terrorismo

 El día en que me convertí. 

¡Perdoname! ¡Perdoname! ¡No sabía! ¡Creía que acá íbamos a estar bien! ¡Creía que era un lugar seguro! ¡Perdoname! ¡Perdoname!” lloraba desgarradoramente mamá por teléfono aquel 18 de julio a las diez y media de la mañana. “¿Qué pasa mamá?” dije angustiada “¿estás mal, pasó algo?” “¿No sabés? ¡prendé la televisión, destruyeron la AMIA! ¡nos quieren matar otra vez!

¿NOS quieren matar? ¿a quién? ¿a nosotros? ¿a mí? y por qué dijo “otra vez” ¿cuándo nos quisieron matar antes? Fueron fracciones de segundos en los me hice esas preguntas y las respuestas casi instantáneas fueron un punto de inflexión en mi vida. “Nos” a nosotros, a los judíos, a mí y “otra vez” era como en la Shoá. Mamá, sobreviviente de aquello, revivió aquel lunes todo el horror, todo el miedo, la incertidumbre y la angustia de sabernos blanco de ataques como entonces.

Hasta ese día, mi vida como judía transcurría sin que ese fuera un tema esencial. Sin educación religiosa ni haber participado en organizaciones comunitarias, ese aspecto de mi identidad no me definía ni me interesaba o preocupaba. El “nos” y el “otra vez” de mamá implosionaron en mi subjetividad y cayó sobre mí, así como los cascotes del derrumbe, la noción concreta de que eso que había pasado me atañía personalmente. 

Conocía la AMIA. Había ido varias veces a conciertos, conferencias, algún trámite pero hasta ese día el edificio no había tenido un significado particular. Todo cambió. No solo cambió en mi que asumí de modo conciente mi identidad judía, por eso digo que ese día me convertí, sino que cambió para todos, judíos y gentiles. La destrucción del edificio derrumbó también una pared que nos separaba de los demás, salimos a la calle, manifestamos, protestamos, reclamamos justicia, nos dimos a conocer. Ya no como israelitas, ahora como judíos. Dejamos de temerle a la palabra y la asumimos con determinación y orgullo. 

Así como el ataque terrorista del 7 de octubre de 2023 cambió el modo en que nos vemos los que vivimos en la diáspora, el atentado a la AMIA el 18 de julio de 1994 con sus muertos, sus heridos y sus secuelas cambió nuestra inserción pública y nuestro lugar como judíos argentinos. Aunque el cambio se había insinuado dos años antes, con la destrucción de la embajada de Israel, hace 30 años nos quitamos un manto pseudo protector, se terminaron el miedo a la exposición, el disimulo ante el antisemitismo, la aceptación de ataques y discriminaciones, nos pusimos de pie para hablar y exigir lo que todo ciudadano tiene derecho a reclamar: respeto, justicia y verdad.

Para el libro en recuerdo de los 30 años del atentado a la AMIA.

Holocausto ayer. Yijad hoy. Un clamor en el desierto


Otra conmemoración del día en que el Ejército Rojo se topó con Auschwitz. Las Naciones Unidas eligieron esa fecha para honrar a las víctimas. Fecha que hoy se resignifica de un modo atroz.

El 8 de octubre de 2023 el mundo se topó con el horror. Al día siguiente del ataque terrorista de Hamás, las fotos, los videos, los testimonios de sobrevivientes, de los rescatistas y del cuerpo forense dando cuenta del estado en el que encontraron los restos de las víctimas, fue nuestro Auschwitz. El mundo entero vió con horror escenas similares a las que los rusos encontraron en su ingreso al escenario de aquel espanto.

La sorpresa fue igual. 

La desazón fue igual. 

El golpe en el plexo, igual. 

La pregunta por la condición humana, igual. 

Sorprende nuestra sorpresa. ¿Es que -¿ilusos, ingenuos, estúpidos?- habíamos creido a la Shoá como vacuna eficaz generadora de resistencias e inmunidades en nuestra piel social y en nuestra condición humana? Como los soviéticos que en su avance para derrotar al nazismo se toparon con la podredumbre más maloliente, nos topamos con la noción de que lo que creíamos que había cambiado no solo no cambió sino que empeoró. Entonces, aunque pretendieron ocultarlo, los nazis no tuvieron tiempo para esconder todo. Ahora, con un espanto renovado, vemos que, lejos de pretender ocultarlo, lo filmaron y lo publicaron ¡orgullosos! 

Los negadores del holocausto ponen en duda lo que pasó. Los que apoyan al islamismo radical hacen lo mismo. Las evidencias no les son evidentes. No las quieren ver. Y se convencen de que no están. 

La derrota del nazismo derribó en el siglo XX la idea de un humanismo racional. La respuesta al ataque de Hamás hirió en el siglo XXI la noción de que la educación sobre el holocausto había reducido el antisemitismo. Por el contrario nos explotó como una pústula purulenta y sus esquirlas laceran nuestra piel desnuda, frágil y vulnerable. No solo la piel de los judíos. La de toda la humanidad. Nadie es ajeno al antisemitismo. Lo sufrís, lo generás o creés que no es con vos. Si creés que no es con vos, es hora de que te sientes a pensar y te prepares. Hoy no es con vos. Solo hoy. Es cosa de las ideologías totalitarias con pretensiones universales. El nazismo del “Reich de los mil años” terminaría con los “impuros”, las yihad islámica, si triunfa e instala el califato universal, terminará con  los “infieles”. Nadie está exento. Infieles somos todos los que no somos musulmanes. Es desgarrador advertir que las futuras víctimas no lo ven y, lo que es aterradoramente peor, no ven que no ven. 

Derrotar al nazismo detuvo la masacre. El único camino, hoy, es derrotar el plan hegemónico y terrorista islamico.

Si teníamos alguna ilusión de progreso, ya sabemos que no, que habrá que guardarla hasta que escampe. Hoy como entonces el peligro nos fuerza  a mezclar y dar de nuevo. Hoy como entonces recordemos que no somos los judíos los que debemos dar una respuesta. Somos las víctimas, no los responsables. Hoy como entonces es mandatorio comprender que se trata de la sociedad humana, de nuestro futuro y el del mundo que les dejaremos a nuestros descendientes. 

Si el perpetrador es justificado, admitido y resulta impune, la órbita de sus ataques se extenderá. Si los estados islámicos tiránicos, autocráticos y absolutistas, continúan regando con petrodólares las conciencias de occidente, el jardín de la civilización se cubrirá con malas hierbas. Si no frenamos el avance destructivo y arrasador del terrorismo la tierra nutricia del humanismo se volverá un desierto seco y estéril. 

Claro que si quedara algún judío, probablemente, como ya sucedió con el milagro en Israel, volvería a inventar el riego por goteo para que vuelva a renacer la vida. 

Publicado en Infobae