judaísmo

Más que antisemitismo

Aunque otras cosas están ocupando el interés mediático, la tragedia entre Israel y el pueblo palestino sigue su curso, los secuestrados continuan prisioneros. El antisionismo es hoy una bandera de lucha y varios hechos bélicos llegan con títulos que acusan a Israel aunque luego el texto lo desmiente. ¿En qué se sustenta que solo a Israel se le exija lo que a otros países no? ¿Por qué solo la patria judía tiene tanto protagonismo mediático mientras decenas de injusticias y arbitrariedades en otros sitios no se mencionan? ¿Es solo antisemitismo? 

Aunque es indudable que es un fértil ingrediente emocional, el antisemitismo no alcanza para comprender esta ola anti israelí que asola a políticos, estudiantes, medios y defensores de DDHH en una explosión de odio que se expande en lugar de decrecer. Muchos no se reconocen como antisemitas aunque esgrimen las tradicionales acusaciones judeófobas de poder, supremacía y maldad.

Terminado el año lectivo en el hemisferio norte, las protestas se aligeraron, los alumnos de las carísimas universidades norteamericanas, sus profesores y autoridades se acogieron al descanso del verano y llevaron sus carpas a las playas, los bosques o las montañas, pero las semillas que plantaron se replicaron en todas partes y son causa de lucha por doquier. 

Cualquier declaración pro israelí es vista como sospechosa y quien la enuncia es cancelado. Las respuestas de las tres infaustas decanas lo reflejan claramente; repudiarían con firmeza ataques a afroamericanos o a miembros de las diversas sexualidades pero se mantuvieron incólumes ante el clamor estudiantil por el exterminio de Israel. La caza de brujas antisionista dejó un tendal de víctimas, tanto que el número de cesanteados supera a los que perdieron sus trabajos durante el macartismo.

¿Cómo entender a quienes, con la mejor intención, enarbolan la bandera palestina en grito de reivindicación? 

Tal vez, caído el muro de Berlín y con él la oposición comunismo-capitalismo, nos hemos quedado sin causas de lucha. La ecología, la diversidad de géneros y sexualidades, el feminismo y los derechos humanos brindan poderosos argumentos a quienes perdieron horizontes de sentido. Y hay más.

El eje perpetrador/oprimido nacido en las teorías post colonialistas señala como víctimas a las poblaciones sometidas ayer por europeos y norteamericanos, los “no-blancos” a los que defender y rescatar. Los feminismos denunciaron al patriarcado e identificaron al macho blanco héterosexual como modelo de autoritarismo y supremacía. Desde ambas vertientes se entroniza a la víctima como inocente sin discusión. Israel y sus judíos, varias décadas después del holocausto, vencieron uno a uno, a los poderosos ejércitos árabes y perdieron su condición de eternas víctimas para ser los triunfadores. 

Los países comunistas y las izquierdas volcaron su apoyo hacia sus proveedores de petróleo y una nueva generación de potentados islámicos invirtió parte de esa riqueza atesorada en grandes tiendas, equipos de fútbol y universidades, fortunas que alimentaron las casas de estudio norteamericanas y demandaron cátedras, docentes y contenidos antisionistas. Uniendo en un ramillete estas distintas causas, Israel pasó a ser, en el imaginario universitario, el estado blanco, explotador y patriarcal que sometía, oprimía y victimizaba al pueblo palestino. 

El planteo, simplificador y maniqueo, oculta que la tal victimización, que efectivamente existe, es obra en gran medida de los dirigentes palestinos que mantienen a su población en eternos campamentos transitorios para obtener apoyos económicos y políticos y, de paso, acusar a Israel de apartheid, ocupación y genocidio. Aunque un 20% de población árabe vive libremente en Israel, decenas de años de adoctrinamiento convencieron a las élites académicas de la maldad intrínseca del estado hebreo. Y ahí es donde los argumentos antisemitas hacen su agosto y florecen aunque muchos activistas no se reconozcan antisemitas. Su antisionismo tiene sustento racional en el eje opresor/oprimido pero el antisemitismo es el alimento emocional generador del odio anti israelí. Porque, digámoslo con todas las letras, si su lucha fuera exitosa, “del río al mar” implica la destrucción del estado de Israel. El terrorismo islámico exterminacionista es estrictamente religioso y no se anda con delicadezas ni disimula su motivación antijudía y opuesta a todos los “infieles”, los que no veneran a Alá. Esto es lo que apoyan los militantes antisionistas hoy.

La lucha de los activistas en apoyo de las víctimas es meritoria y los creo convencidos de estar haciendo algo bueno por el mundo. Claro que en el camino olvidan las iniquidades que suceden en otras partes, la invasión rusa a Ucrania y sus muertos inocentes, las otras matanzas y genocidios con decenas de miles de víctimas y refugiados (en Yemen, Congo, Nigeria, Siria y sigue la lista). Solo se encienden cuando pueden acusar a Israel. Las víctimas israelíes masacradas en un explícito plan genocida no tienen lugar en este escenario. Ven a los niños quemados vivos, las embarazadas apuñaladas en sus vientres, las cabezas decapitadas con las que se jugaba al fútbol, las jovencitas violadas en manada y martirizadas, a los secuestrados, como opresores blancos, machos, heterosexuales y patriarcales, o sea, que merecen lo que le pasó por israelíes, por judíos, por blancos, por triunfadores. 

Las élites educadas promueven una orgía de auto odio. ¿Lavan tal vez las culpas de sus antepasados europeos predadores, genocidas, piratas, colonialistas y esclavistas? ¿Será esta honra al islamismo radical parte de la crisis de occidente en su exoneración de un pasado vergonzante? ¿La única manera de compensar culpas del pasado es minar el futuro?

Hay quienes hablan del suicidio de occidente, esto es de los valores de la democracia, el republicanismo y el humanismo. Todos en peligro, no solo los judíos. 

Por eso digo que el antisionismo no es solo antisemitismo. Es más que eso.

Publicado en La Nación

¿Es posible el “nunca más”?

¿Hace 30 años del ataque a la AMIA, dos años después del realizado contra la embajada de Israel. Los seguimos llorando. Seguimos clamando por justicia. Seguimos anhelando que los perpetradores, el terrorismo islámico, reciban la pena correspondiente. Es interminable la lista de ataques (ver en rip.to/Wktxw) de esta amenaza a la libertad y la civilización. Además de los dos hechos en nuestro país, menciono unos pocos en otros sitios y en orden cronológico: la operación Entebbe (1976), la destrucción de las torres gemelas (2001), el atentado en Atocha (2004), Charlie Hebdo y Bataclan (2015). Fueron muchos más y  sin límites geográficos: en Europa, América, Asia, África, Australia, el brazo armado y odiador del islamismo radical tiene un alcance infinito. Nadie está a salvo.

No es ningún consuelo saber que el nuestro ha sido uno más de entre centenas y nos encuentra en estado de shock luego de lo que empezó el 7 de octubre y que aún continúa. Israel sigue bajo ataque, defendiéndose y luchando contra este enemigo que se ha propuesto su destrucción. 

Pero no se trata solo la destrucción de Israel, así como la bomba contra la AMIA no fue solo contra los judíos. Ambas situaciones, así como cualquier otro hecho terrorista, no solo asesina a las víctimas, hiere de muerte a la democracia, a la civilización occidental y a todos sus valores. Vemos espantados que gente inteligente, educada y con ideales elevados, renuncia de buen grado a la libertad, al respeto y al republicanismo en defensa de un estado terrorista que no oculta su odio asesino y que tiene sometido a su propio pueblo. 

Este 30° aniversario es particularmente doloroso y desesperanzador no solo porque el crimen sigue impune, sino porque lo que está sucediendo en Israel y la amenaza que nos sobrevuela a todos estemos donde estemos, nos sume en una alerta descorazonadora. Venimos de vivir un período de florecimiento de la vida judía y de su interacción con el resto del mundo que nos hizo creer que por fin el anhelado “nunca más” estaba muy cerca. 

Pues no. Evidentemente no es así. Nuestro escudo defensivo, nuestro maguen david, debe mantenerse esgrimido. 

Veo un paralelo entre esa esperanza del “nunca más” y la espera del mesías. Nuestro mesías es una metáfora. No esperamos a un señor que nos venga a salvar de todo mal. La tradición judía nos enseña a esperarlo a sabiendas de que nunca llegará. La perfección, la felicidad, el nirvana, el paraíso o como sea que uno imagine al ideal mesiánico, es una expectativa utópica destinadas a que sostengamos nuestro esfuerzo por merecerlo. Esperar al mesías implica el arduo trabajo de ser mejores, de superar nuestras imperfecciones, de dar cada día un pasito más hacia lo que está bien para la convivencia humana, un trabajo que no tiene fin. Igual sucede, creo yo, con el anhelo del “nunca más”. Aunque lo clamemos y lo enarbolemos en cada discurso, sabemos que la sociedad humana, igual que cada uno de nosotros, está lejos de ser perfecta. Ni lo será. El “nunca más” seguirá siendo “otra vez”.

Sin embargo, y apelando a nuestra jutzpá tan judía, a esa persistencia que nos permite sobrevivir a cataclismos y desgracias, espero que sigamos dirigiendo nuestros pasos hacia el objetivo mesiánico del “nunca más”, los ojos bien abiertos, el pie firme y la cabeza en alto. Sabemos que se aleja a cada paso, como la línea del horizonte. Pero también sabemos, porque lo recibimos de nuestros padres y nuestros abuelos, que caminando de este modo es ¿Es posi?que seguiremos siendo quienes somos y que nuestros hijos y nietos retomarán nuestros pasos porque cada generación seguirá esperando al mesías que nunca llegará pero seguirá trabajando en sí mismo y en su comunidad para merecerlo. 

Publicado en Mundo Israelita. julio 2024


¿Por qué voy al templo?

“Mañana voy a ir al templo, a izkor” (1) dije como al pasar. Mi querido amigo Luis, abrió grandes los ojos, levantó la ceja derecha y emitió un “bueh….” despectivo. Me lastimó. 

No dijimos nada. No hacía falta. 

Entendí su gesto de sorpresa y desilusión como el haber descubierto un aspecto que contradecía, según sus ideas, lo que creía que yo era. ¿Yo, la racional, la alejada de las prácticas religiosas, la apegada a los datos científicos ¡yendo a un templo!?

Mi mamá, hija de un talmudista, añoraba el respeto a las festividades judías que había vivido en su infancia. Mi papá, por el contrario, receloso del establishment religioso, sin ser comunista creía que la religión era el opio de los pueblos. Parte del pacto de convivencia entre ellos era el alejamiento de toda práctica religiosa en casa. Sólo se alteraba entre Rosh Hashaná y Iom Kipur. Unos días antes mamá mandaba imprimir los shone toives (2) que enviaba a toda su gente. El día de Iom Kipur no comía. La noche anterior encendía una vela que duraba muchas horas “para recordar a los muertos” decía. En la tarde se vestía muy elegante y salía, seria y silenciosa, rumbo al templo, “a rezar por los muertos” respondía a mi mirada interrogativa. Desde su muerte, empecé a ir al templo ese día, a rezar por ella. O, al menos, así fue las primeras veces porque a medida que me iba familiarizando con las plegarias, los rituales, comencé a ver, y fundamentalmente a sentir, otras cosas. Hay algo hondamente conmovedor en esa congregación que sostiene un libro en la mano para seguir las plegarias, que escucha las prédicas y entona las mismas canciones. No sé bien qué es. Entro, saludo a éste y a aquél, me abrazo con este otro, busco un lugar libre, me siento, tomo el majzor (3) en mis manos, pregunto por qué página van, lo abro, busco el párrafo, lo leo rápido para entender y poder seguir luego la transliteración del hebreo. O, al menos, creo que lo entiendo. Nunca se sabe. Ya no me acuerdo de mi mamá. Volverá a tenerla cerca cuando llegue el momento del izkor, pero antes de eso y después es otra cosa. 

¿Qué es esa hermanación misteriosa que genera el ritual compartido? ¿Cómo es que ese silencio me abraza y me recibe con tal calidez y comodidad? Por momentos me conmuevo hasta las lágrimas y no me contengo, total, nadie me mira, ni tampoco me pregunto qué estoy haciendo allí, qué me pasa, por qué me pasa lo que me pasa. Me dejo ir y todo mi cuerpo se ablanda, bajan los hombros, se aflojan las manos, se entreabre la boca y soy solo aire que entra y sale. Y me siento bien. 

Casi todo lo que se dice en las plegarias y en las reflexiones empieza con el “baruj atá adonai eloheinu melej haolam” (4). Escucho la frase centenares de veces en esa tarde. ¿Por qué repetirlo una y otra vez? ¿Por qué esta insistencia de gota de agua que cae y cae y no deja de caer? Como una letanía, como un mantra, como una melodía que por conocida nos acuna y ahí estoy, la atea, la descreída, la escéptica, no solo sentadita en el templo con el libro de plegarias en la mano sino repitiendo el baruj atá adonai eloheinu melej haolam toda vez que el coro a mi alrededor me invita a decirlo y siento que soy una multitud. ¿Qué estoy diciendo? ¡¿que creo en Dios?! ¿Yo que miro las trascendencias espirituales y astrales como fantasías imaginarias que vienen en socorro de esa necesidad humana de sabernos parte de algo más allá de nosotros y que nos pretenden explicar los misterios de la vida? 

“Hay más cosas entre el cielo y la tierra, Horacio, de lo que indica tu pobre filosofía” dice Hamlet (5) y apareció en mi vida, viniendo en mi socorro, mi querida y admirada amiga Diana Sperling. Comencé a asistir a sus clases sobre Torá para darle algún sentido a eso que me estaba pasando. Y lo encontré. Su particular lectura me permitió conciliar ambos mundos, el de la racionalidad y el que me parecía irracional, opiante, falso. Con enorme sorpresa y placer, aprendí que, para ella, la Torá no es un texto religioso sino un texto legal. Un texto con una larga historia en su escritura y que se ocupa de legislar lo que posibilita la convivencia humana. Las historias, lejos de la literalidad con la que se suelen leer, no pretenden ser descripciones de lo efectivamente sucedido sino que son puestas en escena literarias que muestran lo humano que debe ser ajustado para que podamos vivir en paz. La fragilidad, la vulnerabilidad, las grandezas y las flaquezas, las emociones y los prejuicios, los amores y los odios, las envidias y los celos, el orden y los cuidados, los padres y los hijos, la continuidad de las generaciones, la vida y la muerte, en fin, todo lo que nos une como especie y que debemos aprender a regular. En todo ese concierto de relatos y personajes, la figura de Dios (HaShem, Adonai, el tetragrama YHVH y otras denominaciones) es La Ley, así, con mayúsculas. La Ley a la que debemos someternos todos por igual para poder vivir con reglas y pactos claro, no hacer daño, llegar a viejos y morir en paz. 

Shemá Israel Adonai eloheinu, Adonai ejad” (6) es otra frase que se dice una y otra vez en el templo en la tarde de Iom Kipur. Siempre creí que era una declaración de la fe monoteísta pero ahora, con esta lectura que me regala Diana S. y de la que me apropio, es una declaración de respeto a La Ley: ¡Escucha ser humano, La Ley es única, La Ley es una sola! Sentada en el templo en Iom Kipur reviso mis culpas y me propongo hacer todo lo que hay que hacer para enmendarlas. 

Sentada en el templo en Iom Kipur me dejo tocar por las sombras de quienes me acompañan, me sumerjo en el silencio ritual y repito cuando puedo algunas palabras. Digo, ahora con conciencia y determinación, que La Ley de la convivencia humana es una sola y que para honrarla debo bajar la cabeza y someterme a ella. Ley que es mucho más que los supuestos diez mandamientos conocidos y que están bajo su paraguas.

No es oscurantismo ni delirio. No es irracionalidad ni esoterismo. No lo es, al menos para mí. No iría si lo fuera. Tampoco es solo mi mamá, mi papá, mi hermanito perdido, mis queridos amigos que ya no están, los asesinados en la Shoá y en otros hechos genocidas, tampoco es solo eso. Es mucho más grande y me gusta estar ahí, en medio de eso más grande, esa especie de coro desafinado cantando al unísono de gente que, sabiéndolo o  no, también dice que vivimos bajo el imperio de La Ley y que es nuestro deber y nuestra obligación aceptarlo, rendirle homenaje y cumplirlo.

Por eso voy al templo en izkor.

Por eso.

(1) Plegaria de recordación

(2) Tarjetas de felicitación por el año nuevo judío.

(3) Libro de plegarias y reflexiones para los días de Rosh Hashaná y Iom Kipur en hebreo (con trasliteración) y en castellano

 (4) Bendito seas nuestro Señor el único rey del universo.

 (5) Shakespeare, Acto 1 escena 5

 (6) Escucha Pueblo, el Señor es único, el Señor es uno.