elocuente

Elocuentes y silenciosos

Mabel habla, Raúl se pone en guardia, Mabel pregunta, Raúl bufa y mira para otro lado, Mabel insiste y Raúl deja caer un monosílabo, Mabel se enoja, Raúl explota.

Mabel es hábil con las palabras, está cómoda ahí. Raúl es parco, cauteloso y se acomoda en un silencio protector.

Mabel se desespera porque no sabe en qué está, qué piensa, qué siente, es para ella una pared infranqueable contra la que se golpea una y otra vez. Raúl vive una y otra vez la tortura de este acoso verbal frente al cual no puede responder. 

A veces es al revés, hay parejas en las que es Raúl quien habla mientras que Mabel se escuda en un silencio hosco. Hay parejas en las que los dos hablan hasta por los codos y otras que conviven en un silencio cómodo para ambos. Pero cuando uno se mueve con habilidad en el reino del habla y el otro parece carecer de esa habilidad, pueden entenderse mal las cosas. 

Hay personas, en mayor proporción las mujeres, que tienen muy desarrollada la capacidad oral, tanto por la base neurológica como por el entrenamiento social en juegos de roles y de conexión social. Pueden conectarse con su mundo emocional, ponerle palabras y hablar con comodidad, es su mundo conocido.

Hay personas, en mayor proporción los hombres, que han desarrollado más su capacidad ejecutiva, tanto por su base neurológica como por entrenamiento social con juegos de ingenio o de destreza física. Son hábiles con el cuerpo, están atentos a los desafíos pero no aprendieron a leer su mundo emocional ni a expresarlo.

Cada uno espera que el otro actúe a su modo y el momento del encuentro es entonces una sucesión de tropezones y magulladuras. Mabel se frustra porque espera que Raúl se una a ella en una conversación y Raúl se frustra porque espera que Mabel reciba sus monosílabos como una respuesta satisfactoria. “No sé qué quiere” piensa Raúl. “No quiere hablar conmigo, no le importo” piensa Mabel. Cada uno busca el modo en que se siente más cómodo, la manera en la que está habituado a funcionar. El elocuente se choca con un frontón, al silencioso lo cubre una catarata sonora. 

Le hablo al callado: estás hinchado porque te habla y habla y habla, se te agolpan las palabras que oìs como un ruido monótono y sin sentido, te parece que siempre está diciendo lo mismo ¿no?, que ya le contestaste mil veces o creés que le contestaste y no entendés por qué insiste una y otra vez. En vez de pensar en otra cosa y esperar que se calle, decile alguna vez que no es que no le querés contestar sino que no te es fácil hablar, que no encontrás las palabras, que hablar para vos no es un espacio de comodidad, que te cuesta, no es que no querés sino que no sabés cómo.

Y le hablo al elocuente: te gastás y desgastás con la esperanza de que el mudo que tenés al lado por fin empiece a hablar. Mirá su silencio con otros ojos. En lugar de tomarlo como un silencio ausente, desconsiderado, egoísta y que te excluye, que te deja afuera, fijate si hay otros momentos en los que habla con comodidad. Tal vez no lo haga en el reino de las emociones y de las relaciones interpersonales, puede lo que puede, no es igual que vos,  ¡no te lo hace a vos!

Mabel y Raúl pueden ser Raúl y Mabel, cada uno con su capacidad de expresión, y tengo una mala noticia, eso no cambia. Pero no desesperaremos, lo que sí puede cambiar es lo que cada uno espera del otro una vez que entiendan y reconozcan las diferencias y dejen de tomarlo como algo que el otro nos hace a propósito. Si lo conseguís, hasta puede ser que Raúl se sienta menos presionado por la catarata de palabras de Mabel y que Mabel vea algunas respuestas que espera oír en palabras, de otra manera, en los gestos de Raúl, en las conductas de Raúl, en la mirada de Raúl. Mabel busca conexión emocional conversando y Raúl tal vez la brinde de otra manera. Los invito a descubrirlo.