… Y ahora es Aguinis comparando al grupo de Milagros Sala con las Juventudes Hitleristas y Nelson Castro que inventa el neologismo “gestafip”, los feligreses de una iglesia en La Pampa van a misa con bigotes a lo hitler en protesta por la adhesión del cura al dictador Videla. Estamos en el reino del “segual”. Se toman estos conceptos-atajo como golpes de efecto en una esgrima mediática que excluye contextos, implicancias, objetivos y por sobre todo la verdad. Y parece ser imparable. Ya habían empezado los palestinos en la primer intifada llamando nazis a los israelíes lo que se toma hoy como “natural”. Nada de esto resiste a la menor reflexión. ¿Qué se puede parecer a la Shoá, al nazismo, a la Gestapo, a los SS, a la industria de la muerte, a los experimentos médicos, al asesinato de niños, al gaseamiento de millones de personas? ¿Qué? Nuestra desgarradora experiencia está siendo usada a mansalva. Y por nuestra me refiero a la Humanidad. Por más que resulte revulsivo e indignante, tendremos que acostumbrarnos a este estado de cosas y a tener que salir una y otra vez a explicar, esclarecer, enseñar porque el uso bastardeado de conceptos de la Shoá como herramientas de ataque y descalificación se extiende de manera virósica y epidémica. Hasta ahora solo algunos judíos advertimos el peligro de la banalización, la implicancia de que finalmente, si el nazismo se puede comparar con cualquier cosa, entonces “no fue para tanto”. Esperemos que el resto de la sociedad nos acompañe en esta empresa de esclarecimiento. Pueden y deben levantarse alertas ante algunos procesos al estilo de “el huevo de la serpiente”, para impedir su evolución y crecimiento. Pero en los textos y discursos que vemos en vez de enunciar una alerta se instala la idea de que es lo mismo la tergiversación, la mentira, el uso político, el acoso que el asesinato planificado. Y no puedo más que gritar con congoja y desolación que ¡NO ES LO MISMO! ¡NO ES LO MISMO! Publicado en cartas de lectores de La Nación, agosto 29, 2012
Sobre una frase de Aguinis
El artículo de Aguinis "El veneno de la épica kirschnerista" levantó mucha polvareda, no por lo que enuncia respecto de la actualidad política sino por la desafortunada frase: "Las fuerzas (¿paramilitares?) de Milagro Sala provocaron analogías con las Juventudes Hitlerianas. Estas últimas, sin embargo, por asesinas y despreciables que hayan sido, luchaban por un ideal absurdo pero ideal al fin, como la raza superior y otras locuras."
Publicación de Mi Lucha. ¿A favor o en contra?
La noticia de la publicación de Mi Lucha, texto fundacional de la ideología nazi, ha producido preocupación y temor. El estado de Baviera, Alemania, propone su publicación antes de que venzan los derechos que detenta. Se trata del libro que Adolf Hitler escribiera en la cárcel de Landsberg en la década del veinte sobre cuyas ideas se construyó el nazional-socialismo. Sería publicado antes de 2015 en dos versiones comentadas, con datos objetivos, referencias críticas y profusa revisión histórica con el propósito de su desmitificación. Una versión sería para los jóvenes y la otra, más académica, se apoyaría en textos de historiadores e investigadores.Muchos sobrevivientes de la Shoá y sus descendientes, así como personas genuinamente preocupadas por las consecuencias de su difusión se oponen a esta publicación alegando –o temiendo- que legitimaría el odio anti judío, generarían nuevas huestes de odiadores y daría un fuerte espaldarazo a la ideología nazi que podría luego derramarse sin contención ni freno. Aunque es comprensible que la sola mención de Hitler o de Mi Lucha abra los archivos más ignominiosos y la repulsa más visceral de toda persona bien pensante, no me opongo a tal publicación. Es más, creo que sería beneficiosa.
La prohibición. En principio, no apoyo ni aliento la censura. La libertad de expresión puede ser peligrosa, pero es indispensable para que todos tengamos el mismo derecho a expresar nuestro punto de vista, sea cual fuere, incluso, y especialmente, cuando se oponga al poder de turno. Idealmente, la libertad de expresión debería ser responsable: el emisor debiera conocer y asumir el peso de hacer público algo y el receptor debiera tener el suficiente espíritu crítico como para poder extraer sus propias conclusiones. Sabemos a estas alturas que la responsabilidad o la lectura crítica no podrán enseñarse mediante prohibición alguna. La historia nos muestra que sucede lo contrario: lo prohibido se vuelve deseado, despierta curiosidad y el hacerlo público termina siendo un acto de rebeldía y de libertad. Desarrollar la responsabilidad social de los medios así como la lectura crítica de los lectores, siguen siendo asignaturas pendientes en nuestra educación. Es fácil defender la libertad de expresión cuando se trata de cosas con las que acordamos. El reto es cuando la opinión contraviene nuestra ideología y debemos elegir a qué nivel obedecer, si al particular de la opinión específica o al más general del derecho a opinar. En lugar de prohibir, nos vemos ante el desafío de buscar medios para contrarrestar y argumentar en contra, abrir el diálogo, conversar con la otra idea y hacerlo de modo tal que el eventual lector incorpore nuestra opinión a su universo de sentido y le abra la posibilidad de pensar de otra manera. No es prohibiendo sino conversando inteligentemente que se puede conmover una idea establecida. Creo, en consecuencia, que si el estado de Baviera lo desea, se debe publicar Mi Lucha en esta edición que promete ser crítica y comentada. Todo el que quiera puede encontrar el libro y leerlo, por ello, es mejor esta versión cuidada y estudiada que las que circulan libremente por internet o las que pueden comprarse en kioskos y plazas.
El prejuicio. Llámese judeofobia, antisemitismo, odio a los judíos o sospecha-desconfianza ante lo judío, este libro nos enfrenta con ello y se teme que su publicación reavive el prejuicio, lo despierte, desarrolle o genere nuevos adeptos. Creer que una publicación tiene este poder es creer que los prejuicios pueden ser construidos o destruidos de manera unívoca, simple y sencilla. Disolver y erradicar un prejuicio requiere de mucho trabajo, tiempo y paciencia, precisa del consenso social y la persistencia de volverlo tema de la formación personal desde variados frentes (escuela, familia, Iglesia, medios, chistes, creaciones artísticas, etc). Un prejuicio no se construye -ni se destruye- de buenas a primeras con un libro, con un consejo, con una reflexión. Ojalá así fuera. Esto lo sabemos muy bien quienes trabajamos con la difusión de la Shoá cuyo sustento ideológico es el antisemitismo y vemos que la información que transmitimos no es suficiente para diluir este prejuicio tan hondamente enraizado en la civilización occidental. El prejuicio anti judío se ha construido desde lo emocional a lo largo de siglos de formulaciones, re-formulaciones y validaciones, instiladas desde comentarios al pasar, chistes, rumores, novelas, teatro, prédicas, noticias, atribuciones de culpas, ironías, medias verdades públicas, religiosas o dichas en el seno familiar que penetran y se instalan como verdades incuestionables y naturalizadas, no se someten a crítica ni reflexión alguna. Un prejuicio, como su palabra lo indica, es previo al juicio, no es racional sino que está basado en supuestos ideológicos-emocionales y no en evidencias objetivas y no se disuelve solo con la racionalidad. Un libro más o un libro menos no le hacen mella.
El negacionismo. Creo que la publicación de esta nueva versión de Mi Lucha, oficial, legal y debidamente comentada, podría generar el efecto contrario al temido. Aunque sea un libro de tanta y tan persistente circulación, es más un objeto de culto que de lectura. Los nuevos lectores, si es que lo leen, podrían descubrir dos cosas. Una, es conocer los fundamentos y alcances de las propuestas ideológicas que le dieron legitimidad al inédito plan de exterminar a todo un pueblo, el pueblo judío, sin límites geográficos ni nacionales, esté donde esté y por causas falsamente científicas como la “teoría racial”. La otra cosa que pueden descubrir suele serles escatimada por los propagadores de la ideología nazi que prefieren no mencionar cómo ella condujo a Alemania a emprender dos guerras simultáneamente: la II Guerra Mundial y la Guerra contra los Judíos. Evitan hablar sobre la cantidad de víctimas –más de 50 millones de personas- así como sobre el horror y la crueldad que alcanzaron grados inéditos en la historia de la humanidad. A eso nos referimos cuando decimos unánimemente “Nunca Más”. El negacionismo de la Shoá tiene como función disociar la ideología nazi de estos resultados que, conocidos, le harían perder adeptos. Me parece deseable que se publique esta versión crítica y comentada de Mi Lucha para que los nazis o los potenciales nazis de hoy y más de algún distraído se enteren de a qué grados de iniquidad conducen estas ideas.
Volver, crónica de un viaje, abril/mayo 1995
Archivo en pdf: Volver
Gustavo Sala, ejemplo de ignorancia y desinformación. ¿Pedirá disculpas?
Tira cómica publicada en Página 12, suplemento NO, el 19 de enero de 2012.
Tal vez Gustavo Sala sea una buena persona, tal vez no sea antisemita, tal vez tenga más de un amigo judío o hasta una novia, o la haya tenido y la quiso, tal vez no albergue sentimientos antijudíos, pero en su afán de provocar y escandalizar se le fue la mano. Hay una fina línea que separa al humor de la ofensa. Y él la cruzó. Tal vez se sorprenda de lo que produjo su comic publicado en Página 12, un día antes del 70 aniversario de la Conferencia de Wannsee donde las más altas autoridades nazis decretaron "la solución final al problema judío", o sea, su exterminio total del planeta.
Triste forma tuvo este periódico para conmemorar una fecha tan infausta para la humanidad. Todavía hay sobrevivientes, estamos sus hijos y nietos. Sobre todos nosotros, con nuestra sangre, Sala tuvo la "brillante" idea de hacer estos dibujos. Claro, Ghetta y gueto suenan parecidos, David es un nombre que suelen poner los judíos a sus hijos y la asociación fue como un "eureka" que se volvió tira cómica. El territorio de los genocidios es un territorio minado y ensangrentado en donde las marcas del horror -marcas que en algunos son cicatrices, en otros heridas que siguen abiertas-, están ahí como un testimonio de la crueldad que el hombre puede ejercer sobre el hombre. El humor suele tener como materias primas los prejuicios, el racismo, los lugares comunes, que funcionan como atajos y llevan a una comprensión instantánea para cualquiera. Los humoristas lo saben muy bien, pero su genio consiste, si es que lo tienen, en usar el prejuicio sin avalarlo, usarlo y criticarlo, usarlo y exhibir su improcedencia o absurdo. Esperamos las disculpas de Sala.
También sería importante que se informara, que conociera a sobrevivientes, que aprendiera algo sobre el Holocausto. Su falta de juicio, su banalización superficial, confirma que hay mucho que desconoce (por ejemplo, lo de hacer jabones fue un mito que ha sido reiteradamente desmentido). Sería bueno que conociera y recién después creara una tira cómica. Generaciones de la Shoá y Sherit Hapleitá se ofrecen para concertar una reunión con los que sobrevivieron al infierno de Auschwitz para que vea de primera mano de qué se trata lo que trató tan ligeramente.
Nos llama la atención que el editor responsable de Página 12 haya autorizado la publicación de la tira cómica. Los sobrevivientes también esperamos una disculpa de ese medio de prensa.
Los sobrevivientes y sus hijos y nietos congregados en Sherit Hapleitá y Generaciones de la Shoá
La profecía del criminal – Moisés Borowicz
La Profecía del criminal es un libro cinematográfico, contado en imágenes concretas y sumamente evocadoras. He leído decenas de libros de testimonio y no es común uno encarado de esta manera. Tiene la gran virtud de no pretender contarlo todo, ni dar lecciones u ofrecerse como modelo o ejemplo de nada. Así como es Moisés, sencillo, inteligente y pícaro, se plantea su historia casi como si se sorprendiera a sí mismo de cómo se fueron dando las cosas. Contada en viñetas, en anécdotas que siguen su derrotero en la Shoá, hay distintos personajes que entran y salen de la escena con la misma humildad con la que se presenta el protagonista. Tiene la virtud de transmitir de manera descriptiva y emocional algunos momentos significativos de su vida durante la Shoá, antes y después. Desde su infancia en Sokoly pasando por el bosque, el gueto, el viaje en el tren y los siete campos de su ordalía: Majdanek, Blyzin, Plaszow, Wieliczka, Mauthausen, Melk, Ebensee, luego de la liberación el pasar por la condición de Desplazado en Italia a la espera de un destino para seguir viviendo. Las ordalías eran las pruebas que se hacían sobre las personas acusadas de brujería durante la Inquisición, por ejemplo se echaba a una mujer con una piedra pesada atada a su cuerpo a un lago, si se hundía era bruja, si sobrevivía no. Las ordalías son pruebas construidas supuestamente para probar la presencia una mujer con una pesada piedra atada puede emerger a la superficie y salvarse. ¿Cómo se salvó Moisés? El trayecto por los siete campos de Moisés es una verdadera ordalía, una prueba tras otra a la que fue sometido y de las que salió airoso, él mismo no sabe por qué. Como dicen todos los sobrevivientes, la suerte fue el factor determinante. Pero él se pregunta si no fue por la profecía del criminal, aquél austríaco que disparó a Moisés pero mató a una paloma porque al apretar el gatillo la bala no salió enseguida y anunció proféticamente “este chico va a sobrevivir la guerra, tiene destino de vivir”. Moisés nos deja la pregunta abierta que atormenta a todos los sobrevivientes ¿por qué fue que sobreviví? Y se responde, irónicamente, con el recuerdo de la profecía de uno de sus asesinos fallidos.En su libro se ve claramente la gradualidad con la que los judíos fueron siendo conducidos al camino de la muerte y la imposibilidad de una oposición efectiva frente a este enemigo organizado y con una clara determinación asesina. Relata Moisés, sin embargo, todos los intentos que hizo su familia, él mismo y otros a su lado, para evitar su destino fatal. Cuando podían huían, se tiraban de los trenes, cavaban hoyos en los bosques donde permanecían meses y meses, así fue como Moisés y su familia sobrevivieron un año entero. Uno no alcanza a imaginar lo que es permanecer acostados en un sitio incómodo, húmedo, helado o caluroso, a oscuras y en silencio rogando a cada instante no ser descubiertos, no ser denunciados, que un grupo de nazis o de antisemitas polacos no se topen con la entrada de la cueva…. Días y días con la incertidumbre del mañana. Si se desconoce cuándo finalizará el sufrimiento éste se multiplica y se hace insoportable. Los dolores de parto se toleran porque uno sabe que en poco tiempo, minutos, horas, terminará. El no saber cuándo se termina lo agiganta enormemente. Es lo que vivieron en ese año en el pozo en el bosque, una experiencia que los que no vivimos no alcanzamos a comprender. Los objetos que hacían la diferencia entre la vida y la muerte en los campos: el pote, una cuchara cuando se conseguía, el calzado, los zuecos. La vida concentracionaria es un universo tan particular que a veces sus detalles se pierden al recuperar la vida normal y no siempre se cuentan. Siempre me sorprendió que los sobrevivientes no mencionen en sus testimonios, salvo que se les pregunte específicamente, cómo es vivir sin relojes ni espejos, dos elementos que nos resultan esenciales para ubicarnos. No sabían cuándo era su cumpleaños, ni qué aspecto tenían. No eran dueños de sus cuerpos puesto que no podían responder a sus necesidades cuando lo necesitaban sino en un horario determinado y ante los ojos de los demás. La puerta del baño es un bien que nos humaniza, nos permite resguardar nuestra intimidad de la mirada de los demás. Como dice Moisés “no teníamos ropa interior”. Cosas que uno toma por normales acá no existían y la identidad, la subjetividad debía construirse con los elementos que había. Y he aquí el milagro de lo humano, se podía. Están los amigos, la policía judía, los gentiles antisemitas y los gentiles que arriesgaron sus vidas, el levantamiento armado de Bialystok, la cruel locura de la escalera de la muerte en Mauthausen, los encuentros con personajes de su pueblo, los destinos de sus familiares y amigos, Moishe Maik el amigo bromista de su hermano Yehuda, Motek Czerwonietz que protagoniza una de las escenas más conmovedoras del relato, los perpetradores con nombres, apellidos y apodos. Pero es central en el corazón de Moisés la desaparición de su querido hermano Yehuda del que nunca más supo nada luego de verlo saltar del tren. Dice Yehuda fue uno de los primeros en tirarse. Arrojó su sobretodo para que recibiera las descargas de metralla y después se lanzó él. Un instante antes de hacerlo me buscó con la mirada y alcancé a leer en sus labios: “nos vemos hermanito”. Sin evidencias de su muerte, la posibilidad de que hubiera sobrevivido y, como hipotetiza Moisés, que haya perdido la memoria y no recuerde su nombre, abre todo el capítulo de la presencia de los que no tenemos evidencia de que hayan muerto. Como los desaparecidos en la dictadura argentina cuyos padres y familiares dicen aún hoy que cuando suena el teléfono piensan “¿será….?”, Yehuda es una presencia-fantasmal , alguien siempre esperado. Al hablar de su infancia, relata sus recuerdos infantiles, sus juegos y sus compañeros de juegos, y lo hace con frescura y sencillez, permitiendo la identificación del lector porque cualquiera de nosotros hemos sido niños como él. A veces, en los relatos de sobrevivientes que cuentan las partes terribles, el horror en grado puro, producen un cierto distanciamiento en el lector o en el oyente porque ninguno se ha visto en una situación similar y el relato, aunque espantoso, está tan alejado de la realidad común que no le permite identificarse con el sobreviviente. Moisés cuenta, a lo largo de todo el libro, de un modo que hace que cualquiera que lea entienda visceralmente lo que dice, pueda identificarse con él e imaginarse cómo sería si a él le pasara lo mismo. Es, para mí, el mérito mayor del libro. En Generaciones de la Shoá hemos diseñado un proyecto para mantener vivo el relato oral de la Shoá, el Proyecto Aprendiz. En él un joven conoce a un sobreviviente, interactúa con él y se compromete a contar su historia en las décadas futuras. Nos aseguramos así que algunas de estas historias siga estando viva y puedan ser transmitidas con el calor de la presencia y con las pequeñas anécdotas que hacen de cada vida algo visible y comprensible por cualquiera. Este logro central en el libro debe ser una combinación entre la personalidad de Moisés, sus recuerdos y lo que privilegia en ellos, junto con la mirada y decisiones literarias de Daniel Izrailit. No estuve en la cocina del libro ni conozco los detalles, pero advierto el trabajo de edición y el cuidado del escritor en verter la historia manteniendo la oralidad del protagonista y dando al mismo tiempo un producto literario fluido que hace la lectura posible y rica. Me siento muy honrada de haber sido invitada por Moisés a esta nueva presentación prologada esta vez por el querido Daniel Rafecas, cuyo texto recomiendo leer especialmente. Quiero agradecer a todos vuestra presencia, a la querida Comunidad Chalom la invitación y permítanme cerrar tomando unas cosas del libro. En los agradecimientos, dice el autor: agradezco a Moisés Borowicz por concederme el privilegio de escribir su historia y por las otras historias que se comenzaron a escribir desde nuestro primer encuentro. Y Moisés le agradece a Daniel por tomarse la molestia y el trabajo de escuchar tanto tiempo, tantas cosas y escribir todo esto. Para uno es un privilegio, el otro teme que sea una molestia. Daniel Izrailit dedica el libro y hago mías sus palabras: A los que no miraron para otro lado, a los que tendieron una mano, a los que crearon un hilo de luz en el pozo ciego de la humanidad. Diana Wang
El Pogrom de Noviembre (conocido como la Kristallnacht)
Cambio de la denominación. La Shoá está siendo conmemorada cada vez más en su distintas fechas. El 27 de enero el Día Internacional del Holocausto, Iom Hashoá el 27 de Nisán del calendario hebreo (entre marzo y mayo del calendario gregoriano), el 8 de mayo el Día de la Capitulación de Alemania y el 9 de noviembre popularizado como la Kristallnacht –la noche de cristal- y mal traducido como “la noche de los cristales rotos”. "Kristallnacht" es el nombre creado por la usina de pensadores del Ministerio de Propaganda del Reich, el famoso centro de generación de operaciones políticas liderado por Joseph Goebbels. Esta evidencia ha determinado que tanto en conmemoraciones oficiales de Alemania como para académicos de otros sitios[1], se ha convenido que el nombre sea Pogrom de Noviembre.
Todo cambio de denominación requiere un tiempo de conocimiento, convencimiento, adaptación e incorporación. No ha sido fácil con la palabra Shoá pero lo estamos consiguiendo. Tal vez por un tiempo habrá que hacer lo mismo que se hace con ella, a la que se le agrega a veces Holocausto como aclaración. Sería “Pogrom de Noviembre” (conocido como la Kristallnacht).
¿Qué quiere decir Kristallnacht? y ¿qué pasó en realidad? Kristallnacht es una formulación cuasi poética, “la noche de cristal”, que más que decir, oculta lo ocurrido esa fatídica noche de noviembre. Evocamos junto con esa formulación las fotografías tan profusamente difundidas de los frentes de negocios judíos con sus vidrieras rotas y los fragmentos de vidrios esparcidos por la calle. ¿Quiénes tiraron las piedras que quebraron los vidrios? Tal vez jóvenes rebeldes y aventurados o quizás enojados luego de conocida la muerte de vom Rath. Son imágenes que no llegan a ser delictivas, algo más que travesuras, casi anodinas y que refieren al ataque a propiedades en manos de espíritus vengadores por la muerte del diplomático alemán en Paris. Claro que sabemos que las cosas no fueron así, pero lo sabemos solo los que lo sabemos. Los que no lo saben, no tienen más que los rótulos y las fotos de vidrieras rotas, no saben que no saben, no saben sobre lo asesinatos y las deportaciones, sobre el terror desatado, los incendios, los robos, las humillaciones y acosos, sobre la organización concienzuda que produjo el estallido de violencia de una manera simultánea en toda Alemania y en Austria, no saben que fueron incendiadas 267 sinagogas, que 177 de ellas fueron totalmente destruidas, que se dañaron casi 8 mil negocios de los que casi todos quedaron en escombros, que fueron arrestados y trasladados a campos de concentración 20 mil judíos, que fueron asesinados casi cien, que fueron profanados los cementerios judíos, que fueron humillados, golpeados y torturados decenas de miles ante la vista indiferente del público y las fuerzas del orden que habían recibido órdenes de intervenir solo si las llamas ponían en peligro edificios vecinos cuyos propietarios no fueran judíos.
¿Por qué llamarlo pogrom? Un Pogrom se define como una explosión de violencia en manos de una turba desatada que viola, roba y asesina a mansalva a una población judía indefensa sin mediar razón real. Un Pogrom alude a injusticia, brutalidad, blancos previamente designados, -siempre los judíos-, redireccionando el descontento popular por carriles previamente dibujados por los prejuicios y los estereotipos que definen a los judíos como el “enemigo interno” que permite la cohesión de las masas oponiéndose a él. La palabra Pogrom no es una palabra conocida, no es una palabra del habla común como lo son “cristales” y “rotos”. Para los que no saben lo que pasó, la palabra Pogrom no evoca imágenes construidas previamente ni simulacros ni disimulos usados por el nazismo para ocultar sus crímenes. Es como la palabra Shoá, debe ser explicada, no evoca imágenes ni es evidente por sí misma. Pogrom y Shoá se refieren claramente a ataques dirigidos al pueblo judío y es el primer dato relevante que comportan.
Una operación organizada. La violenta acción del 9 de noviembre de 1938 tuvo lugar gracias a una organización que proveyó los recursos, armó los equipos de asalto, brindó el entrenamiento previo y la motivación, colaboró con la logística necesaria: sistema de comunicaciones y traslados, aparato de propaganda, difusión masiva por el medio entronizado por el nazismo como su herramienta más poderosa de penetración e influencia, la radio. Años después, en la década del noventa, la radio fue el vehículo que multiplicó la consigna asesina en toda Ruanda y gran parte de su población Hutu asesinó de manera sangrienta y a machetazos a sus vecinos y amigos Tutsis. Estas cosas no se han de manera espontánea. Son explosiones de violencia generadas, alimentadas, sostenidas y planificadas por una entidad poseedora de la logística y el poder apropiados. Fue luego de una intensa campaña propagandística, igual que en la Alemania nazi. En este caso las matanzas no fueron secretas sino que se hicieron de manera abierta, subiendo la apuesta del horror del Mal que ni siquiera sentía repulsión por el derramamiento de sangre de amigos, vecinos, y fundamentalmente de niños. ¿Espontáneo? Lejos de ello. Pensado, armado, estructurado y ejecutado por el aparato estatal. Por todo ello estamos propulsando el cambio del nombre de este acontecimiento sucedido durante el nazismo. En Alemania desde fines de los 1970 el nombre público es “Reichspogromnacht”, la Noche del Pogrom del Reich y también “Pogromnacht”, Noche del Pogrom, o “Novemberpogrom”, Pogrom de Noviembre. Aunque al principio no definían una denominación homogénea en todas las denominaciones oficiales está la palabra pogrom.
Una curiosa coincidencia en las fechas. Estas órdenes y la simultaneidad de los vandalismos revela que la pretendida espontaneidad no fue tal aunque sí lo fue el asesinato de vom Rath, un evento perfecto para gatillar el estallido de violencia. El 9 de noviembre tuvo una gran resonancia simbólica para el partido nazi, y la violencia desatada ese día de 1938 no fue accidental. Ni siquiera la fecha es inocente y es reveladora de otras intenciones. Un 9 de noviembre de 1918, 30 años antes, había abdicado el Káiser Guillermo II, lo que determinó el fin de la monarquía en Alemania, tomada por Hitler y sus simpatizantes como una traición al alma alemana. Quince años antes, un 9 de noviembre de 1923, Hitler y sus seguidores hicieron lo que se conoce como el Putsch de la Cervecería, el intento fracasado de toma del poder en Múnich cuya consecuencia fue el arresto de Hitler y la lección de que el poder solo podía tomarse mediante el voto popular, hacia lo que trabajaría una vez salido de la cárcel con su “Mi lucha” terminado de escribir. La fecha elegida para la acción de 1938 no fue por cierto azarosa, hasta hay una progresión aritmética precisa, de quince en quince años. (Y también un 9 de noviembre pero de 1989 fue la caída del Muro de Berlín, fecha elegida para "lavar" a la de 1938 que sigue avergonzando al pueblo alemán)
¿Banalización? Últimamente se habla mucho de la banalización de la Shoá y en parte somos culpables de ello con cosas como éstas. Usar la palabra elegida por los nazis abona la tendencia a banalizar, porque se toma un hecho importante y se lo reduce a una formulación que es encubridora y engañosa. Después nos sorprende que las frases hechas, los lugares comunes se repitan sin sustento ni contenido por políticos y comunicadores sociales.
Una esperanza. Esperamos que en el año 2012 y en los siguientes, las convocatorias a la conmemoración del 9 de noviembre comiencen a incluir esta denominación más descriptiva y adecuada que la generada por los mismos nazis y que la fecha empiece a ser conocida y difundida como “El Pogrom de noviembre (Kristallnacht)”.
Diana Wang
Presidenta de Generaciones de la Shoá
(re-escrito en base a su texto de noviembre de 2009)
[1] Yehuda Bauer tituló a su conferencia de 2008 The November Pogrom, the Holocaust and Genocide A Contemporary View y comienza diciendo: Nos encontramos acá, como todos sabemos, exactamente setenta años después del Pogrom de Noviembre que los Nazis llamaron La noche de crital o Reischskristallnacht.
Algunas menciones –a título de ejemplos- en museos y textos:
· http://www1.yadvashem.org/yv/en/education/learning_environments/kristallnacht.asp
· http://www1.yadvashem.org/yv/es/exhibitions/this_month/resources/austria.asp
· http://www.doew.at/projekte/holocaust/shoahengl/1938/pogrom.html
· http://www.wienerlibrary.co.uk/wls/themes/novemberpogrom.aspx
· http://www.tnr.com/article/world/the-november-pogrom
· http://de.wikipedia.org/wiki/Novemberpogrome_1938
Los platos y cubiertos que uso para comer
En el 70º aniversario de la masacre de Jedwabne. Palabras de Diana Wang - 24 de agosto de 2011-
El número de víctimas aún permanece incierto. ¿Fueron 800? ¿Fueron 1000? ¿Fueron 1600?¿Cuántos judíos fueron asesinados en aquel día de verano del 10 de julio de 1941 en Jedwabne? Más de la mitad de los habitantes de este shtetl pacífico, persiguió, atacó, arreó, encerró y quemó a la otra mitad. La idea de que tus propios vecinos, con los que fuiste a la escuela, con los que te cruzás habitualmente en la calle, con los que compartís las alegrías e infortunios cotidianos en un pueblo pobre y pequeño, que esas mismas personas sean tus atacantes, te miren con odio, te quieran matar, que te maten, la sola idea de algo así subvierte lo que uno vive como humano, lo que uno cree posible y nos deja sin un piso firme bajo nuestros pies.
Dice la investigadora polaca Ana Wajszczuk:
La masacre comenzó apenas despuntó el sol, pero se venía preparando hacía días en una creciente ola de humillaciones, asesinatos y rumores de matanzas en pueblos vecinos. Alemania había invadido la Unión Soviética el 22 de junio, quebrando el pacto de no agresión entre Hitler y Stalin. Jedwabne, incorporado a la Unión Soviética en 1939 y bajo un brutal proceso de sovietización desde entonces, cambió a manos alemanas el día 23. El destino de la mitad de su población, judíos con raíces centenarias en el pueblo, estaba sellado para diecisiete días después.
En la plaza desprovista de árboles, una cadena de brazos no dejaba escapar a centenares de hombres, mujeres y niños judíos reunidos a empujones y amenazas bajo el sol ardiente del verano, apaleados e insultados por sus propios vecinos polacos. Con el alcalde y la gendarmería alemana a la cabeza, armados con hachas, palos con clavos y barras de hierro, sacaron a sus vecinos judíos de sus casas, y persiguieron y asesinando a quienes intentaban escapar. Al final del día, quienes todavía quedaban vivos fueron obligados a marchar con el rabino al frente hasta un granero cerca del cementerio judío, obligados a llevar una estatua de Lenin, obligados a cantar que la guerra era su culpa. El establo se roció con combustible, y más de mil hombres, mujeres y niños fueron quemados vivos. Los gritos y el olor a carne quemada se convirtieron en un recuerdo fantasmal entre los habitantes de Jedwabne y sus descendientes que ocuparon las propiedades de los muertos. No lo olvidarían fácilmente.
Bernardo Olszewicz, que tenía 15 años, es uno de los pocos sobrevivientes de la masacre y nunca lo olvidó. Vivió todos estos años con el peso de la mentira que atribuía a los nazis el asesinato, siendo que fue perpetrado por los propios vecinos polacos. Fue Jan Gross el que estableció la verdad de los hechos y levantó un debate que aún desgarra a los polacos en el registro de su pasado y su memoria histórica. Basándose en testimonios de sobrevivientes y en los archivos de dos juicios celebrados por las autoridades comunistas en 1949 y 1953, inició una investigación que terminó en la publicación de su libro “Vecinos” en 2001.Ana Wajszczuk, nieta de polacos católicos prisioneros en Siberia, pudo constatar que para sus abuelos, como para muchos otros polacos, la verdadera maldición fueron los soviéticos, y por extensión sus amigos, los judíos. Luego de la ocupación nazi y hasta que estos se organizaran y establecieran sus oficinas y toda su administración, en la semanas previas a que asumieran todo el poder, en el vacío de esos días, los vecinos polacos volcaron sobre sus vecinos judíos, el odio y el resentimiento de siglos de antisemitismo potenciados por el odio al invasor soviético. Para los polacos, como dice Wajszczuk, los judíos eran todos comunistas. ¿Cómo pensar la culpa? ¿existe algo como la culpa colectiva? ¿es que todos los vecinos participaron en la masacre? ¿y los que se oponían? ¿qué pasaba con ellos? ¿cómo actuar frente a la furia desatada de una masa alimentada por siglos de odios, por venganzas y resentimientos? Para los polacos antisemitas y anticomunistas de Jedwabne, y tal vez para muchos otros en otros sitios, los judíos somos culpables por nacimiento, llevamos la marca de Abel en la frente, somos las víctimas propiciatorias donde canalizan su sometimiento de siglos. El posterior gobierno soviético liberó de la culpa a los polacos bajo su yugo y transformó el asesinato en obra de los nazis. Algo similar a lo que habían hecho en el asesinato de 20 mil militares polacos en el bosque de Katyn en 1940, muertos esta vez por los mismos soviéticos, que acusaron durante décadas a los nazis del asesinato masivo.
Pero respecto de Jedwabne, la memoria de los polacos aún está viva. Cuando se conmemoró hace unos días el 70° aniversario participó por primera vez un obispo, y el actual presidente, Bronislaw Komorowski, envió una carta en la que pedía "una vez más, perdón". Pero el alcalde no estuvo presente. El anterior, quién pretendió revisar la pasada complicidad polaca en la masacre, fue amenazado por los vecinos y tuvo que renunciar. Éste, por las dudas, no estuvo en el acto. Creo que es mucho más fácil ser judía en Argentina que ser polaco residente de Jedwabne. A diferencia de mí que como con platos y cubiertos que sé de dónde vienen, porque los compré yo, aquellos comen en platos y cubiertos que no saben con claridad a quiénes pertenecieron y a qué costo. Qué peso. Qué esfuerzo negarlo. Qué espanto el asumirlo.
Ayer, 23 de agosto, se estableció en Polonia el día de la memoria, en recuerdo de las víctimas del nazismo y del comunismo, uniendo ambos sucesos históricos como si se tratara de eventos semejantes. La fecha elegida es particularmente desdichada porque alude a la firma del pacto Ribentropp-Molotov que partió y repartió a Polonia una semana antes del comienzo de la II Guerra Mundial, pacto que fue roto por Hitler en junio de 1941 cuando invadió la parte soviética en la Operación Barbarroja. Traición sobre traición.
Aún queda mucho por trabajar. Aún queda mucho por revisar, estudiar y aprender. Las sociedades humanas parecen no saber convivir armónicamente y hemos sido impotentes en modificarlo. Tal vez no se pueda, tal vez nuestro propósito al honrar la memoria, al mantener vivos los sucesos, al intentar comprender sus implicancias y enseñar sobre eso, tal vez precise mucho más tiempo que el que nuestra vida nos permite. Ojalá que este mundo que estamos construyendo sea un sitio más amable para nuestros nietos y bisnietos, y que lo vean. Así sea.
HABLAR O CALLAR. TRAUMAS INDIVIDUALES Y TRAUMAS COLECTIVOS
(Nueva versión. Presentada para el XII Congreso Internacional de Stress Traumático y Trastornos de Ansiedad y I Congreso de la Sociedad Latinoamericana de Psicotrauma - 29 junio 2011)
Abstract: Revisión del concepto de trauma en la diferenciación entre traumas individuales y traumas colectivos. En este sentido, se propone reflexionar acerca de los distintos componentes, en ambos casos, y sus consecuencias en la subjetividad y en la sociedad. El silencio, en un caso, y el silencio, en el otro, asumen dos características diferentes para la evaluación diagnóstica y terapéutica. La autora es Presidenta de Generaciones de la Shoá en Argentina y su ponencia parte de la experiencia adquirida con los sobrevivientes del Holocausto y su silencio durante décadas, que hoy evalúa, no sólo como saludable, sino también como estructurador de la posibilidad de seguir viviendo.
INTRODUCCIÓN. Como prólogo de la dictadura militar de 1976-83, en los años de la Triple A durante el gobierno de Estela Martínez de Perón, hubo una campaña para reducir los ruidos molestos en la ciudad de Buenos Aires. Spots televisivos sobre “El silencio es salud” culminaron con el obelisco rodeado por un enorme cartel con la mencionada frase. Para quienes lo hemos vivido, nos habla del acallamiento de la oposición, el avasallamiento de los DDHH y la indiferencia de los bien pensantes. Un cartel amenazante con implicancias oscuras: ¿Qué le pasaría a quien hablara? ¿Cuáles serían las consecuencias? Mejor callar. Por las dudas. Como todo publicista sabe, una campaña debe basarse en algún sustrato de verdad para lograr el efecto buscado. Y esta sencilla frase publicitaria, “el silencio es salud” contiene una porción de verdad. Además del beneficio de callar ante un estado peligroso, existe una relación más honda entre algunos silencios y la salud. No me refiero a los silencios ante injusticias o ataques a los DDHH, sino a otros silencios, a los silencios de las víctimas, al silencio de los sobrevivientes. Aprendí que para todos ellos, el silencio, lejos de ser una conducta patológica o insana, fue condición de preservación y continuación de la vida.
Es un hecho observable que, después de genocidios o traumas colectivos (en nuestro país la guerra de Malvinas, Dictadura), los sobrevivientes y los directamente implicados quedan sumidos, a poco de terminado el hecho, en un hondo silencio. Pensado como un silencio común y, ante la idea de que superarlo sería beneficioso, se lo juzgó negativamente visto como malsano. Se traspolaba lo que se conocía de la esfera individual a la colectiva, sin advertir que se trataba de fenómenos diferentes que afectaban cosas diferentes. Se tomó el silencio de los sobrevivientes de hechos colectivos como patológico, atribuyéndole las características de negación, represión y ocultamiento. En el caso de los sobrevivientes de la Shoá, se describió un supuesto síndrome del sobreviviente[1] que los describía como “locos de la guerra”. Pasados unos años, luego de que los sobrevivientes comenzaron a hablar, observamos que, bien lejos de la locura, su silencio había sido estructurador de la posibilidad de vivir.
Dice la psicoanalista francesa Rachel Rosenblum[2] que “los sobrevivientes que hablan corren, a veces, un riesgo mayor que los que callan. Contar su historia puede producir efectos y consecuencias somáticas y psíquicas muy graves, puede evocar lo que los hace ponerse en contacto, otra vez, con la vergüenza y el terror”…. “Las técnicas de negación y distanciamiento son muy útiles cuando se trata de operar en una cripta”. Los peligros de hablar, de desencriptar lo tan sabiamente ocultado, “producen consecuencias que pueden ser muy serias”. Nos recuerda Rosenblum, en consecuencia, que se trata de mecanismos de defensa y que el quebrarlos, tal vez, comporte el peligro de quebrar la estructura psíquica del individuo en cuestión. Pero sabemos que, en algunas situaciones, poner palabras a la situación traumática vivida es lo que impide el efecto tóxico deletéreo. ¿Cómo comprender estas otras situaciones, en las que a las víctimas se envenenan si hablan?
La definición del DSM-IV respecto a traumas o síndrome de SPT se refiere a una persona individual y los efectos en la misma, independientemente de si el trauma vivido fue en un contexto individual o colectivo. La actual ponencia se refiere a la distinción en cuanto al origen de la situación traumática y a su contexto. El silencio de las víctimas tiene distinta calidad según sea su origen, responde a leyes y conductas diferentes. Los sucesos de la esfera colectiva son de otro orden lógico a lo individual, siguen otras leyes y afectan cosas diferentes. Diferenciemos, entonces, el trauma individual del trauma colectivo.
Trauma individual. El ataque o trauma individual sucede entre dos personas (por ejemplo una violación, secuestro, robo). El atacante puede ser un delincuente, un enfermo, un enemigo, su conducta es individual, está determinada por una emoción, es algo que alguien le hace a alguien, está en la esfera de lo operable y comprensible de las relaciones interpersonales. Sucede de a dos, hay un perpetrador que tiene un objetivo personal sobre el atacado; genera en la víctima culpa, vergüenza, humillación, impotencia e ira, sentimientos que deben ser comprendidos, aceptados y resignificados. En la medida en que es puesto rápidamente en palabras, permite su operatividad y reduce el efecto tóxico de su silenciamiento. Cuanto más tiempo se mantenga en silencio, más hondo quedará anclado con un peso aplastante y menos permitirá su des-traumatización. Exige una técnica de abordaje en la que la palabra es central: nombrar permite conceptualizar, reconocer, distinguir, pensar y reacomodar. Callar amenaza con comprometer la subjetividad toda, hundiendo a la persona en la victimización, sin permitirle emerger y seguir su camino. Encararlo es crucial y cuanto más pronto se haga, mejores serán el pronóstico y la recuperación.
Trauma colectivo. No se trata de una situación de a dos, aún cuando implique a veces a dos personas. El atacante no obra preso de una emoción ni por una cuestión personal sino obedeciendo órdenes, es una herramienta de una entidad superior, por ejemplo un Estado. Compromete a la sociedad toda, fragmenta las bases de lo que está bien, cambia las expectativas y reglas de la vida. El atacado es definido como enemigo social, pertenece a un grupo tomado como blanco por un Estado o estructura para-estatal; el ataque se define y justifica de manera colectiva. El ataque no es una decisión particular del perpetrador sino que proviene del Estado, lo que hunde a la víctima en el azoramiento, le impide comprender y desarma sus estructuras lógicas. Cuando es el mismo Estado en cuyo seno se desarrollaba su vida quien lo ataca, el individuo queda fuera de las estructuras sociales que lo definían como ciudadano y persona. Pierde su condición de sujeto a derecho y se vuelve, como dice Agamben ([3]), sujeto de nuda vida. Los parámetros de la educación se vuelven otros: perseguirlo, torturarlo y matarlo se vuelven buenas acciones, premiadas por la superioridad. Se subvierte lo que cualquier religión predica- hacer el Bien- y se inviste al Mal de una cualidad deseada y aplaudida. Los que eran amigos se vuelven enemigos, lo que estaba bien está mal, lo que estaba mal está bien. Si alguien ayudaba a un judío en Polonia durante la ocupación nazi, si alguien le daba refugio, le proporcionaba un salvoconducto, le daba tan solo una papa que le permitiera vivir un día más y era descubierto, se mataba a toda su familia y luego se mataba al ayudador, rompiendo los lazos de solidaridad y humanidad. Hacer el bien, ser solidario estaba prohibido, estaba mal. La denuncia, la delación, la tortura, el engaño promovidos, alentados y premiados por el Estado y la prisión sin causa, el asesinato programado y realizado por el aparato gubernamental, le quita a uno el piso sobre el que está parado, la confianza básica sobre la que se sustenta la vida en sociedad. Hace falta tiempo para que, desde lo colectivo, se asuma este quiebre en su base. Después de la 2a Guerra Mundial, los fenómenos de masacres colectivas han sido tema de investigación de las ciencias sociales y los datos son coincidentes: sea donde fuere que el hecho hubiera sucedido la mayoría de los sobrevivientes comparten esta condición de silencio. No durante los primeros meses, ni siquiera durante los primeros años. Durante décadas. En los sobrevivientes sudafricanos, los de la masacre de Ruanda, los de la guerra de Argelia, los Hereros, los de las limpiezas étnicas en los Balcanes, los de Guatemala, los de Timor Oriental y Camboya, los de Malvinas y los de la dictadura argentina y la chilena, la uruguaya, la brasilera, los sobrevivientes del genocidio armenio, los sobrevivientes de la Shoá, todos han mantenido un silencio parecido.
Callar asume acá otro énfasis y se revela como necesario para la recuperación del sentido. La socióloga Dominique Frischer lo llama silencio estructurante[4] porque, dice ella, es el que ha permitido la continuación de la vida. Recién cuando el sobreviviente siente que el pasado ha quedado atrás, cuando los pasos dados a posteriori lo tranquilizan porque todo ha seguido bien, es cuando, paradójicamente, puede ponerse en contacto con lo vivido, abrir el archivo cerrado, mirar hacia atrás y comenzar a hablar. Callar le ha permitido vivir[5].
Victimización y palabra. No todos permanecen en silencio. Algunas víctimas de genocidios o traumas colectivos, han hablado profusamente. En general, en los días inmediatos a la finalización del hecho genocida, manifiestan una fuerte determinación a compartir lo vivido, a recibir la contención luego del ataque sufrido y a resignificar de manera comunitaria su experiencia. Pero esto dura poco tiempo y la mayoría comienza el proceso de repliegue y silencio. Es curioso que aquellos que han hablado enseguida y han continuado haciéndolo – al revés que las víctimas de ataques individuales- se han instalado, muchas veces, en un lugar de victimización del que no han podido salir. Pensemos en los suicidios de algunos sobrevivientes a poco de haber terminado la situación de ataque y luego de años de intentar hablar sobre ello y recibir respuestas desinteresadas que los han arrojado en una angustiante soledad. Tan solo a título de ejemplos y por tomar a los más ilustres: Primo Levi, prisionero en Auschwitz (su primer libro “Si esto es un hombre”), se quitó la vida a los 68 años, en 1987; Bruno Bettelheim, prisionero en Buchenwald y Dachau (escribió “Sobrevivir”), se suicidó en 1990, a los 87 años, víctima de una depresión; Georges Pérec, niño de la Shoá que quedó huérfano (escribió, entre otros, “La desaparición” una novela en la que prescinde de la letra e), se mató en 1982 a los 46 años; Jean Améry, nacido en Viena como Hanns Chaim Mayer, autor del clásico “Ante los límites de la mente: Contemplaciones de un sobreviviente de Auschwitz y sus realidades”, fue prisionero en Auschwitz, Buchenwald, Bergen-Belsen, se suicidó a los 66 años en 1978; Arthur Koestler, prisionero del campo de Vernet d´Ariège, húngaro, se suicidó en 1983 a los 78 años en Inglaterra; Paul Celan, nacido como Paul Pésaj Antschel en Rumania, estuvo recluido en un campo de trabajo en Moldavia, se suicidó a los 50 años en Paris en 1970. Jorge Semprún, quien no se ha suicidado, lo dijo claramente: “tuve que elegir, o la escritura o la vida, elegí la vida” y calló durante varias décadas hasta que pudo abrir la cripta y enfrentar a sus fantasmas. Los que tenemos contacto con sobrevivientes de genocidios o traumas colectivos, tenemos muchos ejemplos, en la clínica, acerca de las consecuencias que implica el forzar a alguien a abrir la cripta de sus memorias más vergonzosas y humillantes. Sólo cuando llega el momento preciso, sólo cuando la vida, luego de varias décadas, les prueba que la confianza puede ser puesta a prueba nuevamente, es cuando pueden hablar.
Victima y victimización. Es importante diferenciar ser víctima de elegir la victimización. Esta última condición sumerge al individuo en el hecho del que fue objeto centralizado como eje de su identidad, sostenido así, alimentado y mantenido vivo. La victimización puede ser elegida tanto por sobrevivientes de traumas individuales como de traumas colectivos. Pero, las víctimas de ataques individuales que no pueden hablar enseguida, se hunden en la victimización. Las víctimas de ataques colectivos se hunden en la victimización si hablan enseguida. Cuando sienten la necesidad perentoria de hablar y lo hacen, en sus casas, el tema se vuelve recurrente y agobiante, cubre a los hijos con mensajes de resentimiento y las relaciones intrafamiliares se ven, usualmente, teñidas de culpa, ira e irritación, los hijos no quieren escuchar la cantinela constante de los ataques de los que han sido víctimas sus padres, lo cual les produce intensas contradicciones tanto por no querer escuchar como por sentirse mal porque su propia vida los tuvo fuera de peligro alguno. Los que hablaron demasiado pronto lo hicieron desde la definición de víctimas, subrayándola, buscando un reconocimiento que aún la sociedad no estaba en condiciones de dar, no había aún los dispositivos receptivos y resignificadores necesarios. El hablar con insistencia no sólo no producía alivio ni posibilidad de operar con el trauma sino tampoco de resignificación alguna. A diferencia de lo que ocurre con el sobreviviente de un ataque individual, los hunde más en la victimización, victimización que se vuelve un eje principal de identidad y los sume en cierto grado de penuria pegajosa y constante que entorpece sus vidas a cada paso.
No siempre es malo callar. Pero la gran mayoría, afortunadamente, permaneció en silencio. Siendo como soy hija de sobrevivientes de la Shoá, al comenzar mi camino de inmersión y reflexión, lo primero que me pregunté fue por las razones del silencio. En la primera edición de “El silencio de los aparecidos”[6] en 1987, sorprendida, confusa y dolorida por el silencio en el que había crecido, encontré seis razones para el mismo. Entendía y leía el silencio como una carencia, una falta de mis padres que caía sobre mí y que necesitaba entender y perdonar. Consideraba, como todos, al silencio como una condición negativa y, por ello, me era esencial comprenderlo y de-construirlo. En aquel momento propuse que (en un apretado resumen):
1) La sociedad de pos-guerra no quería escuchar. El mundo emergente de este negro episodio, en el que murieron más de 50 millones de personas, estaba abocado a su reconstrucción; no había espacio ni posibilidad de sumirse en la desesperanza que implicaba conocer lo que, del mundo decían los relatos de los testigos. Los sobrevivientes eran mirados además con una sospecha acusatoria: ¿qué hicieron para sobrevivir? ¿cómo responder a esta sospecha sin, al mismo tiempo, derrumbarse en el intento?
2) No existían las palabras. Palabras como amor parental debían ser redefinidas cuando, por amor, se entendía el entregar a un hijo a desconocidos y así tal vez salvarlo. Robar, matar, mentir, eran acciones que permitían seguir viviendo, cambiaban de signo y valor. Vida y muerte, vivir y sobrevivir, morir y ser gaseado, todas palabras que asumían sentidos nuevos, a veces imposibles de hacer compatibles con la vida “normal”. Como bien dice Primo Levi en su conocido poema, incluido en “Si esto es un hombre“: Los que vivís seguros / En vuestras casas caldeadas / Los que os encontráis, al volver por la tarde, / La comida caliente y los rostros amigos: / Considerad si es un hombre / Quien trabaja en el fango / Quien no conoce la paz / Quien lucha por la mitad de un panecillo / Quien muere por un sí o por un no. / Considerad si es una mujer / Quien no tiene cabellos ni nombre / Ni fuerzas para recordarlo / Vacía la mirada y frío el regazo / Como una rana invernal / Pensad que esto ha sucedido: / Os encomiendo estas palabras. / Grabadlas en vuestros corazones / Al estar en casa, al ir por la calle, / Al acostaros, al levantaros; / Repetídselas a vuestros hijos. / O que vuestra casa se derrumbe, / La enfermedad os imposibilite, / Vuestros descendientes os vuelvan el rostro.
3) Varias categorías de sufrimiento. Los sobrevivientes, igual que el resto de las personas, necesitan pensarse dentro de categorías que los ubiquen dónde, cuánto, qué. Las categorías fueron cambiando a lo largo del tiempo, pero en las postrimerías de la 2a Guerra Mundial había unas pocas: los asesinados y los sobrevivientes; los primeros eran vistos como inocentes per se y los segundos eran sospechados de traición o complicidad. De entre los sobrevivientes, según de qué lado del alambrado habían estado, los que fueron prisioneros de campos de concentración eran los sobrevivientes patognomónicos. Los otros, los que habían huido a la Unión Soviética o a otras partes, los que habían sobrevivido cambiando su identidad, los que habían estado escondidos en bunkers, altillos, sótanos, los que habían deambulado en bosques a la intemperie, todos estos, no eran vistos como víctimas sobrevivientes. Eran, sin embargo la absoluta mayoría de sobrevivientes y, dado que no habían estado en campos, no tenían una historia reconocida como horrorosa para contar ni tenían un relato heroico del que sentirse orgullosos, no sentían el derecho a ser reconocidos en la misma categoría. La acusación de colaboración pesaba de manera sangrienta sobre todos ellos.
4) No querían herir a sus hijos. Esto es fácilmente comprensible porque ningún padre quiere contarles a sus hijos relatos de dolores o sufrimientos que pudieran hacerles daño o sumirlos en alguna penuria no deseada. Lo mismo pasa con los sobrevivientes de los genocidios que, además de las otras razones, quieren construir familias lo más libres posible de las pestilencias del pasado con la idea de librar a los hijos de sus memorias envenenadas.
5) La confusión ante el quiebre de la continuidad: el “bache”. La Shoá, igual que cualquier otro genocidio, es un ataque sorpresivo a la confianza en la previsión y continuidad normal de la vida. Se cae en una especie de “bache” que no se había advertido antes. La caída es feroz por lo imprevisible y porque no tiene una fecha de terminación, se siente y se vive como infinita y sin salida, corroe las bases que sustentan la credibilidad en una sociedad contenedora y posibilitadora de la vida. La salida del “bache” es igualmente imprevisible, sorprendente y confusa. Los sobrevivientes observan que el mundo ha continuado sin ellos y deben adaptarse rápidamente a los cambios, a la gente que ha seguido viviendo su vida normal, y confundirse entre ellos, tratando de ser como ellos, dejando el oscuro “bache” en algún lugar de la memoria para ocuparse de ello más adelante, cuando se pueda, cuando el reintegro a la vida normal, junto con los demás, haga posible mirar nuevamente hacia atrás.
6) Las distintas memorias. Lawrence Langer investigó testimonios orales de sobrevivientes6 y distinguió cinco memorias que corresponden a cinco formas de manifestación del self. Su descripción me permitió visualizar algunos aspectos de las memorias de los sobrevivientes y sus hondas consecuencias.
a) la memoria profunda, conduce al self sepultado. Sigue viviendo allá y entonces pero, simultáneamente, acá y ahora. Cuando parece que recuerda, en realidad vuelve a vivir, habla en presente. “Un efecto de la memoria común, con su decir acerca de la normalidad en medio del caos, es para mediar la atrocidad, reasegurarnos que, a pesar de la ordalía, algunos lazos humanos eran inviolables. Por ejemplo, el tema recurrente en los testimonios orales de la mutualidad que sostenía a las hermanas que pasaron juntas la experiencia del campo. La memoria común apela a la unidad familiar como un valor nutricio en momentos oscuros -y no hay razón para contradecirlo. Pero, simultáneamente, la memoria profunda, a menudo en el mismo testimonio, se sumerge debajo de la superficie narrativa para excavar episodios que corroen la comodidad de la memoria común. El recuerdo y el registro de lo sucedido opera en varios niveles y deja la atrocidad y el orden en una suspensión permanente y disruptiva”. Relata, a continuación, la situación de dos hermanas, adolescentes, que estuvieron escondidas, un año y medio, en un pozo en el granero de una granja, un pozo de menos de un metro de diámetro, “con ratas que mordisqueaban nuestros pies”. Un día vino a verlas un hermano que luchaba en los bosques con los partisanos, les dio un arma y les dijo que si llegaban a venir los alemanes que no se entregaran vivas, que una debía matar a la otra y después suicidarse. Celia, la que está brindando el testimonio, dice: “... escuché venir al granjero que dijo: ‘rápido, alemanes, quédense tan quietas como puedan’. Estábamos en ese pequeño agujero. No sé qué pasó. Empezó a entrar agua, mucha agua. No teníamos aire para respirar y el agua nos cubría, hasta la barbilla. No sé cuánto tiempo estuvimos allí, tres días, cuatro días, cinco días, no sé. Y después escuchamos pasos sobre nosotras. Entonces le dije a mi hermana: ‘vos me matás ahora, y después te matás vos’. Dijo: ‘no, sos la mayor. Vos me tenés que matar a mí’. Dije: ‘no, sos la menor, vos me vas a matar a mi’ y ella ya me estaba apuntando con la pistola porque se oía hablar alemán y ruido de pasos. Era que se estaban retirando, dejando el granero y el granjero golpeó tres veces y supimos que estábamos a salvo”. Y las dos hermanas, habiendo suspendido temporariamente la solidaridad fraternal, ¿con qué quedaron? ¿Con un sentimiento de alivio? ¿Con un terror perecedero? ¿Con estupefacción al ver como el sujeto de su diálogo se hundía? Si ya no podemos hablar de mutuo sostén, ¿de qué podemos hablar aquí? ¿Cómo definir al hermano ‘protector’ que sanciona el pacto de asesinato y suicidio?” Éstas son preguntas que no pueden ser respondidas desde la moral común. Celia las sepultó en la zona más profunda de su olvido, incapaz de responder ante tamaña subversión de lo que estaba bien y lo que estaba mal.
b) la memoria angustiada, conduce al self dividido, enunciada por el subjuntivo condicional: si yo hubiera hecho tal cosa, si yo no hubiera hecho tal cosa. No hay alivio ni respuestas. Desde el presente se enjuicia permanentemente al pasado en una identificación con aquellos que sucumbieron y la constante revisión acerca de las propias responsabilidades. La memoria angustiada aprisiona a la conciencia en lugar de liberarla. El impacto de la memoria angustiada deriva del hecho que el testimoniante no puede identificarse con quien fue; su pasado y su presente parecen ir por senderos paralelos, se divide su self. Zoltan por ejemplo, entra en un diálogo consigo mismo acerca de este tema, y desarrolla un patrón de conducta mediante el cual mira atrás y se escucha a sí mismo. Distingue entre el ‘yo’ que ‘hace’ y el ‘yo’ que ‘es hecho’ pero no los puede conciliar. Al describir las redadas para la deportación a Auschwitz, trata de explicar por qué nadie hizo nada para protestar. No teníamos líderes, se recuerda a sí mismo; carecíamos de confianza, no teníamos una elección real. Pero estas explicaciones lo exasperan más que lo satisfacen. Todavía no puede comprender por qué no se apoderó del arma del SS y mató algunos nazis antes de que ellos lo hubieran matado. Sufre de una memoria con cicatrices, demasiado honesto para ocultar la herida original, pero incapaz de curarla. ‘Me molesta, sabe?’ confiesa volviendo al mundo de la entrevista, ‘por qué, por qué, por qué (nadie se negó a obedecer)’. No hay, de hecho, modo de tender un puente entre estas dos identidades; este descubrimiento es una fuente maestra de angustia y su revelación es, tal vez, el drama principal de los testimonios. No ‘ibas’ a ‘ningún lado’, dice Zoltan acerca de su ordalía, te ‘llevaban’ a ‘ningún lado’.
c) la memoria humillada, conduce al self acorralado, sensación de impotencia, de ausencia de control; lidia con el recuerdo de lo vergonzoso, de aquello que no puede ser incluido en el marco moral de la normalidad, lo que ni siquiera merece ser contado, puesto que no representa ninguna lección de nada; es el anti-ejemplo. “Por supuesto que había toda clase de períodos difíciles que uno no podía... por ejemplo, en el campo de Langenstein (un campo de trabajo) yo tenía tanto hambre que no sé qué habría podido comer. Estábamos durmiendo sobre el piso y cerca mío estaba otro prisionero. No sé qué edad tenía, parecía viejo. Y acabábamos de recibir nuestra ración de pan y él ya estaba tan enfermo que no podía comer el pan. Y yo yacía a su lado, esperando que muriera para poder (larga pausa) agarrar su pan”. La pausa entre las palabras “poder” y “agarrar” expresa, según Langer, el drama de la memoria humillada, la necesidad de contarlo y la profunda convicción de la imposibilidad de contarlo. Dice Langer que la memoria humillada toca el punto crucial de la ética. “La memoria humillada debe residir en un dominio crepuscular que el insight ético nunca consigue iluminar. No puede unirse jamás con el mundo actual. Ello sugiere una permanente dualidad, no exactamente una división, sino una existencia paralela.
d) la memoria infectada, conduce al self reactivo, relativa a conductas de robos, mentiras, cobardías, brutalidades, antropofagias, que contaminan, intoxican la vida entera de la víctima, le impiden ser empáticos consigo mismos, no admiten perdón ni absolución. “Llamo memoria infectada, contaminada, a la narración manchada con la desaprobación de la sensibilidad moral actual del propio testigo, tanto como por algunos de los incidentes que relata. La memoria infectada es, sin embargo, una forma de auto justificación, una validación dolorosa de la conducta necesaria y también admirable. La memoria infectada no puede purificarse a sí misma porque está atrapada por el designio moral que es virtualmente inútil para comprender los episodios narrados, porque los sistemas morales con los que estamos familiarizados están construídos sobre la premisa de la elección individual y la responsabilidad por las consecuencias de dicha elección. ..... ‘Teníamos que comportarnos como animales’ dice Myra, ‘no había otra forma de comportarse’. La memoria infectada parece inconsistente con la retórica de la esperanza.
e) la memoria inheroica, conduce al self disminuido, descalificado. Tiene que ver con la falta de lógica en el hecho de haber sobrevivido. Refieren que más que como resultado de las ganas de vivir -como nos gustaría pensar a los que siempre hemos estado vivos-, se debió simplemente a que, no saben cómo, aparecieron, están vivos. Desde su propia mirada, la voluntad no parece haber influido en ese hecho, no consiguen encontrar nada en sus conductas que hubiera llevado al resultado de salir con vida, no hubo nada heroico, se sienten disminuidos. “Chaim E., por ejemplo, llegó a Sobibor en un transporte con otros mil judíos. Los SS eligieron dieciocho para trabajar en el campo; el resto, incluyendo a su hermano, fueron enviados directamente a las cámaras de gas. Preguntado por qué pensaba que había sido elegido, contesta sin dudar ‘por casualidad’. La noción de alguna conexión entre la individualidad y el destino simplemente ha desaparecido. Al ignorar la naturaleza del lugar al que había llegado, se había apoyado en la presunción rudimentaria de que trabajar, sin importar qué y cuánto, podría resultarle manejable, ‘Pasara lo que pasase, todavía estabas vivo.... no te planteabas más nada’. Pero, incluso el optimismo fuera de lugar, era una mirada sin ilusión, al menos, según lo explica Chaim hoy, no portaba la idea de un yo al mando de su situación. Chaim formula luego importantes definiciones: ‘por otro lado, no había opciones, eras llevado a hacer lo que hacías. No es que hacías lo que planeabas, lo que pasaba, pasaba. No pensás. Pensás, en el momento, sólo lo que pasa en ese momento, no lo que va a pasar en el momento siguiente. Sos llevado, hacés lo que haya que hacer según sea lo que te digan’.
Las memorias se interrumpen unas a otras en los testimonios, se invaden, se confunden, convierten al fluir de la narración en algo aún más caótico y difícil de comprender. Se entiende, en este contexto, el propósito de una “cura de silencio y de amnesia concertada” que confiesa haberse hecho Jorge Semprún para poder seguir viviendo.
Un silencio estructurante. En una sociedad como la nuestra, tan psicoanalizada, tan colonizada por la idea de que hablar es siempre bueno, la idea de que callar pudiera ser útil se me impuso desde lo pragmático. En mi último libro, en “Hijos de la Guerra”[7] me atreví a hacer la pregunta de si el silencio era una condición negativa, si siempre era conveniente hablar, si el abrir la caja de pandora no hacía peligrar alguna condición de vida, si no exponía algunos fantasmas que era preferible seguir manteniendo en la oscuridad. Poco después la propuesta de Frischer redobla la apuesta y plantea, no sólo que se trata de un silencio diferente, que no necesariamente debe ser franqueado, sino que ese silencio es condición de vida, estructura la posibilidad de seguir viviendo.
Vivimos en una cultura que estimula el hablar. Nos circunda la idea, promovida probablemente por los templos psi y sus sacerdotes y feligreses, que hablar es siempre sanador y que, aquél que no lo hace, está en riesgo de alguna severa patología mortal e incurable. Es por cierto saludable, repito, intentar poner orden y otorgarle operatividad a nuestro mundo interno y a nuestras relaciones y penas. Pero de ahí a enunciar una ley general para todos los silencios, de todas las personas, en todas las situaciones, hay un trecho que requiere de alguna reflexión. Una de esas situaciones es la de haber sido miembro de un grupo considerado como enemigo interno y victimizado en manos de un aparato estatal.
Las situaciones de violencia o trauma colectivo producen tal impacto social y personal, socavan tan hondamente las bases sobre las que nos constituimos como individuos, que es preciso un largo tiempo de recomposición para poder ponerse en contacto con lo sucedido y recuperar la confianza. La reconstrucción de ese piso no es un fenómeno individual, sino una labor colectiva que tiene su proceso específico y requiere tiempo. Mientras la sociedad no brinde los dispositivos adecuados, cada sobreviviente sigue viviendo como puede, en la necesidad de reconstruirse como individuo luego de la ordalía vivida. El silencio no solo es necesario sino que pareciera ser la condición sine qua non. Un silencio que no es olvido, ni represión ni negación, es un silencio activo y expectante, una decisión agazapada a la espera de que la sociedad pueda confrontarse con las consecuencias de revisar lo sucedido.
CONCLUSIÓN. La diferenciación entre trauma individual y colectivo, permite comprender los distintos silencios consecuentes y las diferencias de operación, humana y terapéutica, ante ellos.
La lesión de un trauma individual es una herida a la subjetividad, a la propia capacidad de defensa y apela a un enorme esfuerzo para la aceptación y recuperación. Pero la lesión de un trauma colectivo, es de otro orden lógico, corroe la legalidad sobre la que se sustenta la convivencia, ataca al espíritu de comunalidad, la vida gregaria, el contexto vital imprescindible en el que construimos nuestra subjetividad. Si la policía, que se supone es la instancia estatal que me protege, es la que pone en riesgo mi vida y la de mi familia, si debo ocultarme de quien me protege, ¿cuáles son los parámetros a los que puedo ajustarme? El mapa pre-existente deja de ser válido, ninguna cartografía es válida, se pierden los puntos de referencia, sobre lo que se está parado, en quien confiar, dónde ir, cómo comportarse. El clima es de terror y sospecha, se vuelve tóxico y ya nada es como era. La confianza queda herida de muerte. No solo la víctima, también el resto de la sociedad necesita mucho tiempo para reconocer la vulneración de la confianza, las bases del Estado de Derecho y las leyes de convivencia. Es recién cuando la sociedad puede asumir el daño recibido, que los sobrevivientes tienen habilitada la posibilidad de comenzar a hablar.
La vida debe seguir. Las ganas de vivir son incontenibles. Son como ese hilito de agua que siempre encuentra un cauce porque tiene que seguir. Cuando todo termina, cuando se sale del “bache” oscuro y arbitrario, cuando se recupera la vida “normal”, hay que hacer un gran esfuerzo porque para reinsertarse en la vida hay que hacer como si se volviera a confiar. Lo pasado no es sometido a revisión, se toma como el rayo fatídico que cayó por azar sin explicación, se espera el regreso del imperio de la ley, y se trabaja, se proyecta, se demuestra que fue un accidente de la sociedad, que todo estará bien a partir de ahora, que ya ha pasado el peligro. Volver la vista atrás amenaza con despertar los fantasmas, con perder pie y resbalar en excrecencias y restos sociales pringosos. Y hay una enorme sabiduría en ello, porque se pone toda la energía en la reconstrucción. ¿En la reconstrucción de qué?: de la confianza perdida. Son los sobrevivientes los que apuestan a esta sociedad que hace un instante los había traicionado. Si no confían no pueden seguir viviendo. ¿Cómo confiar y hablar públicamente de la traición? Es preciso, vital, buscar los indicadores de que el mundo ha recuperado su cordura, que a partir de ahora todo vuelve a seguir reglas previsibles, que solo hay que trabajar, hacer las cosas bien y uno estará a salvo. Lo que pasó, pasó. Hablar de lo que pasó es enfrentar a toda la sociedad con su propia ignominia. Nadie quiere oír. El sobreviviente es invisibilizado porque es un testigo incómodo y su testimonio no se quiere oír. La sociedad todavía no puede. Y hay que seguir viviendo. Pasadas unas décadas, han cambiado los individuos que la conforman, en el recambio generacional tal vez se pueda, ahora sí, revisar el pasado porque éstos no han sido sus protagonistas y su revisión no los cuestiona ni los enfrenta con una desgarradora autoevaluación. Si se me permite la analogía, solo cuando la sociedad puede asumirse como “terapeuta” el sobreviviente puede actuar como “paciente”.
El silencio no es olvido. Lo sobrevivientes de la Shoá captaron claramente los indicadores y permanecieron en silencio. Se trataba del silencio público, hacia afuera, porque entre ellos hablaban. Tenían sus momentos de recorrer viejas fotos, cuando las había, o de añorar las fotos que ya nunca podrían ver. Había situaciones particulares en las que las ausencias tenían un peso agobiante, como en las celebraciones, los aniversarios. Y cincuenta años después recuerdan todo, toman el pasado traumático entre las manos y comienzan a dialogar públicamente con él. Ya no hay peligro de que la victimización los hunda en la paranoia o en los mecanismos patológicos. Ya no hay peligro de sumirse en una situación personal sin salida. Ahora se puede. Con hijos, nietos, bisnietos, el futuro está asegurado. Con una sociedad que ha abierto las orejas y tímidamente se propone este ejercicio de revisión de algunos de sus supuestos, hay un nuevo contexto de recepción. Ahora se puede hablar.
Florida, Argentina - Junio 2011
[1] “El Sindrome del Sobreviviente está compuesto de las siguientes manifestaciones: ansiedad; perturbaciones de la cognición y la memoria; estados de depresión crónica; tendencia al aislamiento, retiro y reclusión; alternaciones [¿alternancias o alteraciones?] de la identidad; condiciones psicosomáticas y aspecto de cadáver ambulante.... Otra característica importante de tales pacientes es su inhabilidad para verbalizar los eventos traumáticos”. Dr William Niederland 1968
[2] Rachel Rosenblum. Postponing trauma: The dangers of telling. Int Journal Psychoanalysis (2009) 90:1319-1340
[4] Frischer Dominique “Les enfants du silence et de la réconstruction. La Shoah en partage. Trois génerations, trois pays: France, États Unis, Israel” Ed. Grasset, Paris 2008.
[6] Wang Diana “El silencio de los aparecidos” 1ª edición Acervo Editorial, 1987. 2ª Edición, actualizada, Ediciones Generaciones de la Shoá, 2004.
NAZION - comentario sobre film
Sr Ernesto Ardito y Sr Leopoldo Nacht. Los felicito por el esfuerzo de haber hecho realidad lo que me imagino fue un sueño/necesidad/anhelo de muchos años y que llevó unos cuantos para que pudiera hacerse (además de tiempo y platita). Tiene escenas y momentos impresionantes, entre los que resalta la voz y el discurso de Castellani que yo nunca había escuchado. También las tapas de periódicos en las que se dice sin eufemismo alguno lo que se dice sobre los judíos, todo eso que hoy es políticamente incorrecto pero que imagino sigue vivo de manera solapada en ciertas mentes afiebradas de unción patriótica, occidental y cristiana. Dan un collage sobre la historia, gestación, desarrollo y sostenimiento de las ideas católicas antijudías en nuestro país. Me acuerdo de Graciela Sirota, de Mirta Penjerek, de Pablo Alterman y más cerca cuando la bomba en AMIA de la infausta frase "en el atentado murieron judíos y argentinos"... y tantas cosas más. La Circular 11 del Canciller Cantilo y mi propio ingreso a la Argentina como católica porque si no no entraba y tanto más. Creo que el material es excelente en particular para los jóvenes que desconocen todo esto y que sienten extrañeza ante ciertas nociones porque hoy no es políticamente correcto hablar mal de los judíos (ahora por suerte para el sustrato juedófobo natural está bien hablar mal de Israel que se volvió el judío entre los países, ¡qué alivio!) y salvo que se confronten directamente no siempre tienen idea de cuán antisemita sigue siendo la subjetividad occidental.
Excelentemente filmada y con muy buen sonido lo que permite seguir cada palabra con atención. Muy bueno el recurso de las fotografías con los epígrafes que van armando la secuencia del relato. Me parece un trabajo de una honestidad prístina y de una intención clara y transparente, lo que el espectador agradece. No coincido en todas las opiniones y posiciones (por ejemplo respecto a las realizaciones de Perón, mirada sesgada que solo mostró unas cosas y omitió otras, aunque sí se lo ve como capitán en el golpe del 30, a eso me refiero por honestidad) pero reconozco y valoro mucho lo hecho y cómo estuvo hecho. Es claro que se trata de una mirada reivindicatoria del propio Leopoldo Nacht que ha sufrido exilio y seguro que muchas otras cosas a causa de sus ideales y militancia política. En un punto me resulta sorprendente encontrar en su voz las mismas voces que se oían en los setenta. Desde otro lado me pregunto cómo los 40 años siguientes operaron en la modificación o no de esa mirada. Hoy es un hombre mucho mayor que el que era entonces, tal vez no sigue pensando igual o leyendo igual a la realidad. O sí. No lo sé.
A estos reconocimientos y valores, le agrego también algunas objeciones o propuestas de reflexión.
La más importante es que creo que la pretensión era demasiado ambiciosa y cuando lo que se pretende es incluir todo, se pierde esencia y por momentos el eje y al no poder ahondar en todo hay cosas que arriesgan caer en el panfleto (superficial, bajada de línea y así).
Ciertas referencias y comentarios quitados de contexto brindan informaciones tergiversadas en su lectura actual, lo de ayer debe ser leído en el contexto del ayer, no puede ser leído en el contexto del hoy. Lo sucedido en algún momento del pasado no puede ser transpolado al presente como si se tratara del mismo mundo, de las mismas cosmovisiones epocales.
Si bien Sarmiento dijo lo que dijo, lo dijo en otro contexto del mundo, cuando la Weltanschauung de los "esclarecidos" era europeo-céntrica, cuando se creía -todos lo creían- que la civilización occidental iba a ser la portadora del cambio de paradigma social y "elevaría" la vida de todos, un mundo en el que la idea del OTRO era sinónimo a inferior e indeseado, inferiorizable, usable, operable, convertible, mejorable. La idea misma del OTRO surgió al conocer el hombre europeo luego de sus viajes por el mundo, esas otras personas tan ajenas, tan extrañas, tan exóticas, lo que fue un hondo shock cultural, era un otro que como no hablaba un idioma europeo, no hablaba, era un otro que como no tenía constituida la familia igual, no la tenía constituida de ninguna manera, era un otro que como no construia catedrales no tenía fe religiosa ni espiritualidad o alma.... un otro que se podía apresar y esclavizar, conquistar y colonizar, cristianizar y aggiornar. Ese OTRO esencial dibujaba claramente y por oposición al UNO escencial, blanco-refinado-europeo, y era degradado en su condición humana. En un mundo así vivió Sarmiento. En un mundo que no apreciaba la escolaridad porque era un bien privilegiado para unos pocos y que había sido solo para la Iglesia (acordémonos de El nombre de la rosa, de Umberto Eco), vino este señor y trajo la idea de la enseñanza universal, basada en los principios de la Revolución Francesa. Educación universal y laica porque era profundamente anticlerical, lo que era todo un avance en la época y eso no se menciona en el documental que habla de lo occidental y cristiano. La educación pretendida era, claro está, la moral y la cultura del hombre blanco europeo, porque la del nativo se veía como baja, degradada. Pero se veía así por todos. No solo por Sarmiento (que además era masón, o sea, alguien que bregada por la igualdad de derechos y la libertad de todos, pero en un contexto de educación). Sin poner este contexto queda como que el "padre del aula" era un reverendo hijo de puta que lo único que quería era matar indios y gauchos. Creo que merece una lectura más respetuosa y menos panfletaria.
Por ejemplo -y para hablar de algo que sé un poco más-, cuando se esgrimen acusaciones de antisemitismo a gobiernos y países en las décadas del veinte y el treinta (solo se habrá salvado el de Checoslovaquia porque Mazaryk, su presidente, también masón además estaba casado con una judía) se pierde de vista que el mundo veía con agrado el milagroso resurgimiento alemán luego de la humillación de Versalles y sus consecuencias leoninas y que tenía a Hitler y a Mussolini como modelos de líderes que no solo eran los factotum del resurgimiento sino que hablaban con la voz del pueblo y recibían su apoyo. El antisemitismo exhibido naturalmente por la mayoría de entonces no era de temer (distingamos el antisemitismo exclusionista del exterminacionista), era el folklórico, el de siempre, el que nació en el siglo IV con el imperio de Constantino, nada nuevo ni digno de mención: el judío se "sabía" que era de poco fiar y tenía las características descriptas por la estereotipia conocida, en particular la agregada a mediados del siglo XIX con el concepto mismo de antisemitismo (lo judío ya no como religioso o cultural sino genético) y rematado por el fraude de Los Protocolos y el Judío Internacional de Ford. Todo esto era tomado por cierto por la gente y por muchos académicos, recordemos el juicio a Dreyfuss y los debates en la Francia hondamente judeófoba. Todo esto hacía que apoyar al nazismo y expresar ideas antisemitas no fuera raro o no estuviera penado como lo sería hoy, ni ajeno a la moral y a los usos aceptados. No había sucedido la Shoá, los campos de exterminio, los hornos crematorios, la industria de la muerte no era siquiera algo que existiera en la imaginación más fertil de nadie. Se era antisemita porque los judíos no eran de fiar. Y listo, sin otras implicancias. Luego, si se esgrimen declaraciones de los gobiernos del momento traidas al presente y fuera de este contexto legitimador internacional, no se entiende bien y, peor aún, se corre el peligro de entender francamente mal. Lo mismo pasa con Sarmiento. Según mi opinión. Igual con Roca y la odiosa y odiada campaña al desierto y la persecución y asesinato de las poblaciones originarias, ese desdichado y vergonozoso genocidio local. El mundo lo tomaba como legítimo. Se había emergido de la esclavitud hacía muy poco (en Sudáfrica el apartheid duró mucho más, hasta ayer no más), los consensos sobre lo que estaba bien y estaba mal eran muy diferentes a los de hoy, luego, tomar esos hechos sin contextualizarlos o haciéndolo solo desde el punto de vista binario de poderosos-capitalistas-
explotadores versus pobres-ignorantes-confiados-trabajadores, es simplificar y reducir el problema volviéndolo un panfleto pero no una auténtica reflexión. Y el panfleto enciende y puede estimular a alguna acción, pero no estimula el pensamiento.Las escenas de la Sociedad Rural son redundantes y provocan el efecto contrario al deseado, creo. Se entiende lo que quieren decir, pero la reiteración lo banaliza y termina ofendiendo al espectador que, esté o no de acuerdo, piensa "está bien, ya entendí lo que me quiere decir, no soy idiota", .Algunas secuencias en las que se toman imágenes de la Shoá tampoco me parecieron necesarias, incluso tal vez confusas. Otra vez, por la ausencia de contexto: no es lo mismo lo que no es lo mismo y, repito, cuando se quiere poner todo, no se puede detener a explicar por qué no es lo mismo, en qué se parece, en qué no, y por qué se toma esa imagen. Las imágenes del Holocausto se han vuelto lugares comunes muy peligrosos que van vaciandose de sentido a medida que se banalizan en su repetición. Estamos en un momento difícil en ese sentido. Nos estamos planteando el sentido de la memorialización y la difusión de algunas cosas que terminan siendo clichés, marcas, modas.Pero, apreciados Ernesto y Leopoldo, todo esto vale la pena ser escrito porque el producto que hicieron lo vale y como bien dicen sobre el final al expresarse en contra del pensamiento único, espero que reciban con todo el respeto con el que lo envío, estos comentarios sobre el film, porque solo han surgido en el contexto de mi aplauso y reconocimiento. Tanto valoro vuestra honestidad intelectual, que no dudo en escribir y enviar esto como devolución obligada.
No depende solo de mi decisión porque integro una organización, pero propondré este film como herramienta de trabajo para conocer, revisar y reflexionar sobre la historia del nazionalismo argentino. De paso: qué maravilla la frase de que los nazis tenían a Hitler, los fascios a Mussolini y los nuestros a Dios.
Gracias y reciban mi abrazo fraternal,
Nota en Pagina 12 http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/5-21718-2011-05-18.html