pelea

Me habló mal ¿cómo sigo?

“¡Esto que decís no es así!, ¡estás en un error, las cosas no son como decís! ¡lo que querés hacer no tiene ni pies ni cabeza!” ¡Qué feo es que a uno lo contradigan, que le discutan, que se opongan a algo que uno dice o a algo que uno quiere! 

Es que, si no te lo dicen con cuidado, sentís que te dicen que sos una persona errada, no que te equivocaste en algo sino que vos estás mal, vos como persona no eso que dijiste. Si nos dicen ¡es una tontería! nos dijeron tontos. Si nos dicen ¡es una estupidez! nos dijeron estúpidos. Y, claro, si creemos que nos dijeron tontos o estúpidos, lógicamente, nos molesta, nos enoja. Y si no nos damos cuenta, nos pasa todo el tiempo y nos enroscamos en discusiones en las que a veces no importa el tema, pueden ser cosas insignificantes y lo que podría ser una diferencia de opinión se vuelve una pelea que enciende los ánimos y que no podemos parar.

Todo depende cómo se diga y de cómo se oiga. ¿Nos  lo dice como ataque personal o lo oímos así? ¿Se lo decimos como ataque personal o nos oye así?

Todo se puede decir. Todo. Absolutamente todo. Pero hay que encontrar la forma de decirlo para que el otro no lo reciba como un ataque y se dispare el circuito que todos conocemos de ataque-contraataque en una circuito interminable. Pero también hay que encontrar la forma de escucharlo y no entrar.

¿Cómo decir nuestra oposición sin ofender? Podemos decir “entiendo que pienses así pero yo creo, me parece, mi opinión es”. Te referís claramente a su punto de vista no hablás de su persona. No le decís que está equivocado, que no entiende nada, que algo le falla. Le decís que pensás de otra manera. No te sometés en su oferta de pelea, la esquivás. Si el otro quiere pelear depende de uno entrar o no en la pelea. Sale sin pensar. Cuando uno siente que el otro le pasa por encima, que nos ningunea, nos toca una fibra muy sensible,  y a uno le sale contestar para mostrar que el otro se equivoca, que nosotros tenemos razón, que somos mejores. Y al otro, igual que a nosotros, no le cae nada bien que le hablemos así, no le gusta ni medio y el escenario de guerra ya está instalado y cada uno usa palabras armadas que anticipan una destrucción masiva.

¿Cómo responder en este tipo de situaciones esquivando la pelea y evitando una masacre? 

No puentear lo que uno siente. Si te enoja, si te humilla, si te angustia, si te hace sentir mal, antes de reaccionar y responder sin pensar, preguntate qué te pasa, tratá de ponerle palabras a tus emociones, no te dejes dominar por ellas. “¡Qué difícil me resulta escucharte! lo que decís me enoja tanto que tengo miedo de decir algo de lo que después me arrepienta como me pasa siempre que el enojo me domina”. Si uno pone lo que siente en palabras tal vez pueda evitar que eso que siente le dicte palabras evacuativas. 

Hablar de uno no del otro, a mi me pasa, yo siento, el efecto que produce en mi es… son momentos sensibles en los que las emociones están a flor de piel, tanto en uno como en otro, momentos en los que lo que se dice puede ser muy hiriente y ofensivo. Cualquier cosa que se diga en ese estado alimentará el fuego y la llamarada puede ser imparable. 

Si no se puede poner en palabras esa emoción arrolladora lo mejor es no decir nada. No hay que hablar siempre ni contestar todo. Menos cuando la cosa está embarrada. Recitá la tabla del siete, o la marcha de san lorenzo o el preámbulo de la constitución, cuidate, cuidá a tu otro, cuidá el tejido que los une. 

Repito. Cuando te hablen mal, no puentees lo que uno sentís, hablá de vos y no del otro y si no me sale hablar así, elegí resguardarte en un silencio protector, en esos casos cerrar la boca  puede ser un acto de amor.  

 

Las malas palabras

Columna número 14 de Vivir en pareja columna en Le doy mi palabra conducido por Alfredo Leuco en radio Mitre. 3 de junio de 2022

Hoy voy a hablar de las malas palabras. No te asustes Alfredo, no diré ni caca, ni pis, ni moco ni pedo. Voy a hablar de esas palabras que son tan pero tan malas que tienen la virtud de cerrar la oreja de nuestra pareja, son como llaves al revés, llaves que cierran y que hacen difícil seguir hablando. Vienen en pareja, son siempre/nunca, todo/nada, sano/enfermo, normal/anormal, una contraria a la otra pero cualquiera tiene la capacidad de enardecer. 

Nunca te acordás de mí. Lo que hacés es enfermo. No colaborás en nada. No sos normal. Siempre me estás criticando. Todo lo que vivimos está mal. Ver tan seguido a tu madre es anormal. Lo que yo hago es sano mientras que lo que hacés vos… 

Repito estas malas, malísimas palabras: siempre/nunca, todo/nada, sano/enfermo, normal/anormal.

En medio de una conversación o de una discusión o de un intercambio de ideas para tomar alguna decisión, se nos cuelan estas palabras que enarbolamos enfáticamente, nos apoyamos en ellas como si tuviéramos la verdad revelada que comprueba de manera objetiva e irrefutable lo que creemos y lo que pensamos, lo que es así.

¿Es que hay algo que pasa siempre o que no pasa nunca? ¿No será más cierto decir que pasa muchas veces o que rara vez pasa? Si decimos siempre o nunca es probable que al otro se le ocurra alguna vez en que no haya sido así y ahí la conversación cambia de rumbo y en lugar de hablar de lo que se debería hablar el siempre o nunca son tomados como esa exageración que te descalifica y te deja pagando.

Igual con todo o nada, sano o enfermo, normal o anormal. Todas palabras definitivas, pruebas irrefutables que nos hacen sentir seguros de lo que decimos y con las que , al mismo tiempo, que estamos probando de manera objetiva la incapacidad, la maldad o la incompetencia de nuestro otro. 

Son palabras que cierran la conversación porque lo ponen al otro en el lugar del que siempre hace todo mal. Y ¿a quién le gusta ser puesto en un lugar así? Pensá ¿Qué sentís cuando te ponen en ese lugar? y además cuando decís todo, ¿de verdad es todo? ¿Cuando decís nada, de verdad es nada? Lo mismo con sano/enfermo, siempre/nunca. Ya sé que lo decís para enfatizar, para mostrar cuánto te duele algo, habla tu desesperación o tu enojo, pero las cosas rara vez son tan absolutas. Estuve a punto de decir nunca pero sé que si quiero que me escuches, lo debo decir con más cuidado y en lugar de decir nunca dije rara vez.

 Las malas palabras parecen garantizar autoridad pero embarran tanto la cancha que el otro termina sin escuchar lo que tenías que decir. Las repito para que no las olvides. Deci sin pedir perdón caca, pis, moco y pedo pero borrá de tu vocabulario, en especial cuando conversás con tu pareja, los siempre/nunca, todo/nada, sano/enfermo, normal/anormal. Son palabras que arrinconan, no dejan una salida caballerosa y a veces hasta ofenden. Cambiá de llave, usá una que abra no una que cierre.