Otras cosas

Rojos de vergüenza

“Todo verde y un árbol lila” de Juan Carlos Gené – Teatro CervantesConocer, aceptar y asumir, como argentinos, que nuestro gobierno ha sido cómplice de la muerte de tantos, es duro pero inevitablemente necesario. No me refiero a la reciente dictadura militar, aunque bien podría aludir a ella la frase anterior, sino al comienzo de la década del cuarenta, cuando miles de judíos europeos buscaban refugio y las puertas del mundo se les cerraban en la cara. También las de Argentina. ¿Cuántos miles de personas perecieron porque el entonces canciller Cantilo ordenó a sus diplomáticos no emitir visas para esos “indeseables” que imploraban a las puertas de las embajadas? Se acaba de estrenar en Buenos Aires “Todo verde y un árbol lila” de Juan Carlos Gené. Cuenta la ordalía de un joven alemán recién llegado a la Argentina que intentaba conseguir los papeles para salvar a su familia. El burócrata que va respondiendo con evasivas, con comentarios despectivos, requerimientos imposibles de ser satisfechos, nos avergüenza y abruma. Rudy Laser intenta infructuosamente conseguir la “llamada” para poder traer a sus padres y a su hermana Lotte que esperan en Hamburgo. Un Hamburgo cuyas paredes se van corriendo en una progresiva opresión mientras se les quita poco a poco el trabajo, las posesiones, la intimidad, las decisiones, la dignidad y por último la vida. Van y vienen las cartas. En unas, Rudy habla de la adaptación a este nuevo país, a su idioma, sus costumbres y los avatares de sus intentos de conseguir los papeles. En otras, Lotte cuenta los sueños de los que esperan, el desaliento, la frustración, el pedido perentorio de salvación, con medias palabras, sin decir nada del todo por temor a no salvarse la censura. Y en medio, el empleado consular, los papeles, el dinero, los sellos, las fotos, los certificados, los tiempos inexorables, las negativas, la impotencia, el deambular por oficinas públicas de los refugiados alemanes y austríacos en aquellos años que, para muchos argentinos resultará seguramente un hecho desconocido. Daniela Catz es en la vida real, la nieta de Rudy. Tenía un manojo de cartas dirigidas a él, escritas por su hermana Lotte entre 1938 y 1940, las hizo traducir y se las mostró a Juan Carlos Gené quien concibió y construyó con ese material esta magnífica obra que, con sencillez y transparencia nos sume en una reflexión profunda sobre las consecuencias concretas de la indiferencia. No hace falta ser judío o alemán para sentir hervir la sangre. Cualquiera que comparta esta ceremonia de exorcismo colectivo y vea abrirse esta porción abyecta de nuestro pasado nacional no podrá menos que ponerse rojo de vergüenza. La Circular 11, emitida en 1938, negada por los sucesivos gobiernos que supimos tener, era una pesada sospecha antes de confirmarse su existencia hace unos pocos años. Aunque lo sabían los judíos que solo consiguieron ingresar a la Argentina mintiendo sobre su origen, aunque Uki Goñi lo publicó en “La auténtica Odesa”, recién con el documento probatorio en la mano fue indudable que a partir de julio de 1938, el gobierno argentino había prohibido el ingreso a judíos. En 2005 el canciller Bielsa remontó esta vergüenza nacional y procedió a su derogación. Juan Carlos Gené honra su habitual compromiso ideológico y hace pública la existencia de la vergonzosa Circular 11. Con las cartas como texto, una puesta engañosamente simple porque transcurre en varios niveles, excelentes actuaciones y una escenografía despojada, nos conmueve y sumerge en esta historia particular de la familia Laser a quienes seguimos en estos dos años de intercambio epistolar y, conteniendo el aliento, los acompañamos en la progresiva tensión del nudo que aprieta y ahoga toda esperanza. Daniela Catz es ella misma en un ejercicio de memoria conmovedor y es también su tía abuela Lotte a quien se parece tanto. Desfilan ante los espectadores los documentos, las fotos, los parecidos, los sobres, las evidencias de la verdad y uno está ante un fragmento de realidad tejida y compuesta por la ficción dramática. Gené es él mismo, comenta, traduce, guía, señala, subraya, demiurgo de este docu-drama, dolorido testigo de la iniquidad. Ora en el centro de la escena, ora en uno de los costados, encarna la conciencia moral, es el contexto, nos recuerda –por si lo olvidamos o no lo habíamos advertido- el horror que está implícito en los distintos momentos de la acción. Y repite irónicamente, como una letanía, que “era una cuestión de apellidos”. Dice Zully Wyszogrodski, hija de sobrevivientes como yo, que “se trata de un homenaje a nuestros familiares, que Daniela trae a su tía abuela cada noche al teatro ante testigos-espectadores que celebran su llegada a Buenos Aires. No es un testimonio, ni un cuadro, ni un documento periodístico o histórico, ni una pintura, ni una obra literaria pero es todo eso a la vez. Es la magia del teatro que parece cambiar la historia y recibir una y otra vez a Lotte Laser cada noche de la mano de los actores”. Aída Ender, otra hija de sobrevivientes, recordó la conocida frase en idish az men leibt, deleibt men, si uno vive lo llega a vivir, aludiendo a nuestra fortuna de poder compartir esta ceremonia de reconstrucción de la memoria y de recomposición familiar, en homenaje a las familias que la Shoá ha desmembrado sin remedio. Es también el reconocimiento, como argentinos, de la responsabilidad que nos cabe y les debemos esa satisfacción póstuma a los perpetrados, a los sobrevivientes y a todos los que respetamos los más elementales derechos humanos. Es lo que nos permite este trabajo hondamente encarnado que se exhibe a partir del 3 de noviembre de 2007, en el teatro Nacional Cervantes, en la sala Orestes Caviglia.

¿Alemanes: antisemitas, indiferentes o cortos de vista?

La revista Stern preguntaba hace unos días a sus lectores en Alemania si durante el Nazional Socialismo habían habido también para la población “lados positivos, como la construcción del sistema de carreteras, la eliminación del desempleo, la baja tasa de criminalidad y el reforzamiento de la familia”. El 25% de las repuestas fueron positivas y el 70% negativas. A más de 60 años de terminado el reinado del nazismo que los tuvo como protagonistas voluntarios o involuntarios, uno de cada cuatro alemanes, opina que hubo cosas que estuvieron bien. Algunos comentaristas se alarmaron ante estos resultados tomados como indicadores de que el viejo antisemitismo alemán sigue vivo y en acción. Como hija de sobrevivientes de la Shoá pero más como ser humano y ciudadana, la ideología nazi, el odio antijudío, la persecución y el asesinato, los métodos seguidos tanto para minar la resistencia como para doblegar la humanidad de los perpetrados, la pregunta por el silencio, la indiferencia y/o la complicidad tanto de los alemanes, como del resto de los europeos y de todo el planeta, son temáticas acuciantes, urgentes, que me siguen inquietando e interpelando. Pero, aunque no dudo que sigan existiendo sectores antisemitas en Alemania –y por cierto no solo allí- creo que el resultado de esta encuesta admite otras lecturas y que se vincula con una característica que, lamentablemente, no es exclusiva del pueblo alemán. Mucha gente -¿la mayoría?- en nuestras imperfectas sociedades democráticas no sabe o no le interesa pensar en las implicancias de algunos actos de gobierno, desprecia la política, es indiferente a las decisiones que afectan a los demás, camina con anteojeras cómodas y protectoras y solo atiende a su propia inmediatez. Sin ir demasiado lejos en el tiempo o la distancia, recordemos [1] nuestra época del “deme dos” con los viajes a Miami y las compras desenfrenadas. Recordemos la lujuria del “uno a uno” que nos hipnotizó con el delirio de ser riquísimos. Recordemos el “voto cuota” del menemismo que vendó los ojos de los que ponían los sobres en las urnas. Son recuerdos incómodos que señalan al bienestar como egoísta, mezquino, que nos hace mirar cortito y cerca. Nosotros también –salvando las debidas distancias por supuesto- hemos encontrado “cosas buenas” en medio de un estado de cosas desgraciado que nos condujeron donde estamos, ese bienestar transitorio fue pagado con un costo durísimo que seguimos lamentando. De modo semejante a lo que hizo entonces la mayoría del pueblo alemán, también nosotros no mirábamos más allá de nuestras narices o de nuestros bolsillos y nos íbamos a dormir contentos, si es que formábamos parte del grupo privilegiado que se podía ir a dormir contento, claro. Los que no estaban contentos debían mantener un silencio forzoso, no tenían cómo hacerse oír y, en el caso de Alemania, eran acallados de manera definitiva. Si hacemos un pequeño esfuerzo de memoria, podremos admitir, si no con culpa, al menos con cierta vergüenza, que disfrutamos de un cierto bienestar entumecedor de nuestras percepciones. ¿Decir eso significaría apoyar a gobiernos corruptos, dictatoriales y criminales, a sostener la legitimidad de la tortura o de la desaparición de personas? Recordarnos en nuestra propia comodidad, en el mirar para otro lado, en el dar crédito a las versiones oficiales, en la negación de indicadores evidentes, en el cuidado y el temor por la propia vida y la de nuestros hijos, ¿nos hace afirmadores ideológicos de la dictadura? No olvidemos además que las encuestas son tramposas y arbitrarias. Casi ningún tema importante puede ser respondido con un sí o un no excluyente. La gente responde al boleo, presionada por un micrófono apurado, elige las opciones que le dan, dicotómicas y extremas. Según sean las preguntas y las opciones de respuestas se puede probar cualquier cosa que a uno se le venga en ganas. Las encuestas suelen tener preguntas y alternativas imposibles, como por ejemplo la vieja pregunta de “¿a quién querés más, a tu mamá o a tu papá?” que nos obligaba a elegir solo a uno sin que uno supiera cómo escapar airosamente no hiriendo a nadie. Como suele suceder con los desprevenidos que son abordados por los encuestadores, tampoco se nos ocurría decir entonces “la pregunta no está bien planteada, así no la puedo contestar”. Pero aún merece otro comentario el resultado de esta encuesta, y tiene que ver con la educación. Que uno de cada cuatro alemanes encuentre que en el nazismo hubieron cosas buenas es grave por cierto y lo es más en Alemania, en donde la desnazificación emprendida por los ocupantes norteamericanos en la inmediata posguerra, fue seguida por una política de estado, en la Alemania Federal, de revisión constante de los nacionalismos, totalitarismos y populismos, en todos los niveles de la escuela y en los medios, lo que no fue imitado por ningún otro país europeo. Ni en Francia cuya ciudadanía toda perteneció a la resistencia -no hubo ninguno que colaboró, ¿cómo se le ocurre semejante idea?-, ni en Polonia, ni Hungría, ni en ningún otro. Lo grave de estos resultados es que habiendo habido semejante inversión en la educación en Alemania, a la hora de responder a la pregunta un 70% haya puesto entre paréntesis lo que indudablemente sabía y respondió fragmentariamente atendiendo solo a lo que un cierto sector de la población (ario, blanco, heterosexual, partidario del régimen, dócil) pudo disfrutar. Cuesta entender que ante la sola mención de Hitler o del Nazional Socialismo, no se les hubieran aparecido las imágenes de los cadáveres amontonados, de la industrialización de la muerte, imágenes que forman parte del pasado reciente de la identidad alemana. Pero tal vez se les aparecieron y no había lugar en la encuesta para incluirlo porque no era eso lo que se preguntaba. Pero no digo con esto que el antisemitismo desapareció. Tal vez las imágenes que acudieron a sus memorias tuvieron menor densidad porque se trataba de víctimas judías lo que disminuía quizá para algunos el impacto y la vergüenza. El antisemitismo no se disuelve por decreto ni en una o dos generaciones por mejor trabajo que se haga en educación. Los judíos seguimos siendo para algunos sectores de la población –no solo la alemana sino en todo el mundo cristiano y ahora también en el musulmán-, los portadores de aquellos viejos estereotipos que nos designaron como blancos de la sospecha y del odio. Pero si muchos alemanes reconocen que mejoraron ciertamente sus condiciones de vida durante la segunda guerra luego del desastre económico posterior al Pacto de Versalles, esto no los convierte forzosamente en antisemitas. Que se opine que durante el nazismo no todo fue malo, no quiere decir necesariamente que se piense que el nazismo fue bueno. Se puede concluir que el grado de concientización de la gente es pobre, que las políticas de enseñanza y revisión del pasado en Alemania no han dado todos los frutos esperados. Todavía es una asignatura pendiente en nuestros sistemas democráticos basados en el voto universal, la educación cívica que compense con la reflexión crítica el abrumador peso de la propaganda unido a los beneficios económicos populistas, combinación fatídica que silencia y acalla conciencias. Cuando están atacados los derechos humanos de los otros y uno está cómodo y calentito, uno se siente seguro y a salvo de cualquier peligro. El famoso poema de Martin Niemoeler –falsamente atribuido a Bertold Brecht- sigue teniendo una vigencia demoledora. Es doloroso para nuestra civilización que, ante la pregunta formulada por Stern, la gente no haya dicho –como con la pregunta sobre mamá y papá- “¿cómo me está preguntando eso? No se puede preguntar de esta manera, deja muchas cosas importantes afuera, no lo puedo contestar así”. Alarma pero no sorprende que la gente se vea obligada a contestar cualquier cosa que le pregunten y que lo haga suelta de cuerpo, sin darse el tiempo para pensar. Casi igual a como vota. [1] El plural alude a la conducta de una gran mayoría de la sociedad argentina, no a la de algunas personas que pudieron haber actuado de otra manera.

Poderoso caballero es don dinero – Comentario sobre Black Book

Black Book, dirigida por el holandés Paul Verhoeven, estrenada en agosto de 2007 en Argentina, no es una película sobre el Holocausto. Aunque transcurre en Holanda durante ese período, aunque hay nazis, judíos perseguidos, asesinados, escondidos, resistentes, cómplices y colaboracionistas, no es una película sobre la Shoá. No nos enseña sobre los mecanismos del horror, la industria de la muerte, las motivaciones ideológicas pseudocientíficas, todo aquello que hace de la maquinaria nazi el modelo universal del Mal. Creo que es un film sobre dos temas en particular. Trata por un lado, sobre la infinita capacidad del ser humano para defender su vida y los recursos a los que puede apelarse y que no se sabían disponibles porque no son necesarios en la vida “normal”. En efecto, la protagonista, Rachel Stein, o Ellis de Vries según su nombre ficticio no judío, encarna esta característica humana de sostener la vida aún cuando todo parece hacerlo imposible y de improvisar, encontrar una salida, aventurarse, arriesgarse y seguir adelante a pesar de que todo pareciera estar en contra. La fuerza de la vida, la tenacidad con la que nos aferramos a ella no es una novedad en los films que toman este aspecto de la Shoá como temática, ya fue exhibido varias veces de diferentes maneras (recordemos el reciente “El pianista” entre otros). Pero lo que me parece central en la propuesta de Verhoeven, y que lo vuelve completamente original si pensamos en la filmografia dedicada a la Shoá –y no solo en las películas-, es su tratamiento sobre el tema del dinero. Toda la acción dramática gira alrededor de ese elemento bastardo, oculto y determinante de gran parte de la conducta humana, el dinero. En el film, es el dinero –como en la vida- el motor de las traiciones, desde uno y otro lado. Y el dinero ha sido uno de los temas de más difícil acceso cuando se trata de la Shoá. No suele abordarse de manera franca. Se lo oculta, se lo disfraza, se lo teme. El dinero enturbia el abordaje de las situaciones, las complejiza de manera confusa. El dinero introduce diferentes e incómodos matices de grises, redefine a algunas víctimas, redibuja a algunos perpetradores. Aunque sepamos que el dinero es una llave maestra, un lubricante poderoso de la conducta humana es inquietante la idea de que durante la Shoá quien dispusiera de dinero tenía acceso a recursos que no estaban al alcance de la mayoría. Con dinero se conseguía comida, armas, remedios, documentos, pases, pasajes, escondites, se evitaban denuncias, hasta a veces se impedían deportaciones. La mayoría de los nazis y sus cómplices -polacos, ucranianos, húngaros, alemanes, lituanos, rumanos y los demás- podían ser comprados con dinero, siempre y cuando, claro, estuvieran seguros de no ser descubiertos. Rudolf Kastner por ejemplo, fue el protagonista de un salvataje aventurado. Cuando dirigía el comité judío de ayuda y rescate en Budapest consiguió salvar a 1684 judíos húngaros de la deportación y la muerte, dejándolos a buen reparo en Suiza a cambio de dinero, oro y diamantes. Luego de la invasión nazi a Hungría en marzo del 44 con la llegada de Eichmann para hacerse cargo de la solución final, fue con él que negoció Kastner la salvación de cuantos judíos le fuera posible. Para poder subirse a lo que se conoce como el “tren de Kastner” hizo falta pagar mil dólares por cada pasajero. Los más ricos solventaron unos 150 pasajes para los más necesitados pero en la puja por salvar la vida los precios comenzaron a subir. Kurt Becher, enviado de Himmler, exigió por ejemplo 50 asientos para algunos que le habían pagado aproximadamente 25 mil dólares por persona. Esto permitió que fuera liberado en el juicio de Nürenberg merced al testimonio de Kastner que probó que la acción de Becher permitió la supervivencia de ese puñado de personas. El rescate recibido por el total del pasaje del tren superó los 8 millones de francos suizos. Las negociaciones de Kastner hicieron posible que estas personas siguieran vivas lo que no impidió que siguiera siendo un personaje contradictorio y controvertido. En 1957 un sobreviviente lo mató en Israel bajo la acusación de traición hacia los judíos húngaros porque mientras negociaba con los SS la salvación de unos pocos no les había informado sobre los verdaderos planes de los nazis. Aunque fue exonerado post mortem por Suprema Corte israelí, su conducta y las consecuencias de la misma –tanto la salvación de los judíos como la acusación de traición que recibiera posteriormente- son prueba de la forma en que la introducción de la variable dinero complejiza el panorama y perturba el entendimiento. ¿Cuántas de las mil doscientas personas que formaron parte de la famosa Lista de Schindler, por ejemplo, pagaron para ser incluidas en ella? ¿Por qué es un aspecto que no se suele mencionar? ¿Qué tiene de malo preguntarlo? ¿Qué tiene de malo saberlo? ¿Les quita acaso a las víctimas su condición de tales el hecho de haber pagado para ser salvados, las vuelve menos inocentes? ¿Por qué se puede mencionar el robo, la mentira, la falsificación como recursos válidos y respetables para conseguir la supervivencia y se deja de lado la mención del dinero? Hablar de dinero ensucia sin dudas el escenario de la Shoá. Como si la Shoá fuera un espacio diferente del de la vida, sacralizado, puro, incontaminado de las miserias del mundo, sub o supra humano. Como si sus protagonistas no hubieran estado viviendo en la misma realidad que el resto de las personas. Como si su participación en esta espantosa ordalía los eximiera -o los debiera eximir- de las cosas comunes de los demás, como si los elevara a un estado de gracia en el que, como se juegan la vida y la muerte, no podemos tocar semejantes aspectos impúdicos e indelicados. Ya en 1976 Terrence Des Pres, escribió el escalofriante texto sobre la violación excrementicia . Tuvo la osadía de hablar allí de otro tema no abordado con anterioridad y tampoco a posteriori, los deshechos corporales. Con impudicia y mirada descarnada de cronista, desgrana ante nuestros ojos azorados el tratamiento que recibían los prisioneros judíos en los campos de concentración a la hora de tener que evacuar sus intestinos: el procesamiento, los métodos, las humillaciones y bajezas, la forma en que fueron reducidos, lesionados e infectados en el camino de su deshumanización y en el imborrable, vergonzoso y humillante recuerdo que guardan de ello. Nunca más luego del mencionado texto se habló de eso. De manera similar, el valiente film de Paul Verhoeven se atrevió a exponer el tema del dinero. Y duele, claro que duele y molesta. Revela -una vez más- el grado de la injusticia que implica que algunos posean más, tanto más que otros y sus consecuencias. La misma injusticia que observamos hoy fue desplegada durante la Shoá. Los que tenían dinero, disponían gracias a ello de una posibilidad más de sobrevivir. Podían conseguir comida, refugio, pagar con sobornos casi cualquier cosa. Pero el dinero no fue garantía segura, también hizo falta suerte. No bastó la disponibilidad de dinero, como lo prueba el film que comenzaron estas reflexiones. A veces fue un señuelo tan tentador que motivó la denuncia de los codiciosos y con ella la deportación y el asesinato de las víctimas. En el film de Paul Verhoeven la trama va siendo tejida por el ansia de dinero que lleva a mentiras, traiciones, inmundicias similares a las descriptas por Des Pres en su texto sobre los excrementos. El cubo de excrementos vaciado sobre una persona es una metafórica confirmación de esta relación que estoy senalando que ya había sido hecha por Freud que ilustraba los placeres retentivos tanto en las heces como el dinero, dos aspectos inherentes a nuestra humanidad social. En 2003, Norman Finkelstein publicó un libro polémico, duramente resistido, “La Industria del Holocausto”. Denuncia a algunas organizaciones que en nombre de los sobrevivientes reclaman dinero compensatorio, el que parece tener un destino incierto, no siempre en manos de sus destinatarios. Hijo de un sobreviviente de la Shoá, se atreve a hacer esta denuncia que lo coloca en la vereda opuesta de la corrección política respecto del Holocausto. Fue tan fuerte su incorrección que la presión de los correctos ha determinado la anulación del contrato que lo ligaba a perpetuidad como docente en la Universidad DePaul en Chicago. Este contrato, llamado tenure en USA, es revocado solo en contadísimas situaciones y siempre por causales muy severas. La católica universidad de DePaul prefirió separar al catedrático ante la presión de los bienpensantes que consideran de muy mal gusto la exposición de algunos temas cuando a la Shoá se refiere. Tal vez esta universidad prefirió lesionar la libertad de expresión e investigación de este miembro de su cuerpo académico antes que ser acusada de antisemita, riesgo que ninguna institución católica querría correr en vistas de su participación durante muchos siglos en Europa en el alimento de la hoguera del sentimiento antijudío. En este mundo que adora las proposiciones netas, los buenos de este lado, los malos de aquel otro, la Shoá sigue siendo un coto limitado a algunos temas. No está bien visto mencionar cosas tales como traiciones, pujas por el poder, sexo, excrementos o dinero. A más de sesenta años de su finalización, con gran parte de los sobrevivientes ya silenciados por el riguroso paso del tiempo, todavía hay cosas de las que no podemos hablar. Black Book tendrá este mérito.

Vivir para contar. Contar para vivir

Presentación “Hagadá del siglo XX” de Nicolás Rosenthal - NCI -

Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto.

La vida cambió de manera brusca. Como si cada uno fuera el Gregorio Samsa metamorfoseado, los judíos despertaron una mañana con el mundo dado vuelta. Pero, a diferencia del personaje de ficción, en lugar de sufrir una pesadilla insoportable de la que despertarían en la mañana o de la que probablemente despertarían alguna vez, el cambio les sucedió despiertos, fueron arrojados a otra realidad, ciertamente pesadillesca, pero en la vida diurna. La analogía kafkiana puesta en el cambio corporal anticipó esa alteración de la realidad de manera escalofriante. Se acostaron con cuerpo humano y despertaron con cuerpo de insecto. Sin saber cómo ni cuándo atravesaron el espejo que refleja las cosas como son, invertidas pero iguales y entraron en esa otra realidad en la que dejaron de reconocerse, dejaron de ser quienes habían sido para ser esos nuevos sin nombre y sin historia. De manera igualmente monstruosa que la Alicia que cruzó la frontera del espejo, pero con tintes perversos y siniestros, se encontraron abruptamente con reglas nuevas y sorprendentes, con derechos y obligaciones diferentes, otros los premios y los castigos, su educación, sus expectativas, todo el piso sobre el que habían estado parados resquebrajado bajo sus pies, cayendo, cayendo, cayendo, en un pozo sin fondo, en una oscuridad sin objeto ni sentido, sin saber si alguna vez terminaría, cómo terminaría, que iría a pasar con cada uno, con sus familias, con sus vidas. Perdidos sus nombres, perdida su capacidad de decidir sobre sus pasos, perdidos los horizontes, perdida la posibilidad de futuro, se les impuso la condición de insectos. Efectivamente para el nazismo, los judíos éramos alimañas, insectos, contaminantes, peligrosos, cucarachas: exterminables. Una vez definidos así, todo lo que pasó es tan solo una consecuencia lógica, esperable, eficiente, planificada, burocrática, industrial. Permanecer humanos a pesar de todo, mantener abierto un canal de emociones, tener algún resquicio en la toma de decisión, alimentar de algún modo, aunque sea mínimo, la dignidad, fueron indispensables en el sostén de la vida. De diferentes maneras nos cuentan hoy los sobrevivientes de qué recursos debieron valerse para seguir sosteniéndose en pie sintiendo alguna dignidad humana. Desde el mantenerse limpios a pesar de las condiciones imposibles de los campos hasta el celebrar alguna fiesta judía, desde recordar alguna canción de la infancia hasta jurarse que, en caso de sobrevivir, su misión sería contar. Los que milagrosamente lograron sobrevivir, emergieron del pozo sin luz y sin nombre, tan sorpresiva y bruscamente como habían sido empujados en él. Enceguecidos por la luz y la sorpresa de estar vivos, tardaron en comprender que la vida les había sido devuelta junto con su humanidad. Sin fuerzas, temiendo recuperar la esperanza y recibir un nuevo golpe, fueron dando pasos titubeantes en su acercamiento a los que nunca habían estado en el pozo, a los que nunca habían sido insectos. Les costó comprender que durante su permanencia en el pozo negro la vida había continuado, que la gente había seguido teniendo apariencia humana y había seguido de pie en el mundo que antes había sido también el suyo, que las cosas habían seguido igual para muchos. “¿Saben lo que me pasó?” decían los que venían de ser insectos a los que nunca lo habían sido, “me quitaron el nombre, me pusieron un número, me mataron a toda mi familia, me torturaron, experimentaron con mi cuerpo, me transformaron en objeto, me hambrearon, me gasearon, me cremaron, no era nadie, no importaba, me quitaron la dignidad…”. “Epa señor, no exagere” respondían algunos,-claro, si nunca habían sido insectos-, “mire si va a pasar todo eso junto que usted cuenta, no puede ser”. “¡Qué imaginación!” se admiraban otros, “estos judíos siempre tan creativos”. Y otras voces que se sumaban a las respuestas. “Basta ya, ¿creen que son los únicos que han sufrido?” pensaban los ignorantes, los campesinos, los desplazados, las otras víctimas, pobres e inermes, de la guerra feroz; es tan difícil evaluar el dolor y el sufrimiento, cuál fue mayor, cuál más tolerable, pero toda esta gente no sabía, no comprendía lo que decía el que había sido insecto porque a ellos, a pesar de haber sufrido enormemente, nunca les había sido arrebatada la apariencia humana. Y tampoco los políticos, los intelectuales, los militantes, las personas de bien, todos los que se oponían al fascismo, al nazismo, pero que habían pasado la guerra no solo como seres humanos sino bajo techo y con comida. En la Europa de posguerra, desgarrada, caótica, nadie quería escuchar. La insectidumbre les era desconocida. Era solo la palabra de esos miserables desarrapados de ojos grandes y piel seca y macilenta. No había documentos ni testimonios que confirmaran sus relatos venidos del sub-mundo de la inhumanidad. Eran terribles. Eran insoportables. Eran increíbles. En alguna medida aún lo son hoy. Los sobrevivientes aprendieron muy rápidamente a medir sus palabras, a poner freno a su necesidad de contar, a postergar aquella promesa hecha desde el pozo oscuro, la promesa de relatar. Y junto con ello, olvidaron rápidamente su pasado reciente como insectos, se apoyaron nuevamente sobre sus dos pies, se irguieron y caminaron sabiendo que solo podrían hacerlo si simulaban que nada hubiera pasado. Y pasaron muchos años. La vida decidía por ellos. Primero el encuentro de un lugar donde vivir. Documentos, destinos, dinero, traslados, viajes, llegadas, adaptaciones, nuevos idiomas, nuevas costumbres. Después la familia, armar una familia, rearmar una familia, construir y reconstruir la vida en hijos, trabajo, educación, prosperidad. Y la vida siguió y el mundo siguió caminando y vinieron nuevas guerras, nuevas injusticias, nuevas preocupaciones. Un día supimos todos que Eichmann había sido llevado a Israel y sería sometido a juicio. Muchos no sabían de quién se trataba, pero fue ése un punto de inflexión para el forzado silencio de los sobrevivientes. En aquel célebre juicio se oyó por primera vez su voz, la que había sido silenciada por la necesidad de la reconstrucción y también por la insoportabilidad de lo que contaban. En el juicio llevado en Jerusalén los sobrevivientes por fin hablaron y volvieron los insectos y el mundo no pudo más que oír. Y fue ése el gran cambio, que el mundo por fin escuchó, se abrieron los diques y el hombre y el insecto se unieron en un grito imposible de contener. Los testimonios fueron demoledores. Uno tras otro, hora tras hora, día tras día, contaron, dijeron, lloraron, gritaron, revivieron la iniquidad y la abyección. Esto pasó a comienzos de la década del sesenta. Curiosamente, poco después, las aguas volvieron a aquietarse. La ola de testimonios se calmó. Fue necesaria la serie norteamericana Holocausto, en la década del setenta, con la historia de esa familia judeo-alemana, los Weiss y su camino de degradación hacia el horror. Esta vez ya no era un juicio, noticias en los diarios, algunos libros. Esta vez era la televisión. Cientos de miles de personas vimos la miniserie y aún cuando tenía el esquematismo hollywoodense, vimos en pantalla simultáneamente alrededor del mundo, la historia del intento de exterminio del pueblo judío. El mayor impacto se produjo en Alemania en donde los jóvenes acosaron a sus padres con la pregunta “¿qué hiciste en la guerra?” y abrieron incisivamente los archivos personales y familiares que los alemanes creían haber cerrado exitosamente. Claude Lanzmann produjo su monumental “Shoah” en la década del ochenta. Demasiado revulsiva, demasiado larga, demasiado cierta como para que el gran público la hiciera suya. Fueron casi diez horas de inmersión en el horror sólo con la palabra de los testigos, perpetradores, cómplices, sobrevivientes en una propuesta militante de trabajo de la memoria basado en la voz del presente. Pero fue recién en la década de los noventa, con “La lista de Schindler” dirigida por Steven Spielberg, que los sobrevivientes se impusieron a los ojos del mundo como los documentos vivos imprescindibles. Fue allí, especialmente en el final del film cuando aparecen los sobrevivientes verdaderos desfilando ante la tumba de Schindler y depositando sobre ella nuestro homenaje judío, una piedra que indica que la persona es recordada, que vive en la memoria de los vivos. Como un torrente la voz de los sobrevivientes comenzó a derramarse sobre la conciencia del mundo. Sediento, por fin sediento de oírlos, el mundo pidió por ellos y empezaron a ser convocados por congresos, investigadores, escritores, programas de televisión, films documentales, escuelas. Viejos, desanimados, descreídos, finalmente los sobrevivientes revivieron la vieja promesa y pudieron contar. Esto es lo que ha hecho Nicolás Rosenthal. Son cientos los testimonios escritos que se publican. Muchos más los que están escritos y aún permanecen inéditos. Muchísimos más los que aún no se han escrito y los que ya no se escribirán. Por eso es imperativo celebrar éste porque es uno más, una piedra más sobre esta lápida de la humanidad, un recordatorio más de que aquella insectitud sigue viva para los vivos, de que nos sigue interpelando desde lo más hondo de los ideales de la humanidad y no hemos podido responder, que sus lecciones aún deben ser aprendidas, que seguimos en deuda. Esta Hagadá para el siglo XXI es, sin embargo, algo más que un testimonio. Es un intento desesperado de darle sentido a lo vivido. Un intento que muchos sobrevivientes persiguen y no todos logran. En una escritura que no quiere ser prosa, cuenta Nicolás Rosenthal su propio camino en el infierno nazi, pero lo hace orientado con conciencia hacia la transmisión. Y contarás a tus hijos, nos demanda el Pésaj y en el contar el puente, la mano tendida, la palabra vuelta linaje, historia, continuidad, la experiencia singular se vuelve el plural del grupo todo. Señala Zully Peusner –hija de sobrevivientes- que Nicolás Rosenthal responde con su poema a la angustiada pregunta de Adorno acerca de la imposibilidad de escribir poesía después de la Shoá, pero una poesía que lo reinscribe como judío, mientras que otros sobrevivientes hicieron el camino inverso. Nos suelen preguntar en nuestros testimonios o actividades acerca de la creencia en Dios antes y después de la Shoá, que es como preguntarnos por un sentido posible de lo sucedido. La pregunta permanece abierta y los más lúcidos se sostienen sobre la inescrutabilidad de los designios divinos. Algunos que vivían como judíos, dejaron de hacerlo porque atribuyeron a esa condición la responsabilidad de lo sucedido o al menos vieron que el judaísmo los ponía en inferioridad de condiciones respecto del resto del mundo y, habiendo sobrevivido, no querían para sí ni para sus descendientes, el peso de semejante dificultad. Otros, por el contrario, se acercaron al judaísmo y encontraron allí la fuerza de la pertenencia y la melodía conocida y tranquilizadora del murmullo familiar. Es lo que hizo Nicolás Rosenthal. Y su Hagadá del siglo XX para el siglo XXI es, a pesar de que a él le gusta calificarse como escéptico o pesimista, una honda declaración de fe en el género humano porque sueña, alienta, imagina, que hay un mundo que querrá seguir oyendo –si no para qué escribir, para qué traducir, para qué publicar, para qué esta presentación- y gente que escuchará y que hará de él un espacio mejor para vivir. Y solo me queda decir junto a él: amén

Identidad, identidades


Temas abordados: ¿Por qué hoy? - La mirada dicotómica - Lo dado y lo adquirido - La complejidad multi-identitaria - Identidades de borde - De lo diferente a lo diverso.


La pregunta por la identidad.

La pregunta por la identidad es una de las preguntas más recurrentes en la actualidad. La pregunta ¿quién soy? alude a mi esencialidad, a lo ontológico, a lo que me define, a lo que hace que yo considere que yo sea yo. No se trata de qué hago, qué me gusta o qué habilidades tengo, sino quién soy. Saberlo, como nunca antes, está resultando esencial en el mundo de hoy. Lo que sigue es un borrador de ideas, tomadas de diversas fuentes, a modo de disparadores para pensarnos.

Identidad como atajo.

Hacemos la pregunta por la identidad en singular, por una identidad. Si hubiera una respuesta y si fuera unívoca y definitiva, se podrían tal vez economizar caminos y elecciones. En efecto, si sé quién soy, si lo defino con contornos netos, podré categorizar al resto del mundo según se acerque o se aleje a mi definición. Podré así conocer y reconocer a quienes son más iguales a mí y a quienes son más diferentes y podré, en consecuencia, elegir mejor con quien estar o con quién hacer, a quién incluir, a quién dejar afuera. Los mamíferos confiamos en los que se nos parecen, en nuestros conocidos, familiares y desconfiamos de los diversos, los in-familiares, los des-conocidos. Una respuesta neta, clara, recortada, definida y definitiva a la pregunta por la identidad, ordenará de una vez y para siempre el universo en amigos y enemigos, en afines y des-afines, en buenos y malos, en inofensivos y peligrosos. Lo que resulta necesario para la supervivencia.

Estamos educados, constituidos –al menos en la civilización occidental-, en estructuras de pensamiento binarias que pueden volverse muy fácilmente dicotómicas. La mirada dicotómica se vuelve una lente invisible con la que se mira el mundo y se naturalizan las percepciones y se vuelven automáticas. Las dicotomías son un tipo particular de oposición con dos características principales: 1) son excluyentes - es una u otra alternativa-, y 2) están jerarquizadas - una tiene un valor social superior a la otra-. Con la lente dicotómica vemos la realidad sin matices: bueno o malo, sano o enfermo, ario o judío, varón o mujer, occidental u oriental, delgado o gordo, culto o inculto, lindo o feo, arriba o abajo, cristiano o islámico, blanco o negro. Las categorías binarias ordenan el mundo de manera simplificada, lo vuelven sencillo y tranquilizadoramente manejable. Además de economizar operaciones mentales, hace posible ubicarse del lado valorado de la dicotomía o juntarse con los del mismo “club” y así potenciar, asegurar y reforzar el espacio social valorado.

El mundo de hoy.

Ya no vivimos en el mundo que leíamos en los libros de textos, cuando calcábamos los mapas prolijitos y dibujábamos las fronteras entre los países que coloreábamos con diferentes colores. Se están fundiendo los estados nacionales, surgen bloques geo-político-económicos, en el reino de las corporaciones trans-nacionales se están borrando las fronteras. La globalización avasalladora vehiculizada por la multimedia produce disciplinamiento colectivo en la uniformización cultural. La moda, los códigos, lenguajes, los usos de consumo, las tecnologías coexisten en todos los puntos del globo (en realidad solo donde llegan la televisión y la computadora). Se puede oír la misma canción, escuchar el mismo chiste o ver la misma ropa en puntos del planeta alejados. No es extraño entonces que en estos momentos surja, casi con desesperación, la pregunta por la identidad, la sed del ser, del recorte particular, diferenciarse del magma uniforme y anómico de la globalización. Diferenciarse y ser uno pero no tanto como para quedar afuera. Parecerse y ser como todos pero no tanto como para ser transparente. ¿Cómo saber quién se es si uno es igual a todo el mundo? ¿Cómo recortar una identidad propia que a uno lo distinga del resto del mundo pero que, al mismo tiempo, lo mantenga cerca de los que son sus iguales? ¿Cómo diferenciarse y cómo ser igual?

Teníamos a la identidad nacional como indicador confiable de identidad pero se nos está perdiendo. Idiomas, comidas, vestidos, usos van dejando de pertenecernos y caracterizarnos. Buscamos otras formas de nombrarnos, recortarnos, definirnos, pensarnos a nosotros mismos y a nuestra relación con los demás y con el mundo. Proliferan las reivindicaciones de las minorías culturales[2], los pequeños grupos, se revalorizan las etnias, las tribus urbanas[3]. Se desarrollan y constituyen en espacios cerrados de autoafirmación que ofrecen la posibilidad de recuperar el sentimiento de pertenencia a una comunidad, el encuentro de otros semejantes con quienes sentirse iguales y la tranquilizadora distinción respecto de los que quedan afuera, los diferentes. El fútbol[4], por ejemplo, o las condiciones físicas, gustos o habilidades, las víctimas de diferentes cosas, se vuelven ejes que congregan a los iguales y les otorgan adicionalmente la sensación de ser alguien, de rescatarse de la anomia y la exclusión.

Modos y niveles de identidad.

Es interesante pensar en las diversas maneras y niveles de definir la identidad. Algunos dados y otros adquiridos y en los cambios que estamos viviendo respecto al peso de cada uno.

Los dados, los que uno tiene al nacer, que no cambian, son el origen nacional, étnico y religioso, el apellido, algunos aspectos de la condición física -sexualidad, altura, color, contextura, estructura genética en general con todo lo que ello determina, discapacidad o enfermedad, belleza o fealdad-, condición sexual, signo del zodíaco o del horóscopo chino.

Los adquiridos o cambiantes, son la edad, gustos, preferencias, estilos, club de fútbol, dinero, tribu urbana, club o hermandad, profesión, habilidades, ideologías.

Hasta hace no mucho tiempo pensar siquiera –ya no hacerlo público- en que se podía elegir una pertenencia sexual diferente estaba absolutamente afuera de cualquier alternativa. ¿Cómo juegan en estos cambios las cirugías estéticas por ejemplo y los conceptos concomitantes de envejecimiento, edad, belleza? Frente a lo impuesto, frente a lo dado, frente a las limitaciones necesarias, aparece este furor por elegir, por cambiar, por reinventarse. ¿Es un acto de libertad o se trata de un sometimiento siniestro a nuevos imperativos? Es, en todo caso, una consecuencia del modo en que las identidades se ponen en juego en la actualidad.

Hay identidades que se asumen y otras que no. Identidades que se reconocen y otras que no. Muchos niveles o aspectos identitarios están tan naturalizados que resultan invisibles hasta que algo los visibiliza. Por ejemplo es lo que me ha pasado con mi condición de hija de sobrevivientes de la Shoá. Siempre supe que mis padres habían sobrevivido “la guerra” como se decía a aquello antes de que tuviera nombres. Siempre lo supe, pero fue en un determinado momento que se me impuso como condición de atravesamiento y a partir de allí se reordenaron y resignificaron pasado, presente y futuro. La condición de ser hija de sobrevivientes existía lo advirtiera o no, pero en el acto mismo del reconocimiento cambió la cualidad de la forma en que era afectada por ello, mis conductas y mi visión del mundo. Hay identidades que nos gustan y otras que no. Me pregunto ¿cuántas identidades más conviven con nosotros que aún no nos han hablado?

Identidad cultural.

Para hacer el cuadro aún más complejo recordemos que la mayoría de las sociedades actuales son multiculturales y heterogéneas. Convivimos con personas que profesan diferentes religiones, que hablan diversos idiomas, que se rigen por valores, costumbres, prácticas en el vestir, en la alimentación, que son características de su grupo de pertenencia. Al tiempo que el símbolo de McDonalds y la forma de la botella de Coca Cola pueden ser reconocidos universalmente. Rasgos particulares endogámicos por un lado, aspectos universales globalizados por el otro. La idea unívoca de identidad está fragmentada hoy por esta complejidad y multiplicidad y no podemos más que pensar y hablar de identidad sino de identidades.

Una situación concreta.

Quien soy, quien soy para mi, quien soy para otros, cómo quiero que me vean, qué elijo para que me defina, con qué objetivo, en qué contexto, son algunas de las variables que es necesario tener en cuenta a la hora de pensar en las identidades. La definición no es una. Según para qué, dónde y cuándo, se iluminarán ciertos aspectos en detrimento de otros que será preferible mantener en las sombras. Los datos que incluyo en un Currículum Vitae profesional no son los mismos con los que yo me defino en mis múltiples identidades, ni tampoco será el mismo Currículum Vitae el presentado para diferentes propósitos. En cada caso, según sea el propósito, recorto aquellos elementos que considero que deben ser incluidos. Pero veamos qué sucede si intento hacer una exposición exhaustiva de mis identidades. Soy mujer, femenina, argentina, polaca, judía, inmigrante, sociable, orgullosa, psicóloga, escritora, desinhibida, solidaria, cómoda, perezosa, sexagenaria, petisa, con un ligero sobrepeso, ex rubia, semi canosa y que no se tiñe, madre, divorciada, unida en pareja hace 35 años, abuela, clase media suburbana, hija de sobrevivientes de la Shoá, medianamente informal, con sentido del humor, reflexiva, atenta, laboriosa, creativa, vanidosa, ordenada en lo que me interesa, entusiasta, arremetedora, autoritaria, vulnerable, necesitada de reconocimiento, poco tolerante a las críticas, buena planificadora, bastante tolerante a la frustración, hablo varios idiomas, me gusta cantar, recibir elogios, leer, escribir, hacer solitarios, jugar al sudoku… y podría seguir ad infinitum. Y esto ha sido tan solo lo que estoy dispuesta a mostrar ante gente desconocida. En El Principito, Saint Éxupery decía que no entendía a los adultos que creían conocer a alguien cuando tenían el dato del monto de su cuenta de banco sin preguntar cosas tan importantes como por ejemplo si le gustaba comer chocolate.

¿Cómo ordenar todo esto en categorías lógicas? ¿En qué jerarquía debo ubicar las diferentes cosas? ¿Cómo armonizar las contradicciones y la complejidad? ¿Cuál de todas estas características definen mi identidad? ¿Quién soy más yo? ¿Cómo y por qué dejar afuera de un listado que supuestamente me define todos estos aspectos que a la postre son los que determinarán mi desempeño y mi relación con los demás?

Las identidades de borde.

En este mundo transnacional se está gestando una nueva identidad que ya está empezando a ser reconocida como tal, la llaman “identidad de borde”, de frontera. Quienes lo han propuesto y lo están desarrollando de manera muy rica y sorprendente fueron los chicanos, los descendientes de mexicanos nacidos en los Estados Unidos. Nacidos allí, se ven pisando con un pie en cada país, en las dos culturas pero formando una tercera, una cultura diferente, hasta con un idioma diferente y se reivindican como tales, con una producción cultural contestataria e interesantísima. El fenómeno se replica merced a la migración creciente. Grandes poblaciones se mueven de un territorio a otro a causa de las guerras abiertas o solapadas, de los secuestros, de las situaciones de peligro, de las consecuencias del calentamiento global que provoca inundaciones, desertificaciones, cambios de tal naturaleza que obligan al cambio de sitio de residencia. La unidad europea, las disparidades en los niveles de vida en los distintos países del globo, determinan una movilidad poblacional inaudita y generalizada. Los refugiados, los echados de sus países que van a otros van aumentado de día en día. No son bien recibidos salvo que se contenten con hacer los trabajos que la población residente descarta y que acepten en condiciones infrahumanas. Estas personas aprenden el nuevo idioma, se van adaptando e integrando a la nueva cultura, aprenden a convivir con el rechazo o la sospecha, tienen hijos y estos hijos, igual que los chicanos, van constituyendo esa tercera identidad que se conoce como border identity. Ya no son inmigrantes porque han nacido en el nuevo país, pero no son como los nativos “viejos”, son otra cosa. Esto se ve en la población musulmana francesa, o en la población turca en Alemania, por no mencionar a los bolivianos y otros grupos en Argentina. Son identidades de borde, complejas, ricas, multifacéticos.

Los judíos, un ejemplo.

Un ejemplo claro en este sentido, claro y profusamente documentado, somos los judíos. Como bien dice Tomás Abraham[5], a partir de la Shoá la pregunta por la identidad judía ha dejado de tener sentido. Hemos aprendido que, al menos en la definición exógena -la que nos es atribuida por el otro-, es judío todo hijo de madre judía o nieto de por lo menos dos abuelos judíos. No importaba si se trataba de alguien religioso o agnóstico, de izquierda o de derecha, pobre o rico, de nariz ganchuda o aguileña, sionista u ortodoxo, tradicionalista, asimilado o converso, nada de eso importaba porque todos, absolutamente todos, estaban destinados a la muerte. Este destino de muerte fue una marca de identidad de la que no podemos sustraernos, al menos mientras lo recordemos. Por eso dice Abraham que la identidad judía ya no está en cuestión. Pero lo judío parece plantear una pregunta para el no judío, en especial para el que mira la realidad con la lente dicotómica. Un ejemplo sería la pregunta que se nos suele hacer por la doble lealtad en caso de jugarse un partido entre Israel y Argentina, ¿quién querés que gane? Los judíos convivimos naturalmente con las múltiples identidades que determinan, claro está, múltiples lealtades, como le pasa a cualquiera con sus identidades múltiples y que no representan conflictos ni problema alguno. La pregunta por la lealtad, hecha a un judío, probablemente se deba a que lo judío en nuestra sociedad, forma parte de un par dicotómico, siempre del lado peor. Nunca nadie me preguntó si un partido entre Polonia y Argentina determinaría para mí un conflicto de lealtad. Es que Polonia y Argentina no son pares dicotómicos. La cuestión de por qué lo judío inmediatamente se lee dicotómicamente escapa a los fines de esta presentación.

Ingresé a la Argentina en 1947. En la lista de pasajeros que figura en Migraciones y en mi ficha de ingreso, figuro como de religión católica. Se preguntaba la religión y si la respuesta hubiera sido “judía” el ingreso habría sido denegado. Una directiva secreta de Cancillería, emitida en 1938, prohibía a los cónsules a dar visas a los indeseables que buscaban refugio. No decía “judíos” pero “indeseables” y refugiados durante la Segunda Guerra Mundial quería decir “judíos”. Los sucesivos gobiernos negaron la existencia de esta prohibición hasta que se encontró una copia de la Circular 11 perdida en una carpeta en la embajada argentina en Suecia. En 2005 el gobierno argentino, luego de 67 años de vigencia, la derogó. Solicité inmediatamente la rectificación de mi inscripción en los registros migratorios. Quería que allí constara que soy judía. Se labró un expediente y finalmente se me concedió la solicitud por disposición del Ministerio del Interior y ahora el mío es un leading case: cualquiera que solicite rectificar este dato lo puede hacer adscribiéndose a la resolución. Casi todos los judíos ingresados en la Argentina figuran como católicos. Uno podría preguntarse ¿qué importancia tiene figurar de un modo o de otro? ¿Por qué tanta historia? ¿Cambia acaso algo por el mero hecho de cambiar una palabra? Para mí ha cambiado. Tiene que ver con mi identidad, con el reconocimiento y la aceptación de la misma, con el derecho a ser quién soy y a declararlo abiertamente. Permite que la dolorosa vivencia de discusión dicotómica transite hacia la complejidad y riqueza de la identidad de borde.

El pasaje de lo diferente a lo diverso.

El mundo está virando hacia una realidad multicultural poli-identitaria que los judíos conocemos muy bien. Los sucesivos éxodos nos han entrenado en la multiculturalidad, en la complejidad, lo que se refleja en nuestros idiomas que expresan los lugares por donde hemos ido pasando, en nuestro humor, afán de universalidad y humanismo acérrimo, en la defensa de la diversidad como realidad y concepto enriquecedor.

Las nuevas identidades, las nuevas formas de pensar y categorizar las identidades, de aceptarlas y reconocerlas, nos permitirían pasar del concepto de diferente – en el sentido dicotómico de maligno y sospechoso, inferior y peligroso- que nos encierra y nos aísla, nos empobrece y empequeñece a la idea de diverso, al concepto de diversidad, que incluye el otro, al que no es como yo, a las identidades de borde, a la multiplicidad y a la sorpresa de las variadas formas en que puede manifestarse y vivir la criatura humana.


[1] Presentado el 30 de junio de 2007 en la jornada “IDENTIDAD, ASPECTOS SOCIALES Y PSICODINÁMICOS”, Departamento de Psicología Clínica, Universidad Argentina John F. Kennedy

[2] Una de las fuentes de confrontaciones armadas por ejemplo entre Hutus y Tutsis, en la ex Yugoslavia,

[3] Nueva forma de socialización vehiculizada por los jóvenes y grupos minoritarios, pandillas de adolescentes, en general menores de 18 años, como los punks, hippies, raperos, siniestros, heavis, góticos, skin heads, heavy metals, ciberpunks, skaters, bikers, darks, rockers, con rasta,

[4] Que genera pasiones arrebatadas con un compromiso emocional e identitario tan hondo que puede convertir a sus miembros en una masa asesina incontrolable en caso de sentirse humillados o creerse derrotados injustamente.

[5] En “Hijos de la Guerra” de Diana Wang, Editorial Marea, 2007.

62º Aniversario Capitulación de Alemania ante los Aliados

Discurso pronunciado el 9 de mayo 2007 en AMIA Expreso mi alegría, que seguramente coincide con las de los sobrevivientes presentes y los hijos de sobrevivientes, de compartir este acto con las señoras y señores diplomáticos y las señoras y señores funcionarios del gobierno argentino. Es bueno saber que por fin no estamos solos. La humanidad seguirá estando en problemas si, entre otras cosas, el tema de la Shoá es solamente un tema judío. Para muchos sobrevivientes judíos, un día como hoy, fue su segundo nacimiento. Alemania se había rendido. Un milagro. Casi más que haber sobrevivido, ser testigos de la capitulación de Alemania fue un milagro que parecía imposible. El Reich de los mil años ya no cumpliría otro. El cuero de las botas de los orgullosos SS ya no brillaba enceguecedoramente, ahora temían por sus vidas, su calzado se había cubierto de barro. Los mismos que se vanagloriaban de cuidar su apariencia, de estar bañados, bien afeitados y lustrosos, deambulaban por Europa, sucios, asustados, algunos incluso pretendiendo hacerse pasar por judíos en la esperanza de salvarse. Dolorosa ironía. Ahora querían ser tomados por judíos. Para los sobrevivientes, no fue ese mes de mayo un mes de alegría. Todavía no había lugar en sus corazones para ello, estaban ocupados en encontrar un destino a sus vidas. Europa era un territorio devastado, con sus economías aniquiladas, sin medios de transporte ni formas de ganar de dinero. Los sobrevivientes siguieron pendientes, como habían estado los últimos años, en sobrevivir día tras día, minuto a minuto. Las primeras energías estaban destinadas a conseguir comida, albergue, medicinas. Pero a medida que los días pasaban, que la muerte dejaba de rondar como destino seguro, la gran pregunta: ¿Habrá sobrevivido alguien de mi familia? ¿Quién? ¿Dónde estará? La búsqueda desenfrenada en los listados que comenzaban a circular por la Cruz Roja y por el UNRRA la mayor parte de las veces no daba respuesta a sus preguntas. Tal vez volviendo a sus casas, a sus lugares, podrían encontrar a alguien que hubiera sobrevivido. Pero ¿cómo volver? No había cómo. No había con qué. Algunos sin embargo lo consiguieron y corrieron sedientos a las puertas de las que habían sido sus casas y recibieron un nuevo golpe insospechado: los nuevos moradores no los recibían con alegría, no les abrían las puertas y, a veces, si lo hacían era con insultos. Pronto, se hizo claro que volver era peligroso. En algunos lugares fueron atacados. En otros fueron rodeados y asesinados como en Kielce en 1946. No había donde volver. No había donde ir. Gran Bretaña mantenía cerradas las puertas del destino lógico, Israel y el resto del mundo seguía, como luego de la Conferencia de Évian-les-bains del 38, sin tener lugar para ningún judío. Ningún país dio albergue a los perseguidos, seguían con sus puertas cerradas. Lo realizado en los campos de batalla no tenía correlato en el campo de lo cotidiano. Los judíos, liberados del nazismo, seguían prisioneros del mundo que no tenía lugar para ellos.

Los sobrevivientes recuerdan con claridad el momento en el que no hubo más nazis a su alrededor,cuando llegaron los rusos que habían sufrido tanto, los británicos, los americanos. Recién ahí creyeron que tal vez podrían volver a ser dueños de sus vidas. Esta celebración que estamos compartiendo hoy precisó, por cierto, varios años para ser celebrada. Precisó que los sobrevivientes sobrevivieran. Precisó que encontraran un lugar en donde seguir viviendo. Precisó que la vida cobrara fuerza, que alguna puerta finalmente se abriera, que recuperaran nuevas esperanzas. Precisó que trabajaran y se desarrollaran, que criaran familias, que siguiera la vida judía en sus corazones. Recién entonces, y sólo entonces, empezaron a tener un espacio para pensar en celebrar. No se puede celebrar si se está de duelo. No se puede celebrar si se está buscando cómo y donde vivir. No se puede celebrar si se siente la incertidumbre a cada paso.

62 años después, muchos sobrevivientes ya no están con nosotros. Ante tantas autoridades nacionales y miembros del cuerpo diplomático, en especial representantes de los países que fueron protagonistas de nuestra agonía y de nuestra liberación, a los sobrevivientes mayores, Sherit Hapleitá, los que honraron la memoria todos estos años, nos sumamos hoy Generaciones de la Shoá, los que fueron niños y también los hijos de sobrevivientes, honramos juntos la fecha de lo que podría ser también un segundo nacimiento para nosotros, dado que ninguno de nosotros estaría acá si en aquél mayo del 45 Alemania no hubiese capitulado.

Permítanme hacer un comentario personal, tal vez típico de hija de sobrevivientes. Cuando veo las fotos de la capitulación, me sorprendo. La expectativa de ver a personas vencidas, humilladas entregando las armas, tal vez pidiendo perdón, no tiene ningún parecido con la realidad. No se parece por ejemplo a las imágenes documentales de nuestros pobres soldaditos en Malvinas entregando las armas, muertos de frío y con sus miradas vacías y mustias. La capitulación fue firmada por altos miembros del ejército alemán, que sé que fueron humillados porque lo cuentan las crónicas, pero no lo veo en las fotos. Veo a señores bien vestidos, sentados ante un escritorio, empuñando lapiceras caras con gestos trascendentes. Firmaron la rendición incondicional, el general Alfred Jodl, junto al general Wilhelm Oxenius y al general almirante Hans Georg von Friedeburg, todos con sus uniformes impecables, sentados dignamente, probablemente tragando saliva y lamentando tener que estar en ese lugar en ese momento. Pero deben haberse duchado en la mañana y deben haber tomado un buen desayuno. Es lo que me imagino. Son cosas que pasan por mi cabeza. Son las cosas que pensamos por ahí los hijos de sobrevivientes que hemos escuchado tantas veces a nuestros padres hablarnos de las vergüenzas y de la humillación de no tener ni siquiera el aspecto de un ser humano.

Sabemos ahora que incluso la capitulación de Alemania tiene su historia casi de vodevil. En realidad no fue una sino varias las capitulaciones, porque los grandes estadistas tenían celos del protagonismo de unos sobre los otros y cada uno quería tener la suya propia. Por esa razón, muchos norteamericanos recuerdan como fin de la guerra el 7, los alemanes el 8 y los rusos el 9. En realidad, ninguna de esas fechas es correcta porque la guerra continuó cuatro meses más y le costó la vida a otras decenas de mi les de personas, hasta que capituló también Japón, el 2 de septiembre. Los alemanes tuvieron que declararse vencidos varias veces. Lo que nunca será suficiente para nosotros, los que somos los herederos del dolor de lo perdido, de nuestras familias y culturas arrasadas y de la tristeza que acunó nuestras infancias. Cincuenta millones de capitulaciones no bastarán para salvar a la humanidad del pozo de vergüenza en el que nos han sumido.

Reconforta el cambio producido en algunos gobiernos que están comenzando a tomar el tema de la Shoá como propio. Reconocemos el trabajo precursor hecho por Alemania en este sentido. Hoy y aquí decimos que recordamos a nuestros muertos arrastrados por el alud del horror, que honramos a nuestros padres que han tenido la fortuna de sobrevivir, que agradecemos los esfuerzos de los que nos liberaron y liberaron al mundo de un escenario pavoroso. Decimos que sostendremos la memoria, que nuestro lugar como segunda generación será el de actuar de todas las formas que podamos en estimular a los gobiernos y a las instituciones religiosas y educativas, en la implementación de planes pedagógicos que construyan ciudadanos responsables que no sucumban ante falsos profetas, que resistan a las manipulaciones mediáticas y, sobre todo, que aprendan a pensar por sí mimos y sepan distinguir el bien del mal.

Muchas gracias.

Las guerras, los hijos: una película en gris.

Comentario sobre “La conquista del honor”

(Flags of our Fathers) 2006, Clint Eastwood.

Esta nueva película de Clint Eastwood podría ser vista desde varios ángulos o géneros.

Es ciertamente una película de guerra con sus escenas excelentemente logradas y que no ahorran al espectador el horror de la carne destrozada, la confusión de los momentos de ataque, el caos entre el humo y la angustia. Para quién no lo sabía, para quién sigue teniendo imágenes edulcoradas de la guerra tipo serie norteamericana de los cincuentas y sesentas, con soldados limpios y recién afeitados, tomas luminosas y gestos trascendentes, podrá ver acá que la guerra es deprolija, sucia, que la guerra es un infierno, que las decisiones de matar a un enemigo no son banales, que el miedo, la indefensión, la crueldad, la pregunta de ¿qué estamos haciendo acá?, acosa a los protagonistas y luego los persigue toda la vida.

Es sin ninguna duda una película crítica al gobierno norteamericano, que revisa el uso político de la guerra en la exhibición sin pudor de los soldados y de algunos hechos como meras piezas de marketing; lo verdaderamente sucedido pierde importancia ante la necesidad de “vender” una imagen determinada. Lo vivido por los muchachos en el frente se desdibuja, se pierde en el relato y en el uso que se hace del mismo, se tergiversa, se bastardea. Es en este sentido también una película sobre la complejidad y la forma en que ésta es simplificada para –según creen los “expertos”- que pueda ser leída por el “gran público” que quiere pocas palabras, blancos y negros, buenos y malos, si es posible una imagen que resuma todo y que no sea necesario bucear demasiado para saber –o creer saber- de qué se trata. Esta película transcurre entre los grises de lo que se dice y de lo que se es, entre las razones alegadas y las que nos mueven –individual y políticamente- de verdad y es, en este sentido, perturbadora e inquietante.

El tema del héroe, es otro ángulo desde donde ver la película. Los soldados protagonistas del hecho son “heroificados” en los relatos porque “es lo que la gente quiere oír” pero fundamentalmente porque la gloria hace más fácil “abrir sus bolsillos”. El show patético se arma para recaudar dinero, con la escena simbólica de la plantación de la bandera que hace contrapunto con frases tiradas como al pasar que deshacen el concepto de héroe, lo revisan y proponen ideas menos gloriosas, menos románticas, más pedestres sobre la conducta heroica atribuida. “Uno no lo hacía por la patria, lo hacía por el compañero que tenía al lado” explica uno. “Me uní a los Marines porque era el uniforme que más me gustaba” dice un soldado cuando le preguntan por qué se unió al cuerpo. Son los libros de historia, los creadores de héroes los que después lo cuentan de otra manera. Los protagonistas no se reconocen en lo que se dice que hicieron. Hay gran distancia entre lo que guardan en su memoria y el show mistificador escenografiado. Pero entran en la variante y ésa es su debilidad, se dejan convencer sobre la necesidad “patriótica”, no pueden sucumbir a la presión ni a la tentación de la notoriedad y se hacen cómplices de la mentira o no la pueden denunciar, lo que es otro de los ejes revulsivos del film. (Por ejemplo esta escena en la que durante un acto de recaudación les sirven helado con la forma de la famosa foto con la bandera y el mozo pregunta: ¿salsa de frutilla o de chocolate? Y se ve el helado blanco cubriéndose de color rojo).

Estas posibles miradas tienen cada una lo suyo para calificar a esta película como un aporte más a la revisión del lugar de los medios en la determinación de conductas y procederes y sobre el sentido de las guerras, en un mundo en el que la industria bélica determina la necesidad de mantener frentes de conflicto constantemente. (ver “El señor de la guerra”, -Lord of the War- 2005, de Andrew Niccol, con Nicolas Cage )

Pero de entre las diferentes perspectivas posibles, como hija de sobrevivientes de la Shoá, se me abre la perspectiva desde los hijos. La línea argumental, efectivamente, está dada precisamente por James Bradley, el hijo de “Doc”, autor del libro, que es el protagonista entre las sombras, el que tira del hilo, el que busca, el que entrevista a los sobrevivientes preguntando por su padre. Demasiado tarde. Como muchos de nosotros, su curiosidad despierta cuando no tiene a quién preguntar. Encuentra objetos en una caja, fotos, una medalla, igual que nos pasa a nosotros cuando nos encontramos con cosas atesoradas por nuestros padres que no sabemos qué son, por qué estaban guardadas, qué representaban para ellos, qué historia de ese paso que nos es esquivo están ahí escondidas en una huella muda. La figura del hijo aparece primero a contraluz, o sea que no se ve su cara y a lo largo de las dos horas de la película se va iluminando, va cobrando perfiles reconocibles hasta que lo podemos ver claramente. Es una metáfora visual de lo que nos sucede a los hijos cuando investigamos algo de las vidas de nuestros padres, algo significativo que nos ha constituido y que desconocíamos. Quedan en nuestras manos, algunas revisiones, comprensiones, armados de piezas desarticuladas que no pudieron ser organizadas por nuestros padres y que nos permitan comprender algunas de sus banderas de luchas o de silencios.

Esta película de Clint Eastwood es sobre la guerra y la política pero también es sobre un hijo que quiere saber. A diferencia de nosotros, los hijos de sobrevivientes de la Shoá, su padre había sido un héroe, sabía que había sido famoso en su tiempo, pero, igual que nosotros, se preguntaba por qué no hablaba sobre eso, por qué se hacía negar cuando le preguntaban, por qué se mantenía en silencio. Se confirma algo que propuse en “El silencio de los aparecidos” (1998) como una de las causales del silencio: más que el dolor o el horror, hay a veces humillación, otras, vergüenza. Los protagonistas de “Banderas de nuestros padres” no pudieron hablar porque, enredados en la mentira, sintieron la vergüenza de no haber sido capaces de decir la verdad, se acusaron de haber sido cómplices al avalar una versión equivocada con el objetivo de su supuesta utilidad política. Desde otra orilla los hijos de sobrevivientes de la Shoá sabemos que el dolor de la impotencia inheroica cierra las bocas. “Callaban porque no podían olvidar” dice alguien en un momento. Un silencio construido como dique frente a la avalancha de la memoria que duele.

Un último comentario sobre la increíble traducción al título original. ¿Cómo “"Flags of our fathers" –banderas de nuestros padres-, pudo transformarse en “la conquista del honor”? ¿cuál es el traductor instantáneo que usaron? ¿cuántas películas bélicas tienen en su título la palabra “honor”? ¿qué misteriosos designios operan en las mentes de los distribuidores? Probablemente creyeron que el título con la palabra honor sería más convocante, o que tal vez la gente no entendería –como no lo entendieron ellos- que la mención de la palabra “banderas” es crucial porque toca varios niveles de la película.

La búsqueda del hijo de “Doc” se da a partir de la famosa foto de los soldados plantando la bandera en Iwo Jima. Fue tomada el 23 de febrero de 1945 por Joe Rosenthal, fotógrafo de la Associated Press y recorrió el mundo como símbolo del triunfo de los aliados sobre el eje del mal cuando la guerra se había desplazado al Pacífico. “Doc” estaba en esa foto junto con otros cinco que también protagonizan el film. Se revela en la película que en realidad hubo dos fotos, dos banderas, que los mismos soldados no estuvieron en ambas fotos y que la historia se mantuvo secreta. Por eso el título lleva la palabra “banderas” en plural. Pero también habla de las banderas metafóricas, las razones de nuestros padres, las verdaderas razones y la deconstrucción de los mitos de gloria posteriores en una re-lectura más realista y despojada. Todo esto no aparece en el “mejorado” título que eligieron los creativos distribuidores argentinos, con lo cual, inadvertidamente, corroboran una línea de la película al cambiar las cosas para hacerlas más “digeribles”, más “potables”, en suma, más vendibles. También al quitar la palabra “padres” del título, desaparece la clave del autor para pensar su relato como un relato de un hijo (en España se mantuvo el original de Banderas de nuestros padres).

Lloro por las guerras, por la injusticia, por la impotencia que uno siente ante todo esto. También por la historia y algunos de sus cronistas, los constructores de mitos, los “mejoradores” de la realidad, los inventores de héroes y modelos imposibles de emular. Nuestros padres han sufrido mucho cuando se comparaban con estas construcciones en las que ellos no podían identificarse. Se recordaban vulnerables, abandonados, asustados, carentes de recursos, muy poco heroicos. El trabajo de Easwood basado en el libro de Bradley, nos devuelve a personas de carne y hueso con una mirada ácida sobre el contexto pero cariñosa sobre la vulnerabilidad humana. Elige prescindir casi del color y de las definiciones nítidas. Es una película en gris. En el gris profundo de nuestra conducta, tan imperfecta, reconocible y vulnerable.

Prologo presentación legado

Introducción a la presentación de El legado de los Salvadores Es ésta la primera actividad que Generaciones de la Shoá hace junto con sus padres, nuestros hermanos mayores de Sherit Hapleitá. Nos sentimos honrados de unirnos a ellos y continuar con su labor y presencia.

Hace dos años, en nuestro congreso De Cara al Futuro, entregamos a los más jóvenes “El legado de los salvadores”. Como hacemos los judíos en cada séder de Pésaj, pusimos en manos de la siguiente generación el relato de este ejemplo de conciencia y valentía.

Meses más tarde pensamos que el texto no era suficiente para connotar su universalidad y transmitir que en la gesta de salvación lo que se salvó fue lo mejor de lo humano de la humanidad. Tuvimos la idea de traducirlo a diferentes idiomas, así cada pueblo podría saber que algunos de los suyos, sin pensar en su riesgo personal, hicieron lo que estaba bien. Y nos pusimos manos a la obra. Sería un libro pequeño, no costaría mucho dinero, ¿cómo no íbamos a conseguir fácilmente las traducciones? Creímos que sería una tarea fácil que no nos podía llevar más de 2 ó 3 meses, pan comido.

No fue así. Tuvimos innumerables problemas: con el papel, con las imprentas, con el dinero, las correcciones, varias idas y vueltas. Tuvimos enfermedades, perdimos al querido Rolando que tanto habría querido estar hoy acá y sufrimos la angustia por la guerra de Israel y Hezbollah. Todos los traductores se prestaron generosamente a la tarea pero algunas de las traducciones no se conseguían o debían ser rehechas una y otra vez. Apelamos a nuestros mejores recursos de paciencia, tolerancia, superación del desánimo y frustración y junto con ello aparecieron la improvisación, el empecinamiento, la creatividad y la inventiva. Nunca perdimos de vista el objetivo y el sentido del libro. “Tampoco salvarse fue soplar y hacer botellas” dijo un día uno de nosotros a modo de consuelo. Y es cierto. Salvando las siderales distancias, la elaboración del libro estaba siendo casi una metáfora de la salvación misma, con su sucesión de casualidades, con las mil y una dificultades que asomaban a cada paso. También los salvadores y los salvados debieron improvisar y recurrir a su inventiva y tolerar las frustraciones y superar el desánimo. La empresa de salvar judíos en medio de la locura nazi, era por cierto una empresa imposible. Pero los salvadores nos enseñan que no hay tal cosa como imposible, que siempre se puede hacer algo.

Volviendo al libro, un día, hace menos de un mes, estuvo finalmente terminado y ya en nuestras manos. Pero la felicidad de ver concretado este nuevo sueño duró poco porque vimos con estupor que la traducción al hebreo, nada menos que la traducción al hebreo, había salido al revés. O no nos dimos cuenta en las sucesivas revisiones o algo pasó a último momento, el hecho es que se leía de izquierda a derecha en lugar de derecha a izquierda. Este error fatal estaba nada menos que en la página 18, los números que representan jai, la vida. Y al advertir este golpe de la casualidad se nos juntó todo: la Shoá, lo judío, los salvadores, la vida, la vida que triunfa sobre la muerte y este número 18, la página casual en la que estaba el texto en hebreo, la de la vida, nos dio la fuerza para el último tirón.

Verán ustedes en el ejemplar que tienen en sus manos que la página 18 es más gordita porque debajo del texto correcto está vivo el texto incorrecto. Lo que no debía haber pasado, de un modo dramático quedó guardado en el libro: lo que está Mal cubierto y superado por lo que está Bien.

Los salvadores nos abren la puerta a la esperanza porque nos enseñan que también existe el Bien. Es la esencia de este libro, su potencia educativa. Brinda un modelo de los que tanto carecemos para estimular este paradigma de conducta que construya ciudadanos responsables. Pensamos en los salvadores con criterio amplio, como toda aquella persona que colaboró de alguna manera, sea mínima, sea máxima, en la salvación de un semejante en peligro. Toda conducta de ayuda hacía los judíos estaba prohibida durante la Shoá y a veces una palabra de aliento, un pequeño gesto, era la diferencia entre la vida y la muerte. Casi todos los que estamos acá somos testimonios de que no bastaban las ganas de vivir. Para sobrevivir fue preciso tener mucha suerte y también la ayuda de una mano tendida.

Estos libros se entregarán a escuelas e instituciones y esperamos que estos primeros mil ejemplares sean difundidos rápidamente así podremos hacer una segunda tirada, que saldrá, esperemos, sin errores. Porque encontramos dos erratas más, como verán en el papel suelto que hay dentro del libro. Tal vez sean ustedes unos privilegiados al poder tener esta primera edición. Guárdenla porque ¿quién les dice que no vaya a ser algo valioso con el paso del tiempo? Quizás, así como sucede con algunas estampillas que, si tienen algún defecto, se valorizan con el paso del tiempo, si este libro sigue vivo y circulando, esta primera edición adquiera un valor adicional precisamente por sus errores.

“Erratas Eminentes” es el blog del escritor, editor e impresor mexicano Alfredo Herrera Patiño. Le escribí desesperada contándole nuestras frustraciones y pidiéndole el consuelo de un experto en erratas. Esto es lo que me respondió:

Los libros son humanos, así de sencillo. Y como todo lo humano, tienen errores, grandes y pequeños, horrendos y terribles, vergonzosos a veces y, muchos, harto hilarantes, como el que decía “cerditos hipotecarios” en vez de “créditos hipotecarios”. Se nos olvida tanto que los libros son sólo un camino que terminamos por preocuparnos demasiado por ese camino y no por el sentido mismo del camino que es llegar al alma de otro prójimo. Cuán distinto sería el mundo si un puñado hiciera lo que debe hacerse. Ahora con la computadora, y lo digo mientras pulso las teclas, se nos olvida la gran revolución de los libros, tener a nuestra disposición el pensamiento y la experiencia del mundo pasado. Siempre me parece que los buenos libros soportan hasta las malas ediciones. A veces, en momentos cínicos, hago cuentas estadísticas: si contamos todas, todas las letras que aparecen en un libro y vemos que nos equivocamos sólo en dos, pues, en verdad, nuestra exactitud está cercana al 100%. Los libros son, Borges dixit, una extensión de la memoria y este libro logra su propósito, amplía la memoria a otra generación y lo hace con creces ¿qué más pedir?

Kristallnacht

LA KRISTALLNACHT, SUS LECCIONES PARA EL MUNDO DE HOY

1- Introducción

- a) Los canarios, el lugar de los judíos

- b) ¿Cuándo empezó la Shoá?

2 - Desarrollo

- a) ¿Qué fue la noche del cristal?

- b) Antecedentes

- c) ¿Por qué conmemorarlo?

- d) El dilema de cómo ser realistas: pesimismo, optimismo

3- Conclusión

- a) Enseñanzas

- b) Los tres nuevos mandamientos

1-INTRODUCCIÓN

a) Los canarios y el lugar de los judíos

Los mineros tenían, hasta bien entrado el siglo XX una técnica infalible para protegerse en las profundidades de la roca: los canarios. La pequeña ave, más sensible que el hombre a la falta de oxígeno y a los gases tóxicos moriría primero que éste si en las minas hubiesen gases venenosos o demasiado monóxido de carbono. Al enviar a los canarios y ver qué les pasaba, sabían los mineros si el lugar era seguro o si era hora de abandonar la mina a toda velocidad.

Los judíos hemos ocupado muchas veces el lugar de los canarios en la historia de la humanidad. Señalados como blancos de ataques desde diferentes ideologías y regímenes, expertos en ocupar el lugar de Abel en la fraternidad humana, fuimos en todos los casos, tan solo los primeros. Sea bajo el comunismo o bajo el nazismo, bajo los zares o la inquisición, la caza del judío antecedió a la caza de todos los demás. Pueblo elegido para traer al mundo el mensaje del monoteísmo, hemos sido también los designados, igual que los canarios, para alertar al mundo respecto de lo que podría sobrevenir. En el caso de la Shoá fue no solo claro sino explícito. El master plan del III Reich pretendía la construcción de una sociedad perfecta que implicaba la reingeniería de toda la humanidad, en todo el planeta, con la supremacía, claro está, de los considerados superiores, los así llamados “arios”. Primero Alemania, después el mundo, declaraban. El exterminio del pueblo judío, la anti-raza por antonomasia, el negativo del bien, preanunciaba lo que iría a suceder con los otros pueblos y grupos que, aunque en menor medida, amenazaban también con contaminar la delirante pureza racial aria. Su plan era tomar el lugar del gran constructor y rediseñar la creación de manera pretendidamente científica, sin consideraciones morales ni humanitarias. La planificación, organización y realización del exterminio de los judíos, fue el primer paso del plan. Es lo que llamamos la Shoá.

b) ¿Cuándo empezó la Shoá?

No terminamos de ponernos de acuerdo acerca de cuándo comenzó y hasta si se quiere, de cuándo terminó. Fue, sigue siendo, un proceso gradual pero podemos distinguir algunos hitos en su progresión. ¿La Shoá comenzó en junio de 1941 cuando los alemanes rompen el pacto con los soviéticos e invaden los territorios del este y comienza a ejecutarse la “solución final”? ¿Fue dos años antes, el 1º de septiembre del 39 cuando con la invasión a Polonia se declara la Segunda Guerra Mundial? ¿Fue tal vez el año anterior, el 1º de octubre del 38 cuando Alemania ocupó los Sudetes ante el silencio cómplice del mundo? ¿O fue tal vez cuando anexaron Austria el 12 de marzo del 38 con el beneplácito de su población que los recibió triunfalmente? ¿Y por qué no datarlo 3 años antes con las leyes de Nürenberg de 1935 que quitaron los derechos civiles a los judíos alemanes? ¿Incluso podríamos remontarnos a 1933 cuando Hitler asume el poder total y traiciona así a la democracia que le había permitido el ascenso? ¿Y si pusiéramos el anclaje originario en el tratado de Versalles del 28 de junio de 1919 que dio por terminada la Gran Guerra y sumió al pueblo alemán en la humillación y la derrota que los llevó en gran medida a la Segunda Guerra? ¿No habrá comenzado la Shoá en los albores del siglo XX con la publicación de los “Protocolos de los sabios de Sión”? Este panfleto burdo fue publicado por la policía zarista como argumento frente al fervor revolucionario bolchevique y atribuía los disturbios al ansia de poder supuestamente proverbial de los judíos. Se trata del plagio vil de un libro publicado en 1858 llamado Diálogos en los infiernos entre Maquiavelo y Montesquieu, o la Política de Maquiavelo en el siglo XIX escrito por el Maurice Joly con el propósito de atacar a Napoleón. La policía del Zar cambió a Napoleón por los judíos y de este modo los protocolos se siguen vendiendo, siguen siendo tomados por ciertos y el veneno de la conspiración judía para detentar el poder mundial sigue siendo derramado por doquier. El argumento de la conspiración mundia evidentemente satisface el oído de muchos, que confirma sospechas atávicas, oscurece el entendimiento e impide reflexionar en los absurdos que propone. ¿Cómo fue posible si no que semejante patraña hubiera sido tomada por cierta sin el sostén ideológico del llamado “antisemitismo”, su antecedente más directo? El concepto y la palabra antisemitismo fueron acuñados por Wilhem Marr en 1879. Este periodista y teórico brindó el soporte intelectual que la judeofobia precisaba para ascender a la categoría de entidad “científica” y así tranquilizar a las malas conciencias. Wilhem Marr marcó un camino que luego continuarían no pocos profesores, académicos y pensadores en la Alemania nazi que brindaron sustento intelectual a los delirios del nazismo. La judeofobia europea estaba sólidamente instalada en el siglo XIX. Lo que nos fuerza a ir más atrás, mucho más atrás, volver las páginas de la historia y pasar por los Reyes Católicos que unificaron a España en la hegemonía de la fe católica, por las Cruzadas en los siglos XI y XII que arrasaron Europa en su gesta de purificación, o llegar a finales del siglo IV cuando Constantino unió Estado y Religión e instituyó el imperio del catolicismo. La Iglesia asumió entonces el poder imperial y enarboló como símbolo a la cruz. La cruz era el instrumento de tortura usado por los romanos, un símbolo que invoca un asesinato y que remite implícitamente a un asesino. Constantino instaló con la cruz el testimonio perenne del crimen por el que hemos sido acusados los judíos y que permanece grabado a fuego en el alma europea.

Es ciertamente difícil poner una fecha de comienzo a la Shoá, pero la noche del cristal fue el borrador de la carátula de un horror que no había sido conocido antes por la Humanidad. Veamos en qué consistió.

2- DESARROLLO

a) Qué fue la noche del cristal

La noche del cristal[1], fue un acontecimiento violento ocurrido en Alemania y Austria durante la noche del 9 de noviembre de 1938 y las primeras horas del día siguiente. Los mismos nazis, impresionados por la cantidad de vidrios rotos producidos por la destrucción de sinagogas y vidrieras, llamaron a esa noche violenta Noche de Cristal. En su transcurso fallecieron más de 200 personas y miles fueron detenidas y muchas trasladadas a los campos de concentración de Sachsenhausen y Buchenwald, dañaron y en muchos casos destruyeron más de 1.500 sinagogas, casi todas las que había en Alemania, cementerios judíos, más de 7.000 negocios y almacenes. También en Austria la mayor parte de las 94 sinagogas de Viena y las casas de oración fueron dañadas parcial o totalmente. Los judíos fueron arrancados de sus casas por el populacho y sometidos a toda clase de humillaciones, incluyendo el fregar los pavimentos mientras eran atormentados por sus compatriotas austriacos y alemanes, algunos de los cuales habían sido sus amigos y vecinos. El vandalismo salvaje desatado, alentado por los nazis, no fue reprimido por las fuerzas del orden. La comunidad judía alemana, diezmada y empobrecida luego de 3 años de vigencia de las Leyes de Nürenberg, debió, luego de la Kristallnacht, pagar una multa de mil millones de marcos, así como la confiscación de todas las pólizas de seguros como castigo por haber provocado la justa ira del populacho. Las víctimas debían pagar por los daños de los que habían sido sujetos. Un método que los nazis repetirán a lo todo lo largo de la Shoá cuando exigirán a los judíos que paguen su transporte en tren hacia los campos de concentración.

El pretexto para lo que fue la primera Aktion contra los judíos y que luego sería constante en los territorios ocupados, les fue prestado por el ataque a Ernst von Rath, secretario de la Embajada alemana en París, que había tenido lugar 2 días antes, el 7 de noviembre de manos del alemán judío Herschel Grynszpan. Desesperado por lo que sucedía en Alemania, quiso llamar la atención de la opinión pública mundial para conmover su pasividad ante los atropellos constantes. El joven Herschel estaba en Paris y había recibido la noticia de la detención de sus padres y de las penurias que estaban pasando en la frontera polaca. Todavía no estamos en guerra, falta un año para su comienzo formal. Lo que había sucedido era que el 28 de octubre de 1938[2] –doce días antes de la Kristallnacht- unos 20 mil judíos alemanes de origen polaco habían sido secuestrados sorpresivamente en medio de la noche y deportados a Polonia. Aunque muchos de ellos residían en Alemania casi toda su vida e incluso habían sido condecorados por el gobierno alemán por sus acciones en la Primera Guerra, fueron echados a la frontera. Pero una vez allí no fueron admitidos por el gobierno polaco y fueron y vinieron de un territorio a otro, cruzando una y otra vez la frontera y muchos murieron en las primeras noches a la intemperie en esa tierra de nadie. Los padres de Herschel estaban entre los deportados y le habían escrito una carta con el relato de lo sucedido. El joven había intentado renovar su pasaporte polaco para volver con sus padres y apeló repetidamente al secretario von Rath sin éxito. Su indignación e impotencia fue lo que lo llevó a dispararle. Dos días después, el 9 de noviembre, von Rath falleció. Ello brindó a Goebbels la justificación que estaba buscando para disparar la Aktion que ya estaba perfectamente orquestada. Se puso en marcha la poderosa maquinaria propagandística nazi. El mensaje de aliento a la gente era que el asesinato era parte de la conspiración judía expuesta en el corazón mismo de Alemania. Con la apariencia de indignación popular espontánea, se desató un pogrom cuya verdadera razón era la aceleración de la salida de los judíos que aún quedaban en Alemania. En la noche entre el 9 y el 10 de noviembre, en una campaña perfectamente coordinada a lo largo y ancho de Alemania y Austria, bandas de matones de las SA[3], miembros del partido nazi y alemanes comunes recorrieron las calles, en una orgía de violencia inédita.

b) Antecedentes

Esa historia comenzó en 1918, con el final de la Alemania imperial Luego de terminada la Primera Guerra, cae el Imperio del Kaiser y nace la República de Weimar, gestada y parida en un contexto de gran debilidad. El Tratado de Versalles rubricó la derrota de Alemania que debió aceptar duras y humillantes condiciones militares, territoriales y económicas. Los republicanos y demóratas fueron acusados de ser los causantes de la derrota y de su vergüenza. En 1922 se produce el asesinato del Ministro de Relaciones Exteriores Walter Rathenau, asesinado tal vez por ser judío. Una república sin experiencia, joven e ingenua fue la que permitió el acceso de los nacionalsocialistas en 1923. Creían que podrían pactar y controlar a estos desaforados e imponer los valores republicanos, pero fueron ingenuos y no supieron defenderse de los que accederían al poder para traicionar la esencia misma de la república. El partido nazi aprovechó de las vacilaciones de los demócratas para consolidarse, construir y difundir entre sus simpatizantes sus discursos y ataques contra la democracia. Las duras condiciones económicas, la incertidumbre sobre un mejoramiento en el futuro, el sentimiento hondo de haber sido traicionados por los dirigentes, llevó a mucha gente a prestar sus oídos a estos entusiastas que prometían la recuperación de una Alemania de la que podrían volver a estar orgullosos. A fines de los veintes el Parlamento recibió a los primeros diputados y representantes que comenzaron a atacar al sistema desde sus mismas entrañas. Es ésta una potente lección de la historia que muestra cómo un sistema puede colapsar si un número no muy grande de la población actúa de manera eficaz para lograrlo. Cuando la mayoría no actúa, no participa ni se defiende, una minoría decidida se pone en acción y triunfa porque los sistemas democráticos son lentos en su defensa de la legalidad que es al mismo tiempo su garantía. Luego de la crisis económica del treinta que rubricó las falencias republicanas, el ascenso del nazismo fue imparable. Conquistaron el poder usando todos los recursos parlamentarios que les brindaba la democracia para llegar a 1933 con el poder total y el comienzo de las exclusiones a los comunistas, a los socialistas, el incendio del Reichstag, el boicot a los negocios judíos, la quema de libros. El error fue creer que se trataba de un partido más, que sus miembros eran ciudadanos comunes, que no debía darse crédito a su mensaje que era una fantochada. En el mismo error incurrieron los gobiernos europeos que creyeron que era posible negociar y pactar con los nazis, tener con ellos acuerdos de caballeros. La pasividad de la mayoría alemana así como la pasividad del resto de Europa hicieron posible el ascenso del nazismo. Creían que caería solo, creían que no podría sostenerse, creían que al final triunfaría la sensatez y la razón. Cuando se intentaba difundir en el exterior la forma en la que eran tratados los enemigos del régimen, los judíos y otros grupos excluidos, el gobierno alegaba que eran golpes de propaganda de los enemigos del pueblo. Y el mundo permanecía en silencio.

Además de excluir a los judíos del ejercicio de los oficios concretos merced a la Ley para la Ciudadanía del Reich, se los obligó a agregar los nombres de David o Sara a los propios, a llevar la letra J en el pasaporte. Excluidos de la vida civil, de las profesiones y trabajos, expoliados económicamente y finalmente marcados. No había escapatoria.

Unos meses antes de que Herschel matara a von Rath , en julio de 1938, se había celebrado la conferencia de Évian-les-Bains, en Francia. Líderes de 22 países se reunieron para ver si se encontraba algún destino para los judíos que estaban siendo echados de Alemania y Austria y golpeaban las puertas de embajadas y consulados con desesperación. La conferencia fue una demostración de la peor de las hipocresías porque, salvo la República Dominicana, ningún país de los allí presentes, que decía defender la libertad y la justicia, tenía lugar para admitir el ingreso de los judíos. No sólo eso. Declararon, sin que nadie se los pidiera, que ninguna de las naciones reunidas en Évian tenía la menor intención de desafiar el derecho del Gobierno alemán a introducir medidas que afectaran a sus súbditos, porque tales derechos pertenecían a su propia soberanía. Esta declaración constituyó un apoyo implícito a Hitler y su política de exclusión. Hitler entendió perfectamente el mensaje, y supo que nadie se le opondría, que podría hacer con los judíos lo que quisiera. La Kristallnacht fue la puesta en acción de todo esto. Sin ninguna duda, la Kristallnacht es un punto de inflexión en la persecución nazi. De quemar libros se había pasado a quemar sinagogas y edificios, a encarcelar y asesinar personas. Además de medir hasta donde podían llegar y comprobar que el mundo lo toleraba sin mosquearse, fue un campo de pruebas para lo que sobrevendría. Aprendieron de la lección porque se levantaron muchas voces de protesta y solidaridad entre los alemanes por el trato dado a los judíos, lo que enseñó a los jerarcas nazis que estas acciones debían disfrazarse, mantenerse lo más secretas posibles para no horrorizar o irritar demasiado a sus conciudadanos. A partir de allí, la política de exclusión, traslado y exterminio fue llevada a cabo gradualmente, con eufemismos, secretamente, para evitar la oposición de la gente común. La mayoría de los alemanes respondieron a la frase universal de “ojos que no ven, corazón que no siente”. Conocedores como nadie del alma humana, los nazis extremaron los cuidados: mantenían a la masa en la ignorancia, mejoraban su calidad de vida merced a la intensa reactivación industrial y ellos entregaban de buen grado sus hijos a la guerra y cerraban los ojos con alivio.

c) ¿Por qué conmemorarlo?

El pueblo judío se identifica, entre otras cosas, por el ejercicio de la memoria. La memoria es la cadena de transmisión de los valores de nuestra cultura y es el sostén fundamental de nuestra identidad. Celebración tras celebración recordamos que hemos sido esclavos en Egipto y con ello re actualizamos el valor de la libertad, de la lucha por la justicia y la protección del que sufre, recordamos que hemos firmado un pacto ético por el cual nos declaramos iguales en tanto humanidad, con los mismos derechos y las mismas obligaciones que otros pueblos, que otros grupos y que cada uno de nosotros es responsable por el mundo en el que vivimos. Cuando en cada ceremonia matrimonial el novio rompe la copa de cristal, instala en medio de la fiesta instituyente de la continuidad el recuerdo de la destrucción del templo y con ello la admonición de mantener nuestra fidelidad a quienes somos. Se pueden destruir nuestros templos, se pueden quemar nuestros libros, se puede incluso asesinar a nuestra gente, pero no se puede borrar nuestra identidad. La noche del cristal fue el comienzo público de un nuevo intento emprendido en nuestra contra, el más letal, el mejor orquestado, el más exitoso porque se llevó a un tercio de los que éramos. Tal vez debiéramos conmemorarlo dejando vacío un tercio del lugar para comprender de un modo concreto la enormidad de lo que nos pasó. Conmemorar la Kristallnacht es esencial porque su conocimiento y la comprensión de sus contextos y consecuencias, abre interrogantes existenciales que piden ser respondidos.

d) El dilema de cómo ser realistas: Pesimismo y optimismo

La noche de cristal, sucedida hace casi 70 años nos lleva a preguntarnos sobre la posibilidad de la previsión o la anticipación. ¿Cómo saber cuando algún suceso es una tormenta de verano, algo transitorio y pasajero o si se trata del prólogo de hechos de mayor envergadura y peligro? La respuesta a esta pregunta tiene consecuencias prácticas dramáticas porque de ello depende nuestra conducta: ¿nos quedamos y esperamos a buen resguardo que todo pase o hacemos nuestras maletas y huimos mientras nos puedan sostener las piernas? Conversando una vez con un sobreviviente sobre esta cuestión, lo escuché decir que los pesimistas se habían ido de Europa mientras que los optimistas se habían quedado. El impacto de esta proposición fue muy potente porque me obligaba a revisar condiciones básicas de mi vida. Escribí en aquel momento un ensayo sobre el tema que se llamó “Pesimistas, optimistas y realistas. Lecciones de la Shoá”[4]. Pensaba allí que el optimismo nos es esencial para vivir, apostar a que todo estará bien, al destino feliz de nuestro camino, nos da fuerzas para luchar día tras día, pero corremos el peligro de negar lo que tenemos delante de los ojos. Una vez que se conoce el resultado de una acción es fácil reconocer si estaba acertada o no pero no sucede igual antes. En el momento de tomar una decisión no sabemos lo que irá a pasar, no tenemos cómo saberlo. Sólo después, el resultado de nuestra conducta nos revela que incurrimos en un error o que fuimos acertados. Ese resultado, la prueba del error o del acierto, era un dato que no teníamos al momento de tomar la decisión, no sabíamos qué iría a pasar. No hay a veces forma de saber de antemano cuál será el resultado de nuestra acción. No contamos con un servicio pronosticador confiable y seguro que nos sostenga con firmeza en nuestras decisiones más difíciles. Además de un alerta siempre encendido, sólo tenemos la fe, la fe que es la esencia y el resumen de la condición del optimismo: la fe en la bondad humana. Sin ella, todo horizonte será oscuro. Apuesto a un optimismo moderado, a un optimismo labrador de surcos fértiles donde germinen las semillas del Bien. La fe en la bondad humana nos impulsa a luchar por ella, a buscar los modos de generarla, estimularla y sostenerla. La fe en la bondad humana nos hace constructores de futuros y nos dicta la mejor pedagogía posible, la pedagogía del bien. Alguien me dirá que tal vez sea poco realista creer en la bondad. Yo respondo que el ser humano es gestor de sus propios mundos, que el realismo es esa tensión entre el pesimismo y el optimismo, ese espacio dinámico en el que nos balanceamos mirando con un ojo los peligros que nos acechan y con el otro a esa línea de luz que nos recuerda que debemos bregar para que siempre vuelva a salir el sol.

3- CONCLUSIÓN

a) Enseñanzas

La Shoá y la Kristallnacht nos dejan algunas enseñanzas que no desarrollaré ahora para no abusar de vuestra atención y tiempo pero que quiero dejar puntualizadas.

- la defensa a ultranza de la democracia,

- el alerta encendido ante las promesas mesiánicas de los salvadores del mundo,

- el juicio crítico despierto frente a la inundación de consignas, al lavado de cerebro mediático tan bien desarrollado por el Ministerio de Propaganda del III Reich,

- el respeto a ultranza por el derecho a existir de los diferentes grupos y personas,

- la lucha en contra de la discriminación y la exclusión,

- el trabajo por una mejor distribución de la riqueza en el mundo,

- el énfasis firme y decidido en la educación que es la única llave de la pequeña puerta que conduce al futuro de la humanidad.

b) Los tres nuevos mandamientos

Los judíos hemos aportado a la civilización occidental, entre muchas otras cosas, el mensaje del monoteísmo y su código ético fundamental en las Tablas de la Ley, los Diez Mandamientos. Es ésta una ley enunciada en segunda persona del singular, un yo que le habla a un tú, se apela a cada uno de nosotros de modo personal, concreto e intransferible. Nos dice que nuestras acciones no son indiferentes, que somos responsables por nosotros, por el semejante y por el mundo en el que vivimos.

Luego de la Shoá y su horror desatado, permitido por la indiferencia cobarde que lo toleró, el profesor Yehuda Bauer, propone que se agreguen tres mandamientos más a los diez existentes. En mi propia formulación ellos son:

Mandamiento número 11: “Tú, tus hijos y los hijos de tus hijos, no serán nunca más víctimas”.

Mandamiento número 12: “Tú, tus hijos y los hijos de tus hijos, no serán nunca más perpetradores”.

Mandamiento número 13: “Tú, tus hijos y los hijos de tus hijos, nunca, pero nunca más, permanecerán indiferentes ante las injusticias y el padecimiento de un semejante”.

Muchas gracias.

Florida, Argentina, Noviembre 2006



[1] en alemán, Kristallnacht, Reichspogromnacht, Reichskristallnacht o Novemberpogrome

[2] En octubre de 1938 el gobierno polaco anuló la validez de los pasaportes polacos que no fueran visados en el plazo de un mes. El visado sólo podía hacerse en Polonia. Su objetivo era convertir en apátridas a todos los judíos polacos que vivían fuera del país. Muchos, cerca de 70.000, vivían en Alemania. El 28 de octubre, dos días antes del cumplimiento del plazo fijado, la policía alemana detuvo unos 20.000 judíos, mayormente varones adultos y los trasladaron a la frontera germano-polaca.
[3] SA, los Sturmabteilung -División Tormenta-, organización paramilitar del Partido Nazi. Sus miembros fueron conocidos como los “camisas pardas” para distinguirlos de los SS, llamados los “camisas negras”.

[4] Se puede encontrar en http://www.dianawang.net/blog/?p=51

Dilemas de la memoria. Un libro de Jack Fuchs

Ya desde el título comienza el cuestionamiento e invita a la reflexión. ¿Por qué dilemas y memoria en una misma frase? ¿Qué implica esta proposición? ¿De qué memoria habla? ¿A qué se refiere?Con esas preguntas tomé el libro y con esas preguntas in mente me dirijo a ustedes en este momento. Los textos publicados me eran conocidos porque son los que se publican habitualmente en la contratapa de Página 12 y que en cuanto son publicados circulan por Internet y son enviados y re-enviados muchas veces y suelen dar varias vueltas al mundo. Pero leídos todos juntos, organizados en una secuencia determinada, agregan a su contenido, algunas cosas que quiero compartir con ustedes. Dice Jack, varias veces, que la Shoá no tiene fecha de comienzo ni fecha de terminación. En suma, que no tiene fechas y sin fechas faltaría el soporte temporal que señale algún momento preciso. ¿Como recordar algo si no hay fechas para recordar? Para eso están los rituales, los hitos, como estacas clavadas en la tierra indicando que acá pasó algo, que fue aquél día, a aquella hora, y que fue así, que esto fue lo que pasó. No se puede recordar todo el tiempo, hacen falta las fechas precisas, los momentos significativos. Por ejemplo uno recorre el álbum de fotos familiares y lo más probable es que encuentre fotos de los cumpleaños, de los aniversarios, de alguna celebración, de las vacaciones, de los momentos en que solemos sacarnos fotos. Y después empiezan a pasar cosas curiosas porque nuestra memoria se vuelve la memoria de esas fotos que recorremos una y otra vez buscando en ellas la recuperación de ese momento del pasado que, como dice muy bien la palabra, ya pasó. Sin las fotos, los recuerdos van perdiendo nitidez, las caras se van esfumando, las palabras dichas, las palabras oídas se van alejando, se oyen más y más apagadas y hasta puede uno llegar a preguntarse si lo que recuerda fue así, si no habrá algo que uno se ha olvidado, si con el paso del tiempo no le habrá agregado cosas para rellenar aquellas porciones que fueron perdiendo contornos claros. Con el grabador ya pudimos guardar las voces, esos instantes evanescentes en los que un sonido, un tono, nos hablaba directamente al corazón. Las voces de los chicos, las de nuestros padres, la de los abuelos si hemos tenido la suerte de grabarlos, los latidos del corazón en algún embarazo, todo eso pudo ser registrado, guardado, conservado. Y otra vez, al escucharlo sucede algo diferente porque ahí está el momento pero al mismo tiempo ya no, esas voces ya no están, los chicos crecieron, algunos grandes se fueron y uno está en una tierra de nadie entre la emoción del recuerdo y la evidencia de lo que ya no es. Más tarde, la filmadora nos abrió la posibilidad de documentar en imagen, sonido, color y movimiento, cualquier cosa que quisiéramos, con la ilusión de que de esa manera, el pasado ahora sí quedaría cristalizado, conservado, preservado por siempre jamás. Y esto, nuevamente, es y no es así. Es así porque cuando vemos las fotos, cuando oímos los casettes o cuando vemos los videos, nos reencontramos con aquellos momentos y los evocamos; tal vez, con suerte, nos lleve a la misma situación en un regreso acompañado de sensaciones táctiles, hasta olores y por un instante se tiene la sensación de la recuperación de lo que ya pasó. Pero también este ejercicio de memoria tiene algo de siniestro, algo de incómodo, algo de inquietante porque esas fotos, esos sonidos, esas imágenes, esos movimientos, guardados, intactos, nos son un tanto ajenos porque la vida continuó, nosotros ya no somos los mismos, muchos de los que vemos ya no están y descubrimos que su recuerdo, ése que tenemos en nuestro interior, también ha ido cambiando junto con nosotros y que esa foto, esa evidencia que habíamos guardado es diferente del recuerdo que fuimos construyendo. Aunque Jack no lo dice así, hay algo de todo esto que vuelve dilemática a la memoria, que el soporte técnico no resuelve. Además sobre la Shoá, sobre nuestra Shoá, la personal, la de cada uno, no hay ni fotos, ni sonidos ni filmaciones. Algunos pocos documentos escritos, algunos poquísimos objetos y básicamente nuestro recuerdo, nuestra palabra, nuestro testimonio del que no siempre nos podemos fiar. Pero, aún sí, no puede hacerse en el vacío, debe encontrarse una estructura también para recordar, para que ese recuerdo no se vuelva un sentimiento tóxico que cubra todos los días y no permita vivir.

En la necesidad de recordar, de sentarse cada tanto y honrar algunos dolores, algunas pérdidas, rememorar momentos gratos, hacen falta hitos, espacios, fechas, ritualizaciones. La ritualización socializa el recuerdo individual, lo vuelve colectivo. Jack tiene un despertador interno, una alarma aguda que suena en cada 19 de abril, en cada 8 de mayo, en cada Pésaj, en cada Iom Kipur y lo arranca de la cotidianeidad, lo sacude de la modorra y le grita al oído: “ ¡Llegó la hora Yankele ! ¡Despertate! ¡Hacé algo! ¡No te quedes inmóvil! Hoy podés recordar, hoy debés recordar, andá que te están esperando” y ahí va, urgido por la convicción de que él mismo es un documento, de que no puede ni quiere ni debe sustraerse a hacerlo público, de que le debe ese eterno kadish a todos sus muertos sin tumba. Y sale, puntual, su página en Pagina 12. Con las mismas dudas, con las mismas preguntas, con el mismo escepticismo pero al mismo tiempo, a pesar de las dudas, a pesar de las preguntas, a pesar del escepticismo, sigue honrando al llamado de su compromiso. Esta presencia en cada efeméride revela la discusión interna que lo acosa entre su propia decepción y su necesidad de abrir la frágil puerta de la esperanza.

Jack cultiva la memoria pero sabe, y lo digo con sus palabras, que “la memoria no garantiza nada”. Pero a él no le importa. O sí, complejo y contradictorio como tantos de nosotros, hace como si no le importara y se planta e insiste y habla.

Habla de la guerra, del absurdo, de la condición humana, de la fatalidad. Habla de sus seres queridos, de su padre, de su madre, de sus hermanos. Habla de su ciudad, de la vida judía que se ha perdido, de las comunidades perdidas, del idish, de la militancia política, de los sueños de un mundo mejor. Habla de la necesidad humana de dibujar con mejores colores el pasado y recuerda que la supuesta liberación de los campos no fue tal aunque al principio él mismo lo llamaba así, que nadie lo liberó porque nadie lo fue a buscar, que simplemente fue encontrado porque los ejércitos aliados se toparon con el horror de los campos, fueron sorprendidos con esas visiones que no figuraban ni en sus mapas ni en sus planes. Habla de los héroes que se resistieron de forma armada y señala la injusticia que ha caído sobre los que no han podido pelear con las armas y que no sólo han sido asesinados sino que también se les exige retrospectivamente haber muerto de otra manera, como si hubiera alguna forma buena o mejor de morir, de tronchar una vida.

Menciona su edad a cada paso, y junto con su edad, levanta la contabilidad de los años que median entre ese día y el fin de la guerra. Construye cada nota como una efeméride, una marca en el paso del tiempo, y la angustia por el paso del tiempo, por la incertidumbre de lo que pasará una vez que no queden más testigos, una vez que la efeméride sea eso, tan solo una efeméride, un espacio en el calendario, una alusión vacía de contenido encarnado.

Y en su hablar, en su letanía, en su hagadá personal, los temas vuelven, se repiten año tras año sin pudor ni explicaciones innecesarias, como los martillazos que daba su padre sobre las suelas de los zapatos, rítmicos, persistentes, secos, contundentes, previsibles. Pero cada golpe que contiene la misma pregunta, el mismo dolor, la misma ilusión, la misma desilusión, se oye diferente porque viene con otro ejemplo, con otra reflexión, con otra metáfora que permite la recuperación de su vigencia.

Jack se crió, como casi todos nosotros, en la creencia de que la cultura, la ciencia, el arte, la elevación espiritual del hombre, conduciría a un mundo mejor, más justo. En sus notas está el dolor de advertir que el origen de la Shoá tuvo lugar en el pueblo alemán que alcanzó altísimos niveles culturales. Fue ese pueblo el que sumió al mundo en un horror inimaginado antes. Y no sólo eso, no olvida que el sueño comunista se hizo añicos en la Unión Soviética por el ataque a los valores más elementales, por los asesinatos cometidos en su nombre, y menciona todo lo demás que siguió pasando en otras latitudes, en épocas más próximas y que revela que el mundo parece no haber aprendido nada, que la cosa sigue y se reproduce y no tenemos respuestas ni propuestas eficaces, solo preguntas más y más desesperadas.

Testigo de su tiempo y sabe que aunque lo respetan, aunque lo escuchan con consideración, difícilmente lo oigan, difícilmente entiendan de qué está hablando.

Varias veces me ha dicho que duda del sentido de hablar, que duda de que a los demás les interese, que duda de que lo entiendan y que se siente bien a veces hablando conmigo, es por eso que me ha pedido que esté hoy en esta presentación. Me pregunté cuál sería la razón de que se sintiera bien, de que pudiéramos hablar. ¿Será porque soy hija de sobrevivientes de la Shoá? ¿Será porque tomé el tema de la Shoá como uno de los ejes de mi vida? ¿Será porque no me tranquilizo con los habituales lugares comunes y aprecio su mirada cuestionadora y provocadora? No lo sé. Lo que sí sé es que cuando lo escucho, cuando de verdad lo escucho, cuando no mejoro ni traduzco lo que me dice, tengo claro que no sé de qué me habla. Sé que no sé. Creo que ésa es toda la diferencia. Tengo claro que no sé y es desde ahí que tenemos este espacio común. Cuando uno se adentra en el tema de la Shoá, cuando uno de verdad se mete en sus oscuridades, pestilencias y terrores, a uno lo acosa un vaho insoportable y junto con él la evidencia de la imposibilidad de saber. Las preguntas que surgen inmediatamente y de las que Jack da cuenta a cada paso, chocan con el límite de lo que estamos preparados para comprender y aceptar. El Bien y el Mal, el asesinato y la muerte, las justificaciones, la técnica aplicada a la destrucción. Es tan difícil de soportar que rápidamente se siente la tentación de transformarlo en conceptos conocidos, en volverlo familiar, en traducirlo a experiencias con las que uno se puede identificar y ahí es donde perdemos, porque nada hay más lejos de la experiencia común que la de los que pasaron la Shoá, los que fueron testigos del extremo de todos los extremos. Sentimos tantas veces que la gente se sacude estas cosas con las frases hechas habituales, con las referencias acostumbradas, palabras como horror, Auschwitz, hornos, nunca más, son esgrimidas en un simulacro de compromiso que se disuelve rápidamente, que se guarda hasta el próximo Iom Hashoá en el que se volverán a desempolvar y a exhibir como fantasmas mudos. Y todos en paz, a dormir con la conciencia tranquila de haber dicho lo que había que decir. Jack y todos los sobrevivientes, lo llevan puesto todo el año, todos los días, todas las horas. Lo llevan como esa piedra en el zapato a la que uno se ha acostumbrado, tanto que a veces ya no la siente, pero que sigue ahí y que vuelve a doler cuando uno se apoya mal, o hace algún movimiento diferente. Y vuelve el dolor con toda su intensidad, a veces como dedo acusador, otras como testimonio de la fragilidad de lo humano. Esto es lo que denuncia Jack y lo expresa en sus preguntas de siempre, en su incredulidad sobre la fatalidad del Mal, en la dificultad de aceptar que la cosa no tiene remedio, en el consejo que nos da y que se da a sí mismo de que mejor aceptemos que somos así, que es parte de nuestra humanidad, como lo dice él mismo, que “la guerra es una circunstancia humana, como el dolor, la memoria, la risa”.

Sólo quiero mencionar dos cosas de las que aparecen publicadas en este libro. Una, su propuesta de dejar una de cada tres sillas vacías en cada conmemoración de la Shoá para mostrar de manera dramática y concreta que ha sido asesinado un tercio de los judíos del mundo. Me parece una cosa sencilla, potente y hondamente significativa, algo que habla por sí mismo y compromete corporalmente a los presentes. La otra cosa que quiero señalar es algo que dice en la página 116 cuando habla de que de las víctimas no puede aprenderse casi nada. Lo cito: “solo la triste lección de lo que el hombre es capaz de soportar para sobrevivir. Los verdugos en cambio tienen un saber articulado en la preparación metódica de las tareas, en la organización, en la anticipación y en el rasgo estratégico de sus objetivos. Desde el ascenso del nazismo en 1933 hasta su caída en 1945, los nazis trabajaron infatigablemente en la organización y ejecución de sus fábricas y laboratorios de muerte, con la colaboración y asesoramiento de científicos, médicos, ingenieros, antropólogos y técnicos. Para saber qué ocurrió, sería de enorme utilidad tener los testimonios personales, el relato confesional de las experiencias, de los planes, tanto de los ejecutores, como de los científicos e intelectuales comprometidos con la matanza”. Es también una propuesta potente que habría que realizar. Los sobrevivientes hablan y han hablado. Testigos, testimonios y documentos encarnados, pero son tan solo un extremo de este sube y baja de la humanidad. Sólo Abel. Nos falta conocer al otro, a Caín, a los caínes de la humanidad, a los caínes políticos, sociales y económicos pero también a los caínes que todos creemos que tiene el otro, a los caínes que tenemos adentro cada uno de nosotros.

La sabiduría de Jack se expresa de manera prístina en la siguiente anécdota que no está en el libro y con la cual termino la parte que me toca en esta presentación. Un día me dijo: “Mirá cómo son las cosas. El otro día iba con el coche y un tipo hizo una mala maniobra y me lo rayó. Me puse como loco, me bajé del coche, me enojé, me puse mal y de pronto me detuve y me dije ´Yankele, ¿qué estás haciendo?, ¿qué importancia tiene? Es sólo un coche, después de todo lo que te pasó ¿un rayón en el coche te parece que merece que te angusties?´ y me pareció que estaba bien, que esa voz interna mía ponía las cosas en su lugar, que estaba exagerando, que un rayón en el coche era una tontería. Pero pasó un momento y pensé que no podía vivir toda mi vida midiendo las cosas así, que la vida normal no era Auschwitz, que estaba en Buenos Aires, que la vida normal ahora era cuidar el auto y ponerse mal cuando a uno se lo rayaban, que yo era igual a cualquiera y que estaba bien bajarme del coche y decirle al que me lo había rayado ¡Hey! ¡Mirá lo que hacés! ¡No podés andar por el mundo rayándole el coche a la gente!”.

A veces los dilemas se resuelven así, apelando a lo concreto y más vivo de la vida, porque como Jack mismo lo dice en la página 180 “es mucho más fácil recordar el pasado que combatir la indiferencia presente”. Muchas gracias.

Diana Wang.

Librería El Ateneo, 5/10/06