La suerte es una diosa calva

Ilustración: Fidel Schiavo

La historia se repetía año tras año antes de una prueba. La noche anterior gemía atormentada “¡no puedo!” y recibía siempre la misma respuesta de mamá,“nunca digas ‘no puedo’, podés mucho más de lo que creés, ojalá la vida no te desafíe” frase que no sabía de dónde venía y que por cierto no me consolaba. 

Convencida de que me iba a ir mal hacía unos machetes diminutos que cabían en la palma de mi mano con  gráficos -hoy se llaman mapas mentales- abreviaturas, fechas y fórmulas con diferentes colores. Pero cuando llegaba el momento y los tenía que usar, las palmas húmedas habían borroneado la tinta y no podía leerlo bien. Conteniendo el aliento y con los ojos cerrados, el terror abría un abismo sin fin bajo mis pies cuando el profe indicaba “tema 1, tema 2”, pero al ver las preguntas escritas en el pizarrón descubría maravillada, que me las sabía todas. Mis elaborados machetes habían sido mi manera de estudiar. Nunca me bocharon ni me llevé materia alguna a examen. 

Cada prueba era un desafío para el que llegaba bien preparada. Temía a la suerte y hacía lo posible por tenerla de mi lado. Lo había aprendido de mamá que había sobrevivido al Holocausto, había perdido a su primer hijo y a casi toda su familia, había sufrido crueldades y humillaciones y finalmente había emigrado a un país con idioma y costumbres desconocidas, para reinventarse y empezar de nuevo. Fue víctima del nazismo pero, como Jorge Semprún dice en “La escritura o la vida”, eligió no quedarse en aquel lugar. No se lamentaba por el pasado, no lo traía una y otra vez a las conversaciones ni lo usaba como justificación de frustraciones o imposibilidades. La suerte, buena o mala, no la definía. Aprendió a cuidarse, prepararse cuando la suerte le era esquiva y estar alerta para tomarla cuando pasaba a su lado. Fue víctima pero eligió sobrevivir a lo que el nazismo le había hecho.  

Una cosa es lo que a uno le pasa y otra cosa es lo que uno hace con lo que a uno le pasa. Si hubiera elegido la victimización como eje de su identidad, habría tenido la necesidad de confirmarlo día a día, sumida en la queja, el reclamo y el sufrimiento. Elegir dejar de serlo le permitió adueñarse de su camino y dejar atrás cuando, sujeta de otros, sus pasos no le habían pertenecido. La vida es un constante desafío. Aprendí con su ejemplo a hacer esos machetes para controlar mis miedos y ser dueña de mis respuestas. 

Elegir la victimización puede tener como objeto recibir empatía y consuelo, pero es una trampa sin salida, el pasado un eterno presente de lamento y desesperación. El intento es fallido porque quien se construye como víctima no se consuela con la empatía, necesita confirmar su condición una y otra vez y dejar crecer a su alrededor solo la mala suerte. 

Mis machetes me aseguraban, sin que tuviera conciencia, de que no caería en victimización alguna. La frase de mamá hablaba no solo de fortaleza, también de la suerte, porque si lo que nos pasa es fruto del azar, siempre tendremos la posibilidad de elegir el próximo paso, decidir qué hacemos con lo que nos pasó y hacerle una zancadilla a la suerte. Quien elige ser víctima se aferra a lo que le pasó y no la puede ver. 

La suerte es voluble, atolondrada y misteriosa, pasa rápido y sin avisar. Una diosa calva para los griegos. Exige tener bien abiertos los ojos y la atención despierta para verla venir, estirar las manos y tomarla bien fuerte justo cuando pasa porque, como no tiene pelo, una vez que pasó ya no hay por dónde agarrarla. 


Publicado en Clarin

Si no se dice, no existe

Los seres humanos somos lenguaje. Pensamos en palabras. Nos comunicamos con palabras. 

Amamos con palabras. Odiamos con palabras. Desencadenamos guerras con palabras. Consolamos y damos sentido con palabras. Criamos hijos con palabras. Lloramos a nuestros padres cuando se van con palabras.

Hay palabras que hieren tanto o más que un arma. También hay palabras que enaltecen mucho más que éxitos y trofeos. Construimos quienes somos con palabras. Con palabras entendemos lo que nos desconcierta o angustia para poder procesar desdichas, conducta malévolas, la muerte. 

Una escuela norteamericana prohibió el libro “Maus” sobre lo vivido por el padre de Art Spiegelman, su autor, sobreviviente de la Shoá. En forma de historieta los personajes son presentados como animales, los judíos como ratones, de ahí el título. El libro recibió el premio Pulitzer y es un texto de referencia sobre el tema del Holocausto pero la escuela lo encontró impropio para la educación de sus chicos porque hay “malas palabras” y muestra “roedores desnudos” (sic). 

En “Psicoanálisis de los cuentos de hadas”, Bruno Bettelheim, sobreviviente del Holocausto, señala la importancia de esos relatos que permiten a los niños conocer  y manejar sus ansiedades y emociones inconscientes con personajes paradigmáticos que ordenan un tanto el océano emocional en el que viven. La vida y las conductas de otros nos desafían y estos cuentos proveen herramientas conceptuales para no quedar desprotegidos, a la intemperie, y poder procesar nuestro mundo interior.  Estos personajes, como los tan queridos de Mafalda o los paradigmáticos de Shakespeare por mencionar unos pocos, perviven tantos años porque recrean estereotipos que existen en la realidad y nos preparan para enfrentarlos. Su solo nombre es claro y comprensible para todos. Una Susanita, un Romeo, un lobo feroz o una madrastra son atajos de sentido para operar temas tan sensibles como la vida y la muerte, el amor y la crueldad. 

El nazismo quería construir una “raza superior'' mediante la reingeniería genética. De modo similar, hay una fuerte movida en la derecha norteamericana, cristiana y xenófoba, puritana y voluntarista, que pretende hacer desaparecer ciertas conductas individuales y sociales mediante prohibiciones y castigos. Decidieron cambiar los cuentos infantiles que, según creen, estimulan y naturalizan la crueldad y la violencia. Ya ningún lobo se come a Caperucita y el flautista vengativo no lleva a los chicos a la muerte. Los cuentos se edulcoran y se los pinta de angelicales colores pasteles para que los niños mantengan su pureza e inocencia y crezcan como adultos incontaminados por la ira, el dolor y la maldad. Si borramos al lobo que simboliza el acoso sexual y al flautista emblema del filicidio, esas cosas desaparecerán. La cultura de cancelación y alguna política afín apoyan a esta derecha retrógrada sustentados en la la idea de que si algo no se dice, mágicamente dejará de existir.

Cierto que las palabras tienen tal poder evocativo que se vuelven inmediatamente imagen. Escribo elefante y se me aparece uno, no lo puedo evitar. Y al revés, si no lo digo, no lo veo y podría creer que no está. Pero seguirán estando, los elefantes y todo lo que se quiera negar. 

Estos sistemas cancelatorios voluntaristas, autoritarios y fascistas, sobrevaloran el poder de las palabras y tergiversan la realidad. Las cosas no desaparecen si no se las nombra.  

Ni el cáncer ni la muerte. Tampoco la inflación y el ajuste. Aunque no las digamos, existen.

Publicado en Clarin.

Sobre el verdadero Oskar Schindler - Herbert Steinhouse

 Prólogo 

EL artículo que sigue es, hasta donde podemos determinar, no solo el primer reportaje sobre Oskar Schindler, sino también el único relato que incluye entrevistas contemporáneas directas con el propio Schindler, así como con el contador Itzhak Stern.

La historia de Schindler y Stern, los personajes centrales de la película La lista de Schindler de Steven Spielberg, se dio a conocer al mundo previamente a través de la novela El arca de Schindler de Thomas Keneally de 1982. Keneally, un australiano, nunca conoció a Schindler, quien murió en 1974, pero trece años antes, en Los Ángeles, conoció a uno de los más de 1.000 judíos que Schindler había salvado de las cámaras de gas. Este encuentro casual lo estimuló en su investigación. Aunque el libro de Keneally sobre el oportunista empresario nazi que terminó redimiéndose en el torbellino del Holocausto era real, decidió llamarlo novela porque debía imaginar o “recrear” los diálogos necesarios para la narración

Desconocido para Keneally o Spielberg, otro escritor, un canadiense, se había topado con la historia de Schindler décadas antes. Herbert Steinhouse, un periodista, novelista y locutor nacido en Montreal, voló con la RCAF, la fuerza aérea canadiense, durante la guerra y luego se convirtió en oficial de información de la Administración de Rehabilitación y Socorro de las Naciones Unidas (UNRRA por su sigla en inglés). Mientras estaba destinado en París, trabajó para Reuters, pero en 1949 fue el jefe de la oficina de París de la CBC.

Fue unos meses antes, en Munich, cuando conoció a Schindler. Ya había conocido a algunos de los sobrevivientes del Holocausto que Schindler había salvado, los llamados Schindlerjuden, los judíos de Schindler, y le habían contado algunas de sus historias. En su etapa en la UNRRA, Steinhouse había escuchado varios relatos sospechosos del "buen alemán", pero con éstos sobre Schindler se despertó su intriga e interés que lo llevó a a buscar una verificación independiente.

Steinhouse fue presentado al mismo Schindler por dos judíos polacos que creían que la seguridad de su salvador y la mejor esperanza para su futuro podría suceder si se daba la máxima publicidad a su notable historia. Estaba en peligro porque todavía estaba clasificado como un "antiguo nazi", lo que frenaba sus posibilidades de emigrar a la mayoría de los países. "Schindler me cautivó como lo hizo con todos", recuerda Steinhouse. "Nuestras esposas también se llevaban bien. Cenamos y bebimos juntos. Él hablaba, yo tomaba notas".

La historia le siguió pareciendo a Steinhouse "descabellada", pero fue corroborándola más y más  en los recuerdos de los sobrevivientes y en los archivos clandestinos y de la resistencia. Finalmente, después de media docena de encuentros con Itzhak Stern, quien fue su fuente principal, cuatro entrevistas con Schindler y fotografías tomadas por Al Taylor, un amigo cercano (ya fallecido), Steinhouse se puso a trabajar y escribió su exclusiva nota en forma de un artículo de revista que envió a su agente de Nueva York.

El agente no le encontró lugar. Steinhouse, que ahora tiene setenta y dos años y está jubilado en Montreal, recuerda varias razones para ese rechazo: reflejando su propio escepticismo inicial, las revistas no querían otra historia sobre un "buen alemán"; se creía que el Holocausto se había vuelto agotador para los lectores; los editores de revistas pretendía poner una mirada optimista en sus publicaciones para la década del cincuenta para contrarrestar la sombría mirada de los miserables años cuarenta. En consecuencia, el relato de Herbert Steinhouse sobre Oskar Schindler ha permanecido sin ser leído en sus archivos durante la mayor parte de medio siglo. Aunque algo abreviado, ahora se publica por primera vez en Saturday Night, una publicación en la que el escritor fue colaborador en asuntos internacionales. Irónicamente, es posible que incluso haya ofrecido a la revista el artículo sobre Schindler en ese momento. Al leerlo, recuerde que Steinhouse escribía sobre eventos sucedidos solo cuatro años antes. Sigue siendo un documento importante por varias razones: porque corrobora lo que ya se conocía; por los detalles y anécdotas adicionales que no se encuentran ni en la novela de Keneally ni en la película de Spielberg; y, lo que es más importante, por el acceso directo y notable que brinda a los lectores al propio Oskar Schindler.

 

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El artículo de Herbert Steinhouse publicado en Saturday Night en abril de 1994:

Fue al contador Itzhak Stern al que le oí hablar por primera vez de Oskar Schindler. Se habían conocido en Cracovia en 1939. "Debo admitir ahora que tuve fuertes sospechas sobre Schindler durante mucho tiempo", confió Stern al comenzar su historia. "Sufrí mucho bajo los nazis. Perdí a mi madre en Auschwitz muy pronto y estaba muy amargado".

A finales de 1939, Stern dirigía la sección de contabilidad de una gran empresa de exportación e importación de propiedad judía, cargo que ocupaba desde 1924. Después de la ocupación de Polonia en septiembre, el jefe de cada empresa judía importante fue reemplazado por un Treuhander, un alemán de confianza, y el nuevo jefe de Stern pasó a ser un hombre llamado Herr Aue. El antiguo propietario, como era la orden, se convirtió en empleado, la empresa se convirtió en alemana y se contrataron trabajadores arios para reemplazar a muchos de los judíos.

El comportamiento de Aue fue inconsistente e inmediatamente despertó la curiosidad de Stern. Aunque había comenzado a arianizar la empresa y despedir a los trabajadores judíos de acuerdo con sus instrucciones, dejó los nombres de los empleados despedidos en el registro del seguro social, lo que les permitió a mantener sus esenciales cartas de identidad como trabajadores. Además, Aue proveía en secreto dinero a estos hombres hambrientos. Este comportamiento ejemplar impresionaba a los judíos y asombró al cauteloso Stern. Recién al final de la guerra, Stern supo que Aue también era judío, que su propio padre fue asesinado en Auschwitz en 1942 y que el polaco que pretendía hablar tan mal en realidad era su lengua materna.

Sin saber todo esto, Stern no tenía motivos para confiar en Aue. Ciertamente, no podía entender su intención cuando, solo unos días después de haberse hecho cargo de la empresa de exportación e importación, Aue le presentó a Stern a un viejo amigo recién llegado a Cracovia diciéndole  con indiferencia: “Mirá Stem, podés tener confianza en mi amigo Schindler". Stern intercambió cortesías con el visitante y respondió a sus preguntas con cuidado.

"No sabía lo que quería y estaba asustado", continuó Stern. "Hasta el 1 de diciembre, no habían molestado a los judíos polacos. Habían arianizado las fábricas, por supuesto. Y si un alemán te hacía una pregunta en la calle, era obligatorio que antes de responder dijeras  “Soy judío". ....' Pero fue recién el 1 de diciembre que tuvimos que comenzar a usar la Estrella de David. Fue entonces, cuando la situación comenzó a empeorar para los judíos, cuando la Espada de Damocles ya estaba sobre nuestras cabezas, que tuve una reunión con Oskar Schindler.

“Quería saber de qué lugar era yo, de qué zona judía. Me hizo muchas preguntas, que si era sionista o asimilado y esas cosas. Le dije lo que todos sabían, que era vicepresidente de la Agencia Judía para Polonia Occidental y miembro del Comité Central Sionista. Luego me dio las gracias cortésmente y se fue".

El 3 de diciembre, Schindler hizo otra visita a Stern, pero esta vez de noche y en su casa. Hablaron principalmente de literatura, recuerda Stern, y Schindler mostró un interés inusual en los grandes escritores judíos. Y luego, de repente, mientras tomaba un té, Schindler comentó: "Escuché que habrá una redada en todas las propiedades judías restantes mañana". Stern, que se dio cuenta de que era una advertencia, hizo correr más tarde la voz y salvó a muchos amigos del "control" más despiadado llevado a cabo hasta el momento por los alemanes. Se dio cuenta de que Schindler quería estimular su confianza aunque todavía no podía entender por qué.

Oskar Schindler, un industrial de los Sudetes, había llegado a Cracovia desde su ciudad natal de Zwittau, del otro lado de lo que había sido una frontera unos meses antes. A diferencia de la mayoría de los oportunistas que se precipitaron alegremente a la postrada Polonia para engullir la producción de la nación, recibió una fábrica no de un judío expropiado sino del Tribunal de Reclamaciones Comerciales. Una pequeña empresa dedicada a la fabricación de artículos esmaltados que había permanecido inactiva y en bancarrota durante muchos años. Comenzó a operar en el invierno de 1939-1940 con 4.000 metros cuadrados de superficie y un centenar de trabajadores, de los cuales siete eran judíos. Pero pronto trajo  a Stern como su contador.

La producción comenzó a toda prisa, porque Schindler era un trabajador astuto e incansable, y la mano de obra, ahora semi esclava, era tan abundante y tan barata que era el sueño más preciado de cualquier industrial. Durante el primer año, la fuerza laboral se expandió a 300, incluidos 150 judíos. A fines de 1942, la fábrica había crecido a 45.000 metros cuadrados y empleaba a casi 800 hombres y mujeres. Los trabajadores judíos, ahora 370, provenían todos del gueto de Cracovia. “Era una tremenda ventaja", dice Stem, "poder salir del gueto durante el día y trabajar en una fábrica alemana".

Las relaciones entre Schindler y los trabajadores judíos eran limitadas. En los primeros días tenía poco contacto con todos excepto con los pocos que, como Stern, trabajaban en las oficinas. Pero comparando su suerte con la de los judíos atrapados en el gueto donde ya habían comenzado las deportaciones, o incluso con la de aquellos que trabajaban como esclavos para otros alemanes en las fábricas vecinas, los trabajadores judíos de Schindler apreciaban su posición. Aunque no podían entender las razones, reconocieron que Herr Direktor de alguna manera los protegía. Un aire de relativa seguridad creció en la fábrica y los trabajadores pronto solicitaron permiso para traer a familiares y amigos para que pudieran compartir el refugio.

Se corrió la voz entre los judíos de Cracovia de que la fábrica de Schindler era el lugar para trabajar. Y, aunque los trabajadores no lo sabían, Schindler los ayudaba falsificando los registros de la fábrica. Los mayores figuraban como veinte años más jóvenes; los niños fueron catalogados como adultos; los abogados, médicos e ingenieros estaban registrados como metalúrgicos, mecánicos y dibujantes, todos oficios considerados esenciales para la producción de guerra. Se salvaron innumerables vidas de esta manera, ya que los trabajadores estaban protegidos de las comisiones de exterminio que escudriñaban periódicamente los registros de Schindler.

Al mismo tiempo, la mayoría de los trabajadores no sabían que Schindler pasaba las tardes junto a muchos de los oficiales locales de las SS y la Wehrmacht, cultivando amigos influyentes y fortaleciendo su posición siempre que era posible. Su fácil encanto pasaba por franqueza, y su personalidad y aparente confiabilidad política lo hicieron popular en los círculos sociales nazis en Cracovia.

Stern no se dejó impresionar por el aire de seguridad. Todos estaban haciendo equilibrio en el borde de un volcán, lo sabía. Desde detrás de su alta mesa de contador podía ver el despacho de Schindler a través de la puerta de cristal. "Casi todos los días, desde la mañana hasta la noche, funcionarios y otros visitantes venían a la fábrica y me ponían nervioso. Schindler solía servirles vodka y bromeaba con ellos. Cuando se iban, me invitaba a entrar, cerraba la puerta y luego, me decía en voz baja para qué habían venido. Él les decía que sabía cómo hacerles trabajar más a estos judíos y que quería que le trajeran más. Fue así que conseguimos meter familias y parientes todo el tiempo y salvarlos de la deportación". Schindler nunca dio explicaciones ni se reveló como un antifascista, pero gradualmente Stern comenzó a confiar en él.

SCHINDLER mantuvo vínculos personales con "sus judíos", especialmente con los que trabajaban en la oficina de la fábrica. Uno era el hermano de Itzhak Stern, el Dr. Nathan Stern, hoy un miembro respetado de la pequeña comunidad judía de Polonia. El Magister Label Salpeter y Samuel Wulkan, ambos miembros de alto rango del movimiento sionista polaco, eran los otros dos. Junto con Stern, eran parte de un grupo de enlace con el movimiento clandestino exterior. Pronto se les unió un hombre llamado Hildegeist, ex líder del Sindicato de Trabajadores Socialistas en su Austria natal, quien, después de tres años en Buchenwald, había sido contratado en la fábrica como contador. Estas actividades fueron lideradas por un trabajador de la fábrica, el ingeniero Pawlik, que posteriormente se reveló como un oficial de la clandestinidad polaca.

El propio Schindler no jugó un papel activo en todo esto, pero su protección cobijó al grupo. Es dudoso que estos pocos hombres tuviera influencia en una resistencia efectiva pero el grupo mismo cohesionó a los Schindlerjuden y los entrenó en una disciplina que más tarde resultaría útil.

Mientras amigos y padres en el gueto eran asesinados en las calles o morían de enfermedades o eran enviados a la cercana Auschwitz, la vida diaria en la fábrica continuó en tono menor hasta 1943. Entonces, el 13 de marzo, llegó la orden de cerrar el gueto de Cracovia. Todos los judíos fueron trasladados al campo de trabajos forzados de Plaszów, en las afueras de la ciudad. Se trataba de una serie de instalaciones en expansión que incluía campos subordinados, donde las experimentadas víctimas del terrible gueto de Cracovia encontraron condiciones aún más terribles. Cientos de prisioneros sufrían y morían o eran trasladados a Auschwitz. La orden de completar el exterminio de los judíos ya se había dado y había manos dispuestas llevarlo a cabo de la manera más eficiente y rápida posible.

Stern, junto con los otros trabajadores de Schindler, también habían sido trasladados a Plaszów pero, igual que otros 25.000 reclusos que habitaban el campo y trabajaban fuera, continuaron pasando sus días en la fábrica. Un día Stern se enfermó gravemente y le envió un mensaje a Schindler pidiendo ayuda con urgencia. Llegó de inmediato, con medicamentos esenciales y continuó sus visitas hasta que Stern se recuperó. Pero lo que había visto en Plaszów lo había dejado helado.

Tampoco le gustaba el giro que habían tomado las cosas en su fábrica.

Cada vez más indefenso ante los frenéticos odiadores y destructores de judíos, Schindler vio que ya no podía bromear con facilidad con los funcionarios alemanes que venían de inspección. El doble juego se estaba volviendo más difícil. Los incidentes sucedían cada vez con más frecuencia. En una ocasión, tres hombres de las SS entraron al piso de la fábrica sin previo aviso, discutiendo entre ellos. “Les digo que el judío es incluso inferior que un animal", decía uno. Luego, sacando su pistola, ordenó al trabajador judío más cercano que dejara su máquina y recogiera una basura del suelo. "Cómelo", ladró, agitando su arma. El hombre tembloroso se atragantó mientras lo hacía. "Ves lo que quiero decir", explicó el hombre de las SS a sus amigos mientras se alejaban. "Comen cualquier cosa. Incluso un animal nunca haría eso".

En otra ocasión, durante una inspección realizada por una comisión oficial de las SS, la atención de los visitantes fue captada por la visión del anciano judío Lamus, que se arrastraba por el patio de la fábrica en un estado de depresión total. El jefe de la comisión preguntó por qué el hombre estaba tan triste y le explicaron que Lamus había perdido a su esposa y a su único hijo unas semanas antes durante la evacuación del gueto. Profundamente conmovido, el comandante reaccionó ordenando a su ayudante que disparara contra el judío "para que pudiera reunirse con su familia en el cielo", luego soltó una carcajada y la comisión siguió adelante. Schindler permaneció de pie junto a Lamus y el ayudante.

—Deslízate los pantalones hasta los tobillos y empieza a caminar —le ordenó el ayudante a Lamus. Aturdido, el hombre hizo lo que le dijeron.

"Estás interfiriendo con toda mi disciplina aquí", dijo Schindler desesperadamente. El oficial de las SS se burló. Pero Schindler insistió:

"La moral de mis trabajadores se verá afectada. La producción de der Vaterland se verá afectada". El oficial sacó su arma.

"Una botella de aguardiente si no le disparas", casi gritó Schindler, que ya no pensaba racionalmente.

“¡Perfecto!” y para su asombro, el hombre obedeció, sonriendo guardó el arma y tomó del brazo al conmovido Schindler y fueron a la oficina para recoger su botella. Y Lamus, arrastrando los pantalones por el suelo, siguió arrastrando los pies por el patio, esperando con desesperación la bala en la espalda que nunca llegó.

La creciente frecuencia de tales incidentes en la fábrica y lo que había visto en el campo de Plaszów probablemente fueron los responsables de que Schindler adoptara un papel antifascista más activo. En la primavera de 1943, dejó de preocuparse por la producción de electrodomésticos esmaltados para los cuarteles de la Wehrmacht y comenzó la conspiración, el manejo de hilos, el soborno y la astucia ante la burocracia nazi que finalmente salvaría tantas vidas. Es en este punto que comienza la verdadera leyenda. Durante los dos años siguientes, la obsesión siempre presente de Oskar Schindler fue cómo salvar al mayor número de judíos de la cámara de gas de Auschwitz, a sólo sesenta kilómetros de Cracovia.

Su primer paso ambicioso fue intentar ayudar a los hambrientos y aterrorizados prisioneros de Plaszów. Otros campos de trabajo en Polonia, como Treblinka y Majdanek, ya habían sido cerrados y sus habitantes exterminados. Plaszów parecía condenado. A instancias de Stern y el grupo de  la “oficina interna", Schindler convenció una noche a uno de sus compañeros de bebida, el general Schindle, sin parentesco alguno, pero bien ubicado como jefe del equipo de armamentos en Polonia, que los talleres de campo de Plaszow serían ideales para la producción de guerra realizados en serie. Hasta enconos solo se usaban para la reparación de uniformes. El general aceptó la idea y ordenó envíos de madera y metal para el campo. Como resultado, Plaszow se transformó oficialmente en un "campo de concentración" esencial para la guerra. Y aunque las condiciones apenas mejoraron, salió de la lista de campos de trabajo que estaban siendo eliminados. Temporalmente al menos, los fuegos de Auschwitz fueron privados de más combustible.

Ese paso también ubicó a Schindler en una buena posición ante el comandante de Plazów, el Hauptsturmführer Amon Goeth, quien, con el cambio, elevó su estatus a una nueva dignidad. Cuando Schindler solicitó que los judíos que continuaban trabajando en su fábrica fueran trasladados a su propio subcampo cerca de la planta "para ahorrar tiempo en llegar al trabajo", Goeth accedió. A partir de ese momento, Schindler descubrió que podía introducir alimentos y medicinas de contrabando en los barracones con poco peligro. Los guardias, por supuesto, fueron sobornados, y Goeth nunca descubriría los verdaderos motivos de la petición de Schindler. 

Schindler comenzó a tomar mayores riesgos. Interceder por los judíos que fueron denunciados por un "delito" u otro era un hábito peligroso a los ojos de los fascistas, pero Schindler ahora comenzó a hacer esto casi con regularidad. "Dejen de matar a mis buenos trabajadores", era su técnica habitual. "Tenemos una guerra que ganar. Estas cosas siempre se pueden resolver más tarde". La artimaña tuvo éxito suficiente para salvar docenas de vidas.

Una mañana de agosto de 1943, Schindler fue el anfitrión de dos visitantes sorpresa que le había enviado la organización clandestina que la agencia de bienestar judía estadounidense, el Comité Judeo Americano de Distribución Conjunta, conocido como el Joint, que operaba entonces en la Europa ocupada. Satisfecho de que los hombres hubieran sido enviados por el Dr. Rudolph Kastner, jefe del aparato secreto del Joint cuya cabeza estaba bajo precio en Budapest, Schindler llamó a Stern. "Hable con franqueza a estos hombres, Stern", dijo. Hágales saber lo que ha estado pasando en Plaszów.

“Queremos un informe completo sobre las persecuciones antisemitas”, dijeron los visitantes a Stern. "Escríbanos un informe completo".

“Adelante”, instó Schindler. “Son suizos. Es seguro. Puedes confiar en ellos. Siéntate y escribe".

Para Stern, el riesgo era inútil y temerario, y lo puso en alerta. Dirigiéndose enojado a Schindler, le preguntó: "Schindler, dime francamente, ¿no es esto una provocación? Es muy sospechoso".

Schindler, a su vez, se enojó por la repentina desconfianza de Stern. "¡Escriba!” le ordenó. Stern tenía pocas opciones. Escribió todo lo que se le ocurrió, mencionó los nombres de los vivos y de los muertos, y redactó la larga carta que, años después, descubrió que había circulado ampliamente y ayudó a disipar las incertidumbres en los corazones de los familiares de las víctimas repartidos por todo el mundo fuera de Europa. Y cuando posteriormente desde la clandestinidad recibió cartas de respuesta desde América y Palestina, se desvaneció cualquier duda que aún pudiera tener sobre la integridad o el juicio de Oskar Schindler.

La vida en la fábrica de Schindler continuó.

Algunos de los hombres y mujeres más débiles murieron, pero la mayoría continuó obstinadamente con sus máquinas, produciendo objetos esmaltados para el ejército alemán. Schindler y su círculo "interior de la oficina" de cautelosos pasaron a aprensivos, preguntándose cuánto tiempo podrían continuar con el juego de engaño. El propio Schindler seguía encontrándose con oficiales locales pero el cambio de rumbo que siguió a Stalingrado y la invasión de Italia,  descontroló los ánimos. Una firma en un papel podría enviar a los trabajadores judíos a Auschwitz y a Schindler junto con ellos. El grupo se movió con sumo cuidado, aumentó los sobornos a los guardias del campo; la fábrica luchó por sobrevivir gracias a los alimentos y medicamentos que Schindler introducía de contrabando. El año 1943 volvió 1944. Diariamente, la vida terminaba para miles de judíos polacos. Pero los Schindlerjuden, para su propia sorpresa, seguían vivos.

En la primavera de 1944, la retirada alemana en el frente oriental ya era un hecho. Se ordenó vaciar Plaszów y todos sus subcampos. Schindler y sus trabajadores no se hacían ilusiones sobre lo que implicaba mudarse a otro campo de concentración. Había llegado el momento de que Oskar Schindler jugara su carta de triunfo, una apuesta atrevida que había ideado de antemano.

Comenzó su trabajo sobre sus compañeros de trasnochadas, sus contactos en los círculos militares e industriales de Cracovia y Varsovia. Sobornó, engatusó, suplicó, trabajó desesperadamente contra el tiempo y luchó contra lo que todos le aseguraron que era una causa perdida. Se subió a un tren y vio gente en Berlín. Y persistió hasta que alguien, en algún lugar de la jerarquía, tal vez impaciente por terminar con ese negocio aparentemente insignificante, finalmente le dio la autorización para trasladar una fuerza de 700 hombres y 300 mujeres del campo de Plaszów a una fábrica en Brněnec en su Sudetenland natal. La mayoría de los otros 25.000 hombres, mujeres y niños en Plaszów fueron enviados a Auschwitz, para encontrar allí el mismo final de varios millones de judíos. Pero gracias a los esfuerzos obstinados de un hombre mil judíos se salvaron temporalmente de esa gran calamidad. Mil seres humanos medio muertos de hambre, enfermos y casi destrozados vieron conmutada su sentencia de muerte conmutada por un indulto milagroso.

Resultó que el traslado de la fábrica polaca a las nuevas instalaciones en Checoslovaquia no transcurrió sin incidentes. Un lote de cien salió directamente en julio de 1944 y llegó sano y salvo a Brněnec. Otros, sin embargo, encontraron su tren desviado sin previo aviso hacia el campo de concentración de Gross-Rosen, donde muchos fueron golpeados y torturados y donde todos fueron obligados a pararse en filas regulares en el gran patio, sin hacer absolutamente nada más que ponerse y quitarse la ropa de manera uniforme durante todo el día. Finalmente, Schindler una vez más demostró tener éxito en mover los hilos. A principios de noviembre, todos los Schindlerjuden se unieron nuevamente en su nuevo campo.

Y hasta la liberación en la primavera de 1945 continuaron burlando a los nazis en el peligroso juego de permanecer con vida. Aparentemente, la nueva fábrica estaba produciendo piezas para bombas V2, pero, en realidad, la producción durante esos diez meses entre julio y mayo fue absolutamente nula.

Los judíos que escaparon de los transportes y luego evacuaron Auschwitz y los otros campos más orientales antes de que los rusos se aproximaran encontraron allí refugio sin hacer preguntas. Schindler incluso pidió descaradamente a la Gestapo que le enviara a todos los fugitivos judíos interceptados: "en interés", dijo, "de continuar la producción bélica". Cien personas más se salvaron de esta manera, incluidos judíos de Bélgica, Holanda y Hungría. “Sus hijos” alcanzó la cifra de 1.098: 801 hombres y 297 mujeres.

Los Schindlerjuden a estas alturas dependían completamente de él y temían su ausencia. Su compasión y sacrificio fueron mayúsculos. Gastó todo el dinero que aún le quedaba y también cambió las joyas de su esposa por comida, ropa y medicinas, y por bebida con la que sobornar a los  de las SS. Equipó un hospital secreto con equipo médico robado y conseguido por el mercado negro, luchó contra epidemias y una vez hasta hizo un viaje de 450 kilómetros cargando dos enormes frascos llenos de vodka polaco y llevándolos llenos de medicamentos que se necesitaban 

En la fábrica, se comenzaron a fabricar falsos sellos de goma, documentos militares de viaje y los documentos oficiales especiales necesarios para proteger la entrega de alimentos comprados ilícitamente. Guardaron y ocultaron uniformes y armas nazis, junto con municiones y granadas de mano, preparados para cualquier eventualidad. Los riesgos aumentaron y creció la tensión. Sin embargo, Schindler pareció haber mantenido un equilibrio prácticamente inquebrantable. "Quizás me había vuelto fatalista", dice ahora. "O tal vez solo tenía miedo del peligro que vendría una vez que los hombres comenzaran a perder la esperanza y actuaran precipitadamente. Tenía que mantenerlos llenos de optimismo".

Pero hubo dos grandes sustos que perturbaron su normal calma durante los constantes peligros de esos meses. La primera fue cuando un grupo de trabajadores, queriendo tontamente expresar gratitud, le dijeron que habían escuchado una transmisión ilegal de radio con la promesa de que se nombraría "Oskar Schindler Strasse". a una calle en la Palestina de la posguerra. Durante días esperó a que viniera la Gestapo hasta que 

El otro ocurrió durante una visita del comandante local de las SS. Como era costumbre, el oficial se sentó en la oficina de Schindler bebiendo vaso tras vaso de vodka y emborrachándose rápidamente. Viéndolo tambalear peligrosamente cerca de una escalera de hierro que conducía al sótano, Schindler, cedió repentinamente a la tentación con uno de sus raros actos no premeditados. Le dio un ligero empujón, luego un aullido y un ruido sordo desde el fondo. Pero el hombre no estaba muerto. Al regresar a la habitación, con sangre en su cuero cabelludo, gritó que Schindler le había disparado, y mientras salía corriendo lo maldijo con rabia  diciendo: "No vivirás hasta la liberación, Schindler. No creas que nos engañas. ¡Tú mismo perteneces a un campo de concentración, junto con todos tus judíos!".

Schindler entendía a "sus hijos" y empatizaba con sus miedos. Le habían dado una villa, cerca de la fábrica, bellamente amueblada desde la que se veía la longitud del valle del pequeño pueblo checo. Pero como los SS podían llegar tarde en la noche, Oskar y Emilie Schindler nunca pasaron una sola noche en la villa, sino que durmieron en una pequeña habitación en la propia fábrica.

Cuando algún judío moría, era enterrado en secreto con ritos completos a pesar de la orden nazi de cremarlos. Las fiestas religiosas se observaban clandestinamente y ese día se entregaban raciones adicionales de alimentos conseguidas en el mercado negro.

De entre las historias y anécdotas que alimentaron la leyenda que los Schindlerjuden repiten en los cuatro continentes es la que ilustra gráficamente el papel adoptado por Schindler como protector y salvador en medio de la indiferencia general y amoral. Justo en el momento en que el imperio nazi se estaba derrumbando, una llamada telefónica desde la estación de tren una noche le preguntó a Schindler si le importaba aceptar la entrega de dos vagones de tren llenos de judíos casi congelados. Los vagones habían sido cerrados por congelación a una temperatura de -15 grados y contenían casi cien hombres enfermos que habían estado encerrados desde que el tren había sido enviado desde Auschwitz diez días antes a una fábrica dispuesta a recibirlos. Pero, cuando se le informó de la condición de los prisioneros, ninguna los aceptó. "¡No estamos dirigiendo un sanatorio!" era la respuesta habitual. Schindler, asqueado por la noticia, ordenó que el tren se enviara a la fábrica de inmediato.

Era impresionante verlo. Se había formado hielo en las cerraduras y hubo que abrir los vagones con hachas y sopletes de acetileno. En el interior, los miserables despojos de esos seres humanos estaban rígidos y congelados. Hubo que sacar a cada uno como si fuera un esqueleto con carne congelada. Trece estaban indudablemente muertos, pero los demás aún respiraban.

A lo largo de esa noche y durante muchos días y noches siguientes, Oskar y Emilie Schindler y los trabajadores se encargaron sin descanso de los esqueletos congelados y hambrientos. Una gran sala de la fábrica se vació con ese fin y, aunque tres hombres más murieron, con el cuidado, el calor, la leche y la medicina, los otros se recuperaron gradualmente. Todo esto se había hecho en secreto, manteniendo a los guardias de la fábrica debidamente sobornados como de costumbre. La convalecencia de los hombres también tenía que efectuarse en secreto para que no fueran fusilados como inválidos inútiles. Más tarde se convirtieron en parte de la fuerza laboral de la fábrica y se unieron a los demás en la tarea de fingir una producción de guerra.

Así era la vida en Brněnec hasta que la llegada de los victoriosos rusos el 9 de mayo puso fin a la constante pesadilla. El día anterior, Schindler había decidido que tendrían que deshacerse del comandante local de las SS en caso de que de repente recordara su amenaza de borracho y tuviera alguna idea desesperada de último momento. La tarea no fue difícil, porque los guardias ya habían comenzado a salir del pueblo presos del pánico. Desenterrando sus armas escondidas, un grupo salió de la fábrica a altas horas de la noche, encontró al oficial de las SS bebiendo hasta el olvido en su habitación y le disparó desde afuera de su ventana. Temprano en la mañana, una vez seguros de que sus trabajadores finalmente estaban fuera de peligro y de que todo estaba en orden para enfrentar a los rusos, Schindler, Emilie y varios más desaparecieron discretamente y no se supo de ellos hasta que aparecieron, meses después, en la Zona Estadounidense de Austria. Schindler sabía que, como propietario de una fábrica alemana de mano de obra esclava, mejor no arriesgarse a que las tropas rusas le dispararan sospechando de sus referencias personales o sus puntos de vista sobre el régimen fascista.

En los cuatro años que siguieron, los Schindlerjuden recuperaron su salud y se dispersaron por muchos países. Algunos se unieron a familiares en Estados Unidos, otros encontraron su camino, legal o ilegalmente, yendo a Israel, Francia y América del Sur. La mayoría regresó a Polonia, pero muchos de ellos se marcharon de nuevo y comenzaron la vida de las personas desplazadas (DP) en los numerosos campos de la UNRRA en Alemania. La mayoría inevitablemente perdió el contacto con su buen amigo Oskar Schindler.

Para él, la vida cotidiana se volvió difícil e inestable. Como alemán de los Sudetes, no tenía futuro en Checoslovaquia y, al mismo tiempo, ya no podía soportar la Alemania que una vez había amado. Durante un tiempo intentó vivir en Ratisbona. Más tarde se mudó a Munich donde dependía en gran medida de los paquetes de Care que le enviaban desde Estados Unidos algunos de los Schindlerjuden, pero era demasiado orgulloso para suplicar más ayuda. Las organizaciones benéficas judías polacas lo rastrearon, lo descubrieron necesitado y trataron de brindársela incluso en medio de todos sus amargos problemas de posguerra. Finalmente, la cuestión de efectuar algún tipo de compensación fue delegada al Joint.

Empezó a recibir de este organismo una ración completa de comida y cigarrillos, mientras vivía como cualquier desplazado judío del país y sobrevivía mientras buscaba una mejor solución. Se volvió tan anti-alemán en sus sentimientos como cualquiera de los DP judíos que ahora se convirtieron en sus únicos amigos. Y demostró ser útil para las autoridades estadounidenses, aunque atrajo un montón de hostilidad peligrosa sobre su propia cabeza, al presentar a la potencia ocupante una documentación detallada sobre sus antiguos compañeros de bebida, sobre los viciosos dueños de las otras fábricas de esclavos que habían estado cerca, todo sobre su grupo podrido con el que había bebido y al que había adulado para salvar las vidas de personas indefensas.

Tal es la historia de Schindler que hoy cuentan más de mil personas en muchos países diferentes. La pregunta desconcertante que queda es qué hizo funcionar a Oskar Schindler. Es dudoso que alguno de los Schindlerjuden haya descubierto la verdadera respuesta. Uno de ellos supone que lo motivó en gran medida la culpa, ya que parece seguro suponer que, para ganarse una fábrica en Polonia y la confianza de los nazis, debe haber sido miembro —quizás uno importante— del Partido Alemán de los Sudetes, el movimiento fascista de antes de la guerra en Checoslovaquia. Otro está de acuerdo con esta hipótesis pero la reformula en base a un rumor. Schindler se separó por primera vez de los nazis, dice este teórico, cuando un joven e impetuoso soldado de asalto alemán entró en su casa y golpeó salvajemente a su esposa, Emilie, frente a él durante la marcha de 1938 hacia los Sudetes.

Las investigaciones en Checoslovaquia han producido más confusión que esclarecimiento. Un testigo, Ifo Zwicker, no solo estaba entre los judíos a los que Schindler salvó, sino que, por una feliz coincidencia, había vivido durante años en Zwittau, su lugar de nacimiento y  también ña ciudad natal de Schindler. Sin embargo, después de confirmar con entusiasmo la ahora familiar saga de Schindler, Zwicker solo pudo agregar incertidumbre: "Como ciudadano de Zwittau, nunca lo habría considerado capaz de todas estas hazañas maravillosas. Antes de la guerra, todos aquí lo llamaban Gauner [estafador o vivillo]". Pero, ¿era un Gauner tan vivo que se había convertido en antifascista porque suponía que los nazis estaban condenados? Difícilmente se sabrá la respuesta que explique una conversión en 1939 o 1940 que lo llevó a  un centenar de graves riesgos de muerte rápida si era descubierto.

La única conclusión posible parece ser que las hazañas excepcionales de Oskar Schindler surgieron de ese sentido elemental de decencia y humanidad en el que nuestra era sofisticada rara vez cree sinceramente. Un oportunista arrepentido vio la luz y se rebeló contra el sadismo y la criminalidad vil que lo rodeaba. La inferencia puede ser simple y desilusionante, especialmente para los psicoanalistas aficionados que preferirían encontrar un motivo más profundo y misterioso que queda, es cierto, sin investigar ni valorar. Pero una hora con Oskar Schindler estimula a a creer en la respuesta simple.

Hoy, a los cuarenta años, Schindler es un hombre de una honestidad convincente y un encanto extraordinario. Alto y erguido, de hombros anchos y un tronco poderoso, suele tener una sonrisa alegre en su rostro fuerte. Sus ojos francos, de azul grisáceo, también sonríen, excepto cuando se tensan por la angustia al hablar del pasado. Entonces toda su mandíbula sobresale de manera belicosa y aprieta sus grandes puños que golpea con furia lenta. Cuando ríe, es una risa infantil y cordial, que todos sus oyentes disfrutan al máximo. "Es su personalidad más que cualquier otra cosa lo que nos salvó", comentó una vez uno del grupo.

Hace unos meses, los esfuerzos que muchas personas finalmente dieron sus frutos. Después de años de intentarlo, el Joint recibió la autorización para su salida definitiva de Alemania. La organización le entregó una subvención en efectivo, una visa para Argentina y un boleto de barco, y lo ayudó a poner fin a la confusión y la pobreza de los años de la posguerra. Oskar y Emilie Schindler abordarán un barco en Génova y navegarán hacia su futuro desconocido. Muchos de "sus hijos" esperan en Sudamérica para saludarlos.

Varios meses después, los Schindler llegaron a Argentina, pero la vida de posguerra de Oskar fue un desastre. Se separaron en 1957 y tuvo luego repetidos fracasos comerciales. Al regresar a Alemania Occidental después de la ruptura de su matrimonio, fue dependiendo cada vez más de las limosnas de los siempre agradecidos Schindlerjuden. Cuando murió en 1974, sus hazañas durante la guerra aún no habían sido ampliamente descritas, aunque fueron reconocidas en Israel, donde Oskar Schindler fue declarado Gentil Justo Entre Las Naciones y donde sus restos, transportados desde Frankfurt, fueron enterrados en un cementerio en el Monte Sión en Jerusalén. Por lo que Thomas Keneally pudo descubrir, él era el único miembro del Partido Nazi tan honrado.

fuente http://writing.upenn.edu/~afilreis/holocaust_new/steinhouse.php

Traducción Diana Wang.

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Quien lo ha dado a publicidad ahora es Stanley Diamond en:

La nota original poco conocida que cuenta la historia de Oskar Schindler. Dice:

Me gustaría referirme a otro aspecto de la historia de Oskar Schindler desconocido por la mayoría del público. Solo un periodista conocía bien a Oskar y escribió su historia mucho antes que Thomas Keneally escribió "El arca de Schindler". Ese periodista es el difunto habitante de Montreal, Herbert Steinhouse, en aquel  momento, el corresponsal de noticias de Europa occidental para la Compañía Canadian Broadcasting.

El artículo que escribió en 1949 permaneció intacto en sus voluminosos archivos durante 45 años después de que fuera rechazado por Atlantic Monthly y varias otras revistas importantes... pocas personas querían escuchar entonces historias sobre “buenos alemanes”. Finalmente accedió a la publicación del artículo original después de ver la película de Spielberg  con el placer de ver que este director había capturado las esencias del hombre y no le había dado a la historia un tratamiento hollywoodense lavado.

Fue publicado en la revista canadiense "Saturday Night": http://writing.upenn.edu/~afilreis/holocaust_new/steinhouse.php

Tras la publicación en "Saturday Night", Steinhouse fue entrevistado en Noticias de la noche en Canadá: https://youtu.be/XGSzuNNImGY.

Los archivos de Steinhouse están ahora en los Archivos Nacionales Canadienses y comienza con su biografía https://data2.archives.ca/pdf/pdf001/p000000741.pdf) que en parte dice: "La aparición de la película de Steven Spielberg "La lista de Schindler" en 1993 convenció que le presentara su antiguo manuscrito “El alemán que salvó mil vidas”, escrito medio siglo antes, a la revista “Saturday Night”. Su publicación como “The Real Oskar Schindler” trajo a Steinhouse un reconocimiento tardío como el periodista que había descubierto por primera vez la historia de Schindler y cuya ardua investigación respaldó las afirmaciones de la película y la novela "ficticias". El artículo fue traducido y reimpreso en todo el mundo.”

En aras de la divulgación completa, el difunto Herbert y yo somos primos hermanos.

Stanley Diamond, HSH (Montreal), Z’L .

Nota personal: falleció en 2017, era genealogista y tuvimos varios intercambios. Diana Wang

Los judíos y la pizza

“¿En qué se diferencian los judíos de la pizza?” preguntó la profesora Irene García Méndez en una clase virtual que dictó desde el Centro de Estudios Superiores San Ángel de la ciudad de México. Ante el estupor y el silencio de los alumnos, ella misma respondió diciendo “que las pizzas no gritan cuando se las mete al horno”. 

En abierta señal de oposición una alumna dejó la clase y el video, con el supuesto chiste, se viralizó inmediatamente. La profesora lo justificó diciendo que su intención había sido aligerar la clase. Pero la Universidad reaccionó rápidamente y comunicó su oposición ante semejante contenido e informó que la profesora había dejado de ser parte del plantel docente.

¿Qué nos dice de la profesora el dudoso chiste? Que es tonta, insensible, ignorantte y/o antisemita. Tonta porque no hay nada de gracioso en la idea de resistirse a ser metido en el horno. Insensible porque parece no advertir que está hablando de personas. Ignorante porque los judíos no llegaban vivos a los hornos, no gritaban allí sino en las cámaras de gas. Y antisemita porque banaliza y se burla de ese asesinato industrial perpetrado por el nazismo. ¿Cuál es la gracia finalmente? Solo entre tontos, insensibles, ignorantes y antisemitas podría tal vez tener algún viso de gracioso. Los mismos que le contaron el supuesto chiste y que ella difundió suelta de cuerpo.

Llama la atención que lo haya dicho en una clase que se estaba grabando, o sea que se sentía impune o bien no se daba cuenta de lo que estaba diciendo. Impune porque creía que lo que decía no iba a ser objetado creyendo que tal vez era lo que pensaban todos. Y si no se daba cuenta del alcance de lo que decía, ahí va lo de tonta.

Pero junto con este desaguisado tenemos la respuesta de la universidad que no esperó demasiado para hacerse oír. Me parece que es un ejemplo que más de una institución debería atender y seguir. Cuando un miembro comete una falta que no coincide con la posición institucional y la agravia, aceptarlo es ser cómplice. Mantenerlo en su puesto es ser cómplice. Hacerse el distraído con excusas poco creíbles es ser cómplice. 

El canciller sabía que Mohsen Rezai iba a estar en la re asunción de Ortega en Managua. El embajador también lo sabía. Dada la gravedad del hecho lo debería haber sabido el presidente. Según el protocolo de eventos internacionales todos saben quién estará, dónde se sentará, qué hará y con quién se sacará la foto. Nada sucede sorpresivamente y sin el acuerdo con los gobiernos.  

Si al embajador lo retaron, si lo mandaron al rincón y le pusieron orejas de burro, si lo echaron de la clase y le hicieron repetir el grado, no lo sabemos porque sigue ahí, representado a nuestro país. Su conducta no parece haber merecido la expulsión del servicio diplomático aún cuando departió amigablemente con un terrorista buscado internacionalmente como parte de los que planearon el ataque a la AMIA, el mayor atentado que sufrió nuestro país. El gobierno argentino no hizo lo que la universidad mexicana con su profesora chistosa. Hubo solo palabras. Pero, sin la conducta consecuente son palabras sin respaldo, como nuestro pobre peso. Emitir declaraciones altisonantes es barato pero son sonidos vacíos, devaluados y fraudulentos. Son, como el mal chiste de la profesora pescada in fraganti, una burla con muy mal olor.  Y la ligera disculpa vacua y tardía implica la idea del gobierno de que nos encanta tragar sapos, que somos tontos y nos encanta creer en espejitos de colores.   

Envié el texto a Clarin pero no fue aceptado. Escribí una nueva versión quitando la mención explícita de nuestros funcionarios, pero al final, decidí no mandarlo. Hela aquí:

Los judios y la pizza.

“¿En qué se diferencian los judíos de la pizza?” preguntó la profesora Irene García Méndez en una clase virtual que dictó desde el Centro de Estudios Superiores San Ángel de la ciudad de México. Ante el estupor y el silencio de los alumnos, su respuesta sumó indignación: “la diferencia con los judíos es que las pizzas no gritan cuando se las mete al horno”. 

En abierta señal de oposición con el supuesto chiste una alumna dejó la clase y el video se viralizó inmediatamente. La profesora lo justificó con el argumento de que lo había hecho con la intención de “aligerar la clase”.  Afortunadamente la Universidad tuvo una rápida y drástica reacción, emitió un comunicado en el que expresó su firme oposición ante semejante contenido e  informó que la profesora había dejado, inmediatamente, de ser parte del plantel docente.

La profesora de marras con su desdichado “chiste ligero” que nos deja boquiabiertos nos invita a preguntarnos qué tipo de persona es. Probablemente se trata de una persona tonta, insensible, ignorantte y/o antisemita. Una, varias o las cuatro cosas. Tonta porque no hay nada de gracioso en la imagen de una persona resistiéndose a ser metida en el horno. Insensible porque parece no advertir que, precisamente, se trata de personas siendo asesinadas de manera cruel. Ignorante porque evidencia no saber que los judíos no gritaban ante los hornos crematorios porque llegaban ya muertos, gritaban en las cámaras de gas. Y antisemita porque banaliza y toma de modo burlón el asesinato industrial perpetrado por el nazismo. ¿Cuál es la gracia finalmente? ¿Quién puede reírse de esto? Solo los  tontos, insensibles, ignorantes y antisemitas podrían ver allí algo gracioso. Los mismos que le contaron el supuesto chiste y que ella difundió suelta de cuerpo.

Obviamente creía que lo que decía no merecía reparo alguno puesto que lo hizo en una clase que estaba siendo grabada. ¿Se sentía impune porque creía que lo que decía no iba a ser objetado creyendo que tal vez era lo que pensaban muchos? ¿Es tan potente el antisemitismo, está tan naturalizado, que no se dio cuenta del alcance de lo que estaba diciendo creyendo que era chistoso y ligero hablar de judíos a punto de ser asesinados? 

Pero el hecho tiene otro aspecto digno de mención y que dibuja lo sucedido de otra manera. Junto con el pesado “chiste” de la docente tonta-ignorante-insensible-antisemita, la reacción de la universidad que no esperó demasiado para hacerse oír resulta un modelo de respuesta, un ejemplo que más de una institución debería atender y seguir. Cuando un miembro comete una falta que no coincide con la posición de la organización a la que pertenece y la agravia, dejarlo pasar, no reaccionar con presteza, aceptar que siga siendo parte es convalidar, es ser cómplice. 

Toda persona tiene el derecho de decir o hacer, hasta ciertos límites,  lo que le place. La organización a la que pertenece tiene el derecho de decidir qué hacer con eso, cuál es su reacción y su posición respecto de lo sucedido.

Callar es consentir. Responder tibiamente es consentir. Esgrimir pretextos es consentir. Mantener a la persona en su cargo es consentir. 

La universidad de San Ángel, en una reacción digna de ser imitada por otros organismos, echó a la docente estableciendo así, de modo claro y contundente, que no consentía con lo sucedido, que no era cómplice.

SED de 2022

Gerry Garbulsky, el alma mater de TEDxRíodelaPlata y varias otras genialidades más, envía un mensaje de fin de año en el que invita a responder tres preguntas  jugando con la sigla SED de Seguir-Empezar-Dejar, SED. ¿Qué queremos seguir haciendo? ¿Qué queremos empezar a hacer? y ¿Qué queremos dejar de hacer? 

Educados en tantos mandatos e imperativos, no solemos detenernos a pensar en nosotros mismos. Cuando me consultan por disyuntivas, decisiones o elecciones, a mi pregunta “¿Y usted qué querría hacer?” le sigue un silencio incómodo. Suele responderse fácilmente a “¿Qué es mejor o más conveniente? ¿Qué puede darme algún beneficio? ¿Qué haría que tal persona me ame u otra me admire? ¿Qué se espera de mí?” Todas relativas a un otro, al afuera de uno. Pero insisto con: “¿Y usted qué quiere, aunque crea que no es posible, que recibirá juicio y crítica, usted, qué quiere?” y veo el enredo mental, los tropezones dentro de esa madeja apretada con tanto mandato y expectativa, tanta mirada crítica y necesidad de aceptación. 

La respuesta a qué quiero seguir-empezar-dejar exige una decidida mirada hacia adentro. Valiente, honesta y amorosa. Ahí están los deseos y sueños que quedaron relegados o perdidos pero que siguen ahí esperando ser reencontrados. ¿Egoísmo? ¿narcisismo? ¿Centrarse en el propio ombligo? ¡Definitivamente sí! Es ahí, en el centro de esa marca de origen que es nuestro ombligo, quedan guardadas las pelusas de lo postergado, de lo anhelado y que nunca tuvimos la oportunidad de hacer. Era lo que queríamos ser cuándo fuéramos grandes y nos veíamos haciéndolo en aquellas siestas de verano acunados por grillos y acariciados por un suave ventilador. 

Tengo la teoría personal de que ese tesoro que guardamos muchas veces sin saberlo se gestó entre los 10 y los 11 años, antes del despertar adolescente con su inundación hormonal que cubre y ensombrece todo lo demás. A esa edad ya somos lo suficientemente grandes como para saber cómo queremos ser, qué queremos hacer, a quién nos queremos parecer y a quién no. Tenemos modelos de referencia, gustos ya establecidos, capacidades y habilidades que hemos empezado a disfrutar y ejercitar, es decir, tenemos los elementos que nos permiten esbozar el diseño de nuestro futuro. La irrupción de la genitalidad lo va desdibujando, se vuelve borroso y poco a poco emprendemos los caminos que la vida nos va ofreciendo muchas veces bien lejos de lo que soñábamos. Es que a veces no se puede. Pero ¿qué tal si la pregunta de Gerry nos redirige a aquel momento, a aquellos sueños, al encuentro de eso que queríamos ser o hacer cuando fuéramos grandes?

Este tiempo de pandemia nos enseñó, entre otras cosas, que podemos mucho más de lo que creemos que podemos. Que cuando el contexto o la vida nos enfrenta con la verdadera necesidad de adaptarnos, con más o menos facilidad, lo hacemos. 

Pronto empezaremos el 2022. Un hito arbitrario y convencional, una marca en el almanaque, que puede ser una oportunidad de elegir caminos fértiles y reencontrarse con algún sueño. ¿Qué llevamos oculto tras las pelusas que había en el fondo de nuestro ombligo? ¿Seremos capaces de tener esa conversación con nosotros mismos tantas veces postergada?

¿Y si le hiciéramos las mismas preguntas a aquella persona que éramos a los 10 u 11 años, cuando el futuro parecía tan lejano y todo parecía posible?: ¿Qué quiero seguir haciendo? ¿Qué quiero dejar de hacer? y ¿Qué sueño o deseo quiero empezar a hacer porque ya es hora?


Publicado en Clarin

Publicado en El diario de Leuco


La última vez.

Después de encajar bien la llave en la cerradura del placard que siempre se nos resiste y de bajar la caja que estaba arriba de todo, tuve el primer placer del reencuentro. Dentro de la bolsa que apareció ni bien levanté la tapa ahí estaba: negro, sostenido por su estructura también negra, me esperaba detenido en las 9,35, la hora en que le había quitado la pila la última vez. Fue en febrero de 2020 cuando dejamos el departamento como lo hacíamos todos los años, con todo lo personal bien guardado en un espacio superior del placard bajo llave para que el departamento quedara neutro de cosas nuestras y pudiera albergar inquilinos. Cada año, al volver, la ceremonia se repetía. 

Las ceremonias repetidas son rituales que marcan mojones. 

Abrir la bolsa, mirar en qué hora había quedado la última vez, tomar la pila que estaba en el fondo, mirar bien de qué lado el conector, de qué lado el resorte, colocarla, ver si anda y poner el reloj en hora. Era la hora en que habíamos llegado. El ritual se repetiría, al revés, al momento de irnos. El acto de quitar la pila era el momento del adiós. De manera especular, el acto de poner la pila y hacerlo andar nuevamente era el momento de un nuevo comienzo. Sólo que esta vez, sabía que era la última vez en que pondría en acción el ritual de tantos años. 

Habíamos venido al departamento para desarmarlo y entregarlo a sus compradores. Esos movimientos que formaban parte de la llegada a Punta del Este de tantos años, fueron el comienzo de la ceremonia de despedida. Nunca más volvería a ver a qué hora le había quitado la pila. Nunca más buscaría ansiosa la bolsa para hacerlo revivir. 

Uno sabe generalmente que algo ha sido la última vez solo después de haber hecho las cosas habituales. No es común hacer algo sabiendo que es la última vez que se lo hace. 

Pienso en los habitantes de esos sitios que iban a ser anegados por la construcción de una represa. Pienso en el día que tuvieron que dejar sus casas, sus senderos conocidos, sus paisajes de siempre, sus sonidos, sus puntos de identidad y referencia. Pienso en el día en que tuvieron que irse, ya vaciadas las casas, ya todas sus pertenencias a resguardo en otro lugar, pero “ese” lugar ya no estaría más. Esa última mirada. Ese último paneo minucioso y lento por cada centímetro con la ilusoria esperanza de guardarlo en la memoria sabiendo que no se podrá porque a cada hora se veía diferente, en cada estación del año y en cada estado de ánimo de quien miraba. Las cosas parece que están ahí y son siempre iguales. No lo es para nuestra experiencia humana. Eso que está ahí, fijo y estable, es cambiante, móvil ¿cómo guardar todas esas facetas en la memoria con una última mirada? No es posible. Y saberlo hace un desgarro en el alma, igual al desgarro de la ropa que se lleva puesta en un entierro según el ritual judío. La muerte, la pérdida, el adiós definitivo, es una partición de aguas, un desgarro irregular y desprolijo que cicatrizará según pueda, cuando pueda y cómo pueda. 

Pienso también, -¿cuándo no?- en los deportados durante la Shoá al momento en que eran arrancados de  sus casas, en que eran separados de su gente a la hora de la fatídica selección. No sabían en ese momento que lo que veían lo estaban viendo por última vez pero, luego, evocado, todos los sobrevivientes relatan esa última vez como la encrucijada que cambió sus vidas.

Estoy cerca de los 80 y los últimos 50 años Punta del Este y el departamento que estoy por dejar, fue una segunda casa. Comprado por mis padres en sus últimos años, aunque pequeño, siempre alguno de la familia venía un tiempo a veranear. Mis hijos, especialmente el mayor que acompañaba a mis padres varios meses, lo tuvieron también como su otra casa. 

El edificio es el Mare Nostrum, una vieja construcción de la década del sesenta, frente a la parada 1 de la Playa Brava. Nuestros chicos lo llamaban “mare mostruo” (no “monstruo” sino “mostruo”)  que les sonaba más familiar que su nombre original, el modo en que los romanos llamaban al Mar Mediterráneo. Un edificio muy bien ubicado pero sin las pretensiones,  amenities ni lujos de los edificios construidos más tarde. Sencillo y con muchos residentes uruguayos, nos recibió siempre de manera amorosa y cálida. Estamos en un octavo piso y desde el balcón tenemos enfrente la ancha playa y a la derecha se ven Los Dedos que identifican a Punta (Escultura de Mario Irarrázabal, chileno, que se llamó originalmente El hombre emergiendo a la vida o Monumento al ahogado pero se la conoce como Monumento a los Dedos o La Mano y es el símbolo de Punta del Este) y asomados podemos ver los coches circulando por la Gorlero a toda hora.

Una vez que lo heredé, le compré su parte a mi hermano y fue todo mío. Lo reformé, lo modernicé, lo puse más lindo y llegar fue siempre una fiesta. 
El pequeño living-comedor se continúa con la cocina en un espacio integrado que hizo que lavar los platos fuera una ceremonia placentera y deseada. Es que la bacha fue colocada de modo tal que si levantaba la mirada había enfrente, y como fondo escenográfico, el ventanal, el cielo y el mar. 

Lavar los platos era un momento de meditación, de relajamiento y concentración en la belleza del paisaje siempre cambiante. El mar, ora azul o verde profundo, ora gris o marrón, en algunos días tranquilo, aplanado y liso o más chispeante, inquieto, bordado con la puntilla blanca en las crestas de las olas, en otros, en los días tormentosos, enfurecido y brutal. A lo lejos la Isla de Lobos que en días límpidos se ve claramente recortada y cuando baja la neblina se ve  una imagen fantasmal que aunque no se dibujan bien los contornos se adivina el faro porque uno sabe que está. Y de noche el placer de la luz intermitente que con la proverbial regularidad farística envía un haz cada tantos segundos de manera precisa y esperable, como un pulso vital que va regulando el de quien mira. Paisaje inolvidable. El último día que lave los platos espero hacerlo sin llorar para que las lágrimas no me impidan ver todo esto por última vez, y sé de antemano que esa última imagen será la de ese momento, que nunca más lo veré desde todas las demás perspectivas. 

El primer “última vez” empezó en la ruta interbalnearia un poco antes de Las Delicias y apareció la bahía de Punta del Este con ese despliegue radiante y bello de costa, mar y cielo con el que recibe a los que llegan por ahí. No sé si volveré alguna vez, tal vez sí, pero nunca será encarar ese tramo del camino, el que precede a la llegada a nuestro departamento y empezar a sentirme en casa otra vez. Las últimas primeras veces se sucedieron sin cesar. 

Luego fue ingresar en el garage, descargar los bolsos, ya dentro del ascensor tomar las llaves de la puerta y abrir conteniendo el aire, como temiendo que algo se hubiera corrido de lugar e ir descubriendo que por suerte no, que la heladera estaba ahí, que la tecla de luz que se pulsaba encendía la luz esperable, que todo lo que esperaba encontrar, todo lo que hacía que el lugar fuera mi casa, estaba ahí. Un alivio, un reencuentro feliz. No así con lo que encontraba descompuesto o funcionando mal. Siempre había algo que no estaba bien luego de un año de estar deshabitado. Una persiana trabada, un inodoro que perdía, alguna lamparita quemada… Y la memoria tramposa que nos hacía olvidar dónde habíamos puesto alguna cosa que cuando aparecía nos hacía respirar aliviados. Igual todos los años. Pero esta vez fue la última vez de todos esos rituales.

Terminar un ritual es raro cuando se sabe que se lo está terminando. El último día de clases que no recuerdo con esta nostalgia que siento ahora por esto que estoy por dejar. La nostalgia vino después, no estaba el último día ni los previos. Tampoco sucede ante la muerte de un ser querido porque no es habitual saber que esa interacción será la última, recién después de que muera sabemos que aquella vez fue la última y solemos recordar muy bien lo que hablamos, cómo nos veíamos, qué sentíamos y guardamos ese momento como algo precioso, el último momento que compartimos con esa persona. Terminar un ritual sabiendo que se lo está terminando es raro.

Cada año que vuelvo a Punta del Este hago una auditoría sobre los cambios visibles. Edificios, negocios, restaurantes, paseos, los que siguen estando, los que desaparecieron, los que cambiaron y cada año pienso lo mismo, “si mamá lo viera”. Mamá falleció hace 26 años y sigo hablando con ella. Le pregunto, me contesta. Le cuento, me comenta. La transformé en una voz interior que me interpela, me contradice, me critica, me divierte, me da consejos y me mantiene despierta. “Si vieras mamá, Gorlero ya no es lo que era” o “ya no pasan los fotógrafos por la playa capturando imágenes de chicos para que los padres se tienten y compren las fotos… de ésos que dejaban la tarjeta y uno iba a la tarde al negocio y al ver la foto, que siempre era bellísima, no podía no comprarla…ya no pasan más mamá, ahora todos tenemos una cámara en el celular…” 

La  última vez que bajamos a la playa por primera vez en la temporada. Protector solar, bolsito, anteojos de sol, sombrilla (paseo bajo el sol protegida por una sombrilla china de color naranja), la correa del perro que me ato al bretel de la malla para liberar mis manos y allá vamos. El cruce de la calle expectante abiertos a cómo está todo…. descubrir que el caminito de madera que pone nuestro edificio tiene otro dibujo, serpentea siguiendo el cambio en las dunas ocurrido en los dos años pasados y una vez en la arena, los pasos hacia la orilla, cada dedo de los pies sediento del contacto con el agua y el habitual “¡qué fría está!”. Casi igual que siempre. La primera caminata por la orilla, siguiendo el borde del agua que llega y se va. Nos quedamos un ratito refrescando los pies y una vez que nos hemos adaptado a la temperatura empieza nuestro paseo habitual hacia el norte…. Mi marido a mi derecha, el perro a mi izquierda, mi sombrilla naranja cubriéndome del sol pero a no más de cinco minutos, esta primera vez de la última vez, que queremos hacer la misma caminata de siempre a poco de empezar, ya estamos cansados, sentimos que nos cuesta respirar, que las piernas nos piden paz...pero no entendemos bien por qué. ¿Será que de pronto el camino se volvió más largo? ¿más empinado? ¿que hace calor? ¿será que cambió la consistencia de la arena y caminar se ha vuelto más trabajoso? ¿será que cambió la fuerza de gravedad en la playa brava y todo pesa mucho más? ¿o será que estamos más viejos y nuestro brío ya no es lo que solía ser? Nos miramos. Nos sonreímos. Y, mucho más cerca de lo que hacíamos siempre, decidimos volver. 

Cada vez que miro el balcón recuerdo a papá sentado ahí. Horas. No quería, no podía, bajar a la playa. Compraron este departamento precisamente para que mamá pudiera encontrarse con sus amigas mientras él se quedaba y ambos podían tener algún contacto visual. ¿Qué hacía papá esas 3 ó 4 horas?  Mamá se tostaba al sol junto con Petisa, Jánele, Ianka, Sarenka, Bela, Ania, Luszka, Poli, Lony, Stefa, Marisia, Hanka, Herta, Ester, Fela, Tunia (¿de quién me estoy olvidando?) con sus sandalias de taco chino y bolsos dorados y plateados y su parloteo en polaco, idish, alemán, húngaro… qué fiesta era escucharlas, ese ramillete parlanchín de mujeres perfumadas, con sombreros y anteojos a la moda, con mallas compradas en Miami que fumaban, reían y hablaban como si se terminara el mundo. Todas sobrevivientes. Todas hijas del milagro de estar vivas. ¿No se aburría papá, solo, en aquellos tiempos sin celular? La vista no le permitía ya leer y se estaba ahí sentado todas esas horas teniendo al grupo de mujeres como foco de referencia. Cada vez que miro el balcón recuerdo a papá sentado ahí. No solo me pasa esta última vez. Me pasaba siempre. Es curioso como la presencia de los ausentes sigue siendo tan fuerte con el paso del tiempo. Papá murió hace 33 años y sigo mirando el balcón y sigo viéndolo sentado allí esperando que mamá vuelva.

Vine a Punta del Este por primera vez poco después de mi separación. Tenía 24 años y un hijo de 2. En aquel primer verano estuvimos en el edificio “El Grillo” en la parada 14 de La Mansa. Inolvidables los gloriosos atardeceres que veía desde la ventana bajo la cual estaba preparando a mi hijo para dormir, cambiándole los pañales y poniéndole su piyama. Una vez terminado el trámite con canciones y mimos, lo sentaba frente a la ventana y nos quedábamos en silencio viendo caer el sol, lento, relajado y pacífico y mi hijo decía “tau sol” agitando su manita, “tá manana” y cuando la última puntita desaparecía tras el horizonte, nos abrazábamos y se iba feliz a dormir como lo había hecho el sol mientras el cielo se teñía de rosados, azules y púrpuras cambiantes y azucarados.

Ese mismo año, en un boliche al que fui con mi hermano y su novia de entonces, conocí a quien fue un gran amor que duró solo dos años al cabo de los cuales nuestros caminos divergieron. Pero siempre Punta del Este está ligada a aquella historia y luego de casarme por segunda vez otras historias se sumaron con los veraneos con los chicos, con la nueva familia. 

Tanto vivido acá. Tanto tiempo. 

Nuestros hijos, Hernán y Judith, Laura, Lucía y Joaquín, tienen sus memorias personales ligadas a estas paredes de las que me estoy por despedir.

Supongo que  especialmente Hernán que ha pasado veranos enteros con la Baba siguiendo sus rutinas. Pero los otros también, cada uno a su modo. Lucía hizo un video la última vez que estuvo y me dijo que no sabía que estaba siendo la última vez. Lo hizo como homenaje a la Baba. Está acá

Dice Lucía: Sin saber que era mi última visita a ese departamento, tuve la necesidad de convertir esos objetos en imágenes porque era una forma de que trascendieran en el tiempo. Porque si se rompían o perdían, quedarían esas fotos para preservarlos en la memoria. Y porque cada uno de ellos había sido indiscutiblemente de la Baba: el timbre, la lámpara, la tapa de la cadena del baño, los picaportes, las sábanas, toallas, los pisos, el servilletero, los escarbadientes. Todos, todos y cada uno. Cuando de forma desatendida mi mirada se tropezaba con algún detalle de ese departamento, me sorprendía una sonrisa ligada a una escena y a la certeza de que todos ellos juntos hacían sentido como parte de un sistema que me era familiar, familiar de la niñez, por ende cargado de cosas buenas y  de las otras. En ese living solía haber olor a comida elaborada de la Baba, como la de ningún otro  miembro de la familia. Volver de la playa con hambre y que nos esperara el almuerzo de la abuela, era uno más de los detalles de ese espacio que hablaba de un orden de hogar que no solíamos vivenciar en las un tanto caóticas casas de nuestros jóvenes padres separados. No era frecuente la comida elaborada, ni las toallas con olor a perfume, ni la sensación de que había una rutina. 

Sin embargo, también cierta contradicción se hacía presente en esas estadías: veranear en Punta del Este y estar en uno de los lugares más ostentosos con la sensación de que no pertenecíamos allí. Esa mezcla de abundancia y austeridad que la guerra había dejado en esos abuelos, que era parte de nuestra realidad cotidiana. Pero sobre todo,  en sus distintas etapas, Mare Nostrum fue un refugio que siempre abrió sus puertas para dejarnos entrar, para darnos un lugar cómodo, donde descansar, sacarnos la arena, parar el viento y mirar las olas. Un espacio acolchonado y dulce, donde la Baba fue más la Baba y especialmente fue más abuela.

Hay en el departamento tantas otras huellas que quedarán acá cuando lo dejemos definitivamente. El trabajo de mi marido cambiando todos los enchufes, encolando las sillas que bailaban por sí solas, resolviendo cada una de esas cosas de todos los días recurriendo a sus cajas de herramientas con alambres y alambrecitos, cintas y cintititas, tornillos y tornillitos, tuercas y tuerquitas, todo tipo de adminículos que confieso que no sé para qué sirven pero que cuando hicieron falta ahí estaban y si algo no corría lo suficientemente fluido venía munido de su W40 y rociaba lo que fuera que, mágicamente, recuperaba su fluidez. Por donde miro está la mano de mi marido dejando su marca de arreglador e ingenioso solucionador.

En esta última vez que estoy transitando toca revisar papeles, Reencuentro un dato curioso que había olvidado. Los dueños originales del departamento eran tíos de mi marido. Sincronías, convergencias, curiosidades. Varios años antes de unirme a él mis padres compraron este departamento que pertenecía a sus tíos y a una prima. Ver sus nombres en la escritura junto con el de mamá es raro. Cruces, reflejos, historias inconexas encontrando puntos invisibles que se enlazan, sorprenden y uno se rinde ante esos misterios y se pregunta cuántas otras conexiones hay entre la gente que, por no indagar, se desconocen, cuántas redes intangibles nos ligan sin que nos demos cuenta.

Y mamá presente de un modo sorprendente. Ya lo dije. La recuerdo quejándose de haberse equivocado en la compra de este departamento, que por una diferencia mínima podría haber comprado otro con lavadero, un poco más grande. La recuerdo preparando la mesa para el juego de la tarde con sus amigas del Rummy, arreglándose para recibirlas como a ella le gustaba, no vaya a ser que fuera menos que nadie. Mamá, que guardaba el apodo con el que la llamaba su padre, “mein kleines Sissy”, mi pequeña Sissy (la reina del Imperio Austro Húngaro esposa de Francisco José), y soñaba con destinos aristocráticos y terminó “casada con un carpintero” como decía. Pero cuando pusieron un negocio de ropa y sacó a papá de la madera y el aserrín “que ensucia todo”, lo llamaron “Grace” porque la historia de Grace Kelly era para ella la representación suprema de lo posible, dado que “una plebeya se había casado con un rey” (sic).

Venir acá fue siempre un reencuentro con papá y mamá. Todo eso también terminará. Sus presencias seguirán pero en otros contextos y escenarios, no en éste que compartí tantas veces con ellos en mi vida adulta.

Volveremos a veranear en la costa argentina o en Mendoza o en donde podamos pero será alquilando, un lugar sin pasado, con paredes mudas y recuerdos vacíos. No tendremos que tomarnos los primeros días para arreglar lo que se desarregló durante el invierno. Pero tampoco tendremos el conmovedor placer del reencuentro y la sensación de estar “en casa”. 

Será dura, durísima la última siesta. En la reforma hicimos que el dormitorio del frente tuviera una plataforma que elevara la cama de modo que, una vez acostados, la ventana estuviera a la altura de nuestros ojos. Creo que es el punto máximo del departamento y el que todos los que durmieron en él recuerdan con más placer. Terminar de almorzar, sentir la modorra que solo se alivia en posición horizontal y hacerlo con semejante vista es un momento gema. El mar, el cielo, la playa, la península con el pequeño santuario de la Virgen de la Candelaria, los edificios que miran al norte (el Santos Dumont, el Mir, la Torre del Sol, el casino …) todo eso frente a mi… leo y cada tanto subo la mirada y la dejo que vagabundee, entrecierro los ojos y el ruido del mar es un arrullo adormecedor. Qué dura será la última vez. 

¿Cómo es elegir lo que uno se lleva y lo que deja? Hay tanto acumulado en casi 50 años. Cosas de mis padres. Cosas nuestras. Cada una con su historia y evocación. ¿Cuál es el criterio? ¿La utilidad? ¿La emoción? Ante cada elemento las mismas preguntas. Algunas se responden fácil. Otras no. Mi hermano me dice que Joaquín compró una casa en el Tigre y necesita de todo, pero ¿cuánto se puede llevar mi hermano? Platos de varios modelos, playos, hondos, de postre…, fuentes, jarras, vasos grandes, vasos chicos, copas de vino, de licor de champagne, bandejas, sartenes, ollas de varios tamaños y usos, tapas de ollas, recipientes de plástico, budineras, torteras, flaneras, manteles individuales y de los otros, termos, cafeteras, teteras, servicios de té y café….. y sigue la lista. Y voy mirando uno por uno y con cada uno establezco un diálogo silencioso, me demoro, cierro los ojos y acaricio lo que sea que esté evocando en el elemento que tengo en  mis manos (que calla, claro, calla porque no es la cosa en sí, es aquel momento, aquella tarde con papá, ese desayuno con mamá, ¿qué va a saber la cosa todo lo que trae consigo?).

Con mi proverbial enfermedad mental que me hace pensar en los sobrevivientes de la Shoá y en sus experiencias tan inasibles, me pregunto, junto con las otras preguntas, ¿cómo habrá sido el tener que decidir de un momento para otro qué llevar cuando debieron dejar sus casas para ser deportados? ¿Qué cabe en un bolso de mano? ¿Cuáles son las cosas preciosas de las que uno no se quiere desprender? ¿Se elige por utilidad o por afecto? Entre un álbum de fotos y algún alimento ¿qué llevaría? ¿o entre esa muñeca que hizo una abuela y un libro? Lo mío no es tan dramático, para nada, pero de alguna manera me es un alivio pensarlo porque desdramatizo la situación, la aligero…

No todo sucedió de manera fácil y fluida. El proceso tuvo características similares, desde que nos decidimos a poner en venta el departamento hasta el día en que lo dejaremos. Todo ha venido con dificultades e inconvenientes que parecían determinar que no iba a ser posible y a último momento se resolvía. La palabra “último'' otra vez. Nos tenía con el aliento contenido, ansiosos porque no podíamos ir planificando nada porque cada cosa se concatenaba con una anterior que hasta que no se resolviera imposibilitaba continuar. Fue todo así. Como si el azar tuviera alguna conciencia y hubiera comprendido que no nos estaba resultando fácil, que no me estaba resultando fácil. Que era que no que no que no y al fin era que sí. Y que cada que no era un listo, basta, no se hace. Y cada que sí abría un nuevo tramo y otros que no que no que no repetían la secuencia. Tal vez era nuestra ansiedad pero cada paso venía tropezado pero al final nunca nos caímos. La lógica indica venderlo, no podemos pagar los gastos anuales, lo usamos tan solo un mes en el año, si se alquila al menos un mes tampoco se cubre lo que hace falta y los últimos años se alquilaba solo una quincena, que estamos grandes, que era llegar e invertir para arreglar la persiana que se trabó, la canilla que gotea, alguna herrumbre nueva o mancha de humedad. Y uno ya está para venir y relajarse, no  para ir a ferreterías y llamar plomeros y gasistas y cortineros y no sé qué más. Ya no. Aunque tenga ese matiz de tristeza, aunque quiera que sea eterno como quiero que sean tantas cosas, sé que no es así. Esta etapa se está cerrando.

Un recuento de las cosas que pasaron.  El depto está en venta hace varios años y ésta es la primera oferta que recibimos. La compradora quería firmar un boleto con una seña pero no lo podíamos aceptar porque no sabíamos cuándo podríamos ir debido a la pandemia y el cierre de fronteras. Iban y venían los mails, Alberto se negaba siempre. Una vez que el ingreso a Uruguay estuvo permitido hubo que decidir cómo viajar. Por tierra era complicado porque al regreso los pasos para entrar a la Argentina estaban cerrados, había que irse bien al norte para entrar. Decidimos ir por ferry pero para comprar el pasaje teníamos que cumplir con un trámite: mi acta de divorcio apostillada cuyo trámite se terminaba antes de un mes. Ya podíamos fijar una fecha para viajar. Ahora el problema era Max. Buquebus no admite mascotas salvo que se las deje en el coche. No queríamos hacer eso. Colonia Express las aceptaba pero siempre y cuando viajaran en un canil o en una bolsa ad hoc. Compramos el pasaje y compramos la bolsa. Todas las noches lo metía a Max en la bolsa y le daba una golosina de premio hasta que al final aceptó entrar allí y permanecer bien quietito. Mientras esperábamos el apostillado. Diciembre es un mes de festejos y feriados y no me garantizaban que estaría para antes del viaje. Le pedí a una persona conocida que trabaja en ese ministerio que agilice el trámite, cosa que no pudo hacer pero al menos consiguió que estuviera listo antes de nuestra partida. Finalmente llegó. En el camino al ferry, el viernes 31 de diciembre, nos avisan de Prosegur que se disparó la alarma en casa. Ya había pasado otra vez y había venido el servicio técnico que supuestamente lo había arreglado. Alberto quería volver, yo no. Seguimos viaje y llegamos al embarque y resultó que en el ferry todo el mundo llegaba con su perro, con una correa y listo y entraban lo más bien, compra del bolso al cuete. En el camino y una vez llegados a Punta, Damián nos avisaba que lo llamaban de Prosegur una y otra vez. Diana Sperling me decía que la alarma sonaba a cada hora y que los vecinos estaban que trinaban. Le pedimos que entrara en casa -tenía llaves- y la desactivara mientras esperábamos que el servicio técnico volviera a repararlo (se ocupará ella en recibirlos, la sospecha de Alberto y también un poco la mía, es que algo hice mal yo… veremos). Cada vez que llamaban de Prosegur o Damián nos avisaba, se nos ponían los pelos de punta y la angustia nos carcomía. Mientras, el lunes 3 tuvimos reunión en la inmobiliaria, entregamos los papeles, la escritura y todo lo que hacía falta a la escribana que dijo que se podía escriturar el jueves 6 o el viernes 7 y que una vez confirmado de nuestro banco que el dinero nos había entrado, todo estaba listo, lo que podía llevar unas horas o un día, pero si lo hacíamos el viernes la cosa terminaría el lunes. ¿Para qué fecha comprar el pasaje? y ¿Si entregamos el departamento donde estaríamos hasta el día del viaje? Mientras, el lunes 3 comenzamos el proceso de selección y categorización de los objetos. Ya con la cosa medianamente organizada, el martes 4 nos acostamos a hacer la siesta y se desató una tormenta eléctrica. Al levantarnos vimos que el modem estaba apagado y que el teléfono estaba mudo. Tenemos ambos servicios por fibra óptica. Cero internet. Cero celular salvo el mío que tiene datos. Pero teníamos que tener internet por las cosas por resolver que aún quedaban. Llamo al celular de la vecina del departamento de al lado para que nos preste su internet. Me dice que no están viviendo ahí, que lo tienen alquilado pero que la persona viene solo los fines de semana, que usemos su internet sin problemas. ¿Cuál es la clave? y no se acordaba pero dijo que estaba en un papel debajo del teléfono que le pidamos al encargado que nos abra y lo podíamos ver. El encargado no estaba. Debido a la lluvia se demoraba en llegar porque estaba todo anegado. Mientras intentaba comunicarme con Antel pero no lo podía conseguir. Nos mirábamos con Alberto como si fuéramos Caperucita perdida en el bosque y Alberto reflexionó y dijo “debe ser la fuente porque todo está apagado, hay que comprar otra” y yo me acordé que teníamos por ahí un viejo modem de Punta Cable que nunca habían retirado y que tenía una fuente que se veía parecida. Tomamos las dos y leímos con cuidado las especificaciones y resultó que era igual. Alberto desenchufó la supuestamente quemada, enchufó ésta que nunca habían retirado y ¡voila! ¡andó!. O sea, hasta último momento se aparece un obstáculo, nos angustiamos, sentimos que ya no, que se arruinó todo y de pronto se corren las nubes y vuelve a salir el sol.

Dato de color. Ahora sabemos quien es la compradora. Se apellida Kyzka que creo que corresponde a kiszka que en polaco quiere decir intestino, en idish kishkes, entraña, la sede de las emociones. Los empleados de migraciones escribían como podían esos apellidos llenos de consonantes de extranjeros venidos de Europa y no sería raro que un kiszka terminara siendo escrito kyzka. No es por cierto un apellido aristocrático, más bien parece uno de esos burlones impuestos por el imperativo tributario napoleónico. Era común que los funcionarios hicieran eso, en especial con los judíos pero no solamente con ellos. Me acuerdo de una amiga de la Baba que se llamaba Cesia Gąska, apellido que bien pronunciado era “gounska” que quiere decir “ganso”, tampoco un apellido de lustre en Polonia. Que se llame “intestino, entraña, kishke” es otro juego de la vida que señala en la lectura que hago cuanto estoy inmersa en el reino de las emociones más básicas. 

Y no solo eso, además la compradora es una muchacha joven, alta ejecutiva de una empresa farmacéutica, ingeniera industrial recibida en el ITBA como Judy aunque unos pocos años mayor. 

Es divertido pensar que provenga de una familia polaca, no judía, no sé por qué me la juego en ésa, pero polaca, como si se pusiera en acción acá el retorno de lo reprimido o no sé qué juego en el que somos peones sin riendas ni decisión alguna. 

Jueves 6 de enero. Luego de firmar la escritura y de conocerla me entero de que su apellido es eslovaco y ella dice que quiere decir algo así como yoghurt. No lo encontré en el traductor. Lo que encontré en una primera búsqueda fue que en esloveno quiere decir “concha”. Muy emocionante el acto de escritura. Valeria Kyska es una muchacha elegante, inteligente y de muy buen ver. Anillos, pulseritas, pantalón y blusa al tono, cartera con plateados, buen reloj, uñas pintadas. No sé cuál es su historia -divorciada y estaba con una pareja a su lado- pero cuando nos despedimos me dijo, con lágrimas en los ojos, “es mi sueño hecho realidad” y me fui con eso.

Luego, en la tarde, vino mi hermano a llevarse lo que quería tanto para él como para Joaquín. Se llevó los dos sillones del balcón, los dos sillones-director y una silla de playa. Platos blancos de cerámica Olmos y copas de vino. Toallas, sábanas, 5 frazadas, un juego de cubiertos de asado, tuppers y algunas cosas más.

Sorpresa: llama mi hermano diciendo que Raúl, con quien está en su casa, tiene síntomas, dolor de cabeza, ganglios inflamados y fiebre. No podemos ir allí, tampoco sabe si podrán viajar el lunes 10. Otra dificultad inesperada. Opción: mudarnos al departamento que alquiló la compradora hasta el día de nuestro viaje. Confirmado, nos mudaremos allí (voy escribiendo a medida que pasan las cosas)

Viernes 7. Salimos a caminar por la playa y planificando este último día en el departamento. Cargaremos el coche con todo lo que llevamos y dejaremos afuera solo lo que necesitaremos para los tres días restantes que pasaremos en el departamento que nos prestan.

Reflexión. Los nervios, la ansiedad, la tristeza, todo eso quedó atrás. Una vez que me puse en modo acción, una vez que las cosas se encaminaron y solo hay que hacer, el panorama cambió. El hacer diluye la anticipación. La angustia está en la anticipación, en la duda, en la incertidumbre, en el futuro. Cuando el futuro es presente, cuando no es pensar ni imaginar sino hacer, todo cambia. Es la primera vez que me doy cuenta de eso. Y ahora que lo pienso me pasa siempre que tengo que exponerme en alguna situación incierta -un examen cuando estudiaba, una charla, una entrevista- y una vez que estoy ahí recupero mi capacidad de pensar, me relajo y aprovecho a full lo que sea que sepa en ese momento. Sé que no es lo que le pasa a la gente que se paraliza ante la presión y que necesita recular para recuperar la capacidad de pensar. ¿Será que viven la anticipación de otro modo y lo que yo siento lo sienten en el momento de comenzar la acción? Me quedo pensando.

Viernes 7, 19.45. El último atardecer. Las cosas que llevamos y que no vamos a usar más ya están en el coche. La cena está lista. Mañana a la mañana pondremos en los bolsos la ropa y las cosas que tenemos que tener a mano estos tres días que estemos en el otro departamento. El domingo tenemos turno para el PCR que ya pagamos y estoy expectante por saber cómo les fue a mi hermano y a Raúl que se lo hicieron hoy. 

Estoy sentada frente al balcón, ya sin los sillones que se llevó mi hermano, mirando como el cielo se va tiñendo de pasteles y púrpuras. En un rato comemos y luego a la camita, la última noche en esta casa.

Sábado 8, día final, 9.45. Ya tenemos todo listo, en 15’ hacemos la entrega. En increíble la cantidad de cosas que uno tiene para “todos los días”. 

Instantes antes de irme definitivamente, acá con Valeria Kyska, la feliz nueva dueña del 813.

Alberto y Raúl dieron negativo en el pcr, excelente noticia. Otro obstáculo que se salvó en este proceso tropezado.

Miro a mi alrededor el departamento y está precioso. El día es de ésos soleados, calentitos, límpidos y pacíficos… 

Y finalmente todo terminó.

Hicimos el intercambio de bolsos y valijas, fuimos y vinimos varias veces y nos instalamos en el 1215, un departamento con un dormitorio y decorado medio al estilo de la Baba. Estaremos bien acá haciendo tiempo hasta el martes en que nos iremos de Punta del Este tal vez para siempre

Fueron días de muchas “últimas veces” en esta lenta despedida. Recuerdo estar en el muelle saludando la partida de alguien querido y ver el lento despegar del barco y su amodorrado alejarse como que no quiere, como que dale que vuelvo, como que me cuesta irme y la imagen que se va achicando mientras las personas conocidas se confunden con la masa de las otras que están saludando en la cubierta y ya no los vemos pero igual seguimos ahí parados, con el brazo en alto y moviendo la mano en un gesto si se quiere inútil pero que no podemos dejar de hacer. Así fue esta despedida y estos últimos momentos de las últimas veces. Los fui paladeando, de a uno, cada paseo, cada bajada a la playa por el caminito habitual, cada siesta, cada despertar con el sonido del mar, cada paso conocido le iba diciendo a mis pies que apoyen bien las plantas, que se empapen de ese suelo que pronto dejará de ser habitual, que sea una caricia, que sean muchas caricias, porque cuando algo termina, porque debe terminar, porque es así, es un poco más amoroso hacerlo que termine bien, sin rencores ni resentimientos, anticipando la nostalgia y gambeteando la tristeza, pero como bien dice el refrán, nadie me quita lo bailado y, así como mamá y papá siguen vivos en mi recuerdo y en mis conversaciones con ellos, también seguirán vivos todos los veranos que disfruté en este querido departamento. 

La última bajada a la playa, en la mañana del lunes 10 de enero de 2022. Caminamos entre las 8 y las 9, como se ve, a esa hora, no había casi nadie. El día era de ésos perfectos en Punta del Este: calor, el agua agradable, una brisa refrescante y ninguna nube en el cielo. No entré al agua pero mis pies sí.

Video hecho en 2010 para promocionar el alquiler del departamento.

Y dos fotos más:



























Chupahuevista Social Club | •CSC•

Chupahuevista Social Club | •CSC•

En la huevísima era de la pos-pandemia

Presidenta y fundadora: Diana Wang

Secretario General: Mariano Dorfman

Declaración de principios.

Los Chupahuevistas somos personas adultas que nos asociamos voluntariamente y que confirmamos en el acto de solicitar el ingreso aceptar las condiciones exigidas. 

Un Chupahuevista debe tener o conquistar la fortaleza de luchar contra sí mismo para instalar y desarrollar el nuevo estado de cosas y transformarse en el trayecto. 

Un Chupahuevista es alguien serio y responsable, que ama lo que hace y que lo hace de la mejor manera que puede. 

Pero a no confundirse, jamás un Chupahuevista es alguien a quien no le importa nada; ésos son los Chupahuevistas truchos, infiltrados, ignorantes y alborotadores. El Chupahuevista auténtico es el que pone sus mejores huevos ahí donde le importa y los empolla con entusiasmo. 

Mantra: No somos un yogurt ni una gaseosa, pero estamos seguros de que se puede vivir una vida más light. 

El Chupahuevista verdadero tiene los siguientes beneficios:

  • mayor ligereza en el andar

  • progresiva desintegración de la culpa

  • descenso de la presión y regulación del metabolismo

Para solicitar ingreso hay que cumplimentar al menos 5 de estos requisitos: 

  1. tener una pasión que te impulse y sumergirte en ella

  2. tomar el ocio como parte esencial de la vida 

  3. resistir el influjo de los consejos y las críticas

  4. dejar de pedirle peras al olmo, esperar solo lo posible

  5. encontrar el lado amable de las cosas y ejercitar los músculos de la sonrisa

  6. asumir no ser el centro del mundo ni que todo te está dirigido a vos 

  7. domar al ego para que se calme y no exija tanto

  8. verte y ver a los demás con benevolencia

  9. saber que solo se puede hasta ahí, no siempre querer es poder

  10. decir gracias, por favor y disculpas

No hay restricción alguna por edad, género o condición física. Si no llegás a los 5 requeridos, entrenate para alcanzalos y volvé a enviar la solicitud en 6 meses. Se te mantendrá la cuota de ingreso. Pasado ese lapso tendrás que volver a pagarla.

Nota: Si el ingreso es aceptado, el asociado se compromete a entrenar y adquirir las condiciones que le faltan a la hora de ingresar. 

Cuota de ingreso: 

fotografías de 3 sonrisas, sean de verdad o ésas con los dientes, diciendo chiiiiiis o whisky o como sean.

Frases Célebres de chupahuevistas ilustres:

Relajate, no te jugás la vida en cada cosa. 

A la gente le chupa un huevo lo que haces o dejás de hacer.

No, no vas a cambiar el mundo en cada cosa que hagas

Cuando mete la pata un chupahuevista se ríe y aprende de ello

Por último, un Chupahuevista de ley afirma 

1) que no se la cree y 

2) que no tiene garantías de seguir vivo los próximos 5 minutos. 

Si no podés firmarlo, ni lo intentes, este club no es para vos.

Si llegaste hasta acá es porque posiblemente ya te sientas parte del •CSC• y te tiente preguntarnos “¿y cómo sigue todo esto?”.

Bueno, la verdad es que nosotros nos hicimos la misma pregunta, y debemos decirte que por el momento no tenemos una respuesta para darte. Pero mientras tanto, te damos algunas ideas:

  • Podés marcar este mail o whatsapp como favorito así lo tenés a mano cuando recuerdes que queres vivir una vida más light.

  • Podés reenviarlo si pensás que a otros les va a venir bien pensar que no están solos y que el mundo está lleno de chupahuevistas.

  • Y si ya te volviste un fan del club, hasta podés hacerlo cuadrito y colgarlo en el living de tu casa.

  • Ah, y por último, y no menos importante, también podés responder este mensaje con algún comentario, idea, sugerencia o simplemente con un emoji de corazoncito 💛.



Alguien de buena familia

Luego de la desestimación de la causa Hotesur-Los Sauces que varios (¿tres? ¿cuatro?) tribunales previos habían aceptado como causa a ser juzgada.

Saber que fue protagonista de esto que tanto duele al país, duele más, si cabe porque me duele personalmente. Tiene su historia.

Duvko fue mi tío favorito. Creo que estaba enamorada de él. Tanto así que cuando finalmente se casó con la querida Nora, me vinieron a “pedir permiso”. Lo tomé bien en serio y me resultó fácil dárselo porque la quería mucho también a ella, me gustaba que pasara a ser mi tía. Nora era de esas mujeres aguerridas, fuertes y determinadas, oriunda de Grecia, había pasado la guerra en París y, después supe, con varias vidas antes de conocer a Duvko. 

Le decía tío, lo creía tío, lo sentía tío. Pero no lo era. Era el mejor amigo de papá, otro sobreviviente de la Shoá, como él. Hasta la aparición de Nora en su vida compartía la nuestra. Los fines de semana, las vacaciones, los problemas, las dificultades, la compañía, el consuelo. Era parte del grupo de esos sobrevivientes que llenaron mi infancia con tíos y primos tan solos como nosotros. Pero Duvko sobresalía entre todos. No solo porque era el único soltero sino porque era de esas personas que no les hablan a los chicos en diminutivo como si fueran flojos de entendederas. Cuando me miraba me veía y cuando me hablaba era con seriedad. Fue Duvko el responsable del nacimiento de mi hermano, fue quien insistió y sostuvo la decisión de mis padres de volver a tener un hijo, decisión que les resultaba conflictiva y dolorosa debido a la pérdida en la Shoá de Zenus, aquel primer hijo que nunca pudieron recuperar y de lo que se acusaban sin remedio ni perdón. Duvko se llamó Daniel en Argentina, tal vez mi hermano debería llamarse así. 

Era técnico dental y hacía también de dentista clandestino para todo el grupo de inmigrantes en cosas ligeras como limpiezas y caries. Fue mi primer dentista. Vuelve a mi el aroma típico a clavo de olor que inundaba el consultorio donde me encantaba ir a jugar. Estaba en la habitación del fondo de la casa de su hermano Carlos y su cuñada Greta, donde también vivía. Era un edificio viejo creo que en la calle Viamonte cerca de Pueyrredón, de ésos con un ascensor de tijera, de hierro artístico e interior de madera y espejo con la escalera al costado precedida por un cartel blanco con letras azules que decía “habiendo escalera el propietario no se hace responsable por accidentes debido al uso del ascensor”. El departamento tenía una amplia sala al frente y luego un largo pasillo que daba a varias habitaciones, no sé cuántas, pero el pasillo me parecía enorme, corría ida y vuelta por él como si fuera una pista. Creo que durante algunos meses luego de nuestra llegada a la Argentina estuvimos allí ubicados en la sala del frente, lo que era un honor, pero es un recuerdo borroso del que no estoy para nada segura porque tenía alrededor de 3 años. 

Carlos y Greta tenían dos hijos, Pupi y Chiqui, ambos adolescentes que jugaban conmigo con el mismo estilo de Duvko, es decir, con seriedad y hablándome como si fuera grande. Pupi, el mayor, un morocho lindísimo y supongo con mucho arrastre entre las chicas aunque me parecía entonces que un poco pagado de sí mismo, tal vez por eso. Chiqui era más inquieto y juguetón y el que me prestaba atención. Creo que fue él (sigo sin estar segura, todo se me hace difuso y dudoso) quien me mostró las primeras revistas “mejicanas” de Superman con las tapas lustrosas y la magia de Clark Kent cambiando de vestuario y de poderes. Sentada a su lado, lo evoco pasando una a una las páginas leyendo lo que aparecía escrito en cada globito que salía de los personajes. El mundo de las historietas hizo irrupción en mi vida para no dejarme más. Le debo esos descubrimientos y esa deliciosa sensación que uno tiene cuando es chico de que un grande -para mi Chiqui era igual de grande que mis padres o los suyos- le dedique tiempo y atención. 

No sé qué pasó pero a partir de un momento dejamos de verlos. No así a Duvko de quién estuvimos cerca siempre. Habrá sido cuando nos mudamos a Floresta a mis 6 años cuando ya había nacido mi hermano, no sé bien, pero no recuerdo que los hubiéramos visto en esa época.

Evoqué estos recuerdos y vínculos familiares cuando se hizo público el sobreseimiento de todos los acusados en la causa Hotesur y Los Sauces. Uno de los hijos de Pupi, el sobrino de mi adorado Duvko, se llama Adrián. Es Adrián Grünberg, el controvertido juez subrogante del TOF 5, miembro de Justicia Legítima y central en el fallo. 

Pedir Justicia

Hace años que estamos marchando. En aquellos jueves de la Plaza las Madres pedían la aparición con vida. En los noventa Catamarca marchó en un silencio desgarrado por la impunidad ante el asesinato de María Soledad Morales. Cuando una bomba derrumbó la AMIA, la indignación por el ataque y luego por los encubrimientos cómplices, la calle gritó Justicia, Justicia perseguirás. Pero hicieron falta unos años más para que el reclamo generalizado pidiera Justicia. 

Enero de 1997 nos golpeó con el asesinato de Jose Luis Cabezas y sus archivos de componendas y nuevos encubrimientos. En 2004 el reclamo fue por el asesinato a mansalva de Axel Blumberg, en 2006 por el esclarecimiento de la desaparición del testigo protegido Julio López y, por citar los más notorios. En 2015 fue debido al asesinato con el burdo disfraz de suicidio de Alberto Nissman horas antes de defender su denuncia contra los firmantes del (mal)entendimiento con Irán. Nada menos que un fiscal asesinado. Las sospechas hicieron temblar el piso de nuestra república. La justicia había sido lacerada, herida, subvertida e impunemente acallada. El reclamo fue, entonces sí,  por la Justicia.

Las protestas y las marchas por muertes debidas a diferentes causas, a diferentes víctimas y a diferentes victimarios, se encolumnan ahora unánimemente bajo el pedido de justicia. Ya no contra la inseguridad, contra la impunidad, contra la complicidad o la inacción. 

La exigencia de justicia elevó la demanda a un nivel superior. No se reclama por privilegios de algunos, por componendas políticas o corruptas, por gatillo fácil de fuerzas policiales venales o mal formadas. Se pide, se exige Justicia, o sea, la garantía de un Poder Judicial efectivo y confiable, ese paraguas común que nos resguarda. Una Justicia que vuelva a ponerse la venda y nos asegure que será para todos, que no importará a quién beneficia ni a quién perjudica, que sostendrá y garantizará una convivencia pacífica.  

Se ha comprendido que con la víctima muerta, no hay fuerza ni marcha que la vuelva a la vida. Pero la indignación, el dolor y la impotencia requieren del alivio de la pena y la rabia en el abrazo colectivo de empatía, sostén y acompañamiento. Por eso las marchas. Por eso la gente. Por eso las calles.

Diana Cohen Agrest eligió otro camino. Se internó en los laberintos de las leyes y su imposición tantas veces quebrada, pervertida e inútil y creó la Usina de Justicia. Luego del asesinato de su hijo y de la liberación de su asesino, buscó en la recomposición de la Justicia el camino que la reconciliara con la humanidad.

El nuevo mensaje es que cuando en las marchas se pide justicia, se instala la noción de que el daño no solo fue individual, también fue social, nos toca a todos y una a una van sumando una nueva consigna: “para que no vuelva a pasar”. Es que recién cuando a uno le pasa, uno se da cuenta de cómo es eso que estaba tan lejos cuando le pasaba a otros. Y los tres poderes, Ejecutivo, Legislativo y Judicial, que parecían abstractos se vuelven concretos y entendemos que cuando funcionan y se equilibran nos garantizan la continuidad de la vida en una sociedad organizada. 

El cachetazo que recibimos cuando lo que le pasaba a otros ahora nos pasa a nosotros, nos sacude, nos despierta y nos impulsa a la acción. Y marchamos. Y gritamos. Pero ahora, por fin, con la Justicia como horizonte. Por eso en todas las marchas se pide Justicia, una Justicia justa que funcione en el cabal entendimiento de que solo así no volverá a pasar. 

Publicado en Clarín, en El Diario de Leuco, y en la Revista Gallo.