Cancelación, Revista Rumbos de Clarin

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HAZ LO CORRECTO
La cultura de cancelación se instaló en las redes sociales para señalar a personas con actitudes consideradas ofensivas o inadmisibles.
Sus defensores hablan de justicia y sus detractores destacan el peligro del “pensamiento único”. ¿Cómo se sigue? | POR AYE IÑIGO

Bloquear a alguien en Twitter por un mensaje ofensivo, repudiar en Facebook a un artista por sus dichos racistas o incitar a que se deje de seguir a un influencer en Instagram. De un tiempo a esta parte, la llamada “cultura de cancelación” acaparó las redes sociales convirtiéndose en un fenómeno mundial.
Pero, ¿de qué hablamos cuando hablamos de “cancelar”? A grandes rasgos, la cultura de cancelación (o “cancel culture”, en inglés) es una especie de censura o castigo en el que a alguna persona –por lo general una figura pública– se le quita el apoyo o el reconocimiento social a raíz de dichos o actitudes que son considerados inadmisibles u ofensivos.
Para el investigador Leonardo Murolo, doctor en Comunicación y director de la Licenciatura en Comunicación Social de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), se pueden detectar dos tipos de cancelación. “En primera instancia la cancelación es dejar de seguir, dejar de ser amigo, dejar de consumir las producciones de algunas personas por lo que dijeron, ya sea un tuit, una manifestación periodística o cualquier discurso que circula y que a la luz del presente es políticamente incorrecto e inconcebible”, explica Murolo en entrevista con Rumbos.
En segunda instancia, la cancelación puede darse ya no por dichos sino por acciones personales, que en algunos casos hasta podrían estar relacionadas con delitos o denuncias graves. “Eso a algunos también los lleva a cuestionar la obra de esa persona repudiada, dejar de consumirla y de disfrutar de algo que antes valoraban”, agrega el experto.
Así, a la persona cancelada se la deja de seguir en las redes sociales, se la “escracha” por sus dichos o actitudes o, en el caso de que sean artistas, incluso se dejan de consumir sus libros, sus películas o sus canciones. Los ejemplos son cuasi infinitos y varían según su grado de gravedad: desde aquellos que dejaron de escuchar la música de Michael Jackson por sus denuncias de pedofilia hasta quienes repudiaron a Samanta Casais por hacer trampa en Bake Off Argentina.
Según la psicóloga, escritora y conferencista polaco-argentina Diana Wang, los orígenes de la hoy llamada “cultura de cancelación” se retrotrae a unas décadas atrás, cuando la población afrodescendiente en Estados Unidos buscó una forma de enarbolar su derecho a hablar y a hacerse escuchar. “Su intención no era la venganza sino lo que llamaron ‘justicia transformadora’, a la que luego se plegaron los movimientos feministas. Se pretendía visibilizar al colectivo silenciado e instalar el tema con el objetivo de conseguir un cambio en la sociedad. Se buscaba que la persona comprendiera lo impropio de lo que hubiera hecho, que se arrepintiera y que compensase lo que hizo de alguna manera. Por es lo llamaron ‘justicia transformadora’. Enseñar, mostrar, explicar, entender, instalar el tema, cambiarlo”, explica Wang a Rumbos.


Obra y autor, ¿asuntos separados?

A mediados de 2020 la icónica película Lo que el viento se llevó, el drama épico de 1940 que tiene como telón de fondo la Guerra de Secesión en Estados Unidos, fue noticia en todo el mundo cuando HBO la retiró de su plataforma luego de varias acusaciones de que el filme romantizaba y aceptaba el racismo.
La “cancelación” de la película – que fue impulsada a raíz del asesinato en Mineápolis del afromericano George Floyd, víctima de la brutalidad policial– duró poco: a los 15 días HBO volvió a sumarla a su catálogo pero con una placa de advertencia en la que aclaraba que el filme “es un producto de su época y que muestra prejuicios étnicos y raciales que estaban mal en aquel entonces y que están mal hoy”.
Al poco tiempo, 150 intelectuales de distintos países del globo publicaron una carta contra la censura y la cultura de la cancelación.
Los firmantes, entre quienes se encontraban nombres como el de la escritora canadiense Margaret Atwood o el intelectual estadounidense Noam Chomsky, criticaban la cada vez menor libertad de expresión y la censura de aquellos que piensan diferente producto de “un nuevo conjunto de actitudes morales y compromisos políticos que tienden a debilitar nuestras normas de debate abierto y la tole- rancia de las diferencias a favor de la conformidad ideológica”.
La cuestión avivó un debate de larga data: ¿es posible separar la obra del autor? “Hay una frase que circula por las redes sociales que es ‘tu ídolo es un forro’. Ahí está la medida del debate en nosotros mismos sobre qué toleramos que hagan en su vida pública, privada o íntima quienes valoramos como referentes.
Ahí encontramos un examen moral hacia esa persona. Si vale la pena o no cancelar todas sus aristas por una o varias de ellas que nosotros no compartimos”, opina Murolo.
Para Diana Wang, quien recientemente dio una charla sobre la cultura de la cancelación en el marco de TEDxRíodelaPlata, la obra se puede disfrutar sin importar qué pensaba o qué hacía su autor porque la obra no es la persona. Y agrega: “Por otra parte, no sé si alguien en este mundo resiste ser escrutado con lupa en todo lo que ha hecho o dicho en su vida. Yo escucho ‘Preludio de amor y muerte’ del Tristán e Isolda de Wagner y lloro como una Magdalena. Y resulta que Wagner era un antisemita convicto y confeso, pero a mí me encanta y no voy a dejar de conmoverme con su obra aun cuando su persona me resulte deleznable”.
En ese sentido, la psicóloga y escritora opina que es en las redes sociales donde se juega especialmente la cultura de la cancelación. “Las redes sociales son maravillosas, porque horizontalizaron toda la información, pero al mismo tiempo su lógica de búsqueda de likes y seguidores hace que todo allí sea veloz, reactivo y un tanto feroz. Y esto fuerza a ir a los extremos, a buscar el impacto. No hay espacio para reflexionar, para ponderar, para pensar. Y este es el peligro en el que estamos”, dice.
Por su parte, Leonardo Murolo cree que los antecedentes de cancelar pueden rastrearse en la vida analógica, previo a la aparición de las redes sociales y de las nuevas tecnologías, en comportamientos tan arcaicos como el chisme, el juntarse con algunas personas para hablar mal de otras o el hecho de retirarle el saludo a alguien.
“En las prácticas digitales se encuentran formas diferentes que ya veníamos llevando adelante en la presencialidad, previa a estos escenarios en donde construimos sociabilidad como podemos, algunas de esas formas como el escrache y el boicot hoy se llaman cancelar”, agrega.


Cancelar o no cancelar, esa es la cuestión
Frente a las desigualdades históricas y la distribución inequitativa del poder, muchos colectivos invisibilizados encontraron en la cultura de cancelación y en la democratización de las redes sociales una forma de alzar su voz y pedir reconocimiento. La pregunta que siempre ronda en las discusiones sobre el tema es si la cancelación es o fue, en algún punto, necesaria.
“Está bueno visibilizar a todos esos colectivos que han sido invisibles y que ahora luchan por ser protagonistas, tener el derecho de hablar y de expresarse. Está buenísimo porque tiene que ver con el respeto y con la inclusión. El problema de la cancelación actual es que en lugar de encarar la conducta de una persona, darle la oportunidad de que lo piense o lo revise, se señala y se acusa a la persona. No es la conducta la impropia, pasa a ser la persona entera”, opina Wang.Al respecto, Wang explica que, como consecuencia, aparecen en respuesta a la cancelación los llamados “libertarios”, aquellos grupos que, como reacción, esgrimen su libertad y su derecho de decir lo que quieran sin ataduras y sin considerar si sus dichos son propios o impropios.
“Yo creo que empezó muy bien y que perdió el rumbo y se fue al otro extremo. Yo no creo por ejemplo en la libertad total y absoluta. Eso es irresponsable. Creo que la libertad tiene sus límites, hay cosas que no puedo o no debo decir así como hay cosas que puedo o no puedo hacer. Tengo que aprender como individuo a comunicar y comunicarse de modo de no lesionar a nadie o de no instigar delitos o situaciones
violentas. Pero una libertad responsable no se condice con atarse de manos, o tener un nudo en el cerebro o sentir un miedo paralizante de expresar algún punto de vis- ta”, se explica Wang.
Por su parte, el doctor en Comunicación Leandro Murolo opina que la cultura de la cancelación es muchas veces una herramienta utilizada por el ciberactivismo, que busca plantear temáticas y disputar agenda. “Que muchas personas generen un trending topic deviene en
que la sociedad hable del tema y que los medios masivos tengan que replicarlo. Para lograrlo este ciberactivismo tiene que ser disruptivo, potente en su dinámica. En ese sentido, la cancelación puede ser una herramienta. Su uso es exponer a una persona que es manifiestamente contraria a esta causa, ponerla como evidencia de alguien que se desvía de los valores actuales de la sociedad, de esta dimensión políticamente correcta o necesaria para transformar la realidad”, detalla.
Sin embargo, el investigador destaca también que las grandes ideas necesitan espacio y tiempo para ser desarrolladas y debatidas con otros y que, muchas veces, el escenario de las redes sociales, con su lógica de la inmediatez y de lo conciso, no son ágoras propicias para los grandes debates.“Desde ese punto de vista la cancelación parece promover algo bastante peligroso que es la homogeneización del pensamiento”, dice Murolo, y explica que cada momento histórico tuvo sus temáticas políticamente correctas, pero que si se pretende que todos los sujetos sociales públicos se manifiesten en el mismo sentido para no ser cancelados, se corre el peligro de obturar el debate.
“El límite de esta defensa a la pluralidad infinita por supuesto es la defensa de los derechos humanos y de los consensos humanitarios que han costado mucho lograr y que no estamos dispuestos a discutir. Pero en otras cuestiones que son debatibles ante los posicionamientos, proponer que si no se piensa de determinada manera se corre el riesgo de la cancelación, se homogeniza el discurso y estaríamos ante espacios públicos que no serían fértiles para ningún tipo de avance en la reflexión sobre lo social”

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