¿Por qué recordar la Shoá en la Argentina? [1]

Nota: ponencia presentada en el seminario "La Shoá, los genocidios y crímenes de Lesa Humanidad: enseñanzas para los juristas" organizado por la Secretaría de DDHH del Ministerio de Justicia y el Mémorial de la Shoah de Paris. Es la transcripción de mi presentación oral según como fuera publicada en el libro. No recuerdo por qué la mención a Daniel Goldman, tal vez él debía venir y no pudo y fui convocada en su lugar, pero no lo recuerdo (hablando de recordar....). Muchas gracias a los organizadores por haber confiado en mí, especialmente a Andrea Gualde y a Roxi Perel. En tan poco tiempo, que fui notificada de esta participación, haré lo posible por compartir con ustedes algunas reflexiones. Tengo algunas cosas parecidas con el rabino Dany Goldman y otras muy diferentes. El rabino Dany Goldman es quien tendría que estar acá en este momento. Soy judía como él. Y soy hija de sobrevivientes igual que él. Pero no soy rabina y no tengo su ilustración y su hondura filosófica, así que no van a contar con esto de mi parte.

Desde mi lugar de hija de sobrevivientes, como presidenta de una organización que se ocupa de transmitir y educar sobre el tema de la Shoá, y también un poquito desde mi lugar de psicóloga, que es inevitable (soy todo eso), hay toda una serie de cosas que querría compartir con ustedes.

Obviamente, la memoria es indispensable. Recordar y saber qué pasó forma parte del conocimiento que todas las sociedades tenemos que tener. Pero, ya a esta altura del partido, aquel lugar común de recordar para no repetir, sabemos que es una vana ilusión. Se recuerda y se recuerda, y se repite y se repite, y se mejora incluso. Así que recordar solo no es suficiente. Hay algo más que debemos hacer. 

La pregunta es por qué recordar la Shoá en la Argentina. Esto es lo que dice en el programa. Como buena judía, lo primero que contestaría es por qué no. Por qué la Argentina tiene que ser diferente de otros países. En este momento la Shoá está siendo un tema tomado por casi todos los países porque porta una serie de lecciones e informaciones que cambiaron definitivamente la mirada que tenemos los seres humanos sobre las sociedades. Hay un antes y un después de la Shoá con respecto a la concepción de lo humano. Pero déjenme decirles, antes, que me quedé pensando qué interesante que un lugar como la Argentina, en el sur del Cono Sur, tan lejos de los escenarios europeos en donde sucedió la Shoá, estamos teniendo un simposio sobre la Shoá y estamos hablando de la Shoá. Y creo que es absolutamente pertinente hablarlo acá y en todas partes.

Qué hubiera pasado si el Ejército Rojo no hubiera detenido el avance del ejército alemán en Stalingrado. Qué hubiera pasado si el general Patton no hubiera triunfado en el norte de África y hubiera entrado en el sur de Italia. Qué hubiera pasado si los Aliados no hubieran ingresado en Normandía. Qué hubiera pasado con el mundo si el nazismo hubiera triunfado, a casi ochenta años de su instauración en 1933. Probablemente, muchos de nosotros no estaríamos vivos, no estaríamos acá. No sé cuántos judíos hay en la sala pero no hubiera quedado ni un judío en el mundo. El nazismo tenía un plan que era universal, que no tenía fronteras geográficas. El plan de la creación de la raza superior no tenía fronteras. Era un plan planetario, iban allí como demiurgos, como semidioses, querían construir lo que ellos llamaban “la raza superior”. No habría discapacitados físicos, no habría discapacitados mentales, no existirían homosexuales. Y bueno, irían por más. No existirían negros, ni amarillos, ni rojos, ni marrones, ni gente con los ojitos así. Vaya uno a saber en qué mundo viviríamos si el nazismo hubiera triunfado. Entonces, por esto es pertinente hablar de la Shoá acá y en cualquier lugar del mundo. Porque simplemente se detuvo porque perdieron la guerra. Entonces, no tenemos que perder de vista que la Shoá estuvo en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, y gracias a que la perdieron, el mundo pudo seguir, bien o mal, como ha seguido. Pero, seguramente, mejor que si hubiera estado bajo el nazismo.

Pero también, hablar de recordar la Shoá en la Argentina y también en otros países tiene sentido por las varias lecciones que comporta. Nos ha enseñado, y todavía no sé cuánto hemos aprendido, del alcance de los sistemas políticos totalitarios y de la enorme vulnerabilidad de las sociedades humanas frente a eso. Nos enseña sobre el fracaso de los dispositivos educativos que tenemos, sobre la fragilidad de los individuos y las sociedades para contrarrestar los poderosos efectos de este sistema, para no someterse al aparato de la propaganda y al hondo lavado de cerebro que éste determina. A la dificultad de la lucha,, tanto individual como grupal, a la presión grupal y social –y acá habla la psicóloga– por esta necesidad que tenemos los seres humanos de ser aceptados, de pertenecer a un grupo. Esto se ha probado por infinitos estudios, que determinan la aceptación y el sometimiento a ciertas normas del grupo aun cuando algunos individuos no estén de acuerdo.

Nos enseña sobre el entumecimiento del juicio crítico, que es una consecuencia de todo lo anterior. Sobre la comodidad, sobre la burocracia. Sobre los aparatos que nos dicen que nosotros confiemos en alguien que nos dice que sabe lo que hace y que nosotros simplemente hagamos lo que tenemos que hacer. No miremos el cuadro grande. Sobre todo esto nos enseña la Shoá permanentemente. Y la Shoá debe ser un ejemplo, y debe ser mostrado como un ejemplo de a lo que se puede llegar si se siguen las últimas consecuencias de lo que esto propone.

Tenemos varios ejemplos en la Argentina. Voy a hablar solamente de uno. Podría tomar cualquier otro, pero voy a hablar de lo que pasó en la Guerra de Malvinas. Tal vez los compañeros franceses de la mesa, que no estuvieron acá, no sepan cómo fue el clima cuando comenzó la Guerra de Malvinas. El país estaba presidido por un gobierno de facto, por un presidente cuya mayor virtud era su resistencia al whisky, la cantidad de bebida alcohólica que tomaba, y se hacían muchas bromas respecto de eso. Tenía una oposición popular muy grande porque había medidas que habían sido muy impopulares. Entonces, un día se llena la Plaza de Mayo, ésta que tenemos acá a una cuadra, con una manifestación absolutamente en contra del gobierno. El gobierno declara la Guerra de Malvinas y, dos días después, la misma plaza se llena de gente vitoreando al presidente. Hay algunas cabezas que hacen así porque nos acordamos de lo que fue. Es decir, un día en contra y dos días después “el pueblo” llenando la plaza a favor de esta decisión.

Yo recuerdo los titulares de los diarios, yo recuerdo el “estamos ganando”. “Estamos ganando”, pero miren qué pretensión delirante. Al ejército británico ayudado por el ejército americano. Nosotros, la Argentinita, ese paisito chiquitito, nosotros estamos ganándoles a ellos. Se acuerdan de nuestras bravatas, de nuestra arrogancia de argentinos, diciendo “que se venga el principito”, como que nosotros lo vamos a atacar, con tango, con mate o con asado, porque no sé con qué lo íbamos a atacar. Recuerdo cuando íbamos a dar clase a las escuelas, a los chicos de diecisiete, dieciocho años. Los chicos que nacieron después de la Guerra de Malvinas no entienden esto que estamos contando. Pero cómo, ¿eran idiotas que declararon una guerra a estas potencias mundiales? Entonces les contamos. Chicos como ustedes, yo los vi en la televisión haciendo colas en el Ministerio de Guerra para ofrecerse como voluntarios. Para ir a morir a esas islas con piedras desérticas por una supuesta reivindicación histórica del robo de los piratas ingleses. Me acuerdo de la gente haciendo colas entregando medallitas y cadenitas de oro. Nos acordamos de todo esto. Bueno, esto es lo que hace un gobierno totalitario –es un ejemplo muy chiquitito– que nos toca absolutamente a todos.

Este tipo de cosas han pasado más de una vez en la Argentina, en Chile, en Uruguay, en distintos países. No voy a abundar en esto porque todos conocemos estos mecanismos afilados, desarrollados hasta grados preciosos por el Ministerio de Propaganda de Goebbels; siguen siendo usados y aplicados por la propaganda política, por la publicidad comercial. Los mismos principios desarrollados por el Ministerio de Propaganda. Y esto tenemos que ir a enseñarlo a las escuelas. Tenemos que ir a enseñar cuáles son los principios, para mostrar qué vulnerables son a la manipulación y a la formación de la supuesta opinión pública que apoya a estos gobiernos totalitarios en decisiones impopulares a través de una cuestión que inventa como la Guerra de Malvinas.

Podría decir infinidad de cosas por las cuales es importante hablar de la Shoá, pero quiero mencionar una sola más hasta pasar a otro tema que quiero tratar con ustedes. El conocimiento, el reconocimiento y el aprendizaje sobre aquellos poquitos, muy poquitos, que se atrevieron a pensar por sí mismos, que no se sometieron al lavado de cerebro y que hicieron lo que en aquel momento no había que hacer, a los que se opusieron, a los que en la Shoá salvaron judíos aun a riesgo de su propia vida, a esos que han tenido conductas casi siempre inconscientes, que si las hubieran pensado no las hubieran hecho. Pero aprender de ellos, cuáles son los resortes que se movieron, porque es ahí donde encontraremos alguna respuesta que todavía necesitamos aprender.

La otra cosa que quería decirles es algo que me llama mucho la atención, y en este foro de juristas y de pensadores sobre el tema de la Shoá quiero proponerlo como una cosa que me inquieta, que es el uso de ciertas palabras, retomando algo que comentó el juez Rozanski, que es el uso apropiado de las palabras. He escuchado acá y en otros sitios y documentos que se usan las palabras “raza”, “racismo” y “antisemitismo”. Entonces, quiero dedicarme brevemente a hablar de esas tres palabras y tratar de convencerlos a ustedes de por qué son impropias y por qué no deben ser usadas.

El concepto de antisemitismo es un concepto acuñado por Wilhelm Marr, un escritor y periodista alemán al que se le ocurrió este concepto a mediados del siglo XIX. Escribió un panfleto que rápidamente tuvo difusión, vendió en la sociedad, y entonces el concepto de antisemitismo fue instalado y empezó a tener una validez cuasi científica. Wilhelm Marr hizo un salto sofista muy interesante. Miren lo que hizo. Porque lo semita existe; existe lo semita, pero no en la biología. Wilhelm Marr plantea el antisemitismo como un concepto que tiene que ver con la biología. Hay gente que nace semita y hay gente que nace no semita: aria, negra, oriental, o lo que fuera. Lo semita es genético, es ontológico, es lo que uno es. Es semita. Si uno es semita eso no se puede cambiar, no se puede convertir, no se puede convencer. Si uno es de tal altura. Uno es lo que es y no puede cambiarlo. Resulta que lo semita es un concepto de la lingüística, lo semita son las lenguas. Hay lenguas de raíces semitas, lenguas de raíces arias y otras raíces. Hay lenguas semíticas, como el hebreo, como el árabe, y lenguas arias. Y entonces, lo que hizo este hombre fue un salto mágico: si esto se aplica a la lingüística, trasladémoslo, transpolémoslo a la biología. Esto es un gravísimo error. No existe algo así como el antisemitismo.

Lo que sí existe, la palabra que más se le ajusta, es judeofobia. Es el odio o la sospecha frente a lo judío. Esto tiene una historia, primero una historia religiosa por la judeofobia de la Iglesia Católica. Luego, la judeofobia europea por algunas características supuestamente atribuidas a los judíos, que arman el estereotipo judío del judeófobo. Pero lo que agrega Wilhelm Marr es la pretensión científica. A partir de ese momento los judeófobos europeos y los del mundo entero se quedaron tranquilos. Porque no era que ellos tenían algún prejuicio que mejor no contar y este sentimiento que no era bien visto. No; es que estaba fundado en la biología. Los judíos éramos gente diferente. De ahí a excluirnos y luego a exterminarnos son algunos pasos lógicos en la sucesión de los acontecimientos.

Y en qué se basa Wilhelm Marr en este concepto de antisemitismo. Se basa en el concepto de raza. La raza era una idea que existía con bastante anterioridad al siglo XIX. Se supone que es una idea que comenzó a conocerse en el siglo XVI, en el siglo de los colonialismos. Cuando los europeos con sus barcos salieron a conquistar África y América, a colonizar y expoliar a los dos territorios en colonias. Se encontraron con el otro, con el Otro, con un negro, con otra forma de narices, con otra forma de pelo, con otra cultura, con otra sintaxis idiomática y otras costumbres. Entonces, este Otro inmediatamente fue subsumido por la categoría de subhumano. Y aparece el concepto de raza. “Raza”, ligado a la categoría de inferior. Raza no como diferente sino como inferior, aplicada a los pueblos de África, aplicada a los pueblos primigenios de América. Y esto ¿qué permitió? Permitió el comercio esclavista, cosificó a la gente; entonces no había ninguna culpa porque no eran seres humanos iguales que los europeos, a éstos se los podía comprar, vender, manipular, esclavizar y dejar morir. No había ningún problema para ello.

Sobre este concepto del siglo XVI se monta un político francés, Joseph Gobineau, que también en la segunda mitad del siglo XIX escribe un libro que se llama Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, en donde pone sobre la mesa aquello que Wilhelm Marr había esbozado con el antisemitismo. Entonces, él habla de una desigualdad cualitativa, donde hay mejores y peores. Esta idea de Joseph Gobineau luego fue utilizada en Los protocolos de los sabios de Sión, que se basa en un escrito francés que después fue retomado por la policía zarista, en El judío internacional, de Henry Ford, y finalmente fue retomado por Rosenberg y el nazismo y su ruta, y el camino que nosotros conocemos.

Y hay una coincidencia. Tanto el antisemitismo como el concepto de racismo fueron acuñados en la segunda mitad del siglo XIX, en años muy próximos. Y uno se pregunta a qué se debe esto, ¿es casualidad? Resulta que tiene que ver con la emancipación de los judíos en Europa Occidental. La mayor parte de los países de Europa, entre ellos Alemania y Francia, había emancipado a los judíos, y en este momento de la historia, a partir de 1870, tenían los mismos derechos ciudadanos que el resto de la población. Entonces se necesitaba diferenciarlos. Por eso estos conceptos aparecieron.

Estos conceptos que estoy desarrollando en este momento son los conceptos con los que nosotros vamos a las escuelas y trabajamos, porque tienen que ver con el fundamento biológico de la discriminación. Entonces, lo que proponemos es dejar de llamar razas y racismo, no tengo otra palabra, la única palabra que puedo decir es “lo que se conoce como racismo”, porque no hay otra palabra para llamarlo, y hacer una propuesta en las Naciones Unidas para que deje de llamarse así, porque se sigue llamando así en los convenios de Naciones Unidas. Y la idea es ir a las escuelas y mostrar cómo estos conceptos están integrados a nuestra cultura y determinan conductas, miradas y prejuicios, no solamente en contra de los judíos.

En la Argentina tenemos otros grupos que en este momento están siendo mirados de manera discriminadora. En un momento, los coreanos. Tenemos inmigrantes de países vecinos, paraguayos, bolivianos. En otro momento fueron los chilenos. Todo este cuerpo de pensamiento y de información puede ser aplicado a la revisión de la forma en la que es mirado otro, cuando es visto como Otro, con mayúscula, cuando es visto como amenazante, cuando es visto como diferente de mí y tal vez inferior.

Una de las cosas que estamos haciendo en este momento, y con esto termino, desde Generaciones de la Shoá, y que quiero compartir con ustedes, es lo que llamamos el proyecto Aprendiz. El proyecto Aprendiz es una forma diferente de trabajar con la memoria. Y lo queremos proponer a esta audiencia porque creemos que es novedoso y creativo, y que compromete a la gente de una manera muy particular. El proyecto Aprendiz consiste en el emparejamiento de un joven con un sobreviviente en una relación personal, en donde el joven –con “joven” queremos decir gente de entre veinte y treinta años, no menos de veinte– aprende del sobreviviente, que será su maestro, no solamente su historia durante la Shoá, sino quién es, cómo ha vivido, sus pequeñas anécdotas, que le permitan a este joven –dentro de diez, veinte, treinta o cuarenta años más– pararse frente a un auditorio y contar la historia de la Shoá, de viva voz, como un relato personal. Lo que nosotros hemos observado, y en esto se basa el proyecto Aprendiz, es que es muy importante la información escrita, los libros, las películas, pero no hay nada que impacte y que mueva más a un auditorio que la presencia física del testigo. El testigo porta no sólo la información sino la encarnación de una historia, con una emoción que muchas veces hace a la información transmitida indeleble y persistente en la memoria. Entonces, hay algo que tiene que ver con el trabajo en la memoria que tiene que pasar también por lo emocional. Y en esto se basa el proyecto Aprendiz que estamos llevando a cabo.

 

 

 


[1] Transcripción de la ponencia de Diana Wang, en el Seminario “La Shoá, los genocidios y crímenes de Lesa Humanidad: Enseñanzas para los juristas” organizado por la Secretaría de DDHH del Ministerio de Justicia de la Nación y el Memorial de la Shoah de Paris. 27-28 de Septiembre 2010. Está publicado en el libro homónimo.