Permítanme por favor, de antemano, ubicar firmemente el carro ante el caballo y presentar ante ustedes la justificación de esta disertación y, en un sentido, también su conclusión. El Holocausto – Shoá – debe ser visto en sus diferentes contextos. Uno de los contextos es el de la historia judía y la civilización, otro es el del antisemitismo, otros es el de la historia de Europa, del mundo y de la civilización. Hay otros dos contextos y son muy importantes: el contexto de la Segunda Guerra y el contexto del genocidio, y están conectados. Obviamente, sin la guerra, es improbable que hubiera sucedido el genocidio de los judíos y los desarrollos de la Guerra fueron decisivos en el devenir de la tragedia. Recíprocamente, se reconoce en la actualidad de manera creciente que mientras se deben comprender los elementos militares, políticos, económicos y sociales así como fueron evolucionando durante el período, el corazón de la Segunda Guerra, por decirlo de algún modo, su centro en el sentido de su impacto masivo sobre la cultura y la civilización, fueron los crímenes nazis y primero y primordial el genocidio de los judíos que llamamos el Holocausto o la Shoá. El otro contexto que propongo acá es el del genocidio – repito, obviamente, el Holocausto fue una forma de genocidio. Si es así, la relación entre el Holocausto y otros genocidios o formas de genocidio es crucial para la comprensión de esta tragedia particular y de sus aspectos específicos y universales. Luego, discutiremos un triángulo de contextos con la Shoá en el centro y el Segunda Guerra y el genocidio como los escenarios necesarios sin los cuales la comprensión de la Shoá sería difícil de lograr. Esta es mi disertación.
Raramente nos preguntamos ¿por qué la Segunda Guerra Mundial se produjo, no cómo, sino por qué? Usualmente nos ocupamos de cómo sucedió, qué preparativos se hicieron, quién hizo qué y cuándo. Es claro que la Alemania nazi inició el conflicto y hay unos pocos, algo ingenuos, que argumentan que el ataque de Alemania a Polonia fue por el tema del corredor polaco de Danzig o por el deseo de recuperar los territorios perdidos por el Tratado de Versalles. ¿Por qué la dirigencia alemana quería la Guerra contra todos los deseos de la población alemana? El peso de la documentación me parece indicar que el motor fue puramente ideológico. El movimiento nazi llegó al poder decidido a la expansión y la conquista basado en una ideología racial. Veía a la guerra como el estado natural de la sociedad humana. Se rebeló en consecuencia contra el legado del iluminismo aunque era un hijo ilegítimo, si puedo usar el término, del mismo. Pero para el ciudadano común alemán, la primera prioridad era salir de las terribles condiciones económicas de Alemania. Y en esto los nazis tuvieron éxito. La recuperación económica de Alemania fue el resultado, en primer lugar, del ascenso desde el fondo de la depresión, un ascenso que empezó antes del acceso del nazismo al poder; en segundo lugar, el resultado de sobornos masivos a las masas alemanas mediante el aumento de las pensiones y sueldos reales pagados por el déficit financiero. Aunque podrían haber aumentado aún más los salarios pero no lo hicieron para poder solventar el rearme. El rearme los llevó al borde del colapso financiero a pesar del mejoramiento general de la economía y pudieron salir de ello cuando las cosas se pusieron verdaderamente mal en 1937–8, por medio del robo de la propiedad judía como lo mostró Goetz Aly en su reciente libro Hitlers Volksstaat. Enfrentados con serios obstáculos económicos que resultaban de los imperativos de su ideología expansionista, su forma de salir fue incrementando la radicalización en una carrera hacia la guerra y la conquista. Ocuparon otros países no para evitar un colapso económico, sino que consiguieron continuar económicamente a flote explotando impiadosamente a los países conquistados como a aliados, y de hecho pagando por la guerra mediante el robo flagrante de todos sus posibles recursos. El primer objetivo de esta política eran los judíos. Sin embargo, el robo a los judíos no fue la razón del Holocausto. El exterminio de los judíos, aunque implícito previamente -no explícito, en todo caso una parte de la ideología desde el principio mismo-, fue uno de los resultados principales de la ideología y de su implementación. Primero robaron a los judíos y luego los mataron: el antisemitismo era un elemento central en la cosmovisión que propulsaba al régimen. El otro aspecto importante de la ideología nazi era la expansión. ¿Por qué este empecinamiento en la expansión? ¿Acaso la recuperación social y económica de Alemania dependía de la conquista? Difícilmente. Entre 1936–8, ya se estaba saliendo de la crisis económica, el desempleo había dado un respiro, se había conseguido parcialmente la estabilidad social, y el abocarse al rearme y a las preparaciones de la Guerra causaron la crisis de 1937–8. Alemania no necesitaba una guerra para mantener un crecimiento sólido. No precisaba ocupar Europa oriental para obtener granos o materia prima puesto que producía bienes elaborados que podían ser fácilmente canjeados por cosas necesarias. Ciertamente no precisaba tampoco de ningún territorio. La Alemania de hoy, un país más pequeño que el de 1937, con una mayor población, no solo no precisa exportar gente superflua, sino que precisa constante inmigración para mantener su nivel de vida. El hambre de territorio era un postulado ideológico, la expansión una quimera, la guerra materialmente inútil. Repito: desde una perspectiva racional alemana, se produjo una guerra sin sentido, debida a la ideología y no a necesidades pragmáticas. El antisemitismo fue un componente ideológico central para la guerra con sus 35 millones de víctimas o más en Europa que resultó en la destrucción de gran parte de ese continente. ¿Cuán central era el antisemitismo? Creo que lo era y mucho. Estaba alimentado por el carácter casi religioso del Nazional Socialismo que prometía la redención y un Reich de mil años que sería traído por el Divino Mesías, la imagen de Jesús de carne y sangre, Adolf Hitler. La lucha por la felicidad eterna sería conducida contra Satanás y sus seguidores, y Satanás era el judío, el estereotipo del judío. La idea fue comprendida con facilidad por las masas alemanas puesto que derivaba del antisemitismo cristiano que nunca había sido genocida pero que constituyó la fuente de la variación nazi contrariando las declaraciones de nuestros amigos católicos. Así como yo lo leo, el deseo de forzar la emigración de los judíos de Alemania en los años treinta, hacia Polonia a fines de 1939, a Madagascar en 1940 y al Ártico soviético a comienzos de 1941 y luego el genocidio mismo, eran parte del deseo de exorcizar al demonio desde el interior del Pueblo Elegido, es decir los pueblos nórdicos y la raza aria. Los métodos, el timing, las etapas en las que estas políticas se desarrollaron fueron determinadas por consideraciones pragmáticas. El objetivo, sin embargo, era completamente no-pragmático y, como ya se mencionó, puramente ideológico. Luego, la existencia de guetos, por ejemplo en Bialystok y Lodz, era muy importante para la máquina de guerra alemana y era apoyado por oficiales nazis locales. En contra de toda la lógica del capitalismo moderno y de la efectividad costo-beneficio, los guetos fueron aniquilados por órdenes de las oficinas centrales de Berlín, persiguiendo objetivos ideológicos. Son legión los ejemplos de este tipo. Este carácter no-pragmático del genocidio de los judíos es uno de los elementos que diferencia a éste de otros genocidios. Otros elementos fueron la totalidad, es decir el deseo de aniquilar a cada uno de los judíos definidos como tales por los Nazis (obviamente ningún Satanás podía ser dejado suelto por ahí si el proyecto del Pueblo Elegido Nazi debería tener éxito); la universalidad, es decir la idea, desarrollada en etapas, era que los judíos deberían ser tratados en todas partes igual a como eran tratados en la Nueva Europa; y el hecho de que los nuevos métodos y los nuevos usos de los medios tecnológicos modernos para asesinar a millones fueron generados dentro de una sociedad civilizada y culta en el centro de Europa. Entonces, gasear y quemar judíos no era solo pragmáticamente más eficiente que matarlos en fosas con armas de fuego como se hizo en las zonas previamente ocupadas por los soviéticos, sino que era un paralelo simbólico al exorcismo practicado por los autos de fe en la Península Ibérica cientos de años antes. En ambos casos, las personificaciones de Satanás fueron exorcizadas por el fuego. El antisemitismo y el deseo de conquista y dominio no solo de Europa sino finalmente, con la ayuda de aliados, del mundo entero, eran los dos pilares mutualmente complementarios del proyecto nazi. Complementariamente, el Dios Nazi solo podría triunfar si el Satanás Judío era derrotado y aniquilado. En consecuencia, el antisemitismo era una de las causas principales de la muerte de incontables víctimas no-judías en la Segunda Guerra Mundial y la devastación de una gran parte de Europa. Es claro para todos, creo yo, que la Shoá fue un genocidio y como tal no solo puede sino que debe ser comparado con otros genocidios. Solo entonces podemos decir si fue diferente y en qué medida. Para la mayoría de la gente, creo, la unicidad significa una cosa que solo sucede una vez. Si esto es lo que fue la Shoá, entonces nunca más debería suceder, contra nadie; se volvería irrelevante entonces para el presente y para el futuro y si esto es así podemos relegarlo con seguridad a homenajes litúrgicos anuales, a memoriales y a la declamación de clichés gastados, como gustan hacer nuestros políticos. Más que eso: cada hecho histórico es único, cada persona y su trayectoria son únicos. Si el Holocausto fuera único en ese sentido, sería entonces como cualquier otro hecho en la historia humana, no diferente de la unicidad del Imperio Británico, de las guerras napoleónicas, de los sucesos en India bajo los Moghuls: paradójicamente entonces, la Shoá sería como cualquier otro evento histórico, achatado, abaratado, nada digno de mención. La unicidad lo transforma en su contrario, en la total trivialización. No, la Shoá no fue única. No tuvo precedentes; un genocidio como éste nunca había sucedido antes. Pero puede, y en cierta medida lo fue, ser un precedente. Puede pasar otra vez, a los judíos o a otros, perpetrado por cualquiera a cualquiera; seguramente no exactamente del mismo modo, pero de maneras paralelas y aproximadamente similares. El Holocausto tuvo, como dije, varios contextos. El contexto del antisemitismo, que fue su causa principal; los contextos de la historia judía, de la historia europea y mundial, del racismo y el genocidio. En la Segunda Guerra Mundial, la Alemania Nazi quería destruir el liberalismo, la democracia, el pacifismo, el socialismo, el conservadorismo, la cristiandad, todas las cosas que llamamos imprecisamente la Civilización Occidental. La guerra de Alemania fue para limpiar el camino rumbo a la conquista de Europa como un todo y luego, con aliados,del mundo entero. Un nuevo sistema de valores sería impuesto a la humanidad, una jerarquía racial encabezada por los pueblos nórdicos y la raza aria, y el resto ubicados en un orden jerárquico inferior. No los judíos porque todos los judíos estarían para entonces aniquilados. Este mundo racista era una utopía completamente novedosa. La humanidad ha experimentado incontables intentos de substitución de una religión por otra, de destrucción de una nación o imperio por otro, o de una clase social por otra. En la Revolución Francesa la burguesía desplazó a la aristocracia; de modo que la original ideal del comunismo, antes de que se convirtiera en la ideología del régimen imperialista soviético, es decir el intento de reemplazar a la burguesía por la clase obrera, no era realmente novedosa. Pero el nazismo era una novedad; el establecimiento de una jerarquía racial era una completa novedad, aunque sabemos hoy que las razas no existen porque todos provenimos originariamente del este de África según ha sido probado por las investigaciones del ADN. El nazismo fue, en consecuencia, un intento verdaderamente revolucionario, posiblemente el único realmente revolucionario en los últimos doscientos años. Este intento revolucionario fue dirigido contra la civilización occidental. Los judíos eran el símbolo de la civilización por las enseñanzas morales que habían producido. Después de todo, la base cultural de la moderna civilización occidental era la Biblia y para los cristianos tenía dos partes: el Viejo y el Nuevo Testamento, escritos ambos en gran medida por judíos. Había lógica en la ideología nazi: si se quiere destruir la tradición occidental hay que empezar con la aniquilación de sus fundadores, es decir, los judíos. En este contexto ¿dónde entra el genocidio? Está, por supuesto, la muy problemática definición de genocidio de la Convención de 1948 que fue ratificada por la mayoría de los gobiernos del mundo. La definición, como todos ustedes saben, habla de un intento de eliminar como tal a un grupo étnico, nacional, racial o religioso, parcial o totalmente, y enumera cinco maneras en que los perpetradores lo hacen: matando miembros del grupo; causando serio daño mental o físico al grupo; creando condiciones de vida que impiden la existencia del grupo; impidiendo nacimientos de miembros del grupo designado y secuestrando niños del grupo designado. No está claro si deben ser cumplimentadas todas estas condiciones o solo una o dos, para que el asesinato sea llamado genocidio. No está claro cuándo una matanza masiva se vuelve un genocidio. Es en vano hablar de secuestros o de impedir nacimientos cuando todos los miembros de un grupo son el blanco, como fue en la Shoá, cuando todas las mujeres y los niños serán asesinados de igual manera. También es difícil ver a la gente arreada dentro de las cámaras de gas como creando condiciones de vida que impiden la existencia de las víctimas. Y, en la Shoá, no fueron designados ciertos miembros del grupo sino todo el grupo, todos. En el caso de Ruanda fue igualmente problemático. Hutus and Tutsis no son grupos étnicos, hablan el mismo idioma, tienen la misma cultura y son miembros de las mismas categorías religiosas. Las diferencias eran originalmente diferencias de clase y fueron exacerbadas por misioneros europeos y colonialistas que introdujeron una terminología racista básica. Hablando estrictamente, la idea de la tragedia ruandesa como un genocidio podría ser desafiada. Pero fue sin duda un genocidio, en consecuencia es su definición lo que está equivocado. En relación a genocidios previos al siglo XX no hay investigación histórica de la que valga la pena hablar, aunque es indudablemente claro que el tratamiento de los indígenas americanos en todo el continente americano, fue genocida. Así fue el caso de la destrucción de Cartago. Necesitamos herramientas analíticas más afiladas que las provistas por la Convención de 1948, para llamar genocidio a un genocidio cuando lo vemos. La razón por la que la Convención es tan problemática es porque fue un producto del regateo entre Occidente y el bloque soviético, no un resultado de una discusión académica. Por insistencia soviética, el asesinato masivo por razones políticas, que hoy llamamos politicidio, fue excluido, obviamente porque en caso contrario la URSS podría haber sido acusada de genocidio. Fueron incluidos grupos religiosos aunque hay una diferencia básica entre ellos y los grupos étnicos. Las fidelidades religiosas, al menos teóricamente, aunque no siempre de hecho, son un tema de elección. Los judíos europeos y los de países musulmanes amenazados de muerte en el período pre-moderno, podían optar por la conversión y salvar sus vidas, aunque no siempre. Pero si uno nació judío, alemán, ruso, árabe o chino, está pegado a su etnicidad porque después de haber nacido es tarde para elegir progenitores. No hay lógica en incluir grupos religiosos y no políticos en la definición de genocidio porque, al menos en teoría, uno puede elegir su pertenencia política. Por cierto, millones de buenos comunistas se transformaron en buenos nazis en la Alemania nazi y luego muchos buenos nazis se transformaron en buenos comunistas nuevamente en la Alemania Democrática de la posguerra. El asesinado masivo político o politicidio, es una forma de asesinato masivo genocida. Al final, este rondar definiciones, tan caro a los académicos, no tiene mayor sentido a menos que nos mantengamos adheridos a la definición de la Convención y la ventaja es, por supuesto, que se ha vuelto parte de una ley internacional aunque nunca fue usada para la prevención de ningún hecho genocida desde 1948. Sin embargo, deberíamos recordar que nuestras definiciones son abstracciones de la realidad y la realidad es mucho más complicada de lo que pueden ser nuestras definiciones y más que tratar de encajar a la realidad en la abstracción, deberíamos adaptar nuestras definiciones a la realidad. La realidad es que los humanos son los únicos mamíferos que se matan los unos a los otros en grandes números porque ello es posible obviamente por su constitución psicológica. La prueba de ello se ve en todas nuestras leyes que convierten en ilegal al asesinato. Si no hubiera una inclinación al asesinato no sería necesario hacer leyes en su contra. La razón de esta inclinación, o instinto básico, es, como nos dicen algunos psicólogos, el deseo de defender a los que nos son cercanos y al territorio necesario para protegerlos de la rivalidad, invasión y otros peligros reales o imaginarios. Somos mamíferos territoriales y predatorios. Si es así, surge la pregunta de si hay una manera de detener los asesinatos masivos y los genocidios. Las perspectivas no son de color rosa. Hace unos años, el sociólogo norteamericano Rudolph J. Rummel estimó que el número de víctimas civiles de movimientos estatales y políticos en los primeros 87 años del siglo veinte – las fechas fueron elegidas arbitrariamente- fueron 169 millones mientras que en el mismo período murieron 34 millones de soldados. El período incluye las dos guerras mundiales y se ve que murieron cuatro veces más civiles que soldados. 38 millones de los 169 millones de civiles murieron en genocidios, según la definición de la Convención y de entre ellos, casi 6 millones murieron en la Shoá. Rummel, quien mientras tanto aumentó considerablemente sus estimaciones, llama democidio al asesinato de civiles o el asesinato de pueblos, lo que incluye todos los asesinatos masivos y los genocidios según la Convención. Los expertos tienen problemas con los números de Rummel. Pero incluso si estuviera diez o veinte por ciento o aún más lejos de la cifra real, no es realmente relevante; el cuadro general no cambia: los asesinatos masivos de civiles siguen ininterrumpidamente. Sin embargo, así como se puede decir que los asesinatos masivos nos han acompañado desde tiempo inmemorial y probablemente antes también, también se puede decir lo contrario, es decir que el sacrificio generoso por otros nos ha acompañado también. El anhelo de muerte y el anhelo de vida son ambos, aparentemente, parte de nuestra constitución básica. En el mundo real así como en el mundo imaginario de la literatura que lo refleja, ambos tienen una existencia paralela. Los justos, y ello incluye comunidades enteras, aún comunidades enteras como los daneses, salvaron judíos; justos turcos y kurdos salvaron armenios durante el genocidio armenio: justos hutus salvaron tutsis en Ruanda. A menudo esas actividades determinaban el auto-sacrificio para un total desconocido. Es este otro polo de nuestro ser mental e instintivo que hace que la acción contra el genocidio seas una perspectiva realista, aunque difícil y tal vez remota. No hay duda de que vivimos en un mundo pequeño amenazado por la auto-destrucción humana posibilitada por adelantos tecnológicos. Tales amenazas incluyen no solo genocidios sino también luchas de poder entre naciones armadas con armas de destrucción masiva, desastres ecológicos creados por la interferencia humana con la naturaleza y epidemias contra las que no hay cura conocida. También, y de central importancia, la distribución desigual de la riqueza crea sufrimiento masivo y rebeliones sociales y políticas. Los genocidios, por tanto, no son el único gran problema que los humanos hemos creado para nosotros mismos. Y, por supuesto, debemos recordar siempre que la raza humana comenzó su crecimiento meteórico no hace unos pocos miles de años como dice la Biblia, sino medio millón o un millón de años atrás, y que su presencia en este planeta está limitada en el tiempo. Más temprano o más tarde desapareceremos luego de haber terminado nuestra carrera, por decirlo de alguna manera. Con nosotros, desaparecerán nuestras culturas, nuestros logros y fracasos, nuestro Dios o Dioses, nuestros beneficios nuestras esperanzas y nuestras vanidades. Pero lo que deseamos, creo, es que ello sucede más bien tarde que temprano. Los avances tecnológicos han sucedido no solo en armamentos sino también en otros campos que nos amenazan. Los científicos sociales de EEUU han desarrollado modelos sociológicos y politológicos basados en un gran número de variables que posibilitan una evaluación realista de los desarrollos genocidas. Es posible hoy identificar lugares del mundo donde el asesinato masivo puede tener lugar a menos que algo sea hecho para evitarlo. Esto ha llevado al desarrollo de modelos de advertencia precoz que nos permite predecir, con un buen grado de precisión, que dentro de un relativo período de tiempo corto tales amenazas pueden convertirse en una destrucción masiva real de vidas humanas. Habría sido absolutamente imposible predecir el Holocausto con estos medios, lo que nos coloca nuevamente en la situación del Holocausto como un caso especial. Ninguna predicción fue necesaria en los casos de Ruanda o Darfur. En estos como en otros casos no basta con la predicción, es preciso la decisión política que impida los desarrollos genocidas. En la actualidad algunos gobiernos así como las Naciones Unidas disponen de tales medios predictivos. En el congreso de prevención de genocidios de Estocolmo, el 27 de enero de 2004, sugerí cuatro tipos de lo que puede llamarse hechos genocidas: uno, genocidios según la definición de la Convención; dos, politicidios, es decir, asesinatos masivos con motivaciones políticas, económicas y sociales; tres, limpieza étnica cuando el propósito es la eliminación de un grupo étnico como tal; cuatro, ideologías globales genocidas que predican propaganda homicida y prácticas de asesinatos masivos tales como el islamismo radical de hoy y el nazional socialismo y el comunismo en el pasado. El Dr. Juan Mendez fue designado hace dos años como Consejero Especial en la Prevención del Genocidio para la Secretaría General de las Naciones Unidas. No vemos aún la paz mundial pero en el futuro tal vez se puedan lograr algunos pequeños pasos hacia la reducción de los peligros. No creo en utopías: aplicando en otro sentido la famosa cita de Lord Acton, las utopías siempre matan y las utopías radicales tales como el nazismo, el comunismo, los nacionalismos, los extremismos religiosos y similares, matan radicalmente. Tampoco creo en consecuencia en un mundo bueno o en la llegada terrenal de un Mesías celestial que nos salve de nosotros mismos. Creo y espero que con mucha suerte y mucho trabajo, podamos hacer del mundo en el que vivimos un lugar un poquito mejor de lo que es ahora. Vale la pena invertir la propia vida en tratar de hacerlo. ¿Cuáles son las opciones? Debemos ver las opciones no solo en textos eruditos, aunque los tengamos como bases necesarias, sino viendo a la realidad en la forma de los problemas terribles que enfrenta el mundo con los genocidios presentes y futuros. Hoy significa que debemos discutir Darfur, un claro genocidio aún según la Convención, y debemos discutir la relación entre Darfur y los genocidios que lo precedieron y los que lo continuarán, como seguramente sucederá. ¿Qué se puede hacer acerca de Darfur? El Consejo de Seguridad de las UN resolvió enviar tropas. Pero eso se tomará varios meses, el mandato de las tropas no es claro y los países miembros son reticentes al envío de voluntarios y de dinero. Lo que es aún más importante, la misión de las Naciones Unidas ha sido condicionada por el acuerdo con el régimen genocida de Khartoum, acuerdo que por supuesto no será conseguido. Si la misión se lleva a cabo, el propósito no será impedir el genocidio en Darfur porque el genocidio ya está sucediendo, sino detenerlo. Para la prevención de hechos genocidas como el de Darfur, los académicos están trabajando en lo que llamamos caja de herramientas, es decir, una serie de medidas no-militares graduales a ser implementadas en situaciones con amenazas de genocidios antes de que sucedan, e intervenciones armadas posibles para detenerlo si ya ha sucedido. Pero aún si disponemos de una caja de herramientas como esa, la cuestión crucial real será la presión sobre el mundo político. ¿Qué hacemos para ayudar a crear la voluntad política que detenga los asesinatos masivos? Tal vez para nuestra sorpresa, descubrimos que los académicos tienen realmente más poder de lo que piensan. La idea general es la creación de coaliciones de grupos de presión que produzcan propuestas prácticas, con campañas en los medios y acciones similares y que influenciará a gobiernos y políticos comprensivos. ¿Tendrán éxito? No tengo la menor idea. Todo lo que sé es que debemos intentarlo. ¿Cuál es la conexión entre Darfur, Ruanda y el Holocausto? ¿y por qué debemos tomar al Holocausto como el caso paradigmático y no algún otro suceso genocida como la vara para la comparación? Tanto comentadores como políticos comparan constantemente a Darfur con Ruanda. También comparan a Ruanda con el Holocausto como el genocidio paradigmático. Es, creo yo, irrelevante que estas comparaciones sean impropias. Claramente, tanto Ruanda como Darfur fueron o son causadas por desarrollos que se podrían llamar pragmáticos: el deseo de poder o de territorio, contrariamente al Holocausto. Pero son el mismo tipo de acciones humanas que en el Holocausto: asesinato masivo de un grupo designado como víctima, lo que hoy llamamos genocidios o sucesos genocidas o asesinatos masivos genocidas. El motivo, creo yo, para ver al Holocausto como un nivel comparativo, sean o no válidas las comparaciones, es la lenta, a menudo inadvertida conciencia del hecho de que el Holocausto fue la forma más extrema de la enfermedad que atormenta a la raza humana, una dolencia que es un peligro para la existencia misma de la humanidad –no solo el peligro, como dije, sino un muy serio peligro- y el Holocausto se ha vuelto el paradigma de las amenazas genocidas generales. En la actualidad, apenas pasa una semana sin la publicación de una obra literaria, de una pieza artística creada, de una partitura musical y de un sinfín de investigaciones en todos los campos de las humanidades y las ciencias sociales en relación al genocidio de los judíos. Debido a la paradigmática cualidad de la Shoá, parece probable que ello continúe. Tampoco es un tema el ocuparse del pasado reciente. Los judíos están hoy, por primera vez desde 1945, amenazados otra vez, abiertamente, por la ideología islámica radical, cuyos mortíferos tentáculos deben ser tomados más seriamente que lo que fueron los nazis, desgraciadamente, una o dos generaciones atrás. La conexión directa entre la Segunda Guerra Mundial, la Shoá, y los hechos de genocidio actuales es más que obvia. No hay repeticiones acá que vuelvan a un punto anterior, igual a lo que sucede con la narrativa sobre el genocidio de los judíos. La Shoá no tuvo precedentes. Pero fue un precedente y ese precedente está siendo seguido. Deberíamos hacer todo lo posible por detenerlo. Los efectos posteriores de la Shoá y de la Segunda Guerra Mundial están entre nosotros, son un pasado y un presente, un pasado que tiene todavía un futuro y hay un tema de gran importancia que está comenzando a ser advertido pero que necesita ser explorado con más seriedad. Me refiero a la comparación entre los dos regimenes totalitarios, el Nazional Socialismo y el Comunismo Stalinista. El paralelo entre los dos es obvio: una dictadura de un solo partido con un dictador semi mítico a la cabeza, la existencia de una masiva máquina de terror de una policía estatal muy bien organizada, una ideología que constituyó una religión exclusiva y así sucesivamente. Las diferencias, sin embargo, no han sido exploradas apropiadamente: la Unión Soviética era un estado centralizado con una economía centralizada con una implícita tendencia a la corrupción masiva y a la ineficiencia económica. La Alemania nazi era básicamente un régimen poliárquico, no centralizado, donde los vasallos feudales competían por la atención del todopoderoso dictador, pero que estaba construida sobre la combinación de una poderosa empresa privada y una manipulación inteligente por autoridades fiscales centrales. Florecía la propiedad privada, especialmente la de grandes empresas industriales, agriculturales y bancarias. La ineficiencia fue el resultado no de la estructura económica sino de la intervención en la economía de una dictadura política ideológicamente motivada. Durante la guerra, esta ineficiencia política impulsada por la ideología influyó decisivamente sobre la planificación y la ejecución de las acciones militares. Sin embargo, ambos regimenes lograron superar las deficiencias a corto y mediano plazo gracias a grandes esfuerzos emanados de su centro. La cultura política fue diferente: Hitler era un individuo indeciso, básicamente perezoso, dado a breves exhibiciones de gran energía, quien trató de evitar lo más que pudo tomas de decisiones sobre asuntos económicos, sociales y de política interna, excepto en áreas que consideró cruciales para el emprendimiento nazi. Intervino en temas tales como la aniquilación de los judíos, estrategia y aún táctica militar. No se tomaron minutas de la mayoría de las reuniones ni fue creado un archivo de documentación apropiado para el control del proceso de toma de decisiones en el centro del poder. Después de 1938, no hubo nunca reuniones del gabinete alemán; todas las decisiones eran supuestamente emanadas de la dirección general del Führer. Stalin, por el contrario era un workaholic, un adicto al trabajo. Las tomas de decisiones estaban a cargo del Politbureau, en el que Stalin era la figura dominante y la autoridad definitiva, pero había discusiones y propuestas y se tomaban minutas. En la Unión Soviética no hubo intentos de eliminar la autoridad estatal controlada por el partido mientras que en la Alemania nazi los elementos medulares del partido nazi y Hitler mismo, trataron de anular al estado y hacer someter a la burocracia a los caprichos del dictador. Michael Wildt de Hamburgo analizó con brillantez esta cuestión en su libro Die Generation des Unbedingten: apareció una nueva burocracia anti burocrática, especialmente en el centro del régimen de terror, en el Reichssicherheitshauptamt (RSHA) que controlaba a la policía política, lo que socavó efectivamente toda autoridad legal e intentó eliminar los remanentes del estado prusiano nacional-liberal. En esto, el stalinismo estuvo mucho más próximo al fascismo italiano con su adoración al estado de lo que estuvo el Nazional Socialismo, un régimen verdaderamente revolucionario que intentó abolir el estado como repositorio legal del sistema. El nazismo no quería ningún sistema legal, ni siquiera uno nazi. Quería la libertad completa de decisiones del dictador en representación del partido que representaba al pueblo. Esto no tuvo paralelo en el stalinismo. ¿Stalin cometió genocidios? Depende de nuestra definición: hubo ciertamente deportaciones de grupos étnicos enteros tales como los chechenios, los ingushes, los tártaros de Crimea o los alemanes del Volga. Pero el propósito no era la aniquilación de estos grupos como tales y no hubo matanzas en gran escala; fueron más bien castigos por colaboraciones de esos grupos con los invasores alemanes. Sin embargo, si se acepta mi descripción de los hechos genocidas, entonces sí, los soviéticos cometieron un gran politicidio, acciones genocidas dirigidas principalmente, aunque no exclusivamente, en contra de rusos, ucranianos y judíos. No puede haber casi duda de que el número de las víctimas de la opresión soviética excedió el número de los muertos en los campos de concentración nazis, aún si se incluyen las víctimas del genocidio de los judíos. Pero tampoco hay duda de que el número de víctimas durante la Segunda Guerra Mundial iniciada, deseada y ejecutada por la Alemania nazi, excede en mucho el número de víctimas de los Gulags y de la opresión soviética. El juego de los números acá, como en cualquier otra parte, no nos lleva a ningún lado. Hay, sin embargo, otra gran diferencia entre los dos totalitarismos que aún no ha sido explorada suficientemente: el Nazional Socialismo fue una rebelión no solo contra el legado del iluminismo sino contra todas las normas y tradiciones de lo que inadecuadamente llamamos la civilización occidental y la dirigencia nazi era conciente de ello. Era una rebelión contra la moralidad aceptada, contra las normas sociales, contra toda forma de tradición legal, y más aún. Se opuso a la democracia, al liberalismo, al pacifismo, al conservadorismo democrático y a todas formas de socialismo y de democracia social así como contra la cristiandad organizada. Su utopía era la jerarquía racial, ninguna forma de igualdad así como se entiende habitualmente: buscaba la igualdad entre la élite racialmente superior, nada más que eso. La ideología soviética, por otra parte, estaba basada en el legado marxista que veía a la revolución proletaria como una continuación de la burguesía y prometía una utopía maravillosa sin clases con una igualdad ideal, la abolición de un estado basado en la clase social y la total democracia con derechos individuales. Si se ve la constitución de 1936 de Stalin, eso es lo que dice. La realidad soviética fue, por supuesto, todo lo contrario de lo que la constitución de Stalin prometía. Pero lo interesante es que la constitución era enseñada en las escuelas, de modo que generaciones de ciudadanos soviéticos aprendieron que el ideal era lo opuesto a lo que vivían en su vida cotidiana. Éstas y otras contradicciones similares, traducidas a la realidad económica y social, fueron, creo yo, las que llevaron finalmente al deterioro y la disolución del imperio soviético. No había tales contradicciones en el Nazional Socialismo, y ese régimen, el peor que ha desfigurado nunca a la humanidad, tuvo que ser derrotado por la fuerza de las armas y desde el exterior. Los nazis realizaron lo que en la Convención de 1948 se denominó genocidio: contra los Roma, los polacos y principalmente, con total ausencia de pragmatismo y con sustento puramente ideológico, contra los judíos. Los soviéticos no hicieron nada por el estilo. Si los alemanes no hubieran atacado a la Unión Soviética en junio de 1941 luego de casi dos años de una alianza estrecha, ¿habría habido un enfrentamiento permanente entre ambos totalitarismos? No lo creo. Era muy claro para ambas élites, que la alianza era temporaria y que tarde o temprano chocarían. Cuando sucedió, los alemanes casi arrasan al estado soviético. La mayoría de las personas cree que la alianza forjada entre occidente y los soviéticos no era natural si se piensa en culturas políticas y objetivos de largo alcance. Pero no había nada no-natural en el hecho de que un régimen que amenazaba a los logros de la civilización occidental hubiera sido opuesto por todos los que, aún de formas diferentes y contradictorias, querían continuar la civilización, incluso de maneras distorsionadas como el caso de los soviéticos. Al final, la guerra fue ganada principalmente por los soviéticos. Occidente por supuesto ayudó proveyendo de armamentos importantes y cruciales y su ayuda abrevió la Guerra. La invasión a Europa occidental contribuyó marcadamente a la victoria final. Pero la guerra fue ganada por el Ejército Rojo que derrotó a la mayoría de las fuerzas alemanas con un costo enorme. La Unión Soviética liberó al mundo de la amenaza de otro largo período de imaginables eras oscuras. Esta es la percepción de la historia reciente que prevalece en toda Europa y en el mundo y determina la memoria histórica de occidente. Es verdad incluso, digamos, en Ucrania, donde los alemanes fueron originalmente recibidos con entusiasmo por la mayoría de la gente, aunque había allí ya en 1941 una minoría pro-soviética importante cuyo número se desconoce. Muchos ucranianos participaron del asesinato de los judíos, se ofrecieron como voluntarios para la policía pro germana, colaboraron con la administración alemana, pero pronto fueron cubiertos por una gran desilusión. Los alemanes no permitieron ningún tipo de autonomía ucraniana, trataron a los ucranianos como seres inferiores y luego deportaron a cientos de miles para trabajos forzados. El ánimo cambió rápidamente. También el hecho de que grandes cantidades de ucranianos sirvieran en el Ejército Rojo hizo que sus familiares viviendo bajo el régimen alemán se inclinaran cada vez más hacia los soviéticos. Cuando debieron elegir entre ser regidos por los alemanes o por los comunistas ucranianos, la mayoría de los ucranianos eligió finalmente a los Soviets. El Ejército Rojo fue recibido como liberador, excepto en Volynia y partes de la Galicia Oriental donde el grupo armado clandestino anti-soviético OUN tuvo ingerencia hasta alrededor de 1950. En Polonia, igualmente, mientras el Ejército Rojo era visto por la mayoría de los polacos como un nuevo enemigo, fue bienvenido como liberador de la ocupación alemana que había sido mucho peor que lo que habría sido el estar regidos por los comunistas polacos. Muchos polacos decían que hay que sacarse de encima a los alemanes antes de vérselas con los comunistas. En Checoslovaquia, un fuerte movimiento comunista nativo se unió con liberales y conservadores con una actitud similar a la de los polacos. En Hungría también, gran parte del ejército fue hacia los soviéticos porque la alternativa no era solo los alemanes sino el régimen nazi húngaro. Claramente, líderes anti-comunistas como Sikorski y Mikiolajczyk en Polonia, Benes y Masaryk en Checoslovaquia, Maniu y Bratianu en Rumania, y así sucesivamente, compartían ese punto de vista. Cuanto más al oeste se iba de la real Unión Soviética, mayor el entusiasmo por los liberadores soviéticos. Para los judíos era aún más simple. El régimen alemán significaba sin duda la muerte; el régimen soviético era la opresión étnica y más tarde también el anti-semitismo. Pero la única esperanza de supervivencia era la victoria soviética. Todos los sobrevivientes judíos les deben sus vidas a la victoria soviética. Después de la Guerra, en su gran mayoría, estos sobrevivientes se concentraron en campos de desplazados en Europa Central, y fueron un factor importante en el establecimiento de Israel. La victoria soviética lo hizo posible. Los soviéticos efectivamente liberaron a Europa, aunque fuera una liberación problemática. Excepto acá en los estados bálticos donde hay una percepción diferente: la perspectiva es que hubo tres ocupaciones, y que la segunda soviética duró décadas y fue peor que la alemana. ¿Cuál es el contexto para todo esto? Alojado entre dos gigantes de poder creciente entre las guerras, Alemania y la Unión Soviética, los estados bálticos tuvieron que maniobrar entre ellos. Durante la década del veinte y a comienzos del treinta, trataron de apoyarse en las democracias occidentales y desarrollaron sistemas parlamentarios. Pero a mediados del treinta, abandonados por los liberales occidentales arrastrados por la depresión, el poder fue asumido por regímenes autoritarios conservadores bajo Antanas Smetona en Lituania, Karlis Ulmanis en Latvia y Konstantin Päts en Estonia. Estaban temerosos, con razón, de la Rusia comunista, a pesar de la oposición radical a los alemanes que era tradicional por ejemplo en Latvia. Los movimientos y partidos extremistas de derecha fueron creciendo desde el interior. Cuando las dos dictaduras dividieron a Europa Oriental entre sí en 1939, al principio Latvia y Estonia y pronto también Lituania, cayeron del lado de los soviéticos que ocuparon los tres estados en 1940. Se debe reconocer que hubo muchos colaboradores locales con los soviéticos y que los partidos comunistas locales eran pequeños pero de gran influencia y que parte del campesinado recibió con beneplácito la repartición de la tierra. Justas Paleckis en Lituania, y Augusts Kirhensteins en Latvia no eran ciertamente personajes centrales en sus sociedades, pero tampoco eran totalmente marginales. En Lituania, elementos del ejército trataron de colaborar con los soviéticos con la esperanza de poder integrarse en las fuerzas armadas soviéticas como unidades separadas. Los soviéticos gobernaron principalmente desde bambalinas a través de sus sátrapas locales. Hubo opresión nacional, persecución política, se introdujo el estilo soviético del partido único y en junio de 1941, comenzaron las deportaciones. Cuando atacaron los alemanes, la vasta mayoría de los bálticos se alineó de su lado. Pero los alemanes, en contra de la expectativa de muchos, no garantizaron la autonomía ni menos aún la independencia. La colaboración con la persecución y asesinato de los judíos fue masiva y las unidades auxiliares de la policía lituana, latvia y estonia fueron una parte importante de la máquina de muerte en Bielorrusia, en Polonia y en Ucrania. Sin embargo, ello no cambió la política colonialista alemana hacia las poblaciones bálticas. Tampoco lo hizo el reclutamiento de unidades SS en Latvia más adelante luego de que los judíos hubieran sido aniquilados. Los alemanes trataron a los bálticos igual a como habían tratado a los ucranianos, excepto que las deportaciones para trabajos forzados fueron mínimas. El plan para el futuro, como lo refleja el Plan General Nazi para el Este -Nazi Generalplan Ost-, era la germanización definitiva de gran parte de los bálticos y la utilización del resto para inspeccionar y controlar a los grupos étnicos peor vistos. La oposición local, lentamente, fue creciendo. Poco convocantes y eficientes, no son muy convincentes los intentos recientes de mostrarlos como movimiento anti-nazi clandestino y patriótico. Los partisanos soviéticos por el contrario, dirigidos con frecuencia por individuos bálticos pro-soviéticos, ganaron apoyo. Luego, regresaron los soviéticos con las unidades latvias, lituanas y estonias del Ejército Rojo, es decir con gente que era en gran parte, aunque no toda, aliada al régimen soviético. Mientras que la primera ocupación soviética duró un año y la alemana cuatro, la segunda ocupación soviética duró unos 45 años. Esta discrepancia en la ocupación extranjera puede ayudar a explicar las actitudes bálticas respecto de los nazis y los bolcheviques. ¿Los soviéticos cometieron genocidio o algo que se le acerque, durante sus dos ocupaciones a los países bálticos? Permítaseme tomar los resultados del admirable trabajo de la Comisión Histórica Latvia, en particular las partes del mismo que pude leer en inglés. Había casi dos millones de personas en Latvia, en 1939, casi 75 por ciento de los cuales eran étnicamente latvios; el resto eran principalmente rusos, alemanes y cerca de 95,000, o aproximadamente un 5 por ciento, judíos. Los soviéticos reprimieron y persiguieron a unas 3,000 personas durante la primera ocupación y deportaron a 15,400 más, en total, menos del 1 por ciento de la población. La mayoría de los deportados sobrevivieron. Pero de estos 15,400, 11.7 por ciento eran judíos, luego el número de los perseguidos y deportados judíos era más del doble de la proporción de la población. Los soviéticos no abolieron el idioma latvio y más que anular, transformaron las instituciones culturales locales. Pero prohibieron el uso del hebreo y luego suprimieron el idish, disolvieron todas las instituciones específicamente judías aún cuando no abolieron formalmente la observancia religiosa judía. Las comunidades judías no fueron transformadas sino erradicadas. Durante la segunda ocupación, a fines de los cuarenta, los soviéticos deportaron a 43,000 ciudadanos latvios. Junto con la primera ola en 1941, el total sumó un 3.3 por ciento de la población. Y aunque los alemanes habían para entonces asesinado con ayuda local a casi todos los judíos latvios, había unos pocos judíos entre los deportados de la segunda ola. Es difícil hablar de una ola genocida anti-báltica. Si algo hubo cercano a la eliminación en manos soviéticas, era la de los judíos no la de los latvios, aunque la cultura latvia fue denigrada y atacada. Los historiadores latvios han deconstruido también el mito sobre la significativa participación judía en el gobierno soviético y el organismos policiales. El mismo cuadro emerge en los territorios polacos previos en la Bielorrusia y Ucrania del oeste. Allí, según datos polacos, de uno 800,000 deportados a Siberia en 1939–41, el 30 por ciento eran judíos, aunque los judíos eran solo el 10 por ciento de la población. Son datos que suman a la opresión y la persecución. Adicionalmente, en las áreas bálticas ocupadas, había una emigración masiva de los no bálticos desde la Unión Soviética, debido al nivel económico y social mayor. La pregunta aún abierta es si esto era intencional o no, probablemente fuera una mezcla de ambos. Todo esto era malo pero no era ciertamente genocidio. Si hubiera habido genocidio de los pueblos bálticos, no podría haber habido un movimiento de independencia que fue finalmente victorioso entre 1987 y 1991. Fue entonces que se produjo el colapso del régimen bajo su propio peso regresivo, su ineficiencia y su corrupción política y moral. Además del asesinato de varios miles de Roma errantes, el único genocidio sucedido en los estados bálticos fue el de los judíos. Emergen dos grandes problemas: uno, la colaboración con los alemanes de la gran mayoría de los pueblos bálticos, no necesariamente a causa de alguna simpatía con los alemanes o con el nazismo sino como resultado de la situación política, étnica y económica, determinadas por la geografía y la historia, el resultado fue la colaboración de un gran número, activamente o con un acuerdo silencioso, en la aniquilación de judíos; y dos, una seria desconexión entre las percepciones bálticas del pasado y las del resto de Europa y por cierto del mundo, básicamente acerca del rol histórico de la Unión Soviética en la guerra contra la Alemania Nazi. No debe ser tomado a la ligera. Los países bálticos recuperaron su independencia como resultado de una oposición a la opresión nacional anti-soviética, una lucha admirable y principista Sus elites, debido a lo que considero una manera de pensar democrática firmemente asentada, se comprometieron en un proceso difícil y muy doloroso, a reconocer sus responsabilidades en la aniquilación de los judíos de su medio. Son, estoy convencido, parte del mundo que se opone a los asesinatos masivos y al genocidio sea donde fuere que suceda. Son aliados importantes en la lucha por un mundo mejor, motivo por el cual se han comprometido, entre otras cosas, en el gran esfuerzo por estimular el conocimiento del Holocausto para aprender para el futuro. La responsabilidad que asumen respecto de su pasado, tanto en relación a la Shoá y, en un contexto mucho más amplio, es tan pesada y difícil como lo es para el resto de nosotros. El bien y el mal están pintados raramente en negro y blanco. Sin embargo, el régimen nazi, con su mal absoluto casi total, es una excepción. El mundo occidental, que incluye a la Unión Europea, ve a la Segunda Guerra Mundial como un punto de referencia central y a la Shoá como su eje principal. Como una de sus consecuencias, ve a la Unión Soviética como un socio crucial, un liberador, un liberador problemático ciertamente, pero liberador al fin en el rescate del mundo de la amenaza potencial a su existencia en manos del nazismo. Una desconexión entre la conciencia histórica de los estados bálticos y del resto del mundo occidental sería una tragedia. Los Justos que salvaron vidas a riesgo de la propia, acá en Latvia y en cualquier otro lugar, no estaban en el centro de la Shoá sino en sus delgados márgenes. Pero son ellos los que probaron que hay una alternativa, que podemos escapar del abismo de los hechos genocidas. La mayoría de los salvadores no puede ser pintada en negro o blanco sino en diferentes tonos de gris, como el resto de nosotros. Vean a Kurt Gerstein, un protestante alemán opuesto al nazismo, que se unió a las SS porque quería descubrir lo que las SS le estaban hacienda a los judíos. Logró entrar en el campo de exterminio de Belzec, y vio el asesinato masivo que allí tenía lugar; a su regreso a Alemania, se encontró con un diplomático sueco y por medio suyo trató de advertir al mundo. Contactó al emisario vaticano en Berlín, y a la resistencia holandesa. Intentó advertir y falló. ¿Fue un héroe? Para llegar a Belzec, consiguió un trabajo en las SS en el traslado de recipientes con gas venenoso a Polonia. Es decir que para ayudar a los judíos, traía el gas para asesinarlos. Saúl Friedlander lo llamó la ambivalencia del Bien. Pero también está la ambivalencia del Mal. Y como considero que un historiador del Holocausto no puede permanecer en el reino de la abstracción sino que debe contar historias verdaderas que muestren la realidad del día a día del genocidio, concluiré con una historia. Su nombre es Yossi Halpern, y todavía anda por ahí, en Israel Tenía 16 años cuando huyó, solo, desde la Polonia occidental ocupada por los nazis hacia la parte oriental ocupada por los soviéticos. Quería ir a la escuela pero los soviéticos lo forzaron a ser un maestro en una pequeña aldea bielorrusa, para enseñar a leer y escribir a niños pequeños. Los campesinos lo mantenían. Le consiguieron una barraca de madera, unos bancos y un pizarrón. Le consiguieron hasta tizas. Y él pidió un pequeño patio de juegos para los chicos al frente de la barraca escolar. La tierra pertenecía al único campesino rico del poblado, un hombre llamado Bobko, que tenía dos hijos, el más joven llamado Sergei. Los Bobkos no querían entregar el pequeño pedazo de tierra pero los campesinos los amenazaron con que si rehúsan serían denunciados a las autoridades soviéticas como kulaks (explotadores). La tierra fue entregada pero los Bobkos no olvidaron ni perdonaron. Luego llegaron los alemanes. Los campesinos le prometieron a Yossi que lo protegerían, pero ahí estaba Bobko que denunciaría a los alemanes al joven maestro judío. Entonces Yossi dejó la aldea, consiguió documentos polacos falsos y fue a Baranovichi, el pueblo más cercano y consiguió un trabajo con un colaborador bielorruso, como supervisor de un emprendimiento de agricultura a alguna distancia del pueblo. Se desempeñó bien y se puso en contacto con un grupo de partisanos en el bosque vecino a los que proveía de medicinas, sal y azúcar. Se sintió muy seguro de sí mismo y al final fue detenido por una milicia bielorrusa mientras contrabandeaba sal. Fue arrestado como polaco y encarcelado en Baranovichi, a la espera de juicio. La comisión que venía a la cárcel estaba compuesta por un alemán y un bielorruso, y Yossi le confesó al comandante de la prisión que era judío y le pidió que lo salvara: si la comisión lo revisaba físicamente descubirría que era judío y sería asesinado instantáneamente. El director de la prisión dijo que no lo podía ayudar porque ya había informado que se trataba de un prisionero polaco y debía presentarlo así a la comisión, pero le aconsejó a Yossi que si se tenía que desnudar lo haciera primero con el bielorruso, en la esperanza de que esto lo salvaría. Legó la comisión y Yossi fue donde estaba el bielorruso. Cuando entró había una mesa y ¿a quien vio del otro lado?, nada menos que a Sergei Bobko. Se miraron uno al otro y Bobko dijo: ¡salí de acá y si te veo otra vez, sera tu fin!. Yossi voló de la prisión tan rápido como pudo. Después de la Guerra, Bobko fue conducido ante una corte polaca porque había servido como delegado del comandante del terrible campo de concentración llamado Koldichevo, donde había matado a muchos polacos. Arguyó que había salvado la vida de un judío llamado Yossi Halpern. Las autoridades polacas encontraron a Yossi y Yossi confirmó el hecho, Bobko había salvado su vida. Todos los otros bielorrusos que habían asesinado polacos en el campo fueron colgados; Bobko fue sentenciado de por vida porque había salvado la vida de Yossi. Años más tarde fue liberado, un criminal de guerra con muchas vidas en su conciencia que había salvado una sola, la vida de alguien a quien había odiado. Les hablé acerca de la ambivalencia del mal, les hablé acerca de ustedes y acerca de mí, porque la mayoría de nosotros no somos completamente buenos ni completamente malos. La mayoría de nosotros estamos en algún sitio en el medio. Tal vez sea eso lo que nos brinda alguna esperanza para el futuro.