Pareja y vinculos

El punto envenenado

Todo andaba bien. Mabel le contaba a Raúl el resultado de su visita al médico de esa tarde y de pronto, terminaron enroscados en una discusión que se volvió pelea y que subía y subía de tono. El corazón al galope. Miradas torvas. Gritos. Malestar. Cena en silencio los ojos en el plato. ¿Qué había pasado? Para Mabel “con Rubén no se puede hablar”. Para Raúl “con Silvia no se puede hablar”.  

¿Qué detonó la explosión? Qué será eso que el otro dijo o no dijo, hizo o no hizo que volvió la conversación en enojos y acusaciones de quien empezó, quien tiene la culpa.

La cena arruinada.

Claro, la cama también.

¿Qué fue? ¿una palabra? ¿un gesto? ¿un tema? ¿una alusión? ¿ese tono de superioridad? ¿esa mirada acusatoria? ¿qué tocó el nervio de tal manera que dejaron de escucharse, dejaron de pensar y fueron cayendo en un ida y vuelta tóxico?

Yo lo llamo “el punto envenenado”, eso que hay en toda pareja, esa trampa ponzoñosa como una mina enterrada que cuando se toca explota todo. Cada pareja tiene uno o varios puntos envenenados y son siempre los mismos.

Un matrimonio conocido mío tuvo la habilidad y la suerte de descubrirlo. Años peleando hasta que, cuando encontraron su punto envenenado, todo cambió y no más pelea. Era, para ellos, la decisión de en qué gastar dinero. Mucho o poco, por un kilo de papas o entradas al Colón, ir a la peluquería o viajar al Caribe, no importaba cuánto sino el gasto mismo que para uno era inoportuno o innecesario. Gente inteligente, se hicieron cargo y tomaron la valiente decisión de separar las economías. Los dos tenían sus propios ingresos, separaron las cuentas de banco y las tarjetas, cada uno tomaba sus propias decisiones sin que el otro tuviera derecho a opinar ni oponerse. La solución era sencilla pero el problema fue con la comida. Gente creativa y valiente, ¿qué hicieron?: ¡compraron otra heladera!. Cada uno hacía sus compras y preparaba su alimento. Compartían la misma cama, comían en la misma mesa, pero no comían lo mismo. A veces uno invitaba al otro con algún plato especial que había preparado o con una entrada a un concierto y nadie opinaba sobre la decisión del gasto en cuestión. Una vez descubierto su punto envenenado, lo resolvieron partiendo las economías y comprando otra heladera. 

No es lo que haría yo, pero claro, en mi pareja no es ése nuestro punto envenenado. Porque lo tenemos, como todos. Eso que cuando te lo tocan te hace saltar, eso que cuando se lo tocás al otro lo hacés saltar.

¿Sabés cuál es tu punto envenenado? ¿Sabés qué es lo que te toca el nervio y te hace reaccionar? ¿Sabés cuál es el punto envenenado de tu pareja? ¿Sabés qué es lo que le toca el nervio y le hace reaccionar?

La vida en pareja sigue coreografías repetitivas, también las discusiones. ¿Ante qué uno u otro se siente atacado y reacciona contraatacando? 

Tal vez podría ser un buen tema de conversación alguno de estos días, a ver si juntos lo pueden descubrir. Tomen cualquier explosión, si quieren la última vez y repasen paso a paso, si quieren hasta escríbanlo,  cómo fue la cosa, qué le pasó a cada uno que le hizo reaccionar,  cuáles fueron los pasos de esa coreografía repetitiva en la que en lugar de bailar se lo pasan a los pisotones y tropezones. Si vuelve a pasar, dejen encendida una luz amarilla y vean si pueden descubrir cuál es la piedra con la que volvieron a tropezar. Está ahí, delante de ustedes. Descubrir el punto envenenado, que para cada pareja es otro, nos da el poder de evitar la explosión, esquivar la piedra y encontrar la solución adecuada, original y única, solo para ustedes. No hay recetas. Es como un zapato a medida, como lo de la heladera. 

Sabiendo cual es el punto envenenado se lo puede desactivar.

El premio es que se podrá disfrutar de la cena.

Y capaz que, después, de la cama también. 

Infidelidades de película

Era jovencita y lloré a mares en el cine con Love Story. Años después lloré otra vez con Los puentes de Madison. Esa historia de una mujer casada en un matrimonio rutinario y sin sorpresas, una Merryl Streep maravillosa que se enamoró de un fotógrafo que iba de paso, el churrísimo Clint Eastwood. Veíamos sin aliento aquella inolvidable escena en la que debe decidir si abre la puerta del coche y se va con su amante o si se queda con su marido. La película y esa escena nos ayudan a pensar de manera realista en el matrimonio, el amor y una relación extramatrimonial.

Descubrir que hay o hubo una relación así es un golpe a traición. Se lesiona la confianza, uno  imagina esos cuerpos que se unieron, las mentiras que se dijeron, torturas y preguntas, ¿qué pasó? ¿quiere decir que nuestra pareja se terminó? 

A veces sí pero la mayoría de las veces no. 

Un affair extramatrimonial puede deberse a múltiples causas, no solo a desamor. 

A veces se busca porque la pareja está mal, porque hay algo que no está funcionando, por no sentirse queridos, apreciados, necesitados. 

Otras veces, como en la película, un encuentro no buscado despierta un fuego que el todos los días fue apagando, ese calor que hace brillar los colores cuando se descubre a un otro que a su vez nos descubre. 

También, puede pasar en momentos en que se duda de uno mismo y una persona desconocida puede dar lo que la pareja da por sentado, valoración y admiración.

También existen los seductores seriales que son como cazadores, necesitan conquistar una y otra presa para sentirse ganadores.  

Puede pasar que se busque un espacio propio, lejos de los ojos de la pareja que tanto conoce nuestros puntos flacos. 

Todas esas cosas pueden pasar pero, claro, también nos podemos enamorar. ¿De qué se trata? ¿Necesidad de aventura, conmover la rutina, volver a sentir entusiasmo por algo o será que se terminó el amor?  Después del enojo, el dolor y la tristeza tenemos la oportunidad de sincerar la relación y ver como se sigue, si es que se sigue.

No defiendo ni critico una relación extramatrimonial, es que suceden, tanto en hombres como en mujeres. Todos necesitamos sentirnos queridos, deseados, necesitados, apreciados, sacudirnos la rutina y descubrirnos de otro modo. Uno de los mandamientos lo prohíbe y si existe la ley es que es algo que hacemos. 

Mabel sabía que podía pasar y siempre le decía a Raúl: cuidame, ponete forro y que no me entere y su pedido era “ojos que no ven corazón que no siente”. Porque el lío se arma cuando se descubre. ¿Cómo no me di cuenta? ¿Cuánto tiempo me viene mintiendo? ¿Dejó de quererme? preguntas atormentadoras que fragmentan el piso de la confianza que sostenía la vida. 

¿Qué hacer ante ese dolor que hiere lo más hondo de la autoestima? 

¿Se puede recuperar la confianza lesionada? No siempre se puede pero con tiempo, paciencia y diálogo hasta se puede ascender a otro nivel en la relación, sincerar necesidades y hacer nuevos pactos.

Si te descubrieron lo primero es reconocerlo y aceptar el daño que hiciste, aunque tu intención no haya sido dañar, lo hiciste, reconocelo y hacéte cargo, no minimices el dolor del otro que es desgarrador. Recién después podés pedir perdón. 

Pero si lo que te pasó es que lo descubriste encará tu dolor con dignidad, no dejes que afecte tu idea de vos mismo, la responsabilidad es del otro,  preguntate qué preguntas querés hacer para entender y para darle a tu pareja la posibilidad de seguir. 

Es un proceso difícil pero puede ser iluminador en muchos sentidos y no siempre tiene que ver con el amor aunque lo hiere. Woody Allen termina su película Hanna y sus hermanas, diciendo que el corazón es un músculo elástico. Y lo es. Después de herido sigue latiendo, cada vez con más regularidad y con el tiempo, recupera su forma.

Palabras amables, agüita nutricia.

Ninguna plantita crece sin agua. Ningún ser vivo crece sin alimento. Ningún proyecto progresa sin trabajo. ¿Por qué creer que la pareja puede subsistir sin agua, sin alimento y sin trabajo? Vivimos engañados con la idea de que sucederá mágicamente, sin esfuerzo alguno, que si nos amamos de verdad la felicidad vendrá sola.

En un famoso discurso Kennedy le dijo al pueblo norteamericano que no pregunten qué es lo que su país puede hacer por ellos sino qué es lo que ellos pueden hacer por su país. Igual con la pareja. Lo tiene que hacer uno, en lugar de esperar que suceda y vivir en la frustración de que no llega. Además, si esperamos que pase solo o que el otro lo haga pasar ponemos nuestra vida como dependiendo de lo que haga o no haga el otro. Mientras que si hacemos tendremos las riendas en nuestras manos. Pero eso no es bla bla teórico. 

Tiro algunas ideas de lo que podemos empezar a hacer.

  • Saludarse cariñosamente, a la mañana al despertar y a la noche antes de dormir. 

  • Preguntar ¿cómo estás? ¿Cómo te fue hoy? pero preguntar en serio, queriendo saber, con interés genuino.

  • Si uno ve que el otro está mal, cansado, con malhumor, irritación o angustia, empatizar, ponerse en su lugar con un “te veo mal, ¿pasa algo? ¿te puedo ayudar?”.

  • Si sabemos que el otro necesita contacto físico, no solamente sexual, sino un beso, una caricia, un tomarle la mano, un abracito, no esperar a que el otro empiece, ir y hacerlo uno mismo.

  • Si le cuesta hablar pues no insistir, una mirada cariñosa y no reclamadora puede a veces ser suficiente. 

¿Hace cuánto que no le decís que te gusta algo suyo? 

¿Hace cuánto que no le das algo que le gusta? 

¿Hace cuánto que dejaste de ver lo bien que te hace estar a su lado? 

Todas esas cosas son el agua que puede mantener vivo o hacer renacer aquello que había y que sigue estando en algún lugar tapado por la rutina y la expectativa irreal.

“Te necesito. Me hace bien estar con vos. Te extrañé mucho. Qué bueno que llegaste. Te contesté mal el otro día, fue un mal día y después me quedé mal porque la cosa no era con vos. Hoy pensaba que hace mucho que no te digo que te quiero”. 

Puede sorprenderse, puede desconfiar, puede temer que te traigas algo entre manos. Claro, si hace tanto que no decís esas cosas tal vez no te crea al principio. No te dejes vencer y dale palante sin esperar nada, disfrutando tan solo de haber dado el primer paso. 

Las escenas románticas parecen cursis e irreales pero si son de verdad a todos nos gustan. Nos gusta que nos muestren que nos quieren, que nos necesitan, que nos hacen bien y que no nos quieren abandonar. Una cena de a dos iluminados por velas y con una música suave de fondo y en el plato alguna palabra de amor, sin adornos excesivos, que les informe a ambos que donde hubo fuego sigue ahí abajito un rescoldo encendido. No es que soplamos y crecen las llamas otra vez. Aquel fuego estaba en el comienzo, hoy hay brasas menos fulgurantes y con otro calor. Son ésas las que tenemos que cuidar. Todos estamos sedientos de ser queridos. 

Decir esas cosas que uno da por sentadas y por eso no las dice son un regalo y una prueba de amor.  “Me gustás. Te necesito. Me hacés bien. Contá conmigo.” Mirá qué fácil es. No hay que ir a comprar nada, es gratis y te hace bien.

Solucionadores y conversadores

Es sábado y están almorzando. Mabel dice: ¿Vamos al cine esta noche?. Raúl responde: no. Mabel se queda mal, siempre que propone algo Raúl le dice que no y listo, se terminó, no hay manera de seguirla. Queda en silencio, pone mala cara, Raúl se da cuenta y le pregunta ¿Qué te pasa?, Mabel dice, nada. Y los dos se quedan mal.

Misma situación pero esta vez Raúl responde sí a la pregunta de ir al cine esa noche. Dice “sí” y sigue comiendo, como si la conversación hubiera terminado. Mabel se queda frustrada, pregunta: ¿qué querés ir a ver? y Raúl le dice “lo que quieras” y vuelve a callarse. Mabel siente que a Raúl le da lo mismo, que le dijo que sí para no discutir, no sabe si quiere o no quiere ir al cine, si tal vez querría otra cosa, pero como no habla, Mabel se queda mal, incómoda, y cree que lo que pasa es que Raúl no tiene ganas de hacer algo con ella y pone mala cara y Raúl le pregunta ¿qué te pasa? y ella dice “nada”.

Es decir, sea que le diga que sí o que no, hay algo ahí que no está funcionando, algo que a Mabel le incomoda, la enoja o la angustia.

Pasa que Raúl es un solucionador mientras que Mabel es una conversadora. Para Raúl, como para muchos hombres, los datos de la realidad se le presentan como problemas a resolver, cuestiones que requieren una solución y una vez que la encontraron se terminó el problema. Para Raúl la pregunta de Mabel, ¿vamos al cine esta noche? se resuelve de dos maneras, con un sí o con un no y una vez que está resuelto el problema se terminó. 

Pero resulta que Mabel, como muchas mujeres, es una conversadora. Para Mabel los datos de la realidad se le presentan como temas fértiles para mantener una conversación. Si ella dice ¿querés ir al cine? espera una respuesta conversada, por ejemplo “me parece una buena idea, hace mucho que no salimos, viste qué películas hay para ver, tenemos que ver si se pueden comprar las entradas online así tenemos lugar asegurado…” es decir, Mabel espera que conversen, que armen el programa juntos, que piensen en alternativas, es parte de su disfrute, es parte de lo que espera. No se trata solo de ir o no ir al cine, se trata de mantener una conversación y cuando eso no pasa, Mabel se frustra y siente que Raúl no quiere estar con ella. 

Los conversadores cuentan algo porque quieren ser escuchados y dialogar de manera empática. Pero el solucionador no solo responde con monosílabos, también ofrece soluciones, dice lo que hay que  hacer.  Un conversador no quiere que le digan lo que tiene que hacer, no espera una solución sino hablar sobre lo que le pasa. El solucionador responde naturalmente con una solución, es su forma de manejarse en el mundo y se siente feliz y realizado si puede ofrecer una respuesta que arregle lo que sea que pase y ni se le ocurre que al conversador le puede molestar.

Y al revés, cuando un solucionador cuenta un problema se impacienta si el conversador responde con una perorata y le da vueltas a la cosa, necesita una respuesta rápida y concreta que solucione lo que le preocupa. 

Cada uno hace lo que mejor le sale y espera del otro algo que el otro no puede hacer y viven así una y otra vez situaciones enojosas sin entender por qué al otro le molesta. Mabel, no te pongas mal si tu solucionador contesta con monosílabos. Y vos Raúl no te impacientes con la charla de Mabel. Soluciones y conversaciones son parte de la vida y si entendemos que cada uno es como es y dejamos de esperar lo que el otro no puede hacer, hasta pueden ser divertidas.

No me lo hace a mí

No somos el centro del mundo. El mundo puede funcionar lo más bien sin nosotros. ¿Es que acaso somos el centro de algo? De nuestros hijos cuando son chicos tal vez. Pero, ¿somos el centro del mundo de nuestra pareja? Por ahí al principio, cuando nos enamoramos y nos mirábamos los ojos en los ojos, pero después de vivir juntos un tiempo nos fue necesario mirar otras cosas. No somos el centro de su mundo. La consecuencia es que “no me lo hace a mí”.

“¡Claro que me lo hace a mí! Todo lo que hace me lo hace a mí. Me grita en lugar de hablar. Se queda en silencio en lugar de decir qué le pasa. No me presta atención en lugar de mirarme. Se duerme en lugar de quedarse conmigo. No le importa lo que me pasa en lugar de tenerme presente. Se lo pasa armando programas para salir en lugar de tener ganas de que nos quedemos tranquilos en casa. O su egoísmo es fatal, no quiere salir, no le importa que yo lo necesite. Todo me lo hace a mí”. 

Porque creo que soy el centro de su mundo, o casi todo su mundo, todo lo que hace me lo hace a mí.

Es cierto que lo que haga o no haga me afecta y a veces me hiere, pero eso no quiere decir que me lo haga a mí a propósito, que quiera lastimarme.

Si se enferma y tiene fiebre ¿también me lo hace a mí? Si tiene problemas económicos y le cubre la irritación ¿también me lo hace a mí? Si tiene que atender a sus padres ancianos ¿también me lo hace a mí? Nada de eso, obviamente, me está dirigido a mi. Son cosas que pasan, afuera de la pareja. Repercuten en la pareja, claro que sí, pero no me lo hace a mí. 

Son cosas que pasan, que uno no elige. Uno no elige su infancia ni como fue educado, uno no elige sus características personales ni sus padres ni su signo del zodíaco. 

Aunque creamos que somos animales racionales, actuamos según nuestra emoción y la mayoría de las cosas las hacemos como nos salen, sin querer, no a propósito ni destinadas a nadie en particular. 

Quien llora ante la  frustración no llora para hacerle sentir mal al otro, es su forma de descargar lo que siente. Quien se irrita cuando no comprende algo o cuando la presión le abruma, se irrita porque no sabe responder de otra manera, es lo que le sale naturalmente, no se lo está haciendo a nadie. Está quien se encierra en el silencio o en la tristeza, está quien necesita descargarse con un grito o un portazo, está quien necesita hablar y está quien huye cuando se siente mal. 

Esto no quiere decir que nos guste lo que haga ese otro cuando hace algo que nos molesta, pero es muy diferente cuando lo recibimos como que es independiente de nosotros, cuando no me lo hace a mí. Su fiebre no me la hace a mi. Su grito no me lo hace a mí. Su silencio no me lo hace a mi. Pensado así no nos sentiremos atacados, nos protege de eso y evita que respondamos contraatacando. 

Porque si contraataco entonces sí me lo va a hacer a mi. 

Si pienso y siento “no me lo hace a mi” no le pongo el pecho a las balas, me hago a un costado, no empollo ni dejo crecer la bronca, no agiganto la avalancha ni me pongo los guantes de box. 

Así que ya sabés, cuando tu pareja haga algo que te moleste, respirá hondo, contá hasta diez, y decite por lo bajo “no me lo hace a mi”, vas a ver cómo lo que pintaba pelea se deshace como ese terrón de azúcar derretido en el café y lo amargo se vuelve un poco más dulce. 

Almejas y Cascabeles, radio

Una oyente me escribió diciendo que se lo pasaba esperando que su marido un día, la sorprenda con algo, la invite a salir, a comer afuera, a lo que sea… y nunca pasaba. “La rutina me está matando” me dijo, “estoy desanimada, sin entusiasmo ni ganas, pienso seriamente si no es que se terminó el amor, si no es el momento de separarme”.

Si me está oyendo, le digo a ella y a tantos como ella, que antes de pensar en el fin del amor, se pregunte cómo siente y expresa el amor cada uno según como sea cada uno. Por ejemplo, ¿qué tal si son una pareja de almeja y cascabel?

Las almejas prefieren la soledad y el silencio, son poco comunicativos, reservados. Huyen de los encuentros sociales y si no tienen más remedio que ir, se quedan cerca de la puerta lo más lejos posible del ruido. No necesitan cambiar sus rutinas, están cómodos y seguros en lo conocido. Si tu pareja es una almeja, está a gusto en su burbuja interior, lejos de las miradas. Son tranquilos y solitarios, no necesitan más que lo que tienen. 

A los cascabeles les encanta el ruido, comunicarse, necesitan estar con gente, ver y hacer cosas diferentes. Van con alegría a fiestas y reuniones, se apagan en la soledad y el silencio y se encienden con los cambios y las sorpresas que los estimulan y divierten. Si sos una almeja y tu pareja es un cascabel lo que te pide no es para incomodarte, es porque lo necesita. 

Dos almejas pueden convivir bien. No invaden espacios ni exigen nada al otro. Entienden la necesidad de acomodarse en la propia burbuja y no se sienten excluidos ni abandonados ni no queridos. 

Dos cascabeles juntos son más divertidos pero tienen que aprender a congeniar porque pueden chocar en esta necesidad constante de novedad que puede llevar a que se pisen y se atropellen. 

Si vivís con una almeja, como podría sucederle a la oyente que me escribió,  no esperes ni exijas ni presiones, no te enojes si no habla o si prefiere no acompañarte al cumpleaños de tu prima, evita exponerse demasiado a ese exterior que le es amenazante,  No es que no te quiere o que no le importás es que vive los cambios como amenazas. No te lo hace a vos. Es así.  

Si vivís con un cascabel no esperes ni le exijas ni presiones, no te enojes porque sea ruidoso y necesite estar con gente, conversar, ser el centro de la acción. No lo hace porque busca otras cosas, porque ya no te quiere, ni por molestarte ni irritarte. No te lo hace a vos. Es así.

Cada uno es como es y hace lo que puede. A los cascabeles les cuesta almejear, tal vez hasta les angustie. A las almejas les cuesta cascabelear, tal vez hasta les angustie. No es que no quieren, es que no están cómodos, no les sale y cada uno expresa su amor a su modo. 

Una de las claves para vivir en paz es saber cómo es uno y cómo es el otro y no pedirse cosas imposibles ni esperarlas del otro. Uno es como es, tiene lo que tiene y puede lo que puede. 

Volviendo a la oyente desanimada… No esperes que tu almeja te invite a algo. Hacelo vos pero invitalo tranqui y despacito para que vaya levantando la persiana que le tapa la oreja y te pueda escuchar. Acercate a su burbuja solitaria, acurrucate a su lado un ratito y recién después de un silencio tranquilizador, decile, sin urgencia ni presión, amorosamente “ya sé que preferís quedarte en casa pero necesito salir a comer afuera esta noche, ¿vamos? ¿lo harías por mí?”. Hacé la prueba, vas a ver que funciona y si tenés ganas después contame como te fue. 

Papás, un nuevo modelo

Se viene el día del padre y voy a hablar de los papás, de los de antes y de los de ahora. Los que somos más grandes tenemos el modelo del papá proveedor, el que salía a trabajar, llegaba cansado a casa mientras su señora le tenía la comida lista. La pobre había tenido que lidiar todo el día con la casa, con los chicos y si no había plata suficiente, inventando maneras de que no faltara nada. El papá no siempre llegaba de buen humor o con paciencia. Claro, venía cansado. La mamá, también cansada, lo esperaba con ganas de contarle lo que había pasado, hablar con un adulto y sentirse menos sola. Pero el papá no venía con ganas de hablar. Es que los papás de antes hablaban poco, no estaban entrenados en contar qué sentían, en pedir ayuda cuando les hacía falta, había que ocultar esos signos de debilidad, de poca hombría.

¡Cómo cambió todo! El feminismo, esta ola imparable que navegamos las mujeres, cambió todo, tanto para las mujeres como para los hombres. Hoy no son pocas las casas en las que el sostén principal viene del trabajo de la mujer. Los más jóvenes, criados en esta nueva cultura, muchos de ellos psicoanalizados, están aprendiendo a hablar, a ponerse en contacto con sus sentimientos y emociones, a preparar la comida, a cambiar pañales, a ir a las reuniones de padres o al pediatra con los chicos. La igualdad, al menos en el aporte de dinero y en las tareas relativas a la familia, se está acercando y todos estamos aprendiendo a movernos en estas nuevas coreografías.

A los hombres les resulta particularmente difícil porque no es el modelo que aprendieron, pero no quieren ser un papá distante que solo trabaja, no quieren perderse la crianza de los hijos, escuché que algunos hasta lamentan no poder amamantar a sus chicos. El nuevo papá está creciendo y a los que somos mas grandes nos sorprende y nos encanta. Al menos a mi me encanta ver a mis hijos disfrutando de ser padres, haciéndolo con placer. Los veo y pienso en mi papá que se lo perdió, que vivió encerrado en el molde del macho viril al que no se le debía escapar ni una lágrima, ni un suspiro, que debía ser fuerte y aguantarse lo que viniera. Los papás de hoy, no todos por cierto, pero cada vez son más, se animan a ser sensibles, a emocionarse, a contarle el cuentito de las buenas noches a sus chicos, a quedarse con ellos cuando la mamá sale con sus amigas. Los papás de hoy tienen la libertad también de salir con sus amigos, al menos una noche en la semana, la familia ya no es el único lugar en el que pueden socializar fuera del trabajo. 

Para estos papás que miran los programas de cocina y aprenden tips y datos que después vuelcan en una rica comida, que sostienen emocionalmente a su esposa y la reemplazan cuando ella no da más, que hasta se ofrecen a hacerlo sin que se lo pidan, a esos papá les digo chapeau y me alegro de que finalmente puedan disfrutar de ese regalo que nos da la vida que es la crianza de los hijos, que tiene momentos pesados, que es cansador, que no siempre es divertido, pero la masa que se amasa con las propias manos se hace propia, los momentos con los chicos, con las tareas de la casa, con todo eso que antes les estaba prohibido, les hace sentir que el reino del hogar también es el suyo. Felicidades para esos papás. Y para los que están aprendiendo estos nuevos pasos, paciencia, buena onda que la proximidad con sus hijos y su casa es una inversión de amor para el futuro.

Las buenas palabras

El viernes pasado hablé de las malas palabras, nunca/siempre, todo/nada y así, ésas que cuando se dicen ponen al otro en guardia y transforman la conversación en un enfrentamiento. Me llamó mi hermano y me sugirió que hablara también de las buenas palabras. Es lo que voy a hacer ahora.

Las buenas palabras son las que te dan la mano, las que te abren una sonrisa, son las llaves que hacen la vida mejor, las que te dicen, aunque no lo digan, “me gusta estar con vos”. y ¡cuánta falta nos hace que nos digan eso, ¿no?! Las conocemos todas y qué poco las usamos. 

Son por favor, gracias, disculpas, buen día, hasta mañana, ¡qué bueno tal cosa!, me gustó mucho tal otra, ¿estás bien?, ¿cómo te fue?, te extraño. Son palabras invitantes, que crean comunidad y la pareja es, o debería ser, una comunidad. Una comunidad de dos en el que cada uno se sienta incluido, aceptado, querido, necesitado. No nace sola, una comunidad se construye diariamente. Se trata de hacer lo mismo que hicimos durante el noviazgo o en los primeros tiempos, eso que nos seducía, nos enamoraba, nos hacía sentir que éramos mirados con cariño, con aceptación. Y muchas veces la convivencia, la rutina, la diaria, el lidiar con el service del lavarropas, con los horarios de los chicos, con el trabajo, nos va quitando aquellos cuidados que teníamos al principio, la cortesía, las buenas maneras y nos achanchamos.

Vivir en pareja se hace difícil cuando dejamos de ser educados y amables y vemos al otro como un mueble más. El otro sigue siendo un otro, quiere ser visto, considerado, aceptado y querido. Igual que nosotros. Mantener las buenas maneras en la mesa, vestirse con cuidado para que nuestra presencia le sea agradable, mostrar interés por su vida o sus emociones, todo eso construye comunidad, construye confianza y da seguridad. Como dije en otra columna, la seguridad de que no hay amenazas de ser echados de la cueva protectora. 

“Por favor, gracias, disculpas, buen día, hasta mañana, ¡qué bueno tal cosa!, me gustó mucho tal otra, ¿estás bien?, ¿cómo te fue?, te extraño” se dicen con gesto amable, informan que uno ve lo que estuvo bien, que uno lo reconoce y eso alienta al otro, le hace sentir bien. Crear comunidad con nuestra pareja, ser un equipo, una sociedad amistosa, nos hace bien a nosotros mismos. 

La pasión dura poco, el fuego se entibia y quedan el rescoldo y las brasas que tenemos que mantener vivas. 

Unirse no es el final de la historia como nos cuentan los cuentos. Unirse es el comienzo de un camino cuya mayor dificultad es dejar de ver al otro como otro y tratarlo como si fuera una parte de nosotros, como si fuera un brazo. A un brazo no le decís gracias ni por favor ni nada. Es tuyo, no hace falta. Pero el otro con el que uno vive no es parte de uno aunque la convivencia a veces nos lo haga creer. Tampoco es un mueble. El otro necesita del gracias y del por favor y de disculpas, buen día, hasta mañana, ¡qué bueno tal cosa!, me gustó mucho tal otra, ¿estás bien?, ¿cómo te fue?, te extraño.

Así como hay que tomar líquido para evitar la peligrosa deshidratación, acordémonos de decir alguna de estas buenas palabras para que la pareja no se seque ni se marchite, que haya la humedad necesaria para revivir y mantenerla fresca y lozana.


Las malas palabras

Columna número 14 de Vivir en pareja columna en Le doy mi palabra conducido por Alfredo Leuco en radio Mitre. 3 de junio de 2022

Hoy voy a hablar de las malas palabras. No te asustes Alfredo, no diré ni caca, ni pis, ni moco ni pedo. Voy a hablar de esas palabras que son tan pero tan malas que tienen la virtud de cerrar la oreja de nuestra pareja, son como llaves al revés, llaves que cierran y que hacen difícil seguir hablando. Vienen en pareja, son siempre/nunca, todo/nada, sano/enfermo, normal/anormal, una contraria a la otra pero cualquiera tiene la capacidad de enardecer. 

Nunca te acordás de mí. Lo que hacés es enfermo. No colaborás en nada. No sos normal. Siempre me estás criticando. Todo lo que vivimos está mal. Ver tan seguido a tu madre es anormal. Lo que yo hago es sano mientras que lo que hacés vos… 

Repito estas malas, malísimas palabras: siempre/nunca, todo/nada, sano/enfermo, normal/anormal.

En medio de una conversación o de una discusión o de un intercambio de ideas para tomar alguna decisión, se nos cuelan estas palabras que enarbolamos enfáticamente, nos apoyamos en ellas como si tuviéramos la verdad revelada que comprueba de manera objetiva e irrefutable lo que creemos y lo que pensamos, lo que es así.

¿Es que hay algo que pasa siempre o que no pasa nunca? ¿No será más cierto decir que pasa muchas veces o que rara vez pasa? Si decimos siempre o nunca es probable que al otro se le ocurra alguna vez en que no haya sido así y ahí la conversación cambia de rumbo y en lugar de hablar de lo que se debería hablar el siempre o nunca son tomados como esa exageración que te descalifica y te deja pagando.

Igual con todo o nada, sano o enfermo, normal o anormal. Todas palabras definitivas, pruebas irrefutables que nos hacen sentir seguros de lo que decimos y con las que , al mismo tiempo, que estamos probando de manera objetiva la incapacidad, la maldad o la incompetencia de nuestro otro. 

Son palabras que cierran la conversación porque lo ponen al otro en el lugar del que siempre hace todo mal. Y ¿a quién le gusta ser puesto en un lugar así? Pensá ¿Qué sentís cuando te ponen en ese lugar? y además cuando decís todo, ¿de verdad es todo? ¿Cuando decís nada, de verdad es nada? Lo mismo con sano/enfermo, siempre/nunca. Ya sé que lo decís para enfatizar, para mostrar cuánto te duele algo, habla tu desesperación o tu enojo, pero las cosas rara vez son tan absolutas. Estuve a punto de decir nunca pero sé que si quiero que me escuches, lo debo decir con más cuidado y en lugar de decir nunca dije rara vez.

 Las malas palabras parecen garantizar autoridad pero embarran tanto la cancha que el otro termina sin escuchar lo que tenías que decir. Las repito para que no las olvides. Deci sin pedir perdón caca, pis, moco y pedo pero borrá de tu vocabulario, en especial cuando conversás con tu pareja, los siempre/nunca, todo/nada, sano/enfermo, normal/anormal. Son palabras que arrinconan, no dejan una salida caballerosa y a veces hasta ofenden. Cambiá de llave, usá una que abra no una que cierre. 

Mamíferos y neandertales.

¿Qué es esa reacción explosiva, ese grito con el que a veces te responden? ¿Qué es ese llanto, esa angustia, ese miedo que a veces te inunda? ¿Que son esas emociones que nos hacen responder así? ¿De dónde vienen? ¿Es odio? ¿Es maldad? ¿Es intolerancia? Puede ser cualquiera de esas cosas pero probablemente lo que las dispara sea la amenaza de exclusión que tiene toda conducta violenta que si tuviera un subtítulo diría: No te aguanto, no te quiero ver más, no te quiero. Lo que es insoportable debido a dos cosas.

Una es que somos mamíferos y la otra que tenemos el mismo sistema nervioso central que los neandertales, los de la época de las cavernas. 

Somos gregarios y sociales como todo mamífero, necesitamos del grupo porque no podemos sobrevivir solos.  

Tenemos la misma estructura cerebral que los neandertales, las mismas hormonas, los mismos conectores neuronales, las mismas respuestas defensivas ante el peligro. 

Para nuestro sistema nervioso seguimos en la cueva protectora y nuestra vida depende del grupo. La cueva nos da reparo, calor y seguridad. La cueva nos asegura que tendremos alimentación suficiente, que estaremos al reparo de las inclemencias del tiempo y de los depredadores, que nuestros hijos llegarán a adultos. No podríamos sobrevivir si nos echaran de la cueva, necesitamos de los demás, no podríamos sobrevivir solos. Necesitamos asegurarnos de que somos aceptados por eso, si nos rechazan, para nuestro cerebro nos echaron de la cueva y quedaremos a la intemperie. 

Hoy la cueva es nuestra familia, nuestro trabajo, nuestros amigos y necesitamos asegurarnos de que seguiremos allí por eso vivimos sedientos de aprobación y reconocimiento.

La crítica, la ira, cualquier ataque, son señales que son amenazas para nuestro cerebro que dispara las reacciones defensivas. El grito, la furia en la mirada, el gesto violento, el golpe, disparan torrentes de adrenalina y de cortisol, la hormona de la angustia, y volvemos a ser neandertales primitivos aterrados ante la idea de ser excluidos y echados de la cueva. Nuestra conducta no es racional sino primaria y emocional, igual que en los comienzos de los tiempos humanos. Si alguien de nuestra cueva, en especial nuestra pareja, nos ataca, es una amenaza de muerte. El destierro era el supremo castigo en la Grecia antigua, peor que la prisión, así, para nuestro cerebro, quedar afuera, ser excluidos, desterrados, echados, nos despierta aquella angustia inscripta en nuestras neuronas. 

Tené presente entonces que cada vez que criticás o atacás, sea con palabras o actitudes, se dispara en el otro esa temida amenaza y responde el mamífero y el neandertal, se defiende, reacciona y contraataca. No lo hace por malo sino porque está aterrado. La amenaza de exclusión derrumba la lógica, un cerebro inundado de adrenalina y cortisol es pura reacción, pura desesperación y ante la amenaza de ser excluidos somos mamífero y neandertales. 

Lo digo para que lo tengamos presente en cada discusión, para que no sea entendida como amenaza de exclusión ni peligro del abandono. No estoy de acuerdo pero seguimos juntos. Así de simple, dando confianza y seguridad de que seguiremos al amparo de la cueva protectora, calentitos y libres de todo mal.