En pareja

Barriletes y estacas

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Una pareja son dos. Dos diferentes. Diferencias que a veces son oposiciones, a veces complementarias, otras contradictorias.

Es parte de nuestra naturaleza medir al mundo según nuestra propia perspectiva. Nuestro aparato perceptivo y cognitivo parte de nosotros y nos solemos tomar como patrón y medida universal. De este modo, en todo aquello que el otro difiera de nosotros o, aún peor, se oponga, vemos una falla, algo que no está bien. Suponemos que ve, oye, siente y razona igual que nosotros y ante cada situación esperamos que se conduzca como lo habríamos hecho nosotros Y resulta que no, que muchas veces hace otra cosa, nos desilusiona, nos hiere, nos excluye, nos ofende, nos ignora. Dado que suponemos que ve, oye, siente y razona igual que nosotros, la conducta que eligió como respuesta o reacción nos está dirigida a nosotros y sólo se explica por desamor, maldad o locura.

En mi búsqueda de modelos que me permitan entender estas diferencias y que permitan la continuación del diálogo sin que ninguno lo perturbe con estas acusaciones de desamor, maldad o locura, propongo hoy otra estructura que he visto muchas veces en las parejas.

Los barriletes y las estacas

En mi infancia, construir y remontar barriletes era una de las actividades preferidas. Para remontar un barrilete se sostiene firmemente el ovillo y se desenrolla el piolín mientras se corre contra el viento. Una vez en el aire y a la altura deseada, el palito del ovillo, lo que llamo la estaca, puede ser fijado en la tierra hasta el momento de recogerlo para bajar al barrilete.

Las personalidades barrilete son inquietas, móviles, aventureras, siempre buscando nuevos desafíos, desordenadas, imprevisibles, inseguras y necesitadas de probarse que pueden.

Las personalidades estaca son estables, tranquilas, ordenadas, no precisan desafíos ni probarse nada, se llevan bien con la rutina, son previsibles y están cómodas con los pies en la tierra.

Los barriletes se elevan, disfrutan de volar al desplegar sus colores y coreografías, sentir el aire libre a su alrededor, mirar desde arriba ligeros y sin presiones; son espontáneos y originales y suelen constituir el polo divertido de la pareja.

Las estacas se adhieren firmemente al suelo, aman la solidez de la tierra, disfrutan de la paz y la seguridad de una rutina previsible, son ordenadas y prolijas y no parecen necesitar de desafío alguno ni de probarse nada para sentirse bien; son sedentarias y tradicionalistas y suelen ser el polo sensato de la pareja.

Hay barriletes grandes y chicos, monocromáticos o multicolores, con flecos y adornos o simples y llanos, con formas originales o rombos tradicionales. Algunos precisan una cola que sume estabilidad (las estacas saben muy bien cómo se hacen).

Hay estacas gordas o finitas, hundidas bien hondo o a pocos centímetros de la superficie, de materiales sólidos como el acero o la madera o más frágiles como el aluminio o el cristal.

Pero lo esencial de la estructura es el piolín, el nexo entre barrilete y estaca. El vuelo del barrilete depende del piolín y de lo fuerte que esté sujeto a la estaca, de cómo se vaya desenrollando y para ser bien piloteado con el viento.

En cada pareja de barrilete-estaca el piolín será el objeto de negociación principal. ¿Estuvo bien enrollado la última vez, no quedaron nudos, se deslizará con facilidad? ¿Cuán largo? ¿Cuán tenso? ¿Cuánto control? ¿Cuánta libertad? ¿Cuánto tiempo estará desenrollado? ¿Cuál es la señal para saber cuándo la estaca debe recoger el hilo? La respuesta a estas cuestiones constituye el contrato de relación de cada pareja. Debe ser acordado, explícita o tácitamente para que no se convierta en fuente de malestar y desdicha.

El barrilete necesita volar, saber que puede hacerlo, que no será acusado de abandono o exclusión y que al final de la aventura, tendrá donde volver.

La estaca necesita mantener todo en orden y disfruta viendo el vuelo de su barrilete pero teme perderlo por eso precisa tener la seguridad de que su objeto volador identificado querrá volver.

El modelo barrilete-estaca nos permite evitar el penoso esquema acusatorio de "me lo hace a mi", vernos y entendernos como personalidades naturalmente diferentes, aprender a convivir con ello tomando lo mejor de cada uno y haciéndolo crecer en el viento de la vida.

Despacito... ¿con tu pareja?

¿Eso te dijo? ¿Que te quiere respirar el cuello despacito y decirte cosas al oído? ¡Ah! ¿y te lo dijo cantando? ¡Uau! ¡qué romántico! ¿El "mudo"? ¿y después de 23 años? Aunque... pará un poco, no te hagas ilusiones, capaz que te estaba cargando, con tus reclamos de siempre de que hacía las cosas rapidito, que ya no te sentías única, ni elegida ni adorada, que ya no te busca ni te seduce porque, total, estás ahí.

Aunque... ¿sabés que no sé?, por ahí él también extraña los mágicos momentos del enamoramiento cuando todo brillaba y estaba más vivo. Y, como vos, se pregunta qué pasó con el encantamiento, ¿cuándo se atenuaron las luces y todo se volvió un poco gris? No lo muestra y frente a tus reclamos hace como que no oye o pone cara de "¡Uf! ¿a estas alturas romanticismo? estoy cansado, dejame en paz". Me hace acordar a un amigo mío que se preguntaba cómo recuperar el romanticismo después de hablar con su esposa sobre el service del lavarropas.

Se sufre cuando la magia desaparece y ya no te quieren "desnudar a besos despacito y hacer de tu cuerpo todo un manuscrito". Hay quien busca revivir la magia con otra relación en la ilusión de que, con la persona adecuada, se encontrará el amor verdadero con la promesa de plenitud, poder y felicidad eternos. Solo para descubrir que con una nueva persona la magia revive pero, como con La Cenicienta, tiene vencimiento.

¿Te acordás de "Los puentes de Madison"? Francesca vive una vida normal, rutinaria, con un marido que parece que no la ve, dos hijos adolescentes y nada apasionante a su alrededor, cuando irrumpe Robert, un fotógrafo aventurero y atractivo que enciende la llama del amor y la felicidad que ya estaba apagada. (Aviso, se viene un spoiler, si no viste la película me vas a matar). Pero Francesca elige quedarse con su vida rutinaria y conocida y renuncia a la promesa de la felicidad junto a Robert. ¿Fue por cobardía, no se animó? o ¿se quedó por lealtad y responsabilidad?. Yo prefiero pensar que fue sabiduría, que entendió que los encantamientos terminan y que sus tres amores cotidianos, aunque menos mágicos, eran anclas sólidas, sustento de su identidad. Sentís en el final de la película que te pincharon el globo, que la Princesa volvió a ser la Cenicienta y vos seguís siendo la misma que eras.

¿Viste que las historias románticas terminan con la muerte del héroe cuando es joven? Las más modernas llegan hasta el supremo momento en el que se resuelven las dificultades y se casan. No hay capítulos siguientes. Pero el amor no termina, cambia, se actualiza y las novelas no lo cuentan, no te preparan para ello. Por eso cuando la magia termina creés que se terminó el amor. Tu vida ya no es un perpetuo descubrimiento sino que son estos dos que se ven todos los días, menos sorpresas, menos excitación, bastante previsibles o sea un poco aburridos. Pero también estas rutinas te dan certezas que antes no tenías, son tranquilizadoras, no tenés que estar inventando algo a cada paso.

Entonces ¿cómo aplicar el "despacito" burlón, a esta vida tuya de hoy? Lo que yo hice después de más de 40 años de convivencia es patear el tablero de vez en cuando, hacer mi "despacito" onda juego para volver a reírnos juntos. Está en mis manos. Y en las tuyas.

Diana Wang

JUEVES 15 DE JUNIO DE 2017 •

00:11

http://www.lanacion.com.ar/2033518-despacitocon-tu-pareja