UNA JUDÍA ACONSEJA A POLÍTICOS Y COMUNICADORES

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Si no han aprendido hasta ahora, es hora de que lo hagan y se ahorren problemas. Eviten mencionar a los judíos o a cualquier cosa atinente a nosotros. No se metan en problemas, es complicado. Cualquier cosa que digan puede sonar mal. Mencionando algo relacionado a los judíos –religión, holocausto, nazismo y así- sin saber bien de qué se está hablando puede traer consecuencias no buscadas. E inmediatamente se enciende un alerta y se disparan las sirenas. La cosa no es caprichosa ni aleatoria, tiene una explicación. Se trata de un secreto milenario: hemos desarrollado un dispositivo protector de transmisión oral, la ABEJA -sigla de Alarma Básica y Específica de Judeofobia Ambiente- que, a modo de sismógrafo sutil y sensiblemente calibrado, incorpora, estudia, evalúa y nos pone en guardia, ante el más mínimo atisbo de ignorancia o discriminación anti judía.  La ABEJA está siempre alerta, es una cuestión de supervivencia.

Aunque su necesidad tiene más de dos mil años, la ABEJA así como lo conocemos hoy –aunque más primitiva- tiene su origen en Europa. Nació en el siglo IV bajo el imperio de Constantino el que instaló a la Iglesia como religión del imperio e impuso a mis antepasados el rótulo de asesinos de Cristo. A partir de allí la ABEJA se fue perfeccionando durante los siglos de bulas papales y peleas feudales y principescas, que llevaron a la prohibición de poseer tierras, la imposición de ocuparse solo de finanzas, artesanías y comercio para después señalarnos como usureros. La ABEJA fue recalibrada durante las Cruzadas, con la difusión del libelo de sangre (que nos acusaba de secuestrar niños cristianos y desangrarlos para nuestros rituales demoníacos), tuvo otro momento rutilante en la Inquisición, las conversiones forzosas, las matanzas, las torturas, y luego en los exilios y las deambulaciones de mis tatarabuelos; sufrió un nuevo ajuste con las teorías raciales que condujeron al así llamado antisemitismo, y luego con el invento de los Protocolos de los Sabios de Sión, los pogromos asesinos que se llevaron a mis abuelos –la ABEJA había quedado desactualizada- hasta el final de fiesta a toda pompa y sangre que fue el nazismo y la Shoá donde se masacró a casi toda mi familia. Luego de eso la ABEJA, nuevamente perfeccionada, pareció haber alcanzado su calibración definitiva y hasta se creía que nunca más iba a ser necesaria. Pero no. Cuando los sobrevivientes se sacudían las cenizas que ensombrecían sus memorias y ya Israel era un sueño hecho realidad, aplaudido por todos mientras estaba en las malas, bastó que ganara su primer guerra, la de los Seis Días, para que la mirada benévola se volviera acusación. Los técnicos se abocaron a recalibrar nuevamente a la ABEJA ahora a un nuevo nivel: mientras nos dejamos matar, está bien, pero cuando decidimos que una parte de la tribu sea un país como cualquier otro, eso sí que no. El ajuste actual incluyó en consecuencia al antisionismo que enarbola el sucio dedo de la culpa señalándonos, pero con un evidente alivio, un “ya lo sabíamos, no son de fiar estos judíos”. La ABEJA revela en sus registros que el judeófobo  justifica así su mala conciencia y su odio ancestral. Y no digo que acuerde con el gobierno de Israel ni con lo que pasa allá, no tengo por qué defender ni justificar ni participar de sus decisiones. No los voté, soy argentina y voto acá. Aunque pertenezco a la misma tribu de los judíos que viven en Israel, no soy israelí, pero como de la misma tribu me afecta lo que allí suceda y me toca lo que de ello se diga aunque no sea responsable. (Israel es un país, no es “los judíos”). Sí, ya sé, no es fácil. Y la ABEJA hubo de ser ajustada nuevamente porque nos “toleran” mientras seamos débiles, víctimas, estudiosos, comerciantes o prestamistas, pero no somos “tolerados” si no nos dejamos matar, si queremos ser igual que cualquiera. Y llegamos al día de hoy con la nueva palabreja del mundo políticamente correcto, la tolerancia. Qué espantosa palabra, ¿no?. Se tolera al que no se quiere, al que no se acepta, al que se aguanta.

Y ni qué decir de las bombas a la embajada de Israel y a la mutual judía, el mayor atentado terrorista que sufrió la Argentina, cuando se dijo, otra vez con alivio, que murieron judíos e inocentes. La ABEJA tuvo mucho trabajo esos días y hubo de sufrir una nueva recalibración.

Por todo esto, queridos políticos K, no-K o anti-K, queridos candidatos a políticos, queridos asesores de los candidatos a políticos, queridos periodistas y comunicadores sociales, tengan cuidado cuando nos usan con ligereza en sus declaraciones. La ABEJA saca el aguijón, se pone a vibrar como loca y se vienen los comunicados, los reclamos, los pedidos de disculpas, los medios levantan la noticia y la acomodan para atacar a unos y a otros. No hay ganancia. Mejor no digan nada. Háganme caso. No se metan en camisa de once varas que aprieta y enseguida se le saltan los botones.

Publicado por El diario de Leuco, 1 de septiembre 2020

Carta de Lectores publicada en La Nación 13/10/2010

¿Vale la pena contestar un desaguisado semejante al proferido por el Ministro de Economía cuando dijo que algunos periodistas eran “como los que ayudaban a limpiar las cámaras de gas en el nazismo”? ¿Tendrá alguna idea de lo que sucedía en los campos de exterminio? ¿Se imaginará lo que es estar obligado a retirar cientos de cuerpos de hombres y mujeres, viejos, adultos y niños, despegarlos para separarlos –y no me detengo en cuestiones de difícil digestión-, acomodarlos en carretillas, llevarlos a sitios especiales para hurgar en ellos por si tuvieran valores escondidos y después introducirlos uno a no en los hornos crematorios? ¿Le contaron que los encargados de estas tareas sabían que su propio destino iba a ser igual en pocos días? ¿Alguien le habrá informado que estos mismos prisioneros fueron los que dinamitaron uno de los hornos crematorios en Auschwitz?

Carta de Lectores - Boudou/nazismo

Publicada en La Nación 13/10/2010

¿Vale la pena contestar un desaguisado semejante al proferido por el Ministro de Economía cuando dijo que algunos periodistas eran “como los que ayudaban a limpiar las cámaras de gas en el nazismo”? ¿Tendrá alguna idea de lo que sucedía en los campos de exterminio? ¿Se imaginará lo que es estar obligado a retirar cientos de cuerpos de hombres y mujeres, viejos, adultos y niños, despegarlos para separarlos –y no me detengo en cuestiones de difícil digestión-, acomodarlos en carretillas, llevarlos a sitios especiales para hurgar en ellos por si tuvieran valores escondidos y después introducirlos uno a no en los hornos crematorios? ¿Le contaron que los encargados de estas tareas sabían que su propio destino iba a ser igual en pocos días? ¿Alguien le habrá informado que estos mismos prisioneros fueron los que dinamitaron uno de los hornos crematorios en Auschwitz?

Si supiera todo eso –es lo que espero de un ministro del poder ejecutivo de mi país- ¿cómo se atreve, cómo pudo ocurrírsele semejante analogía? Los pobres prisioneros que se ocupaban del trabajo más abyecto de los criminales nazis no tenían elección alguna, querían vivir un día más y tener la posibilidad de rebelarse y cuando llegara su hora, morir de manera digna y honorable luchando por la recuperación de su humanidad. ¿Pensará Boudou lo que dice o lo dice porque supone que tampoco tiene elección y también quiere estar un día más…? Y si lo consigue, ¿será que acaso espera rebelarse algún día y recuperar su honra y su dignidad? Si fuera así, vale la pena contestarle.

Diana Wang.

Presidenta de Generaciones de la Shoá en Argentina.

¿Por qué recordar la Shoá en la Argentina? [1]

Nota: ponencia presentada en el seminario "La Shoá, los genocidios y crímenes de Lesa Humanidad: enseñanzas para los juristas" organizado por la Secretaría de DDHH del Ministerio de Justicia y el Mémorial de la Shoah de Paris. Es la transcripción de mi presentación oral según como fuera publicada en el libro. No recuerdo por qué la mención a Daniel Goldman, tal vez él debía venir y no pudo y fui convocada en su lugar, pero no lo recuerdo (hablando de recordar....). Muchas gracias a los organizadores por haber confiado en mí, especialmente a Andrea Gualde y a Roxi Perel. En tan poco tiempo, que fui notificada de esta participación, haré lo posible por compartir con ustedes algunas reflexiones. Tengo algunas cosas parecidas con el rabino Dany Goldman y otras muy diferentes. El rabino Dany Goldman es quien tendría que estar acá en este momento. Soy judía como él. Y soy hija de sobrevivientes igual que él. Pero no soy rabina y no tengo su ilustración y su hondura filosófica, así que no van a contar con esto de mi parte.

Desde mi lugar de hija de sobrevivientes, como presidenta de una organización que se ocupa de transmitir y educar sobre el tema de la Shoá, y también un poquito desde mi lugar de psicóloga, que es inevitable (soy todo eso), hay toda una serie de cosas que querría compartir con ustedes.

Obviamente, la memoria es indispensable. Recordar y saber qué pasó forma parte del conocimiento que todas las sociedades tenemos que tener. Pero, ya a esta altura del partido, aquel lugar común de recordar para no repetir, sabemos que es una vana ilusión. Se recuerda y se recuerda, y se repite y se repite, y se mejora incluso. Así que recordar solo no es suficiente. Hay algo más que debemos hacer. 

La pregunta es por qué recordar la Shoá en la Argentina. Esto es lo que dice en el programa. Como buena judía, lo primero que contestaría es por qué no. Por qué la Argentina tiene que ser diferente de otros países. En este momento la Shoá está siendo un tema tomado por casi todos los países porque porta una serie de lecciones e informaciones que cambiaron definitivamente la mirada que tenemos los seres humanos sobre las sociedades. Hay un antes y un después de la Shoá con respecto a la concepción de lo humano. Pero déjenme decirles, antes, que me quedé pensando qué interesante que un lugar como la Argentina, en el sur del Cono Sur, tan lejos de los escenarios europeos en donde sucedió la Shoá, estamos teniendo un simposio sobre la Shoá y estamos hablando de la Shoá. Y creo que es absolutamente pertinente hablarlo acá y en todas partes.

Qué hubiera pasado si el Ejército Rojo no hubiera detenido el avance del ejército alemán en Stalingrado. Qué hubiera pasado si el general Patton no hubiera triunfado en el norte de África y hubiera entrado en el sur de Italia. Qué hubiera pasado si los Aliados no hubieran ingresado en Normandía. Qué hubiera pasado con el mundo si el nazismo hubiera triunfado, a casi ochenta años de su instauración en 1933. Probablemente, muchos de nosotros no estaríamos vivos, no estaríamos acá. No sé cuántos judíos hay en la sala pero no hubiera quedado ni un judío en el mundo. El nazismo tenía un plan que era universal, que no tenía fronteras geográficas. El plan de la creación de la raza superior no tenía fronteras. Era un plan planetario, iban allí como demiurgos, como semidioses, querían construir lo que ellos llamaban “la raza superior”. No habría discapacitados físicos, no habría discapacitados mentales, no existirían homosexuales. Y bueno, irían por más. No existirían negros, ni amarillos, ni rojos, ni marrones, ni gente con los ojitos así. Vaya uno a saber en qué mundo viviríamos si el nazismo hubiera triunfado. Entonces, por esto es pertinente hablar de la Shoá acá y en cualquier lugar del mundo. Porque simplemente se detuvo porque perdieron la guerra. Entonces, no tenemos que perder de vista que la Shoá estuvo en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, y gracias a que la perdieron, el mundo pudo seguir, bien o mal, como ha seguido. Pero, seguramente, mejor que si hubiera estado bajo el nazismo.

Pero también, hablar de recordar la Shoá en la Argentina y también en otros países tiene sentido por las varias lecciones que comporta. Nos ha enseñado, y todavía no sé cuánto hemos aprendido, del alcance de los sistemas políticos totalitarios y de la enorme vulnerabilidad de las sociedades humanas frente a eso. Nos enseña sobre el fracaso de los dispositivos educativos que tenemos, sobre la fragilidad de los individuos y las sociedades para contrarrestar los poderosos efectos de este sistema, para no someterse al aparato de la propaganda y al hondo lavado de cerebro que éste determina. A la dificultad de la lucha,, tanto individual como grupal, a la presión grupal y social –y acá habla la psicóloga– por esta necesidad que tenemos los seres humanos de ser aceptados, de pertenecer a un grupo. Esto se ha probado por infinitos estudios, que determinan la aceptación y el sometimiento a ciertas normas del grupo aun cuando algunos individuos no estén de acuerdo.

Nos enseña sobre el entumecimiento del juicio crítico, que es una consecuencia de todo lo anterior. Sobre la comodidad, sobre la burocracia. Sobre los aparatos que nos dicen que nosotros confiemos en alguien que nos dice que sabe lo que hace y que nosotros simplemente hagamos lo que tenemos que hacer. No miremos el cuadro grande. Sobre todo esto nos enseña la Shoá permanentemente. Y la Shoá debe ser un ejemplo, y debe ser mostrado como un ejemplo de a lo que se puede llegar si se siguen las últimas consecuencias de lo que esto propone.

Tenemos varios ejemplos en la Argentina. Voy a hablar solamente de uno. Podría tomar cualquier otro, pero voy a hablar de lo que pasó en la Guerra de Malvinas. Tal vez los compañeros franceses de la mesa, que no estuvieron acá, no sepan cómo fue el clima cuando comenzó la Guerra de Malvinas. El país estaba presidido por un gobierno de facto, por un presidente cuya mayor virtud era su resistencia al whisky, la cantidad de bebida alcohólica que tomaba, y se hacían muchas bromas respecto de eso. Tenía una oposición popular muy grande porque había medidas que habían sido muy impopulares. Entonces, un día se llena la Plaza de Mayo, ésta que tenemos acá a una cuadra, con una manifestación absolutamente en contra del gobierno. El gobierno declara la Guerra de Malvinas y, dos días después, la misma plaza se llena de gente vitoreando al presidente. Hay algunas cabezas que hacen así porque nos acordamos de lo que fue. Es decir, un día en contra y dos días después “el pueblo” llenando la plaza a favor de esta decisión.

Yo recuerdo los titulares de los diarios, yo recuerdo el “estamos ganando”. “Estamos ganando”, pero miren qué pretensión delirante. Al ejército británico ayudado por el ejército americano. Nosotros, la Argentinita, ese paisito chiquitito, nosotros estamos ganándoles a ellos. Se acuerdan de nuestras bravatas, de nuestra arrogancia de argentinos, diciendo “que se venga el principito”, como que nosotros lo vamos a atacar, con tango, con mate o con asado, porque no sé con qué lo íbamos a atacar. Recuerdo cuando íbamos a dar clase a las escuelas, a los chicos de diecisiete, dieciocho años. Los chicos que nacieron después de la Guerra de Malvinas no entienden esto que estamos contando. Pero cómo, ¿eran idiotas que declararon una guerra a estas potencias mundiales? Entonces les contamos. Chicos como ustedes, yo los vi en la televisión haciendo colas en el Ministerio de Guerra para ofrecerse como voluntarios. Para ir a morir a esas islas con piedras desérticas por una supuesta reivindicación histórica del robo de los piratas ingleses. Me acuerdo de la gente haciendo colas entregando medallitas y cadenitas de oro. Nos acordamos de todo esto. Bueno, esto es lo que hace un gobierno totalitario –es un ejemplo muy chiquitito– que nos toca absolutamente a todos.

Este tipo de cosas han pasado más de una vez en la Argentina, en Chile, en Uruguay, en distintos países. No voy a abundar en esto porque todos conocemos estos mecanismos afilados, desarrollados hasta grados preciosos por el Ministerio de Propaganda de Goebbels; siguen siendo usados y aplicados por la propaganda política, por la publicidad comercial. Los mismos principios desarrollados por el Ministerio de Propaganda. Y esto tenemos que ir a enseñarlo a las escuelas. Tenemos que ir a enseñar cuáles son los principios, para mostrar qué vulnerables son a la manipulación y a la formación de la supuesta opinión pública que apoya a estos gobiernos totalitarios en decisiones impopulares a través de una cuestión que inventa como la Guerra de Malvinas.

Podría decir infinidad de cosas por las cuales es importante hablar de la Shoá, pero quiero mencionar una sola más hasta pasar a otro tema que quiero tratar con ustedes. El conocimiento, el reconocimiento y el aprendizaje sobre aquellos poquitos, muy poquitos, que se atrevieron a pensar por sí mismos, que no se sometieron al lavado de cerebro y que hicieron lo que en aquel momento no había que hacer, a los que se opusieron, a los que en la Shoá salvaron judíos aun a riesgo de su propia vida, a esos que han tenido conductas casi siempre inconscientes, que si las hubieran pensado no las hubieran hecho. Pero aprender de ellos, cuáles son los resortes que se movieron, porque es ahí donde encontraremos alguna respuesta que todavía necesitamos aprender.

La otra cosa que quería decirles es algo que me llama mucho la atención, y en este foro de juristas y de pensadores sobre el tema de la Shoá quiero proponerlo como una cosa que me inquieta, que es el uso de ciertas palabras, retomando algo que comentó el juez Rozanski, que es el uso apropiado de las palabras. He escuchado acá y en otros sitios y documentos que se usan las palabras “raza”, “racismo” y “antisemitismo”. Entonces, quiero dedicarme brevemente a hablar de esas tres palabras y tratar de convencerlos a ustedes de por qué son impropias y por qué no deben ser usadas.

El concepto de antisemitismo es un concepto acuñado por Wilhelm Marr, un escritor y periodista alemán al que se le ocurrió este concepto a mediados del siglo XIX. Escribió un panfleto que rápidamente tuvo difusión, vendió en la sociedad, y entonces el concepto de antisemitismo fue instalado y empezó a tener una validez cuasi científica. Wilhelm Marr hizo un salto sofista muy interesante. Miren lo que hizo. Porque lo semita existe; existe lo semita, pero no en la biología. Wilhelm Marr plantea el antisemitismo como un concepto que tiene que ver con la biología. Hay gente que nace semita y hay gente que nace no semita: aria, negra, oriental, o lo que fuera. Lo semita es genético, es ontológico, es lo que uno es. Es semita. Si uno es semita eso no se puede cambiar, no se puede convertir, no se puede convencer. Si uno es de tal altura. Uno es lo que es y no puede cambiarlo. Resulta que lo semita es un concepto de la lingüística, lo semita son las lenguas. Hay lenguas de raíces semitas, lenguas de raíces arias y otras raíces. Hay lenguas semíticas, como el hebreo, como el árabe, y lenguas arias. Y entonces, lo que hizo este hombre fue un salto mágico: si esto se aplica a la lingüística, trasladémoslo, transpolémoslo a la biología. Esto es un gravísimo error. No existe algo así como el antisemitismo.

Lo que sí existe, la palabra que más se le ajusta, es judeofobia. Es el odio o la sospecha frente a lo judío. Esto tiene una historia, primero una historia religiosa por la judeofobia de la Iglesia Católica. Luego, la judeofobia europea por algunas características supuestamente atribuidas a los judíos, que arman el estereotipo judío del judeófobo. Pero lo que agrega Wilhelm Marr es la pretensión científica. A partir de ese momento los judeófobos europeos y los del mundo entero se quedaron tranquilos. Porque no era que ellos tenían algún prejuicio que mejor no contar y este sentimiento que no era bien visto. No; es que estaba fundado en la biología. Los judíos éramos gente diferente. De ahí a excluirnos y luego a exterminarnos son algunos pasos lógicos en la sucesión de los acontecimientos.

Y en qué se basa Wilhelm Marr en este concepto de antisemitismo. Se basa en el concepto de raza. La raza era una idea que existía con bastante anterioridad al siglo XIX. Se supone que es una idea que comenzó a conocerse en el siglo XVI, en el siglo de los colonialismos. Cuando los europeos con sus barcos salieron a conquistar África y América, a colonizar y expoliar a los dos territorios en colonias. Se encontraron con el otro, con el Otro, con un negro, con otra forma de narices, con otra forma de pelo, con otra cultura, con otra sintaxis idiomática y otras costumbres. Entonces, este Otro inmediatamente fue subsumido por la categoría de subhumano. Y aparece el concepto de raza. “Raza”, ligado a la categoría de inferior. Raza no como diferente sino como inferior, aplicada a los pueblos de África, aplicada a los pueblos primigenios de América. Y esto ¿qué permitió? Permitió el comercio esclavista, cosificó a la gente; entonces no había ninguna culpa porque no eran seres humanos iguales que los europeos, a éstos se los podía comprar, vender, manipular, esclavizar y dejar morir. No había ningún problema para ello.

Sobre este concepto del siglo XVI se monta un político francés, Joseph Gobineau, que también en la segunda mitad del siglo XIX escribe un libro que se llama Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, en donde pone sobre la mesa aquello que Wilhelm Marr había esbozado con el antisemitismo. Entonces, él habla de una desigualdad cualitativa, donde hay mejores y peores. Esta idea de Joseph Gobineau luego fue utilizada en Los protocolos de los sabios de Sión, que se basa en un escrito francés que después fue retomado por la policía zarista, en El judío internacional, de Henry Ford, y finalmente fue retomado por Rosenberg y el nazismo y su ruta, y el camino que nosotros conocemos.

Y hay una coincidencia. Tanto el antisemitismo como el concepto de racismo fueron acuñados en la segunda mitad del siglo XIX, en años muy próximos. Y uno se pregunta a qué se debe esto, ¿es casualidad? Resulta que tiene que ver con la emancipación de los judíos en Europa Occidental. La mayor parte de los países de Europa, entre ellos Alemania y Francia, había emancipado a los judíos, y en este momento de la historia, a partir de 1870, tenían los mismos derechos ciudadanos que el resto de la población. Entonces se necesitaba diferenciarlos. Por eso estos conceptos aparecieron.

Estos conceptos que estoy desarrollando en este momento son los conceptos con los que nosotros vamos a las escuelas y trabajamos, porque tienen que ver con el fundamento biológico de la discriminación. Entonces, lo que proponemos es dejar de llamar razas y racismo, no tengo otra palabra, la única palabra que puedo decir es “lo que se conoce como racismo”, porque no hay otra palabra para llamarlo, y hacer una propuesta en las Naciones Unidas para que deje de llamarse así, porque se sigue llamando así en los convenios de Naciones Unidas. Y la idea es ir a las escuelas y mostrar cómo estos conceptos están integrados a nuestra cultura y determinan conductas, miradas y prejuicios, no solamente en contra de los judíos.

En la Argentina tenemos otros grupos que en este momento están siendo mirados de manera discriminadora. En un momento, los coreanos. Tenemos inmigrantes de países vecinos, paraguayos, bolivianos. En otro momento fueron los chilenos. Todo este cuerpo de pensamiento y de información puede ser aplicado a la revisión de la forma en la que es mirado otro, cuando es visto como Otro, con mayúscula, cuando es visto como amenazante, cuando es visto como diferente de mí y tal vez inferior.

Una de las cosas que estamos haciendo en este momento, y con esto termino, desde Generaciones de la Shoá, y que quiero compartir con ustedes, es lo que llamamos el proyecto Aprendiz. El proyecto Aprendiz es una forma diferente de trabajar con la memoria. Y lo queremos proponer a esta audiencia porque creemos que es novedoso y creativo, y que compromete a la gente de una manera muy particular. El proyecto Aprendiz consiste en el emparejamiento de un joven con un sobreviviente en una relación personal, en donde el joven –con “joven” queremos decir gente de entre veinte y treinta años, no menos de veinte– aprende del sobreviviente, que será su maestro, no solamente su historia durante la Shoá, sino quién es, cómo ha vivido, sus pequeñas anécdotas, que le permitan a este joven –dentro de diez, veinte, treinta o cuarenta años más– pararse frente a un auditorio y contar la historia de la Shoá, de viva voz, como un relato personal. Lo que nosotros hemos observado, y en esto se basa el proyecto Aprendiz, es que es muy importante la información escrita, los libros, las películas, pero no hay nada que impacte y que mueva más a un auditorio que la presencia física del testigo. El testigo porta no sólo la información sino la encarnación de una historia, con una emoción que muchas veces hace a la información transmitida indeleble y persistente en la memoria. Entonces, hay algo que tiene que ver con el trabajo en la memoria que tiene que pasar también por lo emocional. Y en esto se basa el proyecto Aprendiz que estamos llevando a cabo.

 

 

 


[1] Transcripción de la ponencia de Diana Wang, en el Seminario “La Shoá, los genocidios y crímenes de Lesa Humanidad: Enseñanzas para los juristas” organizado por la Secretaría de DDHH del Ministerio de Justicia de la Nación y el Memorial de la Shoah de Paris. 27-28 de Septiembre 2010. Está publicado en el libro homónimo.

Sin cuerpo no hay rituales

captura-de-pantalla-2010-08-31-a-las-141432.pngCuando falta un cuerpo, se rompen los rituales que inscriben esa muerte en la cadena de lo humano. ¿Cómo duelar al ser querido perdido sin la evidencia de su muerte? El Holocausto,  los diferentes genocidios o politicidios, como nuestra pasada Dictadura Militar, han producido un tendal de muertos sin sepultura: los que ya no están, pero que no están ni vivos ni muertos. En palabras de aquel infausto general de triste memoria: son desaparecidos, no tienen entidad, seres disueltos y esfumados entre noche y niebla, exiliados del ritual humano de la muerte.

La muerte nos sume en el misterio y la sinrazón absolutos. Desde el comienzo mismo de la historia todas las culturas han generado rituales funerarios que permiten abordar ese momento tan doloroso. Lo incomprensible y siniestro de la muerte puede así ser aceptado emocionalmente y traducirse en representación mental. En nuestra sociedad, el velorio, el relato del momento de la muerte y su causa, los recuerdos compartidos, el entierro o la  cremación, los rezos, el llanto, el consuelo coral, van tejiendo un entramado social de recuperación de sentido que permite la lenta acomodación a la nueva vida sin el que ya no está. Los deudos se apoyan unos a otros, comparten la pena y puede inscribir el suceso de la muerte en la historia familiar. En el ritual el fallecido es nombrado y recordado, desde su historia y estirpe, en su red de amigos y parientes, con sus particulares sueños, esperanzas, logros y frustraciones y adquiere una nueva entidad jurídica. Merced al ritual la vida del ser querido perdido se vuelve relato y el relato permitirá el ejercicio de aceptación y más tarde el de recordación en el sitio y la fecha instituidos para su memoria.

Sin cuerpo no hay rituales, el duelo no puede empezar, los familiares no pueden acceder a los recursos y dispositivos provistos por la cultura. Sin la constatación de la muerte, no hay un cuerpo que hable de quien ese cuerpo fue, queda un hueco con aullidos ininteligibles e inhumanos; es un vacío obturador que impide la construcción de un relato. Sin ritual tampoco se instituye un lugar y una fecha. El muerto queda exiliado en un limbo siniestro, sin entidad ni representación social y humana alguna. La necesidad de ritualización es tan poderosa que algunos familiares de desaparecidos y de víctimas del Holocausto, han inventado actos de representación para incluir esta ausencia en su trama familiar. Placas individuales o colectivas, espacios de memoria y recordación, fotos, libros, ceremonias, dispositivos paliativos, parches que malcierran el dolor y que mantienen abierta la espera de la aparición del cuerpo que permita empezar, y por fin cerrar, el proceso de duelo que hasta entonces quedará inconcluso. A ello debemos sumar que sin el cuerpo, el dolor se potencia con una cruel incertidumbre que se vuelve pensamiento torturante: ¿habrá muerto? ¿cómo convencerse de ello sin haber visto el cuerpo? El muerto sin entidad, el desaparecido genera esa atroz y fantasmática expectativa de una aparición posible, mezcla de perversidad y esperanza. Hay padres de desaparecidos que aún hoy se sobresaltan toda vez que suena el teléfono esperando oír la voz del hijo que nunca pudieron enterrar.

Kadish” film de Bernardo Kononovich (2009), muestra a un hombre que sostiene un documento donde figura el nombre de un familiar asesinado en la Shoá y, como si fuera aquel cuerpo, dice kadish (la plegaria judía que se pronuncia en el momento del entierro). El padre católico Patrick Desbois, creó en 2004 Yahad in Unum, un proyecto para desenterrar las fosas comunes en la actual Ucrania, donde yacen el millón y medio de judíos asesinados por los Grupos Especiales nazis. Los restos que encuentra, mediante el análisis de sus ADN, podrán alguna vez ser restituidos a sus familiares y tener así una sepultura humana.

Personalmente siempre espero que mi hermano Zenus, a quien nunca conocí, alguna vez aparezca. Mis padres lo entregaron en Polonia en 1942 a una familia cristiana con la esperanza de que sobreviviera al  nazismo. Terminada la guerra, lo fueron a buscar y les dijeron que había muerto de tifus pero que no “recordaban” lo que habían hecho con el cuerpo. Sin ese cuerpo, ¿cómo convencerse que murió? Para mis padres antes, para mí ahora, Zenus no tiene “entidad”, no está ni vivo ni muerto, no lo puedo llorar ni tampoco esperar. Puedo dar fe personalmente del peso y la presencia que tiene este muerto sin sepultura en mi vida, una especie de fantasma que mantiene abierta de manera cruel la eterna expectativa de que alguna vez podría aparecer.

Diana Wang

Presidenta de Generaciones de la Shoá en Argentina

De encierros y libertades. A propósito del hallazgo de los mineros chilenos.

Todos sentimos alegría por la constatación de que los mineros enterrados en Chile estén con vida y de que hayan comenzado las acciones para mantenerlos vivos y en un futuro, rescatarlos. Uno imagina la angustia del encierro, la desesperanza e impotencia, el temor de haber sido dados por muertos, el calor, la sed, el hambre, el vacío de la ausencia de comunicación con el exterior. El escenario es claustrófobo y terrorífico, una especie de muerte en vida. Todo esto cambió con la conexión establecida y con la reapertura de la esperanza. Es casi un milagro, renueva la fe en lo mejor de lo humano. No nos ponemos a pensar ahora en que las cuestiones de seguridad no fueron atendidas lo suficientemente, que la empresa no consideró que la vida de los mineros debía ser protegida mediante la construcción de otra salida como se hace en países con mayores controles. Es momento de alegría y regocijo. Pero vienen a mí, sin que lo pueda evitar, -y acusándome de injusta- otros hechos protagonizados por otras personas encerradas, también angustiadas, desesperanzadas, impotentes, con hambre y sed, pero, a diferencia de haber sido objeto de un accidente, su enterramiento se debía al peligro de muerte en el que estaban. Eligieron ese encierro, eligieron esas duras condiciones porque era mejor que estar en el exterior, a la intemperie como blanco del acosador asesino.

Pienso en mis padres que estuvieron 22 meses hacinados en un altillo de 70 cm de altura máxima, en un total silencio para no ser descubiertos, en la oscuridad más absoluta, temiendo en cada minuto ser denunciados y asesinados; un primo escondido con ellos, a sus cinco años, cuando salió tenía atrofiados los músculos de sus piernas debido a la inmovilidad a la que estuvo obligado en sus años de crecimiento; hasta hoy renguea, pero vive; aprendió sus primeros juegos entre el horror del silencio, la quietud y la oscuridad.

Pienso en los Ackerman, un matrimonio y sus dos hijos, que sobrevivieron escondidos en las cloacas conviviendo con todo tipo de alimañas, en el lodo y la pestilencia, durante cerca de un año y medio, tiempo en el que no emergieron nunca a la superficie, jamás asomaron a las calles que estaban ahí nomás, sobre sus cabezas.

Pienso en Stan que sobrevivió escondido en un sótano lóbrego y húmedo junto con otras quince personas; tenía 11 años y domesticó a una rata que fue su compañera de juegos y mascota durante los largos meses de encierro.

Pienso en Rivka de 9 años que permaneció escondida en el fondo de la cucha del perro de una granja, sin que los granjeros lo supieran, compartiendo con el ”dueño de casa”, el noble perro, su comida y las peripecias de su vida.

Pienso en Félix que sobrevivió en un pozo cavado bajo la casa de quien fuera la cocinera de su familia, en la tierra, en un pequeño sitio junto con tres personas más, no podían ponerse de pie ni cambiar de posición porque el lugar no era suficiente, debían estar, ellos también, en total y absoluto silencio y en completa oscuridad; en ese contexto, Félix siguió sus estudios porque uno de sus compañeros de infortunio era un tío, profesor de física y matemáticas, quien le impartió las clases de ésas y otras materias, en la oscuridad más absoluta, sin papel ni lápiz, sin tiza ni pizarrón, todo de memoria y susurrado; cuando la guerra terminó llegó a Francia y fue admitido en la Sorbonne donde se graduó con honores. “Nunca tuve que estudiar” decía, “me bastaba con cerrar los ojos y escuchar al profesor, igual que en el escondite con mi tío”.

Todos ellos eligieron estar escondidos porque el mundo había enloquecido: estar libre era peligroso, estar encerrado era la salvación. Y no sé si sufrieron serios traumas, sabían que no tenían alternativa y cuando uno sabe que no tiene alternativa, de alguna manera se las arregla, pone las cosas en su debido lugar y se concentra en vivir. A diferencia de los mineros ellos no sabían si alguna vez terminaría su encierro o si podrían sobrevivir siquiera un día más, no tenían ninguna ilusión.

Me da mucha alegría que los mineros hayan sido encontrados y que se les haya abierto una esperanza, que sepan que son esperados, que se hará lo posible por rescatarlos, que el mundo está atento a ellos y a su sufrimiento. Me da tanta alegría como la pena que siento por todos los que eligieron enterrarse en vida para huir del odio, rodeados de indiferencia sin tener al menos el consuelo de saber que eran esperados en alguna parte, que alguien estaba intentado hacer algo por salvarlos. ¿Cuántos habrá hoy en las mismas condiciones? ¿Cuántos en Darfur, en la Latinoamérica de los cárteles, en el Africa diamantera, en otros confines? ¿cuántos hay encerrados en el silencio y la oscuridad y la indiferencia más total? Son afortunados los mineros que tienen a tanta gente preocupada, a todos los medios de prensa atentos.

Me dirán que ¿qué tiene que ver una cosa con otra?, ¿por qué relacionar este hecho con aquéllos?. Responderé que es parte de mi patología como hija de sobrevivientes de la Shoá. Es mi porción de locura heredada de aquella locura del mundo y con la que seguimos conviviendo. Es maravilloso advertir el espíritu humanitario despertado universalmente por los pobres mineros aprisionados. Pero me da lo que llamaría una cierta envidia retrospectiva, un poco de pena y un chiquito así de  vergüenza.

Un hombre serio busca sentidos en el mundo actual

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La vida no es más que una sombra en movimiento, un pobre actor que pasa contoneándose y arrebatado por el escenario y luego no se lo oye más. Es un cuento contado por un idiota lleno de sonido y furia, que no significa nada. William Shakespeare. La tragedia de Macbeth, Acto 5, Escena 5.

La pregunta por el sentido de la vida ha acosado a innumerables pensadores en la historia de la humanidad a los que ahora se han sumado los hermanos Coen. Su aporte en tono ligero de comedia, es decir, desgarrador pero sin estridencias, es que la pregunta misma por el sentido ha dejado de tener sentido.

Han construido su película a modo de parábola, igual a como lo hace la Torá por ejemplo con la historia de Job, ese hombre bueno que jamás permitió que su fe en Dios flaqueara a pesar de las terribles desgracias que se cernieron sobre él. Larry Gopkin, un Job del siglo XXI, cree que haciendo las cosas bien, respetando las leyes y las tradiciones, será premiado con una buena vida. Vemos en la película una sucesión de desgracias que lo sumen en la angustia de no entender por qué. Job era un hombre de fe y no pedía explicaciones. Larry es un científico y clama por lógicas; cree que las conductas tienen consecuencias, premios y castigos, en una sucesión ordenada de procedimientos previsibles. Las paradojas de su clase de física se replican en su propia vida y la única respuesta que se da en el film, en boca de un personaje marginal, le resulta absolutamente insoportable: “acepta el misterio”. También es otro personaje marginal quien le sugiere que, “cuando el misterio es grande un judío le pregunta al tsadik”, en ese caso al rabino Marshak.

Y Larry, un hombre serio que está convencido de que debe portarse bien y así lo hace, no consigue, por más que lo intenta, ver al rabino. Consulta en su lugar a otros dos rabinos que incrementan su angustia y ahondan sus preguntas y las faltas de respuestas. Recién al final, en una burla a todos sus esfuerzos, es su hijo quien recibe el premio de una entrevista con el famoso rabino, ese hijo tan poco serio que no respeta a la escuela ni a sus enseñanzas, que roba dinero, que lo  único que le interesa en la vida es el rock, que hasta hizo su Bar Mitzvá drogado con marihuana. Quién se porta bien sufre desgracias, quien se porta mal es premiado.

“Acepta con simplicidad todo lo que te pase” es la cita de Rashi con la que se abre el film. Le sigue una deliciosa historia ambientada en un shtetl, hablada en idish, en el mundo que terminó con la Shoá. Este prólogo, una típica historia de dybbuks, muertes y aparecidos, sirve como carátula de lo que seguirá, nos anticipa que lo que vamos a ver tiene que ver con la búsqueda de explicaciones y sentidos ante los misterios de la vida, la lucha entre la lógica y la fe.

Luego conocemos a los personajes y se van desplegando las situaciones en las que los pérfidos hermanos Coen sumen al pobre Larry, a quien ubican en una tranquila comunidad del medio oeste norteamericano en la primavera de 1967. Una esposa que decide abandonarlo por un amigo, viudo reciente, pomposo e insufrible, unos hijos demandantes y egoístas, un hermano delirante que construye un mapa indescifrable, todos a su cargo, todos sobre sus hombros. En su condición de profesor de física en una universidad  recibe a un alumno coreano reprobado que sin empacho le ofrece un soborno para que le cambie la nota a lo que se niega terminantemente porque “toda conducta tiene sus consecuencias” siguiendo la lógica interna que lo guía. Un colega le cuenta que su esperada tenure (posición vitalicia como docente) es amenazada debido a unos anónimos que lo injuriaban. Un vecino goy (con todas las características que los judíos invisten a los antisemitas) invade su propiedad y Larry no puede frenarlo e impedirle el avasallamiento. Hasta debe pagar el servicio fúnebre del “novio” de su esposa que muere en un accidente. Estas pequeñas desdichas, sumadas, potenciadas, lo conducen a consultar con abogados, a asumir el alto costo que implica y a irse hundiendo en la absoluta arbitrariedad de estas “plagas de Egipto” que han caído sobre él sin motivo aparente alguno. Su lógica está subvertida de manera radical.

El final es la confirmación de esta desgarrada subversión. Como premio por su Bar Mitzvá, el hijo de Larry, cuya conducta dista mucho de ser seria, es premiado con la entrevista con el rabino, la que su padre no pudo conseguir a pesar de la seriedad con la que intenta ser un hombre serio. Y en el colmo de la subversión, uno espera que el tsadik hable y derrame sabiduría, pero sus palabras son los dos primeros versos de un rock de moda que confirma, por el absurdo, el vacío de respuestas y la inutilidad de toda pregunta. En el inglés torpe de un inmigrante dice: Cuando descubrís que toda la verdad son mentiras y muere toda tu alegría interior….(When the truth is found to be lies, and all the joy within you dies), y dejando la frase abierta, sin terminar, nombra uno a uno –como quien cita una referencia bibliográfica- a los integrantes del grupo Jefferson Airplane, los intérpretes. Esta cita del sabio valorado por toda la comunidad, genera una alianza  con el azorado y poco serio jovencito para quien la música es lo único serio en la vida. La sabiduría del Tsadik  inventado por los Coen es precisamente ese salto conceptual, esa aceptación de un rabino de los nuevos códigos que mantendrán, tal vez, viva y vibrante la identidad judía y abrirá nuevas expectativas de sentidos y respuestas.

Hay en el film tres épocas que construyen la parábola del relato: 1ª, el shtetl  y su mundo estructurado con sentidos establecidos que no se cuestionan; 2ª, la década del sesenta con un mundo que viene de cambiar y está empezando a reaccionar frente a lo que pasó en la Shoá y el desgarrador debate y la crisis de sentido consecuente y finalmente 3ª, la actualidad, 2009, -año en que fue filmada la película- con la pregunta de ¿cuál es el sentido de preguntarse por el sentido? En esta trayectoria hemos ido caminando de un mundo de certezas hacia un mundo en el que la única certeza es que no hay certezas. Dice el film que es en vano buscar respuestas a los grandes interrogantes que plantea la vida y mucho más en vano todavía esperarlas de un Dios que ha enmudecido y quizás hasta se divierte con las miserias y los padecimientos de los hombres (como los Coen con los sufrimientos del pobre Larry y las respuestas bizarras de los tres rabinos).

Algunas cosas sucedidas en el mundo quedaron sin mencionar en este arco temporal y me resisto a creer que de manera ingenua. Por ejemplo la Shoá, donde todas las explicaciones lógicas y la fe se pusieron en cuestión, hecho sucedido entre el mundo del shtetl y la década del 60. El tsadik de la palabra esperada es un hombre mayor que habla mal inglés, un inmigrante adulto, o sea, un sobreviviente, pero que no habla sobre ello. Su silencio tal vez aluda a la imposibilidad de encarar esta tragedia desde la perspectiva del sentido (aunque ya lo hiciera Viktor Frankl, pero desde el punto de vista individual). Hay otros dos sucesos que no pueden ser mencionados porque pasarán poco tiempo después pero tampoco debe ser inocente que los Coen ubiquen el film en la primavera del 67,  momento previo a dos eventos que serán esenciales para los judíos. Por un lado la Guerra de los Seis Días –verano del 67- que cambió la identidad judía de raíz: de víctimas, de sujetos desarmados del odio antijudío nos hemos vuelto vencedores armados y empezamos a ser vistos por nosotros mismos y por el mundo de un modo enteramente novedoso. Este triunfo determinó la irrupción del  antisemitismo político anti-sionista alimentado por la URSS, aliada geopolítica de los árabes, y pocos meses después el furibundo antisemitismo en Polonia en 1968 con la expulsión de los judíos que aún vivían allí. La Shoá, la Guerra de los Seis Días y el antisionismo están directamente relacionados con el cambio de la identidad judía y con la irrupción de nuevos sentidos que nos interpelan y que debemos aprender a decodificar y responder.

¿Será que el triunfo en la Guerra de los Seis Días revela la decisión de los judíos de no buscar más respuestas a preguntas filosóficas sino soluciones concretas? Larry Gopkin, nuestro hombre serio sujeto al viejo paradigma, jamás habría aprobado la lucha armada, seguiría pidiendo respuestas y explicaciones, seguiría, inútilmente, intentando portarse bien esperando recibir el merecido y prometido premio. Este judío inocente y bueno se exhibe como una rara avis, una especie en extinción no ya en manos del nazismo sino en manos de un mundo que tiene en el rock a sus autoridades filosóficas, un mundo en el que todo se trastoca, nada responde a las expectativas tradicionales, un mundo en el que una persona seria y que se porta bien parece estar fuera de lugar.  Es lo que dice otra canción que se oye varias veces en el trascurso de la película, un tradicional tema en idish,  “Der milners trern” (las lágrimas del molinero), en el que un hombre se pregunta por la causa de las desgracias que sufre y se ve inerme frente a la arbitrariedad injustificada. En el acorde final de la película los hermanos Coen, con cariñosa ironía y por las dudas, nos tranquilizan diciendo: “ningún judío fue herido en la realización del film”. Y ya no es Larry Gopkin con su mirada límpida y transparente, con su dolor de hombre serio que sigue esperando que el Bien triunfe sobre el Mal y que reine la lógica y se recupere el sentido, sino los mismos Coen los que nos invitan a pensar sin miedo ni estereotipos, a atrevernos a cambiar de códigos, a buscar en sitios nuevos, cómo seguir siendo judíos y no desesperar en el intento.

Diana Wang

Bailar en Auschwitz, ¿burla o celebración?

bailando auschwitz

La Shoá esa enormidad que interpela a la Humanidad toda es para los judíos un absoluto, un baluarte sagrado que suele ser tratado con respeto y unción. Investido con el ropaje de lo sagrado sus reglas de conmemoración y actos de representación son ceremoniales, a menudo con grandes palabras,  prolijidad y pudor (y –sin temor a la incorrección política- con algo de hastío, un “otra vez lo mismo” que algunos piensan pero que no reconocerán ni dirán jamás). Hay poco lugar para nuevas ritualizaciones, nuevos códigos que atenten tal vez con quitarle el halo sagrado de seriedad, que amenacen con arrugar lo que siempre aparece bien planchado. Se corre el riesgo de herir, ofender y/o irritar. En general nos cuidamos muy bien de todo ello y más ante cosas como la Shoá (pongámonos de pie) y peor aún si mentamos a los sobrevivientes.

A la artista plástica australiana Jane Korman, parece no importarle nada de esto. En este video clip casero y desprolijo, con la fuerza del conocido  “I will survive” (que en castellano se tradujo “Resistiré”) muestra a su familia –su papá, sobreviviente de la Shoá, y sus hijos- siguiendo torpemente los pasos de una coreografía titubeante en los mismos escenarios de la Shoá. “Sobreviviré. Bailando en Auschwitz”,  se llama este trabajo de 4´ que subió sin empacho ni timidez a Youtube, desde donde se difundió explosivamente y tuvo su momento de gloria con múltiples comentarios disímiles, hasta notas en diarios de todo el mundo.

La propuesta es bizarra, tan diferente que uno no sabe cómo tomarla. Es por cierto muy extraño ver a este grupo de personas  de edades diversas en los escenarios del genocidio bailando al son de un tema popular en las fiestas.  Pero el haber sobrevivido la Shoá, además de un milagro, es también una fiesta. Tal vez sea ése uno de los ejes de esta “travesura” de Korman y una “respuesta personal y emocional ante recientes brotes antisemitas en Australia” según declarara en un reportaje. Su madre, que no participó del viaje familiar y por ello no aparece en el video, la apoyó diciendo “venimos de las cenizas, ahora bailamos”.

Contrariando lo que suele hacerse en los actos de memoria, este video se anima -con resultado artístico conversable por cierto- a otra cosa. Es un video casero, familiar, sin la intención de ser lo famoso que fue (si su intención hubiera sido ésa, habría habido más cuidado en su realización). No es un hecho artístico ni una proposición ética ni un intento de representación de la Shoá. Nada de eso. Sin embargo, su difusión insólita generó reacciones polares, apasionadas y controvertidas y lo ha puesto en el escenario de la discusión de la representabilidad, de la pertinencia de elegir caminos personales y de su legitimización. En la lista de distribución de Generaciones de la Shoá, todosgeneraciones@gruposyahoo.com.ar, con cientos de miembros, la polémica tuvo tres tipos de reacciones:

·      Muchos lo vieron como una ofensa a la memoria de las víctimas y una desacralización de los sitios de la Shoá señalando con vergüenza ajena los movimientos patéticos del sobreviviente intentando seguir los pasos de los más jóvenes, visto como una burla a su falta de habilidad y a las víctima que perecieron.

·      En el otro extremo, otros recibieron con alborozo lo que leyeron como un canto a la vida de las tres generaciones que mantienen, como todos, una vida imperfecta pero con un ímpetu que la hace imparable a pesar de lo vivido.

·      En el medio algunos reconocieron el valor de este video familiar siempre que quede guardado en la esfera de lo privado, pero lo desestimaron como mensaje público, tanto desde lo estético como desde lo filosófico.

Personalmente me pareció una curiosidad, algo diferente, un intento de desacralizar el tabú, de ir donde siempre se llora y bailar con toda la chutzpá en un acto de supremo triunfo. Leí una proposición que tal vez no planearon al momento de su realización: les venimos a decir aquí, en el sitio en donde sucedió, que el plan nazi falló, que no consiguieron exterminar al pueblo judío, que seguimos aquí, vivitos y coleando. Hecho y entregado en borrador y sin ninguna pretensión estética. Aunque, viniendo de una artista plástica, no estemos tan seguros de su ingenuidad, lo estético debe haber estado involucrado de alguna manera y tal vez, lo que vemos como “poco estético” sea precisamente la estética que pretendió darle. Esos movimientos descoordinados, torpes, entrecortados y poco ensayados, esa alegría maníaca en la música que no es tal en la acción, nos dice algo así como “tenemos que estar y mostrarnos contentos de volver vivos a este lugar, de que nuestra familia fructificó, aprenderemos despacio a movernos en este nuevo espacio, a juntar lo que quedó partido, desprolijamente, como podamos, como nos salga” que es más o menos lo que ha hecho toda familia de sobrevivientes. Algunos sobrevivientes (David Galante, Moisés Borowicz entre otros) dijeron que era para ellos una celebración de la vida, que no lo veían como algo inconveniente, identificados tal vez con el Sr Korman que pisaba los escenarios de la Shoá, allí donde antes había sido obligado a animalizarse, como un acto voluntario de hoy, una afirmación del triunfo de la vida.

Cada sobreviviente, cada familia de sobrevivientes, vive y convive con esa memoria como sabe y como puede, junta los fragmentos y arma con ellos la construcción que le es posible. ¿Cómo valorar un acto personal, íntimo, cómo calificarlo, desde qué lugar, y, lo que es más serio, con qué propósito? Es como cuando se critica a algún deudo que no se conduce según las reglas supuestamente estipuladas de un "duelo normal", como si hubiera formas únicas establecidas de cómo y cuándo duelar. El ojo del observador completa lo observado, lo valora, comprende y resignifica. No hay límites en el mundo de las lecturas y las opiniones: no hay verdades sino opiniones. El escenario de “la verdad” tiene sus riesgos: primero se la esgrime y después se vuelve un arma. La conversación es posible solo en contextos desarmados. Como soy una persona sociable, prefiero conversar.

¿Me voy a ir en gueto?

Así preguntó Maru, de 12 años, alumna de una escuela privada no confesional. En Historia le dieron para estudiar El Holocausto, para el lunes había que saber Guetos y Campos de Concentración. ¿Es como matemáticas o geografía? preguntó extrañada, ¿hay que cumplir los objetivos de Gueto y Campos de Concentración igual que Teorema de Thales o Isotermas e Isobaras? y terminó: si uno no la da bien, ¿se va en gueto?.

Y su pregunta, nada inocente, pone en cuestión todo el tema de la educación y la transmisión. Pone sobre el tapete también lo relativo a la representabilidad, a todos los dispositivos que se usan como herramienta pedagógica.  Obliga a discutirlo, interrogarse, repensar y revisar lo que se hace, para no caer en la estereotipia que lleva lenta pero fatalmente a la banalización.

Una ley que incluya el estudio del Holocausto en toda la red escolar es una excelente noticia. Pero está lejos de ser suficiente. Tampoco lo es los testimonios, los libros, las películas, los monumentos. Es descorazonador advertir la insuficiencia de todo lo que se hace en pos de la mentada frase “recordar para que no se repita”.

Los que estamos en las trincheras de la transmisión sobre la Shoá sabemos que no es recordando que se evita que pase algo. Recordar no alcanza. Es condición sine qua non, pero no alcanza. El “nunca más” es una expresión de deseos, nada más. Es preciso recordar, estudiar, investigar y encontrar los medios más eficaces para transmitir, conmover y promover reflexiones modificadoras. Enseñar sobre el Holocausto no es cultura general. Es, o debería ser, un tema tendiente a la formación personal. Debería atravesar diferentes materias y ser abordado desde diferentes ángulos, con un énfasis en la ética, la responsabilidad social, la propaganda, los prejuicios y sus efectos pragmáticos, la manipulación, el juicio crítico. Debería favorecer el aprender a pensar y a conducirse en la sociedad.

Y nos asaltan estas preguntas: ¿cuál es la mejor forma de transmitir, enseñar, educar? ¿qué utilidad prestan las conmemoraciones estereotipadas, los monumentos, los museos, los libros, las películas? ¿qué sentido tiene todo lo que hacemos? ¿sirve para algo? ¿cómo atraer la atención, tocar, llegar, conmover, hacer pensar?

Un recurso para concitar la atención es recurrir al “morbo”, al relato sangriento y sanguinario, a lo tortuoso, al horror. Seguramente conmoverá y será escuchado, pero es dudoso que conduzca a la reflexión y al aprendizaje real. El Mal fascina pero obtura.

Carl Whitaker, decía que lo que de verdad importa no se puede enseñar, se debe aprender. Todo aprendizaje modificador es un camino de encuentro entre alguien que quiere saber y alguien que puede enseñar, el primer paso lo debe dar el “alumno”. Todo aprendizaje debe responder a una pregunta del alumno, a algo que le importe, le interese, es una interacción en la que ambas partes son activas, uno en la pregunta, otro en la respuesta. Solo así se puede aprender, es decir, incorporarlo, hacerlo propio. Si no, mucho me temo que sea estéril. O, peor aún, contrario a lo que se espera.

Vamos a escuelas y damos cifras, hechos, nombres, explicamos, testimoniamos, ¿no seremos para los chicos como la profesora de matemáticas o de lengua, alguien impuesto por la escuela, parte del programa del día, a quien hay que oír por obligación no porque interese o porque responda a alguna pregunta que urja ser respondida? 9 a 10, Lengua, 10 a 11 Gimnasia, 11 a 12 Holocausto.

¿Cómo podemos abrir preguntas, generar inquietud, interés, necesidad en la audiencia? ¿cómo podemos sacudir la indiferencia y abrir el “apetito” de conocer?

Gueto y Campo de Concentración no pueden ser objetivos programáticos a cumplir en la rutina escolar. Lo que se ganó introduciéndolo en la escuela corre el riesgo de endurecerse, estereotiparse, volverse inútil. Tal vez no pase solo con este tema lo que señalo. Tal vez se deba a que, y no recuerdo a quien corresponde la cita, nuestra escuela está diseñada en el siglo XIX con docentes del siglo XX para alumnos del siglo XXI.

Project Apprentice


GENERATIONS OF THE SHOAH IN ARGENTINA

“Whoever listens to a witness, becomes a witness”. Elie Wiesel.

PROJECT APPRENTICE is a living chain of oral testimonies, brought to life by those who have had personal contact with Shoah survivors. They have been bestowed with the legacy of retelling the story.  This is a shared journey between a young adult – the APPRENTICE – and a survivor – the SURVIVOR. Along this path, the SURVIVORS transmits their experience and memories, who they had been and had become, and the Apprentice incorporates this story in its essence, and is committed to transmitting it orally for decades to come. 

  Fundamentals and objectives:

      PROJECT APPRENTICE was born out of an awareness of the power of oral testimony. The story told by the protagonist, the eyewitness, reaches deeper layers of the listener´s soul and remains unforgettable.  The passage of time risks leaving future generations without this vital source. So it is essential that we create a way in which the memory of the Shoah can be preserved through the power of oral testimony.

      With our teaching experience, we have learned that educating people about the Shoah ought to include emotional, particular and personal aspects in order to make the lessons lasting and effective.  These personal stories help us to understand and identify the impact of these historical events on us as human beings. Facts can be remembered when linked with emotions: oral testimonies make possible the preservation of these very real events in our memory. 

      The main goal of the Project is to preserve the power of the oral testimony so it can reach wider audiences for many years to come. Whenever a survivor stands in front of an audience, there is a change of energy, a strong power is given by his or her words and emotions: To see and listen to a witness renders this person’s history, and therefore the Shoah, a living reality. 

              PROJECT APPRENTICE has two additional objectives:  

      a) It aims to make it possible to educate future generations about the Shoah with the power provided by oral testimonies; each APPRENTICE will glean from the direct source what the written materials cannot provide;

      b) It aims to activate a way to combat anti-Semitism and denial of the Shoah by giving non-Jews access to the lived experience through direct contact with the protagonist –either as listeners or as future APPRENTICES. 

 Implementation:

      In PROJECT APPRENTICE a young adult – the APPRENTICE – gets in touch with a Shoah survivor –the SURVIVOR-, meets and interacts with him or her, becomes familiar with the survivor’s life and conditions, their particular way of speaking and thinking, learns about childhood and aging and takes from this relationship what distinguishes this individual from others, all that makes the survivor unique.  The APPRENTICE also gets to know the survivor’s surroundings, belongings, documents and photographs, in order to become this individual’s voice and tell the story while keeping it alive and vibrant. The APPRENTICE learns and adopts both the lyrics and the melody of the SURVIVOR’s life and persona. This immersion in their soul allows a profound comprehension and identification that will permit the future re-invoicing and personification of each particular story for several decades into the future.

      The APPRENTICE registers the entire experience in a diary, a sort of travel log. This will be the memory both of the survivor´s life and persona as well as of the experience and the process of reception and interaction. 

       The APPRENTICES are assisted throughout the process by experts in survivor testimonies who help when any question or uncomfortable issue arises. They receive a seminar about the essential topics related to the Shoah so that the contact with survivors can be put in the proper historical and political context. The SURVIVORS, are assisted by a coordinator who responds to any request that might arise during the experience.  The overall coordination is in the hands of Generations of the Shoah in Argentina.

      The Project is presented at different venues, encouraging APPRENTICES of diverse backgrounds to embrace the experience with an emphasis on encouraging the participation of non-Jews. The experience is open at multiple levels, in order for all to learn and transmit the lessons of the Shoah and all that is historically, socially, philosophically and humanly connected to it. 

A PROPÓSITO DE LOS SAQUEOS EN CHILE

saqueos en Chile¿Qué hacés? ¿por qué parás el coche?, le pregunté a mi hijo mayor. Era una calle desierta. A nuestro alrededor silencio. Las pocas casas determinaban que tuviéramos una visual de 360º . Se veía con claridad que no había ningún otro vehículo a la redonda. Está el cartel de STOP, dijo mi hijo, hay que parar completamente el coche, mirar a los costados y después seguir, es lo que dice la ley. El cruce estaba en una localidad de California, Estados Unidos, donde vive mi hijo desde hace unos veinte años. Para alguien venida de Buenos Aires, como yo, la escena era patéticamente ridícula. ¿No se ve a simple vista que no hay ningún coche? Además, tampoco hay alguien que pueda hacer una boleta. Casi pensé que mi hijo se había atontado de tanto vivir con los gringos. Pero la anécdota fue creciendo. Al ver las escenas de saqueos que están sucediendo en estos días en Chile en el contexto de los terremotos me empecé a cuestionar qué es vivir bajo el imperio de la ley, cómo es aceptarlo y confiar en que los demás también lo hagan. La gente no solo toma el agua y los alimentos que necesita, sino que llevan televisores, heladeras, hornos de micro ondas, acondicionadores de aire, ninguno de ellos objetos de primera necesidad. Recuerdo aquella detención de mi hijo en un cruce solitario, su férrea decisión de respetar la ley aún cuando nadie pudiera penarlo si no lo hacía. Lo que es de subrayar es que su conducta revela un apego a la ley esencial porque no requiere de la presencia de nadie, asume que eso es lo que está bien. Los que se sumergieron en los pillajes, ante las cámaras de televisión que multiplicaron sus imágenes por todo el mundo, parecían sentirse impunes por haber sido víctimas del terremoto, como si eso fuera suficiente para cambiar las reglas de juego sociales, para robar y vanagloriarse de ello. ¿Cómo se ha construido esta idea de que si uno es víctima de algo tiene derecho a infringir la ley? Sobre qué tenues y frágiles redes estamos ubicados en nuestras sociedades humanas. Los más mínimos acuerdos se deshacen ante la impunidad o la falta de una pena, sea el castigo físico –multa o prisión- o sea uno moral –vergüenza, humillación, exclusión-. La así llamada “ley de la selva” renace en cuanto se apaga la luz del ojo testigo-penador y pareciera que quedamos librados a nuestros instintos más primitivos, aquellos que nos dictan tomar para nosotros lo que nos venga en ganas. Decía Shakespeare que Ricardo III estaba convencido de que tenía derecho a matar a quien quisiera para seguir siendo Rey, que, habiendo nacido rengo y contrahecho, el mundo le debía a él.

Me acuerdo de “La naranja mecánica” la novela de Anthony Burgess que luego fue la excelente película de Stanley Kubrick. El protagonista recibe un tratamiento pavloviano para dejar de “portarse mal”. Lo fuerzan a mirar escenas de violencia luego de inyectarle una sustancia que produce dolor y náuseas. La asociación entre la idea de hacer daño y el efecto físico, le impedirá hacer el mal para evitar el hondo malestar estomacal. No es que deje de hacer daño por educación, por reflexión o convicción alguna. Deja de hacer el mal porque hacerlo le hace daño. La amarga obra de Burgess declara el triunfo de lo individual sobre lo colectivo, de los instintos sobre la educación, es decir, el fracaso de la civilización.

Volvemos a quedar desnudos. La Shoá, la complicidad de tanta gente en el asesinato de sus semejantes, los que ocuparon las casas que “habían quedado” vacías, los que aún hoy comen con unos cubiertos de plata cuya procedencia prefieren desconocer, todo esto vuelve a ponerse en el tapete. Y la limpieza étnica en los Balcanes y el asesinato de los Tutsis por los Hutus. Y tantas otras cosas que nos tienen las manos tintas en sangre. Si no es la educación, ¿qué es? ¿cómo se construyen modelos del Bien? ¿será que sólo respetamos la ley cuando tememos el castigo? ¿Cómo se construyen bases para un mundo en que la convivencia humana sea posible?