UNA JUDÍA ACONSEJA A POLÍTICOS Y COMUNICADORES

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Si no han aprendido hasta ahora, es hora de que lo hagan y se ahorren problemas. Eviten mencionar a los judíos o a cualquier cosa atinente a nosotros. No se metan en problemas, es complicado. Cualquier cosa que digan puede sonar mal. Mencionando algo relacionado a los judíos –religión, holocausto, nazismo y así- sin saber bien de qué se está hablando puede traer consecuencias no buscadas. E inmediatamente se enciende un alerta y se disparan las sirenas. La cosa no es caprichosa ni aleatoria, tiene una explicación. Se trata de un secreto milenario: hemos desarrollado un dispositivo protector de transmisión oral, la ABEJA -sigla de Alarma Básica y Específica de Judeofobia Ambiente- que, a modo de sismógrafo sutil y sensiblemente calibrado, incorpora, estudia, evalúa y nos pone en guardia, ante el más mínimo atisbo de ignorancia o discriminación anti judía.  La ABEJA está siempre alerta, es una cuestión de supervivencia.

Aunque su necesidad tiene más de dos mil años, la ABEJA así como lo conocemos hoy –aunque más primitiva- tiene su origen en Europa. Nació en el siglo IV bajo el imperio de Constantino el que instaló a la Iglesia como religión del imperio e impuso a mis antepasados el rótulo de asesinos de Cristo. A partir de allí la ABEJA se fue perfeccionando durante los siglos de bulas papales y peleas feudales y principescas, que llevaron a la prohibición de poseer tierras, la imposición de ocuparse solo de finanzas, artesanías y comercio para después señalarnos como usureros. La ABEJA fue recalibrada durante las Cruzadas, con la difusión del libelo de sangre (que nos acusaba de secuestrar niños cristianos y desangrarlos para nuestros rituales demoníacos), tuvo otro momento rutilante en la Inquisición, las conversiones forzosas, las matanzas, las torturas, y luego en los exilios y las deambulaciones de mis tatarabuelos; sufrió un nuevo ajuste con las teorías raciales que condujeron al así llamado antisemitismo, y luego con el invento de los Protocolos de los Sabios de Sión, los pogromos asesinos que se llevaron a mis abuelos –la ABEJA había quedado desactualizada- hasta el final de fiesta a toda pompa y sangre que fue el nazismo y la Shoá donde se masacró a casi toda mi familia. Luego de eso la ABEJA, nuevamente perfeccionada, pareció haber alcanzado su calibración definitiva y hasta se creía que nunca más iba a ser necesaria. Pero no. Cuando los sobrevivientes se sacudían las cenizas que ensombrecían sus memorias y ya Israel era un sueño hecho realidad, aplaudido por todos mientras estaba en las malas, bastó que ganara su primer guerra, la de los Seis Días, para que la mirada benévola se volviera acusación. Los técnicos se abocaron a recalibrar nuevamente a la ABEJA ahora a un nuevo nivel: mientras nos dejamos matar, está bien, pero cuando decidimos que una parte de la tribu sea un país como cualquier otro, eso sí que no. El ajuste actual incluyó en consecuencia al antisionismo que enarbola el sucio dedo de la culpa señalándonos, pero con un evidente alivio, un “ya lo sabíamos, no son de fiar estos judíos”. La ABEJA revela en sus registros que el judeófobo  justifica así su mala conciencia y su odio ancestral. Y no digo que acuerde con el gobierno de Israel ni con lo que pasa allá, no tengo por qué defender ni justificar ni participar de sus decisiones. No los voté, soy argentina y voto acá. Aunque pertenezco a la misma tribu de los judíos que viven en Israel, no soy israelí, pero como de la misma tribu me afecta lo que allí suceda y me toca lo que de ello se diga aunque no sea responsable. (Israel es un país, no es “los judíos”). Sí, ya sé, no es fácil. Y la ABEJA hubo de ser ajustada nuevamente porque nos “toleran” mientras seamos débiles, víctimas, estudiosos, comerciantes o prestamistas, pero no somos “tolerados” si no nos dejamos matar, si queremos ser igual que cualquiera. Y llegamos al día de hoy con la nueva palabreja del mundo políticamente correcto, la tolerancia. Qué espantosa palabra, ¿no?. Se tolera al que no se quiere, al que no se acepta, al que se aguanta.

Y ni qué decir de las bombas a la embajada de Israel y a la mutual judía, el mayor atentado terrorista que sufrió la Argentina, cuando se dijo, otra vez con alivio, que murieron judíos e inocentes. La ABEJA tuvo mucho trabajo esos días y hubo de sufrir una nueva recalibración.

Por todo esto, queridos políticos K, no-K o anti-K, queridos candidatos a políticos, queridos asesores de los candidatos a políticos, queridos periodistas y comunicadores sociales, tengan cuidado cuando nos usan con ligereza en sus declaraciones. La ABEJA saca el aguijón, se pone a vibrar como loca y se vienen los comunicados, los reclamos, los pedidos de disculpas, los medios levantan la noticia y la acomodan para atacar a unos y a otros. No hay ganancia. Mejor no digan nada. Háganme caso. No se metan en camisa de once varas que aprieta y enseguida se le saltan los botones.

Publicado por El diario de Leuco, 1 de septiembre 2020

Carta de Lectores publicada en La Nación 13/10/2010

¿Vale la pena contestar un desaguisado semejante al proferido por el Ministro de Economía cuando dijo que algunos periodistas eran “como los que ayudaban a limpiar las cámaras de gas en el nazismo”? ¿Tendrá alguna idea de lo que sucedía en los campos de exterminio? ¿Se imaginará lo que es estar obligado a retirar cientos de cuerpos de hombres y mujeres, viejos, adultos y niños, despegarlos para separarlos –y no me detengo en cuestiones de difícil digestión-, acomodarlos en carretillas, llevarlos a sitios especiales para hurgar en ellos por si tuvieran valores escondidos y después introducirlos uno a no en los hornos crematorios? ¿Le contaron que los encargados de estas tareas sabían que su propio destino iba a ser igual en pocos días? ¿Alguien le habrá informado que estos mismos prisioneros fueron los que dinamitaron uno de los hornos crematorios en Auschwitz?