Otras cosas

Gentiles (1) sensibles contra el nazismo

Una de las cosas que caracterizan a los judíos es la dificultad de caracterizarnos. Cada judío lo es a su manera. Pero, aunque no somos un grupo homogéneo ni todos tenemos la misma sensibilidad respecto al antisemitismo, todos lo conocemos personalmente. Me sorprendió encontrar esa sensibilidad también en algunos gentiles. 

Te cuento. Fui a ver “Escape Room” (2) luego de un llamado de alguien espantada por la “exhibición de elementos y simbología nazi que no considero necesarios y son una peligrosa apología del nazismo” (sic). Dado que Tomás Rotemberg era el productor, no creí que pusiera una obra nazi, sugerí que tal vez podría ser una cuestión de miradas. “¡No solo me pasó a mi!” respondió, “lo mismo sintieron otros espectadores con los que hablé a la salida”. Me intrigó. 

Obviamente fui a ver la obra. Teatro lleno. Público de entre 20 y 30 años. Risas, momento grato. Efectivamente hay símbolos nazis pero están al servicio de la trama y, claramente, en clave de sátira, al estilo de “El Gran Dictador”, “Los Productores”, “El Tren de la Vida”, La “Vida es Bella”, “Jo Jo Rabbit” y tantos films y textos que toman al nazismo como el paradigma del mal absoluto y confían en la mirada del público. Ni Chaplin ni Mel Brooks ni Mihăileanu ni Benigni ni Waititi fueron acusados de hacer apología alguna del nazismo. ¿Qué pasaba acá? ¿Era la obra o era la sensibilidad de la mirada de algunos espectadores?

“Escape room”, pensada para un público joven, encuentra muy graciosas algunas situaciones y giros temáticos y lingüísticos. Es la típica obra que transcurre en un espacio cerrado y amenazante que fuerza a los participantes a una interacción en la que van cayendo las caretas e hipocresías de una falsa y tramposa corrección política. La simbología nazi es la herramienta que desafía, presiona y asusta y así lo entiende el público asistente.

No encontré nada ofensivo, malévolo, banalizador ni alentador del nazismo. Tampoco lo encontraron espectadores conocidos a quienes les pregunté. Y acá viene lo que me despierta esta reflexión: tanto quien me alertó como los que pensaban igual, no eran judíos, mientras que mis conocidos lo eran. Entonces me pregunto ¿por qué nosotros, los judíos, no lo percibimos como amenaza? ¿Por qué fueron los gentiles quienes se sensibilizaron? ¿Será que temen y repudian la amenaza de ser acusados de antisemitas y están alertas para ver los indicios y expresarse en contra? ¿Como el convertido que para confirmar su conversión debe ser más papista que el Papa? ¿Habrá algo así como una especie de señal de alarma que se enciende ante la sospecha de que podría haber un contenido antisemita y “si no levanto mi voz no vaya a ser que alguien piense que lo soy”? 

Yo creía que esa susceptibilidad era algo que nos pasaba solo a los judíos, no a todos, a muchos. Lo describí como la ABEJA (3) (Alarma Básica y Específica de Judeofobia Ambiente) dispositivo que nos hace prestar una especial atención y a veces exagerar o ver amenazas de antisemitismo hasta donde no las hay. Creía que para algunos judíos la evidencia de la judeofobia era incluso una noticia confirmatoria; subraya ese miedo ancestral que, de una manera misteriosa y si se quiere absurda, nos tranquiliza porque todo está igual, habrá que seguir cuidándose. Y con este episodio descubro que algo parecido podría pasarle a los gentiles especialmente a los que rechazan y desnaturalizan el prejuicio antisemita de la cultura occidental y viven y exhiben esa oposición con compromiso y de manera militante. Como cuando un hombre que ha descubierto las trampas de la cultura patriarcal imbuida de masculinidad tóxica, se propone no actuar con el modo autoritario y violento típico del estereotipo pero, como el patriarcado sigue siendo dominante, debe ponerle freno a su espontaneidad no vaya a ser que se le “escape” alguna conducta que exponga eso que ha decidido no sentir ni mostrar.

¿Le pasará igual al gentil sobre quien pende la acusación histórica de antisemitismo? ¿Sentirá también el peso de tener que validar una y otra vez su compromiso ético ajustando la lente para descubrir cualquier señal que pudiera revelar lo contrario? Si fuera así es para mi una sorpresa, una buena sorpresa, porque me hace pensar que el flagelo del antisemitismo ha dejado de ser un tema exclusivamente judío. Algunos gentiles lo entienden como parte preocupante de la convivencia, lo rechazan y han hecho suya la tarea de su denuncia, dilución y tal vez (pongo las manos en gesto de plegaria), erradicación.

“Escape Room” es una comedia que desenmascara hipocresías. No le veo ninguna amenaza y si ha permitido que descubra a estas personas que se apropiaron de lo que siempre hemos asumido los judíos, ¡chapeau por ellos! ¡Bienvenidos al mundo de la susceptibilidad, del prejuicio, la maledicencia, la oscuridad y la crueldad de los estereotipos cuyo modelo más acabado es el antisemitismo! Ojalá tengan más éxito que nosotros. 

Diana Wang, Febrero 2024

Notas:

(1) Gentil: no judíos, según la traducción al latin de la Biblia (la Vulgata, S IV
(2) Autores Joel Joan y Héctor Claramunt. Dirección Nelson Valente. Teatro Multitabaris.
(3) Ver en http://tinyurl.com/2b9yn2v3

Publicado por Infobae

Ataques de Hamas a Israel: impactante campaña contra el uso de la violencia sexual como arma de guerra

Desde el Foro Argentino Contra el Antisemitismo, Diana Wang sostuvo a Infobae: “En junio de 2015, la Asamblea General de la ONU proclamó al 19 de junio Día Internacional para la Eliminación de la Violencia Sexual en los Conflictos, con el objetivo de concientizar sobre la necesidad de ponerle fin a la violencia sexual. El 7 de octubre de 2023 el grupo terrorista Hamás, entre las atrocidades que perpetró en el estado de Israel no solo violó, torturó y asesinó a mujeres, sino que lo filmó y luego lo hizo público exhibiéndolo como trofeos de guerra. En la historia bélica humana, la violación y el saqueo han sido conductas habituales pero nunca, hasta ahora, el ‘orgulloso botín’ consistió en su regodeo y difusión. El mal hiere el tejido social. El mal entronizado ahora como triunfo en una vuelta de perversión e iniquidad corroe a la civilización misma”.

“Este 8 de marzo, día en que se honra la muerte de más de cien mujeres en aquel trágico incendio de la fábrica Triangle Shirtwaist en Nueva York, en 1919, es fecha propicia para un fuerte tirón de orejas a las organizaciones feministas que dicen proteger a las mujeres y han dejado a las judías a la intemperie. También es momento de reinstalar lo declarado por la convención de la ONU en 2015 para que este organismo internacional se recupere de su ceguera y su mudez y honre su propósito fundacional. Las mujeres judías son tan mujeres como todas las demás, igualmente humanas y dignas de cuidado y consideración. ¿O es que alguien lo pone en duda?”, enfatizó Wang.

Nota completa en Infobae

Anti-Semitism is not a Jewish issue.

I am tired of talking about anti-Semitism. Fed up. Exhausted.

Why do I have to explain anti-Semitism?

Why do I have to find a way to eradicate it?

Why? Because I am Jewish?

Why do Jews assume the task of inventing pedagogical modules, managing the miracle of prejudice dissolution, clarifying, informing, explaining? Why us? I am tired of carrying that burden.

When Jack Fuchs, a survivor, was asked about the Holocaust, he said, "Why ask me? Ask the Nazis...!"

Why do Jews have to explain anti-Semitism? We did not create it; we were - are - its victims. We can give entire seminars on the various ways we have been attacked throughout the centuries, but does that give us the authority to explain it? Is a battered woman asked to explain the personality of her abuser? Is a rape victim asked to explain the pathology of the perpetrator? Is a victim of any crime asked to explain the criminality of the offender?

Why must Jews develop theories and create mechanisms to eradicate anti-Semitism? Perhaps because others do not. I am tired of doing the work that others should do. In truth, not everything we did, although much, was enough. Anti-Semitism is in excellent health.

Maybe we should not be the ones to assume that responsibility. Despite what anti-Semites believe, we do not have the power to influence anyone's opinion, let alone change prejudices.

Furthermore, we are directly affected, and who pays attention to the victim's arguments? It is ridiculous to expect the victim to modify the perpetrator. The perpetrator and their associates have that power. Christianity generated it, fascism spread it, and today radical Islamism and well-intentioned leftists revive it. Since Nostra Aetate in 1965, the Church has undertaken a task to reverse the scourge of anti-Semitism, and some, few at the moment, have realized that it is an issue that concerns the civilized world, far beyond the Jewish realm. Because anti-Semitism is not a Jewish issue. Since Hajj Amin al-Husayni, the Mufti of Jerusalem, supported Nazism and met with Hitler in 1941, the Arab rejection of the land partition and their exodus, Israel's military triumphs in each attack it faced, have made anti-Semitism a banner of radical Islamism. The successful campaign they conducted in the media and on social networks has contaminated the consciences of a left that was seduced by the narrative of Palestinian victims in the hands of the supposed Israeli occupier, "vile, cruel, diabolical" (any resemblance to medieval accusations against Jews is not a coincidence).

I am tired of showing my wounds, tired of searching for whys, tired of fighting against ignorance and prejudice. I am tired of having to justify myself and give reasons to have the same rights as everyone else. I am tired of saying over and over again that "Hath not a Jew eyes? Hath not a Jew hands, organs, dimensions, senses, affections, passions; fed with the same food, hurt with the same weapons, subject to the same diseases, healed by the same means, warmed and cooled by the same winter and summer as a Christian is? If you prick us do we not bleed? If you tickle us do we not laugh? If you poison us do we not die?” (thanks, Shakespeare).

Tired of explaining to the right that I have no horns, that I am not a communist. Tired of explaining to the left that I am neither powerful nor exploitative. Tired of showing feminists their double standard when choosing which women to defend. Tired of UNESCO, the UN, and rhetorical defenders of human rights who only crow good intentions on paper. Tired of that sinister and blinded left, where, surprisingly, there are some Jews who attack themselves.

Tired with an animal, visceral, total weariness. And I say enough! Enough of defending myself for nothing. I did nothing. If I can avoid it, I won't let myself be hit anymore, and if my words, because I am Jewish, are disqualified, it is time to silence what has been said so many times and so little listened to.

The Jewish voice obviously does not have the capacity to dissolve anti-Semitism. Other voices should be screaming for it. The Christian voice, the Muslim voice, the voice of social justice advocates. It seems they do not realize how anti-Semitism corrodes and perverts society and how much it damages the fabric of coexistence. Just as cancer is not an exclusive issue of the affected organ because the whole body is sick, contaminated, and in danger, anti-Semitism is not a Jewish issue. A society that legitimizes and accepts that a small part of its members does not have the same rights legitimizes and accepts the idea that any group can be equally threatened. It is not a safe or reliable society for anyone. Accepting that people can be exterminated just for being born, or that a country can be destroyed because its neighbors are affected by its government's decisions, sets the precedent that this is something that can be done. Today it's "not for me, -the nonJew-," but tomorrow "when they come for me, there will be no one left to speak out" (thanks, Niemöller). 

Anti-Semitism, which cuts across social classes and political partisanship, corrupts the basic social morality that supports possible coexistence. Stopping its growth is in everyone's interest. Can't they see it? No, sadly, I think they do not see it, and, what is worse: they do not see that they do not see it!

Christian brothers, Muslim brothers, right-wing and left-wing brothers, we pass the baton to you! You know perfectly well the resources for the spread and dissemination of ideas and narratives; use them today to combat the anti-Semitism that corrodes humanity's core. Several threats loom over our world. Anti-Semitism is one of them. "Aux armes citoyennes! formez vos bataillons!" reclaim the right to exist for every human being, regardless of their beliefs, appearance, or chosen way of life. The task is monumental because it will have to include all fronts: the military and the media, every church, every mosque, and every school, universities and corporations, the family table and social networks.

With the same conviction with which some of you installed it, face the fight against anti-Semitism. We have not been able to, and I, considering my resounding failure, surrender. Now, it is in your hands because anti-Semitism is not a Jewish issue.

Antisemitismo, no es un tema judío.

Estoy cansada de hablar de antisemitismo. Harta. Agotada. 

¿Por qué tengo que explicar yo el antisemitismo?

¿Por qué tengo que encontrar yo la manera de erradicarlo?

¿Por qué? ¿Porque soy judía?

¿Por qué los judíos asumimos la tarea de inventar módulos pedagógicos, gestionar el milagro de la disolución del prejuicio, esclarecer, informar, explicar? ¿Por qué nosotros? Estoy harta de cargar con ese peso. 

Cuando a Jack Fuchs, sobreviviente, le preguntaban por qué la Shoá, decía: “¿Por qué me pregunta a mi? ¡pregúnteselo a los nazis…!”

¿Por qué los judíos debemos explicar el antisemitismo? No lo hemos creado, fuimos -somos- sus víctimas. Podemos dar seminarios enteros acerca de las variadas maneras en que hemos sido atacados a lo largo de los siglos, pero ¿eso nos da autoridad para explicarlo? ¿Acaso se le pide a la mujer golpeada que explique la personalidad del golpeador? ¿Acaso se le pide a quien fue violado que explique la patología de su violador? ¿Acaso se le pide a la víctima de un delito cualquiera que explique la criminalidad del delincuente?

¿Por qué debemos ser los judíos los que elaboremos teorías y creemos mecanismos para erradicar el antisemitismo? ¿Será tal vez porque otros no lo hacen? Estoy harta de hacer el trabajo que deberían hacer los demás. A decir verdad, tampoco todo lo que hicimos, aunque mucho, fue suficiente. El antisemitismo goza de una excelente salud. 

Tal vez no debiéramos ser nosotros los encargados de asumir esa responsabilidad. A pesar de lo que creen los antisemitas, no tenemos el poder de influir en la opinión de nadie ni menos aún de cambiar prejuicios. 

Además, estamos afectados directamente y ¿quién presta atención a los argumentos de la víctima? raya en lo ridículo pretender que la víctima modifique al victimario. El victimario y sus allegados tienen ese poder. Lo generó la cristiandad, lo regó el fascismo y hoy lo reverdecen el islamismo radical y las izquierdas bienpensantes. La Iglesia, desde Nostra Aetate en 1965 ha emprendido una tarea de reversión de la lacra del antisemitismo y algunos, pocos por el momento, han advertido que es una cuestión que atañe al mundo civilizado, que excede por mucho a lo judío. Es que el antisemitismo no es un tema judío. Ya desde Hajj Amin al-Husayni, el muftí de Jerusalén apoyó al nazismo y sse runió con Hitler en 1941, la no aceptación de la partición de la tierra por parte de los árabes y su éxodo, los triunfos bélicos de Israel en cada uno de los ataques que recibió, generaron que el antisemitismo fuera una de las banderas del islamismo radical. La exitosa campaña que condujeron en los medios y las redes contaminó hoy a las buenas conciencias de una izquierda que se dejó seducir por el relato de las víctimas palestinas en manos del supuesto ocupante israelí, “vil, cruel, diabólico” (todo parecido con las acusaciones medievales contra los judíos no es coincidencia). 

Estoy harta de mostrar mis heridas, harta de buscar porqués, harta de luchar contra la ignorancia y el prejuicio. Estoy harta de tener que justificarme y dar razones para tener los mismos derechos que todos los demás. Estoy harta de decir una y otra vez que “tengo ojos, manos, órganos, alma, sentidos y pasiones igual que todos, me alimento con los mismos manjares, recibo las mismas heridas, padezco las mismas enfermedades y me curo con iguales medicinas, tengo calor en verano y frío en invierno, si me hieren sangro, si me hacen cosquillas río, si me envenenan muero” (gracias Shakespeare) .

Harta de explicarle a la derecha que no tengo cuernos, que no soy comunista. Harta de explicarle a la izquierda que no soy poderosa ni explotadora. Harta de mostrarle a las feministas su doble vara cuando eligen a qué mujeres defender. Harta de la UNESCO y la UN y los defensores retóricos de DDHH que cacarean buenas intenciones solo en los papeles. Harta de esa izquierda siniestra y enceguecida en la que, sorprendentemente, hay algunos judíos que se atacan a sí mismos.

Harta con un hartazgo animal, visceral, total. Y digo ¡basta! Basta de defenderme de nada. No hice nada. Si puedo evitarlo no me dejo pegar más y si mis palabras, porque soy judía, están descalificadas, es hora de callar lo dicho tantas veces y tan pocas escuchado. 

La voz judía obviamente no tiene la capacidad de diluir el antisemitismo. Pide a gritos las otras voces. La cristiana, la musulmana, la de los defensores de la justicia social. Pareciera que no advierten el modo en el que el antisemitismo corroe y pervierte a la sociedad toda y cuánto lastima la trama de la convivencia. Igual que el cáncer no es un tema exclusivo del órgano afectado porque todo el cuerpo está enfermo, contaminado y en peligro, el antisemitismo no es un tema judío. Una sociedad que legitima y admite que una pequeña parte de sus miembros no tiene los mismos derechos legitima y admite la idea de que cualquier grupo puede estar igualmente amenazado. No es una sociedad segura ni confiable para nadie. Aceptar que un pueblo sea exterminado solo por haber nacido, o que un país sea destruido porque a los vecinos les afectan las decisiones de su gobierno, sienta el precedente de que eso es algo que se puede hacer. Hoy “no es por mí” pero “cuando vengan por mí, no quedará nadie que proteste” (gracias Niemöller).

El antisemitismo, que atraviesa clases sociales y partidismos políticos, corrompe la moral social básica que sustenta la convivencia posible. Frenar su crecimiento es por interés de todos. ¿Es que no lo ven? No, tristemente creo que no lo ven y, lo que es peor: ¡no ven que no ven! 

¡Hermanos cristianos, hermanos musulmanes, hermanos de derechas y de izquierdas, les pasamos la posta! Ustedes conocen perfectamente los recursos para la propagación y difusión de ideas y relatos, úsenlos hoy para combatir al antisemitismo que corroe las entrañas de la humanidad. Son varias las amenazan que se ciñen sobre nuestro mundo. El antisemitismo es una de ellas. “¡Aux armes citoyennes! ¡formez vos bataillons!”, reivindiquen el derecho a existir de todo ser humano, crea en lo que crea, se vea como se vea, viva como prefiera vivir. La tarea es ciclópea porque deberá incluir todos los frentes: el bélico y el mediático, cada iglesia, cada mezquita y cada escuela, universidades y corporaciones, la mesa familiar y las redes sociales. 

Con la misma convicción con la que algunos de ustedes lo instalaron, encaren la lucha contra el antisemitismo. Nosotros no hemos podido y yo, visto mi estruendoso fracaso, me rindo. 

Está en vuestras manos porque el antisemitismo no es un tema judío.  

Publicado en La Nación
Citado en el editorial de La Nación 12/6/24

Holocausto ayer. Yijad hoy. Un clamor en el desierto


Otra conmemoración del día en que el Ejército Rojo se topó con Auschwitz. Las Naciones Unidas eligieron esa fecha para honrar a las víctimas. Fecha que hoy se resignifica de un modo atroz.

El 8 de octubre de 2023 el mundo se topó con el horror. Al día siguiente del ataque terrorista de Hamás, las fotos, los videos, los testimonios de sobrevivientes, de los rescatistas y del cuerpo forense dando cuenta del estado en el que encontraron los restos de las víctimas, fue nuestro Auschwitz. El mundo entero vió con horror escenas similares a las que los rusos encontraron en su ingreso al escenario de aquel espanto.

La sorpresa fue igual. 

La desazón fue igual. 

El golpe en el plexo, igual. 

La pregunta por la condición humana, igual. 

Sorprende nuestra sorpresa. ¿Es que -¿ilusos, ingenuos, estúpidos?- habíamos creido a la Shoá como vacuna eficaz generadora de resistencias e inmunidades en nuestra piel social y en nuestra condición humana? Como los soviéticos que en su avance para derrotar al nazismo se toparon con la podredumbre más maloliente, nos topamos con la noción de que lo que creíamos que había cambiado no solo no cambió sino que empeoró. Entonces, aunque pretendieron ocultarlo, los nazis no tuvieron tiempo para esconder todo. Ahora, con un espanto renovado, vemos que, lejos de pretender ocultarlo, lo filmaron y lo publicaron ¡orgullosos! 

Los negadores del holocausto ponen en duda lo que pasó. Los que apoyan al islamismo radical hacen lo mismo. Las evidencias no les son evidentes. No las quieren ver. Y se convencen de que no están. 

La derrota del nazismo derribó en el siglo XX la idea de un humanismo racional. La respuesta al ataque de Hamás hirió en el siglo XXI la noción de que la educación sobre el holocausto había reducido el antisemitismo. Por el contrario nos explotó como una pústula purulenta y sus esquirlas laceran nuestra piel desnuda, frágil y vulnerable. No solo la piel de los judíos. La de toda la humanidad. Nadie es ajeno al antisemitismo. Lo sufrís, lo generás o creés que no es con vos. Si creés que no es con vos, es hora de que te sientes a pensar y te prepares. Hoy no es con vos. Solo hoy. Es cosa de las ideologías totalitarias con pretensiones universales. El nazismo del “Reich de los mil años” terminaría con los “impuros”, las yihad islámica, si triunfa e instala el califato universal, terminará con  los “infieles”. Nadie está exento. Infieles somos todos los que no somos musulmanes. Es desgarrador advertir que las futuras víctimas no lo ven y, lo que es aterradoramente peor, no ven que no ven. 

Derrotar al nazismo detuvo la masacre. El único camino, hoy, es derrotar el plan hegemónico y terrorista islamico.

Si teníamos alguna ilusión de progreso, ya sabemos que no, que habrá que guardarla hasta que escampe. Hoy como entonces el peligro nos fuerza  a mezclar y dar de nuevo. Hoy como entonces recordemos que no somos los judíos los que debemos dar una respuesta. Somos las víctimas, no los responsables. Hoy como entonces es mandatorio comprender que se trata de la sociedad humana, de nuestro futuro y el del mundo que les dejaremos a nuestros descendientes. 

Si el perpetrador es justificado, admitido y resulta impune, la órbita de sus ataques se extenderá. Si los estados islámicos tiránicos, autocráticos y absolutistas, continúan regando con petrodólares las conciencias de occidente, el jardín de la civilización se cubrirá con malas hierbas. Si no frenamos el avance destructivo y arrasador del terrorismo la tierra nutricia del humanismo se volverá un desierto seco y estéril. 

Claro que si quedara algún judío, probablemente, como ya sucedió con el milagro en Israel, volvería a inventar el riego por goteo para que vuelva a renacer la vida. 

Publicado en Infobae

Antisemitismo, antisionismo y judeofobia.

Primero las definiciones.

Antisemitismo es la demonización y hostilidad contra los judíos y su cultura.

Judeofobia designa directamente el odio a los judíos.

Antisionismo es oponerse a la existencia del estado de Israel.

Después del 7 de octubre las 3 palabras quieren decir lo mismo. Veamos una por una.

La repulsa al pueblo judío tiene una larga historia. Fue históricamente acusado por reyes y emperadores, por curas y pastores, de todos los males. Se los investía de ropajes demoníacos y de ser los causantes de pestes y epidemias, de inundaciones y cataclismos, de guerras y sequías. 

¿Por qué fue necesario construir al pueblo judío como el eterno culpable? 

Durante las distintas invasiones en la antigüedad de lo que hoy es Israel, los judíos mantuvieron sus rituales y creencias y no se sometieron a la voluntad de los conquistadores. Esto fue visto por el poder de turno como una rebelión intolerable. Ese pueblo de zaparrastrosos que se lo pasaban leyendo y orando ¿quiénes se creen que son que no respetan ni a griegos ni a romanos, ni a reyes ni a emperadores e insisten en sus creencias absurdas de que dios es uno solo? 

Jesus fue uno de esos judíos rebeldes que predicaba la existencia de un dios único y como la gente lo seguía del único modo en que el poder romano pudo acallarlo fue crucificándolo como un delincuente junto a dos ladrones. 

Jesus fue un rabino, nunca renegó de su judaísmo, siempre lo respetó y predicó en su nombre. 

¿De dónde viene el cristianismo entonces? Es posterior a su muerte y se lo debemos a Pablo y a Mateo, Marcos, Lucas y Juan, los apóstoles que en el primer siglo de la era común escribieron las crónicas de su vida y lo llamaron  Cristo que era la transcripción griega de la palabra hebrea mesías, el que según la promesa de los profetas sería el redentor enviado por Dios. Si era el mesías era el fin de una era y el comienzo de otra, había que diferenciar a los judíos de los nuevos discípulos. Era una nueva religión, el cristianismo. y comenzó la caracterización del judío como el opuesto. Si Cristo era el bien los judíos eran el mal, si Cristo era la santidad los judíos el demonio. 

El proceso de cristianización del judaísmo y de su demonización culminó en el siglo IV cuando el emperador Constantino declaró a la Iglesia Católica como la religión oficial de lo que quedaba del imperio romano, entronizó y oficializó al cristianismo como la verdadera religión. A partir de entonces se dedicaron a propagar la fe, de ahí la palabra propaganda.

En todas las iglesias y parroquias europeas a partir de entonces las prédicas insistían en la condición maligna de los judíos y los campesinos y el pueblo iletrado tomaba la palabra de curas y prelados como palabra santa. 

En la edad media las acusaciones de la malevolencia judía llevó a que fueran acusados de todo lo malo que sucedía, pestes, hambrunas, inundaciones, reyes y emperadores culpaban de todo a los judíos. Se popularizaron cosas como el libelo de sangre, la acusación de que los judíos secuestraban niños cristianos y los desangraban para sus rituales satánicos, que los judíos tenían los cuernos y una cola de cerdo, que fogoneaban teorías conspirativas por codiciocosos y explotadores. 

Esta judeofobia, este odio a los judíos, fue regada y sostenida durante esos siglos pasando a integrar a la cultura europea, Pero no solo acusaciones. Fueron múltiples las expulsiones de los judíos durante aquellos siglos. Fueron echados de Francia en 1192 y varias veces más en los 1300, de Inglaterra en 1290, de los ducados de Austria, Parma y Milán en los 1400, de Castilla y Aragón  en 1492, Lituania en 1295, Portugal 1496, Navarra 1498 y así lugar por lugar, año tras año, siglo tras siglo sin olvidar los terribles pogromos de la Rusia Zarista en Odessa 1821, Kishinev 1903 y varios otros

Quedan huellas en nuestro idioma de aquellas acusaciones. Por ejemplo la palabra judiada como mala acción, la palabra ladino como astuto, traicionero.

El sonido de la jota de judío se asocia con el sonido de la jota de jodido. Y hay toda una familia de palabras de origen judío y hebreo incorporadas a nuestra habla cotidiana pero invisibilizadas como originadas en la cultura judía: amén, aleluya, barajas, eden, jubileo, cábala, mesías y las que vienen del idish como idishe mame, tujes y tantas otras.

Hasta el siglo XIX en que la judeofobia se transformó en antisemitismo.

Fue a raíz de dos teorías: una la teoría racial y la otra el origen de las lenguas.

Veamos la teoría racial.

Los europeos esclavistas debían explicarse de alguna manera por qué los negros y los indígenas americanos, tenían otro color, otras costumbres, otras lenguas. No eran iguales que ellos, los veían como inferiores, bárbaros, incapaces, más animales que humanos. La teoría racial decía que hay razas superiores e inferiores y que los europeos, por supuesto, eran superiores lo que tranquiliza las almas civilizadas europeas que lucraban  con esta conveniente explicación que justificaba el negocio esclavista.

Al mismo se puso en boga la ciencia lingüística que investigaba los orígenes de los distintos idiomas y se categorizaron familias lingüísticas. Las que  venían del sánscrito, las indoeuropeas tenían raíces arias. Las familias del extremo oriente compartían raíces orientales. Se describieron varias familias.  La afroasiática, la urálica, la esquimo aleutiana, y varias más. Entre ellas, estaba la familia de las lenguas semitas provenientes del medio oriente, como el arameo, el árabe y el hebreo. 

A fines del siglo XIX al político alemán Wilhelm Marr se le ocurrió tomar los orígenes de las lenguas y aplicarlo a la teoría racial, a los orígenes biológicos de las personas. Fundó la organización “Liga antisemita” e introdujo la palabra antisemitismo en la cultura de occidente. Su hipótesis era que los hablaban idiomas arios pertenecían a la raza aria, los que hablaban idiomas semitas a la raza semita. Lo que explica la curiosidad de cómo es posible que judíos y árabes sean ambos semitas. Es que, y ahora lo entendemos, ambos pueblos hablan lenguas semitas pero son distintos pueblos, con historias y culturas diferentes. 

El viejo odio, las viejas acusaciones ahora eran una cuestión racial, biológica. Los judíos eran una raza semita, inferiores, malignos, mentirosos, sucios y conspiradores. Ya no se trataba de una religión o de formas de pensar y vivir sino de algo genético. racial, heredado en la sangre. La conversión al catolicismo como había sido forzoso durante la inquisición dejó de tener sentido. Venía en la sangre, no había forma de cambiar eso. De este modo, la teoría racial sustentó el plan de exterminio nazi. En su delirante proyecto de cambiar al género humano para que solo subsistieran los “puros”, los “arios”, debían hacer desaparecer a todos aquellos pueblos que amenazaban con enlodar su supuesta pureza y superioridad. Empezaron asesinando judíos dado que la judeofobia ya estaba instalada y no había que hacer mucho trabajo para convencer a la gente que venía escuchando acusaciones desde los púlpitos de las iglesias.

Es importante señalar que el plan maestro del nazismo empezaba con el antisemitismo, con el exterminio de los judíos, pero si no hubieran sido derrotados en la guerra habrían seguido con el resto de los “impuros”: latinos y eslavos, orientales,  indígenas de América, Africa, Asia y Oceanía, negros, marrones, amarillos, rojos. Solo se salvarían los que podían probar su pura ascendencia “aria”. Pero ya sabemos que esto de las razas fue una superchería, que la cosa venía de los idiomas que se hablaban. 

La teoría racial es un delirio y una falsedad al que se adscribieron muchos que la dieron por cierta. Incluso hoy está tan enraizada en la cultura occidental que hablamos de racismo, muchos organismos y académicos siguen usando la palabra raza como si tuviera alguna validez y legitimidad científica. 

No existen razas entre los humanos, somos la raza humana, una sola, sin subdivisiones de ninguna especie.

Hay varios textos que difunden el prejuicio antisemita. “Los protocolos de los sabios de Sión” ese panfleto escrito por la policía zarista, “El judío internacional” de Henry Ford, en la Argentina “La Bolsa” de Julián Martel, las notas y tapas de Clarinada en la década del treinta. Sin dejar de mencionar la Circular 11 que desde 1938, un año antes del comienzo de la II guerra, restringía el ingreso de refugiados judíos del nazismo a la Argentina y el supuesto plan andinia que aún se sigue mencionando como real por los antisemitas de turno.  En la Argentina hemos vivido las incursiones de Tacuara de la pasada década del sesenta, los ataques a Graciela Sirota y a Norma Penjerek, el antisemitismo durante la dictadura, los atentados a la embajada de Israel y a la AMIA donde murieron judíos e “inocentes”, ¿se acuerdan? el asesinato del fiscal Nissman.

¿Y por qué decimos que antisionismo es sinónimo de antisemitismo y judeofobia?

Escuchamos con frecuencia la frase “yo no soy antisemita, soy antisionista” dicha incluso hasta por algunos judíos.

El sionismo es un movimiento político nacido a finales del siglo XIX. En la misma época de la invención del concepto de antisemitismo. Como consecuencia del infame juicio al capitán Dreyfus en el que se derramó la judeofobia francesa, Theodor Herzl pensó y soñó con la necesidad de un estado nacional judío, en sitio propio, un hogar,  a salvo del antisemitismo para vivir sin esa constante amenaza. El regreso a la tierra en la que habían vivido durante su origen como pueblo era un anhelo expresado año tras año alrededor de la mesa familiar en todos los hogares judíos. La fiesta del año nuevo, rosh hashaná, termina siempre con la frase “el año que viene en Jerusalém”. Luego de la II guerra, las Naciones Unidas decretaron la partición de la tierra que los ingleses habían llamado Palestina en dos naciones, una judía y otra árabe. Los judíos lo aceptaron, los árabes no. Luego de la retirada británica todos los vecinos árabes atacaron al recién nacido estado y fueron derrotados. Los árabes que vivían en Israel abandonaron sus casas y sus terrenos alentados por los que les decían que sería transitorio hasta que todos los judíos desaparecieran y ello pudieran regresar. Se crearon los campos de refugiados y el desgarrador anhelo de haber perdido su casa, su lugar. Al mismo tiempo más de un millón de judíos fue expulsado de los países árabes. 

A partir de allí se sucedieron los ataques, las guerras, y los atacantes fueron vencidos en todas. La geopolítica y el petróleo cambiaron los apoyos internacionales y hubo una nueva partición del mundo.. El punto de inflexión fue la Guerra de los Seis Días a partir de la cual Israel se convirtió en un enemigo poderoso. La Unión Soviética se alió con los países árabes mientras que los países occidentales lo hicieron con Israel. Ya olvidada la victimización sufrida por los judíos en los campos de exterminio, la imagen del judío víctima se cambió por la del judío vencedor y aguerrido, el que defendería a sangre y fuego su nación y su casa. La OLP liderada por Yaser Arafat regía la vida de los exiliados en los campamentos de refugiados y creó el concepto de pueblo palestino como un modo de aglutinarlos e instalar una bandera de lucha y reivindicación. En lo que hoy se llama pueblo palestino hay árabes y cristianos. Israel comenzó a ser acusado de expulsivos, de colonizadores y hoy como haciendo apartheid. Todas acusaciones infundadas y contradichas por los hechos. 

En esta breve e incompleta crónica debemos señalar que ninguna de las guerras sucedidas fue comenzada por Israel, siempre respondió de manera defensiva. La OLP perdió poder político en manos de Hamás que hoy es amo y señor de los territorios, la franja de Gaza y la ribera oriental de Judea y Samaria. Los israelíes abandonaron Gaza en 2005 y los palestinos destruyeron todos los emprendimientos construidos (granjas, viveros, fabricas). La constitución de Hamás enuncia sin eufemismos que su objetivo es la ocupación de Israel y la erradicación de todos los judíos. El exterminio es un propósito fundante y explícito. El pogrom perpetrado por Hamás el pasado 7 de octubre es la concretización de ese objetivo y anuncia su disposición a seguir haciéndolo hasta que no quede ningún judío. La frase “desde el río hasta el mar” es una clara enunciación del propósito asesino. 

“No soy antisemita, soy antisionista”. En esta formulación se advierte una doble negación. El antisionismo implica la negación de la existencia de Israel, no lo reconoce como legítimo y su consecuencia sería la expulsión de los judíos de allí o, como reza el islamismo radical, el exterminio del pueblo judío de la faz de la tierra. Se acusa a Israel de la muerte de miles de gazatíes. Los mismos que fueron alertados con anticipación de los ataques para que pudieran evacuar los lugar a ser atacados y evitar su muerte y que Hamás los convencía o forzaba a quedarse con lo cual, si eran atacados, conseguían el rédito político de mostrarlos como víctimas de los israelíes. La tragedia del pueblo gazatí es una consecuencia directa de la dictadura de Hamás.

Las acusaciones hacia Israel replican las históricas acusaciones judeófobas travestidas hoy como políticas. Hemos dicho hasta el cansancio que criticar alguna política israelí es legítimo como criticar a cualquier política de cualquier país del mundo. Pero a ningún país del mundo se le niega el derecho a existir. Ningún país es identificado con su gobierno.A ningún país se le exige que sus residentes lo abandonen. Ningún país es acusado de maldad, crueldad, discriminación, racismo -¡qué paradoja! como Israel. Guerras y asesinatos en todas las latitudes son pasados por alto y no registrados como merecedores de repulsa social ni por los medios. Salvo que se trate de Israel. Hay que vender noticias y ya sabemos, jews are news. 

Muchos antisionistas no advierten el antisemitismo involucrado en su posición. Esa es la doble negación en que incurren: No ven que no ven. Reconocerse antisionista hoy es cool, antisemita está mal visto. Los islamistas radicales han hecho un exitoso trabajo de instalación del pueblo palestino como víctima de Israel, están ganando la batalla cultural y hoy se vuelve a demonizar a los judíos y a acusarlos de todo lo malo que sucede. ¡a la hoguera! ¡a las cámaras de gas! ¡a morir, otra vez!

Por todo ello antisionismo es igual que antisemitismo.



Las marcas del antisemitismo

Transcripción de la entrevista para “El explorador de los chicos” podcast De Lorena Peverengo Lacombe - https://wetoker.com/author/lorena-peverengo/

1-Qué valor tiene hoy la memoria de lo que sucedió en la Shoá después de los sucesos del 7 de Octubre?

La Shoá es sinónimo de genocidio. Se llama genocidio al exterminio de un grupo humano, por causas geopolíticas, económicas, religiosas o étnicas. Si decimos shoá, u holocausto que aunque no son lo mismo se usan indistintamente, no hace falta explicar nada más, se entiende que se refiere a asesinatos masivos de personas inocentes. En un genocidio s decir, quien ataca no lo está haciendo para defenderse sino para conseguir algo. Es la diferencia entre matar y asesinar. Los mandamientos prohíben asesinar, no matar. Matar está permitido porque se mata en defensa propia o en defensa de alguien que está siendo atacado. Asesinar está prohibido porque se asesina por una conveniencia, una razón, por un sentimiento nunca es como defensa. Se asesina por robar, por ocupar un lugar, por invadir un territorio, por odio, por venganza, eso es lo que prohíben los mandamientos. 

La memoria por sí misma tiene un valor relativo. Se repite que hay que recordar para no repetir y eso está probado que no es así. El holocausto se recuerda, se investiga, se enseña y se conmemora y sin embargo el anhelado nunca más es otra vez y otra vez y otra vez. Los asesinatos masivos han seguido sucediendo. La memoria cobra importancia cuando de ella se extraen enseñanzas para el presente y el futuro. No es solo recordar. Apliquemos esta reflexión a lo sucedido el pasado 7 de octubre. Tanto la shoá como el ataque de hamás fueron contra judíos.  En la shoá el plan era su exterminio completo del planeta, en lo sucedido el 7 de octubre se revela el mismo propósito. Pero hay algunas diferencias. Una diferencia con la shoá es que los nazis perpetraron el asesinato de manera oculta, impidieron que el mundo lo supiera mientras que hamás que entró a matar, a violar, a torturar y a secuestrar, filmó cada una de las perpetraciones y luego las difundió por las redes sociales, a diferencia de los nazis, estaban felices y orgullosos de lo que habían hecho. Sin disimulo alguno, al contrario. El plan de exterminio nazi fue descubierto después de que fueron derrotados. El objetivo de asesinar, violar, desmembrar, torturar y humillar a los judíos y luego hacerlos desaparecer es público, lo dice la constitución de hamás y lo proclaman sus líderes abiertamente. 

Otra similitud es que durante la shoá el plan maestro de los nazis era el exterminio de todos los que llamaban impuros. Empezaban con los judíos. Pero continuarían con los eslavos, los latinos, los negros, los amarillos, los rojos, los marrones, es decir, todos los que no eran parte de su grupo étnico, gran parte del mundo estaba designado a ser asesinado. No lo pudieron hacer porque fueron vencidos en la guerra. ¿Pero qué pasará con la amenaza de hamás y el islamismo radical si no son frenados? El plan del islamismo radical de hamás es atacar y asesinar a judíos en donde se encuentren y seguirá con los que llaman infieles, es decir con todos los que no pertenezcan al islam. Los nazis querían exterminar a los impuros, los de hamás a los infieles. A todos. O sea que luego de los judíos seguirán con los cristianos y con todos los demás y el infierno será imparable. 

Hamás debe ser derrotado así como fue derrotado el nazismo. Para todo esto sirve la memoria de lo que pasó en la shoá.

2-¿Por qué el antisemitismo está tan integrado a nuestra cultura?

es la pregunta del millón y tiene muchas respuestas, ninguna definitiva.

Lo que llamamos antisemitismo debería ser llamado judeofobia, odio a los judíos. Antes de que se llamara antisemitismo era simplemente odio y demonización. Esto tiene una larga historia porque durante las distintas invasiones que sufrió lo que hoy es Israel desde la antigüedad, los judíos no se sometieron pasivamente a los conquistadores y mantuvieron sus rituales y creencias lo que era visto por el poder de turno como una rebelión intolerable. Ese pueblo de zaparrastrosos que se lo pasaban leyendo y orando ¿quiénes se creen que son que no respetan ni a griegos ni a romanos, ni a reyes ni a emperadores e insisten en sus creencias absurdas de que dios es uno solo? Jesus fue uno de esos judíos rebeldes que predicaba la existencia de un dios único y la gente lo seguía. El peligro era tanto para el poder romano que el único modo en que lo callaron fue deteniéndolo y crucificándolo como un delincuente junto a dos ladrones. Jesus fue un rabino, nunca renegó de su judaísmo, siempre lo respetó y predicó en su nombre. ¿De dónde viene el cristianismo entonces? Es posterior a su muerte y se lo debemos a Pablo y a los apóstoles que escribieron las crónicas de su vida. En nombre Cristo es la transcripción griega de la palabra hebrea mesías y al reconocer a Jesús como tal lo comenzaron a llamar Cristo. Y precisaron diferenciarlo de su herencia judía pues para ellos fue el fundador de una nueva religión y comenzó la tarea de oponer la figura del judío a la del cristiano como opuesto, como el mal, como el demonio. El proceso de cristianización del judaísmo y de su demonización culminó en el siglo IV cuando el emperador Constantino declaró a la Iglesia Católica como la religión oficial del imperio romano. En todas las iglesias y parroquias europeas a partir de entonces las prédicas insistían en la condición maligna de los judíos y los campesinos y el pueblo iletrado tomaba la palabra de los curas y prelados como palabra santa. En la edad media las acusaciones de la malevolencia judía llevó a que fueran acusados de todo lo malo que sucedía, pestes, hambrunas, inundaciones, reyes y emperadores culpaban de todo a los judíos. Esta judeofobia, este odio a los judíos, fue construido durante esos siglos, luego corroborado y afirmado durante la inquisición española. Pero la cosa no quedó ahí. Durante el siglo XIX hubo un vuelco insólito con dos teorías que comenzaron a circular. Una fue la teoría racial. Los europeos debían explicarse de alguna manera por qué los esclavos, los negros, los indígenas americanos, por qué tenían otro color, por qué otras costumbres, por qué no tenían las mismas costumbres que ellos. Los veían como inferiores, como incapaces y más animales que seres humanos. La teoría racial surge como una explicación que tranquiliza las almas civilizadas europeas pues dice que hay razas superiores e inferiores y que los europeos, por supuesto, eran superiores. Al mismo que los esclavistas veían a sus esclavos como inferiores, la ciencia lingüística investigaba los orígenes de los distintos idiomas. Algunos venían del sánscrito, eran las raíces arias, otros venían del extremo oriente, eran las raíces orientales, otros del medio oriente con raíces  semitas y varios orígenes más. Pero a fines del siglo XIX al periodista, Wilhelm Marr se le ocurrió tomar los orígenes de las lenguas y aplicarlo a los orígenes de las personas. Los que hablaban idiomas arios pertenecían a la raza aira, los que hablaban idiomas semitas a la raza semita. Aquí se explica una curiosidad porque judíos y árabes hablan lenguas semitas pero son distintos pueblos, con historias y culturas diferentes. Esta unión del origen del idioma con la teoría racial creó el antisemitismo. El viejo odio, las viejas acusaciones ahora se transformaron en cuestión racial, biológica. Los judíos eran una raza semita, inferiores, malignos, mentirosos, sucios y conspiradores. Ya no se trataba de una religión o de formas de pensar y vivir sino a algo genético. racial, heredado en la sangre. Ya no era cuestión de que se convirtieran al catolicismo como durante la inquisición, la teoría racial sustentó el plan de exterminio nazi que debía exterminar a todos aquellos pueblos que amenazaban como volver impura a lo que llamaban la raza aria. Empezaban por los judíos porque le judeofobia ya estaba instalada y no había que hacer mucho trabajo para convencer a la gente que venía escuchando acusaciones desde los púlpitos de las iglesias. Si no hubieran perdido la II guerra, una vez exterminados los judíos iban a seguir con el resto de los que creían impuros en el planeta. Es importante saber que la teoría racial es una superchería, que no existe algo así como razas entre los humanos, somos la raza humana, una sola, sin subdivisiones de ninguna especie.

3-Qué lecciones nos dejó el Holocausto que no aprendimos para poder respetarnos y enriquecernos con las diferencias?

Que la diversidad es una fuente de riqueza, eso lo sabe la biología, por eso es bueno que los hijos provengan de padres de familias diferentes y para traer renovación genética y enriquecer las respuestas y defensas naturales. 

Es natural que nos sintamos más cómodos con los que se nos parecen. Es natural que seamos amigos de gente con la que compartimos idiomas, culturas y visiones del mundo. Los que viven en el extrajero tienden a juntarse con sus compatriotas como un nido tranquilizador, todos comparten los códigos, historias similares, gustos y memorias. El diferente nos levanta una inquietud, ¿le gustaremos? ¿podremos comunicarnos? ¿querrá aprovecharse de mí de alguna manera? ¿me tengo que cuidar? Acercarse al diferente, conocerlo, conversar, mirarlo con simpatía, permite levantar esas barreras naturales y reconocer en lo que parece tan diferente aquello que nos iguala. Todos tenemos sangre en nuestras venas, cuando tenemos hambre nos hace felices comer, cuando estamos enfermos nos alivia ser cuidados, protegemos a nuestros hijos, nos ocupamos de nuestros padres, tenemos rituales para los distintos momentos de nuestras vidas, en todo eso todos somos iguales y es iluminador verlo porque nos hace sentir que los humanos somos una gran familia, una sola raza. Con distintos colores de piel, de pelo y de ojos, distintas alturas y tamaños, distintos idiomas y formas de ver el mundo pero compartimos el 98% de nuestro ADN, no tenemos razas que nos dividan, tan solo diferencias superficiales y exteriores. La raza humana es una sola. Eso es lo que tenemos que aprender todavía luego del holocausto.

4-Cuáles son las distintas marcas (físicas o indelebles como el numero tatuado e invisibles) que deja el antisemitismo en la vida de las infancias, las adolescencias y los jóvenes?

En situaciones benévolas tendemos a creer que el antisemitismo ha desaparecido y cuando rebrota nos sorprende, nos asusta, nos angustia. Es lo que está pasando ahora luego del sanguinario festín de sangre y tortura del terrorismo en Israel. El islamismo radical tiene como objetivo el exterminio del pueblo judío y de todos los infieles, como una vez lo tuvo el nazismo. No hay fronteras para ello. Lo que hicieron en Israel también lo hicieron en todos los atentados terroristas en Estados Unidos, Francia, España, Inglaterra. Ningún sitio está seguro para el terrorismo islámico. Los judíos vivimos a partir de entonces en un estado de alerta porque sabemos que podemos ser blanco de ataques en cualquier momento. Las escuelas, las sinagogas y las instituciones culturales judías son sitios que deben ser resguardados todos los días y todas las noches. El antisemitismo es un arma lista para disparar y no hay chaleco antibalas que nos proteja del todo. En Europa, durante el ascenso del nazismo, los chicos judíos fueron echados de sus escuelas, tenían prohibido ir a parques publicos, al cine, tener mascotas. Fue un shock drástico para los jóvenes tener que abandonar su equipo de fútbol o natación, no poder ver a sus amigos, novios, sus bandas de música. De pronto todo lo que les gustaba les estaba prohibido. De pronto ser judío era tener que estar marcado con una estrella que impedía que se subieran al colectivo porque no les estaba permitido, que hacía que algunos se burlaran o los humillaran, los hacían bajar de las veredas y caminar por la calle “como los caballos”. La marca del excluido, la marca del discriminado, la marca del ninguneado, es una herida muy dolorosa que queda guardada en nuestra identidad. Los que hemos sufrido ataques, humillaciones, acosos sabemos de qué hablo porque la memoria de esos hechos será para siempre parte de quienes somos. La prevención contra los ataques terroristas del islamismo radical debiera ser tomado en cuenta también por los cristianos y los de otras etnias, culturas y religiones porque todos somos igualmente infieles y todos estamos en la mira del terror. Pero es triste ver que casi todos creen que es un tema judío.

5-Cuáles de todas estas marcas permanecen en la vida adulta?

En cada persona es diferente y depende de lo que vivió y de qué es lo que cada uno pudo hacer con aquello que sufrió. Las consecuencias son variadas. 

La baja autoestima, la sensación de tener que probar que se tiene derecho. 

El enojo, el deseo de reivindicarse y demostrar que aquel ataque era injustificado, que fue arbitrario e injusto. 

Algunos judíos tiene dificultades con defender su salario, reclamar alguna deuda, pedir un aumento no vaya a ser que crean que su único interés es el dinero y esa es una marca que se imprimió por la histórica acusación de avaricia. 

Otra marca es poner atención en no sobresalir, en no hacerse notar, no vaya a ser que alguien crea que por ser judío uno se siente superior y esto es una consecuencia de la acusación de creernos el pueblo elegido… idea que se malentiende. Me explico. Hemos sido el pueblo elegido pero no para tener privilegio alguno sino para llevar al mundo la idea del monoteísmo, de que dios es uno solo y de que todos somos sus criaturas, iguales y sin discriminación. La idea proclamada en contextos de paganismo y de múltiples dioses, era una idea revolucionaria y ha sido una pesada responsabilidad del pueblo judío sostenerla, apegarse a la ley y no dejarse colonizar por ningún canto de sirenas. Lejos de la idea de ser elegidos como privilegiados o superiores, la tarea no nos ha sido fácil y nos hemos atenido a ella siglo tras siglo, persecución tras persecución, matanza tras matanza.

6-De qué manera se pueden componer las situaciones de discriminación y antisemitismo?

No sé cuánto se podrá componer. Pero habrá que seguir intentándolo. Hablar con quien quiera escuchar, enseñar, investigar, publicar, responder en las redes sociales… hasta hace poco creíamos que era una cuestión de educación, hoy sabemos que no alcanza, que el poder de las redes es tanto que es ése el frente que debemos encarar. La viralización de contenidos breves y contundentes, muchas veces falsos o manipulatorios, sin explicaciones ni contextos tergiversa los hechos y construye relatos que se infiltran como verdades y se multiplican hasta el infinito. Es lo que está pasando ahora con la respuesta defensiva de Israel luego del feroz ataque terrorista de hamás. Es en la redes donde es importantísimo responder a los mensajes engañosos con contenidos ciertos pero atractivos que inviten a ser vistos y likeados. Cada mensaje que es visto, likeado o reenviado informa al algoritmo que es de mucho  interés y se reproduce con más velocidad. Es una tarea enorme la que tenemos que encarar y lo que estamos haciendo acá con este podcast está orientado hacia allí.

7-Podría definir con una palabra la marca más profunda que deja el antisemitismo? para mí es desconfianza. Y la desconfianza horada y lastima el piso sobre el que estamos parados, nos fuerza a mirar con recelo, a tomar precauciones, a vivir bajo la alerta de la amenaza, a perder espontaneidad y frescura, la desconfianza lastima las bases de la solidaridad y la esperanza.

8-Como se combate el Antisemitismo? -Que podemos hacer como ciudadanos para evitarlo?

En principio con podcasts como éste, con buscar informaciones fidedignas y veraces, acudir a personas autorizadas, preguntar, aprender, no dejarse llevar por slogans o consignas engañosas disfrazadas de buenas intenciones. Pero hay mucho más. 

Conocer nuestros propios prejuicios y no solo contra los judíos. Tenemos un montón de prejuicios que funcionan silenciosamente, que nos pasan inadvertidos, que naturalizamos y que a la hora de actuar nos ponen en contra de alguien sin darnos cuenta del prejuicio que nos mueve en las sombras. Prejuicios sobre la imagen corporal, la edad, la condición social, el género, la sexualidad, el color de piel, la ropa, las formas de hablar, las discapacidades, las enfermedades, en cada una de estas cosas hay decenas de prejuicios. Todos tenemos prejuicios. 

El prejuicio antisemita acusa a los judíos de haber matado a dios, de ser explotadores, de ser comunistas, de ser capitalistas, de manejar la economía mundial, de ser dueños de los medios, de ser los demonios de la civilización, los culpables de todos los males que nos aquejan. Ninguna de estas acusaciones tiene asidero real, son ideas fraudulentas destinadas a generar odio y a sostenerlo. Esto lo estamos viendo en estos días con las acusaciones a Israel, el único estado judío del planeta, que está siendo acusado de las mismas cosas de las que se ha acusado a los judíos a lo largo de siglos. Israel y los judíos somos culpables por definición, por definición del prejuicio que así nos ha construido. Los ciudadanos debemos estar alertas ante este y todos los prejuicios y revisar nuestras ideas y puntos de vista tomando en consideración el modo en que los prejuicios nos manipulan y construyen nuestras opiniones. El antisemitismo no es un problema judío. Cae sobre los judíos pero debe ser un tema de cuidado de cristianos y musulmanes, es SU problema, ellos lo originaron y no nos corresponde a nosotros solucionarlo, nosotros debemos seguir sobreviviendo ante esta amenaza, explicar, contar las cosas cómo son y esperar que los odiadores recobren el sentido y encuentren la cura a esta enfermedad que sufren hace tantos siglos. Hay personalidades muy prestigiosas que dicen que el antisemitismo es el odio más importante en el siglo XXI y que hacia allí debemos dirigir nuestras fuerzas.

Hago mía la frase de Albert Einstein: Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio. Y yo agrego: sí Einstein, es cierto, pero debemos seguir intentándolo.


¿Por qué voy al templo?

“Mañana voy a ir al templo, a izkor” (1) dije como al pasar. Mi querido amigo Luis, abrió grandes los ojos, levantó la ceja derecha y emitió un “bueh….” despectivo. Me lastimó. 

No dijimos nada. No hacía falta. 

Entendí su gesto de sorpresa y desilusión como el haber descubierto un aspecto que contradecía, según sus ideas, lo que creía que yo era. ¿Yo, la racional, la alejada de las prácticas religiosas, la apegada a los datos científicos ¡yendo a un templo!?

Mi mamá, hija de un talmudista, añoraba el respeto a las festividades judías que había vivido en su infancia. Mi papá, por el contrario, receloso del establishment religioso, sin ser comunista creía que la religión era el opio de los pueblos. Parte del pacto de convivencia entre ellos era el alejamiento de toda práctica religiosa en casa. Sólo se alteraba entre Rosh Hashaná y Iom Kipur. Unos días antes mamá mandaba imprimir los shone toives (2) que enviaba a toda su gente. El día de Iom Kipur no comía. La noche anterior encendía una vela que duraba muchas horas “para recordar a los muertos” decía. En la tarde se vestía muy elegante y salía, seria y silenciosa, rumbo al templo, “a rezar por los muertos” respondía a mi mirada interrogativa. Desde su muerte, empecé a ir al templo ese día, a rezar por ella. O, al menos, así fue las primeras veces porque a medida que me iba familiarizando con las plegarias, los rituales, comencé a ver, y fundamentalmente a sentir, otras cosas. Hay algo hondamente conmovedor en esa congregación que sostiene un libro en la mano para seguir las plegarias, que escucha las prédicas y entona las mismas canciones. No sé bien qué es. Entro, saludo a éste y a aquél, me abrazo con este otro, busco un lugar libre, me siento, tomo el majzor (3) en mis manos, pregunto por qué página van, lo abro, busco el párrafo, lo leo rápido para entender y poder seguir luego la transliteración del hebreo. O, al menos, creo que lo entiendo. Nunca se sabe. Ya no me acuerdo de mi mamá. Volverá a tenerla cerca cuando llegue el momento del izkor, pero antes de eso y después es otra cosa. 

¿Qué es esa hermanación misteriosa que genera el ritual compartido? ¿Cómo es que ese silencio me abraza y me recibe con tal calidez y comodidad? Por momentos me conmuevo hasta las lágrimas y no me contengo, total, nadie me mira, ni tampoco me pregunto qué estoy haciendo allí, qué me pasa, por qué me pasa lo que me pasa. Me dejo ir y todo mi cuerpo se ablanda, bajan los hombros, se aflojan las manos, se entreabre la boca y soy solo aire que entra y sale. Y me siento bien. 

Casi todo lo que se dice en las plegarias y en las reflexiones empieza con el “baruj atá adonai eloheinu melej haolam” (4). Escucho la frase centenares de veces en esa tarde. ¿Por qué repetirlo una y otra vez? ¿Por qué esta insistencia de gota de agua que cae y cae y no deja de caer? Como una letanía, como un mantra, como una melodía que por conocida nos acuna y ahí estoy, la atea, la descreída, la escéptica, no solo sentadita en el templo con el libro de plegarias en la mano sino repitiendo el baruj atá adonai eloheinu melej haolam toda vez que el coro a mi alrededor me invita a decirlo y siento que soy una multitud. ¿Qué estoy diciendo? ¡¿que creo en Dios?! ¿Yo que miro las trascendencias espirituales y astrales como fantasías imaginarias que vienen en socorro de esa necesidad humana de sabernos parte de algo más allá de nosotros y que nos pretenden explicar los misterios de la vida? 

“Hay más cosas entre el cielo y la tierra, Horacio, de lo que indica tu pobre filosofía” dice Hamlet (5) y apareció en mi vida, viniendo en mi socorro, mi querida y admirada amiga Diana Sperling. Comencé a asistir a sus clases sobre Torá para darle algún sentido a eso que me estaba pasando. Y lo encontré. Su particular lectura me permitió conciliar ambos mundos, el de la racionalidad y el que me parecía irracional, opiante, falso. Con enorme sorpresa y placer, aprendí que, para ella, la Torá no es un texto religioso sino un texto legal. Un texto con una larga historia en su escritura y que se ocupa de legislar lo que posibilita la convivencia humana. Las historias, lejos de la literalidad con la que se suelen leer, no pretenden ser descripciones de lo efectivamente sucedido sino que son puestas en escena literarias que muestran lo humano que debe ser ajustado para que podamos vivir en paz. La fragilidad, la vulnerabilidad, las grandezas y las flaquezas, las emociones y los prejuicios, los amores y los odios, las envidias y los celos, el orden y los cuidados, los padres y los hijos, la continuidad de las generaciones, la vida y la muerte, en fin, todo lo que nos une como especie y que debemos aprender a regular. En todo ese concierto de relatos y personajes, la figura de Dios (HaShem, Adonai, el tetragrama YHVH y otras denominaciones) es La Ley, así, con mayúsculas. La Ley a la que debemos someternos todos por igual para poder vivir con reglas y pactos claro, no hacer daño, llegar a viejos y morir en paz. 

Shemá Israel Adonai eloheinu, Adonai ejad” (6) es otra frase que se dice una y otra vez en el templo en la tarde de Iom Kipur. Siempre creí que era una declaración de la fe monoteísta pero ahora, con esta lectura que me regala Diana S. y de la que me apropio, es una declaración de respeto a La Ley: ¡Escucha ser humano, La Ley es única, La Ley es una sola! Sentada en el templo en Iom Kipur reviso mis culpas y me propongo hacer todo lo que hay que hacer para enmendarlas. 

Sentada en el templo en Iom Kipur me dejo tocar por las sombras de quienes me acompañan, me sumerjo en el silencio ritual y repito cuando puedo algunas palabras. Digo, ahora con conciencia y determinación, que La Ley de la convivencia humana es una sola y que para honrarla debo bajar la cabeza y someterme a ella. Ley que es mucho más que los supuestos diez mandamientos conocidos y que están bajo su paraguas.

No es oscurantismo ni delirio. No es irracionalidad ni esoterismo. No lo es, al menos para mí. No iría si lo fuera. Tampoco es solo mi mamá, mi papá, mi hermanito perdido, mis queridos amigos que ya no están, los asesinados en la Shoá y en otros hechos genocidas, tampoco es solo eso. Es mucho más grande y me gusta estar ahí, en medio de eso más grande, esa especie de coro desafinado cantando al unísono de gente que, sabiéndolo o  no, también dice que vivimos bajo el imperio de La Ley y que es nuestro deber y nuestra obligación aceptarlo, rendirle homenaje y cumplirlo.

Por eso voy al templo en izkor.

Por eso.

(1) Plegaria de recordación

(2) Tarjetas de felicitación por el año nuevo judío.

(3) Libro de plegarias y reflexiones para los días de Rosh Hashaná y Iom Kipur en hebreo (con trasliteración) y en castellano

 (4) Bendito seas nuestro Señor el único rey del universo.

 (5) Shakespeare, Acto 1 escena 5

 (6) Escucha Pueblo, el Señor es único, el Señor es uno.

Las culpas y el perdón*

Imagen generada en Wall-E

Recuerdo con espanto el día en que mi hijo mayor, recién casado me llamó diciendo: “ma, me hicieron una biopsia, tengo un  melanoma maligno, en tres días me operan”. 

¡Melanoma! para mí era sinónimo de muerte. Mi hijo de poco más de 20 años se iba a morir. Y la culpa era mía. Era la madre y las madres somos las culpables de todo. O así se decía en el siglo pasado. El autismo era consecuencia de una madre distante. La homosexualidad se debía a que la madre había excluido al padre. La esquizofrenia, el asma, todo lo que no se sabía de dónde venía era psicosomático y, por supuesto, culpa de la madre.  

El melanoma de mi hijo fue extirpado hace más de 30 años y está muy bien. Pero en aquel momento yo creía que estaba a punto de quedar huérfana de mi hijo mayor (¿cómo llamar al estado en que queda un progenitor cuando muere un hijo? no existe la palabra… algunos proponen el término huérfilo pero la RAE no lo aprobó todavía). Atormentada por la culpa, me exigí recordar todo lo que yo le había hecho a lo largo de su vida y escribir una lista con cada uno de los episodios que me avergonzaban, cuando lo había retado, cuando estaba irritada y le había hablado mal, cuando había olvidado algo suyo, cuando dejé de considerar sus preferencias, cuando lo castigué por alguna insignificancia un día en que estaba cansada y con la mecha corta, en fin, todo lo que recordaba, tanto lo que me parecía grande como también chico. Todo. 

No existía ni el whatsapp ni el email, recién empezaban las computadoras, no me animaba a hacerlo por teléfono  así que lo mandé por fax con un prólogo en el que le pedía comentarios sobre cada una de las cosas de las que me acusaba para poder pedirle perdón. Esa noche me llamó por teléfono y me preguntó si estaba psicótica, si me estaba pasando algo, dijo que leyó la larga lista y que no entendía nada, que no se acordaba de nada de lo que yo decía, que parecía que le estaba hablando de otra persona o de otra realidad. Mi sorpresa fue mayúscula. Todos esos años me había estado acusando de cosas que para él no habían existido o que no había registrado de modo tan pesado como lo había hecho yo. 

Pero la sorpresa continuó porque a renglón seguido me preguntó si yo quería saber de qué cosas él me había acusado toda la vida. ¡Claro! le respondí y me dijo que iba a hacer su propia lista y que cuando estuviera me la mandaría, también vía fax. Unos días después llegó. Y fue un flash. Todo lo que él recordaba que yo le había hecho no tenía ningún resabio en mi memoria, no me acordaba de a b s o l u t a m e n t e nada. ¿Cuándo fue que lo reté y lo humillé ante un amigo porque comía papas fritas directamente del paquete? ¿Cuándo fue que hablé con su maestra porque lo había retado injustamente y él se sintió avergonzado? ¿Cuándo había pasado todo lo que para él había sido importante y que no había dejado ninguna huella en mi?

Tuve que pensar en la culpa de otra manera, porque parecían haber dos culpas diferentes, una imaginaria y otra real. El daño hecho por la culpa imaginaria es también imaginario, uno se acusa de cosas que no fueron registradas del mismo modo por el otro. Nos torturamos por cosas que creemos haber hecho pero que el otro no recibió de la misma manera. 

Con la culpa real, la que es producto de un daño que lastimó al otro, aprendí a distinguir la que se hizo sin querer de la hecha a propósito. 

El daño real y la culpa real consecuente afecta a ambas personas. Pero el daño imaginario solo afecta a uno mismo, y nos auto acusamos y mortificamos con la idea de haber herido a alguien. Esa culpa tiñe la relación de prevenciones, nos pone en alerta ante cualquier reacción o respuesta del otro y leemos cualquier cosa como una evidencia del mal que le hemos hecho. Como con el melanoma de mi hijo que yo creía y temía haber producido. 

El daño real sigue otro camino porque afecta al otro. No es solo la narrativa que nos decimos. Efectivamente hicimos algo que le dañó. 

Sin embargo no es lo mismo si fue sin querer que si fue queriendo. El daño sin querer sucede cuando nos dejamos llevar por algún torrente emocional que nos impidió evaluar bien lo que hacíamos o decíamos. También dañamos sin querer cuando no prestamos la debida atención al otro, a quién es, en qué está o qué cosas podrían hacerle daño, herimos sin querer cuando presos de nuestras emociones no consideramos al otro y le largamos algo sin haber evaluado antes si podría hacerle mal. No queremos hacerle mal, no somos culpables de eso, pero sí de no haberlo considerado, ésa es nuestra culpa real.

Cuando el daño que hacemos es a propósito, la culpa es la consecuencia lógica y sin atenuantes y es buena, hace posible la convivencia. Porque solo si nos sentimos culpables podremos enmendar lo hecho y pedir perdón.

¿Qué estamos haciendo hoy acá si no pedir perdón? Un perdón ritualizado, colectivo que nos hace comunidad y que nos enseña a convivir. 

En su libro “Los límites del perdón” Simon Wiesenthal cuenta que  estando en Mauthausen, fue llamado a ir al hospital donde Karl,  un miembro de las SS, muy enfermo, quería que un judío lo perdonara, antes de morir. Wiesenthal le dijo que él no tenía ese derecho, que solo las víctimas podían perdonarlo pero que ya no podían porque las habían asesinado. 

A diferencia de otros pedidos de perdón, el judío que recordamos y honramos hoy acá, no es el simple “perdoname” o la plegaria a Dios. Es un proceso que consta de cinco pasos.  

Uno. Es el más difícil porque se trata de asumir el daño hecho. Sea sin querer o sea a propósito. El efecto en el otro es igual, la herida es la misma, no es un atenuante. Todos los asesinos y perpetradores, tanto el ladrón de celulares como el genocida más atroz, justifican lo que hacen con algún argumento que jamás es “soy malo”, “me gusta herir”, “someter a otro me otorga poder”. Siempre la razón es que obedecí una orden, la sociedad me expulsó, me abandonaron al nacer. Nos resulta muy difícil reconocer y asumir que uno lastimó. No soportamos la idea de sentir que somos malas personas y siempre encontramos una justificación para lo que hacemos, una justificación que nos exculpa. 
Asumir lo hecho es preciso reconocerlo ante la persona dañada. Si fue sin querer, como es la mayor parte de las conductas dañinas que hacemos, está bueno hacérselo saber. “Te lastimé cuando dije o hice tal o cual cosa. No me di cuenta en ese momento pero en cuanto lo vi me sentí muy mal porque no quiero hacerte algo así.” O, si fue a propósito, podría ser “Te lastimé cuando dije o hice tal o cual cosa. El enojo me cubrió de tal manera que solo quería atacarte sin pensar en lo que hacía o decía. Estuve muy mal porque no quiero hacerte una cosa así”. 

Tres. Luego de reconocerlo, empatizar. Expresar el dolor que uno siente al ver el daño que le hizo al otro, el dolor al ver su sufrimiento, el malestar que uno causó. Lo que lo hace tan difícil es asumir que es uno el responsable. Pero es un paso imprescindible, un puente tendido entre uno que hizo el daño y el otro que lo recibió. Recién después de haberlo reconocido, de haberlo dicho y de haber empatizado se puede pedir perdón.

Cuatro. “Se que estuve mal y lo lamento mucho, lejos de mi querer lastimarte, me arrepiento de lo que hice, te pido perdón, te pido que tomes mi arrepentimiento y no me guardes rencor porque aprendí de esto y haré lo posible porque no se vuelva a repetir”. Los judíos hemos aprendido, como bien lo decía Wiesenthal, que el único que nos puede perdonar es la persona a la que hemos dañado. No es a Dios a quien hay que pedirlo, por eso un asesino no tiene perdón porque su víctima ya no le puede perdonar. El asesinato es definitivo e imperdonable. 

Pero eso aún no basta. Lo asumo, lo digo, empatizo y pido perdón. Pero falta el quinto paso.

Cinco. Compensar el daño. Compensarlo de manera concreta, con alguna acción que revele y exprese que mi arrepentimiento es de verdad, que no es una frase hipócrita o acomodaticia que digo para terminar con la cosa, sino que de verdad me arrepiento. La conducta compensatoria es lo que legitima el pedido de perdón, lo que lo hace significativo y le da el peso de la verdad.

Los cinco pasos del perdón son: reconocer el daño, asumir lo hecho, expresarlo a quien hemos dañado, pedirle perdón y compensarlo.

Luego, el perdón ya no está en nuestras manos sino en las del otro que nos lo puede dar o no. Y también tendremos que aprender a vivir con eso. Y, según nos dice la tradición judía, si no nos perdona debemos insistir dos veces más. A la tercera nuestra culpa queda eximida y pasa a los hombros de quien nos niega el perdón.

Aprovecho para decir que, como la vida es una fuente de sorpresas, aprendí que no tenemos garantías ni siquiera sobre nuestros próximos 5 minutos. Ninguno de nosotros sabe cuanto tiempo seguirá vivo o si alguna cosa inesperada torcerá nuestro camino. No lo sabemos. Vivimos como si fuéramos eternos, como si supiéramos a cada paso cuál será el siguiente, pero es una ilusión. Los que han vivido accidentes, muertes, o hechos insospechados saben de a qué me refiero. Por eso, como no tenemos ninguna garantía, no dejemos pasar el momento de pedirle perdón a quienes hayamos dañado, si no lo hacemos hoy tal vez ya no tendremos la oportunidad de hacerlo mañana. Pero además de haber lastimado, queriendo o sin querer, también amamos. Digámoslo hoy mismo, porque no sabemos si mañana nuestro ser amado lo podrá escuchar o si nosotros estaremos vivos para decírselo. 

La vida es ahora. 

No la dejemos escapar. 

Carpe Diem.

Shaná Tová ve Gmar Jatimá Tová.

  • En el día de Iom Kipur, dicho ante la comunidad de Pardés.

PS. Sigue la historia. Mi hijo, luego de leer el texto, dijo no recordar ese intercambio de “acusaciones”. Entré en la duda y me puse a buscar y encontré su texto. No era un fax, sino una carta postal. No era en forma de listado de bullets sino redactado en párrafos. Respondía a una carta mía, tampoco había sido un fax. Lo conté tantas veces que estaba convencida de que era así como lo “recordaba”. Lo bueno es que el contenido de la carta de mi hijo coincide, esto sí, con mi memoria. 26/9/23