masculinidad

Hembrismo, la otra cara del machismo

En una escuela primaria de Buenos Aires, los varones de 7° grado armaron un grupo de whatsapp que excluía a las chicas. “Estamos cansados de que ante cualquier cosa que no les guste que hagamos vayan corriendo a la dirección y nos acusen de acosadores y machistas” dijo uno. Chicos de 12 años.

La miniserie “Adolescencia” muestra en 4 capítulos desgarradores una radiografía cruda de un estado de cosas entre varones y mujeres adolescentes, algo que parecemos desconocer sus adultos responsables, maestros, padres y autoridades y, en consecuencia, no sabemos cómo encarar. 

Pero no solo en los jóvenes. También se advierte en el mundo adulto. Hombres casados, buenos padres sin conflictos serios con sus esposas, denuncian sentirse en una especie de prisión de la que anhelan ser “liberados”. No se trata de divorcio, tampoco de perder la relación con sus hijos ni de dejar de proveer a su manutención en caso de que lo hagan. Quieren “liberarse” de la opinión, el juicio, la crítica y las expectativas de los miembros de su familia que les resultan abrumadoras. Quieren entrar y salir sin tener que dar explicación alguna, mantener el orden o el desorden que les gusta sin tener que adaptarse a lo que los demás les exigen, sin exigencias ni testigos. El anhelo no incluye necesariamente aventuras sexuales aunque para algunos puede ser parte del menú en este ansia de no tener que dar cuenta de nada.

Y he aquí la pregunta: ¿Qué está pasando con los hombres, niños, adolescentes y adultos? ¿Cuál es la crisis que están viviendo? ¿Qué cambió?

Obviamente en la actualidad la masculinidad está en cuestión. Aquello que era ya no es más. El movimiento feminista que necesitó casi un siglo para instalarse, cambió la perspectiva cultural y las expectativas de cada sexo. Lo que era “normal” la concepción masculina occidental, el machismo tradicional, caducó y sus características patriarcales de sometimiento y opresión hacia el mundo femenino dejaron de ser aceptadas. No hay dudas de que la lucha feminista hizo un trabajo exitoso en ese sentido pero, en los últimos años, las posturas se fueron extremando y se produjo un deslizamiento hacia un rígido fascismo con proclamas duras, beligerantes y radicales. Todo lo masculino era machista y, como tal, señalado, vilipendiado y despreciado con tanta violencia e intolerancia que algunos la llaman feminazismo. Yo prefiero llamarlo hembrismo

El hembrismo es la contracara del machismo, igualmente  autoritaria, opresiva y violenta. Fueron tan extremas sus posturas y demandas que llevaron, en una reacción pendular, a una rebelión masculina hoy visible en la manosfera. Resume un machismo radical misógino y hostil contra las mujeres. Uno de sus movimientos es el incel (abreviatura de involuntary celibate, "célibe involuntario") que acusa a las mujeres de selectivas, despreciativas y discriminadoras y, en algunos casos, justifican o fomentan la violencia contra ellas. 

A los hombres de hoy se les pide que “feminicen” su conducta, que sean empáticos, que conozcan y controlen sus emociones, que hablen delicadamente, que entiendan que el deseo sexual no se enciende igual en las mujeres y que lo acepten. Entienden y comparten la justicia de lo que se les pide y lo intentan aunque choque contra su biología, su crianza, la cultura mamada, con lo que tienen y pueden. También se espera que críen a sus hijos, les den la mamadera, les cambien los pañales, los lleven al pediatra y vayan a las reuniones de padres de la escuela, que hagan el lavado de la ropa, que cocinen, que compartan todas las tareas de la crianza y del hogar junto a su esposa en igualdad de condiciones. Requerimientos absolutamente lógicos en este mundo en el que las mujeres tenemos nuestros desarrollos personales, estamos incluidas en el mundo laboral y aportamos dinero a la economía familiar. Muchos hombres, están pudiendo hacer estas cosas sin que se resienta su masculinidad pero no siempre les es “natural”. Para algunos, hagan lo que hagan nunca es suficiente, no parece ser lo que se espera de ellos, se sienten permanentemente en falta. Nunca harán las cosas igual que las mujeres porque no lo son, esperarlo conduce inevitablemente a la frustración. Hombres y mujeres no somos iguales. Tenemos los mismos derechos a desarrollarnos en la vida pero no de la misma manera porque somos producto de nuestras biologías, crianzas y cultura. 

Va siendo hora de empezar a pensar en el masculinismo. Así como el hembrismo es la contracara del machismo y se le parece tanto en su rigidez e intolerancia, al feminismo inteligente debería acompañarlo el masculinismo, una relectura y una reivindicación de la condición viril que pueda ser vivida gozosamente, sin culpas ni reproches. 

Los chicos de primaria que no quieren tener nada que ver con sus compañeras son los hombres del futuro que nos están diciendo que esto así no funciona. Esta es una reflexión preliminar que espero sea complementada y aumentada por otras miradas. 

Machismo y hembrismo nos someten, nos violan y nos lastiman. A hombres y a mujeres. A niños y a niñas. A chicas y a chicos. El feminismo nos enseñó a las mujeres que también tenemos derecho al mundo, no somos solo las “reinas del hogar”. 

Esta conducta de los hombres que quieren vivir sin testigos, sin esa mirada acosadora que los culpa, tal vez anuncie que el tan necesario masculinismo está naciendo. Necesita construir y desarrollar un corpus conceptual acorde a los tiempos (¿donde están las Betty Friedan, las Simone de Beauvoir, las Virginia Woolf masculinas?) para liberar a la virilidad de esta especie de prisión que les permita desarrollar sus capacidades y anhelos, no solo en el tradicional área laboral, sino también en lo social y familiar para que ser hombres masculinos sea motivo de plenitud y gozo vital. 

Diana Wang, marzo 2025








Los hombres no lloran.

(En el día en que falleció Carlitos Balá, que se le animó a la ternura)

Los hombres no lloran, se aguantan, no cuentan sus cosas, no se pueden emocionar. Los hombres no tienen nada que ver con las tareas del hogar ni cambian pañales ni juegan con sus hijos. Los hombres tienen que triunfar, trabajar afuera y proveer a sus familias. 

La sociedad patriarcal y machista limitó y menospreció a las mujeres pero generó estos mandatos sobre los hombres que, para muchos, hoy son una trampa.

Un hombre de verdad, debía ser viril, macho, fuerte, exitoso y ganar mucha plata. 

La mujer era jerárquicamente inferior, no tenía ni voz ni voto, su trabajo en el hogar no solo no era rentado sino que no se consideraba un trabajo. 

Todo empezó a cambiar con los movimientos feministas de comienzos del siglo XX y con un progresivo ingreso de las mujeres en la vida laboral rentada y en la vida pública. 

Casi no se discute si el sexo define la inteligencia, la capacidad de gestión o la creatividad. 

Cuando era jovencita me sorprendía que en algunos países hubiera mujeres que manejaban tractores, que integraban el ejército o que eran científicas. Ya no. Aunque en algunos sitios todavía no está siendo natural, hoy las mujeres estamos presentes en todas las áreas de la vida laboral. Y algunas, en posiciones de responsabilidad ganando mucho dinero. 

Las nuevas mujeres están forzando a los hombres a que se redefinan. 

Estamos viviendo un nuevo período en la historia en el que el ser hombre implica un nuevo desafío. La conexión emocional está creciendo como algo necesario en el mundo corporativo. El nuevo lugar en el hogar, potenciado ahora por la reclusión que vivimos en la pandemia, ubicó a los maridos, a los padres, en un lugar que no habían ocupado antes. Las tareas del hogar debieron ser repartidas, la atención de los hijos, las mil y una preocupaciones que antes solo atendía la mujer, aunque trabajara afuera, ahora fueron vistas, entendidas y asumidas por sus maridos. 

Y en el proceso descubrieron todo lo que se habían perdido las generaciones anteriores. El maravilloso mundo del cuidado de los hijos que nuestros padres y abuelos no vivieron, fue un descubrimiento conmovedor. Alzar en upa a un bebé con fiebre, darle de comer a un chiquito que solo no puede, cambiar pañales, contar un cuento, hacer rompecabezas sencillos, verlos crecer, ir a las reuniones de padres, maravillarse viendo el despliegue progresivo de cada hijo. Todo esto es una conquista reciente. Hoy hay más y más hombres que cocinan, que hacen las compras, que encuentran las cosas en la casa porque ellos mismos las guardaron y saben dónde están. Mi suegro se ufanaba de tener los pelitos de sus dedos intactos porque nunca había encendido una hornalla en su cocina. Si supiera cuánto se perdió. Estamos viviendo un momento privilegiado en ese sentido.

Pero, todo avance en la humanidad tiene siempre dos caras. Está desafiando la definición de los hombres. ¿Cómo es ser viril hoy? Aquél hombre con el instinto cazador que veía a todas las mujeres como presas a conquistar, que se medía con otros a ver si su tamaño era suficientemente grande, que era ambicioso y sólo se interesaba por el fútbol y la política, ¿cómo se compatibiliza con este nuevo hombre, el que cocina, el que está en casa, el que conoce a sus hijos y sabe qué cuentos les gustan? ¿Es que entrar en el mundo de las emociones nos quita fuerza, virilidad y atractivo? ¿los seguiremos necesitando y queriendo si se involucran más en la vida familiar y se ablandan un poco?

A vos que me estás escuchando te digo que sí, nos encanta verte más blandito y abrazador. Ya no tenés que demostrar que sos mejor ni más fuerte ni más rico. Tu conexión emocional nos enamora. Dale, animate, y viví el día a día como lo que es, un regalo de la vida. 

Valentines vs darthesianos. El nuevo modelo de hombre.

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A Valentín de 68 años, el caso Darthés le hizo barajar y dar de nuevo. CEO de una importante multinacional, casado, tres hijos -dos mujeres y un hombre-, dos nietos, su primera reacción fue de rechazo por el descuartizamiento público del acusado, por el video de la víctima que le pareció muy bien armado, por la sospecha de objetivos políticos encubiertos, por el recuerdo de algunos hombres notorios acusados de un modo que le parecía una venganza personal y porque temía que la denuncia abriera la compuerta de muchas otras, no siempre verdaderas. Desestimó ese “griterío airado”, no le gustó, no le pareció importante. Pero todo cambió cuando llegó a su casa. Su esposa, sus dos hijas, su yerno y hasta su hijo, tomados por el tema, coincidían en que finalmente se hablaba de lo que había que hablar y que esas cosas debían salir a la luz. “Esas cosas, ¿qué cosas?” preguntó pasmado Valentín. Entonces su mujer y sus dos hijas le contaron, irritadas ante su ignorancia, varios episodios humillantes que habían debido afrontar y aguantar por ser mujeres. Confrontado e impresionado con lo que escuchaba, la denuncia contra Darthés le tocó de otra manera, comenzó a hacérsele carne.

Concienzudo y estructurado, se sumió en una exhaustiva y honesta revisión su vida desde la nueva perspectiva de lo escuchado en su propia familia. Reconoció que en su educación y formación había sido esencial la convicción de que hombres y mujeres constituían universos bien diferenciados y, especialmente, jerarquizados. Los hombres más poderosos, capaces de mandar, fuertes y racionales, protagonistas, competitivos, efectivos y autosuficientes. Las mujeres no, subalternas, emocionales, inestables, fluctuantes, domésticas, menos interesadas en lo verdaderamente importante de la vida. Nociones establecidas y rubricadas por religiones, novelas, canciones, chistes, universales y “naturales”, implicando que era como siempre había sido y cómo seguiría siendo.

El lugar de la mujer como compañera sexual también estaba claramente jerarquizado; subsidiaria del deseo del hombre, su función, tuviera o no tuviera ganas, era satisfacerlo. Valentín, como tantos, había comenzado su vida sexual con una prostituta junto con un grupo de amigos, el cuerpo femenino estaba destinado para su solaz y placer y la mujer jugaba a hacerse la difícil para estimular el deseo. Un chiste común en su adolescencia era que si una mujer decía que ‘no quería’ quería decir ‘tal vez’, que si decía ‘tal vez’ quería decir que ‘sí’ y si decía ‘sí’ era que ya no era doncella. ¡Y les causaba mucha gracia, claro!

La esposa era “la señora de”, ¿de quién? de un hombre, era su posesión, tanto que “poseer a una mujer” era sinónimo de encuentro sexual. El amo del cuerpo de la mujer, y de la mujer, era el hombre. Y el dueño, obviamente, tenía el derecho de hacer lo que quería con su objeto poseído. En ese contexto la violencia, el forzamiento y el abuso eran una consecuencia lógica. A las mujeres se sumaban los niños, feminizados por su debilidad y posición social, que también eran posesión del amo y podían ser golpeados y abusados con pleno derecho.

Anonadado por el descubrimiento dio un paso atrás respecto al rechazo que la denuncia contra Darthés le había producido. Revisó su vida entera, sus suposiciones, sus creencias, todo lo que siempre había dado por cierto respecto sobre qué era ser hombre y qué era ser mujer, los derechos de cada uno y su status social y familiar. Inteligente y valiente, se dio cuenta de que era más que su mirada sobre la mujer, que también cuestionaba seriamente su lugar como hombre incluso también respecto de otros hombres.

Recordó el miedo que había sentido cuando Esteban, su hijo, quería jugar con las muñecas de sus hermanas, el miedo de que se “volviera maricón”. ¿Qué peor? Por suerte le había salido bien, pensó con alivio. “¡¿Por suerte?!” se dijo. “¿O sea que aunque revise y cuestione lo que a todas luces es arbitrario, la cosa sigue funcionando en mi interior y sigo preso de todo lo que siempre tomé como natural y verdadero?”.

Sí Valentín, sigue funcionando. Nos llevará mucho tiempo volver sobre nuestros pasos como civilización para revisar, de verdad, las nociones en las que nos hemos criado como si fueran verdades incontrovertibles. Funciona aunque sepas que tu mujer no es menos mujer porque dirige esa ONG que tanto los enorgullece, que tu hija Sabrina no es menos mujer porque es cirujana ni tampoco tu hija Malena que está a punto de recibirse de piloto aerocomercial. Son otros modelos de mujeres que aquellos con los que te criaste y que tomaste por naturales y estamos siendo cada vez más. Corremos con lobos, amamos y acariciamos pero también inventamos, descubrimos, damos órdenes, ganamos dinero y no tenemos a la maternidad como principal objetivo en nuestra vida.

La ola que abre el caso Darthés nos da la oportunidad de revisar nuestras propias convicciones. Tanto hombres como mujeres. Porque las mujeres hemos sido criadas en el mismo contexto machista que los hombres y lo perpetuamos en la educación que le damos a nuestros hijos. Y no se trata solo de sexo, la violencia sexual es la punta del iceberg. Cito a Inés Hercovich: “... el colectivo de las mujeres ocupa un lugar de inferioridad dentro del sistema, pero también hay mujeres que oprimen a mujeres. Y en el colectivo de los hombres no todos sacan ventajas, también hay hombres que están marginados, que sufren mucha violencia”.

Valentín hizo honor a su nombre. Los darthesianos negadores, los que no se atreven a decir ‘me equivoqué’ están siendo reivindicados por los valentinos aceptadores, los que se atreven a revisar, cuestionar y refundar su masculinidad. Más hombres que nunca, mejor hombres que nunca, están decididos a serlo sin que ello implique el derecho a denostar, humillar, discriminar laboralmente, inferiorizar, golpear, asesinar ni poseer a ninguna mujer. Son los que se esfuerzan voluntariamente en reinventarse y elegir vivir sin someterse a las relaciones de dominio de género, sin víctimas ni perpetradores. El nuevo modelo de hombre.

Dijo Rita Segato: Que la mujer del futuro no sea el hombre que estamos dejando atrás