Las categorías diagnósticas me aprietan y lastiman. Leen las conductas desde la patología, perspectiva que para pensar las relaciones en parejas queda estrecha y amarreta. Me tengo que inventar categorías que den cuenta de lo que veo pero desde el punto de vista de la salud y que permitan un abordaje despatologizado. Son metáforas para que nos veamos en nuestras diferencias y no pretendamos cambiar al otro. Hoy, almejas y cascabeles.
Hay personas que prefieren la soledad y el silencio. Pasan por hoscos, reservados, poco comunicativos. No se sienten a gusto hablando de sus emociones ni llevando adelante esas charlas banales que en inglés se llaman easy talks. Huyen de los encuentros sociales, particularmente los masivos, de las fiestas, las aglomeraciones. Cuando no tienen más remedio que ir, se ubican cerca de la puerta o en un borde, lo más lejos posible del ruido o del centro de la acción. Las llamo personalidades almeja. Son los que uno se da cuenta que están porque cada tanto se les escapa y asoma una burbujita pero que en cuanto pueden vuelven a sumergirse en la arena húmeda de su refrescante burbuja interior, no demasiado hondo, ahí nomás, cerca de la superficie pero lejos de las miradas. Son personas que saben estar solas, que no solo no se angustian sino que lo disfrutan. Definitivamente no son people persons (perdón, otra vez en inglés, quiere decir que no son sociables).
En el otro extremo están las personas que reviven junto a otras personas, que buscan el contacto, lo necesitan. Les encanta el ruido, la algarabía, comunicarse, contarse, compartir relatos, historias, emociones, argumentar, contra argumentar. Van con alegría a los encuentros sociales, tanto familiares como de amigos así como a eventos laborales, congresos, festivales o lo que sea que atraiga gente, música, alboroto y diversión. Se acercan a la gente confiados, se entregan al placer de la conversación, están atentos a varias cosas al mismo tiempo, disfrutan de vivir la vida como si fuera un circo de tres pistas porque son capaces de ver las tres. Las llamo personalidades cascabel. Frescos, ligeros se deslizan con facilidad en una sociabilidad amable y cordial, son amigueros, dicharacheros y simpáticos.
Los cascabeles son frescos, cantarines y sonoros.
Las almejas son cautos, silenciosos y reservados.
Pueden, obviamente, tener diferentes gradientes y diluciones. Los hay puros y extremos, siempre almejas o siempre cascabeles. Pero la mayoría fluctúa y es una cosa o la otra en determinados espacios y momentos. Quien viva cómodamente dentro de su caparazón dura protegiendo así ese interior tan vulnerable, o sea una almeja puede ser también una persona elocuente en determinados espacios o puede sentirse a gusto y salir al exterior cerca de determinadas personas. Igualmente, el cascabel multicolor puede precisar de momentos de ausencia y soledad para ocultarse del escrutinio de los demás y descansar de la continua exposición tan exigente.
Dos almejas podrán convivir con bastante facilidad. No invadirán espacios, no avasallarán ni exigirán que el otro abandone la protectora cápsula del silencio. No se sentirán excluidos ni abandonados ante su falta de comunicabilidad. Cada uno cómodo dentro de su territorio claramente delimitado. Habrá silencio y, para quienes no saben que así están bien, darán la sensación de ser dos paralelas que nunca se encuentran.
Dos cascabeles conviviendo deberán afinar muy bien sus instrumentos y energía para evitar disonancias, arrebatos y desconciertos. Serán, vistos de afuera, mucho más divertidos que las almejas pero más alocados e imprevisibles y tal vez les sea difícil congeniar ambas armonías y sentarse juntos en una meseta pacífica.
Veo con frecuencia parejas mixtas de almeja y cascabel, cada uno sintiéndose mal porque no cumple con las expectativas del otro, buscando una y mil maneras de que el otro cambie, que la silenciosa almeja cascabelee un poco o que el ruidoso cascabel almejee de a ratos. Pero cuando no sucede -porque suele no suceder, al menos no cuando uno quiere que suceda- se viene la catarata de reclamos y quejas. Parece ser difícil ver y entender que cada uno es como es, que esas características no se cambian, que necesitan ser satisfechas. son el contexto de comodidad requerido para que cada uno pueda ser quien es. Si se entendiera eso la resultante sería la convicción de que la necesidad del otro, aunque puede no coincidir con la propia, no es un ataque: no me lo hace a mí.
Y para que estos dos planetas convivan, se acompañen, se contengan y abracen, ninguno debe permitir que las renuncias inevitables que se deben hacer se vuelvan tóxicas y se conviertan en enojos, agresiones, intolerancias y resentimientos.
Si vivís con una almeja no le exijas ni presiones para que se exponga demasiado a ese exterior que le es amenazante, no te enojes si no habla o si prefiere no acompañarte al cumpleaños de tu prima. No es que no te quiere o que no le importás. No es así por vos o para vos o contra vos. Es así, simplemente.
Si vivís con un cascabel no le exijas ni presiones para que enmudezca o que se acuclille en un rincón oscuro, en silencio. Necesita estar con gente, necesita conversar, ser el centro de la acción y no lo hace por molestarte ni irritarte. No es así por vos o para vos o contra vos. Es así, simplemente.
Si pudiera, cada uno, tomar del otro eso que le falta, encontraría una complementación enriquecedora. Una almeja que aprenda a cascabelear y se divierta con ello y un cascabel que no se angustie de almejear y que, incluso, lo disfrute. Y sin emular ningún slogan político puedo afirmar que ¡sí, se puede!