Recordar la Shoá es más que recordar la Shoá. 

Es honrar la memoria de los sobrevivientes y sus descendientes, incluir lo vivido en un contexto trascendente por el cual cada uno representa el efecto encarnado de lo que sucedió y juntos, en un diagrama multicolor, se construye una de las evidencias documentales de lo sucedido. Contar la historia, enseñar a contar la historia, escuchar la historia, transmitir la historia, es una poderosa herramienta contra el negacionismo que tanto se complace en negar lo que vivimos y que encubre el deseo de negar nuestra propia existencia.

Según el modo en el que se haga, es descubrir, aprender y enseñar sus poderosas lecciones. El anhelado “nunca más” que hasta ahora está siendo un desgarrado “otra vez, otra vez y otra vez” solo podrá suceder cuando las lecciones sean incorporadas y aprendidas. Recordar la Shoá es más que solo recordar sus horrores, es también, y de modo urgente, sus lecciones:

Los genocidios, y la Shoá como su paradigma, suceden en estados dictatoriales, nunca en democracias. 

La propaganda es la vía regia para que el grueso de la población siga al líder despótico, se someta a sus políticas, las apruebe o al menos no se oponga a ellas, la propaganda construye consensos. 

La instalación del enemigo común, de ése entre nosotros del que nos tenemos que cuidar, ése que amenaza con quitarnos nuestra nacionalidad, identidad o lo que fuere que alegue el mensaje. 

Borrar a la oposición, a la libertad de expresión y a la educación que estimule el juicio crítico y la libertad de pensar. 

Estamos viviendo en estos días una evidencia de que alguna de sus lecciones está siendo escuchada. Lo vivo personalmente como un hecho alentador y esperanzador. Ante la invasión de Rusia a Ucrania, la guerra desatada y las víctimas consecuentes, el mundo no ha permanecido en silencio. Gran parte de los países han expresado de modo contundente su oposición y, aunque no han intervenido directamente, lo han hecho con el envío de recursos que hacen posible la defensa de los ucranianos y han impuesto sanciones económicas al perpetrador ruso. 

En el contexto de este espanto que estamos viviendo, la perpetración y la crueldad de los invasores, la reacción de gran parte del mundo es una excelente noticia. A diferencia de lo sucedido durante la Shoá, cuando los judíos estuvimos tan solos, tan desamparados, tan a merced del monstruo nazi y sus colaboradores. Entonces el mundo calló, nadie vino en nuestra ayuda, no hubo sanciones al imperio nazi. 

Hoy los refugiados ucranianos se derraman por distintos países que los reciben mientras que entonces todos los países nos habían cerrado las puertas, no había donde ir. Las empresas siguieron lucrando, beneficiándose del trabajo esclavo de los judíos que reducía tanto los costos, a costa de tantas vidas que se perdieron en las líneas de montaje de la muerte. La lista de empresas y bancos que hicieron la vista gorda y fueron cómplices del asesinato de cientos de miles de judíos, pone los pelos de punta. 

Algunos bancos: Deutsche Bank, Voor Handel Scheepvaart, J.P. Morgan, Union Banking Corporation…. negocios son negocios. 

Las empresas más conocidas: Siemens, BMW, Mercedes Benz, Hugo Voss, Adidas, IBM, General Motors, Ford, Standard Oil, General Electric, Kodak, Coca Cola, Nestlé, Novartis, Maggi.

Por eso lo que está sucediendo hoy es alentador. A pesar de que el entretejido económico es tan apretado y de que hay intereses involucrados que dificultan establecer fronteras éticas prolijas, las sanciones revelan que, al menos para los que decidieron decir que no, al menos hoy y en esta circunstancia, el dinero sí tiene olor, sí tiene color y no da lo mismo de donde viene. 

Recordar la Shoá es más que recordar la Shoá porque nos permite, hoy, hacer este reconocimiento esperanzador y soñar que el tan anhelado “nunca más” -tal vez, quién sabe-, podría, algún día que anhelo llegar a ver, hacerse realidad.

Sobre el pueblo judío. Mark Twain 

Si las estadísticas son correctas, los judíos constituyen sólo el 1% de la raza humana. Este número revela que son una insignificante y ligera mota de polvo de estrellas en el destello de la Vía Láctea. Ciertamente, el Judío debería pasar desapercibido. Pero se lo ve y escucha. Y siempre se lo ha visto y escuchado.

Es tan prominente en el planeta como cualquier otro pueblo. Tomando en cuenta su pequeñez numérica, su importancia comercial fuera de toda proporción es sorprendente. Sus contribuciones a la lista mundial de grandes nombres en literatura, ciencia, arte, música, finanzas, medicina y pedagogía exceden también toda suposición.

En todas las épocas ha protagonizado una lucha maravillosa y lo ha hecho con las manos atadas a su espalda. Podría sentirse envanecido consigo mismo y ser disculpado por ello.

Los egipcios, los babilonios y los persas aparecieron, llenaron con sonido y esplendor el planeta, luego se desvanecieron en la materia de los sueños y desaparecieron.

Los griegos y los romanos los siguieron, también hicieron mucho ruido y también se fueron.

Otros pueblos han surgido y mantenido sus antorchas en alto por un tiempo. Pero también se agotaron y permanecen en alguna nebulosa o han desaparecido.

El Judío los vio a todos. Los venció y está ahora como siempre estuvo, sin exhibir ninguna decadencia, ningún deterioro debido al tiempo, ningún debilitamiento de sus componentes, ningún retardo en sus energías, ningún aplacamiento de su mente alerta y activa.

Todas las cosas son mortales menos el Judío. Todas las otras fuerzas pasan, pero él permanece. 

Publicado en Harper´s Septiembre 1899 en respuesta al fuerte antisemitismo en los Estados Unidos cuando compañías importantes no admitían judíos y ciertas universidades limitaban su ingreso a estrictos cupos de admisión. Gente “respetable”-influencers diríamos hoy- como Henry Ford y Thomas Edison, expresaban abiertamente su odio a los judíos.


SOBREVIVIR AL FARAÓN (versión 2022)

Una de las tradiciones judías ha sido sentarse a pensar en qué consiste la condición judía. Siglos de argumentaciones en distintos idiomas y cambiantes geografías y la cuestión sigue sin tener una respuesta unívoca. Algunos están convencidos de que se trata de una religión. Otros que es una cultura. Unos dicen que es un pueblo, otros, una nación. Están hasta los que creen -no sólo los nazis- que se trata de una cuestión genética. Así, somos judíos porque nacimos, judíos porque nos lo dicen, judíos porque lo sentimos, judíos porque nos duele, judíos porque no hay otro remedio, judíos porque nos gusta, judíos porque nos señalan... en infinitas variedades de ser y sentirse judío. Los que lo niegan y hasta los que dicen “soy de origen judío”, que no se sabe si quiere decir, “no soy judío” o “mi familia es judía y yo no” o “nací judío pero yo no lo soy” y también los que no viven como judíos y no les importa, ni lo cuestionan ni lo piensan. Son tantos los matices, colores y diferencias de una misma trama que, lejos de mí la idea de tratar de definir la condición judía. 

Pero los judíos -les guste o no a los antijudíos, les guste o no a algunos judíos, lo sepa o no la mayoría de la gente- hemos dejado algunas improntas indelebles en la civilización occidental. Tal vez sea presuntuoso - aunque, ¿por qué no serlo?- pero hemos sido en cierta manera los propulsores de cosas tales como la importancia de la dieta alimentaria y de la higiene, de la lectura y la escritura como actividades del hombre común, del razonamiento y la argumentación, de la discusión y el respeto por el que más sabe, del humor frente a la catástrofe y la vulnerabilidad humanas, de la comedia musical, de los latkes, el gefilte fish y los beigalej, de las idishes mames, de Groucho Marx y Woody Allen. Hemos instalado a la ley como el valor supremo, a los rituales como ordenadores de la vida, el descanso semanal, la liberación de los esclavos y la defensa de los desvalidos. Vaya hazaña la del pueblo judío! Hemos conseguido que muchos de nuestros valores sean los de toda la civilización. Pero todavía falta. Y lo que falta no es misión exclusiva de los judíos, pero es algo de lo que venimos hablando hace muchísimo tiempo, mucho antes de que existiera lo que hoy se llama la civilización occidental.

Dice Mark Twain en un célebre texto publicado en 1899 que a pesar de muchas calamidades y a pesar de que otros pueblos no lo han conseguido, el pueblo judío ha permanecido. 

Y creo que esta capacidad de permanencia es una característica esencial de la condición judía. Permanencia significa fuerza, determinación, firmeza, convicción, valores, transmisión. Dicen nuestros sabios: “Si sobrevivimos al faraón, sobreviviremos también a ‘esto’ ”.

¿Qué es “esto”?

“Esto” es todo aquello que uno cree que no va a poder soportar. 

“Esto” es ese desafío mayor de la vida, ese gran obstáculo frente al cual oponemos la suprema decisión de seguir viviendo. 

“Esto” es hoy, nuestro país y nuestro mundo con sus agudas y dolorosas circunstancias que nos sumergen en el desánimo y la desazón.

“Esto” es el dolor de ver la nueva fragmentación familiar de los hijos y nietos que se van ante una realidad expulsiva. 

“Esto” es el clima de desánimo y desesperanza generado por la ruptura del pacto social y la desconfianza en figuras e instituciones públicas.

¿Cuál es el mensaje de Pésaj?

Pésaj nos recuerda que fuimos esclavos en Egipto y que pudimos liberarnos.

Pésaj nos despierta del letargo y la parálisis, del desánimo y la impotencia y nos abre una esperanza. 

Pésaj nos recuerda que hay que defender al débil y al oprimido y hacerle un lugar en nuestra mesa. 

Pésaj en la mesa familiar, los olores, los gustos, las caras que vemos en la luz de las velas, el orden de las cosas, el séder, que habla de permanencia, de lo que está igual, lo que seguirá igual. Aunque en la mesa falten manjares, ojalá que todas las mesas puedan cubrirse con un mantel blanco y que las familias puedan compartir un trozo de matse y kneidlaj, un guefilte fish hecho de merluza y cebolla y dos velas.

Pésaj, es el estar juntos y hablar de las cosas que aún debemos conquistar y tener presente también las cosas que están y seguirán igual. 

Están y seguirán igual el respeto por los valores familiares, el amor filial, la amistad y el matrimonio. 

Están y seguirán igual la voluntad del diálogo y la resolución de conflictos mediante la conversación. 

Están y seguirán igual el amor por la lectura, por la música y por la escritura. 

Están y seguirán igual la consideración por los viejos -que así sea, porque ahora los viejos somos nosotros- y el ideal de verdad, justicia y dignidad para todos.

Alguno tal vez piense que soy una ilusa, que el enunciado de estos valores es sólo retórico, que los estamentos que deciden por nosotros no atienden más que a su propio beneficio, que nos están pasando por encima. Tiene razón. Soy una ilusa. Pero quiero que todo lo que me da felicidad de la condición judía, que es la condición humana hecha libro -más enunciada que cumplida, es verdad- siga siendo un faro de luz, que se instale y siga estando para todo el mundo. La esencia del Pésaj.

Los sobrevivientes de la Shoá tienen corporizadas memorias desgarradoras, la vida los ha doctorado en experiencias de avasallamientos y abyección. Pero nos cuentan sobre las personas que hicieron posible su supervivencia, los justos, los rescatadores, los que se atrevieron allí donde la mayoría se asustaba. Son ellos, los rebeldes, los incorruptibles, a los que acudo cuando siento flaquear mi confianza en el género humano. Hay gente sensible, inteligente y valiente en este mundo tan golpeado. Es más: hay gente buena. En estos días ante la invasión que Rusia ha hecho a Ucrania y las muertes subsecuentes, la mayor parte de los países se han declarado en contra y le envían apoyo y recursos. Recuerdo la soledad del pueblo judío durante la Shoá, el silencio del resto del mundo y pienso que estamos un poco mejor, que hoy al menos no son indiferentes ni permancen en silencio.

En la cena de Pésaj, saquemos de los armarios los utensilios y platos limpios de jametz pero también démosle una pulidita a nuestros viejos valores, los más simples, los que hacen que la vida valga la pena, regocijémonos con ellos y transmitámoselos a nuestros nietos antes de que nuestros hijos se los lleven lejos de nuestros abrazos.

A guitn Peisaj far alemen: zai far cristn zai far idn! (Buen Pésaj para todos: sea para cristianos, sea para judíos).

Mensaje por Whatsapp de Daniel Helft (16/4/22): Hola Diana. Jag Sameaj. Solo comentarte q anoche, al terminar el Seder, lei tu texto a los 11 q estabamos alli reunidos, incluyendo por supuesto a Marion y Ricardo. Eso generó una discusión de no menos de dos horas, super animada, haciendo honor a nuestra tradición judia de discusion y debate de ideas. Las veinteañeras de la mesa objetando partes del texto y los mas veteranos tratando de entender la cabeza de las nuevas generaciones, q se vinculan de nuevas formas con el judaismo. Desde un costado mucho mas critico o mas globalizado q el nuestro. En fin. Fue el plato fuerte de la noche y tu nombre estuvo en boca de todos. Queria comentartelo y agradecerte nuevamente. Beso!!

La plantita no crece sola

Vivir en pareja, Columna del 1 de abril de 2022 en Le doy mi palabra, de Alfredo Leuco

Listo, nos casamos y nuestro amor regará la plantita que crecerá lozana y solita. Además como nos dijo Diana Wang acá el otro día, pagamos la matrícula, es decir prometimos aceptar al otro como es, no tratar de cambiarlo y no esperar que nos adivine sino pedir lo que necesitamos. ¿De qué nos vas a hablar hoy? ¿es que hay algo más?  Y sí, la pareja es una plantita muy pedigüeña, no crece sola, crece de a dos, con lo que cada uno trae y es. Si vivís en pareja, ya sabés de qué te hablo pero también sabés que no contabas con formas de ser de cada uno que, según como se combinen, hará que crezca feliz o se ponga mustia rápidamente. Paso a enumerar.

Los ritmos biológicos, el que es búho se despierta a la noche y necesita dormir hasta el mediodía, la alondra cuando baja el sol se cae de sueño y se despierta de madrugada. ¿en qué momento del día cada uno se siente mejor? Si ambos fueran iguales, problema allanado, pero si difieren es preciso hacer acuerdos previos acerca de actividades, horarios y vida cotidiana.

La distancia en la que cada uno se siente cómodo, ¿uno pegadito al otro o a dos metros de distancia? ¿haciendo todo juntos o manteniendo espacios y actividades separados? ¿Cuál es la distancia óptima en la que cada uno se siente cómodo? es imprescindible pactarlo bien para que ninguno se sienta malquerido por la distancia que necesita el otro.

Los rituales cotidianos, ¿comen todos juntos o cada uno se sirve cuando tiene ganas? ¿a qué hora el baño, antes de acostarse o al levantarse? ¿cómo se apreta la pasta dentífrica, por la mitad o prolijamente desde abajo? ¿el asiento del inodoro levantado o bajado? ¿aire acondicionado o ventilador? ¿ventana abierta o ventana cerrada? parecen cosas nímias pero corroen y la plantita sufre.

Las decisiones, de la casa, de las vacaciones, de la educación de los hijos, de las relaciones con parientes políticos y amigos, con los compañeros de trabajo, con las parejas anteriores, con los hijos de las parejas anteriores. ¿Cómo se toman? ¿Cómo se pactan? ¿Qué hacer cuando uno no quiere hacer algo que el otro sí quiere? ¿Se pacta de una vez y para siempre o se va viendo en cada momento? ¿Se van alternando, una vez vos y otra vez yo?

Y no puedo dejar de mencionar los dos temas más espinosos: sexo y dinero. De todo lo anterior, con más o menos dificultad, se puede hablar. Pero tanto de sexo como de dinero la cosa se embarra y complica. 

¿Caja común o cada uno lo suyo? ¿Cuenta de banco compartida? ¿Habrá una caja grande que maneja uno y una caja chica que maneja el otro? ¿Cómo son las decisiones acerca de los gastos, las compras, el ocio? ¿lo arreglaron para que ninguno se resienta?

Cuando la sexualidad encendida del principio se va entibiando y los encuentros sexuales pierden frescura después de haber hablado del service del lavarropas, lo que antes salía solo ahora hay que prepararlo, convenir y reinventar situaciones y contextos, modos de acercamiento que reaviven el erotismo. 

Nos engañaron con esto de creer que crece sola. Si la dejamos sola crece a lo loco, se desmadra y llega a dar mal olor. Hay que remover la tierra, regar todo lo que necesite, podarla cuando sea la época, mirarla para ver qué le está pasando. 

Sí, ya sé. Esta plantita exige muuuucho trabajo pero es la única manera para que crezca, fructifique y nos de la felicidad y la belleza que tanto necesitamos. 

Con las mejores intenciones

Vivir en pareja, encuentros y desencuentros. En “Le doy mi palabra” programa de Alfredo Leuco, Radio Mitre.

Hoy voy a hablar de algo muy común en el mundo de las parejas que es cuando cuando uno hace algo con las mejores  intenciones y no sale bien, el otro lo vive como un ataque y, claro, responde mal. 

A veces uno dice cosas, con la mejor intención, y al otro le caen mal, se ofende, se enoja, contesta mal. ¿Qué pasó? Uno no quiso hacerle daño, ¿por qué el otro lo entendió mal? 

Veamos un ejemplo. Pensás que estoy haciendo algo de modo equivocado, que si lo hago de otra manera sería más fácil o mejor. Me querés ayudar y dar un consejo. Tu intención es buena y me decís: “¡Así no, ¿no te das cuenta de que así no es? lo tenés que hacer de tal otra manera!” lo que, para tu sorpresa me cae mal. ¿Por qué, si lo hacés para ayudarme?. Es que lo hiciste de un modo en que me pasás por encima. Me criticás, me decís que lo que hago está mal, que vos sabés cómo es y que yo no y opinaste sin que te lo pidiera. Con la mejor de las intenciones, me pasaste por encima. Las mejores intenciones se ahogan en la forma en que uno las enuncia y terminan lastimando. Tu deseo de ayudar fracasó porque me lo dijiste de modo desconsiderado y no pude escuchar la ayuda, solo escuché la desconsideración.

Si ves que estoy haciendo algo que te parece mal o que podría mejorarlo, estaría genial que me lo dijeras y me facilitaras la vida pero tenés que tener algunos cuidados para que te pueda escuchar. Son básicamente tres.

Preguntame si te quiero escuchar. No te abalances a aconsejar, ni a tu pareja ni a nadie, si el otro no quiere oírlo. Primero preguntá. “¿Te puedo dar un consejo?” o “Se me ocurre otra manera de hacerlo ¿querés que te la diga?” y si el otro no quiere, pues te callás la boca y no decís nada.

Empatizá conmigo, ponete en mi lugar. En lugar de opinar y criticar, mirá la dificultad o lo que te parece que me es difícil, acercate amablemente y me decís por ejemplo “me da la impresión de que te está costando…” o “mmmm qué difícil parece…” No me digas “está mal lo que hacés” o “yo sé hacerlo mejor”, no me juzgues ni me descalifiques ni me hagas sentir menos.

Hacelo de modo amable, no te impongas ni me mandes, sé mi par -sos mi pareja ¿no es cierto?, somos pares- no me hables desde el lugar de alguien superior que se las sabe todas y que me mira como si yo fuera una inútil. En lugar de decirme “yo te voy a decir cómo se hacen las cosas bien” hacelo más blandito, como “se me ocurre por ahí otra manera de hacerlo, ¿te gustaría probar?” algo que no me suene como que sos el dueño de la verdad y que me deje a mi el derecho a decidir.

Creemos que con las mejores intenciones alcanza pero no es así. Las buenas intenciones son básicas en toda relación pero hay que aprender a decir de modo que no se sientan como descalificaciones o ataques, pensando en cómo las puede recibir el otro.  

Por eso, si querés dar un consejo a tu pareja, preguntale si lo quiere recibir, hacelo sin criticar ni opinar sobre lo que hace y no le hagas sentir incapaz. 

Solo vas a ser escuchado si lo decís con respeto y consideración. Solo así las buenas intenciones llegarán como tales. 

Tenés la mejor de las intenciones, pero cuando quieras opinar, -a tu pareja o a cualquiera- preguntá si te quieren oír, y si te dicen que sí, no te quieras imponer ni critiques, empatizá y sugerí. 

Derecho al olvido.

¿Se puede borrar la memoria por decreto? ¿Se puede anular el pasado con un acto de voluntad?

La exmodelo Natalia Denegri demanda a Google para que se aplique el derecho al olvido. Exige que desaparezca del buscador su vinculación con la fraguada “causa Guillermo Cóppola” en la que estuvo implicada en los años noventa. La solicitud, basada en jurisprudencia de la justicia española, abre cuestiones relativas al derecho a la intimidad, la libertad de expresión, la censura y la desmemoria.

Más de uno querría borrar de su recuerdo y del conocimiento de los demás, los pecados de juventud, aquellas conductas que le avergüenzan y las compañías de las que hoy reniega, cuando fue humillado o sometido. Lo aprendí con los sobrevivientes del Holocausto. Pareciera que siguieron adelante y olvidaron lo vivido, pero una ligera chispita, aparentemente inconexa, trae todo nuevamente, nada se había borrado. El “pasado pisado” es un engaño, la frase misma lo dice, bajo lo pisado está el piso sobre el que estamos parados. 

Hoy la frontera entre lo público y lo privado se va atenuando hasta casi desaparecer. Todo lo que se sube a las redes allí queda. Los archivos de internet son implacables contra el olvido y la desmemoria. Guardan todo lo publicado, sean verdades o mentiras, como las peligrosas fake news, esas mendigas vestidas de diosas tan difíciles de desenmascarar. Todo lo que se publica permanece para siempre en la Amplia Red Mundial (WWW por su sigla en inglés), esa plaza pública que, como aquel Funes de memoria perfecta e inapelable, no sabe olvidar. 

El funcionamiento de nuestra memoria, tanto individual como social, construye sorprendentes coreografías tejidas tanto con recuerdos como olvidos en danzas móviles y cambiantes. El olvido es parte de nuestra memoria. Recordamos y olvidamos de manera espontánea y a veces misteriosa, como cuando descubrimos recuerdos encubridores, falsos recuerdos, olvidos protectores y olvidos negadores. Son danzas que a veces entorpecen nuestros pasos y nos hacen trastabillar y otras nos permiten seguir viviendo. Aún así, nuestro pasado, verdadero o tergiversado, aún cuando parezca olvidado, no se puede borrar. 

Además de la memoria personal y la de internet, hay una memoria construida social, cultural y políticamente. En parte espontánea pero en gran medida está digitada y planificada. Precisa relatos de glorificación u oprobio que construyan consensos, identidades comunes, una idea de nación con un pasado e ideales compartidos. Memoria usada muchas veces para apoyar alguna política que se pretende instalar o un poder que se intenta sostener. 

Pero tanto en la memoria colectiva como en la individual, los intentos de borrar el pasado molesto para no traerlo al presente, sean espontáneos o planificados, son imperfectos y, a menudo, transitorios. ¿Cuál es ese derecho al olvido si, como dice la canción sobre el sol, el pasado, aunque no lo veamos, siempre está? 

Es como querer guardar un globo inflado en una caja más chica. Lo apretamos por un lado para que entre pero se agranda y se nos escapa por otro. Como si tuviera vida propia. No se deja recortar, editar ni encajonar. Todo lo vivido está en cada uno de nosotros. Todo lo publicado en internet seguirá ahí. Es como el aire del globo, engañosamente invisible pero inamovible. 

El “derecho al olvido” es más que un tema jurídico. El pasado no se anula con un acto de voluntad. La memoria no se borra con una sentencia judicial. Somos y seremos el resultado de quienes fuimos.


Publicado en Clarin.

Descartar la primera orina de la mañana

Vivir en pareja, encuentros y desencuentros en “Le doy mi palabra”, radio Mitre, Alfredo Leuco.

Hoy traigo un consejo, útil para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero. Un consejo que nos ahorrará, seguro seguro, peleas y discusiones, sufrimiento y angustia.

Mi consejo de hoy es descartar la primera orina de la mañana. ¿Me dirás qué tiene que ver esto con una pelea matrimonial?

¿Viste cuando tenés que hacerte un análisis de orina de 24 horas, te dicen en el laboratorio que para recolectarla descartes la primera orina de la mañana? Esa que sale como chorro incontenible y que guarda todo lo que se estuvo juntando en la noche. Esa, esa hay que descartarla.

Si lo pasamos a nuestra vida con nuestra pareja, me refiero al momento en el que sentís que el enojo te sube, que te enceguece, que dejaste de ser quien sos y te transformaste en un arma de ataque, apuntás con mirada asesina preparando el disparo para decir eso que sabés que duele, eso que destruye. ¡Ese es el momento clave! cuando sentís que sos un volcán que está por entrar en erupción, acordate de mi consejo que me salvó a mi tantas veces y descartá la primera orina de la mañana, descartá eso que estás por vomitar a borbotones y sin pensar. 

Ya sé como es… que tu pareja te provoca, te irrita, que no entendés qué le pasa ni qué quiere de vos, que te enfurece que no haga nada de lo que querés. Si calla porque calla si habla porque habla. Si no hace nada porque no hace nada si hace mucho porque no se queda inmovil. Hay un momento en la relación en el que sea lo que sea que haga el otro, te enoja y te dispara una reacción que seguro será sin pensar, seguro será violenta. ¿Lo que hizo o no hizo el otro fue un ataque? No sabemos si nos quiso atacar o tal vez si lo entendimos como un ataque. No importa eso para controlar tu reacción. Acordate que somos mamíferos y si nos sentimos atacados ¿qué hacemos? contraatacamos o huímos. Si contraatacaste te sometiste al ataque, haya sido real o supuesto, no elegiste, derramaste tu rabia sin pensar. Y te digo:  siempre podés elegir. 

Cuando te sentís atacado y sabés que tu respuesta violenta está por salir como un vómito imparable, ése es tu momento de elegir:  descartá esa primera reaccción. Es tóxica, como esa primera orina, no es buena, no sirve. Todo lo que digas y lo que el otro te responda si no parás tu reacción no tiene valor comunicacional, es puro ataque. Las palabras dichas en ese momento son armas letales porque después no se olvidan, son corrosivas, oxidan lo que tocan y después es difícil volver de ahí.

Pegá media vuelta, dejá el lugar como haría todo mamífero inteligente que no quiere enroscarse en una pelea, andá al baño y cerrá la puerta o a la cocina y servite un vaso de agua o al dormitorio y cambiate las medias, salí del lugar en donde pasó lo que viviste como un ataque. Pueden ser solo unos segundos o pocos minutos, pero en otro espacio, tomás aire bien profundo y podés frenar el vómito ese que tenías atravesado y podés volver con la cabeza más clara. Haceme caso. Es más fácil de lo que parece y funciona. En lugar de sentirte la víctima, o sea, que el otro manda sobre vos y no te deja pensar, decidís sobre tu conducta, te adueñás de la situación. Cuando contra atacás te estás sometiendo a la propuesta de ataque y pierden los dos. Si elegís descartar la primera orina de la mañana recuperás la capacidad de pensar y elegís el escenario en el que querés vivir.

Pagar matrícula para "Vivir en pareja"

Columna del 11 de marzo de 2022 para el espacio “Vivir en pareja” de Le doy mi palabra programa de radio Mitre conducido por Alfredo Leuco en Radio Mitre.

¡Listo! ¡Te enamoraste! Encontraste tu media naranja y deciden vivir juntos esperando que será siempre un jardín florido, el clima eternamente templado, sin tormentas y si las hay van a ser pasajeras, cada mañana será un nuevo renacer y en cada noche arderán en deseos y amor pasional. 

Ponele unos violines de fondo, claro. 

¿Sabes qué? No nacimos el uno para el otro, no somos la media naranja de nadie. ¡Cuánto daño nos hicieron estos mitos irreales y tramposos! Nos engañaron con lo de la felicidad eterna y no nos dijeron que había que pagar una matrícula para convivir con un otro que nunca es exactamente como nos gustaría y ahí empiezan los problemas y las penurias. 

En lugar de jurarnos amor y fidelidad eternos, habríamos podido anticipar todo pagando la matrícula de la convivencia. 

Son tres promesas: 

Va la primera: NO INTENTARÉ QUE CAMBIES. Si tu otro no es exactamente como querés seguro que ya trataste de que sea diferente. El otro también intentó cambiarte para que seas como necesita. Y ninguno de los dos pudo, ¿no es cierto? Es que obligar a alguien a no ser como es es un juego dañino, irrespetuoso que produce frustración, porque ese cambio no sucede. Uno y otro, los dos, ven que no pueden cambiar al otro, el resentimiento crece, la convivencia se corroe y la va volviendo un infierno.

La mala noticia que tengo es que nadie puede cambiar a nadie. El solitario ama la soledad y no se siente cómodo entre mucha gente. El sociable ama estar con otros y evita la soledad. Pedirle a un solitario que quiera estar con gente o a un sociable que quiera estar solo, es pedirles algo que difícilmente puedan hacer porque contraría sus naturalezas. Y así con todas las cosas. La primera es entonces: no intentaré que cambies.

La segunda promesa es: NO CREERÉ QUE ME LO HACÉS A MI. Cada uno es como es, hace lo que puede, incluso me atrevo  a decir que hace lo más que puede. Si tu otro no domina el arte de la conversación, es silencioso y poco elocuente, esperar que hable, es esperar algo que difícilmente sucederá. Y no te lo hace a vos. Es así. No le sale hablar, no está cómodo hablando, no es que no quiere hablar con vos, es que el momento de hablar puede serle angustiante porque no está entrenado en hacerlo. Creés que te lo hace a propósito, por pura maldad, que no le importás, que ya no te quiere. Y las más de las veces, no es así. Es que hablar no es lo suyo y difícilmente cambie. Le estás pidiendo peras al olmo, y ningún olmo da peras. No te lo hace a vos. Es así. No es contra vos, por eso es tan importante tu promesa en el pago del peaje de no creer que te lo hace a vos, que lo aceptás cómo es. 

Ver que no se lo hace a uno es liberador, lo saca a uno de la queja, del reclamo, de la acusación porque se deja de esperar lo que el otro no tiene o no puede. La segunda promesa es entonces: no voy a creer que me lo hace a mí.

Y la tercera promesa es: NO ESPERARÉ A QUE ADIVINES. Si necesitás algo, pedilo. Los adivinos y videntes adivinan, las personas comunes no. El otro está igual que uno, tampoco pide, también espera ser adivinado. Cada uno en su propia burbuja, creyendo que el otro sabe qué necesitamos, qué estamos esperando y cuando no sucede, vienen el dolor, la queja, la acusación de “¿Cómo que no sabe? ¡tiene que saber! lo que pasa es que no me ve, no le importo”. No, lo que pasa es que no adivina, si no decimos claramente lo que queremos, no lo sabe. Si no nos dice claramente lo que necesita no lo sabemos. Esperar que adivine es una perversa prueba de amor que no prueba amor sino la incapacidad del otro de adivinar. Es más realista, económico y efectivo pedir. La tercera promesa es no esperaré a que adivines.

Somos vulnerables, frágiles e imperfectos, esperamos ser reconocidos y satisfechos y perdemos de vista que al otro le pasa exactamente lo mismo, también espera ser reconocido y satisfecho. Y ojo que la matrícula no es opcional, es tan obligatoria como el cinturón de seguridad, nos protege de los accidentes de la vida y permite un viaje juntos amable, respetuoso y amoroso.

Y si no pagaste la matrícula al principio, siempre estamos a tiempo, capaz que es eso que creías que ya no funcionaba se reaviva con esta proposición tuya. Va de nuevo: 

me comprometo a 

  • no intentar cambiar al otro 

  • no creer que todo “me lo hace a mí” 

  • no esperar que adivine, pedir lo que necesito

El amor y la felicidad. En "Vivir en pareja".

4 de marzo de 2022. Primer columna en el programa Le doy mi palabra conducido por Alfredo Leuco.

Voy a empezar a hablar, como carátula de la columna, del amor y la felicidad.

Mirá lo que me dijo María Marta: “No soy feliz. No tengo ganas de nada, mi marido no me habla, no me pregunta cómo estoy ni me cuenta nada, soy como un mueble para él, algo que está en la casa pero es transparente, siento que no le importo, que no existo ya como mujer ... ¿será que ya no me quiere? encima yo también dudo, no sé si lo quiero …”. Su voz, su gesto, eran de una desilusión y una tristeza infinitos. En su trabajo estaba bien, con sus hijos también, su infelicidad venía porque no se sentía amada por su marido.

Es que el amor y la felicidad vienen en un mismo paquete y la felicidad, pero de un solo tipo de amor, el de pareja, el que pone brillo en los ojos y te hace creer que todo es posible, que seremos felices eternamente. 

Pero resulta que no es eterno, es como las estrellitas que encendíamos en las noches de navidad y año nuevo y que mirábamos embelesados haciéndolas bailar pero que se apagaban demasiado rápido. María Marta, como tantos de nosotros, tenía esa estrellita en la mano ya sin luz y se preguntaba qué pasó, ¿dónde fue esa luz? ¿por qué se apagó si le habían prometido que estaría encendida siempre?

Un día conocés a alguien, se miran y les gusta lo que ven. Vemos a un otro que nos gusta y al mismo tiempo nos gusta ver que nos mira como nos gusta que nos vean. El amor se despierta en ese juego de seducción y conquista que promete un oasis de placer eterno. Se enciende la pasión que ahora es todo el cuerpo, estamos enamorados y ese otro es la llave de nuestra felicidad.

Y nos tomamos del brazo para caminar juntos, compartir la mesa y la cama, los desayunos y las cenas, el lavarropas y la heladera. Vamos tomados del brazo, construyendo, la vista al frente, uno al lado del otro y sin darnos cuenta, dejamos de mirarnos. Y un día, como dice la canción de la apertura de la columna, nos damos cuenta de que nos dejamos de ver ¿qué nos pasó? ¿No era que si vivíamos juntos seríamos felices? ¿y por qué no somos felices? 

Vivir en pareja es un desafío cotidiano. Creíamos que el amor lo podía todo, que si hay amor todo lo demás se arregla y que la estrellita seguirá brillando siempre. Tanto bolero y novela romántica nos metió en la cabeza que el amor basta. Pero vivir juntos es una empresa que necesita acuerdos como cualquier empresa, pero más acá porque su producto es que sus dos socios sean felices.

¿Y cuáles son los ingredientes de la felicidad? Reconocimiento y aceptación, estímulo y valoración, seguridad y paz. Fijate que no digo sexo o pasión no porque no importe, buen sexo importa pero sentirse bien necesita del diálogo franco, los modos amables, la escucha abierta. El amor no basta, hay que ponerle ganas porque, y lo digo de nuevo, los caminos que llevan a la felicidad son el reconocimiento y la aceptación, el estímulo y la valoración, la seguridad y la paz. 

Por eso voy a hablar del amor. Pero no de esa cajita mágica con mariposas de colores y estrellitas brillantes que tiene una vida breve y nos deja frustrados y desilusionados creyendo que quedó vacía. ¿Sabés qué? no es así. Hay más, mucho más y junto con Maria Marta la abrimos de nuevo a ver qué otras cosas había. Te lo digo yo que lloré tantas veces creyendo que la cajita estaba vacía enceguecida por una idea del amor que lo reduce a los primeros momentos de sexo y pasión. Cuando empecé a abrir con otros ojos la cajita romántica vi que había mucho más… esto es lo que quiero contarle a tu audiencia. 




María Marta enuncia una carencia que es muy común en las parejas convivientes después de un tiempo. Siempre digo que después de algunos años de vivir juntos todo matrimonio se convierte en incesto. Ese otro del que nos habíamos enamorado pasa a ser parte de nuestra familia, alguien querido, conocido, previsible, habitual, que siempre está ahí, que suele decir las mismas cosas, ubicarse en los mismos lugares, tener las mismas actitudes e intereses y todo aquello que nos enamoró parece haberse evaporado. ¿Dónde quedó? ¿Cómo es posible que la misma persona de la que nos enamoramos, que siguió siendo igual, nos desenamoró?

Y se abren una pila de preguntas. ¿Qué es el amor? ¿Es solo la pasión del comienzo? ¿El enamoramiento que te llena la panza de mariposas se gasta, las mariposas se cansan y se van? ¿Es verdad que la rutina mata al amor? ¿Es mala la rutina? ¿Y la felicidad? ¿Por qué parece escaparnos de las manos? ¿Es algo que hicimos nosotros o la culpa la tiene ese otro con quien convivimos que no nos quiere como queremos que nos quiera, que no nos mira como queremos que nos mire, que no nos dice lo que queremos que nos diga ni nos da lo que queremos que nos de? ¿Y nosotros? ¿Lo queremos como necesita que lo queramos, lo miramos como necesita ser mirado, le damos lo que necesita que le demos? 

Ya sé que en la pareja la culpa siempre la tiene el otro. Nunca nosotros. Ese otro pérfido y cruel que disfruta haciéndonos daño y negándonos justo eso que necesitamos y que sabe que tanta falta nos hace. Lo hace a propósito. 

La queja de María Marta es la queja de muchos que creían que la pareja iba a ser un oasis eterno y descubren defraudados que no es un camino liso, asfaltado y con indicaciones claras sino a veces un lugar con accidentes, que requiere trabajo, cuidado y atención, que no florece todo el año sino de a ratitos y lleno de trampitas que no sabemos como desactivar. Vivir en pareja nos desafía con todas estas cuestiones porque hemos sido educados con la ilusión de que el amor todo lo puede y que si no se está pudiendo es que ya no hay amor. Y no es así.