¡Qué nazi soy!

Ilustración: Vior

¡Los maté a todos! ¡Qué nazi soy! escribió Facu, 14 años, al chat de Fortnite, feliz por haber resultado vencedor. Buen alumno de una escuela bilingüe, con padres profesionales de clase media, su autofelicitación como nazi no le inquieta en lo más mínimo. Cree que nombra al que mata mejor, al más aguerrido, al más malo de todos, es el ganador por excelencia. Para él,  sus amigos y muchos como ellos, la palabra nazi es el emblema supremo del guerrero eficiente y dejan afuera, -¿ignorancia? ¿indiferencia?- qué es el nazismo. Sus amigos judíos paralelamente no se espantan porque nazi sea un elogio cool dicho en tono admirativo. Pero esto no nace de la nada.  Se tratan muy mal los chicos hoy llamándose con apodos denigrantes que, de tan usados, han perdido el valor del insulto. Se dicen “negro de mierda”, “puto de mierda”, “enano de mierda” junto con el ya naturalizado “boludo” muy lejos de aquel significado de “idiota o estúpido”. Y ahora nazi pero como alabanza. Los sentidos y horizontes se han pervertido,  campea el segual. Pero la palabra nazi viene con otra mochila, la del genocidio mientras que las otras palabras son sólo ofensivas. ¿Sólo ofensivas dije? ¿También yo estoy naturalizando el maltrato, el insulto, la ofensa?

¿Qué nos está pasando con la manera de hablar? En los juegos online gana quien mata al adversario, esto no es nuevo, tiene décadas. También en los deportes se utilizan palabras bélicas y mortales. Lo matamos. Lo aniquilamos. Lo derrotamos. Le pasamos por encima. Lo sepultamos. Desde el ajedrez hasta el Fortnite pasando por todos los deportes, al ganar se habla de muerte. El deseo de ganar, la necesidad de prevalecer, es parte de nuestra naturaleza y los juegos permiten satisfacerlo de manera sublimada. En lugar de matar, jugamos a matar.

Pero el que sean cool los insultos y las ofensas y que estén tan naturalizados que no se perciban como tales, es nuevo. Boludo, puto, negro, hdp, son usados por los chicos con ligereza. Pero no alcanza, suben la apuesta y le suman nazi. Es un escalón más. No se espantan, no se dan cuenta, o no les importa, lo que están diciendo.

¿Seguirían diciendo nazi si supieran que fueron torturadores, asesinos de niños y bebés, déspotas, autoritarios, tiranos, represores y asesinos de los que no pensaban como ellos, que se creían “dioses” con derecho a matar a cualquiera, incluso a estos mismos chicos que hoy se envanecen llamándose nazis? ¿Seguirían diciendo nazi si supieran lo que de verdad están diciendo?

Lo más probable es que no lo sepan. Nazi debe ser para ellos algo así como peor que malo, nada más, hasta ahí deben haber llegado. Lo preocupante es que si es así algo nos está fallando a todos. Hay algo que no estamos transmitiendo bien si la maldad humana aparece como herramienta que conduce a la victoria. Hay algo de la educación que no estamos haciendo bien. 

Facu gana y se cree nazi. Los chicos terminan la escuela sin entender lo que leen ni poder construir bien una oración y tampoco saben diferenciar lo que está bien de lo que está mal. Me pregunto si tiene sentido espantarme con el elogioso ¡Qué nazi soy! cuando los rusos atacan a Ucrania para desnazificarla. La maldad insolente en el cambalache del siglo XXI, sin aplaza'os ni escalafón. ¿Es lo mismo el que labura o el que no, el que mata o el que cura o está fuera de la ley? Dale Facu, lavate las manos y vení a comer, ¿vos nazi? no digas pavadas, sentate a la mesa mi chiquito, que la comida se enfría y el futuro está en tus manos.

Publicado en Clarin.

Ser un poco sorda

Columna emitida el 13 de mayo, 2022, radio Mitre.

Cuando era chica en mi barrio decían “Si queré ser felí, no analisí no analisí”  y como en todo dicho popular hay algo de verdad. En armonía con esa sabiduría voy a hablar del peligro de ver todo, de escuchar todo, de registrar todo, ponerlo bajo un microscopio para ver cada una de sus partículas y evaluar, porque de eso se trata, si hay algo que nos ataca o algo que pueda mostrar que no estamos siendo queridos. Y si buscamos, encontramos. Porque hay cosas que son para escuchar y otras para dejar pasar. ¿Cómo darnos cuenta cuáles son las importantes y cuáles las descartables?

Si estás irritado, cansado o enojado, escupís palabras explosivas, descargas sin medida ni control, sin reflexión ni cuidado, pura descarga. Y uno se siente fatal después, ¿por qué lo dije? ¿por qué lo dije así? Y si el otro lo toma literalmente, si se cree que lo que dijimos es lo que sentimos, nuestras palabras pueden ser demoledoras y no hay vuelta ni manera de arreglarlo.

Esas palabras producto del enojo están armadas y si no entendemos que son solo descarga quedan pegoteadas en la piel destilando veneno. También nos hiere esa andanada del otro enojado que descarga su ira con palabras de furia, nos hiere si las tomamos literalmente. 

La convivencia es un desafío, siempre cerca, mirando, opinando. Somos uno testigo del otro y vemos esas cosas que no se muestran afuera, las fragilidades, las cobardías, los miedos, las frustraciones, las ilusiones, la tristeza, la desvalorización. En la convivencia se ve lo que uno se guarda cuando sale a la calle. Nos conocemos de memoria el lado oculto, nuestras debilidades, por eso la convivencia es un desafío constante. 

Si nos ponemos severos, si ponemos todo bajo la lente del microscopio ¿quién se salva?. ¿Quién no tiene esa mancha de caca en la bombacha, ese no sé, no puedo, no me animo  eso que no se quiere mostrar para no ser juzgado ni criticado ni opinado? Irritados, cansados o enojados nos desbocamos, perdemos los controles y los frenos. Nos cubre una ola furiosa que nos revuelca, nos enceguece, nos asfixia y decimos cosas de las que después nos arrepentimos porque casi siempre no era para tanto. Explotamos, vomitamos nuestra descarga que era solo enojo, pero si el otro lo toma literalmente, si cree que eso que dijimos era en serio, la herida puede ser mortal. Lo sabemos muy bien porque si tomamos como verdadero lo que el otro nos dice enojado y desaforado nos destroza porque es una evidencia de que no somos queridos. 

La descarga no es una verdadera comunicación. Escuchemos la música no la letra porque las palabras atronadoras.digan lo que digan, solo dicen ¡enojo enojo enojo! 

Cuando le preguntaron a Ruth Bader Ginzberg, jueza de la Corte Suprema en EEUU, cuál era el secreto de su largo matrimonio, respondió sabiamente “ser un poco sorda”. Creo que mi mamá habría dicho lo mismo. 

Verdad y opinión

“Vivir en pareja. Encuentros y desencuentros”. Columna semanal en Le doy mi palabra, conducido por Alfredo Leuco en radio Mitre.

¿Viste cuando queremos hablar y terminamos peleando? No importa el tema, terminamos peleando y nos preguntamos qué pasó. De entre las varias cosas que pueden haber pasado, una es que solemos hablar con el idioma de LA VERDAD en lugar de hablar con el idioma de una OPINIÓN. 

Como nuestro punto de vista nos resulta indudable y evidente creemos que es LA VERDAD. Y lo decimos con firmeza, porque es LA VERDAD. 

Pero a nuestro otro probablemente le pase igual y esté tan convencido como nosotros de que lo que cree es LA VERDAD. Los dos decimos LA VERDAD, nuestra verdad con tono de es obvio y si no te das cuenta es que no entendés cómo son las cosas, vivís en un taper o tenés un soldadito de menos. Y cuando nos ponemos a contar los soldaditos que tiene cada uno la cosa se desbarranca y se vuelve una lucha de quién sabe más que quién convencido cada uno de tener la data justa y de que el otro no tiene idea. 

¿Y cómo te cae cuando alguien te tira LA VERDAD con cara de ¡escuchame bien porque te voy a decir cómo es la cosa! y te pone en el lugar del que no sabe? No sé a los que están oyendo pero a mi me cae peor que mal. Me enoja, me siento maltratada, me dan ganas de decir ¿quién te creés que sos, a quién le ganaste?

Cuando hablamos enarbolando LA VERDAD generamos un campo de energía negativa con ese ninguneo, producimos el rechazo del otro que corre a enarbolar su propia verdad y ahí ya nos trenzamos en la batalla de quién tiene razón y se desencadenó la pelea, esa pelea que no entendíamos por qué había sucedido.

Podemos decir lo mismo pero como una OPINIÓN y entonces la conversación se vuelve posible. Mirá cómo suena si en lugar de ¡esto es así! digo me da la impresión de que esto podría ser así hasta sale con otro tono y seguro que con otra cara. ¡Esto es así! se dice firme, con la mirada fija y el dedo autoritario en alto, mientras que me da la impresión de que esto podría ser así se dice más blandito, con la mirada y el gesto más amable, con las manos tendidas. 

Una OPINIÓN dice de tu mirada personal e invita al otro a expresar la suya, en iguales condiciones. Al  hablar en el idioma de la OPINIÓN no pretendemos avasallar ni imponernos, ni ganar. Decir una OPINIÓN en lugar de imponerse con LA VERDAD propone otro juego, abre un diálogo amistoso en lugar de cerrarlo en una pelea sin cuartel. Y te cuento un secreto, no se lo digas a nadie y menos a ya sabés quién: la persona que habla desde LA VERDAD suele sentirse tan insegura que necesita hacerlo para darse firmeza mientras que quien habla desde la OPINIÓN siente tal seguridad interna que no necesita derrotar a nadie para sentirse bien. 

Es que finalmente, la cosa pasa por elegir de qué lado de la vida te querés poner, si te morís por ganar la discusión o si preferís vivir en paz. 

La culpa la tiene el otro

En las consultas que recibo, cada miembro de la pareja me pide que cambie al otro. ¿Por qué? Porque la culpa de lo que pasa siempre la tiene el otro. 

¡Que si habla, que si calla, que si se ríe mucho, que si no se ríe nunca, que si le gusta salir, que si solo quiere estar en casa…!

Hace todo mal.

Tiene toda la culpa porque nosotros hacemos todo bien, somos los normales y sanos, los que siempre damos mientras que el otro que nos pone obstáculos, nos discute, no nos deja construir ese mundo perfecto que solo nosotros sabemos cómo es. Hacemos todo bien y si algo llega a salir mal, no es culpa nuestra sino de ese otro egoísta y malévolo que insiste en hacer las cosas a manera, equivocada por supuesto. 

Y si me creo que es el otro el que hace todo mal, me enojo, pongo mala cara, me quejo y acuso. Y eso es el principio,  porque al otro le pasa igual, también cree que la culpa la tenemos nosotros, que hace todo bien pero nosotros nos empeñamos en hacer lo que se nos canta, en no le hacerle caso, encaprichados en seguir haciendo lo que evidentemente, para el otro, hacemos mal. Y se enoja, nos mira con mala cara y nos acusa de ser los culpables. O sea, piensa igual que nosotros, cada uno creyéndose inocente y viendo al otro como el culpable de todo lo que está mal. 

Obviamente ambos somos los responsables y ponemos en la olla de la desdicha nuestra cuota de expectativas imposibles y de desilusión. Pasa porque nos olvidamos de que cada uno es como es. Y, agrego yo por si no lo habían pensado,  que la gente no cambia. Uno es como es desde el primer día hasta el último. El movedizo lo será toda su vida, el silencioso y el charlatán, el distraído y solitario, el enojón y el sociable, siempre seremos así. Y cada uno ve como egoísta al otro porque insiste en seguir siendo como es, como si el ser como es y no como queremos que sea,  implica que no le importamos y que no nos quiere. 

Uno es como es y cree que su manera de ser es la única y la normal. Pero, somos diferentes, el otro es como es y también cree que la suya es la única y normal manera de ser.Y cada uno espera que suceda el milagro. que el otro deje de resistirse a nuestros deseos y sea como “tiene que ser” que es como queremos nosotros que sea. 

Y no. No sucederá. Dejémos de esperarlo. 

El otro tiene otro cuerpo,  otra historia, otra forma de ser, otras capacidades y necesidades. ¿Dónde quedó lo que nos enamoró, lo que te hacía bien? 

Tu otro no es perfecto. Y te digo un secreto: Tampoco vos lo sos. En un mundo de imperfectos, todos tan sedientos de felicidad, esperar lo imposible solo logra irritarte y enojarte porque lo imposible no sucederá. Esperando lo imposible dejas de ver lo posible, lo que está, lo que siempre estuvo pero que dejaste de ver por eso por esperar lo imposible. Tenés dos ojos. En lugar de mirar con el ojo de ver lo que no está, elegí mirar con el ojo bueno porque quizás lo que te enamoró un día sigue ahí. De vos depende encontrarlo. 

Preguntar y pedir, dos pes mágicas

Columna de Vivir en pareja, en radio Mitre, para el programa Le doy mi palabra de Alfredo Leuco. 22 de abril 2022

Hay dos pes que abren casi cualquier cerradura: preguntar y pedir.

Nos creemos que porque vivimos juntos el otro sabe exactamente lo que queremos, lo que necesitamos, que no lo tenemos que decir porque si nos quiere de verdad lo adivina. Y claro, si no nos adivinó, si no la pegó exactamente con lo que estábamos esperando, es que no nos quiere, que no le importamos, y nos quejamos, nos enojamos, y empieza la rueda que todos conocemos. 

¿Y sabés qué? ni tu pareja ni nadie puede adivinar. Y te digo más. No solo no adivina, sino que no siempre está pensando en nosotros. Y como no venimos con subtítulos, si no adivina, si tiene sus propias preocupaciones, al no tener un subtítulo, la mayor parte de las veces no tiene idea de qué es lo que estamos esperando que haga. Creer que el otro está pendiente de uno, que tiene la capacidad de adivinar lo que nos hace falta, es asegurarse el camino a la frustración. 

Hay otro camino. Pedir. Es mucho más fácil. “Tengo ganas de contarte cómo  resolví ese problema que tenía en el trabajo ¿tenés ganas de oírme?” “Me siento bajoneada, ¿Me acompañás a dar una vuelta?”, “¿ya sabés lo que me vas a regalar para mi cumpleaños? ¿Querés que te diga lo que me gustaría?”. No se nos cae ninguna corona si pedimos. Hasta por ahí le hacemos un favor al otro que, como no adivina, no entiende por qué algo que hace o no hace nos puso mal y se siente mal porque no pega una. Pedir. Pedir lo que necesito, lo que me hace falta, pero pedirlo en serio, no reclamar o quejarte. Pedir.

Y la otra p que abre cualquier cerradura es preguntar. Tampoco nosotros tenemos la capacidad de adivinar pero muchas veces damos por cierta alguna idea que nos hacemos y estamos convencidos de que sabemos por qué hace o no hace lo que debe ese otro empeñado en contradecirnos. No estemos tan seguros. Casi nunca sabemos por qué. Aunque estemos juntos hace años, no demos por sentado que el otro es transparente y que tenemos la bola de cristal y que sabemos perfectamente por qué hace o no hace lo que debe. Y casi siempre creemos que es a propósito, por supuesto. A veces tal vez sí, pero las más de las veces estas suposiciones son cosas nuestras que no tienen nada que ver con el otro. Y reaccionamos ante esas ideas como si fueran la verdad revelada. Pero, como no es seguro que estemos en lo cierto, es más inteligente preguntar antes de sufrir por lo que uno se imaginó. “¿Qué me quisiste decir?” “¿La cosa es conmigo?” “te veo con preocupación ¿pasó algo?” “a ver si entendí bien, ¿lo que me dijiste es tal cosa ?” 

Preguntar antes de reaccionar y pedir antes de sentirnos frustrados. Dos llaves maestras que evitan malos entendidos, penurias, confusiones, atribuciones y  discusiones. Tené a mano las dos p en tu cajita de conductas que te mejoran la vida. Haceme caso: es simple, fácil, económico y funciona: preguntar y pedir.

Recordar la Shoá es más que recordar la Shoá. 

Es honrar la memoria de los sobrevivientes y sus descendientes, incluir lo vivido en un contexto trascendente por el cual cada uno representa el efecto encarnado de lo que sucedió y juntos, en un diagrama multicolor, se construye una de las evidencias documentales de lo sucedido. Contar la historia, enseñar a contar la historia, escuchar la historia, transmitir la historia, es una poderosa herramienta contra el negacionismo que tanto se complace en negar lo que vivimos y que encubre el deseo de negar nuestra propia existencia.

Según el modo en el que se haga, es descubrir, aprender y enseñar sus poderosas lecciones. El anhelado “nunca más” que hasta ahora está siendo un desgarrado “otra vez, otra vez y otra vez” solo podrá suceder cuando las lecciones sean incorporadas y aprendidas. Recordar la Shoá es más que solo recordar sus horrores, es también, y de modo urgente, sus lecciones:

Los genocidios, y la Shoá como su paradigma, suceden en estados dictatoriales, nunca en democracias. 

La propaganda es la vía regia para que el grueso de la población siga al líder despótico, se someta a sus políticas, las apruebe o al menos no se oponga a ellas, la propaganda construye consensos. 

La instalación del enemigo común, de ése entre nosotros del que nos tenemos que cuidar, ése que amenaza con quitarnos nuestra nacionalidad, identidad o lo que fuere que alegue el mensaje. 

Borrar a la oposición, a la libertad de expresión y a la educación que estimule el juicio crítico y la libertad de pensar. 

Estamos viviendo en estos días una evidencia de que alguna de sus lecciones está siendo escuchada. Lo vivo personalmente como un hecho alentador y esperanzador. Ante la invasión de Rusia a Ucrania, la guerra desatada y las víctimas consecuentes, el mundo no ha permanecido en silencio. Gran parte de los países han expresado de modo contundente su oposición y, aunque no han intervenido directamente, lo han hecho con el envío de recursos que hacen posible la defensa de los ucranianos y han impuesto sanciones económicas al perpetrador ruso. 

En el contexto de este espanto que estamos viviendo, la perpetración y la crueldad de los invasores, la reacción de gran parte del mundo es una excelente noticia. A diferencia de lo sucedido durante la Shoá, cuando los judíos estuvimos tan solos, tan desamparados, tan a merced del monstruo nazi y sus colaboradores. Entonces el mundo calló, nadie vino en nuestra ayuda, no hubo sanciones al imperio nazi. 

Hoy los refugiados ucranianos se derraman por distintos países que los reciben mientras que entonces todos los países nos habían cerrado las puertas, no había donde ir. Las empresas siguieron lucrando, beneficiándose del trabajo esclavo de los judíos que reducía tanto los costos, a costa de tantas vidas que se perdieron en las líneas de montaje de la muerte. La lista de empresas y bancos que hicieron la vista gorda y fueron cómplices del asesinato de cientos de miles de judíos, pone los pelos de punta. 

Algunos bancos: Deutsche Bank, Voor Handel Scheepvaart, J.P. Morgan, Union Banking Corporation…. negocios son negocios. 

Las empresas más conocidas: Siemens, BMW, Mercedes Benz, Hugo Voss, Adidas, IBM, General Motors, Ford, Standard Oil, General Electric, Kodak, Coca Cola, Nestlé, Novartis, Maggi.

Por eso lo que está sucediendo hoy es alentador. A pesar de que el entretejido económico es tan apretado y de que hay intereses involucrados que dificultan establecer fronteras éticas prolijas, las sanciones revelan que, al menos para los que decidieron decir que no, al menos hoy y en esta circunstancia, el dinero sí tiene olor, sí tiene color y no da lo mismo de donde viene. 

Recordar la Shoá es más que recordar la Shoá porque nos permite, hoy, hacer este reconocimiento esperanzador y soñar que el tan anhelado “nunca más” -tal vez, quién sabe-, podría, algún día que anhelo llegar a ver, hacerse realidad.

Sobre el pueblo judío. Mark Twain 

Si las estadísticas son correctas, los judíos constituyen sólo el 1% de la raza humana. Este número revela que son una insignificante y ligera mota de polvo de estrellas en el destello de la Vía Láctea. Ciertamente, el Judío debería pasar desapercibido. Pero se lo ve y escucha. Y siempre se lo ha visto y escuchado.

Es tan prominente en el planeta como cualquier otro pueblo. Tomando en cuenta su pequeñez numérica, su importancia comercial fuera de toda proporción es sorprendente. Sus contribuciones a la lista mundial de grandes nombres en literatura, ciencia, arte, música, finanzas, medicina y pedagogía exceden también toda suposición.

En todas las épocas ha protagonizado una lucha maravillosa y lo ha hecho con las manos atadas a su espalda. Podría sentirse envanecido consigo mismo y ser disculpado por ello.

Los egipcios, los babilonios y los persas aparecieron, llenaron con sonido y esplendor el planeta, luego se desvanecieron en la materia de los sueños y desaparecieron.

Los griegos y los romanos los siguieron, también hicieron mucho ruido y también se fueron.

Otros pueblos han surgido y mantenido sus antorchas en alto por un tiempo. Pero también se agotaron y permanecen en alguna nebulosa o han desaparecido.

El Judío los vio a todos. Los venció y está ahora como siempre estuvo, sin exhibir ninguna decadencia, ningún deterioro debido al tiempo, ningún debilitamiento de sus componentes, ningún retardo en sus energías, ningún aplacamiento de su mente alerta y activa.

Todas las cosas son mortales menos el Judío. Todas las otras fuerzas pasan, pero él permanece. 

Publicado en Harper´s Septiembre 1899 en respuesta al fuerte antisemitismo en los Estados Unidos cuando compañías importantes no admitían judíos y ciertas universidades limitaban su ingreso a estrictos cupos de admisión. Gente “respetable”-influencers diríamos hoy- como Henry Ford y Thomas Edison, expresaban abiertamente su odio a los judíos.


SOBREVIVIR AL FARAÓN (versión 2022)

Una de las tradiciones judías ha sido sentarse a pensar en qué consiste la condición judía. Siglos de argumentaciones en distintos idiomas y cambiantes geografías y la cuestión sigue sin tener una respuesta unívoca. Algunos están convencidos de que se trata de una religión. Otros que es una cultura. Unos dicen que es un pueblo, otros, una nación. Están hasta los que creen -no sólo los nazis- que se trata de una cuestión genética. Así, somos judíos porque nacimos, judíos porque nos lo dicen, judíos porque lo sentimos, judíos porque nos duele, judíos porque no hay otro remedio, judíos porque nos gusta, judíos porque nos señalan... en infinitas variedades de ser y sentirse judío. Los que lo niegan y hasta los que dicen “soy de origen judío”, que no se sabe si quiere decir, “no soy judío” o “mi familia es judía y yo no” o “nací judío pero yo no lo soy” y también los que no viven como judíos y no les importa, ni lo cuestionan ni lo piensan. Son tantos los matices, colores y diferencias de una misma trama que, lejos de mí la idea de tratar de definir la condición judía. 

Pero los judíos -les guste o no a los antijudíos, les guste o no a algunos judíos, lo sepa o no la mayoría de la gente- hemos dejado algunas improntas indelebles en la civilización occidental. Tal vez sea presuntuoso - aunque, ¿por qué no serlo?- pero hemos sido en cierta manera los propulsores de cosas tales como la importancia de la dieta alimentaria y de la higiene, de la lectura y la escritura como actividades del hombre común, del razonamiento y la argumentación, de la discusión y el respeto por el que más sabe, del humor frente a la catástrofe y la vulnerabilidad humanas, de la comedia musical, de los latkes, el gefilte fish y los beigalej, de las idishes mames, de Groucho Marx y Woody Allen. Hemos instalado a la ley como el valor supremo, a los rituales como ordenadores de la vida, el descanso semanal, la liberación de los esclavos y la defensa de los desvalidos. Vaya hazaña la del pueblo judío! Hemos conseguido que muchos de nuestros valores sean los de toda la civilización. Pero todavía falta. Y lo que falta no es misión exclusiva de los judíos, pero es algo de lo que venimos hablando hace muchísimo tiempo, mucho antes de que existiera lo que hoy se llama la civilización occidental.

Dice Mark Twain en un célebre texto publicado en 1899 que a pesar de muchas calamidades y a pesar de que otros pueblos no lo han conseguido, el pueblo judío ha permanecido. 

Y creo que esta capacidad de permanencia es una característica esencial de la condición judía. Permanencia significa fuerza, determinación, firmeza, convicción, valores, transmisión. Dicen nuestros sabios: “Si sobrevivimos al faraón, sobreviviremos también a ‘esto’ ”.

¿Qué es “esto”?

“Esto” es todo aquello que uno cree que no va a poder soportar. 

“Esto” es ese desafío mayor de la vida, ese gran obstáculo frente al cual oponemos la suprema decisión de seguir viviendo. 

“Esto” es hoy, nuestro país y nuestro mundo con sus agudas y dolorosas circunstancias que nos sumergen en el desánimo y la desazón.

“Esto” es el dolor de ver la nueva fragmentación familiar de los hijos y nietos que se van ante una realidad expulsiva. 

“Esto” es el clima de desánimo y desesperanza generado por la ruptura del pacto social y la desconfianza en figuras e instituciones públicas.

¿Cuál es el mensaje de Pésaj?

Pésaj nos recuerda que fuimos esclavos en Egipto y que pudimos liberarnos.

Pésaj nos despierta del letargo y la parálisis, del desánimo y la impotencia y nos abre una esperanza. 

Pésaj nos recuerda que hay que defender al débil y al oprimido y hacerle un lugar en nuestra mesa. 

Pésaj en la mesa familiar, los olores, los gustos, las caras que vemos en la luz de las velas, el orden de las cosas, el séder, que habla de permanencia, de lo que está igual, lo que seguirá igual. Aunque en la mesa falten manjares, ojalá que todas las mesas puedan cubrirse con un mantel blanco y que las familias puedan compartir un trozo de matse y kneidlaj, un guefilte fish hecho de merluza y cebolla y dos velas.

Pésaj, es el estar juntos y hablar de las cosas que aún debemos conquistar y tener presente también las cosas que están y seguirán igual. 

Están y seguirán igual el respeto por los valores familiares, el amor filial, la amistad y el matrimonio. 

Están y seguirán igual la voluntad del diálogo y la resolución de conflictos mediante la conversación. 

Están y seguirán igual el amor por la lectura, por la música y por la escritura. 

Están y seguirán igual la consideración por los viejos -que así sea, porque ahora los viejos somos nosotros- y el ideal de verdad, justicia y dignidad para todos.

Alguno tal vez piense que soy una ilusa, que el enunciado de estos valores es sólo retórico, que los estamentos que deciden por nosotros no atienden más que a su propio beneficio, que nos están pasando por encima. Tiene razón. Soy una ilusa. Pero quiero que todo lo que me da felicidad de la condición judía, que es la condición humana hecha libro -más enunciada que cumplida, es verdad- siga siendo un faro de luz, que se instale y siga estando para todo el mundo. La esencia del Pésaj.

Los sobrevivientes de la Shoá tienen corporizadas memorias desgarradoras, la vida los ha doctorado en experiencias de avasallamientos y abyección. Pero nos cuentan sobre las personas que hicieron posible su supervivencia, los justos, los rescatadores, los que se atrevieron allí donde la mayoría se asustaba. Son ellos, los rebeldes, los incorruptibles, a los que acudo cuando siento flaquear mi confianza en el género humano. Hay gente sensible, inteligente y valiente en este mundo tan golpeado. Es más: hay gente buena. En estos días ante la invasión que Rusia ha hecho a Ucrania y las muertes subsecuentes, la mayor parte de los países se han declarado en contra y le envían apoyo y recursos. Recuerdo la soledad del pueblo judío durante la Shoá, el silencio del resto del mundo y pienso que estamos un poco mejor, que hoy al menos no son indiferentes ni permancen en silencio.

En la cena de Pésaj, saquemos de los armarios los utensilios y platos limpios de jametz pero también démosle una pulidita a nuestros viejos valores, los más simples, los que hacen que la vida valga la pena, regocijémonos con ellos y transmitámoselos a nuestros nietos antes de que nuestros hijos se los lleven lejos de nuestros abrazos.

A guitn Peisaj far alemen: zai far cristn zai far idn! (Buen Pésaj para todos: sea para cristianos, sea para judíos).

Mensaje por Whatsapp de Daniel Helft (16/4/22): Hola Diana. Jag Sameaj. Solo comentarte q anoche, al terminar el Seder, lei tu texto a los 11 q estabamos alli reunidos, incluyendo por supuesto a Marion y Ricardo. Eso generó una discusión de no menos de dos horas, super animada, haciendo honor a nuestra tradición judia de discusion y debate de ideas. Las veinteañeras de la mesa objetando partes del texto y los mas veteranos tratando de entender la cabeza de las nuevas generaciones, q se vinculan de nuevas formas con el judaismo. Desde un costado mucho mas critico o mas globalizado q el nuestro. En fin. Fue el plato fuerte de la noche y tu nombre estuvo en boca de todos. Queria comentartelo y agradecerte nuevamente. Beso!!

La plantita no crece sola

Vivir en pareja, Columna del 1 de abril de 2022 en Le doy mi palabra, de Alfredo Leuco

Listo, nos casamos y nuestro amor regará la plantita que crecerá lozana y solita. Además como nos dijo Diana Wang acá el otro día, pagamos la matrícula, es decir prometimos aceptar al otro como es, no tratar de cambiarlo y no esperar que nos adivine sino pedir lo que necesitamos. ¿De qué nos vas a hablar hoy? ¿es que hay algo más?  Y sí, la pareja es una plantita muy pedigüeña, no crece sola, crece de a dos, con lo que cada uno trae y es. Si vivís en pareja, ya sabés de qué te hablo pero también sabés que no contabas con formas de ser de cada uno que, según como se combinen, hará que crezca feliz o se ponga mustia rápidamente. Paso a enumerar.

Los ritmos biológicos, el que es búho se despierta a la noche y necesita dormir hasta el mediodía, la alondra cuando baja el sol se cae de sueño y se despierta de madrugada. ¿en qué momento del día cada uno se siente mejor? Si ambos fueran iguales, problema allanado, pero si difieren es preciso hacer acuerdos previos acerca de actividades, horarios y vida cotidiana.

La distancia en la que cada uno se siente cómodo, ¿uno pegadito al otro o a dos metros de distancia? ¿haciendo todo juntos o manteniendo espacios y actividades separados? ¿Cuál es la distancia óptima en la que cada uno se siente cómodo? es imprescindible pactarlo bien para que ninguno se sienta malquerido por la distancia que necesita el otro.

Los rituales cotidianos, ¿comen todos juntos o cada uno se sirve cuando tiene ganas? ¿a qué hora el baño, antes de acostarse o al levantarse? ¿cómo se apreta la pasta dentífrica, por la mitad o prolijamente desde abajo? ¿el asiento del inodoro levantado o bajado? ¿aire acondicionado o ventilador? ¿ventana abierta o ventana cerrada? parecen cosas nímias pero corroen y la plantita sufre.

Las decisiones, de la casa, de las vacaciones, de la educación de los hijos, de las relaciones con parientes políticos y amigos, con los compañeros de trabajo, con las parejas anteriores, con los hijos de las parejas anteriores. ¿Cómo se toman? ¿Cómo se pactan? ¿Qué hacer cuando uno no quiere hacer algo que el otro sí quiere? ¿Se pacta de una vez y para siempre o se va viendo en cada momento? ¿Se van alternando, una vez vos y otra vez yo?

Y no puedo dejar de mencionar los dos temas más espinosos: sexo y dinero. De todo lo anterior, con más o menos dificultad, se puede hablar. Pero tanto de sexo como de dinero la cosa se embarra y complica. 

¿Caja común o cada uno lo suyo? ¿Cuenta de banco compartida? ¿Habrá una caja grande que maneja uno y una caja chica que maneja el otro? ¿Cómo son las decisiones acerca de los gastos, las compras, el ocio? ¿lo arreglaron para que ninguno se resienta?

Cuando la sexualidad encendida del principio se va entibiando y los encuentros sexuales pierden frescura después de haber hablado del service del lavarropas, lo que antes salía solo ahora hay que prepararlo, convenir y reinventar situaciones y contextos, modos de acercamiento que reaviven el erotismo. 

Nos engañaron con esto de creer que crece sola. Si la dejamos sola crece a lo loco, se desmadra y llega a dar mal olor. Hay que remover la tierra, regar todo lo que necesite, podarla cuando sea la época, mirarla para ver qué le está pasando. 

Sí, ya sé. Esta plantita exige muuuucho trabajo pero es la única manera para que crezca, fructifique y nos de la felicidad y la belleza que tanto necesitamos.