Se viene el día del padre y voy a hablar de los papás, de los de antes y de los de ahora. Los que somos más grandes tenemos el modelo del papá proveedor, el que salía a trabajar, llegaba cansado a casa mientras su señora le tenía la comida lista. La pobre había tenido que lidiar todo el día con la casa, con los chicos y si no había plata suficiente, inventando maneras de que no faltara nada. El papá no siempre llegaba de buen humor o con paciencia. Claro, venía cansado. La mamá, también cansada, lo esperaba con ganas de contarle lo que había pasado, hablar con un adulto y sentirse menos sola. Pero el papá no venía con ganas de hablar. Es que los papás de antes hablaban poco, no estaban entrenados en contar qué sentían, en pedir ayuda cuando les hacía falta, había que ocultar esos signos de debilidad, de poca hombría.
¡Cómo cambió todo! El feminismo, esta ola imparable que navegamos las mujeres, cambió todo, tanto para las mujeres como para los hombres. Hoy no son pocas las casas en las que el sostén principal viene del trabajo de la mujer. Los más jóvenes, criados en esta nueva cultura, muchos de ellos psicoanalizados, están aprendiendo a hablar, a ponerse en contacto con sus sentimientos y emociones, a preparar la comida, a cambiar pañales, a ir a las reuniones de padres o al pediatra con los chicos. La igualdad, al menos en el aporte de dinero y en las tareas relativas a la familia, se está acercando y todos estamos aprendiendo a movernos en estas nuevas coreografías.
A los hombres les resulta particularmente difícil porque no es el modelo que aprendieron, pero no quieren ser un papá distante que solo trabaja, no quieren perderse la crianza de los hijos, escuché que algunos hasta lamentan no poder amamantar a sus chicos. El nuevo papá está creciendo y a los que somos mas grandes nos sorprende y nos encanta. Al menos a mi me encanta ver a mis hijos disfrutando de ser padres, haciéndolo con placer. Los veo y pienso en mi papá que se lo perdió, que vivió encerrado en el molde del macho viril al que no se le debía escapar ni una lágrima, ni un suspiro, que debía ser fuerte y aguantarse lo que viniera. Los papás de hoy, no todos por cierto, pero cada vez son más, se animan a ser sensibles, a emocionarse, a contarle el cuentito de las buenas noches a sus chicos, a quedarse con ellos cuando la mamá sale con sus amigas. Los papás de hoy tienen la libertad también de salir con sus amigos, al menos una noche en la semana, la familia ya no es el único lugar en el que pueden socializar fuera del trabajo.
Para estos papás que miran los programas de cocina y aprenden tips y datos que después vuelcan en una rica comida, que sostienen emocionalmente a su esposa y la reemplazan cuando ella no da más, que hasta se ofrecen a hacerlo sin que se lo pidan, a esos papá les digo chapeau y me alegro de que finalmente puedan disfrutar de ese regalo que nos da la vida que es la crianza de los hijos, que tiene momentos pesados, que es cansador, que no siempre es divertido, pero la masa que se amasa con las propias manos se hace propia, los momentos con los chicos, con las tareas de la casa, con todo eso que antes les estaba prohibido, les hace sentir que el reino del hogar también es el suyo. Felicidades para esos papás. Y para los que están aprendiendo estos nuevos pasos, paciencia, buena onda que la proximidad con sus hijos y su casa es una inversión de amor para el futuro.