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Los feminismos después del 7 de octubre

Ya pasó más de un año del ataque genocida de Hamas al estado de Israel. Mientras escribo estas palabras hay más de cien secuestrados todavía ausentes sin que se sepa quiénes siguen vivos y quiénes fueron asesinados. Cientos de miles de desplazados ven alteradas sus vidas de manera radical en Israel. Familias penan la muerte de padres, madres, hijos, esposas, maridos, amigos. Niños forzados a  procesar las crueles escenas vividas aprendiendo a adaptarse a vivir sin uno de sus progenitores o sin ambos, sin algún hermano o sin todos. Los ataques continúan sobre Israel. Las víctimas no han podido recuperar el aire. Sigue sucediendo. 

Como en las postrimerías de la Shoá cuando no se sabía cómo llamar a lo que había pasado, tampoco tenemos un nombre. Es el 7/10, una fecha, un cuadradito en el almanaque. Necesitaremos que todo pase, que los escombros se reconstruyan, que los muertos sean velados, que los vivos recuperen sus vidas para, recién entonces, como con la Shoá, alguien encuentre la palabra.

Seguimos bajo el shock que ha reformulado nuestra relación como judíos en la diáspora. La ilusión de la seguridad y la garantía se fragmentó en mil pedazos y estamos ante una nueva incertidumbre. Tal vez la misma de siempre pero lo habíamos olvidado. Venimos de un período de florecimiento de la vida judía único en la historia y creímos que el cambio era un hecho, convicción que voló por los aires. No solo eso. Fueron varias las convicciones fragmentadas con este ataque y con la posterior reacción de parte del mundo.

Los derechos humanos, la libertad sexual, la justicia, la lucha por lo que está bien, la democracia, el disenso, se redefinen en revuelto montón y llevan a que los “bienpensantes” defiendan estados terroristas como paradigmas del bien.

Lo mismo ha pasado con la ausencia de respuesta de los movimientos feministas ante el ataque sexual a las mujeres perpetrado por los terroristas de Hamás. Esta arma de guerra no es una novedad bélica, salvo que esta vez fue registrada con las cámaras go pro que registraron las violaciones, torturas y asesinatos sumando un nuevo horror a la historia del horror de la humanidad. La exhibición de esas imágenes, impúdica, gozosa, amoral y el aplauso que concitó en los gazatíes, eran trofeos que los enorgullecían como blasones victoriosos. Los crímenes cometidos en hechos de guerra solían ser ocultados, esta vez no solo se mostraron sino que levantaron aplausos y gritos de júbilo y admiración. Un nuevo peldaño en el desprecio por la vida humana y en la fractura de los valores que creíamos estaban ganando terreno en la humanidad. 

Feminismos y patriarcado

Durante siglos, algunas mujeres expresaron su disconformidad con la inferiorización de la que eran objeto pero el gran cambio se produjo en Inglaterra a comienzos del siglo XX durante la llamada primera ola del feminismo cuando las suffragettes, con vestidos largos y corsets que impedían la respiración, salieron a la calle exigiendo votar para tener los mismos derechos políticos y laborales que los hombres. A partir de allí, los movimientos feministas propugnaron una sociedad más justa e igualitaria superadora del patriarcado androcéntrico y  estructurador de relaciones desiguales de poder.

La segunda ola, a partir de 1960, tuvo como líderes, pensadoras e inspiradoras a Simone de Beauvoir, a Betty Friedan y a Kate Millet entre tantas otras.

En una marea de flujos y reflujos, le siguió una tercera ola en 1990 y ahora estamos viviendo la cuarta

El movimiento feminista floreció en feminismos con diferentes lecturas y propuestas y distintos grados de radicalización, pero sus principios fundantes integran hoy nuestro horizonte cultural común. Su mirada crítica, tanto en el ámbito de lo público, -sobre el poder, la disparidad salarial, la desigualdad de derechos-, como en el ámbito de lo personal -el acoso, la violencia doméstica y sexual, el femicidio, y todo tipo de ataque contra la mujer en tanto mujer- son objetivos que hoy visualizamos, reconocemos e incorporamos a nuestro corpus civilizatorio. Hay acuerdo unánime (creíamos que unánime) en que la violencia hacia la mujer por ser mujer es inaceptable, punible y exigía la atención política, el tratamiento pedagógico y la transformación cultural. 

La lucha de los feminismos es, al menos en este punto, exitosa porque la repulsa a la violencia contra la mujer es indiscutible (creíamos que era indiscutible). La injusticia, la arbitrariedad y la benevolencia con la que se tomaban estos ataques hoy está fuera de cuestión (creíamos que estaba fuera de cuestión). Nadie mirará con cariño ni ligereza a un violador, un torturador de mujeres, un golpeador, un femicida (¿nadie lo mirará con cariño?) y muchos hombres (no todos) están aprendiendo a ver y a pensar su relación con el sexo femenino desde un lugar diferente al del poder, la posesión y la subvaloración. 

El silencio traidor

Hace más de un año desde aquel 7 de octubre de 2023. La falta de reacción de los movimientos feministas organizados respecto de las violaciones, torturas y asesinatos hechos por los terroristas de Hamás a mujeres israelíes ha sido un golpe inesperado a nuestras creencias. Silencio ante las secuestradas que aún siguen prisioneras. Silencio ante las violadas que tal vez estén gestando un bebé cuya recepción, filiación y crianza presenta un dilema desgarrador. Silencio ante las adolescentes que han vivido la orgía de horror en el festival Nova. Tantos años bregando por igualdad y justicia, denunciando ataques y perpetraciones en pos de la recuperación de la dignidad y la legitimidad de las mujeres como sujetos de derecho, y de pronto, al menos para mi sin previo aviso, fueron traicionados, lo que creía que era un logro se derrumbó en pedazos. Fue, es, una traición personal de la que todavía no me puedo reponer. 

A poco de sucedido, aún aturdida por lo que se iba sabiendo, busqué el apoyo explícito de algunas mujeres del colectivo femenino. Contacté a varias conocidas y reconocidas, tanto en la esfera artística como en la académica, mujeres de voces fuertes, mujeres que pelean por sus derechos y demandan atención, respeto, valoración, mujeres hacedoras y ejecutivas a las que miraba con admiración y cuya lucha por la defensa de la igualdad de derechos me resultaba ejemplar. Las respuestas que recibí de varias de ellas, no de todas por suerte, fue el cobarde y artero “sí, pero…”, o,  como dijo Claudine Gay, la infausta presidente de la Universidad de Harvard, “repudiar la repulsa a Israel y el apoyo al terrorismo depende del contexto” o sea que hay contextos en los que no es repudiable. Mujeres que hablan públicamente de la sociedad patriarcal eligieron no pronunciarse contra la barbaridad perpetrada en Israel. Sus discursos y slogans encendidos se fueron borroneando y deslegitimando con un embanderamiento partidario que avala dictaduras y terrorismos y que resiste toda lógica. Mujeres orgullosas de sus militancias progresistas, su moral igualitaria y sus anhelos de justicia, silenciaron esos ideales ante las víctimas israelíes. 

No las acusaré de antisemitas, término que rechazarán con fuerza. El día en que el sesgo militante comience a desdibujarse y vean lo que pasó, recuperarán, espero, la visión binocular y harán un mea culpa en el que les será claro cuántos de sus argumentos eran antisemitas. No hicieron declaraciones empáticas con las víctimas israelíes, su posición respecto al Estado de Israel fue más fuerte que su posición feminista. Entiéndase bien. No se oponían a una determinada política de gobierno sino al país como un todo junto con todos y cada uno de sus habitantes. No podían alzar su voz para defender a las mujeres en Israel (aunque hubo/hay de varias nacionalidades, incluso argentinas), el suelo que pisaban alteró su condición de mujeres y las excluyó de los derechos de cualquier mujer en cualquier otro lugar del mundo, tenga el gobierno que tenga, pelee lo que pelee o cometa genocidios. Ningún país es acusado como país y con todos sus habitantes de lo que sus gobiernos realizan. La prueba que vuelve a todo increíble, contradictorio y hasta bizarro, es que las mismas mujeres que no empatizaron ni se condolieron con las víctimas israelíes defienden y apoyan a países en los que las mujeres carecen de los mismos derechos que declaran defender. 

Una traición personal

No solo me traicionaron a mí personalmente. No solo traicionaron a las mujeres israelíes. No solo traicionaron a las mujeres judías. Traicionaron al movimiento feminista y a todos sus principios. A las sufragistas, a Simone de Beauvoir, a Betty Friedan y a cada una de las mujeres golpeadas o asesinadas, se traicionaron a sí mismas y a su lucha. A partir de ahora, lo que digan o hagan tendrá un valor relativo. Perdieron la autoridad para hablar en nombre de “las mujeres”, han quebrado el colectivo al decidir que no todas son iguales. Las violadas judías, las mutiladas, las torturadas, las asesinadas y exhibidas como trofeos, todas esas mujeres no pertenecen, según estas excluidoras, al universo del feminismo. 

Surge así, en esta cuarta ola feminista sumergida en la cultura woke, un nuevo colectivo  integrado por ideólogos, movimientos y dueños de la moral que traicionan sus principios alegremente. No se salvó ninguno. Ni #metoo ni #niunamenos ni los defensores de los derechos LGBTQ+ ni los pañuelos celestes ni los pañuelos verdes, ni las izquierdas dizque progresistas, ni #blacklivesmatter. Complotados en una mudez atronadora, fingieron demencia haciendo como que no pasó lo que pasó. Relativizaron los ataques y algunos incluso defendieron a los perpetradores y levantaron banderas palestinas clamando por la desaparición del Estado de Israel como si los principios de libertad y justicia que dicen sostener no se contradijeran con los que sostienen los terroristas.  

¡Qué vergüenza! ¡Qué manera flagrante de traicionar y traicionarse! ¡A callar a partir de ahora! ¡A buscar otras luchas que no las enfrenten con este doble standard, con esta contradicción, con esta hipocresía de la que, al menos para mi, no tienen retorno! Hagan de su actual silencio una marca de auto oprobio y dejen de echar consignas vacías de contenido y autoridad. 

¿Justificar un femicidio? ¿Acaso una golpiza a una mujer está justificada porque “lo miró mal”? ¿Acaso una violación es una consecuencia lógica de que mostrara las piernas o llevara ropa ajustada? ¿La culpa es de la víctima? Los movimientos feministas lo han dejado bien claro: ¡ninguna conducta de una mujer merece y justifica la violencia o el ataque, aunque el perpetrador se escude en ello para alegar inocencia! 

Ya es bastante difícil superar el techo de cristal que frena nuestro ascenso a posiciones dirigenciales pero hasta el 7/10 creíamos que compartíamos la misma lucha. Vemos que no. Que si quien reclama, quien sufre, quien ha sido atacada es judía, no merece las mismas declaraciones, ni demandas ni empatía. El supuesto colectivo femenino se convirtió en un destartalado vagón de carga con ingreso condicionado. La decepción es honda.

En consecuencia #yanolescreo será mi hashtag a partir de ahora porque, para mi gran dolor, el feminismo, en sus manifestaciones orgánicas, se ha suicidado. #Yanolescreo responderé cuando aseguren defender los derechos humanos. #Yanolescreo cuando declamen cambiar la sociedad patriarcal para que las mujeres tengamos los mismos derechos.#Yanolescreo cuando agiten pancartas con frases hechas políticamente correctas y se vayan a dormir tranquilas y felices por haber proclamado lo que luego contradicen con su silencio cómplice.

Ideales en fuga, culpas lacerantes

Caídas las ideologías que reinaron en el siglo XX, las élites educadas quedaron sin horizontes de lucha, sin ideales que defender. La ecología, las minorías sexuales, los derechos humanos y el postcolonialismo con el eje opresor-oprimido, son las nuevas banderas de la generación woke, esa policía del pensamiento enredada en la consigna fascista de la corrección política. El macho blanco, el estereotipo masculino de la sociedad patriarcal, es el nuevo enemigo, el modelo de opresor a denunciar y abatir. En la búsqueda de causas los descendientes de europeos y norteamericanos que colonizaron y esclavizaron a tantos no-blancos encontraron tal vez la manera de lavar ese pasado vergonzante. Estamos bajo el imperio de las redes sociales, de los slogans y mensajes breves y atractivos que deben viralizarse en likes y reenvíos que producen desinformación y simplificación. El escenario extremista y maniqueo señala a Israel como un estado “blanco, macho y patriarcal” acusado, en consecuencia, de genocida, apartheid y colonialista, las tres infundadas. Este pequeñito país, enclave occidental en oriente medio, es una isla democrática y liberal rodeada de tiranías y autocracias. Su población, lejos del estereotipo caucásico, es heterogénea y multicolor, las distintas etnias viven libremente y tienen acceso a todos los derechos. Sus guerras han sido siempre defensivas, nunca genocidas. Sin embargo, preso del juego ideológico simplificador y extremista, Israel es ubicado como el perpetrador mientras que en el otro extremo se ve a los palestinos como las víctimas, oprimidos, desvalidos y tratados injustamente. Ciertamente son víctimas, pero no de Israel, viven la tragedia de ser presos de sus mismas autoridades y de los países circundantes que los mantienen como eternos refugiados transitorios para, entre otras cosas, acusar a Israel y recibir dineros que sostengan el poder de los dirigentes. La situación es compleja, la historia es dolorosa, los resentimientos y los intereses horadan los espacios de comprensión y en esta nube tóxica las mujeres israelíes, las mujeres judías, no hemos pasado el filtro de ser reconocidas como mujeres. Solo nosotras. 

Nos dejaron afuera. Otra vez.

Nuestra decepción es honda y dolorosa. Fuimos parte del colectivo femenino con aportes esenciales desde su comienzo. Betty Friedan, judía, formuló las ideas claves en la historia del pensamiento feminista; su libro, “La mística de la femineidad” publicado en 1963 se considera uno de los libros más influyentes del siglo XX. 

Creíamos que éramos parte. Creíamos que estábamos ahí. Nos equivocamos. Fuimos crédulas. Fue un duro golpe pero también un aprendizaje. No pensamos que el ser judías nos diferenciaba de un modo tan visceral y que nos colocaba más allá de las proclamas feministas, más allá de lo humano. Creímos que éramos iguales. 

Y fuimos crédulas como tantas veces en la historia de la humanidad en que los judíos nos creímos parte del universal y recibimos el duro golpe de la exclusión en el mejor de los casos y del genocidio en el peor. 

¿Qué encubre el doloroso “sí, pero…”? El relato tan exitosamente difundido por las usinas de cierta izquierda dizque progresista alineada con los regímenes más brutales, homofóbicos y dictatoriales, ha calado hondo en un occidente que atribuye la culpa del desgarrador conflicto en oriente medio total y exclusivamente a Israel. A diferencia de otros regímenes autocráticos, dictatoriales, genocidas, y he aquí un punto esencial, no se acusa al gobierno como pasa con cualquier opinión sobre países en guerra, sino a toda su población. Sólo con Israel, sólo allí gobierno y población son la misma cosa y las acusaciones a las políticas se derraman sobre todos. Por eso el antisionismo es antisemitismo aunque los síperistas no lo quieran aceptar. Y la consecuencia, en esta lógica demencial, es que, si todos los israelíes son culpables, las mujeres mutiladas, arrastradas, sodomizadas, violadas, torturadas y asesinadas, sus vientres gestantes apuñalados, en tanto israelíes, también son culpables. Y el culpable merece castigo. “Sí, fue terrible…pero” y los dogmas políticamente correctos y las declaraciones se derrumban estrepitosamente y, si alguna no está de acuerdo, ante el temor de quedar afuera del colectivo, elige el silencio acomodaticio, cobarde y traicionero. 

El camino de Rut

El corpus político y militante de los feminismos traicionó al progreso y nos abandonó a una orfandad que, bien lo sabemos, no nos es desconocida a los judíos. La misma orfandad y exclusión de la judeofobia y los antisemitismos que nos ha intentado sumergir en el pantano de la victimización y que concluyó tantas veces en nuestro asesinato. 

Duele como ha dolido siempre pero hemos aprendido a sobrevivir, estamos entrenados en reconocer la mirada esquiva, la sospecha, la dualidad mentirosa de las autopercibidas buenas conciencias que callan ante torturas, violaciones y asesinatos al tiempo que hacen impúdicas declaraciones en defensa de los derechos de las mujeres. 

Cuenta el Tanaj, la Biblia Judía, que Elimelej y Noemí tenían dos hijos. Según las costumbres de la época, cuando moría el padre, la protección de la madre era asumida por sus hijos varones. Los dos hijos de Noemí casados con Rut y Orpá fallecieron antes de haber generado descendencia. Las tres mujeres, sin marido ni hijos varones, quedaron a la intemperie, sin resguardo ni amparo alguno. Noemí, ante el desdichado destino que esperaba a sus nueras sugirió que “vuelva cada una a la casa de su madre”. Orpá lo hizo. Rut no pudo. Se negó a abandonar a su suegra a la soledad, al hambre y a la indigencia: “donde vayas iré, donde vivas viviré, tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios”.

Orpá se fue y Rut, solidaria con el colectivo femenino, acompañó a Noemí en su camino incierto. A Rut, modelo de mujer del que bien deberían aprender los feminismos, nada de lo que sufriera una mujer le era ajeno. Su hashtag sería hoy, y lo hago mío, #tudoloreselmío”.

Los feminismos hoy no defienden a todas las mujeres. Sólo a algunas. Las judías, para ellos, somos más judías que mujeres. Deberemos seguir haciendo lo que aprendimos a lo largo de nuestra historia, a defendernos solas. 

Es lo que hacemos cuando emprendemos profesiones, actividades y proyectos produciendo cultura, viviendo en familia, trabajando en el área corporativa, curando, diseñando, alimentando, protegiendo, reflexionando, mirando hacia adelante. 

Es lo que siempre hicimos. 

Es lo que seguiremos haciendo. 

Es el camino de Rut. 

Lic. Diana Wang

Florida, octubre 2024


Publicado en Infobae.

Para seducir a una mujer

Tute lo dice bien claro.

Tute lo dice bien claro.

Hay gente que cree que seducir a un hombre es de lo más fácil, que son seres que se derriten ante la admiración, la oferta sexual sin condiciones y una buena comida. En cualquier orden. Dicen que no requiere mucha ciencia, ni habilidades particulares, tan solo satisfacer esos tres requerimientos. Agregan que no hace falta que sea sincero, basta con hacerlo y el macho satisfecho se disolverá en placer y gratitud.

Pero parece que no pasa lo mismo con las mujeres. ¿Qué precisa una mujer para dejarse seducir lo que la lleve a admirar, entregarse y dar de comer (en cualquier orden)?

No es para nada un misterio. Y ya me anticipo a las críticas de género, a las atribuciones y estereotipos, a los prejuicios y a todo lo que pudiera generar esta columna.

Obviamente no todos somos iguales. No todos los hombres se rinden ante la admiración, el sexo y la comida. Ni tampoco todas las mujeres son seducibles con las conductas que propongo. Pero sí muchos y muchas y también muches. A eses les hablo, a les que bajo la delgada cáscara de cultura y civilización guardan casi intactas las conductas y las expectativas del tiempo de las cavernas en ese núcleo ubicado en la amígdala, ahí abajito del cerebro. Para las redes neuro-hormonales que aseguran la continuidad de la especie humana seguimos siendo unos seres primitivos que a la hora del miedo y la angustia, del cansancio y la ansiedad, de la incertidumbre y el vacío necesitamos el mismo contacto piel a piel, el olor y la tibieza, la gratificación del alimento y el sexo que aquieten las turbulencias con un otro cariñoso que nos apapache.

El cavernícola salía de cacería, tenía que ser hábil en la búsqueda del mamut y traer la carne a la cueva para alimentar a las mujeres y la cría. Volvía cansado y esperaba el aplauso agradecido, el sexo generoso y la comida reconfortante. La mujer había quedado cuidando el fuego y había desarrollado una percepción de 360 grados atenta a los predadores, en un brazo el último bebé que amamantaba, con el otro revolvía la olla comunal y con varios brazos más para atender a alguna compañera enferma o parturienta y a los niños que había alrededor, que eran de todas. Mientras el cavernícola se focalizaba en la habilidad caceril la mujer debía ser multitasking, tejía y cuidaba la red, escuchaba y oía, recordaba y atendía, se preocupaba por todo el entorno e iba resolviendo las mil y una cosas de la vida cotidiana. Venía el cavernícola esperando el aplauso y se encontraba con una mujer sudorosa, cansada y harta de tener que desenvolverse como si tuviera cuatro o cinco manos. Pero la que se sobreponía y lo recibía con admiración, sexo y comida, era premiada y preñada con más frecuencia, tenía más hijos y esa característica se fue transmitiendo generación a generación.

¿Cuánto de esta escena primitiva sigue estando vigente? Incluso con la nueva mujer, la que trabaja fuera del hogar y que cuando regresa a casa vuelve a ubicarse como aquel ser primitivo que se ocupaba de la cría, de espantar a los predadores y de mantener el fuego encendido?

Sigue siendo un imperativo biológico que la cultura no ha podido, todavía, desenredar. Las mujeres seguimos siendo, muchas veces todavía, las responsables del “reino del hogar” mientras que los hombres siguen siendo, paralelamente, los responsables de la “provisión del alimento”.

Ese núcleo que persiste y que no ha podido ser disuelto por la cultura, es el punto que debemos atender a la hora de la seducción.

¿Para qué es preciso seducir? Etimológicamente significa conducir a alguien por un camino que a uno le conviene. Seducir nos permite, luego, que el otro se conduzca de alguna manera que nos resulta necesaria. Cada uno de nosotros tiene necesidades particulares, ve el mundo desde su propia lente y no siempre puede adivinar las necesidades del otro y querer satisfacerlas si no están satisfechas las propias. Es preciso seducir para que el otro desee satisfacernos. Así de simple. No queremos que lo haga forzado o por conveniencia sino que lo desee, que lo haga de verdad, que nos quiera satisfacer porque le hace feliz. Abandonemos la falsa pretensión de que lo hará por las suyas, que adivinará, que gustoso hará todo lo que estamos esperando que haga. Mal que nos pese, deberemos tener la habilidad de despertarle el deseo de satisfacernos y de que lo haga con gusto y placer. Es preciso seducir.

¿Qué necesita la mujer del cavernícola cuando vuelve a la cueva para aplaudirlo, darle de comer y entregarse sexualmente? Necesita que le muestre, sin ninguna duda, que de entre todas las mujeres que están allí, ella es su elegida, que no hay otra. Necesita estar convencida de que la ve hermosa, que su perfume lo embriaga y que su presencia ilumina su vida porque sin ella no puede vivir. Como dice cualquier bolero. Que es imprescindible, única, lo más importante en su vida. Eso es lo que toda mujer espera sentir de su otro y la llave que abre el cofre del tesoro. Si el cavernícola hambriento y cansado entra y ni la mira ni la ve, si se aferra al control remoto de la tele y si protesta porque no encuentra lo que espera encontrar en su lugar, la mujer va cerrando lo que pudiera haber tenido abierto, se desanima, se desilusiona, se fastidia, se entristece y se va. Aunque esté ahí, se va. Cualquier expectativa anterior se disuelve y solo queda el hastío, la soledad y el enojo. Si no se siente buscada, requerida, valorada, apreciada ni necesitada, si es tratada como un mueble que, como siempre está, no hace falta mencionarlo, se transforma en un mueble, se seca, se vacía, se enfría y pierde humanidad. No hay nada peor que sentirse un elemento cotidiano, sobreentendido, que está ahí porque está y no porque es necesario.

Así que, entrañable y tierno cavernícola, nada se consigue sin trabajo (ya escucho tu “uf”). Si querés aplauso-sexo-comida acordate que para ella es central sentir que te es imprescindible, que se lo digas, que se lo muestres, que te lo creas, que la entronices en el centro de tu vida como si sin ella fueras a marchitarte. Para seducir a tu otro, mujer o quien asume ese género, no la des por dada, no creas que una vez que la conquistaste terminó y la tenés para siempre. Necesita saber que la seguís eligiendo, que de entre todas las mujeres del mundo, ella es la tuya, con la que querés estar, la que te da alegría y paz.

Los vínculos necesitas de riego y nutrientes para que se mantengan vivos y vibrantes. Tanto hombres como mujeres los precisamos. Ese gesto que te diga que sos vos, solo vos, que te miren con la sonrisa del gusto de verte, nada más ni nada menos… no dar por sentado nada, siempre es preciso mostrarlo. La naturaleza humana es tan frágil y somos tan vulnerables que si no nos lo aseguran todo el tiempo, tememos que nuestro otro desaparezca, que nos abandone y que nos hundamos en la fatal, temida y oscura soledad.

https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/para-seducir-mujer-nid2242870


Machismo en la dirigencia comunitaria

Hay un grupo de mujeres jóvenes que trabajan como staff o voluntarias en diferentes organizaciones judías, que están queriendo conmover la sólida estructura machista de nuestra dirigencia y entrar a jugar con pleno derecho. Es interesante y muy alentador. Nosotras -junto con Aida y Susy entre otras- lo intentamos hace un tiempo, ahora les toca a las más jóvenes, con entusiasmos renovados. Están intercambiando correos y comparto ahora uno que envió Patricia Kahane y el comentario que me estimuló. 

De Patricia: ... me entusiasma que tomen la posta de un tema de absoluta relevancia y completamente relegado al interior de la vida comunitaria institucional. Es un camino arduo el que esta por delante. Nuestra comunidad es profundamente machista en sus practicas, y ni que hablar en sus modos de liderazgo, y esta es una modalidad diria q bastante aceptada x todos sus miembros. Se cruzan todo tipo de cuestiones, que incluyen desde temas religiosos hasta cuestiones de clase. Tema largo.

Mi comentario: Tus palabras me hicieron acordar de una experiencia -entre tantas, todas iguales- que viví en septiembre de 2016 en un brindis de Rosh Hashaná en el que la municipalidad de Vicente López invitó a toda la dirigencia judía y la crème de la crème paisana. 

Éramos un puñadito de mujeres desperdigadas por ahí, poquitas. El número de señores ganaba por afano.

Me acerqué a un grupo de hombres, los conocidos de siempre, que veía conversando animadamente, riendo, satisfechos y rebosantes. Cuando estuve dentro del círculo invisible que habían conformado, dejaron de hablar, me saludaron cordial y hasta cariñosamente, pero hicieron una especie de vacío energético claramente expulsivo hacia mí. Como si mi presencia impidiera que siguieran en lo que estaban -¿minas? ¿negocios? ¿fútbol? ¿chimentos comunitarios? ¿chistes subidos de tono?-. 

¿En qué estaban que mi presencia les incomodaba o interfería tanto? 

Tal vez en nada en particular. Tal vez el solo hecho de ser mujer descuajeringaba la conversa y les era incómodo. 

Como si ante mi habría que hablar de recetas o nietos. 

Como si la testosterona que derramaban a raudales de pronto cortaba el chorro potente cuando una mujer estaba cerca, al revés de lo que uno podría suponer. 

O peor aún, como si la presencia de una mujer pusiera en peligro el statu quo -otra vez: ¿cuál?- y los llevaba a perder espontaneidad.

Por supuesto que no me detuve más que unos instantes y me di vuelta oronda como si no me importara. 

Pero me importaba. 

Y me enojaba. 

Brindando con el intendente Jorge Macri

Brindando con el intendente Jorge Macri

Porque cada uno de los que estaba en esa ronda había tenido conversaciones personales e institucionales conmigo y me habían tratado con deferencia, amistad y consideración. Algo pasaba cuando se juntaban, como si el escenario fuera el vestuario del club con los tipos charlando en bolas, sacándose los mocos o tirándose pedos haciendo reír a los demás. 

Como si fueran un grupo de púberes asustados de su rendimiento sexual que, para sentirse mejor, se burlan de las mujeres, les bajan el precio y se potencian entre ellos con golpes en el pecho y alaridos guturales. 

Uf, me pianté para el lado de las cavernas. Por ahí es ese resto neurobiológico que sigue sin evolucionar y los hombres, cuando se vuelven dirigentes o figurones o figuretis, recuperan aquella condición ancestral y blanden sus herramientas -dinero, panza, pito, posición social, poder- con aire de vencedores. Y las mujeres no tendríamos nada que hacer ahí.

Darthés es más que Darthés

https://www.google.com.uy/search?q=violaci%C3%B3n+abuso+sexual+acoso&rlz=1CASMAI_enUS824US824&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ved=0ahUKEwiVk7Cm6Z_fAhVBhpAKHZAKDhwQ_AUIDigB&biw=1300&bih=573#imgrc=_z1pqP9FwEOokM:

De pronto el dique explotó. Siglos de vidas femeninas fueron haciendo de las memorias de los abusos sexuales un océano profundo e inconmensurable que ahora derrama de manera incontenible relatos, angustias y memorias secretas, humillantes y avergonzadas.

¿Qué mujer no ha tenido en el transcurso de su vida un momento o un hecho de abuso que guarda como recuerdo emponzoñado? El “mirá cómo me pongo” es un cachetazo a la sociedad porque permite que comience a asomar la falaz naturalización del abuso.

El cuerpo de la mujer, endiosado como portador de nueva vida, también estuvo teñido de sexo y pecado. Solo cuerpo, cuerpo sagrado cuando gestante y amamantante, cuerpo pecaminoso cuando deseante y provocador, cuerpo culpable. Ellas y sus pechos turgentes, sus caderas rotundas, sus cinturas voluptuosas, sus piernas abrazantes, sus ojos hechiceros, ellas ofrecen, ellas buscan, ellas piden. Nublan la voluntad y encienden el deseo. Son diabólicas. El canto de sirenas femenino atrae de manera hipnótica y los hombres van tras ellas atontados, atrapados en sus redes seductoras y privados de voluntad.

Las mujeres también lo creíamos. Por eso ante el abuso, el acoso o la violación nos sentíamos oscuramente culpables, temíamos haber hecho algo para encender el deseo de ese pobre hombre que no había podido contenerse. No sabíamos qué pero por las dudas callábamos como si fuera una evidencia más de nuestra “natural” culpabilidad.

“Ni una más”, “me too”, “mirá cómo me pongo” son consignas desgarradas que se gritan colectivamente, fuego en los ojos, rabia acumulada vuelta alarido. Cuando el péndulo del silencio, tantos siglos frenado, se destraba, salta con violencia y rebota en el extremo opuesto. Los primeros casos son los paradigmáticos. Weinstein y Darthés son los primeros receptores de aquella rabia, aquella mordaza, aquella humillación cuando no hay más vergüenza y un colectivo de mujeres se anima a decir “a mí también me pasó, yo también me sentí culpable sin saber por qué,  yo también lo callé con vergüenza”.

No me gustan los escraches ni el escarnio público de nadie, pero sé que el péndulo liberado salta con un resorte que lo impulsa sin freno. Habrá que aguantar el embate. La denuncia y la exposición son inevitables porque Weinstein y Darthés son más que Weinstein y Darthés. Además de lo que hicieron, representan a todos los hombres que nos miraron con lascivia, que nos sobaron y toquetearon, que nos vendieron y compraron como cuerpos sin derecho ni voluntad, que nos golpearon, que nos violaron, que nos castigaron y asesinaron.

Llegará un tiempo de temperancia cuando la rabia tenga un cauce socialmente aceptado y el abuso sea vivido como delito. Se abren nuevas conversaciones para mujeres, para hombres y entre mujeres y hombres.



Publicado en La Nación






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