Poderoso caballero es don dinero – Comentario sobre Black Book

Black Book, dirigida por el holandés Paul Verhoeven, estrenada en agosto de 2007 en Argentina, no es una película sobre el Holocausto. Aunque transcurre en Holanda durante ese período, aunque hay nazis, judíos perseguidos, asesinados, escondidos, resistentes, cómplices y colaboracionistas, no es una película sobre la Shoá. No nos enseña sobre los mecanismos del horror, la industria de la muerte, las motivaciones ideológicas pseudocientíficas, todo aquello que hace de la maquinaria nazi el modelo universal del Mal. Creo que es un film sobre dos temas en particular. Trata por un lado, sobre la infinita capacidad del ser humano para defender su vida y los recursos a los que puede apelarse y que no se sabían disponibles porque no son necesarios en la vida “normal”. En efecto, la protagonista, Rachel Stein, o Ellis de Vries según su nombre ficticio no judío, encarna esta característica humana de sostener la vida aún cuando todo parece hacerlo imposible y de improvisar, encontrar una salida, aventurarse, arriesgarse y seguir adelante a pesar de que todo pareciera estar en contra. La fuerza de la vida, la tenacidad con la que nos aferramos a ella no es una novedad en los films que toman este aspecto de la Shoá como temática, ya fue exhibido varias veces de diferentes maneras (recordemos el reciente “El pianista” entre otros). Pero lo que me parece central en la propuesta de Verhoeven, y que lo vuelve completamente original si pensamos en la filmografia dedicada a la Shoá –y no solo en las películas-, es su tratamiento sobre el tema del dinero. Toda la acción dramática gira alrededor de ese elemento bastardo, oculto y determinante de gran parte de la conducta humana, el dinero. En el film, es el dinero –como en la vida- el motor de las traiciones, desde uno y otro lado. Y el dinero ha sido uno de los temas de más difícil acceso cuando se trata de la Shoá. No suele abordarse de manera franca. Se lo oculta, se lo disfraza, se lo teme. El dinero enturbia el abordaje de las situaciones, las complejiza de manera confusa. El dinero introduce diferentes e incómodos matices de grises, redefine a algunas víctimas, redibuja a algunos perpetradores. Aunque sepamos que el dinero es una llave maestra, un lubricante poderoso de la conducta humana es inquietante la idea de que durante la Shoá quien dispusiera de dinero tenía acceso a recursos que no estaban al alcance de la mayoría. Con dinero se conseguía comida, armas, remedios, documentos, pases, pasajes, escondites, se evitaban denuncias, hasta a veces se impedían deportaciones. La mayoría de los nazis y sus cómplices -polacos, ucranianos, húngaros, alemanes, lituanos, rumanos y los demás- podían ser comprados con dinero, siempre y cuando, claro, estuvieran seguros de no ser descubiertos. Rudolf Kastner por ejemplo, fue el protagonista de un salvataje aventurado. Cuando dirigía el comité judío de ayuda y rescate en Budapest consiguió salvar a 1684 judíos húngaros de la deportación y la muerte, dejándolos a buen reparo en Suiza a cambio de dinero, oro y diamantes. Luego de la invasión nazi a Hungría en marzo del 44 con la llegada de Eichmann para hacerse cargo de la solución final, fue con él que negoció Kastner la salvación de cuantos judíos le fuera posible. Para poder subirse a lo que se conoce como el “tren de Kastner” hizo falta pagar mil dólares por cada pasajero. Los más ricos solventaron unos 150 pasajes para los más necesitados pero en la puja por salvar la vida los precios comenzaron a subir. Kurt Becher, enviado de Himmler, exigió por ejemplo 50 asientos para algunos que le habían pagado aproximadamente 25 mil dólares por persona. Esto permitió que fuera liberado en el juicio de Nürenberg merced al testimonio de Kastner que probó que la acción de Becher permitió la supervivencia de ese puñado de personas. El rescate recibido por el total del pasaje del tren superó los 8 millones de francos suizos. Las negociaciones de Kastner hicieron posible que estas personas siguieran vivas lo que no impidió que siguiera siendo un personaje contradictorio y controvertido. En 1957 un sobreviviente lo mató en Israel bajo la acusación de traición hacia los judíos húngaros porque mientras negociaba con los SS la salvación de unos pocos no les había informado sobre los verdaderos planes de los nazis. Aunque fue exonerado post mortem por Suprema Corte israelí, su conducta y las consecuencias de la misma –tanto la salvación de los judíos como la acusación de traición que recibiera posteriormente- son prueba de la forma en que la introducción de la variable dinero complejiza el panorama y perturba el entendimiento. ¿Cuántas de las mil doscientas personas que formaron parte de la famosa Lista de Schindler, por ejemplo, pagaron para ser incluidas en ella? ¿Por qué es un aspecto que no se suele mencionar? ¿Qué tiene de malo preguntarlo? ¿Qué tiene de malo saberlo? ¿Les quita acaso a las víctimas su condición de tales el hecho de haber pagado para ser salvados, las vuelve menos inocentes? ¿Por qué se puede mencionar el robo, la mentira, la falsificación como recursos válidos y respetables para conseguir la supervivencia y se deja de lado la mención del dinero? Hablar de dinero ensucia sin dudas el escenario de la Shoá. Como si la Shoá fuera un espacio diferente del de la vida, sacralizado, puro, incontaminado de las miserias del mundo, sub o supra humano. Como si sus protagonistas no hubieran estado viviendo en la misma realidad que el resto de las personas. Como si su participación en esta espantosa ordalía los eximiera -o los debiera eximir- de las cosas comunes de los demás, como si los elevara a un estado de gracia en el que, como se juegan la vida y la muerte, no podemos tocar semejantes aspectos impúdicos e indelicados. Ya en 1976 Terrence Des Pres, escribió el escalofriante texto sobre la violación excrementicia . Tuvo la osadía de hablar allí de otro tema no abordado con anterioridad y tampoco a posteriori, los deshechos corporales. Con impudicia y mirada descarnada de cronista, desgrana ante nuestros ojos azorados el tratamiento que recibían los prisioneros judíos en los campos de concentración a la hora de tener que evacuar sus intestinos: el procesamiento, los métodos, las humillaciones y bajezas, la forma en que fueron reducidos, lesionados e infectados en el camino de su deshumanización y en el imborrable, vergonzoso y humillante recuerdo que guardan de ello. Nunca más luego del mencionado texto se habló de eso. De manera similar, el valiente film de Paul Verhoeven se atrevió a exponer el tema del dinero. Y duele, claro que duele y molesta. Revela -una vez más- el grado de la injusticia que implica que algunos posean más, tanto más que otros y sus consecuencias. La misma injusticia que observamos hoy fue desplegada durante la Shoá. Los que tenían dinero, disponían gracias a ello de una posibilidad más de sobrevivir. Podían conseguir comida, refugio, pagar con sobornos casi cualquier cosa. Pero el dinero no fue garantía segura, también hizo falta suerte. No bastó la disponibilidad de dinero, como lo prueba el film que comenzaron estas reflexiones. A veces fue un señuelo tan tentador que motivó la denuncia de los codiciosos y con ella la deportación y el asesinato de las víctimas. En el film de Paul Verhoeven la trama va siendo tejida por el ansia de dinero que lleva a mentiras, traiciones, inmundicias similares a las descriptas por Des Pres en su texto sobre los excrementos. El cubo de excrementos vaciado sobre una persona es una metafórica confirmación de esta relación que estoy senalando que ya había sido hecha por Freud que ilustraba los placeres retentivos tanto en las heces como el dinero, dos aspectos inherentes a nuestra humanidad social. En 2003, Norman Finkelstein publicó un libro polémico, duramente resistido, “La Industria del Holocausto”. Denuncia a algunas organizaciones que en nombre de los sobrevivientes reclaman dinero compensatorio, el que parece tener un destino incierto, no siempre en manos de sus destinatarios. Hijo de un sobreviviente de la Shoá, se atreve a hacer esta denuncia que lo coloca en la vereda opuesta de la corrección política respecto del Holocausto. Fue tan fuerte su incorrección que la presión de los correctos ha determinado la anulación del contrato que lo ligaba a perpetuidad como docente en la Universidad DePaul en Chicago. Este contrato, llamado tenure en USA, es revocado solo en contadísimas situaciones y siempre por causales muy severas. La católica universidad de DePaul prefirió separar al catedrático ante la presión de los bienpensantes que consideran de muy mal gusto la exposición de algunos temas cuando a la Shoá se refiere. Tal vez esta universidad prefirió lesionar la libertad de expresión e investigación de este miembro de su cuerpo académico antes que ser acusada de antisemita, riesgo que ninguna institución católica querría correr en vistas de su participación durante muchos siglos en Europa en el alimento de la hoguera del sentimiento antijudío. En este mundo que adora las proposiciones netas, los buenos de este lado, los malos de aquel otro, la Shoá sigue siendo un coto limitado a algunos temas. No está bien visto mencionar cosas tales como traiciones, pujas por el poder, sexo, excrementos o dinero. A más de sesenta años de su finalización, con gran parte de los sobrevivientes ya silenciados por el riguroso paso del tiempo, todavía hay cosas de las que no podemos hablar. Black Book tendrá este mérito.