Shoa

Comentario sobre “Las benévolas” de Jonathan Littell.

Se ha publicado en castellano la polémica novela de Littell (Editorial del Nuevo Extremo, 2007, Barcelona). Libro aclamado, premiado, criticado, denostado, encumbrado, fuente de controversias frente al que es imposible quedar indiferente, está siendo un acontecimiento en el mundo literario. Las benévolas aparecen mencionadas solo en el título y luego de casi mil páginas recién en el último párrafo donde dice "Las benévolas habían dado con mi rastro”. No hay explicaciones. Si lo entendemos, bien, si no lo entendemos, no es preocupación del autor, no nos ayuda en nada, no nos facilita las cosas. Toda una metáfora del contenido nodular del libro, de los indicios que recibimos a diario y que no conseguimos decodificar apropiadamente y que solo se nos harán visibles si nos desnudamos de justificaciones y nos internamos en sus significados y consecuencias. Veo que tampoco parece claro lo que digo sin contar el libro. Imposible contar lo que solo se puede leer en cada una de las casi mil páginas.Nada es fácil en este libro que deja múltiples claves y guiños para ser descubiertos por el lector, no hay pretextos y, lo que es mucho más inquietante y difícil de digerir, su actor principal, el oficial nazi Max Aue, no cree precisarlos. ¿Quiénes son las benévolas?   Entonces uno debe ir en a buscar los sentidos, en medio del lodo espeso y sin puntos de referencia. ¿Quiénes son Las benévolas? ¿Por qué el título? ¿Qué nos quiere decir con ello? Sabemos que es otro de los nombres de las erinias, las furias, las deidades de la mitología griega que persiguen a los criminales y distinguen culpables de inocentes. Fueron ellas las que permitieron que Orestes fuera declarado inocente del asesinato de su madre. ¿Pero quiénes son las benévolas en esta novela? ¿Son los dos policías que acosan como moscas molestas al protagonista y lo persiguen sin descanso por un crimen que él no recuerda haber cometido y del que, en consecuencia, se cree inocente? ¿Somos los lectores a modo de conciencia moral social, los que tenemos en nuestras manos la historia con el relato de todos sus crímenes y deberemos dirimir sobre su culpabilidad o inocencia? ¿Se trata del protagonista o de todo el pueblo alemán? ¿Acaso es Max Aue mismo el que con su relato en primera persona acusa a todos los “buenos alemanes” de la posguerra, a los que “no sabían”, a los que “no tuvieron más remedio”, a los que “no pudieron oponerse”, a los que “nunca hicieron nada”? Lo cierto es que la responsabilidad, la culpa, la conciencia, la ética, son los temas que campean sobre cada una de las páginas. Max Aue se quita todos los disfraces provistos por la cultura y la educación y cuenta, desnuda y descarnadamente, lo que hizo, lo que vivió, lo que sintió, lo que pensó, sin atenuantes ni contemplaciones. Es el intelectual alemán despojado de melindres que nos enfrenta y nos dice con feroz impudicia “éste soy yo, así he sido y lo peor es que soy tan humano como usted que sostiene este libro” y todas las anclas que uno cree que tiene en su mundo civilizado caen hechas pedazos y se deshacen en esquirlas que nos penetran y ahí se quedan. Nadie elige asesinar.     Max Aue es un joven jurista que, si hubiera podido elegir, según sus palabras, si no hubiera nacido en Alemania en ese tiempo y en esas circunstancias, se habría dedicado con gusto a sus dos amores, la música o la literatura. “Nadie elige asesinar” dice, y a poco agrega sombrío: “ni tampoco ser asesinado”. La palabra “benévolas” del título es una ilusión perversa porque en lugar de hablarnos del Bien –como parece sugerir la palabra- este texto habla exclusivamente del Mal, sin dejar resquicios, sin brindar atenuantes. Comparada por algunos con La guerra y la Paz, multi premiada, suscita controversias por doquier. Claude Lanzmann no aplaude la obra; dice que Littell se ha fascinado con el horror en este escenario de muerte con un regodeo morboso. Pero Jorge Semprún califica a esta novela como el acontecimiento del siglo. Se trata del Mal.     Littell nos lleva de la mano hacia lo más horroroso del horror, sin disimulos, nos pone en contacto con la pura esencia del Mal, forzando una redefinición de lo humano. Sin culpa, impiadoso consigo mismo y con lo que las circunstancias lo llevaron a hacer, pinta un escenario sin lugar para el amor, la ternura o la gratitud. Amargo, ácido, descarnado, escatológico –tanto en relación a la muerte como a las heces-, impiadoso, cruel, anguloso, hiriente, escéptico, pesimista. No deja resquicio por donde pueda entrar la luz. No queda. Nos cierra en las narices todos los huecos posibles por donde habría podido colarse la esperanza. Littell abre la caja y, más drástico aún que la pobre Pandora que al darse cuenta de lo que había hecho consiguió que quedara guardada la esperanza, ni siquiera nos deja la esperanza. Nos deja vacíos. Mejor no saber.     Entonces uno podría uno preguntarse, ¿para qué leerlo? ¿cuál es el sentido de sumergirse en las letrinas malolientes de sus páginas? ¿no basta ya con las penas cotidianas que nos toca vivir? ¿para qué meterse con todo esto? Son preguntas lícitas, cada uno verá cómo responde, cuánto de este mundo siente que le es propio, cuánto tiene ganas de conocer de nuestra propia humanidad, hasta dónde está dispuesto a conocer cómo son las cosas en situaciones de guerra, no solamente la Shoá, sino en cualquier guerra. Es más fácil prender la tele y ver alguna miniserie, o un programa de chimentos, o una novela de amor y emborracharse un rato con esa irrealidad. Littell escribe sobre una realidad que toda nuestra cultura se esfuerza en desconocer y usa como materia prima sus propias vivencias como voluntario durante siete años en zonas de conflicto como Bosnia-Herzegovina, Afganistán, Congo, Chechenia y Moscú. Lo visto allí alimenta las imágenes escatológicas del horror más abyecto. Y da igual donde sea o cuando sea. Las mismas atrocidades se repiten a sí mismas aquí o allá, hoy o entonces. Nadie que no lo haya visto puede describir el espanto como él lo hace. Sobre el autor.     Nació en Estados Unidos pero fue a Francia de pequeño y vivió allí hasta terminar su adolescencia. Cursó luego sus estudios superiores en la universidad de Yale. Proveniente de una familia judía polaca que había emigrado a los Estados Unidos a comienzos del siglo XX, el tema de las guerras lo acompañó toda su vida. En una parábola personal que tal vez haya comenzado con la guerra de Vietnam culmina en 2oo1 cuando vio “Shoah” de Claude Lanzmann. La fuente de inspiración de Las benévolas fue una fotografía de una bella joven rusa, asesinada por los nazis, cuyo cadáver había sido devorado por los perros. Con menos de cuarenta años recibió el premio Goncourt de 2006 y el Grand prix du roman de l'Académie française de ese mismo año. También consiguió la ciudadanía francesa que le había sido denegada dos veces antes. Está casado con una belga y viven en Barcelona junto a sus dos hijas. La pregunta que quiso responder.     Littell dice haberse inspirado en la Orestíada de Esquilo. Según el modelo griego, el protagonista habla en primera persona, no busca excusas ni justificaciones, lo hecho hecho está haya sido consciente o no de lo que hacía. Es un texto políticamente incorrecto, sumamente incómodo y revulsivo. Preferimos pensar en buenos y malos, en compartimientos estancos, lo que no nos facilita comprender la naturaleza de los crímenes de Estado y de las conductas de las personas responsables de ejecutarlos. A ello dice Jonathan Littell quiso responder con esta obra. Suele decir Jack Fuchs “¿por qué se pregunta sobre el Mal, a los sobrevivientes, a las víctimas?, ¿por qué no a los perpetradores?”, y es éste el eje del libro. El horror del horror.     La Shoá es uno de los hechos más y mejor documentados de la historia de la humanidad. Hay mucho material, documentos, tanto del lado de las víctima como del lado de los perpetradores, más aún luego de la caída del muro que abrió los archivos del este europeo. El período posterior a la ruptura del pacto Ribentrop-Molotov, allí donde comenzó la “solución final”, se revela acá con toda su crudeza, su crueldad. Aún para quienes lo conocen, es sorprendente el grado de improvisación de los escuadrones de la muerte, los Einsatzgruppen, el caos de esas primeras matanzas inexpertas en las que de a uno, “artesanalmente”, debieron ir “aprendiendo” sobre la marcha en el torbellino del asesinato rutinario. Asesinaron de esta manera a un millón y medio de personas (número estimado aunque recientes investigaciones indican que es mayor), en una amplificación superior a cualquier imaginación del infierno en la tierra. Las escenas que relata me evocaron esa primera media hora magistral del film de Spielberg, “Rescatando al soldado Ryan” con el desembarco en Normandía, el horror, el caos, la confusión, la sangre y los miembros desgarrados, los aullidos, la pérdida de los puntos de referencia, el absurdo llevado al paroxismo. Sabemos que el plan del asesinato industrial, llamado “solución final” fue planteado luego de la invasión en junio de 1941 y aprobado en la conferencia de Wannsee el 20 de enero de 1942. El plan de exterminio industrial tuvo varias razones. Una muy importante fue el daño psicológico de los soldados que debían hacer efectivo el asesinato. El alto mando nazi se vio inundado de protestas de los familiares de quienes estaban en el frente del este, los miembros de los Einsatzgruppen, que dejaban entrever en sus cartas los efectos que les producía lo que debían hacer. Insomnio, pesadillas, angustias, diferentes síntomas físicos y mentales era lo que contaban en las cartas que enviaban a sus familiares. Los soldados se habían enrolado en la convicción de hacer lo mejor para Alemania. La idea de echar a los judíos les era grata pero de ahí a asesinar ancianos, mujeres embarazadas, jovencitos y especialmente niños, había un gran paso. La violación de un instinto genético.     Recientemente se ha probado que la tendencia a proteger a los cachorros de la especie, a los niños en nuestro caso, está genéticamente determinado, que no se trata de una construcción cultural sino que forma parte del código genético. Además de otras violencias, los miembros de los Einsatzgruppen debieron violentar también su código genético una y otra vez, frenar su instinto de protección natural al ser testigos o actores del asesinato de niños. La operación psíquica que debían realizar los asesinos para acallar sus instintos tenía un alto costo en el sufrimiento resultante. Con la obsesión de un entomólogo Littell relata lo que hacían, cómo lo hacían, lo que veían, lo que olían, y también sus conversaciones y dudas. Día tras días debían salir a repetir las mismas conductas, a ver las mismas imágenes, escuchar los mismos lamentos, oler las mismas pestilencias, acallar sus mismos reparos, soportar sus recurrentes pesadillas. El asesinato vuelto rutina, la muerte despojada de sentido porque la tarea debía ser hecha, la naturaleza de la supervivencia de lo humano violentada de múltiples maneras. Pero a la noche, no siempre el alcohol adormecía los sentidos, las imágenes retornaban, alguna mirada de alguna víctima se instalaba y acusaba, ninguno era inmune, ninguno podía olvidar lo que había hecho durante el día sabiendo que era lo mismo que seguiría haciendo al día siguiente y al subsiguiente. La locura y la razón.     Todo parece el delirio de un loco. Pero Littell expone en varias oportunidades –y esto es lo más revulsivo- que lejos de ser el delirio de uno o de unos locos, el nazismo estaba basado en una ideología, en una cierta racionalidad con bases culturales poderosas y que fue generado, apoyado y sostenido por personas cultas, por académicos, intelectuales y artistas. Dice en una entrevista: “Desde muy joven, recuerdo que parecía algo más o menos refrendado que el comunismo ha sido una ideología más seria que el fascismo. Que tenía su propia racionalidad, su sentido interno y nadie se tomaba demasiado en serio a los nazis. Cuando me puse a investigarlo, me di cuenta de que su ideario también se basaba en raíces sólidas. Aunque con diferencias con el fascismo en su pensamiento económico, me pareció que era una visión del mundo muy construida, que no sólo se reducía a lo que un loco vociferaba por la radio, aunque eso también funcionara”. La constante mención al peligro comunista, nos recuerda qué pasaba en la década del treinta con el stalinismo, el rechazo que los bien pensantes sentían por sus millones asesinados, y cómo desde esta perspectiva el ascenso y triunfo del nazismo era la promesa, no solo para los alemanes sino también para gran parte de Europa, de que esa barbarie habría de ser impedida. Littell pone en boca de los protagonistas comentarios en contra de algunas acciones que debían ser llevadas a cabo; por ejemplo el cuestionamiento de oficiales nazis sobre la necesidad del exterminio de los judíos; aunque acordaran con el propósito de parar al comunismo y darle a Alemania la oportunidad de emerger de la derrota, tomaban esos actos desgraciados como las imperfecciones que debían ser mejoradas en pos de seguir el camino adecuado. La ilusión del “nunca más”.     Hoy es para nosotros tan automático el adjudicarle al nazismo lo patognomónico del Mal que es difícil aplicar algunos de estos razonamientos a otras construcciones socio-económico-políticas, pero si se hace el esfuerzo de mirar en este espejo la reflexión pega como un mazazo en la cabeza sobre nuestras opciones como individuos en esta sociedad en la que no se cuestiona, por ejemplo, el valor ético de nuestro estado de cosas y sus consecuencias no sólo la ecología y la exclusión social sino aquellas directamente criminales en las que fuerzan a vivir a cientos de millones de personas en la sub-alimentación, precariedad sanitaria, mortalidad infantil, el tema de las patentes medicinales que impiden a muchos millones curarse de enfermedades curables, el tema de la tortura, procedimiento aceptado oficialmente solo por algunos países pero que es ejecutado por absolutamente todos como EL sistema de recabar información en este mundo presionado por terrorismos de diferente calibre pero de progresiva peligrosidad. Ni qué decir que los genocidios y los horrores han seguido y siguen y que el mundo ha aprendido mucho sobre cómo ejercitar el Mal. Es más tranquilizador pensar en el Mal como aquello que sucedió allá y entonces, en Europa y por culpa del nazismo que ver en qué medida integramos sociedades vulnerables y altamente injustas y en tantos sentidos, asesinas. La cultura no alcanza.     Este libro revela, una vez más, que la cultura no es un dique eficaz contra el horror, los nazis son la prueba irrefutable de ello. Las citas y referencias bibliográficas, musicales, filosóficas que están puestas en boca de los distintos personajes de la novela, nos deja tan boquiabiertos como sus acciones asesinas. El libro tiene una estructura musical, está organizado al modo de una suite de Bach, aunque con ciertas licencias. Sus partes son "Tocata", "Allemandas I y II", "Courante", "Zarabanda", "Minueto (en rondós)", "Aire" y "Giga" como otra de las claves que nos deja su autor. La suma de las perversiones.     Es evidente que la intención de Littell al contar la historia en primera persona es mostrar que cualquiera de nosotros podría estar en el lugar del protagonista, un hombre culto, refinado, muy inteligente, eficaz, sensible, un jurista amante de la música y la literatura. No odia a los judíos aunque toma las hipótesis antisemitas como verdades científicas, del mismo modo que lo hicieron sus compatriotas y la gran mayoría de los europeos. Pero agrega un giro a esta sofisticación porque el protagonista es homosexual, incestuoso, fascinado por la degradación física, servil, dominador, salvaje, anárquico. Ha agrupado en él toda unas serie de rasgos psicopatológicos o perversos que han sido atribuidos a los nazis y que, como licencia literaria, están todos en una misma persona. Es el super hombre nazi, el que todo lo puede, el que no debe dar explicaciones, al que todo le corresponde. El escenario del cuerpo.     El cuerpo está presente de manera protagónica en cada página, en cada situación relatada, el cuerpo con sus productos, el cuerpo con sus sensibilidades y olores, el cuerpo como lugar de la vida concreta, la encarnación de las ideas y de las contradicciones. Sus pasiones, sus conflictos, sus deseos y abyecciones, sus conductas están insertas en escenarios de vómitos, deposiciones, orines, sangre, pus y fetidez, en las descripciones minuciosas de miembros desgarrados, interiores expuestos, cadáveres impúdicos. No acusa remordimiento alguno, incluso menciona con sorna despectiva a los nazis que sintieron luego de terminada la guerra la necesidad de explicar sus conductas, que se sintieron avergonzados y duda de su honestidad en las justificaciones. Él ha tomado nota de su vida en los años bajo el nazismo, en especial a partir del 41 con la invasión y asesinatos en los países del este, y lo relata como algo que le sucedió en lo que se vio envuelto y de lo que no tiene responsabilidad ni culpa alguna. Pero su cuerpo dice otra cosa. Desde 1941 y siempre después lo acompañarán vómitos, diarreas, náuseas diversas que lo toman por asalto de manera dolorosa. Ha sobrevivido la guerra, se ha construido otra identidad y vive a salvo, salvo de su propio cuerpo. Están todos.     Es evidente que Littell ha hecho muy bien sus deberes y se ha documentado de manera exhaustiva sobre cada uno de los temas, escenarios y personajes. Como Forrest Gump, Max Aue atraviesa los distintos escenarios de la guerra y conoce a sus personajes paradigmáticos. Está en las primeras matanzas de los Einzatsgruppen cuando la invasión de la URSS, luego en el desastre de Stalingrado, en recepciones de jerarcas nazis, en los diferentes campos de concentración, en el Berlín bombardeado y en destrucción progresiva de los últimos meses, hasta visita al Füher mismo en su búnker pocos días antes de su suicidio. Nos brinda excelentes y vívidos retratos de Himmler, de Speer, de Eichmann, de Heydrich, de Hoess, de varios poderosos industriales, el poder que alimentaba la guerra. Entramos con él en los salones del Mal de manera cotidiana, conociendo a los personajes en sus debilidades, sus pequeñeces, su humanidad más pedestre. Lo que resulta particularmente aterrador porque, resultan ser –aunque a uno le repugne- personas iguales que nosotros, o al menos reconocibles en su humanidad, no son demonios ni seres sobrenaturales, son como cualquiera, temen cosas similares, luchan en internas políticas como cualquier persona que tiene a su cargo alguna cosa que debe hacer si quiere llevar adelante sus propósitos, aciertan, se equivocan, juegan al azar, amenazan, aprueban, negocian, ofenden, agradecen, castigan, premian, aman, odian. Por más que uno se quiera distanciar para salvaguardar su salud mental, no puede más que ver la humanidad en cada uno lo que a uno lo deja sin aire, como si le hubieran pegado en el plexo, acorralado y sin saber donde ni a quien pedirle auxilio. Consejo.     Tantas veces nos preguntamos para qué seguir hablando de la Shoá. “Las benévolas” de Littell son una respuesta. Estudiando la Shoá podemos conocer los rincones más oscuros de nuestra naturaleza, nuestra peligrosa vulnerabilidad como sociedad, la progresiva aceptación en la que podemos caer de ideas con las que no estamos de acuerdo pero que sin embargo refrendamos, lo frágil que puede ser nuestro lugar como ciudadanos responsables. Nos deja pensando en cuál es la educación que debemos propulsar, hacia dónde destinar nuestros esfuerzos si de verdad queremos construir un mundo mejor.

Un consejo: si después de lo que le conté se anima, no se lo pierda. Y otro consejo más: si lo lee, al terminar, vuelva a leer la introducción.

La diferencia la establecen los victimarios

A veces oímos con estupor –yo al menos siento estupor- cuando los alemanes enarbolan el bombardeo de la aviación inglesa sobre la ciudad de Dresden, sucedido en las postrimerías de la Segunda Guerra, el 24 de agosto del 44, en el que murieron decenas o cientos de miles de alemanes civiles (las cifras van entre 35 mil muertos oficiales a 350 mil muertos, según sea quien lo dice). Dicen “nosotros también fuimos víctimas”. Y es verdad. Gran parte de la población civil alemana fue víctima tanto del nazismo como del ataque de los aliados. Pero nosotros, como judíos, como víctimas designadas a la destrucción total, entendemos que no se trata de la misma calidad de víctimas. Pensando en los muertos, es cierto que los muertos son muertos vengan del lado que vengan y suena incómodo trazar líneas, establecer diferencias. Pero no se trata de la misma calidad de víctimas y en eso no se desmerece en nada la injusticia de los muertos en Dresden, sino que se ponen las cosas en el nivel lógico que corresponde. Las víctimas lo son porque hubo victimarios que así las designaron y son los victimarios los que establecen la diferencia cualitativa. En ese sentido, este comentario que no puedo soslayar sobre un artículo publicado recientemente por Pilar Rahola.(Ver artículo mencionado en: http://www.lanacion.com.ar/opinion/nota.asp?nota_id=968790)

Menudo lío en el que me siento metida luego de leer el texto de mi querida Pilar Rahola publicado el viernes 7 de diciembre de 2007 en La Nación, “Todos los muertos merecen un lugar en la memoria” que complementa ese otro artículo que escribiera luego de su aparición en el programa de Mirtha Legrand “En el diván con Mirtha Legrand” (abajo están ambos). Con su delicioso acento ibérico, su verba florida, su sagacidad e inteligencia, su compromiso y valentía, su espontaneidad y frescura, ha dicho en innumerables ocasiones aquello que pocos se atrevían a decir, suelta de cuerpo, sin temor –aparente- a ser denostada, juzgada, criticada. Valiente y tal vez disfrutando de sus desafíos que revelaban su independencia y libertad intelectual. Sea que se tratase sobre cuestiones de género como sobre temas de política internacional –no sólo respecto de temas de oriente medio, en particular relativos a Israel- y sus acérrimas críticas sobre una izquierda paleontológica, su mirada nos ha hecho reflexionar y revisar lugares comunes, cuestiones que algunos daban por ciertas y no sometían al rigor de la razón, poniendo algunos puntos sobre las íes y abriendo puertas a la lucidez y al diálogo. Fue un soplo de frescura para muchos judíos escuchar a esta no judía hablar con objetividad y clara conciencia. La alegría de muchos fue grande cuando la vimos trascender las fronteras de las audiencias judías y ser convocada por la televisión abierta y luego cuando comenzó a ser columnista de uno de nuestros periódicos. Pero estos artículos me hacen ruido, me producen malestar y por respeto a sus luchas y a su honestidad intelectual, me veo obligada a responder. No sé cuál es el objetivo de sus palabras ni a quién están dirigidas. Cuando reclama por un lugar en la memoria, aparentemente se refiere a un lugar en la memoria de las conmemoraciones oficiales, a un lugar en la memoria en los medios de difusión. Reclama, por lo que entiendo y con razón, que las víctimas lo son tanto de uno como de otro lado, y cuestiona que no se preste la debida atención a las víctimas del “otro lado”, que se vea como más víctimas a las de “este lado” y que a las del “otro” casi se las trate de culpables. Planteado así, obviamente que no podemos desacordar con ella. Los civiles muertos son muertos estén donde estén, sean quienes fueren, hutus, tutsis, judíos, gitanos, bosnios, croatas, armenios, sudaneses, chechenios, timorenses, chinos, coreanos, sudafricanos, vietnamitas o afganos. Poco importa de qué lado los puso la vida. La mayoría de los civiles han muerto porque nacieron en un determinado grupo, porque estaban cerca de alguien, porque eran parientes o vecinos de alguien, no por alguna acción que hubieran realizado, no por ser soldados ni ser culpables de nada. Más propiamente en nuestro país, sea que se trate de alguien que figuraba en una libreta y que fue “chupado” durante la dictadura como de alguien que vivía en el mismo lugar en donde estallaba una bomba dirigida a otro, se trató, muchísimas veces de gente inocente y su muerte sigue siendo injustificable y el dolor que embarga a sus familiares, irreparable. También cuando, en su artículo anterior, recuerda a Hebe de Bonafini brindando por el ataque a las torres gemelas o menciona que en la prensa argentina se trate como héroes a los militantes de la guerrilla que mataron a mansalva, sentimos cuánto camino aún por recorrer nos falta en la comprensión de nuestro pasado cercano. Pero hay un punto que no devela en ambos artículos y es lo que produce esta molesta disonancia. Se trata a mi juicio de que ha pasado por alto quién es el perpetrador en cada caso, cuál es su lugar en el concierto social, qué representa o qué alega representar para el contexto y para la historia. No es lo mismo, creo yo, que el asesino sea el Estado a que el asesino sea un grupo de ciudadanos aunque se llamen a sí mismos “ejército”, se trata de niveles lógicos diferentes, de jerarquías disímiles en la estructura de la sociedad. Cuando el agresor es el Estado mismo, cuando de sus espacios de protección o cuidado surgen los grupos de tareas –pagados por todos nosotros- que torturan, roban, asesinan sin respeto a la ley y con absoluta impunidad, sin hacer públicas sus acciones, ocultándolas y mintiendo sobre ellas, al amparo del sistema político que ordena, avala y concede, hay una doble agresión –al agredido porque es asesinado y al sistema porque es herido de muerte-. Esta doble agresión convierte a la víctima también en un símbolo. Los actos de la guerrilla, aunque en su interior se arrogaran la intención de cambiar el mundo o se auto erigieran en árbitros de la vida y la muerte, no estaban avalados ni pagados por la sociedad, por el sistema estatal, por ninguna estructura que le diera el menor asomo de legitimidad. En un caso el Estado convertido en agresor al amparo del sistema político que los legitimizaba y en otro, ciudadanos comunes delinquiendo en la ilegitimidad. Ésa es toda la diferencia. No está en el lado de las víctimas. Está en el lado de los perpetradores. El honrar a las víctimas de “este lado” más que a las del “otro” tiene que ver con el juicio que hace la sociedad a los perpetradores encaramados en una alegada representación pública, en los cómplices silenciosos de la sociedad civil, empresaria y política, que alentaron, apoyaron y silenciaron durante mucho tiempo las iniquidades bizarras que tuvieron lugar, los asesinatos a mansalva, las arbitrariedades y vergüenzas. Estamos muy lejos de oír los debidos “mea culpa” de estos sectores de nuestra sociedad que permitirían el comienzo de lagunas cicatrizaciones. Hay quienes sospechan que este gobierno busca posicionarse en el lado de la “correctez política” dándose un baño de ética merced a la defensa de los DDHH. Defender a los DDHH tiene buena prensa nacional e internacional, será tomado elogiosamente, garantiza la aprobación de sectores bien pensantes que tanto hacen falta para la construcción y sostén de poder. Algunos estarán interesados genuinamente por el tema y otros lo enarbolarán como las cuentas de colores con que se engañaba a los indígenas, esos fascinum que producen encantamientos y compran algunos silencios o distracciones mientras lo de Skanska, la bolsa del baño del ministerio de economía, la desaparición de López, los decretos de necesidad y urgencia, la falta de diálogo con la prensa, los estilos autoritarios y algunas pequeñeces que sería largo enumerar son silenciadas. Claro que es bueno ocuparse de los DDHH. Es bueno para que más de uno se entere de lo que aquí pasó. Es bueno para los familiares de las víctimas que han debido soportar años de silencio y ninguneo y sienten hoy que por fin son reconocidos, su dolor tiene un espacio social que antes les era denegado, su lucha está recibiendo el reconocimiento social que merecen y permite instalar el tema en las escuelas junto con las debidas lecciones de responsabilidad social que comportan. Por otra parte, ¿qué reclaman los familiares de los del “otro lado”, de los del lado de los perpetradores y que parece estar siendo denunciado por Pilar Rahola? ¿reconocimiento social de su dolor? ¿espacio en los medios para expresarlo? Bienvenidos sean ¿por qué no? Bienvenida sea también esta nueva conciencia de su lugar en el concierto social de parte de sectores que no siempre se mostraron interesados en ello y que defendieron lo realizado por los perpetradores como actos en bien de la patria. Y será mucho más bienvenida si viene asumida y potenciada junto con la expresión de reconocimiento de la herida en la estructura social y política argentina que el proceder de los perpetradores estatales legitimados por cargos y funciones, ha producido. Lloremos a todas las víctimas por igual. Pero en tren de recordar, no olvidemos que donde hubo una víctima, hubo un victimario. En cada víctima que se llora se recuerda el victimario que produjo su muerte y la herencia social que conlleva. Lloremos a las víctimas del terrorismo y recordemos que fueron muertas por personas que creyeron que tenían el derecho de salvar al mundo sin medir cómo ni cuánto, que incurrieron en delitos y crímenes y que por ello deben ser señaladas y castigadas, que debemos enseñar a nuestros niños que no puede tomarse justicia por propia mano. Lloremos a las víctimas de la dictadura militar y recordemos que fueron muertas por personas que representaban al Estado, que estuvieron avaladas por una parte importante de la ciudadanía –empresarios, políticos, profesionales, periodistas, gente de la cultura, sindicalistas, miembros de los cuerpos de gobierno y seguridad-, que asesinaron, torturaron y robaron y que por ello deben ser inscriptas en la memoria institucional de nuestro país y enseñemos a nuestros niños que el delito propugnado, ejercido y defendido por el estado es una herida mortal al futuro.

Rojos de vergüenza

“Todo verde y un árbol lila” de Juan Carlos Gené – Teatro CervantesConocer, aceptar y asumir, como argentinos, que nuestro gobierno ha sido cómplice de la muerte de tantos, es duro pero inevitablemente necesario. No me refiero a la reciente dictadura militar, aunque bien podría aludir a ella la frase anterior, sino al comienzo de la década del cuarenta, cuando miles de judíos europeos buscaban refugio y las puertas del mundo se les cerraban en la cara. También las de Argentina. ¿Cuántos miles de personas perecieron porque el entonces canciller Cantilo ordenó a sus diplomáticos no emitir visas para esos “indeseables” que imploraban a las puertas de las embajadas? Se acaba de estrenar en Buenos Aires “Todo verde y un árbol lila” de Juan Carlos Gené. Cuenta la ordalía de un joven alemán recién llegado a la Argentina que intentaba conseguir los papeles para salvar a su familia. El burócrata que va respondiendo con evasivas, con comentarios despectivos, requerimientos imposibles de ser satisfechos, nos avergüenza y abruma. Rudy Laser intenta infructuosamente conseguir la “llamada” para poder traer a sus padres y a su hermana Lotte que esperan en Hamburgo. Un Hamburgo cuyas paredes se van corriendo en una progresiva opresión mientras se les quita poco a poco el trabajo, las posesiones, la intimidad, las decisiones, la dignidad y por último la vida. Van y vienen las cartas. En unas, Rudy habla de la adaptación a este nuevo país, a su idioma, sus costumbres y los avatares de sus intentos de conseguir los papeles. En otras, Lotte cuenta los sueños de los que esperan, el desaliento, la frustración, el pedido perentorio de salvación, con medias palabras, sin decir nada del todo por temor a no salvarse la censura. Y en medio, el empleado consular, los papeles, el dinero, los sellos, las fotos, los certificados, los tiempos inexorables, las negativas, la impotencia, el deambular por oficinas públicas de los refugiados alemanes y austríacos en aquellos años que, para muchos argentinos resultará seguramente un hecho desconocido. Daniela Catz es en la vida real, la nieta de Rudy. Tenía un manojo de cartas dirigidas a él, escritas por su hermana Lotte entre 1938 y 1940, las hizo traducir y se las mostró a Juan Carlos Gené quien concibió y construyó con ese material esta magnífica obra que, con sencillez y transparencia nos sume en una reflexión profunda sobre las consecuencias concretas de la indiferencia. No hace falta ser judío o alemán para sentir hervir la sangre. Cualquiera que comparta esta ceremonia de exorcismo colectivo y vea abrirse esta porción abyecta de nuestro pasado nacional no podrá menos que ponerse rojo de vergüenza. La Circular 11, emitida en 1938, negada por los sucesivos gobiernos que supimos tener, era una pesada sospecha antes de confirmarse su existencia hace unos pocos años. Aunque lo sabían los judíos que solo consiguieron ingresar a la Argentina mintiendo sobre su origen, aunque Uki Goñi lo publicó en “La auténtica Odesa”, recién con el documento probatorio en la mano fue indudable que a partir de julio de 1938, el gobierno argentino había prohibido el ingreso a judíos. En 2005 el canciller Bielsa remontó esta vergüenza nacional y procedió a su derogación. Juan Carlos Gené honra su habitual compromiso ideológico y hace pública la existencia de la vergonzosa Circular 11. Con las cartas como texto, una puesta engañosamente simple porque transcurre en varios niveles, excelentes actuaciones y una escenografía despojada, nos conmueve y sumerge en esta historia particular de la familia Laser a quienes seguimos en estos dos años de intercambio epistolar y, conteniendo el aliento, los acompañamos en la progresiva tensión del nudo que aprieta y ahoga toda esperanza. Daniela Catz es ella misma en un ejercicio de memoria conmovedor y es también su tía abuela Lotte a quien se parece tanto. Desfilan ante los espectadores los documentos, las fotos, los parecidos, los sobres, las evidencias de la verdad y uno está ante un fragmento de realidad tejida y compuesta por la ficción dramática. Gené es él mismo, comenta, traduce, guía, señala, subraya, demiurgo de este docu-drama, dolorido testigo de la iniquidad. Ora en el centro de la escena, ora en uno de los costados, encarna la conciencia moral, es el contexto, nos recuerda –por si lo olvidamos o no lo habíamos advertido- el horror que está implícito en los distintos momentos de la acción. Y repite irónicamente, como una letanía, que “era una cuestión de apellidos”. Dice Zully Wyszogrodski, hija de sobrevivientes como yo, que “se trata de un homenaje a nuestros familiares, que Daniela trae a su tía abuela cada noche al teatro ante testigos-espectadores que celebran su llegada a Buenos Aires. No es un testimonio, ni un cuadro, ni un documento periodístico o histórico, ni una pintura, ni una obra literaria pero es todo eso a la vez. Es la magia del teatro que parece cambiar la historia y recibir una y otra vez a Lotte Laser cada noche de la mano de los actores”. Aída Ender, otra hija de sobrevivientes, recordó la conocida frase en idish az men leibt, deleibt men, si uno vive lo llega a vivir, aludiendo a nuestra fortuna de poder compartir esta ceremonia de reconstrucción de la memoria y de recomposición familiar, en homenaje a las familias que la Shoá ha desmembrado sin remedio. Es también el reconocimiento, como argentinos, de la responsabilidad que nos cabe y les debemos esa satisfacción póstuma a los perpetrados, a los sobrevivientes y a todos los que respetamos los más elementales derechos humanos. Es lo que nos permite este trabajo hondamente encarnado que se exhibe a partir del 3 de noviembre de 2007, en el teatro Nacional Cervantes, en la sala Orestes Caviglia.

¿Alemanes: antisemitas, indiferentes o cortos de vista?

La revista Stern preguntaba hace unos días a sus lectores en Alemania si durante el Nazional Socialismo habían habido también para la población “lados positivos, como la construcción del sistema de carreteras, la eliminación del desempleo, la baja tasa de criminalidad y el reforzamiento de la familia”. El 25% de las repuestas fueron positivas y el 70% negativas. A más de 60 años de terminado el reinado del nazismo que los tuvo como protagonistas voluntarios o involuntarios, uno de cada cuatro alemanes, opina que hubo cosas que estuvieron bien. Algunos comentaristas se alarmaron ante estos resultados tomados como indicadores de que el viejo antisemitismo alemán sigue vivo y en acción. Como hija de sobrevivientes de la Shoá pero más como ser humano y ciudadana, la ideología nazi, el odio antijudío, la persecución y el asesinato, los métodos seguidos tanto para minar la resistencia como para doblegar la humanidad de los perpetrados, la pregunta por el silencio, la indiferencia y/o la complicidad tanto de los alemanes, como del resto de los europeos y de todo el planeta, son temáticas acuciantes, urgentes, que me siguen inquietando e interpelando. Pero, aunque no dudo que sigan existiendo sectores antisemitas en Alemania –y por cierto no solo allí- creo que el resultado de esta encuesta admite otras lecturas y que se vincula con una característica que, lamentablemente, no es exclusiva del pueblo alemán. Mucha gente -¿la mayoría?- en nuestras imperfectas sociedades democráticas no sabe o no le interesa pensar en las implicancias de algunos actos de gobierno, desprecia la política, es indiferente a las decisiones que afectan a los demás, camina con anteojeras cómodas y protectoras y solo atiende a su propia inmediatez. Sin ir demasiado lejos en el tiempo o la distancia, recordemos [1] nuestra época del “deme dos” con los viajes a Miami y las compras desenfrenadas. Recordemos la lujuria del “uno a uno” que nos hipnotizó con el delirio de ser riquísimos. Recordemos el “voto cuota” del menemismo que vendó los ojos de los que ponían los sobres en las urnas. Son recuerdos incómodos que señalan al bienestar como egoísta, mezquino, que nos hace mirar cortito y cerca. Nosotros también –salvando las debidas distancias por supuesto- hemos encontrado “cosas buenas” en medio de un estado de cosas desgraciado que nos condujeron donde estamos, ese bienestar transitorio fue pagado con un costo durísimo que seguimos lamentando. De modo semejante a lo que hizo entonces la mayoría del pueblo alemán, también nosotros no mirábamos más allá de nuestras narices o de nuestros bolsillos y nos íbamos a dormir contentos, si es que formábamos parte del grupo privilegiado que se podía ir a dormir contento, claro. Los que no estaban contentos debían mantener un silencio forzoso, no tenían cómo hacerse oír y, en el caso de Alemania, eran acallados de manera definitiva. Si hacemos un pequeño esfuerzo de memoria, podremos admitir, si no con culpa, al menos con cierta vergüenza, que disfrutamos de un cierto bienestar entumecedor de nuestras percepciones. ¿Decir eso significaría apoyar a gobiernos corruptos, dictatoriales y criminales, a sostener la legitimidad de la tortura o de la desaparición de personas? Recordarnos en nuestra propia comodidad, en el mirar para otro lado, en el dar crédito a las versiones oficiales, en la negación de indicadores evidentes, en el cuidado y el temor por la propia vida y la de nuestros hijos, ¿nos hace afirmadores ideológicos de la dictadura? No olvidemos además que las encuestas son tramposas y arbitrarias. Casi ningún tema importante puede ser respondido con un sí o un no excluyente. La gente responde al boleo, presionada por un micrófono apurado, elige las opciones que le dan, dicotómicas y extremas. Según sean las preguntas y las opciones de respuestas se puede probar cualquier cosa que a uno se le venga en ganas. Las encuestas suelen tener preguntas y alternativas imposibles, como por ejemplo la vieja pregunta de “¿a quién querés más, a tu mamá o a tu papá?” que nos obligaba a elegir solo a uno sin que uno supiera cómo escapar airosamente no hiriendo a nadie. Como suele suceder con los desprevenidos que son abordados por los encuestadores, tampoco se nos ocurría decir entonces “la pregunta no está bien planteada, así no la puedo contestar”. Pero aún merece otro comentario el resultado de esta encuesta, y tiene que ver con la educación. Que uno de cada cuatro alemanes encuentre que en el nazismo hubieron cosas buenas es grave por cierto y lo es más en Alemania, en donde la desnazificación emprendida por los ocupantes norteamericanos en la inmediata posguerra, fue seguida por una política de estado, en la Alemania Federal, de revisión constante de los nacionalismos, totalitarismos y populismos, en todos los niveles de la escuela y en los medios, lo que no fue imitado por ningún otro país europeo. Ni en Francia cuya ciudadanía toda perteneció a la resistencia -no hubo ninguno que colaboró, ¿cómo se le ocurre semejante idea?-, ni en Polonia, ni Hungría, ni en ningún otro. Lo grave de estos resultados es que habiendo habido semejante inversión en la educación en Alemania, a la hora de responder a la pregunta un 70% haya puesto entre paréntesis lo que indudablemente sabía y respondió fragmentariamente atendiendo solo a lo que un cierto sector de la población (ario, blanco, heterosexual, partidario del régimen, dócil) pudo disfrutar. Cuesta entender que ante la sola mención de Hitler o del Nazional Socialismo, no se les hubieran aparecido las imágenes de los cadáveres amontonados, de la industrialización de la muerte, imágenes que forman parte del pasado reciente de la identidad alemana. Pero tal vez se les aparecieron y no había lugar en la encuesta para incluirlo porque no era eso lo que se preguntaba. Pero no digo con esto que el antisemitismo desapareció. Tal vez las imágenes que acudieron a sus memorias tuvieron menor densidad porque se trataba de víctimas judías lo que disminuía quizá para algunos el impacto y la vergüenza. El antisemitismo no se disuelve por decreto ni en una o dos generaciones por mejor trabajo que se haga en educación. Los judíos seguimos siendo para algunos sectores de la población –no solo la alemana sino en todo el mundo cristiano y ahora también en el musulmán-, los portadores de aquellos viejos estereotipos que nos designaron como blancos de la sospecha y del odio. Pero si muchos alemanes reconocen que mejoraron ciertamente sus condiciones de vida durante la segunda guerra luego del desastre económico posterior al Pacto de Versalles, esto no los convierte forzosamente en antisemitas. Que se opine que durante el nazismo no todo fue malo, no quiere decir necesariamente que se piense que el nazismo fue bueno. Se puede concluir que el grado de concientización de la gente es pobre, que las políticas de enseñanza y revisión del pasado en Alemania no han dado todos los frutos esperados. Todavía es una asignatura pendiente en nuestros sistemas democráticos basados en el voto universal, la educación cívica que compense con la reflexión crítica el abrumador peso de la propaganda unido a los beneficios económicos populistas, combinación fatídica que silencia y acalla conciencias. Cuando están atacados los derechos humanos de los otros y uno está cómodo y calentito, uno se siente seguro y a salvo de cualquier peligro. El famoso poema de Martin Niemoeler –falsamente atribuido a Bertold Brecht- sigue teniendo una vigencia demoledora. Es doloroso para nuestra civilización que, ante la pregunta formulada por Stern, la gente no haya dicho –como con la pregunta sobre mamá y papá- “¿cómo me está preguntando eso? No se puede preguntar de esta manera, deja muchas cosas importantes afuera, no lo puedo contestar así”. Alarma pero no sorprende que la gente se vea obligada a contestar cualquier cosa que le pregunten y que lo haga suelta de cuerpo, sin darse el tiempo para pensar. Casi igual a como vota. [1] El plural alude a la conducta de una gran mayoría de la sociedad argentina, no a la de algunas personas que pudieron haber actuado de otra manera.

Sujetas de la historia

A 45 años de haber egresado del liceo -en aquel remoto pero cercano 1962-, nos encontramos el otro día, en este 2007, para conmemorar el magno evento (de seguir vivas supongo, ya que dos de nuestras compañeras se han ido). Del grupo original, fuimos quince, algo así como la mitad. Luego del primer instante de extrañeza, nos reconocíamos en las miradas, los apodos, en las cadencias de nuestras voces, en los gestos y estilos. En pocos minutos se reconstituyó mágicamente el clima de confianza, espontaneidad y frescura de nuestra adolescencia y parloteábamos sin parar sedientas de ponernos al día. En medio de la algarabía, Sonia, que estaba a mi lado dijo algo sobre la primera comunión de su nieta y sin que pueda recordar ahora cómo ni por qué, dejó caer un “…cuando llegamos a la Argentina…” que me detuvo el aliento. ¿Cómo que habían llegado a la Argentina? ¿De dónde? ¿Y cómo yo no lo sabía o no lo recordaba? “¿Cuándo llegaron?” pregunté con timidez y tratando de que sonara como al pasar. “En el 48, escapando del comunismo” dijo. “Claro”, repliqué, “nosotros también vinimos por eso, pero en el 47…” ¿Entonces yo no había sido la única nacida en el extranjero? ¿Por qué nunca lo habíamos hablado? ¿Esa sensación de rareza, de no ser como las demás que otrora no había podido decirme con claridad, no me era exclusiva? ¿Sonia también se había sentido rara, también había salteado en su cotidianeidad escolar el hecho de ser inmigrante aunque estaba oscuramente presente siempre? ¿Cómo nunca habíamos hablado de eso? Y el diálogo siguió fluido pero cauteloso sin que se notaran las corrientes submarinas que me -¿nos?- estaban sacudiendo. Me escuché preguntar tratando de disimular mi ansiedad “¿De dónde era que venían?”. “De Ucrania” me contestó. Ups. Golpe al plexo. ¿De Ucrania?, ¿de ese lugar amado y odiado, anhelado y aborrecido que siempre creí que era Polonia pero que por obra del redibujo de la fronteras se volvió Ucrania?, ¿de MI lugar?, ¿del mismo lugar en el que yo tendría que haber vivido si no hubiera sido por…? Picadas por la curiosidad, ¿Cómo es que no sabíamos? por la coincidencia ¡¿cómo no lo sabíamos?! y por las ganas de que las coincidencias siguieran y temiendo al mismo tiempo de que terminaran allí dada su improbabilidad, seguimos. “¿De qué ciudad?” dejé salir al tiempo que me inundaban sin permiso las imágenes de los lugares que había visitado en Ucrania en el 95. Llegaban atropelladamente la ciudad de Lviv (Lwów en polaco o Lemberg en idish) en donde había parado, las visitas a Stryj, la ciudad natal de mis padres, a Drohobycz, la ciudad en la que se instalaron después de casarse y donde nació mi hermano Zenus, ése que siempre busco, Drohobycz, la ciudad en la que hubiera tenido que nacer… todo esto desfilada ante mis ojos esperaba la respuesta que Sonia titubeaba en dar como pensando para qué quería yo saber el nombre de una ciudad que seguramente desconocía. “Lviv” me dijo como quien dice un improbable Rejkiavik o Mogadiscio. Doble ups. Se me erizó la piel. “Los ucranianos le dicen Lviv pero para mí sigue siendo Lwów como se dice en polaco. Estuve allí en el 95” le dije. “Y yo en el 96” respondió, sus ojos sorprendidos abiertos así de grandes. Fue como caer en un pozo de aire de esos que se sienten en un viaje de avión, un bache, nos quedamos suspendidas, una del silencio de la otra. Tal vez ella también había sentido los “ups” en el estómago. Las preguntas se agolpaban en nuestros ojos y nuestras bocas las dijeron sin pedirnos permiso. “¿Por qué fuiste a Lviv?” seguí. “Para visitar a mi familia” dijo y nuestras respiraciones se hacían más agitadas. “¿Y vos?”. “Para conocer los lugares de mi familia” a mi vez. Y entonces ya el desborde vertiginoso “ ¿De dónde es tu familia?” “Bueno…, es de una ciudad que está al sur de Lwów…” “¿De cuál?” insistió. “Es una ciudad más chica, se llama Stryj” “Ah! Sí, claro! La conocí, estuve…” “¿en Stryj? ¿para qué fuiste a Stryj?” “Para ver a mi familia, ¿no te dije?” “Pará! ¿Son de Stryj, como mis padres?” “No, en realidad somos de otra ciudad que está cerca” “¿Cuál?” “Drohobycz” “No te puedo creer! Mis padres nacieron en Stryj pero se mudaron a Drohobycz cuando se casaron. Yo tendría que haber nacido allí si nos hubiéramos quedado. ¿Qué hacía tu papá?” “Era técnico forestal en Drohobycz” “El mío era carpintero y tenía un negocio de venta de muebles en el Rynek”.Como las babushkas, esas muñecas eslavas de madera pintadas que guardan otra adentro y otra más y aún otra, se abrieron ante nosotras las coincidencias y los colores familiares. No solo los lugares sino las profesiones de nuestros padres, ambas relacionadas a la madera. Los caminos de la vida son misteriosos. Una católica, la otra judía, si no hubiera habido esa guerra y nuestras familias hubieran seguido viviendo en Drohobycz tal vez nunca nos habríamos encontrado, tal vez seguiríamos viviendo en compartimientos estancos como lo hicieron católicos y judíos a lo largo de los siglos. O tal vez, con los cambios de los vientos de la historia, los límites se habrían vuelto algo más porosos y habríamos ido a la misma escuela, en cuyo caso a 45 años de terminada la secundaria, en este mismo 2007, estaríamos como estábamos en Buenos Aires, pero allá, en Drohobycz, en una reunión con nuestras compañeras, recordando anécdotas, travesuras y riendo con los recuerdos de nuestra adolescencia y contándonos sobre nuestras profesiones, nuestros hijos y nietos como estábamos haciendo ahora. Eran dos realidades paralelas. Una, la que era, la real y la otra, en esta fantasía contrafáctica, la que podía haber sido si no hubiera pasado lo que pasó, si el odio, la injusticia y la arbitrariedad, los delirios de un régimen fascista, los prejuicios religiosos y culturales cimentados en siglos de sospechas y desconfianzas que generaron complicidades, indiferencias y traiciones, que naturalizaban la exclusión y luego el asesinato, si los siglos de enemistades, rencores y resentimientos no nos hubieran colocado en veredas diferentes de esa fraternidad esencial que estábamos experimentando en la que una se reconocía en la otra. En una realidad estábamos ahí, en Buenos Aires con nuestras compañeras del liceo, hablando castellano y descubriéndonos en lo que teníamos de semejante, de humano, de vivo y compartido. Coexistíamos también en la otra, en la que sabíamos que podríamos haber vivido con las compañeras del Gymnasium, allá y hablando ucraniano. Aunque - y estas preguntas no llegamos a formularlas en voz alta, los ups al estómago nos habían quitado el aire-, ¿cómo y quiénes habríamos sido en esa otra realidad? ¿cómo habría sido nuestra vida si nos hubiéramos quedado allá? ¿nos habríamos conocido? ¿podríamos mirarnos con la misma frescura y cariño?

Niños de 9 años le escriben a sobrevivientes

En mi reciente visita a mi familia en USA fui invitada a dar una charla a chicos de 4º y 5º grado, 9 y 10 años de edad.  Acepté por supuesto pero fui con prevenciones, temiendo que los chicos se distrajeran, que no les interesara. Me pareció que sería bueno comenzar hablando más de la cotidianeidad, de las diferencias y las diversidades, de los colores de piel y de ojos, de la religiones y las culturas, las nacionalidades y las costumbres, del derecho que todos tenemos a vivir. Llevé para ello varias ramas de un mismo árbol y estuvimos observando las hojas a ver si encontrábamos dos idénticas, y claro, no las encontramos. Ellos hicieron rápidamente la asociación con la metáfora: individuos, familias, grupos, un mismo tronco comun.Había llevado también algunas fotos de "niños" sobrevivientes, tantas como chicos habría y anoté en cada una el nombre, la edad y el país de origen. Luego de una charla introductoria entregué las fotos, una a cada uno y les ofrecí que me preguntaran sobre el niño de la foto que a cada uno le había tocado. Las manitos levantadas y las preguntas que llovían. Fue tan intenso el diálogo y tan interesados estaban en las vidas particulares de cada uno que al cabo del encuentro les pedí que, si querían, le escribieran una carta que yo se las iba a entregar. Transcribí las de 4º grado -al día de hoy todavía no me llegaron las de 5º- y mantuve la puntuación, las mayúsculas y minúsculas y los errores de ortografìa tal cual están escritos. El inglés es un idioma muy difícil de aprender a escribir porque no tiene reglas, los chicos aprenden palabra por palabra de memoria, por eso los errores del texto.

Las cartas:

9/24/07 Dear Diana, Thank you so much for coming to our class today and sharing your stories. They are so important for all of us to hear and learn about. It is especially fascinating to hear the personal survival stories of your friends. It is terrible to think there can be so much hatred, but we must know about it so we can try to prevent it continuing. Already this has stimulated some wonderful discussions and conversations. From all of us in 4th grade. Alison, Leanna, Gio, Cam, Eddie, Kirill, Mijal, Ashley, Cameron, Ixchel, Ashley Ramirez, Benjamin, Jesús, Frankcheska, Javier, Thomas, Diana, Gabi, Jordan, Alice and Tina

Dear Helene I really enjoyed hearing your store. Of survival told to our class by Diana wang. No ofens but when you thought you werer crishsion it was funny. But if it hurts your feelling Ian so sary. But it must Been hard for you to leav the family hoo took care of you. But how did you know same wne you seand hade a moule on his cheack. O will that is all so good by. From Leanna, Room 131, Orion school.

Dear Héléne, I really enjoyed hearing your survival story told by Diana Wang. My favorvite part was when you realiced the mole under your dad`s eye. I live in America. I am interested in World Was two. I don´t like the natzizes nieter does muy mom. I have read many books about it. Did you have a sun or a daughter? Where do you live? What do you speak? What is the climate? I am happy survided the mean and disliked natzizies. From Benjamin, Room 131, Orion School

Dear Irene I loved your story and I´m glad that you got away from the bad naztis! That tried to cill you. And I´m glad that your parents survived also. And you got to live with them the rest of their life. I hope you are happy with your life and strong and helthy. From Ashley, Room 131, orion School

Dear Mira, I really enjoyed hearing your story of survival told to our class by Diana Wang. You are really brave of what you did. Your story is really sad how they kill the people. Is good that you didn´t die. The Nazies were really mean. They never said anything nice to the other people that weren´t like them. I wish you luck. From, Eddie, Room 131 Orion School Redwood City

Dear Dina I really enjoyed hearing your story of surviva told to our class. I like you story because its sad. And a like sad storys. From Jesús

Dear Dina, I really liked your story. My grandma told our whole class an even some 5th graders, your famous now. Alot of people disagreed with the nazies, well at least the 4th and 5th graders don´t. My grandma told about a lot of peopole to survive. Your story is really incredible. I like it that you went with Japanese peopole that whole way, it saunded great! I still don´t get why parent just gave away their kids, just like that. I would never want to leave my mom and dad. I would cry everday for the rest of my life. I learned a lot, I wish I could stop the nazies. Much love, Mijal

Dear Katy, I want to know how you felt when the war was. I also feel that people who are killing and doing those things to the familys are not respecting they´re lives. I feel sad for whats happening to those families out there. Now that youre big I wanna know when you were born? And that did you get to see youre parents? And if you did than how did you feel? And that if you still have some of youre dolls? If you do than can you send me a picture of youre most favorite ones? I really enjoy sending you a letter. I hope you have a beautiful life. From, Diana Rm 131 Orion School

Dear Katy, I enjoyed heairing your story of survival told i loved it a lot. Your luki that your lived what i lunly person. Oh i can blivid that you married tomy. Good chooise. What a pretty good pairs. Sorry what happen in 16 years ago i feel bad about the story that Diana Wang told us oh i really want you to right back to me. Did you got back with your mom and dad? Did you went back to school or been to a school? When did you got in love whit tomy like How old you were when you got in love with tommy? I hope you can rite back to me well i love you story. From, Alison, Room 131, Orion School

Dear Katy, I really liked hearing about your life. Do you remember when you whent to boarding school. I can´t belive that happened. I don´t know what I would do if I were you. Dd you know what was happening. Did you ever cry. Did you bring some of your dolls with you. Did long were you at the boarding school. Well I have to stop writing bye. From, Alice Room 131 Orion School.

Dear Tommy, I really enjoyed hearing your story of suvaival told to our class by Diana Wang. My name is Ashley Ramirez. I am nine year´s old. Where you scared when the war 2 was no? How old are you? Do you kave any kids? Your story made me so sad of you. I almost turning ten. My birthday is on june 21st. What your birthday on? I live in Menlo park fair oakes Av. Where do you live? Sencearily asley Ramirez

Dear Tommy, I really enjoyed hearing your story of survival. Diana wong told me your story. I wonder how it would be like to marry another survivor? I think its unfair by what the Germans did. They should learn not to judge people by eye, hair or religion type. the 4th and 5th graders did not like it. I must have been amazing how you survived. Please write back! From, Kirill, Room 131 Orion School

Dear Claudia, I really enjoyed hearing your story of survival. I liked the part when you thought the chocolet was humen flesh It was very funny. I feel very bad about the whole natise thing. did you get bomed? If you did, did you get Hurt? Did you eat the chocolet after all? I have that nouthing ever happens like world war two. if I beacome Presidente, I wont let anything happen like that. How many langueges to you youspeak? Sencearly, Ixchel room 131 orion school

Dear Zenus I really enjoyed hearing your story about that how you got sent to a Cristian family, I hope that you are still alive. If somewhere in the world you are I hope you call me, my phone number is (xxx) xxx-xxxx. I hope if somewere in the world you are alive and I hope your sister finds you. If you are alive I want you to know that you have a grand dougheter!! From Javi/Javier

Dear Zosia I really enjoyed listening to your story about the R. I also have trouble saying R. It must have been real hard to not be able to say the R for three years. What was it like being alone scince 11 to 14 working? It must have been sad alone lost being Jewish, during World War II with false documents. From, Gabi, Room 131, Orion School

Dear Zosia, How did you survive when world a happened? Did your mom and dad survive. From Jordan room 131, Orion School

Dear Michel I really enjoyed hear your storys. Did you have trouble crossing the mountains? I feel really bad about what happened I hope it never happens again! From Cameron, Room 131, Orion School

Dear Rosi, I enjoyed hearing the stary about survival. I was shock about it and it was cool to. Diana Wang told us all about it And the only way that bur father recognition you. Was because that you hade a mark on your left ear the same as your dad. And then you went back with your family. There was like 5 or 3 more people that had your picture your. From Cam Room 131 Orion School

Dear Rosi, I really liked your story. Do you rember what happen when you were five moths old. And did you think your Cshian were little. And I have a qeshion. How old you are. I am nine years old. And you look pretty in the picture. Were you happy to see your dad again. If I were you I will be really glad. I hope you wirte me again. From Frankcheska, Room 131 Órion School

Dear Rosi, I really enjoyed hearing your story of survival told to our class by Diana Wang. I was shocked when the only way your parents could tell that you have a mark on the back of your left ear. From Gio, Room 131, School

Poderoso caballero es don dinero – Comentario sobre Black Book

Black Book, dirigida por el holandés Paul Verhoeven, estrenada en agosto de 2007 en Argentina, no es una película sobre el Holocausto. Aunque transcurre en Holanda durante ese período, aunque hay nazis, judíos perseguidos, asesinados, escondidos, resistentes, cómplices y colaboracionistas, no es una película sobre la Shoá. No nos enseña sobre los mecanismos del horror, la industria de la muerte, las motivaciones ideológicas pseudocientíficas, todo aquello que hace de la maquinaria nazi el modelo universal del Mal. Creo que es un film sobre dos temas en particular. Trata por un lado, sobre la infinita capacidad del ser humano para defender su vida y los recursos a los que puede apelarse y que no se sabían disponibles porque no son necesarios en la vida “normal”. En efecto, la protagonista, Rachel Stein, o Ellis de Vries según su nombre ficticio no judío, encarna esta característica humana de sostener la vida aún cuando todo parece hacerlo imposible y de improvisar, encontrar una salida, aventurarse, arriesgarse y seguir adelante a pesar de que todo pareciera estar en contra. La fuerza de la vida, la tenacidad con la que nos aferramos a ella no es una novedad en los films que toman este aspecto de la Shoá como temática, ya fue exhibido varias veces de diferentes maneras (recordemos el reciente “El pianista” entre otros). Pero lo que me parece central en la propuesta de Verhoeven, y que lo vuelve completamente original si pensamos en la filmografia dedicada a la Shoá –y no solo en las películas-, es su tratamiento sobre el tema del dinero. Toda la acción dramática gira alrededor de ese elemento bastardo, oculto y determinante de gran parte de la conducta humana, el dinero. En el film, es el dinero –como en la vida- el motor de las traiciones, desde uno y otro lado. Y el dinero ha sido uno de los temas de más difícil acceso cuando se trata de la Shoá. No suele abordarse de manera franca. Se lo oculta, se lo disfraza, se lo teme. El dinero enturbia el abordaje de las situaciones, las complejiza de manera confusa. El dinero introduce diferentes e incómodos matices de grises, redefine a algunas víctimas, redibuja a algunos perpetradores. Aunque sepamos que el dinero es una llave maestra, un lubricante poderoso de la conducta humana es inquietante la idea de que durante la Shoá quien dispusiera de dinero tenía acceso a recursos que no estaban al alcance de la mayoría. Con dinero se conseguía comida, armas, remedios, documentos, pases, pasajes, escondites, se evitaban denuncias, hasta a veces se impedían deportaciones. La mayoría de los nazis y sus cómplices -polacos, ucranianos, húngaros, alemanes, lituanos, rumanos y los demás- podían ser comprados con dinero, siempre y cuando, claro, estuvieran seguros de no ser descubiertos. Rudolf Kastner por ejemplo, fue el protagonista de un salvataje aventurado. Cuando dirigía el comité judío de ayuda y rescate en Budapest consiguió salvar a 1684 judíos húngaros de la deportación y la muerte, dejándolos a buen reparo en Suiza a cambio de dinero, oro y diamantes. Luego de la invasión nazi a Hungría en marzo del 44 con la llegada de Eichmann para hacerse cargo de la solución final, fue con él que negoció Kastner la salvación de cuantos judíos le fuera posible. Para poder subirse a lo que se conoce como el “tren de Kastner” hizo falta pagar mil dólares por cada pasajero. Los más ricos solventaron unos 150 pasajes para los más necesitados pero en la puja por salvar la vida los precios comenzaron a subir. Kurt Becher, enviado de Himmler, exigió por ejemplo 50 asientos para algunos que le habían pagado aproximadamente 25 mil dólares por persona. Esto permitió que fuera liberado en el juicio de Nürenberg merced al testimonio de Kastner que probó que la acción de Becher permitió la supervivencia de ese puñado de personas. El rescate recibido por el total del pasaje del tren superó los 8 millones de francos suizos. Las negociaciones de Kastner hicieron posible que estas personas siguieran vivas lo que no impidió que siguiera siendo un personaje contradictorio y controvertido. En 1957 un sobreviviente lo mató en Israel bajo la acusación de traición hacia los judíos húngaros porque mientras negociaba con los SS la salvación de unos pocos no les había informado sobre los verdaderos planes de los nazis. Aunque fue exonerado post mortem por Suprema Corte israelí, su conducta y las consecuencias de la misma –tanto la salvación de los judíos como la acusación de traición que recibiera posteriormente- son prueba de la forma en que la introducción de la variable dinero complejiza el panorama y perturba el entendimiento. ¿Cuántas de las mil doscientas personas que formaron parte de la famosa Lista de Schindler, por ejemplo, pagaron para ser incluidas en ella? ¿Por qué es un aspecto que no se suele mencionar? ¿Qué tiene de malo preguntarlo? ¿Qué tiene de malo saberlo? ¿Les quita acaso a las víctimas su condición de tales el hecho de haber pagado para ser salvados, las vuelve menos inocentes? ¿Por qué se puede mencionar el robo, la mentira, la falsificación como recursos válidos y respetables para conseguir la supervivencia y se deja de lado la mención del dinero? Hablar de dinero ensucia sin dudas el escenario de la Shoá. Como si la Shoá fuera un espacio diferente del de la vida, sacralizado, puro, incontaminado de las miserias del mundo, sub o supra humano. Como si sus protagonistas no hubieran estado viviendo en la misma realidad que el resto de las personas. Como si su participación en esta espantosa ordalía los eximiera -o los debiera eximir- de las cosas comunes de los demás, como si los elevara a un estado de gracia en el que, como se juegan la vida y la muerte, no podemos tocar semejantes aspectos impúdicos e indelicados. Ya en 1976 Terrence Des Pres, escribió el escalofriante texto sobre la violación excrementicia . Tuvo la osadía de hablar allí de otro tema no abordado con anterioridad y tampoco a posteriori, los deshechos corporales. Con impudicia y mirada descarnada de cronista, desgrana ante nuestros ojos azorados el tratamiento que recibían los prisioneros judíos en los campos de concentración a la hora de tener que evacuar sus intestinos: el procesamiento, los métodos, las humillaciones y bajezas, la forma en que fueron reducidos, lesionados e infectados en el camino de su deshumanización y en el imborrable, vergonzoso y humillante recuerdo que guardan de ello. Nunca más luego del mencionado texto se habló de eso. De manera similar, el valiente film de Paul Verhoeven se atrevió a exponer el tema del dinero. Y duele, claro que duele y molesta. Revela -una vez más- el grado de la injusticia que implica que algunos posean más, tanto más que otros y sus consecuencias. La misma injusticia que observamos hoy fue desplegada durante la Shoá. Los que tenían dinero, disponían gracias a ello de una posibilidad más de sobrevivir. Podían conseguir comida, refugio, pagar con sobornos casi cualquier cosa. Pero el dinero no fue garantía segura, también hizo falta suerte. No bastó la disponibilidad de dinero, como lo prueba el film que comenzaron estas reflexiones. A veces fue un señuelo tan tentador que motivó la denuncia de los codiciosos y con ella la deportación y el asesinato de las víctimas. En el film de Paul Verhoeven la trama va siendo tejida por el ansia de dinero que lleva a mentiras, traiciones, inmundicias similares a las descriptas por Des Pres en su texto sobre los excrementos. El cubo de excrementos vaciado sobre una persona es una metafórica confirmación de esta relación que estoy senalando que ya había sido hecha por Freud que ilustraba los placeres retentivos tanto en las heces como el dinero, dos aspectos inherentes a nuestra humanidad social. En 2003, Norman Finkelstein publicó un libro polémico, duramente resistido, “La Industria del Holocausto”. Denuncia a algunas organizaciones que en nombre de los sobrevivientes reclaman dinero compensatorio, el que parece tener un destino incierto, no siempre en manos de sus destinatarios. Hijo de un sobreviviente de la Shoá, se atreve a hacer esta denuncia que lo coloca en la vereda opuesta de la corrección política respecto del Holocausto. Fue tan fuerte su incorrección que la presión de los correctos ha determinado la anulación del contrato que lo ligaba a perpetuidad como docente en la Universidad DePaul en Chicago. Este contrato, llamado tenure en USA, es revocado solo en contadísimas situaciones y siempre por causales muy severas. La católica universidad de DePaul prefirió separar al catedrático ante la presión de los bienpensantes que consideran de muy mal gusto la exposición de algunos temas cuando a la Shoá se refiere. Tal vez esta universidad prefirió lesionar la libertad de expresión e investigación de este miembro de su cuerpo académico antes que ser acusada de antisemita, riesgo que ninguna institución católica querría correr en vistas de su participación durante muchos siglos en Europa en el alimento de la hoguera del sentimiento antijudío. En este mundo que adora las proposiciones netas, los buenos de este lado, los malos de aquel otro, la Shoá sigue siendo un coto limitado a algunos temas. No está bien visto mencionar cosas tales como traiciones, pujas por el poder, sexo, excrementos o dinero. A más de sesenta años de su finalización, con gran parte de los sobrevivientes ya silenciados por el riguroso paso del tiempo, todavía hay cosas de las que no podemos hablar. Black Book tendrá este mérito.

Vivir para contar. Contar para vivir

Presentación “Hagadá del siglo XX” de Nicolás Rosenthal - NCI -

Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto.

La vida cambió de manera brusca. Como si cada uno fuera el Gregorio Samsa metamorfoseado, los judíos despertaron una mañana con el mundo dado vuelta. Pero, a diferencia del personaje de ficción, en lugar de sufrir una pesadilla insoportable de la que despertarían en la mañana o de la que probablemente despertarían alguna vez, el cambio les sucedió despiertos, fueron arrojados a otra realidad, ciertamente pesadillesca, pero en la vida diurna. La analogía kafkiana puesta en el cambio corporal anticipó esa alteración de la realidad de manera escalofriante. Se acostaron con cuerpo humano y despertaron con cuerpo de insecto. Sin saber cómo ni cuándo atravesaron el espejo que refleja las cosas como son, invertidas pero iguales y entraron en esa otra realidad en la que dejaron de reconocerse, dejaron de ser quienes habían sido para ser esos nuevos sin nombre y sin historia. De manera igualmente monstruosa que la Alicia que cruzó la frontera del espejo, pero con tintes perversos y siniestros, se encontraron abruptamente con reglas nuevas y sorprendentes, con derechos y obligaciones diferentes, otros los premios y los castigos, su educación, sus expectativas, todo el piso sobre el que habían estado parados resquebrajado bajo sus pies, cayendo, cayendo, cayendo, en un pozo sin fondo, en una oscuridad sin objeto ni sentido, sin saber si alguna vez terminaría, cómo terminaría, que iría a pasar con cada uno, con sus familias, con sus vidas. Perdidos sus nombres, perdida su capacidad de decidir sobre sus pasos, perdidos los horizontes, perdida la posibilidad de futuro, se les impuso la condición de insectos. Efectivamente para el nazismo, los judíos éramos alimañas, insectos, contaminantes, peligrosos, cucarachas: exterminables. Una vez definidos así, todo lo que pasó es tan solo una consecuencia lógica, esperable, eficiente, planificada, burocrática, industrial. Permanecer humanos a pesar de todo, mantener abierto un canal de emociones, tener algún resquicio en la toma de decisión, alimentar de algún modo, aunque sea mínimo, la dignidad, fueron indispensables en el sostén de la vida. De diferentes maneras nos cuentan hoy los sobrevivientes de qué recursos debieron valerse para seguir sosteniéndose en pie sintiendo alguna dignidad humana. Desde el mantenerse limpios a pesar de las condiciones imposibles de los campos hasta el celebrar alguna fiesta judía, desde recordar alguna canción de la infancia hasta jurarse que, en caso de sobrevivir, su misión sería contar. Los que milagrosamente lograron sobrevivir, emergieron del pozo sin luz y sin nombre, tan sorpresiva y bruscamente como habían sido empujados en él. Enceguecidos por la luz y la sorpresa de estar vivos, tardaron en comprender que la vida les había sido devuelta junto con su humanidad. Sin fuerzas, temiendo recuperar la esperanza y recibir un nuevo golpe, fueron dando pasos titubeantes en su acercamiento a los que nunca habían estado en el pozo, a los que nunca habían sido insectos. Les costó comprender que durante su permanencia en el pozo negro la vida había continuado, que la gente había seguido teniendo apariencia humana y había seguido de pie en el mundo que antes había sido también el suyo, que las cosas habían seguido igual para muchos. “¿Saben lo que me pasó?” decían los que venían de ser insectos a los que nunca lo habían sido, “me quitaron el nombre, me pusieron un número, me mataron a toda mi familia, me torturaron, experimentaron con mi cuerpo, me transformaron en objeto, me hambrearon, me gasearon, me cremaron, no era nadie, no importaba, me quitaron la dignidad…”. “Epa señor, no exagere” respondían algunos,-claro, si nunca habían sido insectos-, “mire si va a pasar todo eso junto que usted cuenta, no puede ser”. “¡Qué imaginación!” se admiraban otros, “estos judíos siempre tan creativos”. Y otras voces que se sumaban a las respuestas. “Basta ya, ¿creen que son los únicos que han sufrido?” pensaban los ignorantes, los campesinos, los desplazados, las otras víctimas, pobres e inermes, de la guerra feroz; es tan difícil evaluar el dolor y el sufrimiento, cuál fue mayor, cuál más tolerable, pero toda esta gente no sabía, no comprendía lo que decía el que había sido insecto porque a ellos, a pesar de haber sufrido enormemente, nunca les había sido arrebatada la apariencia humana. Y tampoco los políticos, los intelectuales, los militantes, las personas de bien, todos los que se oponían al fascismo, al nazismo, pero que habían pasado la guerra no solo como seres humanos sino bajo techo y con comida. En la Europa de posguerra, desgarrada, caótica, nadie quería escuchar. La insectidumbre les era desconocida. Era solo la palabra de esos miserables desarrapados de ojos grandes y piel seca y macilenta. No había documentos ni testimonios que confirmaran sus relatos venidos del sub-mundo de la inhumanidad. Eran terribles. Eran insoportables. Eran increíbles. En alguna medida aún lo son hoy. Los sobrevivientes aprendieron muy rápidamente a medir sus palabras, a poner freno a su necesidad de contar, a postergar aquella promesa hecha desde el pozo oscuro, la promesa de relatar. Y junto con ello, olvidaron rápidamente su pasado reciente como insectos, se apoyaron nuevamente sobre sus dos pies, se irguieron y caminaron sabiendo que solo podrían hacerlo si simulaban que nada hubiera pasado. Y pasaron muchos años. La vida decidía por ellos. Primero el encuentro de un lugar donde vivir. Documentos, destinos, dinero, traslados, viajes, llegadas, adaptaciones, nuevos idiomas, nuevas costumbres. Después la familia, armar una familia, rearmar una familia, construir y reconstruir la vida en hijos, trabajo, educación, prosperidad. Y la vida siguió y el mundo siguió caminando y vinieron nuevas guerras, nuevas injusticias, nuevas preocupaciones. Un día supimos todos que Eichmann había sido llevado a Israel y sería sometido a juicio. Muchos no sabían de quién se trataba, pero fue ése un punto de inflexión para el forzado silencio de los sobrevivientes. En aquel célebre juicio se oyó por primera vez su voz, la que había sido silenciada por la necesidad de la reconstrucción y también por la insoportabilidad de lo que contaban. En el juicio llevado en Jerusalén los sobrevivientes por fin hablaron y volvieron los insectos y el mundo no pudo más que oír. Y fue ése el gran cambio, que el mundo por fin escuchó, se abrieron los diques y el hombre y el insecto se unieron en un grito imposible de contener. Los testimonios fueron demoledores. Uno tras otro, hora tras hora, día tras día, contaron, dijeron, lloraron, gritaron, revivieron la iniquidad y la abyección. Esto pasó a comienzos de la década del sesenta. Curiosamente, poco después, las aguas volvieron a aquietarse. La ola de testimonios se calmó. Fue necesaria la serie norteamericana Holocausto, en la década del setenta, con la historia de esa familia judeo-alemana, los Weiss y su camino de degradación hacia el horror. Esta vez ya no era un juicio, noticias en los diarios, algunos libros. Esta vez era la televisión. Cientos de miles de personas vimos la miniserie y aún cuando tenía el esquematismo hollywoodense, vimos en pantalla simultáneamente alrededor del mundo, la historia del intento de exterminio del pueblo judío. El mayor impacto se produjo en Alemania en donde los jóvenes acosaron a sus padres con la pregunta “¿qué hiciste en la guerra?” y abrieron incisivamente los archivos personales y familiares que los alemanes creían haber cerrado exitosamente. Claude Lanzmann produjo su monumental “Shoah” en la década del ochenta. Demasiado revulsiva, demasiado larga, demasiado cierta como para que el gran público la hiciera suya. Fueron casi diez horas de inmersión en el horror sólo con la palabra de los testigos, perpetradores, cómplices, sobrevivientes en una propuesta militante de trabajo de la memoria basado en la voz del presente. Pero fue recién en la década de los noventa, con “La lista de Schindler” dirigida por Steven Spielberg, que los sobrevivientes se impusieron a los ojos del mundo como los documentos vivos imprescindibles. Fue allí, especialmente en el final del film cuando aparecen los sobrevivientes verdaderos desfilando ante la tumba de Schindler y depositando sobre ella nuestro homenaje judío, una piedra que indica que la persona es recordada, que vive en la memoria de los vivos. Como un torrente la voz de los sobrevivientes comenzó a derramarse sobre la conciencia del mundo. Sediento, por fin sediento de oírlos, el mundo pidió por ellos y empezaron a ser convocados por congresos, investigadores, escritores, programas de televisión, films documentales, escuelas. Viejos, desanimados, descreídos, finalmente los sobrevivientes revivieron la vieja promesa y pudieron contar. Esto es lo que ha hecho Nicolás Rosenthal. Son cientos los testimonios escritos que se publican. Muchos más los que están escritos y aún permanecen inéditos. Muchísimos más los que aún no se han escrito y los que ya no se escribirán. Por eso es imperativo celebrar éste porque es uno más, una piedra más sobre esta lápida de la humanidad, un recordatorio más de que aquella insectitud sigue viva para los vivos, de que nos sigue interpelando desde lo más hondo de los ideales de la humanidad y no hemos podido responder, que sus lecciones aún deben ser aprendidas, que seguimos en deuda. Esta Hagadá para el siglo XXI es, sin embargo, algo más que un testimonio. Es un intento desesperado de darle sentido a lo vivido. Un intento que muchos sobrevivientes persiguen y no todos logran. En una escritura que no quiere ser prosa, cuenta Nicolás Rosenthal su propio camino en el infierno nazi, pero lo hace orientado con conciencia hacia la transmisión. Y contarás a tus hijos, nos demanda el Pésaj y en el contar el puente, la mano tendida, la palabra vuelta linaje, historia, continuidad, la experiencia singular se vuelve el plural del grupo todo. Señala Zully Peusner –hija de sobrevivientes- que Nicolás Rosenthal responde con su poema a la angustiada pregunta de Adorno acerca de la imposibilidad de escribir poesía después de la Shoá, pero una poesía que lo reinscribe como judío, mientras que otros sobrevivientes hicieron el camino inverso. Nos suelen preguntar en nuestros testimonios o actividades acerca de la creencia en Dios antes y después de la Shoá, que es como preguntarnos por un sentido posible de lo sucedido. La pregunta permanece abierta y los más lúcidos se sostienen sobre la inescrutabilidad de los designios divinos. Algunos que vivían como judíos, dejaron de hacerlo porque atribuyeron a esa condición la responsabilidad de lo sucedido o al menos vieron que el judaísmo los ponía en inferioridad de condiciones respecto del resto del mundo y, habiendo sobrevivido, no querían para sí ni para sus descendientes, el peso de semejante dificultad. Otros, por el contrario, se acercaron al judaísmo y encontraron allí la fuerza de la pertenencia y la melodía conocida y tranquilizadora del murmullo familiar. Es lo que hizo Nicolás Rosenthal. Y su Hagadá del siglo XX para el siglo XXI es, a pesar de que a él le gusta calificarse como escéptico o pesimista, una honda declaración de fe en el género humano porque sueña, alienta, imagina, que hay un mundo que querrá seguir oyendo –si no para qué escribir, para qué traducir, para qué publicar, para qué esta presentación- y gente que escuchará y que hará de él un espacio mejor para vivir. Y solo me queda decir junto a él: amén

El mito del jabón

Sabemos todos que los negadores del holocausto no precisan de argumentos para su empresa, pero es alarmante que nosotros mismos se los proveyamos, repitiendo rumores sin fundamento. Uno de los mitos que circulan profusamente y que no pocos sobrevivientes corroboran, es el de que los nazis usaron los cuerpos de los judíos masacrados para la fabricación de jabón. La noción se ha popularizado y es frecuente escuchar, a modo de insulto o amenaza (por ejemplo en las canchas de futbol cuando juega algún equipo supuestamente cercano a los judíos como es el caso de Atlanta en Buenos Aires) el grito de "los vamos a hacer jabón". En el argot hebreo, en el moderno Israel, la palabra "savon" (jabón) se sigue utilizando como sinónimo de "cobarde" probablemente sin que se advierta su origen falaz. Como nota al margen, esta vinculación de la palabra "savon" a la cobardía se remite probablemente a esa otra acusación, también falsa, de que "los judíos nos dejamos llevar mansamente como ovejas al matadero". Las dos cosas, tanto lo del jabón como lo de las ovejas, se sigue diciendo una y otra vez. A continuación un texto del profesor Yehuda Bauer, escrito en 1991, en respuesta a una carta publicada por un Sr Starkman en el The Jewish Standard de Nueva Jersey, USA, en la cual se discutía su afirmación sobre la ausencia de pruebas de la elaboración de jabón con grasa humana durante la Segunda Guerra Mundial. www.dianawang.net

El Sr. Starkman afirma que este jabón se distribuyó en Polonia a través de cupones de racionamiento desde 1941 y que llevaba la inscripción RJF, siglas según él de "rein Juden fett".

En realidad, las pastillas de jabón, algunas de las cuales se pueden ver en museos memoriales judíos, incluidos los de Jerusalén, llevan escritas las letras "R.I.F.", siglas de "Reichsstelle für Industrielle Fettversorgung," o Centro del Reich para el Suministro Industrial de Grasas. Los términos "rein Juden fett" escritos de esta manera no existen en el idioma alemán, y en 1941, cuando el Sr. Starkman dice correctamente que se empezó a distribuir el jabón, todavía no había ningún campo de exterminio. El primero, Chelmno, empezó a funcionar el 8 de diciembre de 1941 y el segundo, Belzec, en marzo. Auschwitz realizó sus primeros gaseamientos experimentales en enero de 1942.

La fuente de la leyenda fue un rumor que surgió en la Primera Guerra Mundial, difundido por los británicos, según el cual los alemanes estaban usando cuerpos de sus propios soldados para producir jabón y fertilizantes - se demostró que el rumor era falso en 1918. Los nazis recuperaron el rumor, y lo emplearon como una forma adicional de sadismo, empleando palabras actuales, con sus víctimas judías: fueron los nazis los que dijeron a los judíos que se convertirían en jabón, y los polacos lo oyeron de los nazis.

Al final de la guerra, los rusos descubrieron, cerca de Gdansk [entonces denominada Danzig (JD)] un pequeño laboratorio en el que se usaron partes de cuerpos humanos, probablemente de trabajadores esclavos polacos y rusos, para ciertos trabajos químicos. Estos experimentos posiblemente incluyeron el intento de fabricar jabón con grasa humana (algo que sabemos hoy que es casi imposible), pero al parecer los nazis nunca lograron pasar de la fase experimental, si es que esto fue lo que trataron de hacer. El laboratorio era pequeño, y no se creó hasta cerca del final de la guerra. No se emplearon cuerpos de judíos. El fiscal ruso de Nuremberg presentó el asunto en el juicio, pero tuvo que abandonarlo porque no se pudieron presentar pruebas de que se tratara de experimentos para la producción de jabón.

Se ha de combatir los conceptos erróneos sobre el Holocausto, incluso aunque un grupo numeroso de supervivientes los acepte como verdaderos. Esto no quiere decir que los nazis no habrían sido capaces de cometer esta atrocidad- ciertamente lo eran- pero no lo hicieron. Decir, basándose en los eslóganes antisemitas polacos o los rumores que circulaban en los campos -en Auschwitz era un rumor aceptado- que se fabricó jabón con cadáveres de judíos, simplemente le pone en bandeja el trabajo a los negadores del Holocausto, que pueden demostrar fácilmente que no ocurrió nada de esto. Respeto profundamente los testimonios de los supervivientes, y el Sr. Starkman es uno de ellos, pero esto no quiere decir que estos testimonios no puedan incluir conceptos confundidos.

Atentamente, Yehuda Bauer Profesor de Estudios Sobre el Holocausto

El Holocausto en su contexto europeo

Disertación de Yehuda Bauer, presentada en el
Congreso Internacional “El Holocausto: recordación y lecciones”,
4–5 de julio 2006, Riga, Latvia
en el Aula Mayor de la Universidad de Latvia
Traducción: Diana Wang

Permítanme por favor, de antemano, ubicar firmemente el carro ante el caballo y presentar ante ustedes la justificación de esta disertación y, en un sentido, también su conclusión. El Holocausto – Shoá – debe ser visto en sus diferentes contextos. Uno de los contextos es el de la historia judía y la civilización, otro es el del antisemitismo, otros es el de la historia de Europa, del mundo y de la civilización. Hay otros dos contextos y son muy importantes: el contexto de la Segunda Guerra y el contexto del genocidio, y están conectados. Obviamente, sin la guerra, es improbable que hubiera sucedido el genocidio de los judíos y los desarrollos de la Guerra fueron decisivos en el devenir de la tragedia. Recíprocamente, se reconoce en la actualidad de manera creciente que mientras se deben comprender los elementos militares, políticos, económicos y sociales así como fueron evolucionando durante el período, el corazón de la Segunda Guerra, por decirlo de algún modo, su centro en el sentido de su impacto masivo sobre la cultura y la civilización, fueron los crímenes nazis y primero y primordial el genocidio de los judíos que llamamos el Holocausto o la Shoá. El otro contexto que propongo acá es el del genocidio – repito, obviamente, el Holocausto fue una forma de genocidio. Si es así, la relación entre el Holocausto y otros genocidios o formas de genocidio es crucial para la comprensión de esta tragedia particular y de sus aspectos específicos y universales. Luego, discutiremos un triángulo de contextos con la Shoá en el centro y el Segunda Guerra y el genocidio como los escenarios necesarios sin los cuales la comprensión de la Shoá sería difícil de lograr. Esta es mi disertación.

Raramente nos preguntamos ¿por qué la Segunda Guerra Mundial se produjo, no cómo, sino por qué? Usualmente nos ocupamos de cómo sucedió, qué preparativos se hicieron, quién hizo qué y cuándo. Es claro que la Alemania nazi inició el conflicto y hay unos pocos, algo ingenuos, que argumentan que el ataque de Alemania a Polonia fue por el tema del corredor polaco de Danzig o por el deseo de recuperar los territorios perdidos por el Tratado de Versalles. ¿Por qué la dirigencia alemana quería la Guerra contra todos los deseos de la población alemana? El peso de la documentación me parece indicar que el motor fue puramente ideológico. El movimiento nazi llegó al poder decidido a la expansión y la conquista basado en una ideología racial. Veía a la guerra como el estado natural de la sociedad humana. Se rebeló en consecuencia contra el legado del iluminismo aunque era un hijo ilegítimo, si puedo usar el término, del mismo. Pero para el ciudadano común alemán, la primera prioridad era salir de las terribles condiciones económicas de Alemania. Y en esto los nazis tuvieron éxito. La recuperación económica de Alemania fue el resultado, en primer lugar, del ascenso desde el fondo de la depresión, un ascenso que empezó antes del acceso del nazismo al poder; en segundo lugar, el resultado de sobornos masivos a las masas alemanas mediante el aumento de las pensiones y sueldos reales pagados por el déficit financiero. Aunque podrían haber aumentado aún más los salarios pero no lo hicieron para poder solventar el rearme. El rearme los llevó al borde del colapso financiero a pesar del mejoramiento general de la economía y pudieron salir de ello cuando las cosas se pusieron verdaderamente mal en 1937–8, por medio del robo de la propiedad judía como lo mostró Goetz Aly en su reciente libro Hitlers Volksstaat. Enfrentados con serios obstáculos económicos que resultaban de los imperativos de su ideología expansionista, su forma de salir fue incrementando la radicalización en una carrera hacia la guerra y la conquista. Ocuparon otros países no para evitar un colapso económico, sino que consiguieron continuar económicamente a flote explotando impiadosamente a los países conquistados como a aliados, y de hecho pagando por la guerra mediante el robo flagrante de todos sus posibles recursos. El primer objetivo de esta política eran los judíos. Sin embargo, el robo a los judíos no fue la razón del Holocausto. El exterminio de los judíos, aunque implícito previamente -no explícito, en todo caso una parte de la ideología desde el principio mismo-, fue uno de los resultados principales de la ideología y de su implementación. Primero robaron a los judíos y luego los mataron: el antisemitismo era un elemento central en la cosmovisión que propulsaba al régimen. El otro aspecto importante de la ideología nazi era la expansión. ¿Por qué este empecinamiento en la expansión? ¿Acaso la recuperación social y económica de Alemania dependía de la conquista? Difícilmente. Entre 1936–8, ya se estaba saliendo de la crisis económica, el desempleo había dado un respiro, se había conseguido parcialmente la estabilidad social, y el abocarse al rearme y a las preparaciones de la Guerra causaron la crisis de 1937–8. Alemania no necesitaba una guerra para mantener un crecimiento sólido. No precisaba ocupar Europa oriental para obtener granos o materia prima puesto que producía bienes elaborados que podían ser fácilmente canjeados por cosas necesarias. Ciertamente no precisaba tampoco de ningún territorio. La Alemania de hoy, un país más pequeño que el de 1937, con una mayor población, no solo no precisa exportar gente superflua, sino que precisa constante inmigración para mantener su nivel de vida. El hambre de territorio era un postulado ideológico, la expansión una quimera, la guerra materialmente inútil. Repito: desde una perspectiva racional alemana, se produjo una guerra sin sentido, debida a la ideología y no a necesidades pragmáticas. El antisemitismo fue un componente ideológico central para la guerra con sus 35 millones de víctimas o más en Europa que resultó en la destrucción de gran parte de ese continente. ¿Cuán central era el antisemitismo? Creo que lo era y mucho. Estaba alimentado por el carácter casi religioso del Nazional Socialismo que prometía la redención y un Reich de mil años que sería traído por el Divino Mesías, la imagen de Jesús de carne y sangre, Adolf Hitler. La lucha por la felicidad eterna sería conducida contra Satanás y sus seguidores, y Satanás era el judío, el estereotipo del judío. La idea fue comprendida con facilidad por las masas alemanas puesto que derivaba del antisemitismo cristiano que nunca había sido genocida pero que constituyó la fuente de la variación nazi contrariando las declaraciones de nuestros amigos católicos. Así como yo lo leo, el deseo de forzar la emigración de los judíos de Alemania en los años treinta, hacia Polonia a fines de 1939, a Madagascar en 1940 y al Ártico soviético a comienzos de 1941 y luego el genocidio mismo, eran parte del deseo de exorcizar al demonio desde el interior del Pueblo Elegido, es decir los pueblos nórdicos y la raza aria. Los métodos, el timing, las etapas en las que estas políticas se desarrollaron fueron determinadas por consideraciones pragmáticas. El objetivo, sin embargo, era completamente no-pragmático y, como ya se mencionó, puramente ideológico. Luego, la existencia de guetos, por ejemplo en Bialystok y Lodz, era muy importante para la máquina de guerra alemana y era apoyado por oficiales nazis locales. En contra de toda la lógica del capitalismo moderno y de la efectividad costo-beneficio, los guetos fueron aniquilados por órdenes de las oficinas centrales de Berlín, persiguiendo objetivos ideológicos. Son legión los ejemplos de este tipo. Este carácter no-pragmático del genocidio de los judíos es uno de los elementos que diferencia a éste de otros genocidios. Otros elementos fueron la totalidad, es decir el deseo de aniquilar a cada uno de los judíos definidos como tales por los Nazis (obviamente ningún Satanás podía ser dejado suelto por ahí si el proyecto del Pueblo Elegido Nazi debería tener éxito); la universalidad, es decir la idea, desarrollada en etapas, era que los judíos deberían ser tratados en todas partes igual a como eran tratados en la Nueva Europa; y el hecho de que los nuevos métodos y los nuevos usos de los medios tecnológicos modernos para asesinar a millones fueron generados dentro de una sociedad civilizada y culta en el centro de Europa. Entonces, gasear y quemar judíos no era solo pragmáticamente más eficiente que matarlos en fosas con armas de fuego como se hizo en las zonas previamente ocupadas por los soviéticos, sino que era un paralelo simbólico al exorcismo practicado por los autos de fe en la Península Ibérica cientos de años antes. En ambos casos, las personificaciones de Satanás fueron exorcizadas por el fuego. El antisemitismo y el deseo de conquista y dominio no solo de Europa sino finalmente, con la ayuda de aliados, del mundo entero, eran los dos pilares mutualmente complementarios del proyecto nazi. Complementariamente, el Dios Nazi solo podría triunfar si el Satanás Judío era derrotado y aniquilado. En consecuencia, el antisemitismo era una de las causas principales de la muerte de incontables víctimas no-judías en la Segunda Guerra Mundial y la devastación de una gran parte de Europa. Es claro para todos, creo yo, que la Shoá fue un genocidio y como tal no solo puede sino que debe ser comparado con otros genocidios. Solo entonces podemos decir si fue diferente y en qué medida. Para la mayoría de la gente, creo, la unicidad significa una cosa que solo sucede una vez. Si esto es lo que fue la Shoá, entonces nunca más debería suceder, contra nadie; se volvería irrelevante entonces para el presente y para el futuro y si esto es así podemos relegarlo con seguridad a homenajes litúrgicos anuales, a memoriales y a la declamación de clichés gastados, como gustan hacer nuestros políticos. Más que eso: cada hecho histórico es único, cada persona y su trayectoria son únicos. Si el Holocausto fuera único en ese sentido, sería entonces como cualquier otro hecho en la historia humana, no diferente de la unicidad del Imperio Británico, de las guerras napoleónicas, de los sucesos en India bajo los Moghuls: paradójicamente entonces, la Shoá sería como cualquier otro evento histórico, achatado, abaratado, nada digno de mención. La unicidad lo transforma en su contrario, en la total trivialización. No, la Shoá no fue única. No tuvo precedentes; un genocidio como éste nunca había sucedido antes. Pero puede, y en cierta medida lo fue, ser un precedente. Puede pasar otra vez, a los judíos o a otros, perpetrado por cualquiera a cualquiera; seguramente no exactamente del mismo modo, pero de maneras paralelas y aproximadamente similares. El Holocausto tuvo, como dije, varios contextos. El contexto del antisemitismo, que fue su causa principal; los contextos de la historia judía, de la historia europea y mundial, del racismo y el genocidio. En la Segunda Guerra Mundial, la Alemania Nazi quería destruir el liberalismo, la democracia, el pacifismo, el socialismo, el conservadorismo, la cristiandad, todas las cosas que llamamos imprecisamente la Civilización Occidental. La guerra de Alemania fue para limpiar el camino rumbo a la conquista de Europa como un todo y luego, con aliados,del mundo entero. Un nuevo sistema de valores sería impuesto a la humanidad, una jerarquía racial encabezada por los pueblos nórdicos y la raza aria, y el resto ubicados en un orden jerárquico inferior. No los judíos porque todos los judíos estarían para entonces aniquilados. Este mundo racista era una utopía completamente novedosa. La humanidad ha experimentado incontables intentos de substitución de una religión por otra, de destrucción de una nación o imperio por otro, o de una clase social por otra. En la Revolución Francesa la burguesía desplazó a la aristocracia; de modo que la original ideal del comunismo, antes de que se convirtiera en la ideología del régimen imperialista soviético, es decir el intento de reemplazar a la burguesía por la clase obrera, no era realmente novedosa. Pero el nazismo era una novedad; el establecimiento de una jerarquía racial era una completa novedad, aunque sabemos hoy que las razas no existen porque todos provenimos originariamente del este de África según ha sido probado por las investigaciones del ADN. El nazismo fue, en consecuencia, un intento verdaderamente revolucionario, posiblemente el único realmente revolucionario en los últimos doscientos años. Este intento revolucionario fue dirigido contra la civilización occidental. Los judíos eran el símbolo de la civilización por las enseñanzas morales que habían producido. Después de todo, la base cultural de la moderna civilización occidental era la Biblia y para los cristianos tenía dos partes: el Viejo y el Nuevo Testamento, escritos ambos en gran medida por judíos. Había lógica en la ideología nazi: si se quiere destruir la tradición occidental hay que empezar con la aniquilación de sus fundadores, es decir, los judíos. En este contexto ¿dónde entra el genocidio? Está, por supuesto, la muy problemática definición de genocidio de la Convención de 1948 que fue ratificada por la mayoría de los gobiernos del mundo. La definición, como todos ustedes saben, habla de un intento de eliminar como tal a un grupo étnico, nacional, racial o religioso, parcial o totalmente, y enumera cinco maneras en que los perpetradores lo hacen: matando miembros del grupo; causando serio daño mental o físico al grupo; creando condiciones de vida que impiden la existencia del grupo; impidiendo nacimientos de miembros del grupo designado y secuestrando niños del grupo designado. No está claro si deben ser cumplimentadas todas estas condiciones o solo una o dos, para que el asesinato sea llamado genocidio. No está claro cuándo una matanza masiva se vuelve un genocidio. Es en vano hablar de secuestros o de impedir nacimientos cuando todos los miembros de un grupo son el blanco, como fue en la Shoá, cuando todas las mujeres y los niños serán asesinados de igual manera. También es difícil ver a la gente arreada dentro de las cámaras de gas como creando condiciones de vida que impiden la existencia de las víctimas. Y, en la Shoá, no fueron designados ciertos miembros del grupo sino todo el grupo, todos. En el caso de Ruanda fue igualmente problemático. Hutus and Tutsis no son grupos étnicos, hablan el mismo idioma, tienen la misma cultura y son miembros de las mismas categorías religiosas. Las diferencias eran originalmente diferencias de clase y fueron exacerbadas por misioneros europeos y colonialistas que introdujeron una terminología racista básica. Hablando estrictamente, la idea de la tragedia ruandesa como un genocidio podría ser desafiada. Pero fue sin duda un genocidio, en consecuencia es su definición lo que está equivocado. En relación a genocidios previos al siglo XX no hay investigación histórica de la que valga la pena hablar, aunque es indudablemente claro que el tratamiento de los indígenas americanos en todo el continente americano, fue genocida. Así fue el caso de la destrucción de Cartago. Necesitamos herramientas analíticas más afiladas que las provistas por la Convención de 1948, para llamar genocidio a un genocidio cuando lo vemos. La razón por la que la Convención es tan problemática es porque fue un producto del regateo entre Occidente y el bloque soviético, no un resultado de una discusión académica. Por insistencia soviética, el asesinato masivo por razones políticas, que hoy llamamos politicidio, fue excluido, obviamente porque en caso contrario la URSS podría haber sido acusada de genocidio. Fueron incluidos grupos religiosos aunque hay una diferencia básica entre ellos y los grupos étnicos. Las fidelidades religiosas, al menos teóricamente, aunque no siempre de hecho, son un tema de elección. Los judíos europeos y los de países musulmanes amenazados de muerte en el período pre-moderno, podían optar por la conversión y salvar sus vidas, aunque no siempre. Pero si uno nació judío, alemán, ruso, árabe o chino, está pegado a su etnicidad porque después de haber nacido es tarde para elegir progenitores. No hay lógica en incluir grupos religiosos y no políticos en la definición de genocidio porque, al menos en teoría, uno puede elegir su pertenencia política. Por cierto, millones de buenos comunistas se transformaron en buenos nazis en la Alemania nazi y luego muchos buenos nazis se transformaron en buenos comunistas nuevamente en la Alemania Democrática de la posguerra. El asesinado masivo político o politicidio, es una forma de asesinato masivo genocida. Al final, este rondar definiciones, tan caro a los académicos, no tiene mayor sentido a menos que nos mantengamos adheridos a la definición de la Convención y la ventaja es, por supuesto, que se ha vuelto parte de una ley internacional aunque nunca fue usada para la prevención de ningún hecho genocida desde 1948. Sin embargo, deberíamos recordar que nuestras definiciones son abstracciones de la realidad y la realidad es mucho más complicada de lo que pueden ser nuestras definiciones y más que tratar de encajar a la realidad en la abstracción, deberíamos adaptar nuestras definiciones a la realidad. La realidad es que los humanos son los únicos mamíferos que se matan los unos a los otros en grandes números porque ello es posible obviamente por su constitución psicológica. La prueba de ello se ve en todas nuestras leyes que convierten en ilegal al asesinato. Si no hubiera una inclinación al asesinato no sería necesario hacer leyes en su contra. La razón de esta inclinación, o instinto básico, es, como nos dicen algunos psicólogos, el deseo de defender a los que nos son cercanos y al territorio necesario para protegerlos de la rivalidad, invasión y otros peligros reales o imaginarios. Somos mamíferos territoriales y predatorios. Si es así, surge la pregunta de si hay una manera de detener los asesinatos masivos y los genocidios. Las perspectivas no son de color rosa. Hace unos años, el sociólogo norteamericano Rudolph J. Rummel estimó que el número de víctimas civiles de movimientos estatales y políticos en los primeros 87 años del siglo veinte – las fechas fueron elegidas arbitrariamente- fueron 169 millones mientras que en el mismo período murieron 34 millones de soldados. El período incluye las dos guerras mundiales y se ve que murieron cuatro veces más civiles que soldados. 38 millones de los 169 millones de civiles murieron en genocidios, según la definición de la Convención y de entre ellos, casi 6 millones murieron en la Shoá. Rummel, quien mientras tanto aumentó considerablemente sus estimaciones, llama democidio al asesinato de civiles o el asesinato de pueblos, lo que incluye todos los asesinatos masivos y los genocidios según la Convención. Los expertos tienen problemas con los números de Rummel. Pero incluso si estuviera diez o veinte por ciento o aún más lejos de la cifra real, no es realmente relevante; el cuadro general no cambia: los asesinatos masivos de civiles siguen ininterrumpidamente. Sin embargo, así como se puede decir que los asesinatos masivos nos han acompañado desde tiempo inmemorial y probablemente antes también, también se puede decir lo contrario, es decir que el sacrificio generoso por otros nos ha acompañado también. El anhelo de muerte y el anhelo de vida son ambos, aparentemente, parte de nuestra constitución básica. En el mundo real así como en el mundo imaginario de la literatura que lo refleja, ambos tienen una existencia paralela. Los justos, y ello incluye comunidades enteras, aún comunidades enteras como los daneses, salvaron judíos; justos turcos y kurdos salvaron armenios durante el genocidio armenio: justos hutus salvaron tutsis en Ruanda. A menudo esas actividades determinaban el auto-sacrificio para un total desconocido. Es este otro polo de nuestro ser mental e instintivo que hace que la acción contra el genocidio seas una perspectiva realista, aunque difícil y tal vez remota. No hay duda de que vivimos en un mundo pequeño amenazado por la auto-destrucción humana posibilitada por adelantos tecnológicos. Tales amenazas incluyen no solo genocidios sino también luchas de poder entre naciones armadas con armas de destrucción masiva, desastres ecológicos creados por la interferencia humana con la naturaleza y epidemias contra las que no hay cura conocida. También, y de central importancia, la distribución desigual de la riqueza crea sufrimiento masivo y rebeliones sociales y políticas. Los genocidios, por tanto, no son el único gran problema que los humanos hemos creado para nosotros mismos. Y, por supuesto, debemos recordar siempre que la raza humana comenzó su crecimiento meteórico no hace unos pocos miles de años como dice la Biblia, sino medio millón o un millón de años atrás, y que su presencia en este planeta está limitada en el tiempo. Más temprano o más tarde desapareceremos luego de haber terminado nuestra carrera, por decirlo de alguna manera. Con nosotros, desaparecerán nuestras culturas, nuestros logros y fracasos, nuestro Dios o Dioses, nuestros beneficios nuestras esperanzas y nuestras vanidades. Pero lo que deseamos, creo, es que ello sucede más bien tarde que temprano. Los avances tecnológicos han sucedido no solo en armamentos sino también en otros campos que nos amenazan. Los científicos sociales de EEUU han desarrollado modelos sociológicos y politológicos basados en un gran número de variables que posibilitan una evaluación realista de los desarrollos genocidas. Es posible hoy identificar lugares del mundo donde el asesinato masivo puede tener lugar a menos que algo sea hecho para evitarlo. Esto ha llevado al desarrollo de modelos de advertencia precoz que nos permite predecir, con un buen grado de precisión, que dentro de un relativo período de tiempo corto tales amenazas pueden convertirse en una destrucción masiva real de vidas humanas. Habría sido absolutamente imposible predecir el Holocausto con estos medios, lo que nos coloca nuevamente en la situación del Holocausto como un caso especial. Ninguna predicción fue necesaria en los casos de Ruanda o Darfur. En estos como en otros casos no basta con la predicción, es preciso la decisión política que impida los desarrollos genocidas. En la actualidad algunos gobiernos así como las Naciones Unidas disponen de tales medios predictivos. En el congreso de prevención de genocidios de Estocolmo, el 27 de enero de 2004, sugerí cuatro tipos de lo que puede llamarse hechos genocidas: uno, genocidios según la definición de la Convención; dos, politicidios, es decir, asesinatos masivos con motivaciones políticas, económicas y sociales; tres, limpieza étnica cuando el propósito es la eliminación de un grupo étnico como tal; cuatro, ideologías globales genocidas que predican propaganda homicida y prácticas de asesinatos masivos tales como el islamismo radical de hoy y el nazional socialismo y el comunismo en el pasado. El Dr. Juan Mendez fue designado hace dos años como Consejero Especial en la Prevención del Genocidio para la Secretaría General de las Naciones Unidas. No vemos aún la paz mundial pero en el futuro tal vez se puedan lograr algunos pequeños pasos hacia la reducción de los peligros. No creo en utopías: aplicando en otro sentido la famosa cita de Lord Acton, las utopías siempre matan y las utopías radicales tales como el nazismo, el comunismo, los nacionalismos, los extremismos religiosos y similares, matan radicalmente. Tampoco creo en consecuencia en un mundo bueno o en la llegada terrenal de un Mesías celestial que nos salve de nosotros mismos. Creo y espero que con mucha suerte y mucho trabajo, podamos hacer del mundo en el que vivimos un lugar un poquito mejor de lo que es ahora. Vale la pena invertir la propia vida en tratar de hacerlo. ¿Cuáles son las opciones? Debemos ver las opciones no solo en textos eruditos, aunque los tengamos como bases necesarias, sino viendo a la realidad en la forma de los problemas terribles que enfrenta el mundo con los genocidios presentes y futuros. Hoy significa que debemos discutir Darfur, un claro genocidio aún según la Convención, y debemos discutir la relación entre Darfur y los genocidios que lo precedieron y los que lo continuarán, como seguramente sucederá. ¿Qué se puede hacer acerca de Darfur? El Consejo de Seguridad de las UN resolvió enviar tropas. Pero eso se tomará varios meses, el mandato de las tropas no es claro y los países miembros son reticentes al envío de voluntarios y de dinero. Lo que es aún más importante, la misión de las Naciones Unidas ha sido condicionada por el acuerdo con el régimen genocida de Khartoum, acuerdo que por supuesto no será conseguido. Si la misión se lleva a cabo, el propósito no será impedir el genocidio en Darfur porque el genocidio ya está sucediendo, sino detenerlo. Para la prevención de hechos genocidas como el de Darfur, los académicos están trabajando en lo que llamamos caja de herramientas, es decir, una serie de medidas no-militares graduales a ser implementadas en situaciones con amenazas de genocidios antes de que sucedan, e intervenciones armadas posibles para detenerlo si ya ha sucedido. Pero aún si disponemos de una caja de herramientas como esa, la cuestión crucial real será la presión sobre el mundo político. ¿Qué hacemos para ayudar a crear la voluntad política que detenga los asesinatos masivos? Tal vez para nuestra sorpresa, descubrimos que los académicos tienen realmente más poder de lo que piensan. La idea general es la creación de coaliciones de grupos de presión que produzcan propuestas prácticas, con campañas en los medios y acciones similares y que influenciará a gobiernos y políticos comprensivos. ¿Tendrán éxito? No tengo la menor idea. Todo lo que sé es que debemos intentarlo. ¿Cuál es la conexión entre Darfur, Ruanda y el Holocausto? ¿y por qué debemos tomar al Holocausto como el caso paradigmático y no algún otro suceso genocida como la vara para la comparación? Tanto comentadores como políticos comparan constantemente a Darfur con Ruanda. También comparan a Ruanda con el Holocausto como el genocidio paradigmático. Es, creo yo, irrelevante que estas comparaciones sean impropias. Claramente, tanto Ruanda como Darfur fueron o son causadas por desarrollos que se podrían llamar pragmáticos: el deseo de poder o de territorio, contrariamente al Holocausto. Pero son el mismo tipo de acciones humanas que en el Holocausto: asesinato masivo de un grupo designado como víctima, lo que hoy llamamos genocidios o sucesos genocidas o asesinatos masivos genocidas. El motivo, creo yo, para ver al Holocausto como un nivel comparativo, sean o no válidas las comparaciones, es la lenta, a menudo inadvertida conciencia del hecho de que el Holocausto fue la forma más extrema de la enfermedad que atormenta a la raza humana, una dolencia que es un peligro para la existencia misma de la humanidad –no solo el peligro, como dije, sino un muy serio peligro- y el Holocausto se ha vuelto el paradigma de las amenazas genocidas generales. En la actualidad, apenas pasa una semana sin la publicación de una obra literaria, de una pieza artística creada, de una partitura musical y de un sinfín de investigaciones en todos los campos de las humanidades y las ciencias sociales en relación al genocidio de los judíos. Debido a la paradigmática cualidad de la Shoá, parece probable que ello continúe. Tampoco es un tema el ocuparse del pasado reciente. Los judíos están hoy, por primera vez desde 1945, amenazados otra vez, abiertamente, por la ideología islámica radical, cuyos mortíferos tentáculos deben ser tomados más seriamente que lo que fueron los nazis, desgraciadamente, una o dos generaciones atrás. La conexión directa entre la Segunda Guerra Mundial, la Shoá, y los hechos de genocidio actuales es más que obvia. No hay repeticiones acá que vuelvan a un punto anterior, igual a lo que sucede con la narrativa sobre el genocidio de los judíos. La Shoá no tuvo precedentes. Pero fue un precedente y ese precedente está siendo seguido. Deberíamos hacer todo lo posible por detenerlo. Los efectos posteriores de la Shoá y de la Segunda Guerra Mundial están entre nosotros, son un pasado y un presente, un pasado que tiene todavía un futuro y hay un tema de gran importancia que está comenzando a ser advertido pero que necesita ser explorado con más seriedad. Me refiero a la comparación entre los dos regimenes totalitarios, el Nazional Socialismo y el Comunismo Stalinista. El paralelo entre los dos es obvio: una dictadura de un solo partido con un dictador semi mítico a la cabeza, la existencia de una masiva máquina de terror de una policía estatal muy bien organizada, una ideología que constituyó una religión exclusiva y así sucesivamente. Las diferencias, sin embargo, no han sido exploradas apropiadamente: la Unión Soviética era un estado centralizado con una economía centralizada con una implícita tendencia a la corrupción masiva y a la ineficiencia económica. La Alemania nazi era básicamente un régimen poliárquico, no centralizado, donde los vasallos feudales competían por la atención del todopoderoso dictador, pero que estaba construida sobre la combinación de una poderosa empresa privada y una manipulación inteligente por autoridades fiscales centrales. Florecía la propiedad privada, especialmente la de grandes empresas industriales, agriculturales y bancarias. La ineficiencia fue el resultado no de la estructura económica sino de la intervención en la economía de una dictadura política ideológicamente motivada. Durante la guerra, esta ineficiencia política impulsada por la ideología influyó decisivamente sobre la planificación y la ejecución de las acciones militares. Sin embargo, ambos regimenes lograron superar las deficiencias a corto y mediano plazo gracias a grandes esfuerzos emanados de su centro. La cultura política fue diferente: Hitler era un individuo indeciso, básicamente perezoso, dado a breves exhibiciones de gran energía, quien trató de evitar lo más que pudo tomas de decisiones sobre asuntos económicos, sociales y de política interna, excepto en áreas que consideró cruciales para el emprendimiento nazi. Intervino en temas tales como la aniquilación de los judíos, estrategia y aún táctica militar. No se tomaron minutas de la mayoría de las reuniones ni fue creado un archivo de documentación apropiado para el control del proceso de toma de decisiones en el centro del poder. Después de 1938, no hubo nunca reuniones del gabinete alemán; todas las decisiones eran supuestamente emanadas de la dirección general del Führer. Stalin, por el contrario era un workaholic, un adicto al trabajo. Las tomas de decisiones estaban a cargo del Politbureau, en el que Stalin era la figura dominante y la autoridad definitiva, pero había discusiones y propuestas y se tomaban minutas. En la Unión Soviética no hubo intentos de eliminar la autoridad estatal controlada por el partido mientras que en la Alemania nazi los elementos medulares del partido nazi y Hitler mismo, trataron de anular al estado y hacer someter a la burocracia a los caprichos del dictador. Michael Wildt de Hamburgo analizó con brillantez esta cuestión en su libro Die Generation des Unbedingten: apareció una nueva burocracia anti burocrática, especialmente en el centro del régimen de terror, en el Reichssicherheitshauptamt (RSHA) que controlaba a la policía política, lo que socavó efectivamente toda autoridad legal e intentó eliminar los remanentes del estado prusiano nacional-liberal. En esto, el stalinismo estuvo mucho más próximo al fascismo italiano con su adoración al estado de lo que estuvo el Nazional Socialismo, un régimen verdaderamente revolucionario que intentó abolir el estado como repositorio legal del sistema. El nazismo no quería ningún sistema legal, ni siquiera uno nazi. Quería la libertad completa de decisiones del dictador en representación del partido que representaba al pueblo. Esto no tuvo paralelo en el stalinismo. ¿Stalin cometió genocidios? Depende de nuestra definición: hubo ciertamente deportaciones de grupos étnicos enteros tales como los chechenios, los ingushes, los tártaros de Crimea o los alemanes del Volga. Pero el propósito no era la aniquilación de estos grupos como tales y no hubo matanzas en gran escala; fueron más bien castigos por colaboraciones de esos grupos con los invasores alemanes. Sin embargo, si se acepta mi descripción de los hechos genocidas, entonces sí, los soviéticos cometieron un gran politicidio, acciones genocidas dirigidas principalmente, aunque no exclusivamente, en contra de rusos, ucranianos y judíos. No puede haber casi duda de que el número de las víctimas de la opresión soviética excedió el número de los muertos en los campos de concentración nazis, aún si se incluyen las víctimas del genocidio de los judíos. Pero tampoco hay duda de que el número de víctimas durante la Segunda Guerra Mundial iniciada, deseada y ejecutada por la Alemania nazi, excede en mucho el número de víctimas de los Gulags y de la opresión soviética. El juego de los números acá, como en cualquier otra parte, no nos lleva a ningún lado. Hay, sin embargo, otra gran diferencia entre los dos totalitarismos que aún no ha sido explorada suficientemente: el Nazional Socialismo fue una rebelión no solo contra el legado del iluminismo sino contra todas las normas y tradiciones de lo que inadecuadamente llamamos la civilización occidental y la dirigencia nazi era conciente de ello. Era una rebelión contra la moralidad aceptada, contra las normas sociales, contra toda forma de tradición legal, y más aún. Se opuso a la democracia, al liberalismo, al pacifismo, al conservadorismo democrático y a todas formas de socialismo y de democracia social así como contra la cristiandad organizada. Su utopía era la jerarquía racial, ninguna forma de igualdad así como se entiende habitualmente: buscaba la igualdad entre la élite racialmente superior, nada más que eso. La ideología soviética, por otra parte, estaba basada en el legado marxista que veía a la revolución proletaria como una continuación de la burguesía y prometía una utopía maravillosa sin clases con una igualdad ideal, la abolición de un estado basado en la clase social y la total democracia con derechos individuales. Si se ve la constitución de 1936 de Stalin, eso es lo que dice. La realidad soviética fue, por supuesto, todo lo contrario de lo que la constitución de Stalin prometía. Pero lo interesante es que la constitución era enseñada en las escuelas, de modo que generaciones de ciudadanos soviéticos aprendieron que el ideal era lo opuesto a lo que vivían en su vida cotidiana. Éstas y otras contradicciones similares, traducidas a la realidad económica y social, fueron, creo yo, las que llevaron finalmente al deterioro y la disolución del imperio soviético. No había tales contradicciones en el Nazional Socialismo, y ese régimen, el peor que ha desfigurado nunca a la humanidad, tuvo que ser derrotado por la fuerza de las armas y desde el exterior. Los nazis realizaron lo que en la Convención de 1948 se denominó genocidio: contra los Roma, los polacos y principalmente, con total ausencia de pragmatismo y con sustento puramente ideológico, contra los judíos. Los soviéticos no hicieron nada por el estilo. Si los alemanes no hubieran atacado a la Unión Soviética en junio de 1941 luego de casi dos años de una alianza estrecha, ¿habría habido un enfrentamiento permanente entre ambos totalitarismos? No lo creo. Era muy claro para ambas élites, que la alianza era temporaria y que tarde o temprano chocarían. Cuando sucedió, los alemanes casi arrasan al estado soviético. La mayoría de las personas cree que la alianza forjada entre occidente y los soviéticos no era natural si se piensa en culturas políticas y objetivos de largo alcance. Pero no había nada no-natural en el hecho de que un régimen que amenazaba a los logros de la civilización occidental hubiera sido opuesto por todos los que, aún de formas diferentes y contradictorias, querían continuar la civilización, incluso de maneras distorsionadas como el caso de los soviéticos. Al final, la guerra fue ganada principalmente por los soviéticos. Occidente por supuesto ayudó proveyendo de armamentos importantes y cruciales y su ayuda abrevió la Guerra. La invasión a Europa occidental contribuyó marcadamente a la victoria final. Pero la guerra fue ganada por el Ejército Rojo que derrotó a la mayoría de las fuerzas alemanas con un costo enorme. La Unión Soviética liberó al mundo de la amenaza de otro largo período de imaginables eras oscuras. Esta es la percepción de la historia reciente que prevalece en toda Europa y en el mundo y determina la memoria histórica de occidente. Es verdad incluso, digamos, en Ucrania, donde los alemanes fueron originalmente recibidos con entusiasmo por la mayoría de la gente, aunque había allí ya en 1941 una minoría pro-soviética importante cuyo número se desconoce. Muchos ucranianos participaron del asesinato de los judíos, se ofrecieron como voluntarios para la policía pro germana, colaboraron con la administración alemana, pero pronto fueron cubiertos por una gran desilusión. Los alemanes no permitieron ningún tipo de autonomía ucraniana, trataron a los ucranianos como seres inferiores y luego deportaron a cientos de miles para trabajos forzados. El ánimo cambió rápidamente. También el hecho de que grandes cantidades de ucranianos sirvieran en el Ejército Rojo hizo que sus familiares viviendo bajo el régimen alemán se inclinaran cada vez más hacia los soviéticos. Cuando debieron elegir entre ser regidos por los alemanes o por los comunistas ucranianos, la mayoría de los ucranianos eligió finalmente a los Soviets. El Ejército Rojo fue recibido como liberador, excepto en Volynia y partes de la Galicia Oriental donde el grupo armado clandestino anti-soviético OUN tuvo ingerencia hasta alrededor de 1950. En Polonia, igualmente, mientras el Ejército Rojo era visto por la mayoría de los polacos como un nuevo enemigo, fue bienvenido como liberador de la ocupación alemana que había sido mucho peor que lo que habría sido el estar regidos por los comunistas polacos. Muchos polacos decían que hay que sacarse de encima a los alemanes antes de vérselas con los comunistas. En Checoslovaquia, un fuerte movimiento comunista nativo se unió con liberales y conservadores con una actitud similar a la de los polacos. En Hungría también, gran parte del ejército fue hacia los soviéticos porque la alternativa no era solo los alemanes sino el régimen nazi húngaro. Claramente, líderes anti-comunistas como Sikorski y Mikiolajczyk en Polonia, Benes y Masaryk en Checoslovaquia, Maniu y Bratianu en Rumania, y así sucesivamente, compartían ese punto de vista. Cuanto más al oeste se iba de la real Unión Soviética, mayor el entusiasmo por los liberadores soviéticos. Para los judíos era aún más simple. El régimen alemán significaba sin duda la muerte; el régimen soviético era la opresión étnica y más tarde también el anti-semitismo. Pero la única esperanza de supervivencia era la victoria soviética. Todos los sobrevivientes judíos les deben sus vidas a la victoria soviética. Después de la Guerra, en su gran mayoría, estos sobrevivientes se concentraron en campos de desplazados en Europa Central, y fueron un factor importante en el establecimiento de Israel. La victoria soviética lo hizo posible. Los soviéticos efectivamente liberaron a Europa, aunque fuera una liberación problemática. Excepto acá en los estados bálticos donde hay una percepción diferente: la perspectiva es que hubo tres ocupaciones, y que la segunda soviética duró décadas y fue peor que la alemana. ¿Cuál es el contexto para todo esto? Alojado entre dos gigantes de poder creciente entre las guerras, Alemania y la Unión Soviética, los estados bálticos tuvieron que maniobrar entre ellos. Durante la década del veinte y a comienzos del treinta, trataron de apoyarse en las democracias occidentales y desarrollaron sistemas parlamentarios. Pero a mediados del treinta, abandonados por los liberales occidentales arrastrados por la depresión, el poder fue asumido por regímenes autoritarios conservadores bajo Antanas Smetona en Lituania, Karlis Ulmanis en Latvia y Konstantin Päts en Estonia. Estaban temerosos, con razón, de la Rusia comunista, a pesar de la oposición radical a los alemanes que era tradicional por ejemplo en Latvia. Los movimientos y partidos extremistas de derecha fueron creciendo desde el interior. Cuando las dos dictaduras dividieron a Europa Oriental entre sí en 1939, al principio Latvia y Estonia y pronto también Lituania, cayeron del lado de los soviéticos que ocuparon los tres estados en 1940. Se debe reconocer que hubo muchos colaboradores locales con los soviéticos y que los partidos comunistas locales eran pequeños pero de gran influencia y que parte del campesinado recibió con beneplácito la repartición de la tierra. Justas Paleckis en Lituania, y Augusts Kirhensteins en Latvia no eran ciertamente personajes centrales en sus sociedades, pero tampoco eran totalmente marginales. En Lituania, elementos del ejército trataron de colaborar con los soviéticos con la esperanza de poder integrarse en las fuerzas armadas soviéticas como unidades separadas. Los soviéticos gobernaron principalmente desde bambalinas a través de sus sátrapas locales. Hubo opresión nacional, persecución política, se introdujo el estilo soviético del partido único y en junio de 1941, comenzaron las deportaciones. Cuando atacaron los alemanes, la vasta mayoría de los bálticos se alineó de su lado. Pero los alemanes, en contra de la expectativa de muchos, no garantizaron la autonomía ni menos aún la independencia. La colaboración con la persecución y asesinato de los judíos fue masiva y las unidades auxiliares de la policía lituana, latvia y estonia fueron una parte importante de la máquina de muerte en Bielorrusia, en Polonia y en Ucrania. Sin embargo, ello no cambió la política colonialista alemana hacia las poblaciones bálticas. Tampoco lo hizo el reclutamiento de unidades SS en Latvia más adelante luego de que los judíos hubieran sido aniquilados. Los alemanes trataron a los bálticos igual a como habían tratado a los ucranianos, excepto que las deportaciones para trabajos forzados fueron mínimas. El plan para el futuro, como lo refleja el Plan General Nazi para el Este -Nazi Generalplan Ost-, era la germanización definitiva de gran parte de los bálticos y la utilización del resto para inspeccionar y controlar a los grupos étnicos peor vistos. La oposición local, lentamente, fue creciendo. Poco convocantes y eficientes, no son muy convincentes los intentos recientes de mostrarlos como movimiento anti-nazi clandestino y patriótico. Los partisanos soviéticos por el contrario, dirigidos con frecuencia por individuos bálticos pro-soviéticos, ganaron apoyo. Luego, regresaron los soviéticos con las unidades latvias, lituanas y estonias del Ejército Rojo, es decir con gente que era en gran parte, aunque no toda, aliada al régimen soviético. Mientras que la primera ocupación soviética duró un año y la alemana cuatro, la segunda ocupación soviética duró unos 45 años. Esta discrepancia en la ocupación extranjera puede ayudar a explicar las actitudes bálticas respecto de los nazis y los bolcheviques. ¿Los soviéticos cometieron genocidio o algo que se le acerque, durante sus dos ocupaciones a los países bálticos? Permítaseme tomar los resultados del admirable trabajo de la Comisión Histórica Latvia, en particular las partes del mismo que pude leer en inglés. Había casi dos millones de personas en Latvia, en 1939, casi 75 por ciento de los cuales eran étnicamente latvios; el resto eran principalmente rusos, alemanes y cerca de 95,000, o aproximadamente un 5 por ciento, judíos. Los soviéticos reprimieron y persiguieron a unas 3,000 personas durante la primera ocupación y deportaron a 15,400 más, en total, menos del 1 por ciento de la población. La mayoría de los deportados sobrevivieron. Pero de estos 15,400, 11.7 por ciento eran judíos, luego el número de los perseguidos y deportados judíos era más del doble de la proporción de la población. Los soviéticos no abolieron el idioma latvio y más que anular, transformaron las instituciones culturales locales. Pero prohibieron el uso del hebreo y luego suprimieron el idish, disolvieron todas las instituciones específicamente judías aún cuando no abolieron formalmente la observancia religiosa judía. Las comunidades judías no fueron transformadas sino erradicadas. Durante la segunda ocupación, a fines de los cuarenta, los soviéticos deportaron a 43,000 ciudadanos latvios. Junto con la primera ola en 1941, el total sumó un 3.3 por ciento de la población. Y aunque los alemanes habían para entonces asesinado con ayuda local a casi todos los judíos latvios, había unos pocos judíos entre los deportados de la segunda ola. Es difícil hablar de una ola genocida anti-báltica. Si algo hubo cercano a la eliminación en manos soviéticas, era la de los judíos no la de los latvios, aunque la cultura latvia fue denigrada y atacada. Los historiadores latvios han deconstruido también el mito sobre la significativa participación judía en el gobierno soviético y el organismos policiales. El mismo cuadro emerge en los territorios polacos previos en la Bielorrusia y Ucrania del oeste. Allí, según datos polacos, de uno 800,000 deportados a Siberia en 1939–41, el 30 por ciento eran judíos, aunque los judíos eran solo el 10 por ciento de la población. Son datos que suman a la opresión y la persecución. Adicionalmente, en las áreas bálticas ocupadas, había una emigración masiva de los no bálticos desde la Unión Soviética, debido al nivel económico y social mayor. La pregunta aún abierta es si esto era intencional o no, probablemente fuera una mezcla de ambos. Todo esto era malo pero no era ciertamente genocidio. Si hubiera habido genocidio de los pueblos bálticos, no podría haber habido un movimiento de independencia que fue finalmente victorioso entre 1987 y 1991. Fue entonces que se produjo el colapso del régimen bajo su propio peso regresivo, su ineficiencia y su corrupción política y moral. Además del asesinato de varios miles de Roma errantes, el único genocidio sucedido en los estados bálticos fue el de los judíos. Emergen dos grandes problemas: uno, la colaboración con los alemanes de la gran mayoría de los pueblos bálticos, no necesariamente a causa de alguna simpatía con los alemanes o con el nazismo sino como resultado de la situación política, étnica y económica, determinadas por la geografía y la historia, el resultado fue la colaboración de un gran número, activamente o con un acuerdo silencioso, en la aniquilación de judíos; y dos, una seria desconexión entre las percepciones bálticas del pasado y las del resto de Europa y por cierto del mundo, básicamente acerca del rol histórico de la Unión Soviética en la guerra contra la Alemania Nazi. No debe ser tomado a la ligera. Los países bálticos recuperaron su independencia como resultado de una oposición a la opresión nacional anti-soviética, una lucha admirable y principista Sus elites, debido a lo que considero una manera de pensar democrática firmemente asentada, se comprometieron en un proceso difícil y muy doloroso, a reconocer sus responsabilidades en la aniquilación de los judíos de su medio. Son, estoy convencido, parte del mundo que se opone a los asesinatos masivos y al genocidio sea donde fuere que suceda. Son aliados importantes en la lucha por un mundo mejor, motivo por el cual se han comprometido, entre otras cosas, en el gran esfuerzo por estimular el conocimiento del Holocausto para aprender para el futuro. La responsabilidad que asumen respecto de su pasado, tanto en relación a la Shoá y, en un contexto mucho más amplio, es tan pesada y difícil como lo es para el resto de nosotros. El bien y el mal están pintados raramente en negro y blanco. Sin embargo, el régimen nazi, con su mal absoluto casi total, es una excepción. El mundo occidental, que incluye a la Unión Europea, ve a la Segunda Guerra Mundial como un punto de referencia central y a la Shoá como su eje principal. Como una de sus consecuencias, ve a la Unión Soviética como un socio crucial, un liberador, un liberador problemático ciertamente, pero liberador al fin en el rescate del mundo de la amenaza potencial a su existencia en manos del nazismo. Una desconexión entre la conciencia histórica de los estados bálticos y del resto del mundo occidental sería una tragedia. Los Justos que salvaron vidas a riesgo de la propia, acá en Latvia y en cualquier otro lugar, no estaban en el centro de la Shoá sino en sus delgados márgenes. Pero son ellos los que probaron que hay una alternativa, que podemos escapar del abismo de los hechos genocidas. La mayoría de los salvadores no puede ser pintada en negro o blanco sino en diferentes tonos de gris, como el resto de nosotros. Vean a Kurt Gerstein, un protestante alemán opuesto al nazismo, que se unió a las SS porque quería descubrir lo que las SS le estaban hacienda a los judíos. Logró entrar en el campo de exterminio de Belzec, y vio el asesinato masivo que allí tenía lugar; a su regreso a Alemania, se encontró con un diplomático sueco y por medio suyo trató de advertir al mundo. Contactó al emisario vaticano en Berlín, y a la resistencia holandesa. Intentó advertir y falló. ¿Fue un héroe? Para llegar a Belzec, consiguió un trabajo en las SS en el traslado de recipientes con gas venenoso a Polonia. Es decir que para ayudar a los judíos, traía el gas para asesinarlos. Saúl Friedlander lo llamó la ambivalencia del Bien. Pero también está la ambivalencia del Mal. Y como considero que un historiador del Holocausto no puede permanecer en el reino de la abstracción sino que debe contar historias verdaderas que muestren la realidad del día a día del genocidio, concluiré con una historia. Su nombre es Yossi Halpern, y todavía anda por ahí, en Israel Tenía 16 años cuando huyó, solo, desde la Polonia occidental ocupada por los nazis hacia la parte oriental ocupada por los soviéticos. Quería ir a la escuela pero los soviéticos lo forzaron a ser un maestro en una pequeña aldea bielorrusa, para enseñar a leer y escribir a niños pequeños. Los campesinos lo mantenían. Le consiguieron una barraca de madera, unos bancos y un pizarrón. Le consiguieron hasta tizas. Y él pidió un pequeño patio de juegos para los chicos al frente de la barraca escolar. La tierra pertenecía al único campesino rico del poblado, un hombre llamado Bobko, que tenía dos hijos, el más joven llamado Sergei. Los Bobkos no querían entregar el pequeño pedazo de tierra pero los campesinos los amenazaron con que si rehúsan serían denunciados a las autoridades soviéticas como kulaks (explotadores). La tierra fue entregada pero los Bobkos no olvidaron ni perdonaron. Luego llegaron los alemanes. Los campesinos le prometieron a Yossi que lo protegerían, pero ahí estaba Bobko que denunciaría a los alemanes al joven maestro judío. Entonces Yossi dejó la aldea, consiguió documentos polacos falsos y fue a Baranovichi, el pueblo más cercano y consiguió un trabajo con un colaborador bielorruso, como supervisor de un emprendimiento de agricultura a alguna distancia del pueblo. Se desempeñó bien y se puso en contacto con un grupo de partisanos en el bosque vecino a los que proveía de medicinas, sal y azúcar. Se sintió muy seguro de sí mismo y al final fue detenido por una milicia bielorrusa mientras contrabandeaba sal. Fue arrestado como polaco y encarcelado en Baranovichi, a la espera de juicio. La comisión que venía a la cárcel estaba compuesta por un alemán y un bielorruso, y Yossi le confesó al comandante de la prisión que era judío y le pidió que lo salvara: si la comisión lo revisaba físicamente descubirría que era judío y sería asesinado instantáneamente. El director de la prisión dijo que no lo podía ayudar porque ya había informado que se trataba de un prisionero polaco y debía presentarlo así a la comisión, pero le aconsejó a Yossi que si se tenía que desnudar lo haciera primero con el bielorruso, en la esperanza de que esto lo salvaría. Legó la comisión y Yossi fue donde estaba el bielorruso. Cuando entró había una mesa y ¿a quien vio del otro lado?, nada menos que a Sergei Bobko. Se miraron uno al otro y Bobko dijo: ¡salí de acá y si te veo otra vez, sera tu fin!. Yossi voló de la prisión tan rápido como pudo. Después de la Guerra, Bobko fue conducido ante una corte polaca porque había servido como delegado del comandante del terrible campo de concentración llamado Koldichevo, donde había matado a muchos polacos. Arguyó que había salvado la vida de un judío llamado Yossi Halpern. Las autoridades polacas encontraron a Yossi y Yossi confirmó el hecho, Bobko había salvado su vida. Todos los otros bielorrusos que habían asesinado polacos en el campo fueron colgados; Bobko fue sentenciado de por vida porque había salvado la vida de Yossi. Años más tarde fue liberado, un criminal de guerra con muchas vidas en su conciencia que había salvado una sola, la vida de alguien a quien había odiado. Les hablé acerca de la ambivalencia del mal, les hablé acerca de ustedes y acerca de mí, porque la mayoría de nosotros no somos completamente buenos ni completamente malos. La mayoría de nosotros estamos en algún sitio en el medio. Tal vez sea eso lo que nos brinda alguna esperanza para el futuro.