Palabras amables, agüita nutricia.

Ninguna plantita crece sin agua. Ningún ser vivo crece sin alimento. Ningún proyecto progresa sin trabajo. ¿Por qué creer que la pareja puede subsistir sin agua, sin alimento y sin trabajo? Vivimos engañados con la idea de que sucederá mágicamente, sin esfuerzo alguno, que si nos amamos de verdad la felicidad vendrá sola.

En un famoso discurso Kennedy le dijo al pueblo norteamericano que no pregunten qué es lo que su país puede hacer por ellos sino qué es lo que ellos pueden hacer por su país. Igual con la pareja. Lo tiene que hacer uno, en lugar de esperar que suceda y vivir en la frustración de que no llega. Además, si esperamos que pase solo o que el otro lo haga pasar ponemos nuestra vida como dependiendo de lo que haga o no haga el otro. Mientras que si hacemos tendremos las riendas en nuestras manos. Pero eso no es bla bla teórico. 

Tiro algunas ideas de lo que podemos empezar a hacer.

  • Saludarse cariñosamente, a la mañana al despertar y a la noche antes de dormir. 

  • Preguntar ¿cómo estás? ¿Cómo te fue hoy? pero preguntar en serio, queriendo saber, con interés genuino.

  • Si uno ve que el otro está mal, cansado, con malhumor, irritación o angustia, empatizar, ponerse en su lugar con un “te veo mal, ¿pasa algo? ¿te puedo ayudar?”.

  • Si sabemos que el otro necesita contacto físico, no solamente sexual, sino un beso, una caricia, un tomarle la mano, un abracito, no esperar a que el otro empiece, ir y hacerlo uno mismo.

  • Si le cuesta hablar pues no insistir, una mirada cariñosa y no reclamadora puede a veces ser suficiente. 

¿Hace cuánto que no le decís que te gusta algo suyo? 

¿Hace cuánto que no le das algo que le gusta? 

¿Hace cuánto que dejaste de ver lo bien que te hace estar a su lado? 

Todas esas cosas son el agua que puede mantener vivo o hacer renacer aquello que había y que sigue estando en algún lugar tapado por la rutina y la expectativa irreal.

“Te necesito. Me hace bien estar con vos. Te extrañé mucho. Qué bueno que llegaste. Te contesté mal el otro día, fue un mal día y después me quedé mal porque la cosa no era con vos. Hoy pensaba que hace mucho que no te digo que te quiero”. 

Puede sorprenderse, puede desconfiar, puede temer que te traigas algo entre manos. Claro, si hace tanto que no decís esas cosas tal vez no te crea al principio. No te dejes vencer y dale palante sin esperar nada, disfrutando tan solo de haber dado el primer paso. 

Las escenas románticas parecen cursis e irreales pero si son de verdad a todos nos gustan. Nos gusta que nos muestren que nos quieren, que nos necesitan, que nos hacen bien y que no nos quieren abandonar. Una cena de a dos iluminados por velas y con una música suave de fondo y en el plato alguna palabra de amor, sin adornos excesivos, que les informe a ambos que donde hubo fuego sigue ahí abajito un rescoldo encendido. No es que soplamos y crecen las llamas otra vez. Aquel fuego estaba en el comienzo, hoy hay brasas menos fulgurantes y con otro calor. Son ésas las que tenemos que cuidar. Todos estamos sedientos de ser queridos. 

Decir esas cosas que uno da por sentadas y por eso no las dice son un regalo y una prueba de amor.  “Me gustás. Te necesito. Me hacés bien. Contá conmigo.” Mirá qué fácil es. No hay que ir a comprar nada, es gratis y te hace bien.

Solucionadores y conversadores

Es sábado y están almorzando. Mabel dice: ¿Vamos al cine esta noche?. Raúl responde: no. Mabel se queda mal, siempre que propone algo Raúl le dice que no y listo, se terminó, no hay manera de seguirla. Queda en silencio, pone mala cara, Raúl se da cuenta y le pregunta ¿Qué te pasa?, Mabel dice, nada. Y los dos se quedan mal.

Misma situación pero esta vez Raúl responde sí a la pregunta de ir al cine esa noche. Dice “sí” y sigue comiendo, como si la conversación hubiera terminado. Mabel se queda frustrada, pregunta: ¿qué querés ir a ver? y Raúl le dice “lo que quieras” y vuelve a callarse. Mabel siente que a Raúl le da lo mismo, que le dijo que sí para no discutir, no sabe si quiere o no quiere ir al cine, si tal vez querría otra cosa, pero como no habla, Mabel se queda mal, incómoda, y cree que lo que pasa es que Raúl no tiene ganas de hacer algo con ella y pone mala cara y Raúl le pregunta ¿qué te pasa? y ella dice “nada”.

Es decir, sea que le diga que sí o que no, hay algo ahí que no está funcionando, algo que a Mabel le incomoda, la enoja o la angustia.

Pasa que Raúl es un solucionador mientras que Mabel es una conversadora. Para Raúl, como para muchos hombres, los datos de la realidad se le presentan como problemas a resolver, cuestiones que requieren una solución y una vez que la encontraron se terminó el problema. Para Raúl la pregunta de Mabel, ¿vamos al cine esta noche? se resuelve de dos maneras, con un sí o con un no y una vez que está resuelto el problema se terminó. 

Pero resulta que Mabel, como muchas mujeres, es una conversadora. Para Mabel los datos de la realidad se le presentan como temas fértiles para mantener una conversación. Si ella dice ¿querés ir al cine? espera una respuesta conversada, por ejemplo “me parece una buena idea, hace mucho que no salimos, viste qué películas hay para ver, tenemos que ver si se pueden comprar las entradas online así tenemos lugar asegurado…” es decir, Mabel espera que conversen, que armen el programa juntos, que piensen en alternativas, es parte de su disfrute, es parte de lo que espera. No se trata solo de ir o no ir al cine, se trata de mantener una conversación y cuando eso no pasa, Mabel se frustra y siente que Raúl no quiere estar con ella. 

Los conversadores cuentan algo porque quieren ser escuchados y dialogar de manera empática. Pero el solucionador no solo responde con monosílabos, también ofrece soluciones, dice lo que hay que  hacer.  Un conversador no quiere que le digan lo que tiene que hacer, no espera una solución sino hablar sobre lo que le pasa. El solucionador responde naturalmente con una solución, es su forma de manejarse en el mundo y se siente feliz y realizado si puede ofrecer una respuesta que arregle lo que sea que pase y ni se le ocurre que al conversador le puede molestar.

Y al revés, cuando un solucionador cuenta un problema se impacienta si el conversador responde con una perorata y le da vueltas a la cosa, necesita una respuesta rápida y concreta que solucione lo que le preocupa. 

Cada uno hace lo que mejor le sale y espera del otro algo que el otro no puede hacer y viven así una y otra vez situaciones enojosas sin entender por qué al otro le molesta. Mabel, no te pongas mal si tu solucionador contesta con monosílabos. Y vos Raúl no te impacientes con la charla de Mabel. Soluciones y conversaciones son parte de la vida y si entendemos que cada uno es como es y dejamos de esperar lo que el otro no puede hacer, hasta pueden ser divertidas.

Escuela Policía Entre Rios 2022

Curso de ascenso para Comisarios Principales. Charla de Aida Ender y mía para oficiales y cadetes en Paraná en la cátedra de Diego Dlugovitsky.

Comentarios de los asistentes, comisarios y futuros comisarios:

  • Excelente. Muy buena charla. Muy emotiva y hermoso mensaje de perseverancia y superacion de ambas. Gracias

  • Muy buena y rica historia de ese pasado difícil que les tocó vivir

  • Buenas noches Diego. La charla con estas dos heroínas, nos ubican realmente en el valor real de los conceptos de la vida y la familia. Creo que ante tanta miseria extrena humana, al lado de estas mujeres no somos nada. Debemos contribuir y apoyar siempre y de modo ferviente esos ideales. Gracias. Ruben BERTOLAMI.

  • Profe le escribo por acá para agradecerle muchísimo por traernos esos dos pedazos de historia. Me va llevar un tiempo procesar todo lo relatado xq cada minuto no tenía desperdicio. Las experiencias cotidianas reflejan de manera tan profunda los sucesos. Me tomé el atrevimiento de presenciar la clase con mis hijos y esposa, porque para saber a dónde vamos tenemos que saber de dónde venimos. Admirable la lucidez y claridad de las dos. Mis saludos extensivo también a Aída y Diana.

  • [Excelente clase...muy importante lo escuchado...ahí también se ven los valores de la familia

  • La verdad muy buena idea de realizar una clase con los relatos directos de personas que vivieron esta situación.

Amores fracturados

Esteban y Carina son hermanos. Su relación fue siempre muy próxima y cariñosa. Veraneaban en el mismo sitio, criaban juntos a sus hijos, compartían amigos. Pero hoy se ven poco. Se siguen queriendo pero prefieren preservarse porque para cada uno el otro es un enemigo. Esteban es fuertemente republicano y liberal en el pensamiento y Carina adhiere enfáticamente al actual gobierno. Él ve a su hermana como una ilusa hipnotizada por consignas irreales, enceguecida ante actos de corrupción y delincuencia que hieren a la ética más elemental. Ella apoya la defensa de los derechos humanos y cree que el capitalismo salvaje impide que la sociedad sea justa e inclusiva, los valores de la izquierda siguen siendo los suyos aún cuando no siempre acuerde con algunos dirigentes. Esteban no puede creer que su hermana apoye a este gobierno. Carina no puede creer que Esteban coincida con la oposición. Los primos dejaron de verse con la frecuencia que lo hacían. Los amigos se fueron dividiendo en bandos igualmente opuestos y enemigos. Las reuniones tan alegres antes dejaron de existir. ¿Cómo recuperar la espontaneidad del amor fraternal si los separa un muro que parece infranqueable? 

Agustín es viudo, sus amores  más cercanos y protectores son su hija, Lorena, casada con Federico y sus nietos adolescentes. Los padres de su yerno fueron leales peronistas mientras que Agustín fue siempre radical.  En las navidades y los cumpleaños recordaban con una sonrisa los enfrentamientos durante los gobiernos de Perón allá por los cincuenta. Todo cambió cuando se abrió una brecha dolorosa y torturante. Federico milita en un movimiento gubernamental y defiende con énfasis sus políticas lo que para su suegro es una herida con la que no puede vivir. Quiere mucho a su  yerno, lo admira como padre, como marido de su hija y como trabajador dedicado, pero no puede tragar que acepte algunas cosas. Ambos evitan el tema, pero tienen que hacer un esfuerzo enorme para contenerse y no reaccionar lo que enturbió los encuentros familiares.

Andrea y Susana son amigas desde chiquitas. Vivían en la misma cuadra, sus padres eran amigos, siguieron caminos paralelos toda la vida, en la escuela, con los amigos y la familia. Se acompañaron en cada recodo de la vida, se conocen mucho, como dos mujeres amigas pueden conocerse, de adentro para afuera y de afuera para dentro. Su relación es de tal confianza que no hay nada que no sepan una de la otra, ningún suceso que se guarden porque no temen ni el juicio ni la mirada crítica. Pero, igual que en las situaciones anteriores, están, de pronto y sin anestesia, en lados opuestos del partidismo local. Y lo que había sido natural se volvió forzado. Lo que había sido amable se volvió tenso. Lo que había sido seguro se volvió amenazante. 

Situaciones como las tres descriptas nos están siendo habituales. Cada uno podría contar las suyas. Unos y otros nos acusamos de obcecación y estupidez, de falta de ética y de dignidad, de ignorancia y ceguera. Para uno el otro es derechoso, “facho”. Para el otro el uno es populista, “progre”. Y llueven las imprecaciones y los insultos de uno y otro lado y cuando más pataleamos con argumentaciones, hechos y verdades, más parecemos hundirnos en el barro de la incomprensión.

Quien está leyendo tiene su posición. Yo tengo la mía y la fundamento y construyo día a día pero sigo sin poder encontrar la manera de seguir algunas relaciones amorosas que se han fracturado parece que de modo irreversible. Sigo queriendo a los que quería y que hoy me ven como enemiga pero no encuentro la manera de que ese amor vuelva a fluir. Cuanta más fractura más nos atrincheramos y nos cubre una constante irritación. Leemos y escuchamos los medios que confirman lo que pensamos, nos juntamos con la gente que dice lo mismo que nosotros y no podemos evitar ver al otro como la cara del mal. 

Sé que de uno y otro lado, muchos queremos que las cosas vayan bien, que el país renazca, que desaparezcan la pobreza, la inflación y el desánimo. Sabemos que hay algunos, de uno y otro lado, que se benefician con este estado de cosas y estimulan la hostilidad, que viven las diferencias como un estado de guerra y lo estimulan. 

Mis padres sobrevivieron al nazismo en aquella Polonia regada con sangre judía. Esto no es igual, nadie quiere matar a nadie, pero la hostilidad reinante nos hace andar sobre terreno minado, en constante peligro, mirando a uno y otro lado atentos a la mirada enemiga que puede despertar el desprecio, el ataque, la exclusión. 

Guadalupe Nogués (“Pensar con otros. Una guía de supervivencia en tiempos de la posverdad”, El gato y la caja) señala que cuando conversamos con los que piensan igual tendemos a extremar y homogeneizar nuestras ideas, que cuando nuestra opinión se vuelve parte de nuestra identidad, cualquier oposición es insoportable y no hay argumentación que la modifique. Pelea frontal o silencio defensivo. 

Es imperativo distinguir, como dice Nogués, entre opinar algo y ser algo para, recién entonces, hacer lo que hay que hacer para superar la pelea o el silencio. Encontrar un piso común, ahí donde coincidimos. Ver al otro desde su lado bueno y no como delegado del mal. Y decidir, pero de verdad, abrir las orejas y escucharlo. Somos dos personas respetuosas que disienten y que se quieren y, si ambos quieren, aunque no es fácil, la fractura puede comenzar a salvarse. 

Hay varios amores que me faltan. Añoro recuperar la naturalidad y el placer del abrazo franco y transparente, la charla distendida ante una puesta de sol pacífica, amorosa y relajada, porque una cosa es lo que pensamos y otra lo que somos. Aunque pensamos diferente podemos volver a ser quienes siempre fuimos el uno para el otro. 

Publicado en La Nación, en el suplemento El Berlinés

No me lo hace a mí

No somos el centro del mundo. El mundo puede funcionar lo más bien sin nosotros. ¿Es que acaso somos el centro de algo? De nuestros hijos cuando son chicos tal vez. Pero, ¿somos el centro del mundo de nuestra pareja? Por ahí al principio, cuando nos enamoramos y nos mirábamos los ojos en los ojos, pero después de vivir juntos un tiempo nos fue necesario mirar otras cosas. No somos el centro de su mundo. La consecuencia es que “no me lo hace a mí”.

“¡Claro que me lo hace a mí! Todo lo que hace me lo hace a mí. Me grita en lugar de hablar. Se queda en silencio en lugar de decir qué le pasa. No me presta atención en lugar de mirarme. Se duerme en lugar de quedarse conmigo. No le importa lo que me pasa en lugar de tenerme presente. Se lo pasa armando programas para salir en lugar de tener ganas de que nos quedemos tranquilos en casa. O su egoísmo es fatal, no quiere salir, no le importa que yo lo necesite. Todo me lo hace a mí”. 

Porque creo que soy el centro de su mundo, o casi todo su mundo, todo lo que hace me lo hace a mí.

Es cierto que lo que haga o no haga me afecta y a veces me hiere, pero eso no quiere decir que me lo haga a mí a propósito, que quiera lastimarme.

Si se enferma y tiene fiebre ¿también me lo hace a mí? Si tiene problemas económicos y le cubre la irritación ¿también me lo hace a mí? Si tiene que atender a sus padres ancianos ¿también me lo hace a mí? Nada de eso, obviamente, me está dirigido a mi. Son cosas que pasan, afuera de la pareja. Repercuten en la pareja, claro que sí, pero no me lo hace a mí. 

Son cosas que pasan, que uno no elige. Uno no elige su infancia ni como fue educado, uno no elige sus características personales ni sus padres ni su signo del zodíaco. 

Aunque creamos que somos animales racionales, actuamos según nuestra emoción y la mayoría de las cosas las hacemos como nos salen, sin querer, no a propósito ni destinadas a nadie en particular. 

Quien llora ante la  frustración no llora para hacerle sentir mal al otro, es su forma de descargar lo que siente. Quien se irrita cuando no comprende algo o cuando la presión le abruma, se irrita porque no sabe responder de otra manera, es lo que le sale naturalmente, no se lo está haciendo a nadie. Está quien se encierra en el silencio o en la tristeza, está quien necesita descargarse con un grito o un portazo, está quien necesita hablar y está quien huye cuando se siente mal. 

Esto no quiere decir que nos guste lo que haga ese otro cuando hace algo que nos molesta, pero es muy diferente cuando lo recibimos como que es independiente de nosotros, cuando no me lo hace a mí. Su fiebre no me la hace a mi. Su grito no me lo hace a mí. Su silencio no me lo hace a mi. Pensado así no nos sentiremos atacados, nos protege de eso y evita que respondamos contraatacando. 

Porque si contraataco entonces sí me lo va a hacer a mi. 

Si pienso y siento “no me lo hace a mi” no le pongo el pecho a las balas, me hago a un costado, no empollo ni dejo crecer la bronca, no agiganto la avalancha ni me pongo los guantes de box. 

Así que ya sabés, cuando tu pareja haga algo que te moleste, respirá hondo, contá hasta diez, y decite por lo bajo “no me lo hace a mi”, vas a ver cómo lo que pintaba pelea se deshace como ese terrón de azúcar derretido en el café y lo amargo se vuelve un poco más dulce. 

Almejas y Cascabeles, radio

Una oyente me escribió diciendo que se lo pasaba esperando que su marido un día, la sorprenda con algo, la invite a salir, a comer afuera, a lo que sea… y nunca pasaba. “La rutina me está matando” me dijo, “estoy desanimada, sin entusiasmo ni ganas, pienso seriamente si no es que se terminó el amor, si no es el momento de separarme”.

Si me está oyendo, le digo a ella y a tantos como ella, que antes de pensar en el fin del amor, se pregunte cómo siente y expresa el amor cada uno según como sea cada uno. Por ejemplo, ¿qué tal si son una pareja de almeja y cascabel?

Las almejas prefieren la soledad y el silencio, son poco comunicativos, reservados. Huyen de los encuentros sociales y si no tienen más remedio que ir, se quedan cerca de la puerta lo más lejos posible del ruido. No necesitan cambiar sus rutinas, están cómodos y seguros en lo conocido. Si tu pareja es una almeja, está a gusto en su burbuja interior, lejos de las miradas. Son tranquilos y solitarios, no necesitan más que lo que tienen. 

A los cascabeles les encanta el ruido, comunicarse, necesitan estar con gente, ver y hacer cosas diferentes. Van con alegría a fiestas y reuniones, se apagan en la soledad y el silencio y se encienden con los cambios y las sorpresas que los estimulan y divierten. Si sos una almeja y tu pareja es un cascabel lo que te pide no es para incomodarte, es porque lo necesita. 

Dos almejas pueden convivir bien. No invaden espacios ni exigen nada al otro. Entienden la necesidad de acomodarse en la propia burbuja y no se sienten excluidos ni abandonados ni no queridos. 

Dos cascabeles juntos son más divertidos pero tienen que aprender a congeniar porque pueden chocar en esta necesidad constante de novedad que puede llevar a que se pisen y se atropellen. 

Si vivís con una almeja, como podría sucederle a la oyente que me escribió,  no esperes ni exijas ni presiones, no te enojes si no habla o si prefiere no acompañarte al cumpleaños de tu prima, evita exponerse demasiado a ese exterior que le es amenazante,  No es que no te quiere o que no le importás es que vive los cambios como amenazas. No te lo hace a vos. Es así.  

Si vivís con un cascabel no esperes ni le exijas ni presiones, no te enojes porque sea ruidoso y necesite estar con gente, conversar, ser el centro de la acción. No lo hace porque busca otras cosas, porque ya no te quiere, ni por molestarte ni irritarte. No te lo hace a vos. Es así.

Cada uno es como es y hace lo que puede. A los cascabeles les cuesta almejear, tal vez hasta les angustie. A las almejas les cuesta cascabelear, tal vez hasta les angustie. No es que no quieren, es que no están cómodos, no les sale y cada uno expresa su amor a su modo. 

Una de las claves para vivir en paz es saber cómo es uno y cómo es el otro y no pedirse cosas imposibles ni esperarlas del otro. Uno es como es, tiene lo que tiene y puede lo que puede. 

Volviendo a la oyente desanimada… No esperes que tu almeja te invite a algo. Hacelo vos pero invitalo tranqui y despacito para que vaya levantando la persiana que le tapa la oreja y te pueda escuchar. Acercate a su burbuja solitaria, acurrucate a su lado un ratito y recién después de un silencio tranquilizador, decile, sin urgencia ni presión, amorosamente “ya sé que preferís quedarte en casa pero necesito salir a comer afuera esta noche, ¿vamos? ¿lo harías por mí?”. Hacé la prueba, vas a ver que funciona y si tenés ganas después contame como te fue. 

Puentes que esperan ser construidos

Ilustación Daniel Roldán

Amigos que dejaron de hablarse, familiares que dejaron de reunirse, conocidos que dejaron de interactuar, a muchos de nosotros nos está pasando lo mismo. Unos y otros nos acusamos de obcecación y estupidez, de falta de ética y de dignidad, de ignorancia y ceguera. Para uno el otro es derechoso. Para el otro el uno es populista. Unos y otros se dicen ¿cómo es posible que piense así? Y llueven las imprecaciones y los insultos de uno y otro lado y esgrimimos argumentaciones que lejos de ser puentes no hunden más y más en el barro de la incomprensión. 

Perdí el contacto fácil y confiado con varias personas queridas que hoy me ven como enemiga. No encuentro la manera de lograr que el amor que nos unía siga fluyendo. Vivimos en una constante irritación atravesados por posiciones en las que nos atrincheramos un poco por convicción y otro poco por autodefensa. Leemos y escuchamos a los que confirman lo que pensamos, nos juntamos con los que dicen lo mismo que nosotros y no podemos evitar ver al otro como la cara del mal. 

Sé que la gran mayoría, de uno y otro lado, quiere que las cosas vayan bien, que el país renazca, que desaparezcan la pobreza, la inflación y el desánimo. También sé que hay los que, de uno y otro lado, estimulan las reacciones hostiles, son intolerantes y  viven las diferencias como una guerra. 

Mis padres sobrevivieron al nazismo en aquella Polonia regada con sangre judía. Sé que esto no es igual, que nadie quiere matar a nadie, pero la enemistad reinante nos hace vivir el constante peligro de estar caminando sobre terreno minado, midiendo nuestras palabras, mirando a uno y otro lado atentos al desprecio, a la descalificación y al ataque. 

Hago mías las ideas de Guadalupe Nogués, autora de “Pensar con otros”, cuando señala que conversar con los que piensan igual conduce a extremar y homogeneizar nuestras ideas, que cuando nuestra posición se vuelve parte de nuestra identidad, cualquier oposición nos resulta insoportable y no hay argumentación que la modifique porque atenta contra nuestra persona no contra nuestras ideas. Se confunde opinar algo con ser algo. Los únicos caminos que parecemos tomar, la pelea o el silencio, conducen al distanciamiento y al desgarro. Nogués propone tres pasos para construir un puente que achique la distancia. Uno, encontrar un piso común. Dos, dejar de ver al otro como un representante del mal. Y tres, en lugar de oponerse y discutir, tomar la decisión de escuchar. Habla de recomponer un diálogo respetuoso entre dos buenas personas que disienten. No es forzoso pelear si el disenso sucede sobre un piso común. 

Nadie quiere la guerra ni la desdicha ni la injusticia, ahí está el piso común que nos puede permitir recuperar esos amores que hemos perdido. Eso que sabemos que nos une, el volver a mirarnos con ojos de amigos para reencontrar a aquella persona con la que tanto tiempo estuvimos bien y, fundamentalmente, escuchar de verdad y aceptar nuestras diferencias. Son modos de construir puentes que nos acerquen. No es fácil pero tampoco imposible.

Vivimos este alejamiento de quienes amábamos y con quienes nos sentíamos bien como una dolorosa fractura, un desgarro emocional.  Añoro volver a sonreír con esos amores de mi vida que tanto me faltan, recuperar el placer del abrazo franco y transparente disfrutando de una puesta de sol pacífica, amorosa y relajada porque, aunque pensamos diferente, seguimos siendo quienes siempre fuimos el uno para el otro. 

Publicado en Clarin


Papás, un nuevo modelo

Se viene el día del padre y voy a hablar de los papás, de los de antes y de los de ahora. Los que somos más grandes tenemos el modelo del papá proveedor, el que salía a trabajar, llegaba cansado a casa mientras su señora le tenía la comida lista. La pobre había tenido que lidiar todo el día con la casa, con los chicos y si no había plata suficiente, inventando maneras de que no faltara nada. El papá no siempre llegaba de buen humor o con paciencia. Claro, venía cansado. La mamá, también cansada, lo esperaba con ganas de contarle lo que había pasado, hablar con un adulto y sentirse menos sola. Pero el papá no venía con ganas de hablar. Es que los papás de antes hablaban poco, no estaban entrenados en contar qué sentían, en pedir ayuda cuando les hacía falta, había que ocultar esos signos de debilidad, de poca hombría.

¡Cómo cambió todo! El feminismo, esta ola imparable que navegamos las mujeres, cambió todo, tanto para las mujeres como para los hombres. Hoy no son pocas las casas en las que el sostén principal viene del trabajo de la mujer. Los más jóvenes, criados en esta nueva cultura, muchos de ellos psicoanalizados, están aprendiendo a hablar, a ponerse en contacto con sus sentimientos y emociones, a preparar la comida, a cambiar pañales, a ir a las reuniones de padres o al pediatra con los chicos. La igualdad, al menos en el aporte de dinero y en las tareas relativas a la familia, se está acercando y todos estamos aprendiendo a movernos en estas nuevas coreografías.

A los hombres les resulta particularmente difícil porque no es el modelo que aprendieron, pero no quieren ser un papá distante que solo trabaja, no quieren perderse la crianza de los hijos, escuché que algunos hasta lamentan no poder amamantar a sus chicos. El nuevo papá está creciendo y a los que somos mas grandes nos sorprende y nos encanta. Al menos a mi me encanta ver a mis hijos disfrutando de ser padres, haciéndolo con placer. Los veo y pienso en mi papá que se lo perdió, que vivió encerrado en el molde del macho viril al que no se le debía escapar ni una lágrima, ni un suspiro, que debía ser fuerte y aguantarse lo que viniera. Los papás de hoy, no todos por cierto, pero cada vez son más, se animan a ser sensibles, a emocionarse, a contarle el cuentito de las buenas noches a sus chicos, a quedarse con ellos cuando la mamá sale con sus amigas. Los papás de hoy tienen la libertad también de salir con sus amigos, al menos una noche en la semana, la familia ya no es el único lugar en el que pueden socializar fuera del trabajo. 

Para estos papás que miran los programas de cocina y aprenden tips y datos que después vuelcan en una rica comida, que sostienen emocionalmente a su esposa y la reemplazan cuando ella no da más, que hasta se ofrecen a hacerlo sin que se lo pidan, a esos papá les digo chapeau y me alegro de que finalmente puedan disfrutar de ese regalo que nos da la vida que es la crianza de los hijos, que tiene momentos pesados, que es cansador, que no siempre es divertido, pero la masa que se amasa con las propias manos se hace propia, los momentos con los chicos, con las tareas de la casa, con todo eso que antes les estaba prohibido, les hace sentir que el reino del hogar también es el suyo. Felicidades para esos papás. Y para los que están aprendiendo estos nuevos pasos, paciencia, buena onda que la proximidad con sus hijos y su casa es una inversión de amor para el futuro.