Otras cosas

Elegir la libertad de pensar

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¿Usted es un hombre de izquierda?

No, no quiero ser de ninguna parte para poder ser de todas partes. No ser de ninguna parte es no estar comprometido con ninguna ideología y solo si no estoy comprometido con ninguna ideología puedo pensarlo todo porque no tengo las respuestas pre hechas a mis preguntas sino que me tengo que detener a observar, a entender. La ideología se opone a la reflexión.

¿Y nunca ha creído en una ideología?

Cuando chico.

Humberto Maturana (1928-2021)


Papá era del Betar, una organización judía en la Polonia de preguerra. Avergonzada, lo oculté durante muchos años. ¿Cómo decir que era hija de semejante monstruo que había elegido a la derecha en lugar de a la impoluta izquierda? ¡Si había sido la juventud de izquierda al mando de Mordejai Anielevich la protagonista del heroico levantamiento del gueto de Varsovia! Supe años más tarde que la narrativa oficial había ocultado que la derecha malsana del Betar, tanto o más protagonista, había sido silenciada, desaparecida, cancelada como diríamos hoy. 

La izquierda ganó la batalla cultural y sigue partiendo aguas. Pertenecer al clan da patente de interés en los pobres para proteger la justicia social y los valores humanistas. La tribu identitaria te acogerá y cobijará siempre y cuando te sometas a sus designios, te homegeinices con el resto y pongas a las otras tribus de uno u otro lado, es decir, a cada uno en “su lugar”.  

El mundo se ha vuelto una estructura con casilleros binarios. Carnívoros o vegetarianos. Machirulos o feministas. Progres o fachos. 

Durante el paleolítico era cuestión de vida o muerte saber si quien estaba cerca era amigo o enemigo, si pertenecía a una tribu que haría lo posible por robarnos el secreto del fuego o si venía en son de paz. Había que advertirlo a simple vista porque si te equivocabas no seguirías vivo un minuto más. Dicen los neurólogos que nuestra estructura cerebral sigue siendo la misma de entonces, que los cambios culturales, sociales, tecnológicos, no alteraron ni las circunvoluciones ni las hormonas, ni los sentidos. Esta necesidad tribal binaria es un resabio de aquello, de cuando éramos cazadores-recolectores, vivíamos en cuevas y nuestro único interés era mantenernos vivos. 

Hoy es un fenómeno global saber de qué lado está cada uno. Debe estar respondiendo también a una cuestión de supervivencia. Las redes sociales lo han generalizado de modo pandémico y estamos infectados con esa necesidad de identificar enemigos, de convivir solo con los de nuestro mismo (c)olor. Como en el paleolítico.

Pero hay algunos raros especímenes, como Maturana, que no admiten ser encasillados, empeñados en moverse a su aire, libres para pensar, evaluar y decidir. Son los desencasillados, los inmunes al contagio tribal, los disruptivamente sospechosos que enuncian impúdicamente lo que ven y se animan a decir, cuando el rey está desnudo, que está desnudo.  

Nos cubren nubes de corrección política represivas y totalitarias que reeditan el Malleus Maleficarum, la biblia de la caza de brujas y el opresivo “big brother is watching you” de Orwell. Nadie resiste el escrutinio de toda su conducta. Es preciso cuidarse de palabras, gestos e intenciones para no ser encasillado. 

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La mirada ideológica y etiquetadora, ese ejercicio de poder y sometimiento encasillador, nos encierra en prisiones tribales. Pero somos más que miembros de una tribu, tenemos identidades múltiples, complejas y a veces cambiantes. Podemos elegir. Elijamos, junto al maestro Maturana, la libertad de pensar. 

Publicado en Clarin.

Publicado en Gallo con esta Ilustración.

La lapicera desaparecida (nueva versión) - Video del Sholem

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Con un viejo texto mío relativo a la culpa y al perdón (está abajo), ahora abreviado, Carina Toker, Claudia Wolowski y Eliana @enmodolupa con sus dibujos maravillosos, gente querida del Sholem, hicieron este conmovedor video:

Cuando era chica no había biromes. Para escribir con tinta había que llevar un tintero a la escuela y mojar allí la pluma para escribir. Y un día aparecieron las lapiceras fuente, ¡venían con la tinta adentro! y me regalaron una, “cuidala mucho” me dijo papá. En la escuela fue genial, los “¡uuuus!” y “¡aaaas!” de las chicas al ver esa maravilla. 

Cuando volví a casa quise hacer los deberes, saqué la cartuchera y la lapicera fuente no estaba. Vacié la mochila, revisé todos sus bolsillos y no, no estaba. La lapicera había desaparecido.

Lloré toda la tarde y cuando vino papá y le dije me miró fijamente “¿Seguro que la pusiste en la cartuchera?” me preguntó.”Sí”, le dije “ y todavía me acuerdo que la enrollé en un papel glacé de color celeste para que no se rayara y que Nilda, mi compañera de banco, me cargó por eso”.  “Te dije que la cuidaras” me retó y me morí de la vergüenza por haber sido tan descuidada.

Un día fui con mi nieta al shopping y caminando por el pasillo escuché que me decían  “¿Wang?”, era una mujer que no reconocía. “Soy Espósito, de la primaria, me sentaba atrás tuyo” y ahí sí, me acordé. Nos saludamos, nos contamos si habíamos estudiado, si nos casamos, si teníamos hijos, nietos. Y listo, nos despedimos y cada una siguió su camino. Di cuatro pasos y oí otra vez “Wang…”, me dí vuelta. Espósito con los ojos húmedos me dijo “Fui yo. La lapicera fuente me la llevé yo” y se fue.

Mi nieta tenía nueve años como nosotras entonces. Y pensé que tantos años después, ya no me acordaba de la lapicera desaparecida, pero Espósito sí porque había cargado 60 años con la culpa.  Le llevó 60 años contármelo y pedirme perdón. 

Shabat Shalom, gmar jatimá tová

Acerca de pedir perdón

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¿Por qué los judíos honramos el Día del Perdón una vez por año? 

Pedir perdón es uno de los ejes centrales de la convivencia humana en el que reconocemos y aceptamos que somos del otro y para el otro y que somos responsables de nuestras conductas.

No todo pedido de perdón lo es en realidad. Estamos tan centrados en nosotros mismos que salirnos de nuestro ego desvalido y de verdad considerar al otro, ponernos en su lugar, nos es muy difícil. Creemos -tememos- que si lo hacemos nos mostraremos débiles y vulnerables y nos pondremos en sus manos y se aprovechará de nosotros. Es cierto, nos ponemos en manos del otro y podrá aprovecharse de eso. Así es el juego de la convivencia, siempre un desafío, siempre una lección, siempre un aprendizaje. Podemos hacer falsos pedidos de perdón con un “fue sin querer”, “me provocaste”, “no es para tanto”, pretextos exculpatorios, acusaciones encubiertas,  sin arrepentimiento ni compensación alguna. 

Cuando pedimos perdón, cuando es de verdad, estamos haciendo varias cosas. La primera es reconocer y aceptar que hicimos algo que no estuvo bien. Sea “al propósito o sin querer” como decíamos en mi barrio, si lo hicimos, hecho está. 

También expresamos nuestro desacuerdo con aquella conducta, es decir nos arrepentimos, decimos que no nos gusta ser esa persona que hizo aquello que hicimos. 

Al pedir perdón ubicamos al afectado en un lugar jerárquico superior, dependemos de su perdón, es nuestro dueño porque nos puede perdonar o no. ¿Cómo conseguir el perdón? No alcanza con reconocer, arrepentirse y pedirlo. También implica alguna acción reparatoria concreta que compense el daño e indique que nuestro pedido de perdón es sincero. Recién cuando a quien dañamos u ofendimos nos perdona, la deuda está saldada y, nos enseña la tradición judía, volvemos a ser dueños de nosotros mismos.

Es un perdón terrenal e interpersonal, que se pide por una acción concreta a una persona concreta.

Pero  por qué entonces el Día del Perdón? ¿No alcanza con pedirlo a quien se dañó? Pues no. No alcanza. El ayuno, el ritual de reunirse con otros en esa jornada de silencio, lamentos y promesas, refiere que se trata de algo más grande. Todo daño particular (mentir, robar, engañar, ofender) quebranta la ley de la convivencia humana. El daño al tejido social hace necesario un ritual y un compromiso colectivo. No solo a la sociedad, también a la Tierra, a este planeta que dicen las escrituras nos fue dado en préstamo, no nos pertenece. Ese pedacito de tierra que creemos poseer, es nuestro temporalmente y no tenemos derecho a maltratarlo. Sólo en un ritual colectivo y coral podemos restablecer el pacto con el planeta que nos cobija y prometer, un año más, que lo trataremos mejor. A nuestros semejantes y al planeta. Es tanto y tan grande que solo puede ser albergado en un ritual colectivo.

El perdón es un ejercicio exclusivamente humano que interpela lo más entrañable de nosotros mismos.  Y de los demás.  Nos necesitamos los unos a los otros. Para vivir. Para sobrevivir. No somos solos. Somos-con-el-otro y a ese otro nos debemos. Necesitamos su reconocimiento y aceptación porque sin el otro estamos a la intemperie, sin cobijo ni protección, sin alimentos ni abrazos. En la tradición judía sabemos que los humanos somos imperfectos y desvalidos y que  a veces nos “portamos mal”. El Día del Perdón nos lo recuerda y lo hace de manera personal y concreta, no podemos mirar para otro lado porque en esas 24 horas de reflexión introspectiva asumimos que cada uno de nosotros es responsable de sus conductas hacia nuestros semejantes y por el mundo. 
Publicado en La Nación como “Somos responsables de nuestra conducta” 15/9/21

¿Qué es un shone toive?

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En estas fechas mamá mandaba imprimir shonetoives. No sabía entonces que shone toive era como se decía en idish shaná tová. Para mí shoinetoive era una sola palabra que quería decir “tarjetas que se mandan una vez por año”. Eran blancas, con un ligero borde dorado igual que el maguen David puesto arriba a la derecha, en el medio una frase en letras hebreas y abajo en negro y en relieve, “desean Mesio y Cesia Wang”. Cada tarjeta venía con su sobrecito igualmente blanco y del mismo tamaño en cuyo frente mamá escribía prolijamente nombres y direcciones que consultaba en una libreta con una tapa roja. Mi tarea era pasar la lengua por el pegamento de la solapa, apretar para que se pegue y encimar cada sobre al montoncito que se iba levantando a mi lado.  La ceremonia terminaba con las estampillas que mamá había comprado en una plancha y que yo recortaba una por una y las pegaba en el costado superior derecho de cada sobre. Con los sobres en una bolsita, caminábamos tres cuadras hasta la esquina de la librería donde estaba el buzón rojo del barrio. La boca estaba tan alta que mamá me alzaba y yo empujaba con la mano izquierda una especie de tapa interior que tenía la boca y con la derecha iba metiendo todos los sobres en grupos de cuatro o cinco. 

Unos días después empezaban a llegar los shonetoives que nos enviaban a nosotros. Eran sobres de distintos tamaños y tarjetas con variados diseños, dorados y plateados, coloridos o blanco y negro, con frases en castellano o en idish (¿o era hebreo?) y abajo los apellidos de los amigos conocidos. “¿Qué dice?” preguntaba yo con cada shonetoive que llegaba. “A guit iur” (un buen año) me decía mamá, en estos días todos nos deseamos un buen año. El que más me intrigaba era el de un pariente que vivía en Israel. Era una carta en papel finito, celeste, que tenía las palabras escritas del lado de adentro, había que despegar la solapa con cuidado para que no se rompiera el papel y se pudiera leer todo. 

Mamá paraba encima del aparador los shonetoives. Hasta que llegaba el día en el que mamá no comía, encendía una vela que ardía 24 horas, a la tarde se vestía muy elegante y desaparecía con un “me voy al shil”. Mamá había aceptado a pesar suyo la oposición de papá a todo ritual religioso. Pero no ese día. “Es para mis muertos”, decía. Y papá callaba y escondía los ojos. 

Se viene otro nuevo año. Los shonetoives,  luego cartis brajá (tarjetas con bendiciones) ahora son videos y buenos deseos que nos mandamos por internet. No es igual porque falta la emoción de ver llegar los sobres y tenerlos abiertos alegrando nuestra vista. Pero al mismo tiempo es lo mismo, porque seguimos deseando y compartiendo la esperanza de un nuevo comienzo y una nueva oportunidad. Cuando era chica no sabía bien de qué se trataba, acompañaba a mamá en un ritual que era obviamente importante para ella, me dejaba participar y aprendí haciendo cuál era mi lugar y a qué me comprometía. Hoy sé que se trata de convivencia y responsabilidad en este horizonte judío en el que palabras y conductas se entretejen porque son lo mismo. Nos recuerda que no estamos solos, que somos del otro y para el otro, necesitamos y esperamos su presencia y compañía, y su perdón si en algo le hemos faltado, porque el otro es nuestro garante, al mismo tiempo nido y juez. 

Extraño aquel despliegue colorido que había sobre el aparador de mi casa de la infancia y así como hacía mamá, iré al shil el día de la vela de 24 horas, no solo porque es el día para los muertos como decía ella, sino porque es también, y esencialmente, el día para los vivos, los que nos juntamos en este ritual milenario, interior y silencioso que nos alimenta, nos da identidad y sentido. 

¡Shaná Tová Umetuká!

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link de Clarin 6 de septiembre 2021

Cancelación, Revista Rumbos de Clarin

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HAZ LO CORRECTO
La cultura de cancelación se instaló en las redes sociales para señalar a personas con actitudes consideradas ofensivas o inadmisibles.
Sus defensores hablan de justicia y sus detractores destacan el peligro del “pensamiento único”. ¿Cómo se sigue? | POR AYE IÑIGO

Bloquear a alguien en Twitter por un mensaje ofensivo, repudiar en Facebook a un artista por sus dichos racistas o incitar a que se deje de seguir a un influencer en Instagram. De un tiempo a esta parte, la llamada “cultura de cancelación” acaparó las redes sociales convirtiéndose en un fenómeno mundial.
Pero, ¿de qué hablamos cuando hablamos de “cancelar”? A grandes rasgos, la cultura de cancelación (o “cancel culture”, en inglés) es una especie de censura o castigo en el que a alguna persona –por lo general una figura pública– se le quita el apoyo o el reconocimiento social a raíz de dichos o actitudes que son considerados inadmisibles u ofensivos.
Para el investigador Leonardo Murolo, doctor en Comunicación y director de la Licenciatura en Comunicación Social de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), se pueden detectar dos tipos de cancelación. “En primera instancia la cancelación es dejar de seguir, dejar de ser amigo, dejar de consumir las producciones de algunas personas por lo que dijeron, ya sea un tuit, una manifestación periodística o cualquier discurso que circula y que a la luz del presente es políticamente incorrecto e inconcebible”, explica Murolo en entrevista con Rumbos.
En segunda instancia, la cancelación puede darse ya no por dichos sino por acciones personales, que en algunos casos hasta podrían estar relacionadas con delitos o denuncias graves. “Eso a algunos también los lleva a cuestionar la obra de esa persona repudiada, dejar de consumirla y de disfrutar de algo que antes valoraban”, agrega el experto.
Así, a la persona cancelada se la deja de seguir en las redes sociales, se la “escracha” por sus dichos o actitudes o, en el caso de que sean artistas, incluso se dejan de consumir sus libros, sus películas o sus canciones. Los ejemplos son cuasi infinitos y varían según su grado de gravedad: desde aquellos que dejaron de escuchar la música de Michael Jackson por sus denuncias de pedofilia hasta quienes repudiaron a Samanta Casais por hacer trampa en Bake Off Argentina.
Según la psicóloga, escritora y conferencista polaco-argentina Diana Wang, los orígenes de la hoy llamada “cultura de cancelación” se retrotrae a unas décadas atrás, cuando la población afrodescendiente en Estados Unidos buscó una forma de enarbolar su derecho a hablar y a hacerse escuchar. “Su intención no era la venganza sino lo que llamaron ‘justicia transformadora’, a la que luego se plegaron los movimientos feministas. Se pretendía visibilizar al colectivo silenciado e instalar el tema con el objetivo de conseguir un cambio en la sociedad. Se buscaba que la persona comprendiera lo impropio de lo que hubiera hecho, que se arrepintiera y que compensase lo que hizo de alguna manera. Por es lo llamaron ‘justicia transformadora’. Enseñar, mostrar, explicar, entender, instalar el tema, cambiarlo”, explica Wang a Rumbos.


Obra y autor, ¿asuntos separados?

A mediados de 2020 la icónica película Lo que el viento se llevó, el drama épico de 1940 que tiene como telón de fondo la Guerra de Secesión en Estados Unidos, fue noticia en todo el mundo cuando HBO la retiró de su plataforma luego de varias acusaciones de que el filme romantizaba y aceptaba el racismo.
La “cancelación” de la película – que fue impulsada a raíz del asesinato en Mineápolis del afromericano George Floyd, víctima de la brutalidad policial– duró poco: a los 15 días HBO volvió a sumarla a su catálogo pero con una placa de advertencia en la que aclaraba que el filme “es un producto de su época y que muestra prejuicios étnicos y raciales que estaban mal en aquel entonces y que están mal hoy”.
Al poco tiempo, 150 intelectuales de distintos países del globo publicaron una carta contra la censura y la cultura de la cancelación.
Los firmantes, entre quienes se encontraban nombres como el de la escritora canadiense Margaret Atwood o el intelectual estadounidense Noam Chomsky, criticaban la cada vez menor libertad de expresión y la censura de aquellos que piensan diferente producto de “un nuevo conjunto de actitudes morales y compromisos políticos que tienden a debilitar nuestras normas de debate abierto y la tole- rancia de las diferencias a favor de la conformidad ideológica”.
La cuestión avivó un debate de larga data: ¿es posible separar la obra del autor? “Hay una frase que circula por las redes sociales que es ‘tu ídolo es un forro’. Ahí está la medida del debate en nosotros mismos sobre qué toleramos que hagan en su vida pública, privada o íntima quienes valoramos como referentes.
Ahí encontramos un examen moral hacia esa persona. Si vale la pena o no cancelar todas sus aristas por una o varias de ellas que nosotros no compartimos”, opina Murolo.
Para Diana Wang, quien recientemente dio una charla sobre la cultura de la cancelación en el marco de TEDxRíodelaPlata, la obra se puede disfrutar sin importar qué pensaba o qué hacía su autor porque la obra no es la persona. Y agrega: “Por otra parte, no sé si alguien en este mundo resiste ser escrutado con lupa en todo lo que ha hecho o dicho en su vida. Yo escucho ‘Preludio de amor y muerte’ del Tristán e Isolda de Wagner y lloro como una Magdalena. Y resulta que Wagner era un antisemita convicto y confeso, pero a mí me encanta y no voy a dejar de conmoverme con su obra aun cuando su persona me resulte deleznable”.
En ese sentido, la psicóloga y escritora opina que es en las redes sociales donde se juega especialmente la cultura de la cancelación. “Las redes sociales son maravillosas, porque horizontalizaron toda la información, pero al mismo tiempo su lógica de búsqueda de likes y seguidores hace que todo allí sea veloz, reactivo y un tanto feroz. Y esto fuerza a ir a los extremos, a buscar el impacto. No hay espacio para reflexionar, para ponderar, para pensar. Y este es el peligro en el que estamos”, dice.
Por su parte, Leonardo Murolo cree que los antecedentes de cancelar pueden rastrearse en la vida analógica, previo a la aparición de las redes sociales y de las nuevas tecnologías, en comportamientos tan arcaicos como el chisme, el juntarse con algunas personas para hablar mal de otras o el hecho de retirarle el saludo a alguien.
“En las prácticas digitales se encuentran formas diferentes que ya veníamos llevando adelante en la presencialidad, previa a estos escenarios en donde construimos sociabilidad como podemos, algunas de esas formas como el escrache y el boicot hoy se llaman cancelar”, agrega.


Cancelar o no cancelar, esa es la cuestión
Frente a las desigualdades históricas y la distribución inequitativa del poder, muchos colectivos invisibilizados encontraron en la cultura de cancelación y en la democratización de las redes sociales una forma de alzar su voz y pedir reconocimiento. La pregunta que siempre ronda en las discusiones sobre el tema es si la cancelación es o fue, en algún punto, necesaria.
“Está bueno visibilizar a todos esos colectivos que han sido invisibles y que ahora luchan por ser protagonistas, tener el derecho de hablar y de expresarse. Está buenísimo porque tiene que ver con el respeto y con la inclusión. El problema de la cancelación actual es que en lugar de encarar la conducta de una persona, darle la oportunidad de que lo piense o lo revise, se señala y se acusa a la persona. No es la conducta la impropia, pasa a ser la persona entera”, opina Wang.Al respecto, Wang explica que, como consecuencia, aparecen en respuesta a la cancelación los llamados “libertarios”, aquellos grupos que, como reacción, esgrimen su libertad y su derecho de decir lo que quieran sin ataduras y sin considerar si sus dichos son propios o impropios.
“Yo creo que empezó muy bien y que perdió el rumbo y se fue al otro extremo. Yo no creo por ejemplo en la libertad total y absoluta. Eso es irresponsable. Creo que la libertad tiene sus límites, hay cosas que no puedo o no debo decir así como hay cosas que puedo o no puedo hacer. Tengo que aprender como individuo a comunicar y comunicarse de modo de no lesionar a nadie o de no instigar delitos o situaciones
violentas. Pero una libertad responsable no se condice con atarse de manos, o tener un nudo en el cerebro o sentir un miedo paralizante de expresar algún punto de vis- ta”, se explica Wang.
Por su parte, el doctor en Comunicación Leandro Murolo opina que la cultura de la cancelación es muchas veces una herramienta utilizada por el ciberactivismo, que busca plantear temáticas y disputar agenda. “Que muchas personas generen un trending topic deviene en
que la sociedad hable del tema y que los medios masivos tengan que replicarlo. Para lograrlo este ciberactivismo tiene que ser disruptivo, potente en su dinámica. En ese sentido, la cancelación puede ser una herramienta. Su uso es exponer a una persona que es manifiestamente contraria a esta causa, ponerla como evidencia de alguien que se desvía de los valores actuales de la sociedad, de esta dimensión políticamente correcta o necesaria para transformar la realidad”, detalla.
Sin embargo, el investigador destaca también que las grandes ideas necesitan espacio y tiempo para ser desarrolladas y debatidas con otros y que, muchas veces, el escenario de las redes sociales, con su lógica de la inmediatez y de lo conciso, no son ágoras propicias para los grandes debates.“Desde ese punto de vista la cancelación parece promover algo bastante peligroso que es la homogeneización del pensamiento”, dice Murolo, y explica que cada momento histórico tuvo sus temáticas políticamente correctas, pero que si se pretende que todos los sujetos sociales públicos se manifiesten en el mismo sentido para no ser cancelados, se corre el peligro de obturar el debate.
“El límite de esta defensa a la pluralidad infinita por supuesto es la defensa de los derechos humanos y de los consensos humanitarios que han costado mucho lograr y que no estamos dispuestos a discutir. Pero en otras cuestiones que son debatibles ante los posicionamientos, proponer que si no se piensa de determinada manera se corre el riesgo de la cancelación, se homogeniza el discurso y estaríamos ante espacios públicos que no serían fértiles para ningún tipo de avance en la reflexión sobre lo social”

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Hoy no se fía, mañana sí

Vladimir Kush

Vladimir Kush

Cuando era chica y pedía algo imposible, papá contestaba: “¿ahora o después?”. Si yo decía “ahora” respondía que no podía. Si caía en la trampa con un “después” venía un “bueno”, sin decir cuándo porque no llegaba nunca. Era una promesa falsa, un juego en el que ambos hacíamos como que era de verdad. 

Dos personas se enamoran y en el calor de la pasión ven los pequeños desencuentros, los momentos de incomodidad, esas cosas que no les gustan, pero se dicen, “ya va a pasar”. La historia prospera, el calor se transforma en tibieza y lo que era diminuto no solo no cambia sino que se agranda, a veces hasta la violencia. La promesa de que el amor todo lo puede pone en acción un poderoso mecanismo de encubrimiento. “Hoy no, pero ya vendrá lo esperado”. “Estoy mal pero con fe todo va a cambiar”. Después. Alguna vez. Y faltos, carentes y sedientos, nos cubre el ilusorio manto de creer y no vemos la realidad. Aun desdichados y heridos seguimos esperando el milagro. ¿A qué se debe esa férrea lealtad que persiste aunque cada día todo sea peor?

Hace mucho que nos pasa lo mismo en nuestra querida Argentina. Nos prometen futuros paradisíacos que no llegan nunca y hacemos como que creemos. Volvemos a esperar ese  “después” imaginario, cayemos en la misma trampa una y otra vez. ¿Qué nos hace crédulos, confiados e ilusos? ¿Esperamos que el milagro de que alguna vez el “después” eternamente prometido y obviamente imposible sea por fin “ahora”? 

Impertérritos ante una realidad que nos cachetea, desalentados y abatidos, algunos insisten en la fe, de una manera religiosa. Impávidos, ¿resignados? ¿aún esperanzados? los veo caer bajo el influjo misterioso, tentador e hipnótico de seguir creyendo. Leen lo que no funciona con esa lente distorsiva y recortan y seleccionan lo que confirma el futuro mesiánico. “Ahora” es obvio que no. Tampoco mañana. E  insisten en creer en ese “después” anhelado cuya llegada se posterga siempre. Y contra toda lógica la credulidad y la fe siguen en pie. 

Con papá era una cuestión de supervivencia. Para seguir siendo su niña amada, para no perder su cariño prefería no incomodarlo con el reclamo de su tramposo “después”. Amaba su chispa, su alegría, su fuerza. Amaba los números musicales que hacíamos en las reuniones familiares. Necesitaba creer, me eran vitales su presencia y protección. El evitaba decir “no”, también necesitaba seguir siendo querido, necesitaba de mi mirada fiel y obediente, sin fisuras ni resquemores. El juego se repetía: sabía que sus “después” eran siempre unos después infinitos pero era tanta la necesidad de contar con él que, aún a riesgo de entontecerme, mi lealtad era indestructible. Creía. Esperaba.  

¿Pasará lo mismo con los “despueses” partidarios codiciosos de votos? ¿Será también una cuestión de supervivencia esperar lo que es obvio que no pasará? ¿Hasta dónde la lealtad puede enceguecer y trastocar las percepciones, disculpar con ligereza bajezas, fechorías y delitos llamándolos errores? País jardín de infantes de niños cándidos esperando a reyes magos que hagan “ahora” los imposibles “después”. Ya no es cuestión de grietas. Y no es solo la foto, pero también. ¿No ven? ¿Hacen que no ven? ¿No les importa lo que ven? 

Pertenecer tiene sus beneficios, otorga identidad, contención y sentido. Pero no es gratis, se paga con lealtad férrea, credulidad ciega y postergación.

“Hoy no se fía, mañana sí” decía el cartel en el almacén de mi barrio. Era para mantener a la clientela.  Cuestión de fe. 

Publicado en Clarin

La culpa de todo la tienen las bicicletas

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Se dio a conocer un estudio publicado en el mes de junio por el Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos, LEDA, de la Universidad de San Martín, dirigido por Ezequiel Ipar. Su título es “El antisemitismo en Argentina: tramas e interrogantes”.

La imagen que caratula el informe es una vieja caricatura antisemita. Se ve a un hombre con enormes orejas, labios carnosos, nariz grande y ganchuda, mirada burlona y codiciosa, que tiene en sus manos hilos que van a dos títeres, a la izquierda, claro, un militar soviético con una bomba en la mano y a la derecha, claro también, un hombre con los atributos de la masonería. La encuesta telefónica en la que se basa el informe solicitaba “el grado de acuerdo con la frase: Detrás de la pandemia del Coronavirus hay figuras como Soros y laboratorios de empresarios judíos que buscan beneficiarse económicamente”.

Los resultados, luego de solo 3100 personas encuestadas, han tenido una amplia difusión en los medios, tanto los “hegemónicos opositores” como los “afines al gobierno”. El número es impactante puesto que señala que el 37% de los encuestados se manifestó de acuerdo con la frase, uno de casi cuatro argentinos, según podría inferirse, dice creer que detrás de la pandemia hay judíos, como Soros, que se beneficiaron económicamente. ¡Casi la mitad!

Semejante número, tan desproporcionado, me hizo sospechar y preguntarme acerca de la validez de la encuesta. Todo encuestador sabe que se pueden dirigir las respuestas según el modo en que se hagan las preguntas, las palabras que se usen y los sesgos que estimulen, especialmente las encuestas de opinión. Conforme se pregunte se puede probar una cosa o todo lo contrario como bien sabemos al escuchar las encuestas políticas que conocemos a diario.

Hay que distinguir dos aspectos: la ideología detrás de la encuesta y la encuesta misma.

Veamos la ideología.

¿Por qué las comillas? Ya en el comienzo del informe aparecen unas inocentes comillas que atrajeron mi atención. Dice: “El antisemitismo resulta desde siempre un asunto espinoso en la Argentina, “hogar” de una de las diez comunidades judías más grandes del mundo”. ¿Por qué las comillas?, ¿no reconocen los autores del estudio que la Argentina es nuestro hogar? ¿Es una alusión a la histórica acusación antisemita de doble lealtad, a que no somos suficientemente argentinos, a que estamos acá pero no somos de acá?

¿Por qué aclarar? Luego define antisemitismo y aclara su disenso con la definición universalmente aceptada de la Alianza Internacional para la Memoria del Holocausto, IHRA por su sigla en ingles, en la que el antisionismo es considerado la nueva expresión del antisemitismo. La necesidad de plantear el disenso en un trabajo que no tiene relación con el estado de Israel resulta sospechosa.

¿Por qué la conexión? También me pregunto por qué y cómo se les ocurrió la idea de ligar la pandemia al antisemitismo. Es cierto que hubo quien esbozó algún tipo de relación en la Argentina, nunca falta algún delirante, pero el mito mayor es el compromiso de laboratorios chinos en el desarrollo del virus. Las comunidades asiáticas fueron atacadas por ello en diferentes países. ¿Qué interés podrían tener quienes diseñaron la encuesta en dirigir la atención a los judíos en la Argentina? Y bien sabemos que "jews are news", basta que se mencione la palabra judío para que se le preste atención inmediata, tenemos esa “suerte” de protagonismo. Instalar como conversación en los medios que 4 de cada 10 personas creen que los judíos tenemos que ver con la pandemia es, además de una propuesta falaz y sesgada, una bien pensada maniobra distractiva.

La pregunta misma es tendenciosa pues dirige la respuesta, pecado que la invalida como bien lo sabe cualquier encuestador: “¿Cual es su grado de acuerdo con la frase: Detrás de la pandemia del Coronavirus hay figuras como Soros y laboratorios de empresarios judíos que buscan beneficiarse económicamente?”

Acuerdo. Si se pregunta por el “grado de acuerdo” se implica que habrá algún acuerdo. Es como cuando mi mamá servía un plato y preguntaba “¿cómo te gustó?”, no había manera de decir que a uno no le gustaba porque la pregunta misma incluía que nos iba a gustar, poco o mucho, pero que nos iba a gustar. Si la pregunta fuera abierta, por ejemplo,” ¿qué opinás sobre…?” no se está invitando a acordar desde el planteo mismo.

Dinero. Decir que “los judíos buscan beneficiarse económicamente” dispara automáticamente el acendrado prejuicio acerca de la supuesta y natural codicia judía y de nuestro enfermizo interés por el dinero que nos convierte en emblema de la explotación y el aprovechamiento. La sola formulación del beneficio económico abre ese archivo dicho y regurgitado durante siglos, acentuado por propagandas y campañas, repetido una y otra vez en bromas, chistes y comentarios. Y ya sabemos, como dijo el maléfico genio de Goebbels, lo que se repite muchas veces y en diferentes contextos, se incorpora como hecho cierto. Muchos, a menudo sin darse cuenta, tienen ese archivo instalado y la sola mención en la pregunta acerca de los judíos beneficiándose económicamente salta como un resorte automático.

Soros. De entre los otros datos que aporta surge que el grupo etario que más aprueba la frase son jóvenes de entre 16 y 40 años con el 32%. ¿Sabrán quién es Soros o solo escucharon la palabra judío y con eso basta? Las palabras “empresarios judíos” evoca la idea antisemita de la sinarquía internacional, sólidamente instalada. No hace falta, además, saber de quién se trata, si lo pregunta alguien desde alguna Universidad, “debe ser alguien importante”. Como en el cuento del emperador desnudo, no siempre es fácil decir “no sé quién es”.

En la misma semana se sumó el triste y banal episodio de Showmatch con la imagen de Ana Frank ilustrando la frase “yo no soy una mujer que no sale de su casa”. No daría para mucho, pero levantó una importante ola de reacciones acusando al programa y a su conductor de antisemita y banalizador del Holocausto. No veo el programa y hasta donde sé, no pretende más que ser un entretenimiento superficial, ligero y chabacano. Eso no lo libera de la responsabilidad que tiene como cualquier medio masivo en lo que dice y en lo que muestra. Ciertamente Ana Frank en ese contexto estaba totalmente fuera de lugar y es comprensible la molestia de algunos. También yo la sentí. Pero, así como el estudio emprendido por LEDA, también este episodio revela que mencionar a los judíos asegura centimetraje en los medios.

Tanto para los judíos, siempre alertas ante la más mínima sospecha, como para los demás a quienes la palabra “judío” les despierta una atracción irrefrenable. Aunque es sabido, conviene recordar que es una consecuencia de siglos de judeofobia, potenciados con la “teoría racial” que nació en el S XIX con su terrible consecuencia, el antisemitismo, la idea de que los judíos somos diferentes biológicamente, somos otra “raza”. No se trata de qué pensamos o que tengamos creencias religiosas diferentes en cuyo caso podría ser modificado con una conversión o una "apropiada reeducación". La “teoría racial” dice que la diferencia es genética, ergo, no es modificable y que, como bien-mal lo concretó el nazismo, la única forma de resolver la "cuestión judía" es con el exterminio.

La Iglesia durante siglos con el apoyo de reyes y señores feudales, políticos e intelectuales, han difundido de manera sistemática y aviesa esa teoría que integra la cultura occidental muchas veces de manera invisible y silenciosa, pero siempre a mano para distraer a la gente de otras cosas. Lo hizo la Rusia zarista cuando inventó los “Protocolos de los Sabios de Sión” y luego el nazismo para encolumnar al pueblo alemán hacia una guerra criminal y suicida.

Jews are news. Hablar de judíos, hablar mal de judíos, mostrar que generan sospecha, desconfianza, resentimiento, da rédito sigue siendo útil, asegura centimetraje y sigue siendo usado.

Lamentablemente.

Seguimos teniendo mucho por hacer.

No nos desanimemos (me lo digo a mí misma).

Me hace acordar al chiste:

Uno dice: -Los judíos y las bicicletas tienen toda la culpa de lo que pasa.

El otro pregunta: -¿por qué los judíos?

El primero responde: -¿por qué las bicicletas?

(Agradezco a Aida Ender por la corrección editorial)

Publicada en Revista Gallo.

Cuando no ven que no ven

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Después del episodio de Showmatch, en el que Sofía Jiménez, cantó y bailó un tema de Paulina Rubio que repetía “no soy una mujer que no sale de su casa”, se dijo mucho, no siempre de manera ponderada. Querría ahora, pasados unos días, seguir pensando.

Otra parte de la canción entonada decía “no soy esa niña perdida, que firma un papel y te entrega su vida”, lo que nos informa que trata sobre el empoderamiento de la mujer pero en el contexto de la pareja.

Sin embargo la producción pretendió apuntar más alto, salir de la órbita doméstica y elevarlo a otros temas. Por eso puso como telón de fondo imágenes de mujeres conocidas por sus fortalezas y reivindicaciones: Frida Kahlo, Malala Yousafzai, Eva Perón, Gaby Sabatini, Mercedes Sosa, Teresa de Calcuta, Nini Marshal, Oprah Winfrey, Maria Elena Walsh y Ana Frank. Con diferentes historias y orígenes religiosos y étnicos, todas cumplen el objetivo planteado de honrar a mujeres potentes. Aunque hay dos que, miradas más de cerca y, en diálogo con la letra de la canción, no pudieron, literalmente, salir. Frida sobrevivió a un accidente que la dejó postrada y con dificultades de movilización. Igual Ana, que debió esconderse para no ser descubierta, deportada y asesinada por los nazis. Pero no hay historia respecto a discriminar gente con dificultades de movilidad y sí la hay respecto a la discriminación a los judíos.

¡Y vaya si hay historia!

Es obvio que la imagen de Ana, en ese contexto y con esas palabras de fondo, tocaran un nervio del alma judía, siempre sensible y alerta, siempre temiendo volver a ser atacada.

Las reacciones no fueron homogéneas, como puede verse incluso en los tantos comentarios que recibió mi posting anterior con la historia del antisemitismo y la sensibilidad que ello ha generado en los judíos. Algunos -incluso algunas organizaciones- acusaron a la producción del show de antisemita y banalizadora del Holocausto. En el otro extremo solo señalaron lo impropio de incluir a Ana en un espectáculo burdo y ligero.

Ana conocía el valor de las palabras, soñaba con ser escritora y habría sido muy buena. Haciendo honor a la letra de la canción, no la imagino, si hubiera sobrevivido, sometida a un marido. No llegó a adulta, no tuvo que pelear por esos derechos, sólo dejó su diario de adolescente con los pormenores del encierro forzado. También por eso fue impropia su inclusión entre esas mujeres modélicas.

No coincido con quienes acusan a la producción del programa de antisemitismo o banalización del Holocausto. Creo que así como es banal el show, la razón también lo fue. Habrán pensado que era una genialidad incluir a Ana entre las mujeres empoderadas y no se dieron cuenta de lo que estaban tocando. Pero acá viene mi gran pregunta: ¿tienen derecho a no darse cuenta? Con la importante llegada al público adicto que recibe y legitima lo que ve, ¿no tienen la obligación y la responsabilidad de pensar un poco más allá? Tal vez solo eso les podemos preguntar. A ellos y a los otros influenciadores de opiniones y puntos de vista que pululan en los medios y las redes. Teniendo en sus manos una herramienta con tanto poder es un tema a revisar si pueden lavarse las manos respecto a la responsabilidad que les cabe.

La cara de Ana como modelo de mujer que no sale de su casa es como poner al gran Stephen Hawking en silla de ruedas con un jingle que invite a bailar. Sería claramente ofensivo, para él y para todos los que, como él, son prisioneros de un cuerpo que no pueden mover. Igual Ana Frank.

Yo no vi en el hecho el viejo fantasma del antisemitismo. A mi, como judía, como hija de sobrevivientes del Holocausto y como persona sensible, me molestó ver la estrechez de las miradas de los productores que no ven que no ven, que, inmersos en la espectacularidad, no advierten como puede llegar lo que muestran.

Es una excelente oportunidad para apelar a ensanchar esa mirada e invitar a prestar atención y revisar lo que se piensa, lo que se dice, lo que se muestra, en especial en los medios. Es preocupante ciertamente ver que recién vieron cuando el reclamo les abrió los ojos. Lo bueno es que ahora tienen la oportunidad de ver.

Como todo daño -y, aunque menor, éste lo es-, el reconocimiento, el arrepentimiento y la compensación, lo cierra. Compensar en el programa mismo, decir simplemente “nos equivocamos” sería un excelente ejemplo de conducta cívica responsable, un ejemplo a seguir teniendo en cuenta la sensibilidad de quienes sufren algún dolor y esperan, si no el abrazo de consuelo y el apoyo explícito, al menos un silencio respetuoso.

Unos días depués.

Nobleza obliga: Tinelli aceptó el error y pidió disculpas.

Ya anticipo las voces en contra pero creo que el reconocimiento es un precedente importante especialmente en los medios y redes tan afectas a exabruptos sin consecuencias.

Toda conducta tiene consecuencias y los que viven en los medios y las redes tienen una gran responsabilidad porque construyen y modelan eso que se llama la "opinión pública". Supongo que más de uno no se sentirá satisfecho y disentirá conmigo, dirá que le está bajando el rating o que es una persona poco confiable que lucra con la banalidad, pero en estos tiempos de éticas líquidas y agresiones impunes, me parece importante que alguien haya tenido la sensatez de reconocer, arrepentirse y disculparse. Sea por las razones que fuere.

Lo importante es su conducta y el ejemplo que deja en su propio público.

Comparto sus palabras publicadas en Iton Gadol:

“No quisimos ofender a nadie”.

“Yo no sabía que iba a aparecer esa imagen, pero por supuesto conocemos todos la historia de Ana Frank y hay muchos que se han sentido muy dolidos, sobre todo personas que han perdido familiares en el Holocausto. Yo tuve cuatro veces la oportunidad de visitar la casa de Ana Frank en Ámsterdam y conozco perfectamente toda la historia. Jamás vi la imagen y compartí los comentarios de quienes entendieron que fue un error sin intención”.

“Lejos estamos de banalizar algo tan terrible para la historia como es el Holocausto. Lo digo como padre de un hijo que ha ido seis años a la escuela ORT. Conozco perfectamente lo que es la educación hermosa que tiene toda la comunidad judía en la Argentina y en el mundo. Y además soy una persona que colabora desde hace 27 años con la AMIA y con todo lo que ha sido la tragedia de la AMIA. Así que en nombre de todos nosotros, no la habíamos visto (la imagen), pero me hago cargo como productor responsable y conductor. Mil disculpas para toda la comunidad y para el Centro Ana Frank”.

Lo que aprendí después de Aprender de Grandes

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Aprender de Grandes, el espacio que creó, conduce y disfruta Gerry Garbulsky, está cumpliendo 100 episodios. Se hizo un festejo tan innovador como nos tiene acostumbrados. En él algunos de nosotros compartimos lo que habíamos aprendido después de haber participado en el ciclo:

Melina Furman, Gala Diaz Langou, Glenda Vieites, Fabian Skornik, Alberto Rojo, Ximena Saenz, Susana Galperín, Sebastián Campanario, Cesar Silveyra, Sergio Mohadeb, Andrei Vazhnov, Alberto Naisberg, Santiago Bilinkis, Laura Aresca, Guadalupe Nogués, Alejo Cantón, Gustavo Pomeranec, Manu Ginobili, Jorge Drexler, Andres Miguens, Eduardo Saenz de Cabezón y yo.

Acá todos los aprendizajes relatados:

  • Manu Ginóbili aprendió sobre el sueño y a andar en bicicleta.

  • Melina Furman reconoció la importancia de evocar para aprender.

  • Mariano Sigman descubrió el rol de los facilitadores para aprender algo nuevo.

  • Jorge Drexler expandió su música con el bajo eléctrico.

  • Adrián Paenza aprendió algo gracias a su cepillo de dientes.

  • Andrés Miguens aprendió a dibujar en vivo, haciendo los dibujos de Aprender de Grandes.

  • Gala Díaz Langou aprendió algo sobre los vínculos de su hija de un año y medio.

  • Glenda Vieites encontró una manera de manejar el estrés creciente de los editores de libros.

  • Fabián Skornik aprendió sobre el multitasking y la espiritualidad.

  • Alberto Rojo aprendió sobre las conversaciones entre las plantas y el tamaño de los planetas.

  • Diana Wang se dio cuenta de que en su trabajo, la herramienta es ella misma y otras cosas más.

  • Ximena Sáenz compartió cómo preparar flores para comerlas.

  • Susana Galperin reconoció el poder de las redes para conectarse con gente.

  • Sebastián Campanario le está sacando más jugo a su trabajo con extraterrestres.

  • César Silveyra vive en el presente y lo canta así.

  • Sergio Mohadeb (Derecho en Zapatillas) reflexionó sobre el control preventivo y el derecho.

  • Andrei Vazhnov habló sobre el fin de universo.

  • Alberto Naisberg descubrió por qué se emociona cada vez que piensa en su abuelo.

  • Eduardo Sáenz de Cabezón reconoció la importancia de sacar a la ciencia de la discusión política partidaria.

  • Santiago Bilinkis reflexionó sobre lo que podemos cambiar como sociedad.

  • Laura Aresca mostró cómo tener un propósito en la vida puede resultar en beneficios en la salud.

  • Guadalupe Nogués quiere agrandar el mundo, aprendiendo de otros y con otros, para lo cual necesitamos aprender a conversar.

  • Alejo Canton reconoció que cuando algo es lindo no necesita marketing y reflexionó sobre valor de ser escandaloso.

  • Gustavo Pomeranec aprendió a hacer un podcast.

Los alcances del perdón

Ilustración: Fidel Sclavo

Ilustración: Fidel Sclavo

Simon Wiesenthal, prisionero en el campo de concentración de Mauthausen, fue obligado a presentarse ante un nazi que, a punto de morir y torturado por la culpa, necesitaba un judío que lo perdonara.

Ante ese dilema, Simon no pudo hacerlo porque, según la tradición judía, solo las víctimas podían perdonar y ya no estaban para hacerlo. Quien sería años después el conocido cazador de nazis, centró su libro “Los límites del perdón” en ese episodio, cruzando humanismo con ética, responsabilidad con libertad de elección y el abismo de la muerte definitiva con el perdón.

El perdón sucede después de la culpa. Pero no una culpa cualquiera. Asesinar no es lo mismo que matar, el mandamiento dice “no asesinar”. Matar es un acto de defensa, cuando hay que elegir entre la propia vida y la del otro.

Asesinar es matar para conseguir algo, por odio o venganza, por obedecer a una orden.

Pedir perdón debe ser consecuencia de varios pasos. Primero, el reconocimiento del daño perpetrado. Segundo, el sincero arrepentimiento, el que lleva a una reflexión modificadora. Tercero, la compensación a la víctima, en palabras y hechos concretos.

Una vez reconocido el daño, una vez sentido y expresado el arrepentimiento, una vez compensada la víctima, recién entonces y, si la víctima considera que la conducta posterior del perpetrador lo amerita, podrá recibir el perdón.

La culpa por los actos criminales no siempre es evidente. ¿Quién es más culpable? ¿quien empujó a los judíos a las cámaras de gas o los que tomaron la decisión? ¿el soldadito que dispara su arma o el narco que lo mandó? ¿el torturador o la autoridad que lo ordenó? ¿Quién se siente culpable? ¿Quién debe pedir perdón?

Creo, igual que Wiesenthal y no sólo porque también soy judía, que el perdón humano, el perdón legítimo, el perdón reconciliador, es prerrogativa de la víctima, porque si la vida continúa el perdón debe suceder entre las personas, no gracias a la intervención divina.

Luego, si no hay reconocimiento, aceptación y reparación, el pedido de perdón será engañoso e hipócrita, solo gimnasia verbal.

Pero también la sociedad y sus instituciones tienen la potencialidad de perdonar cuando han sido lesionadas. Por desapariciones y apropiación de niños. Por delitos de lesa humanidad que siguen impunes. Por vacunas que no llegan y determinan muertes que podrían haberse evitado.

De las cien mil muertes que ya lloramos, indican los científicos que unas diez mil podrían no haber sucedido. ¿A quién corresponde la culpa? ¿Qué deben hacer los familiares de las víctimas, mutilados, impotentes y desesperados? ¿A quién reclamar? ¿Quién tiene el valor de decir “me equivoqué”, “no me di cuenta de que pasaría esto”, espero que me perdonen?

Pero, si el error “inocente” o la negligencia “ligera” conducen al asesinato, estamos otra vez ante los alcances del perdón. ¿Se puede perdonar a quien sea que asuma la culpa por la pérdida del papá, de la abuela, del esposo?

Cada una de estas diez mil personas ya no está para perdonar. El acto fue definitivo, de la muerte no se vuelve. Los que, con el guante blanco de la justificación oportunista y falaz, “firmaron la orden” de asesinar a diez mil personas, probablemente no lo hicieron “a propósito”, pero lo hicieron.

¿Necesitarán alguna vez pedir perdón, como aquel SS a punto de morir? Aunque ese perdón nunca llegue, porque el asesinato es el límite de su alcance, sería esperanzador que alguno reconozca lo que se hizo, lo explique y, aunque no se lo demos, nos pida perdón.

Publicado en Clarin.

Publicado en El diario de Leuco.

Publicado en Revista Gallo. Y en su newsletter #17.