¿Vale la pena contestar un desaguisado semejante al proferido por el Ministro de Economía cuando dijo que algunos periodistas eran “como los que ayudaban a limpiar las cámaras de gas en el nazismo”? ¿Tendrá alguna idea de lo que sucedía en los campos de exterminio? ¿Se imaginará lo que es estar obligado a retirar cientos de cuerpos de hombres y mujeres, viejos, adultos y niños, despegarlos para separarlos –y no me detengo en cuestiones de difícil digestión-, acomodarlos en carretillas, llevarlos a sitios especiales para hurgar en ellos por si tuvieran valores escondidos y después introducirlos uno a no en los hornos crematorios? ¿Le contaron que los encargados de estas tareas sabían que su propio destino iba a ser igual en pocos días? ¿Alguien le habrá informado que estos mismos prisioneros fueron los que dinamitaron uno de los hornos crematorios en Auschwitz?
Si supiera todo eso –es lo que espero de un ministro del poder ejecutivo de mi país- ¿cómo se atreve, cómo pudo ocurrírsele semejante analogía? Los pobres prisioneros que se ocupaban del trabajo más abyecto de los criminales nazis no tenían elección alguna, querían vivir un día más y tener la posibilidad de rebelarse y cuando llegara su hora, morir de manera digna y honorable luchando por la recuperación de su humanidad. ¿Pensará Boudou lo que dice o lo dice porque supone que tampoco tiene elección y también quiere estar un día más…? Y si lo consigue, ¿será que acaso espera rebelarse algún día y recuperar su honra y su dignidad? Si fuera así, vale la pena contestarle.
Diana Wang.
Presidenta de Generaciones de la Shoá en Argentina.
Nota: ponencia presentada en el seminario "La Shoá, los genocidios y crímenes de Lesa Humanidad: enseñanzas para los juristas" organizado por la Secretaría de DDHH del Ministerio de Justicia y el Mémorial de la Shoah de Paris. Es la transcripción de mi presentación oral según como fuera publicada en el libro. No recuerdo por qué la mención a Daniel Goldman, tal vez él debía venir y no pudo y fui convocada en su lugar, pero no lo recuerdo (hablando de recordar....).
Muchas gracias a los organizadores por haber confiado en mí, especialmente a Andrea Gualde y a Roxi Perel. En tan poco tiempo, que fui notificada de esta participación, haré lo posible por compartir con ustedes algunas reflexiones. Tengo algunas cosas parecidas con el rabino Dany Goldman y otras muy diferentes. El rabino Dany Goldman es quien tendría que estar acá en este momento. Soy judía como él. Y soy hija de sobrevivientes igual que él. Pero no soy rabina y no tengo su ilustración y su hondura filosófica, así que no van a contar con esto de mi parte.
Desde mi lugar de hija de sobrevivientes, como presidenta de una organización que se ocupa de transmitir y educar sobre el tema de la Shoá, y también un poquito desde mi lugar de psicóloga, que es inevitable (soy todo eso), hay toda una serie de cosas que querría compartir con ustedes.
Obviamente, la memoria es indispensable. Recordar y saber qué pasó forma parte del conocimiento que todas las sociedades tenemos que tener. Pero, ya a esta altura del partido, aquel lugar común de recordar para no repetir, sabemos que es una vana ilusión. Se recuerda y se recuerda, y se repite y se repite, y se mejora incluso. Así que recordar solo no es suficiente. Hay algo más que debemos hacer.
La pregunta es por qué recordar la Shoá en la Argentina. Esto es lo que dice en el programa. Como buena judía, lo primero que contestaría es por qué no. Por qué la Argentina tiene que ser diferente de otros países. En este momento la Shoá está siendo un tema tomado por casi todos los países porque porta una serie de lecciones e informaciones que cambiaron definitivamente la mirada que tenemos los seres humanos sobre las sociedades. Hay un antes y un después de la Shoá con respecto a la concepción de lo humano. Pero déjenme decirles, antes, que me quedé pensando qué interesante que un lugar como la Argentina, en el sur del Cono Sur, tan lejos de los escenarios europeos en donde sucedió la Shoá, estamos teniendo un simposio sobre la Shoá y estamos hablando de la Shoá. Y creo que es absolutamente pertinente hablarlo acá y en todas partes.
Qué hubiera pasado si el Ejército Rojo no hubiera detenido el avance del ejército alemán en Stalingrado. Qué hubiera pasado si el general Patton no hubiera triunfado en el norte de África y hubiera entrado en el sur de Italia. Qué hubiera pasado si los Aliados no hubieran ingresado en Normandía. Qué hubiera pasado con el mundo si el nazismo hubiera triunfado, a casi ochenta años de su instauración en 1933. Probablemente, muchos de nosotros no estaríamos vivos, no estaríamos acá. No sé cuántos judíos hay en la sala pero no hubiera quedado ni un judío en el mundo. El nazismo tenía un plan que era universal, que no tenía fronteras geográficas. El plan de la creación de la raza superior no tenía fronteras. Era un plan planetario, iban allí como demiurgos, como semidioses, querían construir lo que ellos llamaban “la raza superior”. No habría discapacitados físicos, no habría discapacitados mentales, no existirían homosexuales. Y bueno, irían por más. No existirían negros, ni amarillos, ni rojos, ni marrones, ni gente con los ojitos así. Vaya uno a saber en qué mundo viviríamos si el nazismo hubiera triunfado. Entonces, por esto es pertinente hablar de la Shoá acá y en cualquier lugar del mundo. Porque simplemente se detuvo porque perdieron la guerra. Entonces, no tenemos que perder de vista que la Shoá estuvo en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, y gracias a que la perdieron, el mundo pudo seguir, bien o mal, como ha seguido. Pero, seguramente, mejor que si hubiera estado bajo el nazismo.
Pero también, hablar de recordar la Shoá en la Argentina y también en otros países tiene sentido por las varias lecciones que comporta. Nos ha enseñado, y todavía no sé cuánto hemos aprendido, del alcance de los sistemas políticos totalitarios y de la enorme vulnerabilidad de las sociedades humanas frente a eso. Nos enseña sobre el fracaso de los dispositivos educativos que tenemos, sobre la fragilidad de los individuos y las sociedades para contrarrestar los poderosos efectos de este sistema, para no someterse al aparato de la propaganda y al hondo lavado de cerebro que éste determina. A la dificultad de la lucha,, tanto individual como grupal, a la presión grupal y social –y acá habla la psicóloga– por esta necesidad que tenemos los seres humanos de ser aceptados, de pertenecer a un grupo. Esto se ha probado por infinitos estudios, que determinan la aceptación y el sometimiento a ciertas normas del grupo aun cuando algunos individuos no estén de acuerdo.
Nos enseña sobre el entumecimiento del juicio crítico, que es una consecuencia de todo lo anterior. Sobre la comodidad, sobre la burocracia. Sobre los aparatos que nos dicen que nosotros confiemos en alguien que nos dice que sabe lo que hace y que nosotros simplemente hagamos lo que tenemos que hacer. No miremos el cuadro grande. Sobre todo esto nos enseña la Shoá permanentemente. Y la Shoá debe ser un ejemplo, y debe ser mostrado como un ejemplo de a lo que se puede llegar si se siguen las últimas consecuencias de lo que esto propone.
Tenemos varios ejemplos en la Argentina. Voy a hablar solamente de uno. Podría tomar cualquier otro, pero voy a hablar de lo que pasó en la Guerra de Malvinas. Tal vez los compañeros franceses de la mesa, que no estuvieron acá, no sepan cómo fue el clima cuando comenzó la Guerra de Malvinas. El país estaba presidido por un gobierno de facto, por un presidente cuya mayor virtud era su resistencia al whisky, la cantidad de bebida alcohólica que tomaba, y se hacían muchas bromas respecto de eso. Tenía una oposición popular muy grande porque había medidas que habían sido muy impopulares. Entonces, un día se llena la Plaza de Mayo, ésta que tenemos acá a una cuadra, con una manifestación absolutamente en contra del gobierno. El gobierno declara la Guerra de Malvinas y, dos días después, la misma plaza se llena de gente vitoreando al presidente. Hay algunas cabezas que hacen así porque nos acordamos de lo que fue. Es decir, un día en contra y dos días después “el pueblo” llenando la plaza a favor de esta decisión.
Yo recuerdo los titulares de los diarios, yo recuerdo el “estamos ganando”. “Estamos ganando”, pero miren qué pretensión delirante. Al ejército británico ayudado por el ejército americano. Nosotros, la Argentinita, ese paisito chiquitito, nosotros estamos ganándoles a ellos. Se acuerdan de nuestras bravatas, de nuestra arrogancia de argentinos, diciendo “que se venga el principito”, como que nosotros lo vamos a atacar, con tango, con mate o con asado, porque no sé con qué lo íbamos a atacar. Recuerdo cuando íbamos a dar clase a las escuelas, a los chicos de diecisiete, dieciocho años. Los chicos que nacieron después de la Guerra de Malvinas no entienden esto que estamos contando. Pero cómo, ¿eran idiotas que declararon una guerra a estas potencias mundiales? Entonces les contamos. Chicos como ustedes, yo los vi en la televisión haciendo colas en el Ministerio de Guerra para ofrecerse como voluntarios. Para ir a morir a esas islas con piedras desérticas por una supuesta reivindicación histórica del robo de los piratas ingleses. Me acuerdo de la gente haciendo colas entregando medallitas y cadenitas de oro. Nos acordamos de todo esto. Bueno, esto es lo que hace un gobierno totalitario –es un ejemplo muy chiquitito– que nos toca absolutamente a todos.
Este tipo de cosas han pasado más de una vez en la Argentina, en Chile, en Uruguay, en distintos países. No voy a abundar en esto porque todos conocemos estos mecanismos afilados, desarrollados hasta grados preciosos por el Ministerio de Propaganda de Goebbels; siguen siendo usados y aplicados por la propaganda política, por la publicidad comercial. Los mismos principios desarrollados por el Ministerio de Propaganda. Y esto tenemos que ir a enseñarlo a las escuelas. Tenemos que ir a enseñar cuáles son los principios, para mostrar qué vulnerables son a la manipulación y a la formación de la supuesta opinión pública que apoya a estos gobiernos totalitarios en decisiones impopulares a través de una cuestión que inventa como la Guerra de Malvinas.
Podría decir infinidad de cosas por las cuales es importante hablar de la Shoá, pero quiero mencionar una sola más hasta pasar a otro tema que quiero tratar con ustedes. El conocimiento, el reconocimiento y el aprendizaje sobre aquellos poquitos, muy poquitos, que se atrevieron a pensar por sí mismos, que no se sometieron al lavado de cerebro y que hicieron lo que en aquel momento no había que hacer, a los que se opusieron, a los que en la Shoá salvaron judíos aun a riesgo de su propia vida, a esos que han tenido conductas casi siempre inconscientes, que si las hubieran pensado no las hubieran hecho. Pero aprender de ellos, cuáles son los resortes que se movieron, porque es ahí donde encontraremos alguna respuesta que todavía necesitamos aprender.
La otra cosa que quería decirles es algo que me llama mucho la atención, y en este foro de juristas y de pensadores sobre el tema de la Shoá quiero proponerlo como una cosa que me inquieta, que es el uso de ciertas palabras, retomando algo que comentó el juez Rozanski, que es el uso apropiado de las palabras. He escuchado acá y en otros sitios y documentos que se usan las palabras “raza”, “racismo” y “antisemitismo”. Entonces, quiero dedicarme brevemente a hablar de esas tres palabras y tratar de convencerlos a ustedes de por qué son impropias y por qué no deben ser usadas.
El concepto de antisemitismo es un concepto acuñado por Wilhelm Marr, un escritor y periodista alemán al que se le ocurrió este concepto a mediados del siglo XIX. Escribió un panfleto que rápidamente tuvo difusión, vendió en la sociedad, y entonces el concepto de antisemitismo fue instalado y empezó a tener una validez cuasi científica. Wilhelm Marr hizo un salto sofista muy interesante. Miren lo que hizo. Porque lo semita existe; existe lo semita, pero no en la biología. Wilhelm Marr plantea el antisemitismo como un concepto que tiene que ver con la biología. Hay gente que nace semita y hay gente que nace no semita: aria, negra, oriental, o lo que fuera. Lo semita es genético, es ontológico, es lo que uno es. Es semita. Si uno es semita eso no se puede cambiar, no se puede convertir, no se puede convencer. Si uno es de tal altura. Uno es lo que es y no puede cambiarlo. Resulta que lo semita es un concepto de la lingüística, lo semita son las lenguas. Hay lenguas de raíces semitas, lenguas de raíces arias y otras raíces. Hay lenguas semíticas, como el hebreo, como el árabe, y lenguas arias. Y entonces, lo que hizo este hombre fue un salto mágico: si esto se aplica a la lingüística, trasladémoslo, transpolémoslo a la biología. Esto es un gravísimo error. No existe algo así como el antisemitismo.
Lo que sí existe, la palabra que más se le ajusta, es judeofobia. Es el odio o la sospecha frente a lo judío. Esto tiene una historia, primero una historia religiosa por la judeofobia de la Iglesia Católica. Luego, la judeofobia europea por algunas características supuestamente atribuidas a los judíos, que arman el estereotipo judío del judeófobo. Pero lo que agrega Wilhelm Marr es la pretensión científica. A partir de ese momento los judeófobos europeos y los del mundo entero se quedaron tranquilos. Porque no era que ellos tenían algún prejuicio que mejor no contar y este sentimiento que no era bien visto. No; es que estaba fundado en la biología. Los judíos éramos gente diferente. De ahí a excluirnos y luego a exterminarnos son algunos pasos lógicos en la sucesión de los acontecimientos.
Y en qué se basa Wilhelm Marr en este concepto de antisemitismo. Se basa en el concepto de raza. La raza era una idea que existía con bastante anterioridad al siglo XIX. Se supone que es una idea que comenzó a conocerse en el siglo XVI, en el siglo de los colonialismos. Cuando los europeos con sus barcos salieron a conquistar África y América, a colonizar y expoliar a los dos territorios en colonias. Se encontraron con el otro, con el Otro, con un negro, con otra forma de narices, con otra forma de pelo, con otra cultura, con otra sintaxis idiomática y otras costumbres. Entonces, este Otro inmediatamente fue subsumido por la categoría de subhumano. Y aparece el concepto de raza. “Raza”, ligado a la categoría de inferior. Raza no como diferente sino como inferior, aplicada a los pueblos de África, aplicada a los pueblos primigenios de América. Y esto ¿qué permitió? Permitió el comercio esclavista, cosificó a la gente; entonces no había ninguna culpa porque no eran seres humanos iguales que los europeos, a éstos se los podía comprar, vender, manipular, esclavizar y dejar morir. No había ningún problema para ello.
Sobre este concepto del siglo XVI se monta un político francés, Joseph Gobineau, que también en la segunda mitad del siglo XIX escribe un libro que se llama Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, en donde pone sobre la mesa aquello que Wilhelm Marr había esbozado con el antisemitismo. Entonces, él habla de una desigualdad cualitativa, donde hay mejores y peores. Esta idea de Joseph Gobineau luego fue utilizada en Los protocolos de los sabios de Sión, que se basa en un escrito francés que después fue retomado por la policía zarista, en El judío internacional, de Henry Ford, y finalmente fue retomado por Rosenberg y el nazismo y su ruta, y el camino que nosotros conocemos.
Y hay una coincidencia. Tanto el antisemitismo como el concepto de racismo fueron acuñados en la segunda mitad del siglo XIX, en años muy próximos. Y uno se pregunta a qué se debe esto, ¿es casualidad? Resulta que tiene que ver con la emancipación de los judíos en Europa Occidental. La mayor parte de los países de Europa, entre ellos Alemania y Francia, había emancipado a los judíos, y en este momento de la historia, a partir de 1870, tenían los mismos derechos ciudadanos que el resto de la población. Entonces se necesitaba diferenciarlos. Por eso estos conceptos aparecieron.
Estos conceptos que estoy desarrollando en este momento son los conceptos con los que nosotros vamos a las escuelas y trabajamos, porque tienen que ver con el fundamento biológico de la discriminación. Entonces, lo que proponemos es dejar de llamar razas y racismo, no tengo otra palabra, la única palabra que puedo decir es “lo que se conoce como racismo”, porque no hay otra palabra para llamarlo, y hacer una propuesta en las Naciones Unidas para que deje de llamarse así, porque se sigue llamando así en los convenios de Naciones Unidas. Y la idea es ir a las escuelas y mostrar cómo estos conceptos están integrados a nuestra cultura y determinan conductas, miradas y prejuicios, no solamente en contra de los judíos.
En la Argentina tenemos otros grupos que en este momento están siendo mirados de manera discriminadora. En un momento, los coreanos. Tenemos inmigrantes de países vecinos, paraguayos, bolivianos. En otro momento fueron los chilenos. Todo este cuerpo de pensamiento y de información puede ser aplicado a la revisión de la forma en la que es mirado otro, cuando es visto como Otro, con mayúscula, cuando es visto como amenazante, cuando es visto como diferente de mí y tal vez inferior.
Una de las cosas que estamos haciendo en este momento, y con esto termino, desde Generaciones de la Shoá, y que quiero compartir con ustedes, es lo que llamamos el proyecto Aprendiz. El proyecto Aprendiz es una forma diferente de trabajar con la memoria. Y lo queremos proponer a esta audiencia porque creemos que es novedoso y creativo, y que compromete a la gente de una manera muy particular. El proyecto Aprendiz consiste en el emparejamiento de un joven con un sobreviviente en una relación personal, en donde el joven –con “joven” queremos decir gente de entre veinte y treinta años, no menos de veinte– aprende del sobreviviente, que será su maestro, no solamente su historia durante la Shoá, sino quién es, cómo ha vivido, sus pequeñas anécdotas, que le permitan a este joven –dentro de diez, veinte, treinta o cuarenta años más– pararse frente a un auditorio y contar la historia de la Shoá, de viva voz, como un relato personal. Lo que nosotros hemos observado, y en esto se basa el proyecto Aprendiz, es que es muy importante la información escrita, los libros, las películas, pero no hay nada que impacte y que mueva más a un auditorio que la presencia física del testigo. El testigo porta no sólo la información sino la encarnación de una historia, con una emoción que muchas veces hace a la información transmitida indeleble y persistente en la memoria. Entonces, hay algo que tiene que ver con el trabajo en la memoria que tiene que pasar también por lo emocional. Y en esto se basa el proyecto Aprendiz que estamos llevando a cabo.
[1] Transcripción de la ponencia de Diana Wang, en el Seminario “La Shoá, los genocidios y crímenes de Lesa Humanidad: Enseñanzas para los juristas” organizado por la Secretaría de DDHH del Ministerio de Justicia de la Nación y el Memorial de la Shoah de Paris. 27-28 de Septiembre 2010. Está publicado en el libro homónimo.
Cuando falta un cuerpo, se rompen los rituales que inscriben esa muerte en la cadena de lo humano. ¿Cómo duelar al ser querido perdido sin la evidencia de su muerte? El Holocausto, los diferentes genocidios o politicidios, como nuestra pasada Dictadura Militar, han producido un tendal de muertos sin sepultura: los que ya no están, pero que no están ni vivos ni muertos. En palabras de aquel infausto general de triste memoria: son desaparecidos, no tienen entidad, seres disueltos y esfumados entre noche y niebla, exiliados del ritual humano de la muerte.
La muerte nos sume en el misterio y la sinrazón absolutos. Desde el comienzo mismo de la historia todas las culturas han generado rituales funerarios que permiten abordar ese momento tan doloroso. Lo incomprensible y siniestro de la muerte puede así ser aceptado emocionalmente y traducirse en representación mental. En nuestra sociedad, el velorio, el relato del momento de la muerte y su causa, los recuerdos compartidos, el entierro o la cremación, los rezos, el llanto, el consuelo coral, van tejiendo un entramado social de recuperación de sentido que permite la lenta acomodación a la nueva vida sin el que ya no está. Los deudos se apoyan unos a otros, comparten la pena y puede inscribir el suceso de la muerte en la historia familiar. En el ritual el fallecido es nombrado y recordado, desde su historia y estirpe, en su red de amigos y parientes, con sus particulares sueños, esperanzas, logros y frustraciones y adquiere una nueva entidad jurídica. Merced al ritual la vida del ser querido perdido se vuelve relato y el relato permitirá el ejercicio de aceptación y más tarde el de recordación en el sitio y la fecha instituidos para su memoria.
Sin cuerpo no hay rituales, el duelo no puede empezar, los familiares no pueden acceder a los recursos y dispositivos provistos por la cultura. Sin la constatación de la muerte, no hay un cuerpo que hable de quien ese cuerpo fue, queda un hueco con aullidos ininteligibles e inhumanos; es un vacío obturador que impide la construcción de un relato. Sin ritual tampoco se instituye un lugar y una fecha. El muerto queda exiliado en un limbo siniestro, sin entidad ni representación social y humana alguna. La necesidad de ritualización es tan poderosa que algunos familiares de desaparecidos y de víctimas del Holocausto, han inventado actos de representación para incluir esta ausencia en su trama familiar. Placas individuales o colectivas, espacios de memoria y recordación, fotos, libros, ceremonias, dispositivos paliativos, parches que malcierran el dolor y que mantienen abierta la espera de la aparición del cuerpo que permita empezar, y por fin cerrar, el proceso de duelo que hasta entonces quedará inconcluso. A ello debemos sumar que sin el cuerpo, el dolor se potencia con una cruel incertidumbre que se vuelve pensamiento torturante: ¿habrá muerto? ¿cómo convencerse de ello sin haber visto el cuerpo? El muerto sin entidad, el desaparecido genera esa atroz y fantasmática expectativa de una aparición posible, mezcla de perversidad y esperanza. Hay padres de desaparecidos que aún hoy se sobresaltan toda vez que suena el teléfono esperando oír la voz del hijo que nunca pudieron enterrar.
“Kadish” film de Bernardo Kononovich (2009), muestra a un hombre que sostiene un documento donde figura el nombre de un familiar asesinado en la Shoá y, como si fuera aquel cuerpo, dice kadish (la plegaria judía que se pronuncia en el momento del entierro). El padre católico Patrick Desbois, creó en 2004 Yahad in Unum, un proyecto para desenterrar las fosas comunes en la actual Ucrania, donde yacen el millón y medio de judíos asesinados por los Grupos Especiales nazis. Los restos que encuentra, mediante el análisis de sus ADN, podrán alguna vez ser restituidos a sus familiares y tener así una sepultura humana.
Personalmente siempre espero que mi hermano Zenus, a quien nunca conocí, alguna vez aparezca. Mis padres lo entregaron en Polonia en 1942 a una familia cristiana con la esperanza de que sobreviviera al nazismo. Terminada la guerra, lo fueron a buscar y les dijeron que había muerto de tifus pero que no “recordaban” lo que habían hecho con el cuerpo. Sin ese cuerpo, ¿cómo convencerse que murió? Para mis padres antes, para mí ahora, Zenus no tiene “entidad”, no está ni vivo ni muerto, no lo puedo llorar ni tampoco esperar. Puedo dar fe personalmente del peso y la presencia que tiene este muerto sin sepultura en mi vida, una especie de fantasma que mantiene abierta de manera cruel la eterna expectativa de que alguna vez podría aparecer.
Diana Wang
Presidenta de Generaciones de la Shoá en Argentina
Todos sentimos alegría por la constatación de que los mineros enterrados en Chile estén con vida y de que hayan comenzado las acciones para mantenerlos vivos y en un futuro, rescatarlos. Uno imagina la angustia del encierro, la desesperanza e impotencia, el temor de haber sido dados por muertos, el calor, la sed, el hambre, el vacío de la ausencia de comunicación con el exterior. El escenario es claustrófobo y terrorífico, una especie de muerte en vida. Todo esto cambió con la conexión establecida y con la reapertura de la esperanza. Es casi un milagro, renueva la fe en lo mejor de lo humano. No nos ponemos a pensar ahora en que las cuestiones de seguridad no fueron atendidas lo suficientemente, que la empresa no consideró que la vida de los mineros debía ser protegida mediante la construcción de otra salida como se hace en países con mayores controles. Es momento de alegría y regocijo. Pero vienen a mí, sin que lo pueda evitar, -y acusándome de injusta- otros hechos protagonizados por otras personas encerradas, también angustiadas, desesperanzadas, impotentes, con hambre y sed, pero, a diferencia de haber sido objeto de un accidente, su enterramiento se debía al peligro de muerte en el que estaban. Eligieron ese encierro, eligieron esas duras condiciones porque era mejor que estar en el exterior, a la intemperie como blanco del acosador asesino.
Pienso en mis padres que estuvieron 22 meses hacinados en un altillo de 70 cm de altura máxima, en un total silencio para no ser descubiertos, en la oscuridad más absoluta, temiendo en cada minuto ser denunciados y asesinados; un primo escondido con ellos, a sus cinco años, cuando salió tenía atrofiados los músculos de sus piernas debido a la inmovilidad a la que estuvo obligado en sus años de crecimiento; hasta hoy renguea, pero vive; aprendió sus primeros juegos entre el horror del silencio, la quietud y la oscuridad.
Pienso en los Ackerman, un matrimonio y sus dos hijos, que sobrevivieron escondidos en las cloacas conviviendo con todo tipo de alimañas, en el lodo y la pestilencia, durante cerca de un año y medio, tiempo en el que no emergieron nunca a la superficie, jamás asomaron a las calles que estaban ahí nomás, sobre sus cabezas.
Pienso en Stan que sobrevivió escondido en un sótano lóbrego y húmedo junto con otras quince personas; tenía 11 años y domesticó a una rata que fue su compañera de juegos y mascota durante los largos meses de encierro.
Pienso en Rivka de 9 años que permaneció escondida en el fondo de la cucha del perro de una granja, sin que los granjeros lo supieran, compartiendo con el ”dueño de casa”, el noble perro, su comida y las peripecias de su vida.
Pienso en Félix que sobrevivió en un pozo cavado bajo la casa de quien fuera la cocinera de su familia, en la tierra, en un pequeño sitio junto con tres personas más, no podían ponerse de pie ni cambiar de posición porque el lugar no era suficiente, debían estar, ellos también, en total y absoluto silencio y en completa oscuridad; en ese contexto, Félix siguió sus estudios porque uno de sus compañeros de infortunio era un tío, profesor de física y matemáticas, quien le impartió las clases de ésas y otras materias, en la oscuridad más absoluta, sin papel ni lápiz, sin tiza ni pizarrón, todo de memoria y susurrado; cuando la guerra terminó llegó a Francia y fue admitido en la Sorbonne donde se graduó con honores. “Nunca tuve que estudiar” decía, “me bastaba con cerrar los ojos y escuchar al profesor, igual que en el escondite con mi tío”.
Todos ellos eligieron estar escondidos porque el mundo había enloquecido: estar libre era peligroso, estar encerrado era la salvación. Y no sé si sufrieron serios traumas, sabían que no tenían alternativa y cuando uno sabe que no tiene alternativa, de alguna manera se las arregla, pone las cosas en su debido lugar y se concentra en vivir. A diferencia de los mineros ellos no sabían si alguna vez terminaría su encierro o si podrían sobrevivir siquiera un día más, no tenían ninguna ilusión.
Me da mucha alegría que los mineros hayan sido encontrados y que se les haya abierto una esperanza, que sepan que son esperados, que se hará lo posible por rescatarlos, que el mundo está atento a ellos y a su sufrimiento. Me da tanta alegría como la pena que siento por todos los que eligieron enterrarse en vida para huir del odio, rodeados de indiferencia sin tener al menos el consuelo de saber que eran esperados en alguna parte, que alguien estaba intentado hacer algo por salvarlos. ¿Cuántos habrá hoy en las mismas condiciones? ¿Cuántos en Darfur, en la Latinoamérica de los cárteles, en el Africa diamantera, en otros confines? ¿cuántos hay encerrados en el silencio y la oscuridad y la indiferencia más total? Son afortunados los mineros que tienen a tanta gente preocupada, a todos los medios de prensa atentos.
Me dirán que ¿qué tiene que ver una cosa con otra?, ¿por qué relacionar este hecho con aquéllos?. Responderé que es parte de mi patología como hija de sobrevivientes de la Shoá. Es mi porción de locura heredada de aquella locura del mundo y con la que seguimos conviviendo. Es maravilloso advertir el espíritu humanitario despertado universalmente por los pobres mineros aprisionados. Pero me da lo que llamaría una cierta envidia retrospectiva, un poco de pena y un chiquito así de vergüenza.
La vida no es más que una sombra en movimiento, un pobre actor que pasa contoneándose y arrebatado por el escenario y luego no se lo oye más. Es un cuento contado por un idiota lleno de sonido y furia, que no significa nada. William Shakespeare. La tragedia de Macbeth, Acto 5, Escena 5.
La pregunta por el sentido de la vida ha acosado a innumerables pensadores en la historia de la humanidad a los que ahora se han sumado los hermanos Coen. Su aporte en tono ligero de comedia, es decir, desgarrador pero sin estridencias, es que la pregunta misma por el sentido ha dejado de tener sentido.
Han construido su película a modo de parábola, igual a como lo hace la Torá por ejemplo con la historia de Job, ese hombre bueno que jamás permitió que su fe en Dios flaqueara a pesar de las terribles desgracias que se cernieron sobre él. Larry Gopkin, un Job del siglo XXI, cree que haciendo las cosas bien, respetando las leyes y las tradiciones, será premiado con una buena vida. Vemos en la película una sucesión de desgracias que lo sumen en la angustia de no entender por qué. Job era un hombre de fe y no pedía explicaciones. Larry es un científico y clama por lógicas; cree que las conductas tienen consecuencias, premios y castigos, en una sucesión ordenada de procedimientos previsibles. Las paradojas de su clase de física se replican en su propia vida y la única respuesta que se da en el film, en boca de un personaje marginal, le resulta absolutamente insoportable: “acepta el misterio”. También es otro personaje marginal quien le sugiere que, “cuando el misterio es grande un judío le pregunta al tsadik”, en ese caso al rabino Marshak.
Y Larry, un hombre serio que está convencido de que debe portarse bien y así lo hace, no consigue, por más que lo intenta, ver al rabino. Consulta en su lugar a otros dos rabinos que incrementan su angustia y ahondan sus preguntas y las faltas de respuestas. Recién al final, en una burla a todos sus esfuerzos, es su hijo quien recibe el premio de una entrevista con el famoso rabino, ese hijo tan poco serio que no respeta a la escuela ni a sus enseñanzas, que roba dinero, que lo único que le interesa en la vida es el rock, que hasta hizo su Bar Mitzvá drogado con marihuana. Quién se porta bien sufre desgracias, quien se porta mal es premiado.
“Acepta con simplicidad todo lo que te pase” es la cita de Rashi con la que se abre el film. Le sigue una deliciosa historia ambientada en un shtetl, hablada en idish, en el mundo que terminó con la Shoá. Este prólogo, una típica historia de dybbuks, muertes y aparecidos, sirve como carátula de lo que seguirá, nos anticipa que lo que vamos a ver tiene que ver con la búsqueda de explicaciones y sentidos ante los misterios de la vida, la lucha entre la lógica y la fe.
Luego conocemos a los personajes y se van desplegando las situaciones en las que los pérfidos hermanos Coen sumen al pobre Larry, a quien ubican en una tranquila comunidad del medio oeste norteamericano en la primavera de 1967. Una esposa que decide abandonarlo por un amigo, viudo reciente, pomposo e insufrible, unos hijos demandantes y egoístas, un hermano delirante que construye un mapa indescifrable, todos a su cargo, todos sobre sus hombros. En su condición de profesor de física en una universidad recibe a un alumno coreano reprobado que sin empacho le ofrece un soborno para que le cambie la nota a lo que se niega terminantemente porque “toda conducta tiene sus consecuencias” siguiendo la lógica interna que lo guía. Un colega le cuenta que su esperada tenure (posición vitalicia como docente) es amenazada debido a unos anónimos que lo injuriaban. Un vecino goy (con todas las características que los judíos invisten a los antisemitas) invade su propiedad y Larry no puede frenarlo e impedirle el avasallamiento. Hasta debe pagar el servicio fúnebre del “novio” de su esposa que muere en un accidente. Estas pequeñas desdichas, sumadas, potenciadas, lo conducen a consultar con abogados, a asumir el alto costo que implica y a irse hundiendo en la absoluta arbitrariedad de estas “plagas de Egipto” que han caído sobre él sin motivo aparente alguno. Su lógica está subvertida de manera radical.
El final es la confirmación de esta desgarrada subversión. Como premio por su Bar Mitzvá, el hijo de Larry, cuya conducta dista mucho de ser seria, es premiado con la entrevista con el rabino, la que su padre no pudo conseguir a pesar de la seriedad con la que intenta ser un hombre serio. Y en el colmo de la subversión, uno espera que el tsadik hable y derrame sabiduría, pero sus palabras son los dos primeros versos de un rock de moda que confirma, por el absurdo, el vacío de respuestas y la inutilidad de toda pregunta. En el inglés torpe de un inmigrante dice: Cuando descubrís que toda la verdad son mentiras y muere toda tu alegría interior….(When the truth is found to be lies, and all the joy within you dies), y dejando la frase abierta, sin terminar, nombra uno a uno –como quien cita una referencia bibliográfica- a los integrantes del grupo Jefferson Airplane, los intérpretes. Esta cita del sabio valorado por toda la comunidad, genera una alianza con el azorado y poco serio jovencito para quien la música es lo único serio en la vida. La sabiduría del Tsadik inventado por los Coen es precisamente ese salto conceptual, esa aceptación de un rabino de los nuevos códigos que mantendrán, tal vez, viva y vibrante la identidad judía y abrirá nuevas expectativas de sentidos y respuestas.
Hay en el film tres épocas que construyen la parábola del relato: 1ª, el shtetl y su mundo estructurado con sentidos establecidos que no se cuestionan; 2ª, la década del sesenta con un mundo que viene de cambiar y está empezando a reaccionar frente a lo que pasó en la Shoá y el desgarrador debate y la crisis de sentido consecuente y finalmente 3ª, la actualidad, 2009, -año en que fue filmada la película- con la pregunta de ¿cuál es el sentido de preguntarse por el sentido? En esta trayectoria hemos ido caminando de un mundo de certezas hacia un mundo en el que la única certeza es que no hay certezas. Dice el film que es en vano buscar respuestas a los grandes interrogantes que plantea la vida y mucho más en vano todavía esperarlas de un Dios que ha enmudecido y quizás hasta se divierte con las miserias y los padecimientos de los hombres (como los Coen con los sufrimientos del pobre Larry y las respuestas bizarras de los tres rabinos).
Algunas cosas sucedidas en el mundo quedaron sin mencionar en este arco temporal y me resisto a creer que de manera ingenua. Por ejemplo la Shoá, donde todas las explicaciones lógicas y la fe se pusieron en cuestión, hecho sucedido entre el mundo del shtetl y la década del 60. El tsadik de la palabra esperada es un hombre mayor que habla mal inglés, un inmigrante adulto, o sea, un sobreviviente, pero que no habla sobre ello. Su silencio tal vez aluda a la imposibilidad de encarar esta tragedia desde la perspectiva del sentido (aunque ya lo hiciera Viktor Frankl, pero desde el punto de vista individual). Hay otros dos sucesos que no pueden ser mencionados porque pasarán poco tiempo después pero tampoco debe ser inocente que los Coen ubiquen el film en la primavera del 67, momento previo a dos eventos que serán esenciales para los judíos. Por un lado la Guerra de los Seis Días –verano del 67- que cambió la identidad judía de raíz: de víctimas, de sujetos desarmados del odio antijudío nos hemos vuelto vencedores armados y empezamos a ser vistos por nosotros mismos y por el mundo de un modo enteramente novedoso. Este triunfo determinó la irrupción del antisemitismo político anti-sionista alimentado por la URSS, aliada geopolítica de los árabes, y pocos meses después el furibundo antisemitismo en Polonia en 1968 con la expulsión de los judíos que aún vivían allí. La Shoá, la Guerra de los Seis Días y el antisionismo están directamente relacionados con el cambio de la identidad judía y con la irrupción de nuevos sentidos que nos interpelan y que debemos aprender a decodificar y responder.
¿Será que el triunfo en la Guerra de los Seis Días revela la decisión de los judíos de no buscar más respuestas a preguntas filosóficas sino soluciones concretas? Larry Gopkin, nuestro hombre serio sujeto al viejo paradigma, jamás habría aprobado la lucha armada, seguiría pidiendo respuestas y explicaciones, seguiría, inútilmente, intentando portarse bien esperando recibir el merecido y prometido premio. Este judío inocente y bueno se exhibe como una rara avis, una especie en extinción no ya en manos del nazismo sino en manos de un mundo que tiene en el rock a sus autoridades filosóficas, un mundo en el que todo se trastoca, nada responde a las expectativas tradicionales, un mundo en el que una persona seria y que se porta bien parece estar fuera de lugar. Es lo que dice otra canción que se oye varias veces en el trascurso de la película, un tradicional tema en idish, “Der milners trern” (las lágrimas del molinero), en el que un hombre se pregunta por la causa de las desgracias que sufre y se ve inerme frente a la arbitrariedad injustificada. En el acorde final de la película los hermanos Coen, con cariñosa ironía y por las dudas, nos tranquilizan diciendo: “ningún judío fue herido en la realización del film”. Y ya no es Larry Gopkin con su mirada límpida y transparente, con su dolor de hombre serio que sigue esperando que el Bien triunfe sobre el Mal y que reine la lógica y se recupere el sentido, sino los mismos Coen los que nos invitan a pensar sin miedo ni estereotipos, a atrevernos a cambiar de códigos, a buscar en sitios nuevos, cómo seguir siendo judíos y no desesperar en el intento.
La Shoá esa enormidad que interpela a la Humanidad toda es para los judíos un absoluto, un baluarte sagrado que suele ser tratado con respeto y unción. Investido con el ropaje de lo sagrado sus reglas de conmemoración y actos de representación son ceremoniales, a menudo con grandes palabras, prolijidad y pudor (y –sin temor a la incorrección política- con algo de hastío, un “otra vez lo mismo” que algunos piensan pero que no reconocerán ni dirán jamás). Hay poco lugar para nuevas ritualizaciones, nuevos códigos que atenten tal vez con quitarle el halo sagrado de seriedad, que amenacen con arrugar lo que siempre aparece bien planchado. Se corre el riesgo de herir, ofender y/o irritar. En general nos cuidamos muy bien de todo ello y más ante cosas como la Shoá (pongámonos de pie) y peor aún si mentamos a los sobrevivientes.
Así preguntó Maru, de 12 años, alumna de una escuela privada no confesional. En Historia le dieron para estudiar El Holocausto, para el lunes había que saber Guetos y Campos de Concentración. ¿Es como matemáticas o geografía? preguntó extrañada, ¿hay que cumplir los objetivos de Gueto y Campos de Concentración igual que Teorema de Thales o Isotermas e Isobaras? y terminó: si uno no la da bien, ¿se va en gueto?.
Y su pregunta, nada inocente, pone en cuestión todo el tema de la educación y la transmisión. Pone sobre el tapete también lo relativo a la representabilidad, a todos los dispositivos que se usan como herramienta pedagógica. Obliga a discutirlo, interrogarse, repensar y revisar lo que se hace, para no caer en la estereotipia que lleva lenta pero fatalmente a la banalización.
Una ley que incluya el estudio del Holocausto en toda la red escolar es una excelente noticia. Pero está lejos de ser suficiente. Tampoco lo es los testimonios, los libros, las películas, los monumentos. Es descorazonador advertir la insuficiencia de todo lo que se hace en pos de la mentada frase “recordar para que no se repita”.
Los que estamos en las trincheras de la transmisión sobre la Shoá sabemos que no es recordando que se evita que pase algo. Recordar no alcanza. Es condición sine qua non, pero no alcanza. El “nunca más” es una expresión de deseos, nada más. Es preciso recordar, estudiar, investigar y encontrar los medios más eficaces para transmitir, conmover y promover reflexiones modificadoras. Enseñar sobre el Holocausto no es cultura general. Es, o debería ser, un tema tendiente a la formación personal. Debería atravesar diferentes materias y ser abordado desde diferentes ángulos, con un énfasis en la ética, la responsabilidad social, la propaganda, los prejuicios y sus efectos pragmáticos, la manipulación, el juicio crítico. Debería favorecer el aprender a pensar y a conducirse en la sociedad.
Y nos asaltan estas preguntas: ¿cuál es la mejor forma de transmitir, enseñar, educar? ¿qué utilidad prestan las conmemoraciones estereotipadas, los monumentos, los museos, los libros, las películas? ¿qué sentido tiene todo lo que hacemos? ¿sirve para algo? ¿cómo atraer la atención, tocar, llegar, conmover, hacer pensar?
Un recurso para concitar la atención es recurrir al “morbo”, al relato sangriento y sanguinario, a lo tortuoso, al horror. Seguramente conmoverá y será escuchado, pero es dudoso que conduzca a la reflexión y al aprendizaje real. El Mal fascina pero obtura.
Carl Whitaker, decía que lo que de verdad importa no se puede enseñar, se debe aprender. Todo aprendizaje modificador es un camino de encuentro entre alguien que quiere saber y alguien que puede enseñar, el primer paso lo debe dar el “alumno”. Todo aprendizaje debe responder a una pregunta del alumno, a algo que le importe, le interese, es una interacción en la que ambas partes son activas, uno en la pregunta, otro en la respuesta. Solo así se puede aprender, es decir, incorporarlo, hacerlo propio. Si no, mucho me temo que sea estéril. O, peor aún, contrario a lo que se espera.
Vamos a escuelas y damos cifras, hechos, nombres, explicamos, testimoniamos, ¿no seremos para los chicos como la profesora de matemáticas o de lengua, alguien impuesto por la escuela, parte del programa del día, a quien hay que oír por obligación no porque interese o porque responda a alguna pregunta que urja ser respondida? 9 a 10, Lengua, 10 a 11 Gimnasia, 11 a 12 Holocausto.
¿Cómo podemos abrir preguntas, generar inquietud, interés, necesidad en la audiencia? ¿cómo podemos sacudir la indiferencia y abrir el “apetito” de conocer?
Gueto y Campo de Concentración no pueden ser objetivos programáticos a cumplir en la rutina escolar. Lo que se ganó introduciéndolo en la escuela corre el riesgo de endurecerse, estereotiparse, volverse inútil. Tal vez no pase solo con este tema lo que señalo. Tal vez se deba a que, y no recuerdo a quien corresponde la cita, nuestra escuela está diseñada en el siglo XIX con docentes del siglo XX para alumnos del siglo XXI.
¿Qué hacés? ¿por qué parás el coche?, le pregunté a mi hijo mayor. Era una calle desierta. A nuestro alrededor silencio. Las pocas casas determinaban que tuviéramos una visual de 360º . Se veía con claridad que no había ningún otro vehículo a la redonda. Está el cartel de STOP, dijo mi hijo, hay que parar completamente el coche, mirar a los costados y después seguir, es lo que dice la ley. El cruce estaba en una localidad de California, Estados Unidos, donde vive mi hijo desde hace unos veinte años. Para alguien venida de Buenos Aires, como yo, la escena era patéticamente ridícula. ¿No se ve a simple vista que no hay ningún coche? Además, tampoco hay alguien que pueda hacer una boleta. Casi pensé que mi hijo se había atontado de tanto vivir con los gringos. Pero la anécdota fue creciendo. Al ver las escenas de saqueos que están sucediendo en estos días en Chile en el contexto de los terremotos me empecé a cuestionar qué es vivir bajo el imperio de la ley, cómo es aceptarlo y confiar en que los demás también lo hagan. La gente no solo toma el agua y los alimentos que necesita, sino que llevan televisores, heladeras, hornos de micro ondas, acondicionadores de aire, ninguno de ellos objetos de primera necesidad. Recuerdo aquella detención de mi hijo en un cruce solitario, su férrea decisión de respetar la ley aún cuando nadie pudiera penarlo si no lo hacía. Lo que es de subrayar es que su conducta revela un apego a la ley esencial porque no requiere de la presencia de nadie, asume que eso es lo que está bien. Los que se sumergieron en los pillajes, ante las cámaras de televisión que multiplicaron sus imágenes por todo el mundo, parecían sentirse impunes por haber sido víctimas del terremoto, como si eso fuera suficiente para cambiar las reglas de juego sociales, para robar y vanagloriarse de ello. ¿Cómo se ha construido esta idea de que si uno es víctima de algo tiene derecho a infringir la ley?
Sobre qué tenues y frágiles redes estamos ubicados en nuestras sociedades humanas. Los más mínimos acuerdos se deshacen ante la impunidad o la falta de una pena, sea el castigo físico –multa o prisión- o sea uno moral –vergüenza, humillación, exclusión-. La así llamada “ley de la selva” renace en cuanto se apaga la luz del ojo testigo-penador y pareciera que quedamos librados a nuestros instintos más primitivos, aquellos que nos dictan tomar para nosotros lo que nos venga en ganas. Decía Shakespeare que Ricardo III estaba convencido de que tenía derecho a matar a quien quisiera para seguir siendo Rey, que, habiendo nacido rengo y contrahecho, el mundo le debía a él.
Me acuerdo de “La naranja mecánica” la novela de Anthony Burgess que luego fue la excelente película de Stanley Kubrick. El protagonista recibe un tratamiento pavloviano para dejar de “portarse mal”. Lo fuerzan a mirar escenas de violencia luego de inyectarle una sustancia que produce dolor y náuseas. La asociación entre la idea de hacer daño y el efecto físico, le impedirá hacer el mal para evitar el hondo malestar estomacal. No es que deje de hacer daño por educación, por reflexión o convicción alguna. Deja de hacer el mal porque hacerlo le hace daño. La amarga obra de Burgess declara el triunfo de lo individual sobre lo colectivo, de los instintos sobre la educación, es decir, el fracaso de la civilización.
Volvemos a quedar desnudos. La Shoá, la complicidad de tanta gente en el asesinato de sus semejantes, los que ocuparon las casas que “habían quedado” vacías, los que aún hoy comen con unos cubiertos de plata cuya procedencia prefieren desconocer, todo esto vuelve a ponerse en el tapete. Y la limpieza étnica en los Balcanes y el asesinato de los Tutsis por los Hutus. Y tantas otras cosas que nos tienen las manos tintas en sangre. Si no es la educación, ¿qué es? ¿cómo se construyen modelos del Bien? ¿será que sólo respetamos la ley cuando tememos el castigo? ¿Cómo se construyen bases para un mundo en que la convivencia humana sea posible?
Está circulando este video clip http://www.youtube.com/watch?v=xzTgIdNW6lg que se llama "La cara oculta de facebook".
Está simpático este video para nada amarillista ni alarmista ni tremendista tan ajustado a la verdad, tan pertinente en su lectura e interpretación así como en sus alcances. Tiene un modo de decir las cosas que hace que a uno se le frunza el upite y empiece a mirar a los costados a ver quién lo está mirando a uno y con qué intenciones.
Me ha llevado a las siguientes determinaciones que pondré en acción inmediatamente y que pongo a vuestra consideración para que estén atentos:
Ya mismo me borro de facebook (ésta sería mi última comunicación).
No abro nunca más el Internet Explorer ni el Mozilla ni el Safari.
Quito de un plumazo Skype, yahoo, hotmail y aol.
Good bye Twitter y las otras herramientas satánicas por venir.
Quemo mi cámara fotográfica después de desgarrar todas las fotos que tengo, tanto las impresas como las subidas a algún servidor misterioso de la red.
También cierro mis cuentas en los bancos. Anulo mis tarjetas de crédito. No lleno ningún formulario de ningún tipo bajo ninguna circunstancia. Pido en la escuela, la primaria y la secundaria, en la universidad, en cuanto lugar hubiera hecho algún curso, los comprobantes del mismo y miraré con atención que se borre mi nombre de todos los registros que pudieran tener archivados.
Exijo que en el Registro Civil y en la Policía me entreguen mis legajos y les hago juicio para que no guarden ninguna información mía por la cuestión del habeas data. Recorro cada una de las embajadas donde pedí una visa alguna vez y cada uno de los aeropuertos por donde pasé mostrando en mi pasaporte mis datos personales y exijo que se borre toda evidencia (¿en los peajes de las autopistas quedarán fotos o algún dato mío?).
Contrato a un detective privado para que recoja todas las historias clínicas mías que pueda haber en clínicas, hospitales y consultorios médicos y por las dudas dejo de consultar a los médicos no vaya a ser que vendan mis datos a algún laboratorio que se enriquecerá con la información.
Borro mi nombre en el timbre de entrada de mi casa. No hago más tarjetas con mis datos y recupero todas las que entregué en toda mi vida.
Anulo mis teléfonos -tanto de línea como celular- y exigo que se borren mis datos en las empresas telefónicas. Pido que se borren todos los mensajes que alguna vez dejé grabados en los contestadores de mis amigos y conocidos. Cuando esté con amigos, pediré que pongan sus celulares sobre la mesa y les quiten las baterías (con las baterías puestas, aún apagados, funcionan como micrófonos).
Vendo mis propiedades y coches y quito todos mis datos en los respectivos registros de propiedad.
Exijo a la cámara electoral que me quite de los padrones públicos y no voto nunca más.
Exijo que nadie pueda tener acceso a mí sea informático o por internet o por cualquier vía.
Creo que lo mejor es quemar la computadora y por las dudas el cableado también.
Que se borren en todos los sites de toda la gente del mundo todos los artículos que escribí y cualquier referencia a mi que pudiera haber.
Que no quede huella de los cursos que dicté, de mis conferencias y presentaciones.
Que los diarios, nacionales y extranjeros, borren las veces que mi nombre fue publicado allí.
Que desaparezcan mis libros y nunca más se publique nada mío.
Dejo de pagar impuestos y renuncio con pesadumbre al beneficio de la jubilación y cualquier otro beneficio que pudiera otorgarme algún Estado, cualquiera que sea. No aceptaré descuentos, premios, concursos, ninguna ventaja que comporte la necesidad de dejar mis datos.
No piso más un cine y rompo a hachazos los televisores y las videocastteras y los pasa DVD. Antes de hablar con cada persona la pongo bajo un escaneo profundo para asegurarme que no quiera sacarme información o manipularme de ninguna manera.
Dejo de leer los diarios y de escuchar radio.
No dejo mi firma en ningún lado ni mi letra manuscrita ni mis huellas digitales ni miro fijamente para que no fotografíen mi iris.
Cuando me presento no doy mi nombre verdadero ni ningún dato que pudiera identificarme. Me disfrazaré de varón por las dudas. Me llamaré Ramón.
Me cubriré con un velo que impida que alguien reconozca mi cara. También cubriré mi cuerpo con un manto opaco -estilo burka- que no revele nada de mi anatomía, nada que pudiera ponerme en peligro.
Enmudeceré para asegurarme que nada en mi voz denote algo que pudiera ponerme en evidencia.
Me pondré máscara antigas para no respirar los efluvios peligrosos que llenan nuestro aire. Mejor me quedaré en la cama, ni siquiera abriré los ojos ni haré ningún movimiento, no vaya a ser que cualquier conducta mía, la más mínima, muestre algo que no quiero que se sepa de mi y que la CIA -cuya principal ocupación es pensar en mí- me use para algún fin inconfesable.
Lo más seguro es morirme.
Este video me ha ilustrado respecto a qué significa vivir en un mundo globalizado en donde los límites de la privacidad se van haciendo cada vez más borrosos, para bien y para mal. Luchar en contra de todo ello es como luchar en contra de la imprenta que levantó tanto alboroto en su momento por el peligro que entrañaría que el conocimiento pudiera ser alcanzado por casi cualquiera. Y por ahí tenían razón. ¡Hay cada uno opinando por ahí! ¡Que muera Gutenberg!
epílogo autorreferencial (escrito unos minutos más tarde):
...seguí pensando porque había algo que me hacía ruido y ¡eureka! ¡lo encontré! ¡¡¡¡La sinarquía judeo-marxista-masónico-capitalista!!!! estaba ahí y no la veía. Los españolitos que hicieron el video tuvieron el tino y la corrección política de no hablar de los judíos, pero hete aquí que, casualmente, los apellidos mencionados son claramente judíos (desde el inventor de la máquina siniestra de facebook, ese pibito tan rico con su "estudiado" aspecto de inocente) o suenan sospechosamente judíos. Y eso funciona subliminalmente y de pronto a uno se le hace la luz: ¡uau! ¡claro! ¡eran los judíos! ¡los Protocolos de los Sabios de Sion eran verdad! ¡quieren dominar el mundo, sojuzgarnos a todos, manipularnos y explotarnos a su antojo!
Y no mencionan el poder chino (claro, siguen con la cantinela apolillada de lo antiyanki, no se enteraron que el dinero no tiene color ni nacionalidad ni ideología ni nada, el dinero solo buscar más dinero y no le hace asco a nada ni a nadie). Y, decía, se olvidaron de los chinos que se vienen con todo y prometen arrasar con unas cuantas cosas. (el peligro amarillo como decía Mafalda). ¡¡¡y ni te cuento cuando descubran el poder judío dentro del gobierno chino!!!! mi apellido es una prueba incontrastable de ello: ¡los judíos ya están en China!, ¡tiemblen los mercados y el mundo libre y democrático!
Facebook es, en consecuencia, la avanzada de la sinarquía judía que busca, como se viene diciendo hace tanto, la dominación del mundo y sus alrededores (ahora que lo veo escrito, se me ocurre que a más de uno podría ocurrírsele que es así. Antisemitas nunca faltan).
En La Lengua del Tercer Reich[2], Víctor Klemperer hizo una exhaustiva descripción del lenguaje con el que el nazismo denominaba sus acciones para ocultar sus verdaderos propósitos asesinos. A la deportación se la llamaba traslado, a los campos de concentración y exterminio, nuevos destinos o campos de trabajo, a los judíos arreados y empujados dentro de los vagones, se los llamaba cargo o piezas, al asesinato planificado y legislado en enero de 1942, solución final. Estos eufemismos conseguían evitar la repulsa emocional y social ante los crímenes que tenían lugar y así mantenían el apoyo de las masas. Basado en un antisemitismo naturalizado a lo largo de siglos, primero los germano parlantes y después extensas poblaciones del resto de Europa, no veían con malos ojos el antisemitismo exclusionista aunque probablemente se opondrían por razones humanitarias al antisemitismo exterminacionista[3]. Excluir y despojar no estaba mal, pero matar, eso sí que no. Los nazis se cuidaron bien de mantener el secreto de las operaciones genocidas. Tanto ante la población no judía como ante los mismos judíos que al no saber cuál era su destino final aceptaban las nuevas condiciones impuestas creyendo que así lograrían sobrevivir. Un ejemplo es la estación de tren de Treblinka, donde llegaban, todos diariamente 3.000 judíos que serían asesinados en el mismo día, al cabo de lo cual otros prisioneros se ocupaban de dejar el “escenario” limpio para el ingreso de la nueva carga del día siguiente. Día tras día se desnudaba a 3.000 personas y se las asfixiaba con monóxido de carbono en cámaras selladas. Día tras día los miembros de los Sonderkommando despegaban el amasijo informe de cuerpos sólidamente apretados e hinchados por efectos del gas, los trasladaban uno a uno a fosas comunes, los cubrían con cal viva, seleccionaban y catalogaban las pertenencias que habían dejado para después limpiar todas las huellas del crimen. Treblinka era un campo de exterminio, no se hacía otra cosa allí que matar. El tren diario llegaba por la mañana temprano a la estación. Un paredón de madera mostraba el cartel “Treblinka” y sobre él un reloj. El reloj de la perversidad. No era un reloj de verdad con minutero y aguja horaria móviles que cambiaban de lugar según el paso del tiempo. Era un reloj pintado, un círculo con los doce números y la hora probable de la llegada del tren por la mañana. El reloj de Treblinka, el reloj de la perversidad, es un buen ejemplo de la necesidad que tenían los nazis de engañar a sus víctimas. Si los desdichados que emergían enceguecidos de los vagones, cansados, asustados, hambrientos y sedientos, hubieran sospechados siquiera que morirían en pocos minutos, no se habrían puesto en fila, no habrían caminado hacia donde les indicaban, no habrían promovido la obediencia a sus hijos. Ese reloj pintado daba la ilusión de la normalidad, les hacía creer que todo estaría bien de ahora en más. Porque ¿a quién se le hubiera ocurrido que iban a pintar un reloj como simulacro de normalidad? ¿A quién?
Los estados totalitarios deben conseguir el apoyo popular para sostenerse en el poder y hacer realidad sus designios. No es posible si se dice la verdad. La verdad del asesino no genera simpatía ni apoyo. Para ello es preciso presentar los hechos de un modo digerible y así evitar las resistencias morales. Por eso los nazis usaron la palabra Kristallnacht.
Kristallnacht es una formulación cuasi poética, esa “noche de los cristales” más que decir, oculta lo ocurrido esa fatídica noche de noviembre. Vemos inmediatamente las fotos habituales de los frentes de negocios judíos con sus vidrieras rotas y los fragmentos de vidrios esparcidos por la calle. ¿Quiénes tiraron las piedras que quebraron los vidrios? Si tomamos la versión oficial nazi se trató de jóvenes rebeldes y aventurados o quizás buenos alemanes enojados luego de conocida la muerte de von Rath. Son imágenes que no llegan a ser delictivas, algo más que travesuras, a manos de nacionalistas y leales ungidos en espíritus vengadores por la muerte del diplomático alemán en Paris. Claro que sabemos que las cosas no fueron así, pero lo sabemos solo los que lo sabemos. Los que no lo saben, no tienen más que los rótulos, los títulos y las fotos de vidrieras rotas, no saben que no saben, no saben sobre lo asesinatos y las deportaciones, sobre el terror desatado, los incendios, los robos, sobre la organización concienzuda que produjo el estallido de violencia de una manera simultánea en toda Alemania y en Austria, no saben que fueron incendiadas 267 sinagogas, que 177 de ellas fueron totalmente destruidas, que se dañaron casi 8 mil negocios de los que casi todos quedaron en escombros, que fueron arrestados y trasladados a campos de concentración 20 mil judíos, que fueron asesinados casi cien, que fueron profanados los cementerios judíos, que fueron humillados, golpeados y torturados decenas de miles ante la vista indiferente del público y las fuerzas del orden que habían recibido órdenes de intervenir solo si las llamas ponían en peligro edificios vecinos cuyos propietarios no fueran judíos.
Estas órdenes y la simultaneidad de los vandalismos revela que la pretendida espontaneidad no fue tal. La acción del 9 de noviembre de 1938 fue precedida sin lugar a dudas por una ardua y estudiada organización, provisión de recursos, armado de equipos de asalto, entrenamiento previo, motivación, sistema de comunicaciones y traslados, aparato de propaganda, difusión masiva por el medio entronizado por el nazismo como su herramienta más poderosa de penetración e influencia, la radio. Años después, en la década del noventa, la radio fue el vehículo que multiplicó la consigna asesina en toda Ruanda y gran parte de su población Hutu asesinó de manera sangrienta y a machetazos a sus vecinos y amigos Tutsis. Estas cosas no se han de manera espontánea. Son explosiones de violencia generadas, alimentadas, sostenidas y planificadas por una entidad poseedora de la logística y el poder apropiados. Fue luego de una intensa campaña propagandística, igual que en la Alemania nazi. ¿Espontáneo? Lejos de ello. Pensado, armado, estructurado y ejecutado por el aparato estatal.
El 9 de noviembre tenía además una gran resonancia simbólica para el partido nazi. La coincidencia de la fecha misma es hartamente reveladora. Un 9 de noviembre de 1918, 30 años antes, había abdicado el Káiser Guillermo II, y con ello el fin de la monarquía en Alemania, para Hitler y sus simpatizantes “una traición al alma alemana”. Quince años después, un 9 de noviembre de 1923, tuvo lugar el Putsch de la Cervecería, el intento fracasado de toma del poder en Munich cuya consecuencia fue el arresto de Hitler; el futuro Führer aprendió entonces que el poder solo sería conseguido mediante el voto popular, y hacia ello dedicó sus esfuerzos una vez fuera de la cárcel con el texto “Mi lucha” terminado de escribir. La fecha elegida para la acción de 1938 no fue por cierto azarosa, hasta hay una progresión aritmética precisa, de quince en quince años[4].
En Alemania desde fines de los 1970 el nombre oficial es Reichspogromnacht, la Noche del Pogrom del Reich. Algunos lo abrevian Pogromnacht, Noche del Pogrom, o Novemberpogrom, Pogrom de Noviembre. Pero siempre la palabra Pogrom.
¿Por qué Pogrom es apropiado? Un Pogrom se define como una explosión de violencia en manos de una turba desatada que viola, roba y asesina a mansalva a una población judía indefensa sin mediar razón real. Un Pogrom surge como providencial distractor del disgusto popular redirigido hacia un ataque a los judíos. Se da rienda suelta a la hostilidad y se ofrece un blanco que satisface tanto al gobierno impopular como a la turba hostil. Es una acción injusta y brutal sobre los judíos definidos reiteradamente como “enemigo interno”, “culpable de lo malo” en un efecto aglutinador de las masas cohesionadas frente al enemigo común. La palabra Pogrom no es una palabra del habla común como “noche”, “cristales” y “rotos”. Para los que no saben lo que pasó, la palabra Pogrom no evoca imágenes construidas previamente ni simulacros ni disimulos usados por el nazismo para ocultar sus crímenes. Es como la palabra Shoá, una palabra que debe ser explicada pues no es evidente por sí misma.
Además del Pogrom de noviembre y de los sucedidos en Rusia en los primeros años del siglo XX, también hubo Pogroms después de la Shoá. El 4 de julio de 1946 se desató uno brutal en la ciudad polaca de Kielce. Henryk Błaszczyk, un niño de 8 años, había desaparecido y cundió el rumor de que los judíos, los regresados de los campos de concentración, lo tenían secuestrado. Otra vez el mito del “libelo de sangre”, la acusación medieval de que los judíos secuestraban niños cristianos para desangrarlos y usar su sangre en sus rituales satánicos y en la preparación de la matsá. La vieja acusación, con resonancias míticas familiares, llevó a que la policía comunista junto con una turba enfurecida asesinara 9 judíos a balazos, 2 con bayonetas y el resto a golpes o pedradas. Murieron ese día 42 hombres, mujeres y niños, todos sobrevivientes del horror nazi y otros 40 quedaron gravemente heridos. El Pogrom de Kielce determinó la emigración de Polonia de los pocos judíos que habían regresado con vida de la ordalía asesina de la Shoá. Henryk, el niño perdido, apareció unos días más tarde diciendo que se había escapado a la casa de un tío en los suburbios.
Tal vez sería bueno revisar el modo en que llamamos a esta conmemoración. En vez de Kristallnacht, por ejemplo, Novemberpogrom -Pogrom de Noviembre-. Tal vez por unos años habrá que hacer lo mismo que hoy se hace con la palabra Shoá a la que se agrega Holocausto. Sería entonces “Pogrom de Noviembre conocido como la Kristallnacht”.
Es frecuente que se discuta acerca de cuándo comenzó la Shoá. El punto de comienzo depende de dónde se ubique el puntapié inicial, hacia cuánto tiempo atrás uno se remonta en la concatenación de la historia. Antisemitismo en el mundo cristiano, acusaciones de deicidio y libelo de sangre, prohibiciones y anatemas de la Iglesia; la Inquisición, España y la “pureza de sangre”, primera formulación de lo que después sería la teoría racial; Protocolos de los Sabios de Sión, caso Dreyfus, teoría racial (nacimiento del antisemitismo con pretensiones científicas), Primera Guerra Mundial, pacto de Versalles y la alianza de las potencias occidentales para adjudicarle toda la culpa de la guerra a Alemania, revolución bolchevique, desarme alemán y pago de terribles indemnizaciones, debilidad de la República de Weimar, hiperinflación de Alemania en la década del veinte, débacle económica del treinta, ascenso de Hitler en el 33, leyes de Nürenberg en 1935, ingenuidad de las potencias europeas que creían en el apaciguamiento de la sed de poder de Hitler al aceptar la anexión de Austria en marzo del 38 y la entrega de los Sudetes a en octubre del 1938 y la ocupación de Checoslovaquia entera en marzo de 1939. Son todos hitos necesarios, imprescindibles para entender la tortuosa cartografía que llevó a la Shoá. Pero si tenemos que marcar un punto de comienzo, el punto de inflexión, es sin duda el Pogrom de Noviembre. Fue una prueba piloto que demostró que era posible cometer fechorías criminales de manera impune y que el aceitado aparato de propaganda facilitaría al pueblo alemán tragar el duro bocado sin culpas ni críticas. Decía la propaganda que los judíos eran los culpables, el enemigo interno que había que erradicar, la fuente de todos los males. Culpables del asesinato de von Rath a manos de Herszl Grynszpan en Paris, culpables de que Alemania entrara en la Primera Guerra, culpables de la “puñalada por la espalda” de la social democracia, culpables del desempleo, culpables de la amenaza del comunismo, culpables de la codicia del capitalismo, del asesinato de Cristo, de la peste negra, del rapto, desangrado y asesinato de los niños cristianos para cumplir sus rituales demoníacos. Todo ello se desplegó en la campaña propagandística que supo explotar el antisemitismo “naturalizado” durante 16 siglos. Un antisemitismo tomado como algo que no requiere revisión ni discusión, un antisemitismo que todos entienden, que todos saben, que todos comparten. El aparato de Goebbels desde su Ministerio de Propaganda, diseñó las estrategias y tácticas para que el sentimiento antijudío fuera avalado, difundido y legitimado. Fue el sustento de los ataques perpetrados ese 9 de noviembre de 1938 y que hoy recordamos. La estrategia fue difundir que la muerte de von Rath fue un ataque a todo el pueblo alemán, parte de las “conspiraciones” judías para socavar al Reich y justificaba la violencia pública “espontánea” contra los judíos, porque se trataba de un castigo colectivo.
El historiador Hermann Graml[5] enumera varias etapas de la deshumanización nazi del judaísmo europeo: la 1ª etapa fue “la inversión de la emancipación”, durante los primeros años del Reich (1933-1935) se redujeron los derechos civiles de los judíos, derechos conquistados durante una emancipación bienintencionada que proclamaba que eran ciudadanos con igualdad de protección social, económica y política. Graml denominó a la 2ª etapa (de 1935 a 1937) el “aislamiento” de los judíos alemanes cuando pasaron a ser no-ciudadanos, sin derechos e imposibilitados de hacer reclamos al estado. La 3ª etapa fue la “expropiación” (1937-1938), cuando los nazis les quitaron a los judíos alemanes los bienes líquidos y materiales, el despojo total. La Kristallnacht representó el punto culminante de esta etapa.
Los gobiernos y la prensa internacional condenaron los vandalismos realizados de manera pública. La condena, aunque tibia, enseñó una nueva lección a los nazis: debían mantener el secreto, las violencia contra los judíos debería tener lugar fuera de la vista del público. Los campos de exterminio se ubicaron por ello lejos de la gente y fuera de Alemania: 6 en Polonia y 1 en Yugoslavia[6].
Las reacciones adversas internas fueron pocas, pobres y en general ineficaces durante la Shoá. Hubo sin embargo algunos casos que nos hacen pensar que tal vez podría haber habido otro curso de los acontecimientos si la oposición hubiera sido abierta y decidida. Por ejemplo, el cese del gaseamiento de los discapacitados como parte del programa de eutanasia llamado Operación T4 fue consecuencia de la oposición de la población civil luego del sermón público del obispo católico Clemens August Conde von Galen del 3 de agosto de 1941. Otro hecho digno de mención es el protagonizado por las esposas “arias” en la Rosentrasse en febrero y marzo de 1943, que permanecieron a la intemperie en el frío invierno a las puertas de la Gestapo en Berlín, pidiendo la liberación de sus maridos judíos, cosa que finalmente consiguieron. Sus esposos, 1.800 judíos tomados prisioneros, les fueron devueltos y hasta 25 que habían sido deportados a campos de concentración fueron traídos de regreso sanos y salvos. Hubo otros hechos de oposición al nazismo, por ejemplo el grupo estudiantil “La Rosa Blanca” al que pertenecieron Sophie Scholl y su hermano, pero fueron pequeños, pobres y poco efectivos. Durante 1938, no hubo ninguno. Las potencias internacionales condenaron pero dejaron hacer, tomaron por cierta la imagen poética de la Kristallnacht y la versión oficial difundida por el nazismo. Tratando de apaciguar al Führer, dejaron solos a los judíos alemanes y austríacos. Éste fue el comienzo de la Shoá: la comprobación de que al nazismo todo les sería permitido, de que no habría oposiciones ni obstáculos siempre y cuando se contaran versiones digeribles que permitieran que las buenas conciencias del mundo siguieran confiadas y cómodas confiadas en las escenografías que mantenían bien oculto el verdadero propósito del nazismo[7]. La Shoá, definida como el asesinato del pueblo judío, ideado, planificado, organizado y ejecutado por el Estado Nazi, comenzó cuando los jerarca nazis supieron que no tendrían oposición ni interna ni externa, cuando luego del Pogrom de Noviembre los judíos quedaron a la buena de Dios.
La querida, recordada y extrañada Rachel Hodara nos enseñaba sobre las preguntas que no debían hacerse sobre la Shoá porque, decía, revelaban que quien las preguntaba no sabía nada de cómo había sido la Shoá. Una de esas preguntas era ¿por qué no se fueron de Europa?, ¿por qué no se fueron en el 33 cuando ascendió al poder un hombre que no había ocultado sus ideas y propósitos en su libro “Mi lucha”? ¿Por qué no se fueron después de septiembre de 1935 cuando fueron promulgadas las Leyes de Nürenberg y los médicos y abogados no pudieron ya ejercer sus profesiones, cuando no se podía tener empleados “arios”, cuando los niños judíos fueron echados de las escuelas, cuando las restricciones les impedían casi todas las cosas que habían sido su vida normal poco tiempo antes? ¿por qué no se fueron cuando estuvieron obligados a vender sus empresas por monedas en el proceso de arianización de los capitales judíos? ¿Por qué no se fueron, finalmente, después del Pogrom de Noviembre? ¿Por qué no se fueron los polacos judíos después de la invasión de Alemania en 1939? ¿Por qué no se fueron los checos y los rumanos, los holandeses y los griegos, los franceses y lituanos, los bielorrusos, los eslovacos, los húngaros? ¿Por qué no se fueron los judíos de Europa cuando aún estaban a tiempo?
Ante todo, no es verdad que no se fueron. Algunos se fueron y así salvaron sus vidas. Pero la mayoría no se fue y de este modo perecieron seis millones, un tercio de la población judía mundial de entonces.
Charles Papiernik, un querido sobreviviente de Auschwitz que escribió varios libros con el testimonio de su historia, un luchador incansable por la causa de la memoria y la justicia, me dijo un día, casi como al pasar: “Mirá vos lo que son las cosas: los pesimistas se fueron, los optimistas nos quedamos…” y dejó su mirada celeste presa de un interrogante perturbador que me sigue acosando. El dilema de irse o quedarse.[8]
Para irse se requería tener dinero, conexiones en el mundo no judío y un destino donde ir. Veamos cada una de estas condiciones. Con dinero se podían conseguir los pasajes y también, y fundamentalmente, los documentos necesarios, los pasaportes, visados, las llaves que abrirían las cerradas puertas de la emigración en ese mundo convulsionado, el “ábrete Sésamo” que conduciría a la salvación. Con las conexiones se podía acceder a todo lo anterior porque las documentaciones y trámites estaban enmarañadamente obstaculizados para los judíos. Pero hacía falta un destino a donde ir, tal vez la condición más difícil. A partir de 1938 todas las puertas estuvieron cerradas para los judíos. En la conferencia de Évian-les-bains, a la que asistieron más de 32 países en julio de 1938, el único que ofreció albergue a los refugiados judíos que golpeaban las puertas de las embajadas, fue la República Dominicana. Ningún otro país. En consecuencia, sin dinero, sin conexiones y sin destino, no había posibilidad alguna de escape.
Pero hay aún otro factor digno de mención y que toca el corazón de la perturbadora reflexión de Papiernik acerca del optimismo y el pesimismo, un aspecto si se quiere subjetivo, más difícil de asir y evaluar. Había que estar convencido de que se estaba en verdadero e inminente peligro, de que no había salida, de que la amenaza de muerte se cernía de manera inexorable. Porque ¿quién deja su lugar, su idioma, su cultura, sus propiedades si es que las tiene, su oficio, profesión o actividad, sus vecinos, su historia, así como así si no cree que el peligro es concreto e ineludible? No se deja todo lo que uno tiene, todo lo que uno hizo, todo lo que uno es, por una simple sospecha. La mayor parte de los judíos europeos pensaban que las cosas no podían ser peor, que la cordura finalmente se recuperaría, que el mundo no permitiría la repetición de las atrocidades cometidas durante la Primera Guerra, que nadie quería otra guerra. Y una de las características de los seres humanos es nuestra plasticidad y capacidad de adaptación a condiciones difíciles y a recuperarnos después. Es como la experiencia de la rana colocada en un recipiente con agua y puesta al fuego. A medida que la temperatura del agua asciende el cuerpo de la rana se adapta a la nueva temperatura como forma de preservarse. Cuando entra en ebullición ya es tarde para salir y salvarse. Su gran capacidad de adaptación es lo que la lleva a la muerte. La promesa de la vida es una condición con la que todos contamos, así como la expectativa del Bien. El Mal –entendido como el mal gestionado por un Estado sobre un grupo humano tomado como enemigo interno al que hay que aniquilar- es siempre una sorpresa, no es algo con lo que contemos, es un accidente inesperado porque nuestra naturaleza está orientada a la vida.
No hay respuestas a la pregunta de cuál es el mejor camino, si el pesimismo o el optimismo, no las hubo durante la Shoá ni las hay en nuestra vida cotidiana. Es un planteo dilemático, algo que no tiene una solución apropiada. Hágase lo que se haga es imposible anticipar cuál es el camino adecuado. Hay que aprender a vivir con esa incertidumbre, tomarla como parte de la vida. Es otra de las lecciones que están a nuestra mano de la Shoá y que no siempre queremos tomar, aprender e incorporar. Parecemos preferir la búsqueda de respuesta unívocas, mantener la ilusión de que alguien, alguna vez, sabrá exactamente lo que hay que hacer. Nos resulta casi insoportable la idea de no tener recetas para encontrar el camino justo en el momento adecuado y así salvarnos y salvar a nuestros seres queridos.
Quiero terminar honrando a Marek Edelman, fallecido el 2 de octubre pasado. A la edad de 23 años fue uno de los fundadores del ŻOB[9] y uno delosdirigentes del levantamiento judío del gueto de Varsovia. Perteneciente al Bund, sobrevivió a este levantamiento, participó al año siguiente del levantamiento polaco de Varsovia y decidió a diferencia de la gran mayoría de los sobrevivientes, quedarse en Polonia. Estudió medicina, fue cardiólogo y participó en el movimiento Solidaridad. No le gustaba vanagloriarse de lo hecho durante la Shoá, descreía de heroísmos y ese tipo de construcciones posteriores con objetivos ideológicos y políticos. Cuando todos los judíos sobrevivientes abandonaban Polonia, él fue uno de los pocos que se quedó allí. Le preguntaron por qué, y respondió “alguien tenía que quedarse con los muertos”.
Por la vida. Por el futuro de nuestros hijos y nietos. Porque persistamos en el intento de construir un mundo que abra las puertas a la vida, a la esperanza y al amor.
¡Am Israel Jai!
[1] Pronunciado en el Acto de Kristallnacht 2009 organizado por el Comité Venezolano de Amigos de Yad Vashem, B´nai B´rith Venezuela, CAIV y WIZO.
[2] Victor Klemperer: “LTI La lengua del Tercer Reich”, Barcelona, Minúscula, 2001.
[3]Daniel Goldhagen “Los verdugos voluntarios de Hitler”, Madrid, Taurus, 1998.
[4] El mismo día pero en 1989 cayó el Muro de Berlín. ¿Casualidad? ¿Planificación? Lo cierto es que el 9 de noviembre sumará este nuevo hecho, ahora positivo, a la luctuosa efemérides nacional. Además, al día siguiente se conmemora el nacimiento de Martín Lutero, sucedido en 1483 en Eisleben y muchos sobrevivientes recuerdan que los festejos solían comenzar el día anterior, es decir, el 9 de noviembre. Es curioso cómo en una misma fecha convergen tantas cosas importantes para el pueblo alemán.
[5]Hermann Graml: “Antisemitism in the Third Reich”, USA : Blackwell, 1992.
[6]El campo de Jasenovac en Yugoslavia fue el 7º campo de exterminio.
[7] Como sucedió en junio de 1944 cuando una delegación de la Cruz Roja visitó el campo de Theresienstadt (o Terezin) donde se le ofreció una puesta en escena de un campo “modelo” que los visitantes tomaron por cierto a pesar de serias evidencias en contra.
[8] Diana Wang: “Pesimistas, optimistas y realistas. Lecciones de la Shoá”, Mundo Israelita, Buenos Aires, 2.000. Puede encontrarse en www.dianawang.net/blog/?p=51
[9] Żydowska Organizacja Bojowa (Organización Judía de Lucha).