Recordar la Shoá es más que recordar la Shoá. 

Es honrar la memoria de los sobrevivientes y sus descendientes, incluir lo vivido en un contexto trascendente por el cual cada uno representa el efecto encarnado de lo que sucedió y juntos, en un diagrama multicolor, se construye una de las evidencias documentales de lo sucedido. Contar la historia, enseñar a contar la historia, escuchar la historia, transmitir la historia, es una poderosa herramienta contra el negacionismo que tanto se complace en negar lo que vivimos y que encubre el deseo de negar nuestra propia existencia.

Según el modo en el que se haga, es descubrir, aprender y enseñar sus poderosas lecciones. El anhelado “nunca más” que hasta ahora está siendo un desgarrado “otra vez, otra vez y otra vez” solo podrá suceder cuando las lecciones sean incorporadas y aprendidas. Recordar la Shoá es más que solo recordar sus horrores, es también, y de modo urgente, sus lecciones:

Los genocidios, y la Shoá como su paradigma, suceden en estados dictatoriales, nunca en democracias. 

La propaganda es la vía regia para que el grueso de la población siga al líder despótico, se someta a sus políticas, las apruebe o al menos no se oponga a ellas, la propaganda construye consensos. 

La instalación del enemigo común, de ése entre nosotros del que nos tenemos que cuidar, ése que amenaza con quitarnos nuestra nacionalidad, identidad o lo que fuere que alegue el mensaje. 

Borrar a la oposición, a la libertad de expresión y a la educación que estimule el juicio crítico y la libertad de pensar. 

Estamos viviendo en estos días una evidencia de que alguna de sus lecciones está siendo escuchada. Lo vivo personalmente como un hecho alentador y esperanzador. Ante la invasión de Rusia a Ucrania, la guerra desatada y las víctimas consecuentes, el mundo no ha permanecido en silencio. Gran parte de los países han expresado de modo contundente su oposición y, aunque no han intervenido directamente, lo han hecho con el envío de recursos que hacen posible la defensa de los ucranianos y han impuesto sanciones económicas al perpetrador ruso. 

En el contexto de este espanto que estamos viviendo, la perpetración y la crueldad de los invasores, la reacción de gran parte del mundo es una excelente noticia. A diferencia de lo sucedido durante la Shoá, cuando los judíos estuvimos tan solos, tan desamparados, tan a merced del monstruo nazi y sus colaboradores. Entonces el mundo calló, nadie vino en nuestra ayuda, no hubo sanciones al imperio nazi. 

Hoy los refugiados ucranianos se derraman por distintos países que los reciben mientras que entonces todos los países nos habían cerrado las puertas, no había donde ir. Las empresas siguieron lucrando, beneficiándose del trabajo esclavo de los judíos que reducía tanto los costos, a costa de tantas vidas que se perdieron en las líneas de montaje de la muerte. La lista de empresas y bancos que hicieron la vista gorda y fueron cómplices del asesinato de cientos de miles de judíos, pone los pelos de punta. 

Algunos bancos: Deutsche Bank, Voor Handel Scheepvaart, J.P. Morgan, Union Banking Corporation…. negocios son negocios. 

Las empresas más conocidas: Siemens, BMW, Mercedes Benz, Hugo Voss, Adidas, IBM, General Motors, Ford, Standard Oil, General Electric, Kodak, Coca Cola, Nestlé, Novartis, Maggi.

Por eso lo que está sucediendo hoy es alentador. A pesar de que el entretejido económico es tan apretado y de que hay intereses involucrados que dificultan establecer fronteras éticas prolijas, las sanciones revelan que, al menos para los que decidieron decir que no, al menos hoy y en esta circunstancia, el dinero sí tiene olor, sí tiene color y no da lo mismo de donde viene. 

Recordar la Shoá es más que recordar la Shoá porque nos permite, hoy, hacer este reconocimiento esperanzador y soñar que el tan anhelado “nunca más” -tal vez, quién sabe-, podría, algún día que anhelo llegar a ver, hacerse realidad.