piso de la confianza que sostenía la vida. 

¿Qué hacer ante ese dolor que hiere lo más hondo de la autoestima? 

¿Se puede recuperar la confianza lesionada? No siempre se puede pero con tiempo, paciencia y diálogo hasta se puede ascender a otro nivel en la relación, sincerar necesidades y hacer nuevos pactos.

Si te descubrieron lo primero es reconocerlo y aceptar el daño que hiciste, aunque tu intención no haya sido dañar, lo hiciste, reconocelo y hacéte cargo, no minimices el dolor del otro que es desgarrador. Recién después podés pedir perdón. 

Pero si lo que te pasó es que lo descubriste encará tu dolor con dignidad, no dejes que afecte tu idea de vos mismo, la responsabilidad es del otro,  preguntate qué preguntas querés hacer para entender y para darle a tu pareja la posibilidad de seguir. 

Es un proceso difícil pero puede ser iluminador en muchos sentidos y no siempre tiene que ver con el amor aunque lo hiere. Woody Allen termina su película Hanna y sus hermanas, diciendo que el corazón es un músculo elástico. Y lo es. Después de herido sigue latiendo, cada vez con más regularidad y con el tiempo, recupera su forma.