sexo

La intimidad del comer

Hablemos de comer juntos. El acto de comer es un ritual que responde a una necesidad fisiológica que compartimos con el resto de los seres vivientes, y a otra humana, comer es encontrarse, estar juntos, unirse amorosamente. En todas las culturas, con diferentes rituales y costumbres, además de cubrir la necesidad física se nutre la necesidad social y emocional. Son dos hambres igualmente urgentes que, satisfechas, nos dan placer. ¿Cómo lo hacemos si la volvemos una ceremonia de intimidad y placer?

Pensemos en la comida, planifiquémosla, organicemos el menú. ¿De a dos? ¿Qué te gustaría comer hoy? decidir los ingredientes, elegirlos, comprarlos, organizarlos sobre la mesada. Tal vez dividirnos la tarea y mientras uno pela papas el otro fríe cebolla, mientras uno hace un licuado el otro descongela la carne. ¿Habrá primer plato? es importante el primer plato, el que abre el apetito, el que promete que lo que viene es una delicia. Y también un postre, sencillo pero que nos guste a ambos, tal vez nuestro postre preferido de la infancia. Y la cocina se va llenando de aromas invitantes. ¿Un vaso de vino? y sentimos en los labios y en el paladar su delicioso sabor y nos sentamos un rato porque la música que pusimos nos pone románticos y cerramos los ojos y nos dejamos deslizar con suavidad y ternura por esa ola acariciante. Elegimos el mantel, los platos, los cubiertos, los vasos y las copas. ¿Nos gusta tener flores en la mesa? ¿A ver la luz? ¿qué luz hará nuestra comida más apetitosa? ¡Velas! ¡eso es! las velas dan esa luz sugerente que invita a la intimidad. La casa solo para nosotros dos, la comida casi lista. Nos bañamos, nos perfumamos, no vestimos con eso que tanto nos gusta y que nos queda tan bien, nos preparamos como si fuéramos a una fiesta. Y es una fiesta, una fiesta para dos. Y así producidos nos vemos con otros ojos, nos hemos esmerado para gustar, para que nuestra imagen anticipe el gusto de esa comida tan esperada. Y una vez sentados a la mesa, sin apuro ni solemnidad, bien concientes del momento, de uno mismo y del otro, tomamos la servilleta, la apoyamos en nuestras piernas, y proponemos un brindis. Podemos decir algunas palabras o tan solo hacer chin chin en silencio mirándonos a los ojos y sonriendo de gusto y anticipación. Con esa música que tanto nos gusta y que rememora otros momentos placenteros, se nos hace agua la boca preparada para la delicia que hemos armado. Cada bocado despierta deleites en nuestro paladar y en nuestra lengua que descubre sabores y texturas. ¿Hablamos o permanecemos en silencio? no importa demasiado, a veces un silencio compartido es un momento de intimidad profunda, no siempre hablar es estar cerca. Hecho a conciencia es como un ritual religioso. Mientras alimentamos nuestro cuerpo, vivimos como si fuera la primera vez, un estar juntos diferente, presentes, entregados. No es para hacerlo todos los días, pero cada tanto, ¿una vez por semana? ¿una vez cada dos semanas? cada tanto, hacerlo de esta manera, dejando afuera lo que irrita, lo que preocupa, lo que enoja, nos vuelve a recordar por qué nos elegimos, por qué seguimos juntos. Envueltos en aromas, texturas, sensaciones, sabores, sonidos, que despiertan ecos en nuestra piel que extrañábamos tanto, son contextos amorosos que iluminan de otra manera el estar juntos y nuestra mesa de siempre se transforma en un cálido oasis vestido de intimidad y placer. 

¿Sonaba que estaba hablando de otra cosa? aparecieron por allí chispitas traviesas referidas a ese otro ritual humano que, como el acto de comer requiere cuidado y preparación, igualmente íntimo y que satisface también dos necesidades, la física y la emocional. Sea en la mesa, sea en la cama, la misma atención, el mismo cuidado, igual lentitud, permitirá que a los dos se les haga agua la boca, que esperen y reciban cada bocado como un elixir de dioses, y que, al paladearlo, naveguen un ratito en un océano de felicidad.

Exclusividad sexual y otros contratos.

Tute siempre agudo! con mi agradecimiento eterno.

Tute siempre agudo! con mi agradecimiento eterno.

"Meter los cuernos, engañar, traicionar, ser infiel" decimos a la hora de descubrir que nuestra pareja se contacta amorosa o sexualmente con otra persona o cuando sentimos la necesidad de hacerlo nosotros mismos. Hay muchas formas de engañar que no parecen tener el mismo peso. Tu pareja te puede engañar no confesándote que no tolera a tu hermana, o manejando la economía de ambos sin darte explicaciones, o no contándote algo esencial de su vida pasada. Te puede engañar de éstas y otras decenas de maneras. Saberlo te puede doler, te puede preocupar, te puede hacer descubrir que no conocías tan bien a tu otro. Pero si llegás a descubrir que está viendo a otra persona, sea en plan ocasional o estable, tu confianza se fragmenta de una manera radical y sentís "me traicionó". La sola idea de que haya otra persona en su horizonte, de que no seas solo vos, abre la compuerta del cuestionamiento más hondo sobre la confianza, la sinceridad y la autoestima. Duele saber que no se es la única persona, duele en lo más hondo de la identidad, duele en lo más preciado del orgullo. Casarse es comprometerse a construir juntos una familia, tener hijos y asegurar que lleguen a adultos en las mejores condiciones posibles, a sostenerse en los momentos difíciles, a invertir en ello energía y esfuerzo material y emocional. Pero el eje del contrato es la promesa de fidelidad, que no habrá otra persona nunca jamás, ni en nuestros pensamientos ni en nuestros actos, especialmente los sexuales. La fidelidad se refiere al pacto de exclusividad sexual. Este modelo tradicional de contrato está haciendo agua por varios lados. La vida se ha extendido tanto que ya no nos morimos alrededor de los 40 como solía pasar hace no mucho tiempo, ahora podemos duplicar esa expectativa e incluso superarla. Aquel "hasta que la muerte nos separe" llegaba hasta que los hijos salían de la adolescencia, mientras que ahora llegamos a ver la adultez de nuestros nietos y hasta el nacimiento de sus hijos. ¿Somos los mismos a los 20 que a los 40 o a los 60? ¿nos siguen gustando las mismas cosas? ¿fuimos incorporando otros horizontes y sueños? ¿nuestra pareja nos acompañó en los cambios? ¿y si sus cambios tomaron un camino divergente? ¿y si la convivencia nos ha transformado en hermanos y hemos perdido el ardor sexual? La rutina, el hábito, tan tranquilizante por un lado es abrumador por otro. Conociendo la coreografía no hay que andar inventando pasos a cada rato, pero el baile puede volverse insípido, poco estimulante. Y aparece un otro fuera de la pareja que vuelve a encender el entusiasmo, aunque sea por un rato. ¿Si respondemos estamos traicionando a nuestra pareja, le somos infieles? Podemos resistirnos a la tentación y que la infidelidad quede escondida en un deseo secreto y renunciar a la aventura (y ser infieles "solo" en el deseo). Las relaciones extra matrimoniales, explícitas o secretas, existen. Algunas son defraudaciones pero otras pueden no serlo, cuando diferenciamos fidelidad de lealtad. ¿Cómo ser leal a la pareja y ser íntegro con uno mismo? La idea de lealtad es privilegiar el bienestar del otro, no fragmentar su confianza con lo que pueda vivir como una traición. Hay encuentros extra matrimoniales que no son consecuencia de un conflicto en la pareja sino de necesidades particulares que no pueden ser satisfechas en el contexto de la pareja. ¿Cómo satisfacerlas y cuidar al otro al mismo tiempo? Ésa sería la idea de la lealtad. Sabemos que si lo decimos, la información quedará firmemente adherida a su memoria y la recuperación de la confianza será muy trabajosa. Por eso muchas veces la lealtad lleva a mantener el secreto para no herir de muerte al otro dando una información acerca de algo que es una búsqueda personal y que puede no tener consecuencias en la vida de la pareja. La revelación de encuentros sexuales fuera del matrimonio puede ser un quiebre insuperable. Pero cuando no se trata de algo ocasional, asumirlo y separarse es la forma de ser leal. Claro que una separación implica perder todo lo tejido de a dos, familia, amigos, los mil y un detalles de la convivencia, todo lo que se ha construido juntos y que nos identifica. Sigue existiendo, en algunas comunidades, la casa grande y la casa chica justificados en el "natural" temperamento masculino. Allí, tener más de una pareja sexual es más aceptado para los hombres que para las mujeres vistas como sujetos sexuales sin apetencias "naturales" activas. Es decir, si un hombre tiene alguna relación fuera del matrimonio es porque su "naturaleza" se lo impone y si lo tiene una mujer es por perversión o maldad. La pareja monogámica cisgénero (héterosexual) está siendo cuestionada y hoy se están explorando diferentes alternativas. Géneros, sexualidades, necesidades e identidades están siendo desafiadas en búsquedas que aún no sabemos a qué conducirán ni cómo resultarán en la constitución de familias y en la crianza de los hijos. Los jóvenes están aprendiendo a prestarse atención y a pactar. Las parejas gays nos han enseñado ese beneficio de convenir, en cada caso, como serán las cosas. Pareja abierta o cerrada. Relaciones inclusivas o exclusivas. Reserva sobre lo que se hace fuera de la pareja o transparencia comunicativa siempre. Tríos. Swingers. Bisexualidad. Género no binario. Poliamor. La bandeja se va llenando de diferentes alternativas que hasta no hace mucho eran inimaginables. La moral religiosa, la cultura tradicional, las costumbres han naturalizado tanto la "normalidad" de lo heterosexual-de-a-dos que cualquier otra posibilidad no entraba en el campo perceptivo. Pero para la mayoría, la institución pareja sigue siendo la mejor elección, la que proporciona una estructura conocida, estable y cómoda. Algunas están emprendiendo algunos desvíos, las parejas "monogamish" como se dice en inglés es decir, monógamos pero con escapadas consentidas. Son pactos que se diseñan a medida y no admiten generalizaciones pero que se basan en la distinción entre fidelidad y lealtad. En lugar de la tradicional fidelidad sexual, la lealtad como respeto hacia el otro e integridad hacia uno mismo Se pone en cuestión lo que está bien y lo que está mal, se revisan ideologías y morales establecidas. Igual que las mezclas de sabores, colores y olores en la cocina que se enriquecen con las experimentaciones de los chefs, de otras culturas, así la sexualidad humana está siendo revisitada, deconstruida y rearmada a gusto de los consumidores. Los humanos nos diferenciamos del resto de los mamíferos también en esta expectativa de exclusividad sexual. Pero buscamos a nuestro alrededor, igual que los otros mamíferos, nuevos estímulos que nos mantengan despiertos, alertas, interesados. No necesariamente es un otro, puede ser una nueva actividad o la realización de un sueño postergado. Durante siglos las mujeres han sido desleales, enredadas entre dos traiciones, consigo mismas y con sus propios maridos al no asumir su deseo y su realización personal. Claro, no eran infieles porque no rompían el pacto de exclusividad. Se están abriendo otras puertas a las que asomarnos y revisar nuestro deseo y nuestra vida que tiene visos de durar mucho. La lealtad es un compromiso con la integridad, la verdad y la valentía de asumirlo. No se trata de sexo aunque a veces sí. Se trata de apetencias y amores, de estímulos y motivación. No todo puede satisfacerse en la pareja. Y el que ello no suceda no necesariamente hiere a la pareja. Pero hay que tenerlo claro primero con uno mismo, sin auto engaños, sin hostilidad, sin herir a nadie. Y si hay que renunciar porque es la única forma de ser leal, será una elección deliberada y conciente. Y siempre que uno puede elegir puede desplegar el ala de la libertad y ser dueño de su vida.

Publicado en LN https://bit.ly/36BJQ76 6 de enero de 2020

¡Qué lejos estamos!

123-diego-fernandez.jpg

Anna llegó a la Argentina en 1949 a los 21 años. Nacida en Dinamarca, tuvo la suerte de llegar a Suecia durante la guerra junto con Erika, su hermana menor. Fue en un barco pesquero que llevaba también a otras familias judías para salvarlas de una muerte segura.

Sus padres, esperando conseguir otro transporte, no tuvieron la misma suerte. Anna de 15 años y Erika de 12, solas en el mundo, fueron recibidas por los Olsson y sus 3 hijos, Alvar de 18 y Gudrun y Lisa, de 16 y 13. Las chicas congeniaron inmediatamente. Seis años después supieron que sus padres habían sobrevivido y que estaban emigrando a la Argentina. A pesar de lo bien que vivían con los Olsson, Anna y Erika, enloquecieron de alegría ante la posibilidad de volver a reunirse con sus padres. Buenos Aires las recibió un miércoles 21 de septiembre de 1949 en una mañana límpida y luminosa, uno de esos días crocantes que a veces nos regala esta ciudad.

Como tantos inmigrantes y refugiados, ellas aprendieron rápidamente los usos y costumbres, así como el idioma y los códigos de relación, con estilos bien diferentes de los suecos y daneses. La gente era más abierta, más comunicativa y cálida pero al mismo tiempo pacata, moralista y conservadora. Acostumbradas a usar pantalones debido al frío, Anna y Erika vieron con asombro que acá les estaba prohibido a las mujeres en aquellos años. Se sorprendieron con lo remilgadas en el plano sexual que eran las chicas como ellas, como si fuera un tema del cual no se pudiera hablar, como si no existiera.

Las dos se casaron y tuvieron hijos. La hija del medio de Anna, Isabel, se casó en 1982 y su viaje de luna de miel fue a Estocolmo, con la ilusión de conocer a la familia que había salvado a su mamá y a su tía. Con mamá y papá Olsson ya fallecidos, fue Gudrun quien las recibió en su casa, junto a su hermana Lisa, sus maridos y los hijos ya adolescentes. No paraban de hablar, en inglés, claro. Isabel pudo ver con sus propios ojos la calidez, el interés y la transparencia con que se relacionaban, como siempre había escuchado de labios de su madre.

Vieron fotos y escucharon las anécdotas que contaban las hermanas suecas e Isabel conoció otra faceta de su mamá y su tía, sus sueños de jovencitas, sus travesuras y flirteos... Las fotos de Argentina abrieron curiosidades y preguntas sobre trabajos, costumbres, expectativas. Los bombardeaban a preguntas. Había una corriente de comunicación insólita, con un sentimiento de familia como el que se tiene con los parientes biológicos, fácil, como si conocieran de toda la vida. Querían saber cómo vivían, de qué se ocupaban, sus gustos y actividades, tenían sed por todo, sumergirse en sus vidas e imaginarlas en aquel lugar tan lejano del cono sur. Pero las diferencias culturales, aunque menos notorias que en 1949, seguían existiendo. En medio de la comida, delante de grandes y de chicos, sin que se le moviera un pelo ni hubiera nada particular en el tono o en la mirada, Lisa preguntó a la nueva pareja: "¿Y qué tal su vida sexual? ¿va todo bien?". Es que los suecos saben que es un tema importante en la vida en pareja y que puede ser conversado en familia. "¡Qué lejos estamos aún de eso", pensó Isabel. "¡Qué lejos!".

Publicado en La Nación