La máquina del tiempo. Un regalo de Clara

Mi nieta Clara, llenando una solicitud para ingresar a la universidad,  debió responder a la pregunta “si tuvieras una máquina del tiempo, ¿a qué momento del pasado irías y por qué?”. Esto es lo que escribió (primero está el original en inglés y después mi traducción)

En inglés:

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All families have mysteries. But I would venture to say that my family’s mystery exceeds the ordinary, melding rich history and the disappearance of a baby. That baby was my great uncle, Zenus. My Jewish great-grandparents resided in a small town in Poland during the Nazi invasion. They hid in a two foot tall attic for years to avoid horrific concentration camps. They had a baby boy, Zenus, but could not risk the child crying and giving away their location to Nazis. They gave the boy to a catholic family since his Polish appearance suspended any doubt he was Jewish. After Hitler was defeated, my great-grandparents went to retrieve Zenus from the family; however, they were told that the boy had perished. This brought about many suspicions within my great-grandparents. It was probable that the family had fallen in the love with the boy and were not willing to give him up.

This mystery has plagued my family for decades now, especially my grandmother, the younger sister of Zenus. She even created a website (https://dianawang.net/looking-for-my-brother/) looking for him, calling out to anyone for information about his whereabouts.

My time machine zaps out of the living room, leaving a rainbow dust that instigates little sneezes from my four chickens, and suddenly I appear at that family’s front doorstep. It is 1944, and I learn the fate of my great uncle. If he is alive, I learn his new name, and I come straight back, catch the next flight to Buenos Aires, and finally give my grandmother, who I adore, that closure she has desired her entire life. Simply imagining her reaction, the glitter of hope in her eyes, makes it all worth it. Hey, I might even make this a regular gig and become a family detective!

En castellano:

Todas las familias tienen misterios. Pero podría aventurar que el misterio de mi familia supera lo común, uniendo Historia con la desaparición de un bebé. El bebé era mi tío abuelo, Zenus. Mis bisabuelos judíos vivían en una pequeña ciudad en Polonia durante la invasión nazi. Se escondieron en un ático de menos de un metro de altura para evitar ser enviados a los terroríficos campos de concentración. Tenían un bebé, Zenus, pero no podían arriesgar a que llorara y así los denunciara a todos. Lo entregaron a una familia católica gracias a que su aspecto no levantaba la sospecha de que fuera judío. Después de la derrota de Hitler mis bisabuelos fueron a recuperarlo pero la familia les dijo que el niño había muerto. Mis bisabuelos desconfiaron. Era probable que la familia se hubiera enamorado del chiquito y no lo querían perder.

Este misterio ha acosado a mi familia durante décadas, especialmente a mi abuela, la hermana menor de Zenus. Creó incluso una página web (https://dianawang.net/looking-for-my-brother/) para buscarlos pidiendo a quien la viera cualquier información sobre su paradero.

Mi máquina del tiempo me arranca del living dejando una estela de polvo irisado que provoca pequeños estornudos en mis cuatro gallinas, y aparezco de pronto en el umbral de la puerta familiar. Es 1944 y puedo averiguar el destino de mi tío abuelo. Está vivo, conozco su nuevo nombre, y me vuelvo inmediatamente  y tomo el primer vuelo a Buenos Aires para darle a mi abuela, a quien adoro, el cierre que tanto deseó su vida entera. Imaginando tan solo su reacción, el destello de esperanza en sus ojos, hace que todo haya valido la pena. ¡Uau! ¡esto hasta podría ser mi trabajo y sería una detective familiar!

¿La falta de inteligencia es responsable de la infelicidad en la pareja?

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Durante mucho tiempo la inteligencia era la lógico-matemática y la lingüística. Pero hoy hay descriptas varias más. La cinestésica-corporal (los grandes deportistas, bailarines), la musical, la artística-creativa (creatividad, innovación), la espacial (visión de patrones espaciales), emocional interpersonal (contacto con las propias necesidades y posibilidades), emocional intrapersonal (capacidad de empatía), naturalista ("mano verde", ecología), gráfica-plástica (dibujo, pintura, escultura), adaptativa-elástica (capacidad de ir variando según el cambio de las circunstancias). Son diferentes habilidades, algunas de las cuales son innatas y otras adquiridas. Ambas, con trabajo, entrenamiento y estímulos pueden crecer y potenciarse.

Agrego a esta lista, una nueva inteligencia, la requerida para una buena convivencia en pareja. Tal vez sea una combinación de varias de las ya descriptas, particularmente las inteligencias intrapersonal, interpersonal y la adaptativa.

Algunas personas vienen con la inteligencia para convivir en pareja incorporada, de manera natural y espontánea. En otras es preciso re descubrirla, entrenarla, hacerla crecer y desarrollar.

Muchos de los problemas que veo en la convivencia cotidiana se deben a la total y franca estupidez parejil, o sea, a la falta de inteligencia para vivir en pareja.

¿Acaso no es signo de total estupidez parejil el esperar que el otro nos adivine todo el tiempo? ¿Que sintamos y tomemos todo lo que el otro hace como dirigido a nosotros, como que nos lo hace a propósito por dañarnos? ¿Creernos que somos el centro de su mundo y de su vida a toda hora?

¿No es una total estupidez parejil que dejemos de lado lo que funciona y nos centremos obsesivamente en "eso" que no está bien?¿Que creamos que aquella pasión que nos encendía al principio, si ya no está, quiere decir que el amor se terminó?¿Que nos creamos (h)angelitos (h)inocentes (gracias Cortázar) mientras que ubicamos al otro como la fuente de todos los males?

¿No es de mega estúpidos parejiles que le atribuyamos al otro nuestras propias carencias, cobardías y fracasos? ¿Que esperemos del otro, diariamente, el reconocimiento, el aplauso, la admiración? ¿que precisemos de confirmaciones de que le importamos, de que le somos necesarios?

¿No es todo eso resultado de una absoluta, básica y flagrante estupidez, o sea de un pobre desarrollo de la inteligencia para vivir en pareja?

La inteligencia para convivir en pareja está basada en una noción simple: en una pareja hay dos personas. No es tan obvio como parece así formulado, habitualmente se deja de lado. Tendemos a ver al otro como una extensión de nosotros mismos, con similares expectativas, gustos, anhelos, modelos de conducta y formas de ver el mundo. En consecuencia, si no hace lo que ya debería saber que necesitamos o estamos esperando, no es, según nos gusta suponer, porque es egoísta y no le importamos, no es porque ha dejado de querernos, es simplemente porque es otro.

Cada uno de nosotros vive y ve desde su propia mirada y supone que es así para todos, que somos la medida del universo, o sea que somos el modelo de lo que está bien, de lo que es normal, de lo que es natural y que todos los demás deberían ser así, caso contrario, son enfermos o malos. Al convivir suponemos, además, que el otro sabe lo que tiene que hacer o cómo tiene que ser para hacernos felices y que si no lo hace es por pura maldad. Dejamos de lado que al otro le pasa lo mismo, que también cree que su perspectiva es la buena, la normal, la natural, que es la medida del universo, en consecuencia también cree que vemos y sabemos sin que nos lo tenga que decir o pedir lo que tenemos que hacer o ser para hacerle feliz.

Luego, si la desdicha se basa en que cada uno espera que el otro no sea otro sino como uno quiere, espera o necesita que sea, es obvio que la básica noción de que una pareja son dos personas está ausente. Cada uno precisa diferentes calzados para caminar con más comodidad y se resistirá, como es lógico, a forzar a que sus pies se metan en los zapatos del otro que no solo no le serán cómodos sino que le lastimarán e impedirán caminar.

Había un famoso torero andaluz Rafael Guerra Bejarano, el "Guerrita" que tuvo notoriedad en España a fines del siglo XIX. Seguramente iletrado pero un filósofo poseedor de una inteligencia parejil natural. Lo conocemos hoy por una charla que mantuvo con José Ortega y Gasset en 1899 donde arrojó frases como"ca' uno e' ca' uno y ca' cual e' ca' cual" y "lo que no pue' ze' no pue' ze' y adema' e' impozible".

No sé cómo era la vida matrimonial de Guerrita pero si aplicaba sólo estas dos frases tenía asegurada la felicidad.

https://www.lanacion.com.ar/2137265-la-falta-de-inteligencia-es-responsable-de-la-infelicidad-en-la-pareja

El peso que puede tener una lapicera

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Cuando era chica había que llevar el tintero a la escuela. Los reyes le trajeron una lapicera fuente ¡venía con la tinta adentro! No veía la hora de que empezaran las clases para mostrársela a las chicas. Y fue tal cual lo había soñado. Con "¡uuuus!" y "¡aaaas!" y "¿me la prestás un cachito?", hacían una rueda a su alrededor. Hasta la señorita se la pidió prestada para ver cómo andaba. Fue el centro del grado ese día.

Cuando llegó a su casa, después de almorzar, se dispuso a hacer los deberes. Trajo el portafolios, sacó el cuaderno de clase y la cartuchera y cuando la abrió no la vio. Volcó todo sobre la mesa y ahí estaban los lápices, la goma de lápiz y la de tinta, el transportador, el compás y la reglita, un caramelo y dos figuritas con brillantina, pero la lapicera fuente no. Abrió el portafolios, sacó el manual, el libro de lectura, las hojas canson de dibujo, el cuaderno borrador, los secantes... y nada, no estaba. Dio vueltas el portafolios esperando que hubiera quedado trabada en algún rincón pero no, nada, no estaba. La lapicera fuente había desaparecido.

No entendía nada porque estaba segura de que la había guardado en la cartuchera antes del último recreo. Se dijo: "Mi papá me va a matar", porque le había recomendado expresamente que la cuidara mucho porque era muy valiosa. Y le había fallado. Fue corriendo y le contó a su mamá, llorando, desconsolada. Por suerte ella le tuvo lástima y no la retó. La abrazó y le dijo que lo iba a convencer al papá para que no la castigara esa noche. Y así fue.

Lo esperó en la puerta antes de que entrara, le dijo lo que había pasado y le pidió que no fuera severo con la nena. A los nueve años uno no tiene claras las dimensiones de lo que pasa, y la chiquita estaba aterrada temiendo un reto y un castigo ejemplares. El papá la miró fijamente y le preguntó qué había pasado. Conteniendo el aire, le contó paso a paso todo, pero no supo explicar por qué la lapicera fuente no estaba en la cartuchera, donde la había guardado. "¿Seguro?", le preguntó el padre. "Sí", le dijo, "y todavía me acuerdo de que la enrollé en un papel glacé de color celeste para que no se rayara y de que Nilda, mi compañera de banco, se rió de mí por eso".

Hace unos días fue con su nieta Sol al shopping. Le había pedido que la acompañara a elegirse zapatos con el dinero que le habían regalado en su cumpleaños. Consiguieron unos preciosos y, cuando salieron al pasillo central, escuchó una voz que le decía tímidamente: "¿Martínez?", y vio delante de ella a una mujer que no alcanzó a reconocer. "Soy Blasco, la que se sentaba en la fila de atrás en la escuela", y ahí sí, se dio cuenta de quién era. Se cruzaron saludos y trayectorias respondiendo a "qué hicimos, si nos casamos, hijos, nietos, la vida". Y eso fue todo, no había más, era un eco del pasado, ya no eran más las que habían sido entonces. Se saludaron cariñosamente y cada una siguió su camino. No alcanzó a dar cuatro pasos cuando oyó: "Martínez.". Se volvió y antes de seguir caminando con rapidez en dirección contraria, Blasco, bajando los ojos, le dijo: "Fui yo. La lapicera me la llevé yo".

Su nieta tenía los mismos nueve años que tenían ellas entonces, nueve años que de pronto volvieron con la fuerza de un chaparrón sorpresivo. Sesenta años después, había olvidado su lapicera fuente desaparecida. Blasco no. Blasco se la había llevado y la había tenido encima todo el tiempo hasta que por fin se la pudo devolver.

Publicado 26 de mayo 2018. La Nación, suplemento Sábado, Psicología, Hacelo Simple.

https://www.lanacion.com.ar/2137668-el-peso-que-puede-tener-una-lapicera

La aldea no arderá. Cuja

Jerusalén de Oro

Jerusalén de Oro

Mi mamá y mi papá eran sionistas. Iban a conferencias, se instruían y entrenaban en lo que sería su vida de pioneros cuando hicieran aliá. Los veo jóvenes en esas fotos en sepia o blanco y negro, rodeados de chicos y chicas, miradas esperanzadas, vestidos con ropa ligera en el verano polaco, haciendo picnics, aprendiendo a arar la tierra con una azada, nadando en el río, riendo. Pasaron meses esperando el ansiado turno para volver a la tierra prometida. Se casaron, nació su primer hijo, Zenus, y sobrevino la hecatombe menos pensada, la Shoá que los hundió en Polonia sin posibilidad de huir.

La Shoá no se llamaba así todavía. Al principio no se llamaba de ninguna manera, ni siquiera imaginaban que lo que estaba empezando era la Segunda Guerra Mundial. Igual que tantos otros, no recibieron a la invasión alemana como peligrosa. Recordaban que en la Primera Guerra Mundial la conducta de los soldados alemanes había sido digna y el pueblo alemán era visto como culto, educado, refinado, sensible. El antisemitismo en Polonia era parte de lo polaco, algo natural con lo que se contaba, no llamaba la atención ni preocupaba particularmente. De hecho la vida judía en la década del treinta floreció y el iluminismo parecía haber llegado por fin a esas tierras atrasadas. Los judíos participaban de la cultura local, estaban representados en el Sejm -el parlamento-, nada anunciaba lo que iba a pasar. Por todo ello, al principio, no tuvieron conciencia del peligro. La persecución de la alemanidad asesina, fue una sorpresa para la que no estaban preparados. Unos años después llamaron a esos años LA GUERRA, pronunciado así, con negrita, con gravedad y peso y con mayúsculas.

La leche y la miel de Palestina habían quedado muy lejos. El día a día era sobrevivir un día más, esconderse, evitar ser descubiertos, conseguir alimentos. Y en el verano de 1944 el Ejército Rojo entró en Stryj y encontró a mis padres vivos aunque desgarrados por la pérdida de su hijo. Fui concebida unos meses después y al nacer en 1945 integré, sin saberlo aún, la llamada generación de las Velas del Iurtsait, los que nacimos inmediatamente después del desastre y resumimos el dolor y la muerte por lo perdido y la esperanza de la promesa de la vida y la continuidad.

No habían abandonado la idea de hacer aliá, pero no era fácil hacerlo. La inmigración era clandestina, el viaje azaroso y arriesgado, no había garantía de poder ingresar a Palestina y estaban conmigo, una bebita que debían proteger por ella misma y en recuerdo del primer hijo que no había logrado sobrevivir. Fue así que llegamos a la Argentina en julio de 1947.

Mis padres viajaron a Israel varias veces. La tierra prometida que les había estado prohibida ya no lo estaba más, pero se habían arraigado en Argentina, había nacido mi hermano menor, las cosas estaban bien, ellos eran grandes… lo pensaron muchas veces pero ya no, ya se quedarían acá. Se juntaban con otros sobrevivientes y la pushke azul y blanca con el mapa del amado Israel pasaba de mano en mano y cada uno ponía lo que podía para que aquel sueño de Herzl, la nación judía, siguiera siendo una realidad.

Hay quien cree que Israel es una consecuencia de la Shoá. No es así. Israel es un deseo vivo en nuestra hagadá milenaria cuando decimos, año tras año, “le shaná habá b’Ierushalaim”, estuvo antes de la Shoá en el sueño de los ideólogos, pioneros y acariciadores de utopías y en la gozosa jutzpá de quienes asumieron el poder de su propio destino. No se lo debemos a la Shoá. Israel fue una utopía de siglos, tal vez la única hecha realidad. Es cierto que después de mucho bregar y de los obstáculos impuestos por la geopolítica, la Shoá fue el argumento definitivo, el último y el más brutal y ya no pudo ser refutado: la patria judía era un derecho y un acto de justicia y así fue honrado y establecido por las Naciones Unidas.

Si mis padres visitaran Israel hoy se caerían de espaldas. Lo que se ve, lo que se vive, lo que allí sucede está mucho más allá de sus sueños más febriles. Tengo solo dos años más que el Estado de Israel, casi nacimos juntos. Camino por Tel Aviv, levanto los ojos y veo esas torres espejadas orgullosas y mi mirada se humedece pensando en cómo sería si lo vieran mis padres. ¡Qué orgullo habrían sentido! Los imagino mirándose uno al otro en mudas exclamaciones de asombro y emoción lamentándose probablemente el no haberse animado allá y entonces, ¿quién sabe?.

Papá adoraba a su colega carpintero Mordje Gebirtig, cantaba todas sus canciones pero la que más conmovía e interpelaba a su alma judía era Es Brent compuesta en 1938 luego de un pogrom en Przytyk. Veo a papá en la dorada Jerusalém, en los jardines de Galilea, en las playas de Ashdot, en el Carmel en Haifa, en las plazas de Beer Sheba, los atardeceres de Iafo y los cientos de bosques plantados a mano, en la mágica Ein Guedi, el Golán y Eilat, en el Kotel y en Mamilla, caminando lado a lado con su autor favorito. Ya no tiene sentido cantar el amargo y triste estribillo, aquél “y ustedes están parados con sus brazos cruzados mientras la aldea arde”, porque en Israel corren vientos de fuerza y arrojo, los brazos finalmente se des cruzaron, es un coloso de creatividad y maravillas donde nadie se queda parado mirando porque aquella aldea ya no es una pobre aldea y ya no arde ni arderá nunca más. En su jóvenes 70 años hoy exclama de pie, orgullosa y floreciente, “¡Hineni!”, acá estoy y acá me quedo.

Publicado en CUJA http://cuja.org.ar/la-aldea-no-ardera/

Los celos no siempre tienen la culpa

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Cuando nació Aylén, su hermano Nahuel tenía 3 años. Graciela y Eduardo estaban más que felices, ya tenían la parejita, eran una familia tipo hecha y derecha. Todo estuvo bien. Alegría familiar, felicitaciones de los compañeros de Eduardo en el banco, la casa se llenó de color rosa y muchas de las cosas de cuando Nahuel había sido bebé quedaron sin uso porque eran celestes y no querían que la nena se vistiera de varón.

Unas dos semanas después, Nahuel volvió del jardín con un calzón extraño. Se había hecho encima y traía el suyo en una bolsita impermeable. "¡Qué raro!", pensaron sus padres, porque venía controlando lo más bien ya hacía como seis meses. Ni siquiera se le escapaba a la noche ya.

Dos días después, otra vez. Los llamaron del jardín y tuvieron una entrevista con la psicopedagoga que les hizo las preguntas de rutina. Que si estaba todo bien en casa. Que si algo había pasado en esos días y sí, le dijeron, había nacido Aylén. "¡Ah!", dijo la profesional con tono confirmatorio mientras se descruzaba de piernas. "¡Eso explica todo! Está celoso".

Eduardo, sin entender demasiado, le preguntó qué tenía que ver que estuviera celoso, si es que lo estaba, con que hubiera vuelto a hacerse pis encima. No olvidará su mirada condescendiente cuando les explicó estos procesos normales en los niños al nacerles un hermanito. Así dijo: "Les nacía". Que el proceso implicaba la angustia de dejar de ser el único y que muchas veces los conducía a una regresión a la etapa anterior y al consecuente descontrol esfinteriano. Que era una forma en la que usualmente pedían la atención que les había sido retirada y que ahora recibía el bebé recién nacido, lo que los ponía celosos y rabiosos. Aconsejaba un psicodiagnóstico que llevaría a un tratamiento psicológico que resolvería el problema en unos meses, tal vez antes de fin de año.

Graciela y Eduardo salieron demudados. ¿Tan chiquito y ponerlo en tratamiento? ¿Y cuánto costaría? ¿Y a quién recurrir? Graciela, que lee artículos de psicología, se preguntaba si no sería este un problema que encubría algo mayor, si no le estaba pasando algo grave a Nahuel, si estaban haciendo algo equivocado con él. Los cubrieron las sombras más pesadas.

Eduardo se fue a trabajar abrumado por la angustia. En el almuerzo se lo contó a Marcos, el de contaduría cuya esposa era psicóloga y le caía muy bien. Le preguntó si en casa también se hacía encima. Eduardo llamó enseguida a Graciela y resulta que no, que en casa no. "Entonces debe ser algo que pasa en el jardín", le dijo Marcos. Le dijo que hicieran lo mismo que había hecho la psicopedagoga, que preguntaran en el jardín si había habido algún cambio en la rutina diaria.

Al día siguiente cuando Graciela llevó a Nahuel pidió hablar con la maestra. Lo hizo indirectamente y con una sonrisa, para no ponerla en guardia. Y sí, algo había cambiado. Era un jardín bilingüe, y hacía unos días que, cuando querían ir al baño, los chicos tenían que levantar la mano y decir: "May I go to the bathroom?".

Una vez en casa, Graciela le preguntó a Nahuel cómo hacía para pedir ir al baño en el jardín. Él bajó los ojos y respondió avergonzado que no le salía lo que Miss Lucy le decía y que entonces se aguantaba y que a veces se le escapaba. Esa noche le enseñaron, entre juegos y bromas, a decir "May I go to the bathroom?". Inventaron una canción pegadiza y se rieron juntos y lo felicitaron cuando lo pudo decir fluidamente.

Nunca más se hizo pis encima en el jardín. Se ahorraron el psicodiagnóstico, el tratamiento, una punta de pesos. Además, y no es poco, volvieron a sonreír.

Publicado en el suplemento Sábado de La Nación. 12 de mayo 2018, espacio "Hacelo Simple".

 

Oskar Schindler, el criadero de nutrias.

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Lo que más me gustaba eran las nutrias.

Recostada en el borde las miraba nadar en el barro. Nadaban incansablemente en esa acequia sin fin que, como un mandala endiablado, persistía en desembocar en sí misma. Las nutrias no sabían que no había salida.

-¿Por qué nadan las nutrias? - le pregunté a mamá que, siempre que no sabía qué decirme decía lo mismo: - Es la naturaleza, nena, la naturaleza.

-Pero si no van a ningún lado... ¿por qué nadan todo el tiempo? - insistía.

-... es lo único que saben hacer.

Me pasaba horas viéndolas pasar una y otra vez. Creo que más que ese nadar incesante y desesperado, como de ahogado, eran los ojos los que me atraían, eran ojos asustados, huidizos, que evitaban mirarme, ojos paranoicos, atentos, nerviosos, extraviados, bolitas de vidrio marrón que giraban con increíble velocidad hacia uno y otro lado; como un fascinum[i] que me tenía atrapada.

Recostada al borde de la acequia me pasé horas intentando contarlas, pero no pude. No se diferenciaban unas de otras, en todas la misma mugre, la misma desesperación, los mismos ojos desarticulados. Pensé marcarlas de alguna manera, por lo menos a una, para empezar por ella y ver cuántas había, como hacían con las vacas o los caballos.

Pero no sabía cómo se hacía una cosa así, nunca había visto una yerra ni sabía que se podía tomar un hierro al rojo y dejar una marca indeleble sobre la piel.  Tomé entonces  una maderita y la puse sobre la cabeza de la primera que pasó y empecé a contar. Iba por doscientos cuando me di cuenta que se le había caído. Me pasé la tarde obsesionada con la idea de contarlas, de saber cuántas eran. Podría haberle preguntado a Frau Emilie o al señor con el que hablaban los grandes debajo de la galería, pero por alguna razón que no comprendí en aquel momento, debía descubrirlo sola. No pude. Nunca las pude contar. Ni la primera, ni ninguna de las otras veces que estuve.

La vez siguiente, pretendí reconocerlas por su tamaño, descubrir cuáles eran adultas y cuáles no, si se juntaban algunas con algunas otras, si había machos y hembras, si había familias. Tampoco pude llegar a ninguna conclusión. No tenía el método ni la constancia necesaria.

Mi última visita fue la más concreta. Ya había hecho mis averiguaciones. Sabía que lo único cierto era que estaban encerradas y que las iban a matar. Me propuse esa tarde encontrar la manera de que pudieran escapar.

La quinta quedaba en San Vicente, en el medio del campo. Íbamos por una ruta y después tomábamos un camino secundario. Cuando nos tocaba estar en el auto de atrás teníamos que cerrar todas las ventanillas porque si no nos llenábamos de tierra.

Era toda gente grande. Menos yo. La única otra hija del grupo era Halina, pero ya era mayor, como de dieciocho y nunca quería venir. A mí, como era chica, no me preguntaban.

Ni bien se veían los cipreses que bordeaban la quinta gritaba:

-Voy yo! - lanzándome del auto, levantaba el gancho de fierro y empujaba la tranquera con todas mis fuerzas.

Nos recibía la mirada ajada de una mujer flaca y alta. Andaba siempre con un batón descolorido, de esos que se venden en las tiendas de pueblo, triste y llovido.

-Guten Tag Frau Emilie - la saludaban.

-Está allí - decía en castellano y  señalaba el alero al costado de la casa. La primera vez bajó los ojos y, cuando todos hubieron pasado, se me quedó mirando mientras yo cerraba la tranquera. No sabía si era la esposa o la cocinera.

-Ella tampoco sabe - pensó  más que dijo esa noche mamá. Papá replicó:

-No le hagas caso, está embrujada, como todas las otras.

-¿Quién está embrujada? - pregunté.

-Tu mamá, ¿quién va a ser? - dijo en medio de una carcajada - No sé qué tiene ese hombre, las tiene locas...

El hecho es que los grandes entraron y nadie se ocupó de nosotras que no teníamos nada que hacer juntas.

-Hay nutrias allá -  señaló vagamente.

Pasé cerca de la casa. Vi a los grandes sentados bajo el alero alrededor de ese hombre. En casa se hablaba de él con veneración. Ceremoniosos, duritos, formales, inusualmente respetuosos, le hacían preguntas, escuchaban con atención sus respuestas, alzándolo en el altar de sus miradas. Cada una de sus palabras sería recordada, analizada y comentada minuciosamente en los días subsiguientes.

-Ayer estuvimos en la quinta de Schindler - le dije el lunes a Olguita, mi compañera de banco.

Pero no me prestó atención. En esos días no era conocido ni famoso. No era como Pascualito Pérez o Fangio o Perón o Gina Lollobrígida o Nicola Paone. Nadie fuera de nosotros, los que íbamos a la quinta de San Vicente, parecía saber de su existencia. Sólo para nosotros era importante. Para el resto del mundo no era nadie.

Le empecé a hablar a Olguita sobre las nutrias, le conté de mi plan de liberarlas y ahí sí me escuchó con atención.

-Me recorrí toda la acequia. Es chica. Da una vuelta alrededor como de una islita y nada más. Mirá, así - y le hice un croquis - Encontré un arroyito por donde le entra el agua; no sé de dónde viene ese arroyito, de afuera me parece, pero tiene como una tranquera, así, ¿ves?, las nutrias no pueden pasar por ahí, ¿m'entendés? nadan y nadan pero dan vueltas, no pueden salir.

-¿Por qué querés que se escapen? - me preguntó Olguita - ¿no decís que son feas como ratas?, ¿para qué las querés?

-No sé - le dije. No podía explicarle lo que en ese momento y en ese contexto para mí todavía no tenía explicación - ... para jugar, para hacer algo... no sé.

Pero era más que eso; era algo ligado al poder, la fascinante sensación de dominar sus vidas, como estar sobre un escenario, o salir en Radiolandia, como ser un hipnotizador o ganar la Grande. No importaba que fueran sólo ratas; la idea de planear su liberación igual me hacía sentir importante. "¿Cuál sería el papá?", "¿Tendrán una familia igual que nosotros? ¿Habrá mamás, papás, hijitos, tíos, primos, hermanos...?", "Esa chiquita nunca se despega de la que tiene una mancha negra sobre el ojo derecho... ¿Serán madre e hija?", si conseguía dejar salir a alguna, mejor que fuera un grupo, algunas que fueran amigas o familiares para que no se sintieran solas, para que no extrañaran a nadie... Yo decidía quién viviría y quién no. Me sentía como una heroína de película dispuesta a rebelarme, a hacer algo que podía ser castigado y soñaba con glorias y laureles.

Pero fue sólo un juego. Nunca me animé a dejar escapar alguna. Y siempre tuve remordimientos: ¿Y si la nutria con la mancha negra sobre el ojo derecho era de verdad  la mamá de esa chiquita que no se le despegaba? Nunca lo supe. Tal vez la chiquita tenía miedo, no quería que la separaran de su mamá. Tal vez las mataron juntas, las desollaron, clavaron sus pieles en maderas y después las cosieron en algún sacón suave y lujoso.

Ya sé que estos pensamientos suenan ridículos.

(Las nutrias no piensan.)

(Aunque pensar que las nutrias no piensan no justifica nada.)

(Tampoco con las nutrias.)

Lástima no haberme atrevido

Lástima, además, no haber prestado más atención a otras cosas.

Lástima no haber guardado en mi memoria la cara de Schindler, alguna anécdota, una pequeña frase, algo que me permitiera salir al mundo y gritar: "¡Eh! ¡Mírenme! ¡Yo también lo conocí... entrevístenme a mí!" Sólo una imagen borrosa de un hombrón rubicundo y bonachón con un vaso de whisky a continuación de la mano y las voces de las mujeres chismorreando acerca de sus amantes. 

A veces veo a Halina, la hija adolescente del grupo, la que nunca quería venir. Ella había estado en Cracovia con su mamá y su papá. Tuvieron la suerte de que no fuera yo quien miraba la escena de su debatirse inútil, que en lugar de "jugar" con ideas, hubo alguien, que aunque en un principio también jugando, se jugara por ellos.

-¿Viste la película de Spielberg? - le pregunté. Todo Buenos Aires hablaba de ella; el mundo entero aplaudía los premios de la academia de Hollywood.

-No. No puedo verla. Tengo miedo de que sea demasiado. O demasiado poco. 

-¿No sabés si estás allí?

-Sí,  yo soy la nena que le trae la torta de cumpleaños.

-¿Cuál? ¿La adolescente a la que besa delante de todos los nazis?

-¡No! ¡Esa no! La chiquita, la que le trae la torta.

No me atreví a interrumpir su silencio.

-Nunca quisiste venir a la quinta.

-No. ¿Vos?

-Sí, me llevaban, yo no entendía nada, no me 

daba cuenta de nada, ni siquiera me acuerdo bien de él.

-¿De verdad no te acordás?, me preguntó incrédula.

-De verdad. Es extraña la memoria. Lástima, ¿no?, sólo recuerdo las nutrias.

 

[i] Fascinum (latín): amuleto, objeto que atrae la mirada para impedir el  "mal de ojo".

 

Capítulo 14 de "Con una piedra en el zapato".

Barriletes y estacas

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Una pareja son dos. Dos diferentes. Diferencias que a veces son oposiciones, a veces complementarias, otras contradictorias.

Es parte de nuestra naturaleza medir al mundo según nuestra propia perspectiva. Nuestro aparato perceptivo y cognitivo parte de nosotros y nos solemos tomar como patrón y medida universal. De este modo, en todo aquello que el otro difiera de nosotros o, aún peor, se oponga, vemos una falla, algo que no está bien. Suponemos que ve, oye, siente y razona igual que nosotros y ante cada situación esperamos que se conduzca como lo habríamos hecho nosotros Y resulta que no, que muchas veces hace otra cosa, nos desilusiona, nos hiere, nos excluye, nos ofende, nos ignora. Dado que suponemos que ve, oye, siente y razona igual que nosotros, la conducta que eligió como respuesta o reacción nos está dirigida a nosotros y sólo se explica por desamor, maldad o locura.

En mi búsqueda de modelos que me permitan entender estas diferencias y que permitan la continuación del diálogo sin que ninguno lo perturbe con estas acusaciones de desamor, maldad o locura, propongo hoy otra estructura que he visto muchas veces en las parejas.

Los barriletes y las estacas

En mi infancia, construir y remontar barriletes era una de las actividades preferidas. Para remontar un barrilete se sostiene firmemente el ovillo y se desenrolla el piolín mientras se corre contra el viento. Una vez en el aire y a la altura deseada, el palito del ovillo, lo que llamo la estaca, puede ser fijado en la tierra hasta el momento de recogerlo para bajar al barrilete.

Las personalidades barrilete son inquietas, móviles, aventureras, siempre buscando nuevos desafíos, desordenadas, imprevisibles, inseguras y necesitadas de probarse que pueden.

Las personalidades estaca son estables, tranquilas, ordenadas, no precisan desafíos ni probarse nada, se llevan bien con la rutina, son previsibles y están cómodas con los pies en la tierra.

Los barriletes se elevan, disfrutan de volar al desplegar sus colores y coreografías, sentir el aire libre a su alrededor, mirar desde arriba ligeros y sin presiones; son espontáneos y originales y suelen constituir el polo divertido de la pareja.

Las estacas se adhieren firmemente al suelo, aman la solidez de la tierra, disfrutan de la paz y la seguridad de una rutina previsible, son ordenadas y prolijas y no parecen necesitar de desafío alguno ni de probarse nada para sentirse bien; son sedentarias y tradicionalistas y suelen ser el polo sensato de la pareja.

Hay barriletes grandes y chicos, monocromáticos o multicolores, con flecos y adornos o simples y llanos, con formas originales o rombos tradicionales. Algunos precisan una cola que sume estabilidad (las estacas saben muy bien cómo se hacen).

Hay estacas gordas o finitas, hundidas bien hondo o a pocos centímetros de la superficie, de materiales sólidos como el acero o la madera o más frágiles como el aluminio o el cristal.

Pero lo esencial de la estructura es el piolín, el nexo entre barrilete y estaca. El vuelo del barrilete depende del piolín y de lo fuerte que esté sujeto a la estaca, de cómo se vaya desenrollando y para ser bien piloteado con el viento.

En cada pareja de barrilete-estaca el piolín será el objeto de negociación principal. ¿Estuvo bien enrollado la última vez, no quedaron nudos, se deslizará con facilidad? ¿Cuán largo? ¿Cuán tenso? ¿Cuánto control? ¿Cuánta libertad? ¿Cuánto tiempo estará desenrollado? ¿Cuál es la señal para saber cuándo la estaca debe recoger el hilo? La respuesta a estas cuestiones constituye el contrato de relación de cada pareja. Debe ser acordado, explícita o tácitamente para que no se convierta en fuente de malestar y desdicha.

El barrilete necesita volar, saber que puede hacerlo, que no será acusado de abandono o exclusión y que al final de la aventura, tendrá donde volver.

La estaca necesita mantener todo en orden y disfruta viendo el vuelo de su barrilete pero teme perderlo por eso precisa tener la seguridad de que su objeto volador identificado querrá volver.

El modelo barrilete-estaca nos permite evitar el penoso esquema acusatorio de "me lo hace a mi", vernos y entendernos como personalidades naturalmente diferentes, aprender a convivir con ello tomando lo mejor de cada uno y haciéndolo crecer en el viento de la vida.

Una Esmeralda en bruto

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No es suficiente llamarse Esmeralda para ser una piedra preciosa. 

Se puede ser brutalmente bruta, necesitar no solo pulido sino estudio, conocimiento y seriedad. 

Tal vez sea demasiado para una piedra. Aunque parezca preciosa.

Justificando los dichos de su marido Dario Lopérfido respecto al número de desaparecidos en Argentina dijo “es como pasó con el Holocausto, dijeron que eran 6 millones pero no eran tantos”.

Y en algo esta piedra en bruto tiene razón. Las últimas investigaciones estiman que el número de víctimas judías en la Shoá se acerca más y más a los 7 millones. Los nuevos archivos documentales y, en especial, los hallazgos en las fosas comunes que están siendo desenterradas y evaluadas, ponen en cuestión el sagrado número seis. 

Tal vez en unos años estemos hablando de 7 millones de víctimas judías. Como los 7 días de la semana según el cambio de fases de la Luna, como las 7 notas musicales, los 7 pecados capitales, los 7 planetas visibles, los 7 mares, las botas de 7 leguas, las 7 columnas sobre las que se edificó Roma, los 7 colores del arco iris, las 7 cuerdas de la lira, el instrumento sagrado de Apolo, los 7 años de vacas flacas y los 7 años de vacas gordas bíblico, la picazón del 7º año, no en vano para Pitágoras era el número perfecto. 

Entonces, parafraseando la respuesta de Jesús cuando Pedro le preguntó si había que perdonar 7 veces a quien ofende, le digo a Esmeralda que no será perdonada 7 veces, sino setenta veces 7. 

¿Almejas y cascabeles?

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Las categorías diagnósticas me aprietan y lastiman. Leen las conductas desde la patología, perspectiva que para pensar las relaciones en parejas queda estrecha y amarreta. Me tengo que inventar categorías que den cuenta de lo que veo pero desde el punto de vista de la salud y que permitan un abordaje despatologizado. Son metáforas para que nos veamos en nuestras diferencias y no pretendamos cambiar al otro. Hoy, almejas y cascabeles.

Hay personas que prefieren la soledad y el silencio. Pasan por hoscos, reservados, poco comunicativos. No se sienten a gusto hablando de sus emociones ni llevando adelante esas charlas banales que en inglés se llaman easy talks. Huyen de los encuentros sociales, particularmente los masivos, de las fiestas, las aglomeraciones. Cuando no tienen más remedio que ir, se ubican cerca de la puerta o en un borde, lo más lejos posible del ruido o del centro de la acción. Las llamo personalidades almeja. Son los que uno se da cuenta que están porque cada tanto se les escapa y asoma una burbujita pero que en cuanto pueden vuelven a sumergirse en la arena húmeda de su refrescante burbuja interior, no demasiado hondo, ahí nomás, cerca de la superficie pero lejos de las miradas. Son personas que saben estar solas, que no solo no se angustian sino que lo disfrutan. Definitivamente no son people persons (perdón, otra vez en inglés, quiere decir que no son sociables).

En el otro extremo están las personas que reviven junto a otras personas, que buscan el contacto, lo necesitan. Les encanta el ruido, la algarabía, comunicarse, contarse, compartir relatos, historias, emociones, argumentar, contra argumentar. Van con alegría a los encuentros sociales, tanto familiares como de amigos así como a eventos laborales, congresos, festivales o lo que sea que atraiga gente, música, alboroto y diversión. Se acercan a la gente confiados, se entregan al placer de la conversación, están atentos a varias cosas al mismo tiempo, disfrutan de vivir la vida como si fuera un circo de tres pistas porque son capaces de ver las tres. Las llamo personalidades cascabel. Frescos, ligeros se deslizan con facilidad en una sociabilidad amable y cordial, son amigueros, dicharacheros y simpáticos.

Los cascabeles son frescos, cantarines y sonoros.

Las almejas son cautos, silenciosos y reservados.

Pueden, obviamente, tener diferentes gradientes y diluciones. Los hay puros y extremos, siempre almejas o siempre cascabeles. Pero la mayoría fluctúa y es una cosa o la otra en determinados espacios y momentos. Quien viva cómodamente dentro de su caparazón dura protegiendo así ese interior tan vulnerable, o sea una almeja puede ser también una persona elocuente en determinados espacios o puede sentirse a gusto y salir al exterior cerca de determinadas personas. Igualmente, el cascabel multicolor puede precisar de momentos de ausencia y soledad para ocultarse del escrutinio de los demás y descansar de la continua exposición tan exigente.

Dos almejas podrán convivir con bastante facilidad. No invadirán espacios, no avasallarán ni exigirán que el otro abandone la protectora cápsula del silencio. No se sentirán excluidos ni abandonados ante su falta de comunicabilidad. Cada uno cómodo dentro de su territorio claramente delimitado. Habrá silencio y, para quienes no saben que así están bien, darán la sensación de ser dos paralelas que nunca se encuentran.

Dos cascabeles conviviendo deberán afinar muy bien sus instrumentos y energía para evitar disonancias, arrebatos y desconciertos. Serán, vistos de afuera, mucho más divertidos que las almejas pero más alocados e imprevisibles y tal vez les sea difícil congeniar ambas armonías y sentarse juntos en una meseta pacífica.

Veo con frecuencia parejas mixtas de almeja y cascabel, cada uno sintiéndose mal porque no cumple con las expectativas del otro, buscando una y mil maneras de que el otro cambie, que la silenciosa almeja cascabelee un poco o que el ruidoso cascabel almejee de a ratos. Pero cuando no sucede -porque suele no suceder, al menos no cuando uno quiere que suceda- se viene la catarata de reclamos y quejas. Parece ser difícil ver y entender que cada uno es como es, que esas características no se cambian, que necesitan ser satisfechas. son el contexto de comodidad requerido para que cada uno pueda ser quien es. Si se entendiera eso la resultante sería la convicción de que la necesidad del otro, aunque puede no coincidir con la propia, no es un ataque: no me lo hace a mí.

Y para que estos dos planetas convivan, se acompañen, se contengan y abracen, ninguno debe permitir que las renuncias inevitables que se deben hacer se vuelvan tóxicas y se conviertan en enojos, agresiones, intolerancias y resentimientos.

Si vivís con una almeja no le exijas ni presiones para que se exponga demasiado a ese exterior que le es amenazante, no te enojes si no habla o si prefiere no acompañarte al cumpleaños de tu prima. No es que no te quiere o que no le importás. No es así por vos o para vos o contra vos. Es así, simplemente.

Si vivís con un cascabel no le exijas ni presiones para que enmudezca o que se acuclille en un rincón oscuro, en silencio. Necesita estar con gente, necesita conversar, ser el centro de la acción y no lo hace por molestarte ni irritarte. No es así por vos o para vos o contra vos. Es así, simplemente.

Si pudiera, cada uno, tomar del otro eso que le falta, encontraría una complementación enriquecedora. Una almeja que aprenda a cascabelear y se divierta con ello y un cascabel que no se angustie de almejear y que, incluso, lo disfrute. Y sin emular ningún slogan político puedo afirmar que ¡sí, se puede!

Entrevista en Radio Sefarad - audio

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Entrevista en abril en el programa Un café ashkensfardí en Radio Sefarad. El disparador fue lo que pasó en Polonia con la ley infausta, pero siguió con otros temas: la libertad de expresión, el nunca más, el sentido del Proyecto Aprendiz, la importancia del trabajo y la educación de los testigos indiferentes que son los que pueden cambiar las cosas y otras cosas más.